Guerreros en defensa de nuestro espacio aéreo
La Escuela de Aviación Militar Cosme Renella es la encargada de formar a los hombres y mujeres que han decidido dejar de lado la vida civil y someterse a las reglas de la milicia para cumplir el sueño de volar.
Observar únicamente lo existente es, de alguna manera, una vía limitante de construir la realidad. La pretensión de querer establecer una ruptura de contextos puede ser lo que marque la diferencia entre los espacios que conocemos y los que nunca habíamos concebido explorables. Como el cielo.
No hay un minuto para la duda; el hogar multiforme de Ícaro y Dédalo está dentro de un sueño mitológico reciclado por generaciones que ha logrado instalarse en la historia de la gente hasta hoy para que, gracias a los niños que decidieron seguirlo, existan los pilotos. Esa raza fuerte, a la vez algo pueril, de seres humanos narra una historia desde el aire, un cuento que para los demás terminó en ilusoria fantasía.
Los aviones son su excusa para volar, ellos solo prestan su estructura, que se eleva gracias a que la fuerza que los impulsa es más fuerte que la de su propio peso. Física unida al deseo. El oficio no es fácil, pero continúa. A pesar de estrellarse o desaparecer, por una razón que se aleja del estilo común de sentir la vida, dentro de las cabinas siempre habrá alguien nuevo que se atreva a pilotar, porque no quiere hacer otra cosa que observar el mundo desde arriba.
Para los aviadores, el miedo es un asunto real, una presencia intangible, constante, que les recuerda cada músculo que hay en su cuerpo y el sitio preciso en donde están ubicados sus nervios. Dentro del espíritu de los de guerra, quienes han decidido ser una especie de custodios de nuestro espacio aéreo, pasa algo más: a esos detalles suman la idea que manejan de país y el respeto que sin excepción le rinden a su contrario. Un semejante, jamás un enemigo.
Jugamos con nuestros referentes, un poco gracias a ellos. La mayoría de los ecuatorianos crecimos con un mapa que ya no existe, partido por una línea imaginaria que nos dibujaba una frontera inentendible y vergonzosa, la cual fue establecida por un presidente olvidado que firmó el tratado de paz de Río de Janeiro, en donde cerca de 78 kilómetros de frontera estuvieron sin hitos que los definan durante más de 50 años. A ese conflicto le siguieron un encuentro bélico en el 81 y una guerra "no declarada" en el 95. Ese año, en medio de la selva, la Fuerza Aérea Ecuatoriana derribó tres aviones peruanos, dando paso por primera vez a que un sentimiento patriota ingrese en los hogares de la gente y participe como un miembro más de la familia. En la televisión y en la radio se escuchaba, a voz de soldado: "No cederemos ni un milímetro más, ni el soldado Monge, ni el Teniente Ortiz, Coangos, Cenepa, Cueva de los Tallos...la defensa heroica se hizo sentir". Y al menos yo, les creí.
Los aviadores de la Cosme Renella
Algunos de los hombres que batallaron en esa zona algo mítica están ahora instruyendo a quienes seguirán el rastro de sus alas; el teniente coronel Thomas Endara, subdirector de la ESMA, es uno de ellos. Sin querer transmite el profundo respeto que siente por su uniforme y por la institución de la que forma parte. Nadie en su familia pertenece a la milicia pero a pesar de que el gusto no fue heredado, él hizo de la aviación militar su eje para servir al Ecuador en un compromiso ineludible y casi eterno.
"La mejor época de mi vida fue sin duda cuando estuve en el conflicto. Era un capitán recién ascendido, un piloto listo para el combate y miembro de la primera Escuadrilla de ataque de los aviones Jaguar que tenían como blanco atacar el corazón estratégico dentro de territorio enemigo. Estuvimos desplegados en una carretera, había esperado mucho tiempo para decirle al enemigo de siempre ¡basta!, no más, o nos respetan o nos hacemos respetar y para eso me había convertido en un piloto de combate experto, solo necesitaba la oportunidad de demostrarlo", dice.
Él estuvo en la zona del Cenepa hasta que se firmó la paz y el Gobierno envió la orden de replegar, pero desde ahí su modo de ver la aviación no es el mismo y justamente eso es lo que intenta transmitir a los cadetes que año a año se matriculan en una institución que invierte cerca de 100.000 dólares en su formación. Ubicada en Salinas por las facilidades que da el terreno carente de zonas montañosas, la escuela de formadores de la Fuerza Aérea Ecuatoriana recibió hace pocos meses la primera generación de aspirantes mujeres; readecuó sus instalaciones y revisó el reglamento para que a futuro estas jóvenes, que no sobrepasan los 19 años, sean pilotos capaces de actuar como alguna vez los más expertos lo hicieron.
El adiestramiento es el mismo, no hace distinción de géneros. Las clases están a cargo de los mejores, muchos de los cuales vivieron días de guerra, añadiendo al contenido de su enseñanza un plus invaluable. El teniente coronel Wilfrido Moya también combatió en el conflicto de 1995. Es ambateño y su fidelidad con la FAE lo ha traído hasta Salinas, donde está encargado de la instrucción militar y física de los cadetes. "Los llamados se hacen a través de la prensa, la idea es que todos los interesados de servir a la patria vengan a rendir las pruebas físicas, médicas y psicológicas que se les exige y al final tengan una entrevista en donde se determina si están aptos para el ingreso", explica.
¿Quiénes no pueden entrar? Las personas que no tienen las cualidades físicas requeridas. Los ojos tienen que estar en un estado casi perfecto, el peso debe ser el adecuado, la estatura no ser menos de 1,62 m sin zapatos y los reflejos deberán responder de inmediato. "De 1.500 aspirantes a cadetes solo ingresarán 50 en una condición de reclutamiento en un proceso que transforma a la persona civil al régimen militar en aproximadamente 60 días...los que ingresan pasarán cuatro años desarrollándose en los ejes de la cultura militar, humanística, la ciencia y tecnología".
La escuela cuenta con dos carreras clave, las licenciaturas en Ciencias y Administración Aeronáuticas. Los primeros serán aviadores, los segundos, técnicos encargados de perfeccionar las máquinas. Está claro que el sentimiento es distinto, sin embargo, la vida de los unos está en manos de los otros. Además, la cotidianidad es igual para todos: fines de semana libres, sin permiso para salir de la provincia y 10 días de vacaciones a mediados de año para ver a la familia.
Sandra Chamorro y Ana Carvajal llevan pocos meses aquí dentro, pero ya dicen primero sus apellidos y luego sus nombres.
Comparten un dormitorio de limpieza impecable; se levantan a las 05:30 para, luego del desayuno, empezar su preparación académica. Lo físico se resolverá en los entrenamientos de dos horas por la tarde. Para ellas, la femeneidad no ha sido un problema, corren igual con cólico menstrual e incluso aseguran que el ejercicio físico ha disminuido las complicaciones de su ciclo. "Por los hombres no nos preocupamos, nos tratan de la misma manera y ya los vemos como nuestra familia.
Sin duda tienen claras las reglas, saben que las relaciones sentimentales entre cadetes están prohibidas y que en caso de romper la orden, la sanción puede costarles la baja.
Un paréntesis de cuatro años
La Cosme Renella es una escuela que ha sabido elevar sus estándares de calidad. A pesar de que poco a poco el presupuesto se ha ido reduciendo, su pénsum académico cuenta con las certificaciones ISO 9001-2000 e IRAM 30.000 y sus prácticas ejecutoras con dos premios internacionales de seguridad. La instrucción dura cuatro años, tiempo en el cual el estudiante convertirá al simulador de vuelo (el cual funciona a través de un software con el programa fligt simulator) y a los aviones de práctica en una extensión de sí mismo para que, luego de 12 clases supervisadas, el cadete realice un treceavo vuelo completamente solo.
El jefe del Departamento de vuelo, teniente coronel Frank Vargas Serrano, quien de sus 47 años ha pasado 4.000 horas en el aire, explica que uno de los principales problemas con los que se encuentran los aspirantes a pilotos es que no todos están dispuestos a ejecutar las disposiciones de la vida militar. "Algunos se verán tentados por la aviación civil, otros no aceptarán dejar de ser deliberantes y otros más no estarán aptos para ser pilotos de guerra, pero definitivamente lo que los trae hasta aquí es lo mismo: la ilusión de volar...de alguna manera creo que los pilotos somos esa parte de la población que logró concretar el sueño de todo el mundo".
Las precauciones son completas. El alumno no despega sin el traje de fómex, material aislante que impide el paso del fuego, y sin que una ambulancia esté en la pista.
Esa tarde el cadete Diego López se bautiza. Es una ceremonia que se mueve entre la risa, lo simbólico y lo solemne, en donde después de haber aterrizado un avión solo por primera vez, el cadete define el nombre, el que no debe tener ningún registro anterior en toda la Fuerza Aérea, con el que se lo conocerá en el aire. El instructor de vuelo vierte aceite sobre la cabeza de su alumno: "Con la sangre de la avioneta te bautizo bajo el nombre de Aarón". Su felicidad es inmensa, sonríe para sus compañeros, habla de Dios y de sus padres, de la paciencia de su instructor, de la sensación de estar suspendido en el cielo creando la realidad que siempre imaginó para sí mismo. Sus compañeros lo escuchan con atención, tratando de entender una descripción que solo conocerán cuando atraviesen por lo mismo; mientras tanto solo ansiedad y espera.
Empezar una vida como piloto de guerra es también un sacrificio que solo vale la pena cuando se cree en lo que se hace. Llegar al grado de general del aire toma 36 años; los cadetes pasan a ser subtenientes, luego tenientes, capitanes, mayores...todo el tiempo en ascenso, desde cualquier ángulo. Para las mujeres la renuncia será algo mayor, deberán plantearse de un nuevo modo la maternidad y el hecho de que quizás el ritmo de su vida sea dificil de seguir para un civil.
El teniente Jorge Rojas, instructor de vuelo y piloto de aviones de combate, explica que durante el período de formación se observa al estudiante y se decide quiénes podrán ser aviadores de guerra. "Hay distintos equipos. El país cuenta con avionetas de entrenamiento, aviones MK 89, A37 y divisiones Mirage, Jaguar, Kfir y los C-E, que es una versión trabajada dentro del país; no todos podrán manejar los aparatos más sofisticados que son los aviones supersónicos, actualmente ubicados en la base de Taura".
Recientemente se informó a la Fuerza Aérea de la adquisición de 25 aviones Supertucano, un tipo de equipo armado, los que se quedarán en las bases de Manta y Lago Agrio y tienen como finalidad el combate.
Después de Itamarati se viven tiempos de paz. Sin embargo, los hombres y mujeres que llegaron hasta la escuela de aviación están aptos para cualquier cosa, para despegar un avión cuando sea necesario y para recordarle a la comunidad que el espacio del Ecuador no está susceptible a modificaciones.
Fuente:
http://www.expreso.ec/semana/html/notas.asp?codigo=20080608133346
La FAE tiene sus Halcones y Dragones
En la base de Manta se forman los pilotos de combate del país
Redacción Manabí
Durante una hora, los pilotos de la escuadra de Halcones y Dragones de la Base Aérea de Manta escuchan atentamente las indicaciones de la nueva misión. Con mapa en mano, pluma y regla marcan la ruta del próximo punto para atacar. Entonces, analizan la estrategia que aplicarán sobre el enemigo.
Así se alistan los pilotos LC-2 (Listos para el Combate 2) de la Base Aérea Eloy Alfaro de Manta que, desde su instalación en el puerto manabita, se dedican a la formación de pilotos tácticos para combate.
En la Base, ubicada al oeste del puerto, hay dos cuadrillas de aeronaves de combate, por ende, dos grupos de pilotos: Los Halcones, que pilotean aviones Mk-89, y los Dragones, que comandan los A37-B. En total son 65 aviadores.
El coronel Eduardo Cárdenas, comandante de la Base Aérea, recuerda toda su formación, que empezó como otros en la Base Aérea de Salinas.
Tras 4 años de formación básica estos nuevos oficiales se gradúan con el grado de pilotos, pero como su misión es de combate, son enviados a Manta donde aprenderán a maniobrar un avión de guerra.
Cárdenas sonríe y recuerda que una de las cosas que el aviador debe aprender es operar una aeronave mucho más veloz que la que utilizó en formación inicial.
“El sistema de aeronavegación es distinto”, dice el coronel, quien recuerda que primero aprendió a dominar la velocidad de este tipo de avión que alcanza los 300 nudos.
Cada mes, los pilotos deben cumplir por lo menos 15 misiones en un simulador de vuelo.
Luego de pasar esta primera fase de entrenamiento, los alumnos pueden pilotear un avión norteamericano MK-89 o un inglés A37-B, con un instructor que le irá explicando cada una de las maniobras, hasta que finalmente el nuevo aviador tome el mando.
Dentro de la formación los oficiales están categorizados, por niveles 1 y 2 de combate. De acuerdo con las capacidades que demuestren durante el entrenamiento, algunos son escogidos como líderes de escuadrón. Estas personas son capaces de guiar 2 o más aviones.
Los combates son simulados en los polígonos de tiro que posee la Fuerza Aérea: uno ubicado en Montecristi y otro en San Antonio de Playas. Durante esas prácticas los aviones utilizan armamento no ofensivo. Aunque existen misiones en las que utilizan armamento real, para las cuales se toman las precauciones debidas.
Los blancos siempre están establecidos. Un militar encargado del armamento les explica el tipo de munición que tiene la nave y la afectación que tendrá en el objetivo. También se encarga de recordar que en la aeronave emplearán cascos y paracaídas, luego de las explicaciones, y tras recibir las indicaciones de la torre de control, pueden surcar el cielo.
Igual que en operaciones reales, un oficial en tierra vigila el éxito de la misión y evalúa la eficacia o fracaso de los Halcones y Dragones que, en tiempo de paz, han sido formados para el combate.
El coronel Cárdenas recuerda que lo más gratificante para un piloto, como en su caso durante el conflicto del Cenepa, es regresar de cada misión y al bajar del avión recibir el aplauso de la tropa que siente que también fue parte de esa misión.
El trabajo no termina con cada misión, tras ubicarse en el nivel uno, algunos pasarán a ser instructores, otros a cumplir otra asignación de riesgo, y un grupo reducido se convertirá en piloto de comprobación.
“Alguien debe probar un avión recién reparado”, dice Cárdenas, quien también pasó por esa experiencia sin sufrir percances. Ahora está a la cabeza de la Base Eloy Alfaro de Manta, formando los pilotos de combate. (DPC)
>> DATOS
los Súper tucanos
El coronel Eduardo Cárdenas destaca que la escuela táctica de pilotos tendrá una nueva escuadrilla en el 2009, conformada por los aviones Súper Tucanos; para ello se alista no solo el personal, sino también el área donde se instalarán.