Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
- flanker33
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Muchas gracias por vuestros comentarios . Agradezco que todavía esteis ahí leyendo el relato.
Aprovecho para comentar que el próximo fragmento irá sobre un tema que apenas he tratado de refilón, como es el de los civiles en la zona de conflicto.
Saludos.
Aprovecho para comentar que el próximo fragmento irá sobre un tema que apenas he tratado de refilón, como es el de los civiles en la zona de conflicto.
Saludos.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
- Andrés Eduardo González
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Esto ya parece Rise of Nations... jajajaja
"En momentos de crisis, el pueblo clama a Dios y pide ayuda al soldado. En tiempos de paz, Dios es olvidado y el soldado despreciado».
- GUARIPETE
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como es el de los civiles en la zona de conflicto
por cierto mi estimado Flanker, pondrás a propósito de esto algún párrafo sobre las milicias?
se desplegaron las Milicias en tu historia?
saludos.
"Con el puño cerrado no se puede dar un apretón de manos"
- Andrés Eduardo González
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Ya quieres pelear Guari...
Si usted se despliega... ¿en dónde me han llamado a mí, no me veo?....
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- flanker33
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Andrés Eduardo González escribió::cool: Esto ya parece Rise of Nations... jajajaja
Hola Andrés ¿eso es un videojuego?...pues me temo que no va a ser tan lúdico.
GUARIPETE escribió:por cierto mi estimado Flanker, pondrás a propósito de esto algún párrafo sobre las milicias?
se desplegaron las Milicias en tu historia?
saludos.
Estimado Guaripete, quizás haga alguna mención más adelante, pero en principio no habrá una gran movilización ni despliegue de milicias o reservistas.
Saludos.
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- flanker33
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Hola a todos,
aquí dejo otro fragmento más. Saludos.
aquí dejo otro fragmento más. Saludos.
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- flanker33
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7 de marzo. Al sureste de Riohacha. Colombia.
El sol se ponía y Sandrine se sentía realmente cansada, pero sobre todo desolada por no haber podido hacer el trabajo que se suponía debería haber realizado allí, tras perder casi todo el día en un viaje agotador.
Todo había comenzado la noche anterior, cuando con el beneplácito de la cadena para la que trabajaba, se había embarcado en una solitaria playa al sur de Santa Marta en un pequeño barco pesquero, junto a su cámara Jean-Rene, y a su, por llamarlo de alguna manera, “colega” australiano Alan Howard. El viaje de más de siete horas les había conducido hasta algún lugar al sur de Riohacha, cerca de una reserva de fauna, lo suficientemente alejada de la ciudad para que no hubiese demasiadas patrullas policiales o militares.
Y esa precisamente, escabullirse de las autoridades colombianas, había sido una de sus mayores preocupaciones durante todo el día. Si eran detenidos, podrían acusarles de estar en aquella zona sin autorización, lo cual técnicamente era cierto, pero a Sandrine le gustaba pensar que más que en una situación de ilegalidad, se encontraban en una situación alegal, ya que el Gobierno Colombiano, según sus portavoces, no se oponía a la presencia de periodistas internacionales en el frente, pero por razones de seguridad, tanto para los propios periodistas como para la de sus tropas, dichos periodistas debían conseguir una autorización expedida por las autoridades militares, que en la práctica eran imposibles de conseguir, o al menos todavía no se tenía conocimiento de que ningún periodista internacional hubiese conseguido una. Tan solo un reducido grupo de periodistas nacionales había podido acercarse al combate para narrar, lo que sin duda Sandrine pensaba que sería la versión oficial colombiana, como por otra parte estaban haciendo los demás contendientes en esa guerra, los cuales trataban de mantener el flujo de información a sus ciudadanos y al mundo, lo más controlado posible.
Para la periodista, el agotador viaje en el aquel pequeño cascarón, algo destartalado y con un fuerte olor a pescado, no habían sido plato de buen gusto. A las nauseas por el ligero balanceo de las olas, se sumaban las furtivas miradas que le dirigía la tripulación y las constantes insinuaciones de Alan, así que cuando finalmente llegaron a la costa y bajaron a tierra firme, Sandrine pudo respirar aliviada, tras vomitar nada más poner un pie en la playa.
Allí pagaron lo convenido al pescador, el cual había hecho una última cosa más por ellos, previo otra pequeña suma de dinero. En la playa les aguardaba un familiar suyo, su tío, un hombre de aspecto algo mayor y con bastante experiencia en la vida, que se ofreció a guiarles por aquellos caminos y servirles de guía. Contaba con un pequeño Suzuki todoterreno, les dijo que conocía donde estaban situadas las patrullas y los puntos de control del Ejercito, y que les había traído ropa para que pasaran algo más desapercibidos, al menos desde la distancia, y no pareciesen lo que parecían a gritos, unos extranjeros en busca de algo. Por todo aquello, les pareció un tipo competente y los tres periodistas terminaron por decidirse y contratar sus servicios. Tras enfundarse sus nuevas ropas y subir al todoterreno, se pusieron en marcha.
A partir de ahí comenzaron las frustraciones. La carretera a Riohacha estaba fuertemente custodiada, y las posibilidades de llegar sin ser detectados e inspeccionados, era nula. No importaba, se dijeron. De todas formas habían oído que los combates se estaban produciendo al este, cerca de un lugar llamado “Cuatro Vías” y que era la confluencia de las carreteras 88 y 90 en La Guajira. Utilizar alguna carretera secundaria también implicaba sus riesgos, pero tomaron la decisión de usarlas. Tenían que llegar lo antes posible allí, pues siempre existía la posibilidad que alguien se les adelantase.
Al poco de comenzar a recorrer una carretera secundaria que llevaba al este, Pedro, el guía, les avisó de un vehículo que venía en dirección hacia ellos a lo lejos. “Ponal” dijo, y entonces supieron que podría haber problemas. Pero su guía justificó las esperanzas puestas en él, y mucho antes de llegar a su altura, giró por uno de los muchos caminos de tierra que se apartaban de la ruta principal y se dirigía hacia las haciendas y rancherias que había en los alrededores. Siguió como si tal cosa, sin acelerar ni disminuir la marcha, como si fuera a trabajar a algún lugar cercano. El carro de la Policía Nacional pasó de largo, pero Pedro mantuvo su rumbo hasta que habían pasado un largo trecho. Entonces detuvo el Suzuki y les preguntó: “¿Cuanta prisa tienen y cuanto están dispuestos a arriesgarse? Conozco otros caminos, todo esto está lleno de pistas y senderos mucho menos expuestos, pero nos llevará bastante más tiempo...¿que me dicen?”
Estaba claro que a su guía tampoco le hacía ninguna gracia que lo detuvieran con unos extranjeros entrometidos en su auto, así que al final optaron por lo más precavido.
El viaje fue lento y pesado. Pedro utilizó algunas sendas, en las que parecía mentira como incluso un todoterreno, podía circular por allí. Se metió en fincas privadas tras levantar algunas barreras, con el consiguiente nerviosismo de los periodistas, a los que si detenían además podrían acusar de estar en una propiedad particular. Al final nada pasó.
Conforme se dirigían al este, comenzaron a oír primero y a ver después algunos helicópteros y aviones en el cielo. Jean-Rene pidió a Pedro que se detuviera para filmar algunas tomas. Alan lo imitó con su pequeña cámara, pero aquel no era el tipo de imagen que le interesaba al australiano.
Las horas pasaban y Sandrine se moría de impaciencia por llegar a primera linea, aunque cuando se sobresaltó al escuchar el primer disparo de artillería producido en algún lugar indeterminado no demasiado lejos de allí, su entusiasmo menguó ligeramente. Además, todavía no tenían muy claro cuanto iban a poder acercarse sin ser detectados, y cuanto podrían hacerlo sin poner en riesgo sus vidas. Le preocupaba que Alan, al que le gustaba un periodismo más agresivo, más de trinchera, y que estaba más acostumbrado que ella a esos escenarios, pudiera arriesgarse de más, y comprometerla a ella y a su cámara.
Se detuvieron ya bastante tarde, bien entrada la tarde, a comer algo a la sombra de algunos arbustos junto a un granero abandonado. Repusieron fuerzas y Sandrine trató de aclarar algunos aspectos del viaje y del trabajo con Pedro y con Alan, antes de ponerse de nuevo en ruta.
Al poco de reiniciar la marcha, vieron en la distancia, hacia el sur, como en la carretera secundaria que habían abandonado por la mañana, había un buen número de vehículos. Alan sacó unos pequeños prismáticos que guardaba en el bolsillo de su chaleco y observó.
-Refugiados...o eso parecen. A un par de kilómetros o tres, cerca de aquel pequeño pueblo.
-Si, son refugiados. Allá enfrente ahí más – respondió Pedro.
Sandrine miró hacia donde le indicaba el guía. Estaban en la misma pista de tierra que ellos traían. No eran tantos como los que había visto Alan, y muchos iban a pie, pero la periodista se puso nerviosa. Los descubrirían, seguro que había policías o militares con ellos. Pedro intuyó lo que Sandrine pensaba.
-Tranquila, hasta aquí no los acompañan los militares. Ya los han desviado hacia el sur y les han dado indicaciones de hacia donde deben dirigirse, aunque es posible que allá abajo, en la carretera, si que haya policías tratando de regular el tráfico y ayudando a la gente.
-Entonces seguiremos por aquí.
-Claro, como quiera.
Unos instantes más tarde y cuando se acercaban a la pequeña columna de refugiados Alan interrumpio el silencio que se había adueñado del interior del carro.
-Esa gente nos va a ralentizar más la marcha – protestó Alan – y el sol no tardará en ponerse. Joder, no vamos a llegar en todo el puñetero día.
-“Del apuro solo queda el cansancio” amigo – le respondió Pedro.
-Ya, ya... - dijo visiblemente irritado el australiano.
-No te preocupes – le dijo Jean-Rene a Alan en una de las pocas veces en las que había cruzado una palabra con él aquel día – las imágenes de combates nocturnos, con las explosiones y las trazadoras rasgando la oscuridad del cielo, quedan siempre muy espectaculares.
Alan, que no notó, o no quiso notar, el desdén con el que habían sido dichas aquellas palabras, parecía caer en la cuenta que el francés tenía razón. Al fin y al cabo, quizás no fuera tan malo que llegara la noche. Pero Sandrine tenía otros planes. Mientras el Suzuki se cruzaba con los primeros refugiados, la periodista tomo su decisión.
-Pedro, por favor, dejame a mi y a Jean-Rene aquí, – le pidió al guía.
-¿Que? ¿No vienes al frente, al fregao? - preguntó desconcertado Alan.
-De momento no.
El australiano no daba crédito a lo que oía.
-¿Te vas a perder la acción por una entrevista con algún refugiado? Eso lo podemos hacer en otro momento e incluso en zonas más seguras. He oído que muchos han llegado ya a algunos pueblos y ciudades cercanas. Además sus historias son siempre las mismas,...
-¡Callate de una puñetera vez! Tu ve a donde te de la gana. Nosotros nos quedamos – y dirigiéndose al colombiano le preguntó – Pedro ¿podrías recogernos aquí, tras dejar a Alan donde él quiera? Te aguardaremos aquí, o un poco más adelante, pero siempre en este camino.
Pedro miró al otro periodista, que con un gesto de incredulidad primero, y con con otro de resignación después, asintió con la cabeza.
-Sin problemas señorita. Volveré por este mismo camino y los recogeré.
-Gracias a los dos – dijo en tono más conciliador la francesa.
Sandrine y Jean-Rene se bajaron del auto y descargaron su equipo, un par de mochilas donde guardar la cámara, el equipo técnico y algo de ropa y comida. La gente los miraba con curiosidad mientras seguían marchando hacia el oeste, por lo que Sandrine decidió avanzar un poco más por el camino. Con su equipo recogido en las mochilas y sus ropas menos llamativas, esperaba que la atención que habían despertado se evaporara pronto. No fue así. Tuvieron que recorrer casi toda la fila de refugiados que avanzaban a pie la mayoría, para dar con una mujer sentada en el borde del camino que no les prestó atención alguna. Sandrine la había visto sentarse, con un inconfundible gesto de agotamiento. A su lado, una pequeña niña de no mas de siete u ocho años se pegaba a ella.
La periodista se detuvo a su altura, y esperó hasta que el resto de las personas hubieron pasado. La mujer permanecía allí, casi inmóvil, con la mirada perdida. Sandrine le indicó a Jean-Rene que tomara posición para grabar, pero no demasiado cerca, no quería importunar innecesariamente a aquella mujer. Ella preparó un micro que se prendió en la solapa. Luego se sentó a su lado sin mirarla directamente, aguardando alguna señal de la mujer. Uno,dos, tres...hasta siete minutos estuvieron así, en silencio, hasta que la mujer giró ligeramente la cabeza hacia la periodista. Sandrine pudo verla esta vez de cerca. Era joven, más que ella incluso, rondaría los veinticinco años. Se dio cuenta que tras aquella máscara de sufrimiento y cansancio, se escondía un lindo rostro con unos preciosos ojos oscuros y una larga melena negra. Sandrine le sonrió ligeramente. La chica al principio no comprendió el intento de acercamiento de la periodista, pero al cabo de unos segundos, respondió con un asentimiento de cabeza.
-Me llamo Sandra – dijo en el mejor español que pudo.
-...
-¿Y tu? ¿Cual es tu nombre?
-Edianys.
-¿Y ella? - dijo señalando a la muchachita que se escondía tras los ropajes de la mujer.
-Yaneth...es mi hija.
-Es muy guapa – dijo sin mentir en absoluto. - Se parece a ti.
-...gracias...¿que deseas?
-Nada – dijo esta vez si, mintiendo. - Solo me preguntaba si necesitas algo. He visto como os dejabais caer aquí y la demás gente seguía su camino ¿por que no se ha parado nadie a esperaros?
-Ya no tenemos a nadie.
Sandrine creía intuir el significado de aquellas palabras. Debía proceder con sumo cuidado.
-¿Tu esposo?
-Muerto – fue la seca y contundente respuesta.
-...lo siento...
-No lo conocías...no me conoces...no nos conoces...¿que quieres de nosotras?
-Tienes razón, perdoname – dijo intentando reconducir la situación. - Soy periodista. De la televisión. Intentaba llegar hasta donde luchan los soldados, pero os he visto aquí y he pensado que vuestras historias pueden ser igual de importantes o más ¿me equivoco?
-...¿quieres una historia?
-mmm...si...tu historia...vuestra historia, pero si no quieres hablar lo entenderé y te dejaré en paz – mientras en su interior, la periodista rogaba por que no fuera así.
Edianys se tomó su tiempo. No parecía tener prisa. Finalmente continuo hablando.
-Me llamo Edianys Baptista y ella es Yaneth, mi hija mayor. Vivimos...vivíamos en Maicao. Ahora no se donde vivimos ni a donde vamos. Llevamos siguiendo las indicaciones de los soldados y las autoridades desde hace más de dos días. Primero nos dijeron que a Riohacha, luego que no, que a Albania. Esta mañana nos han vuelto a desviar hacia otros caminos, hacia poniente.
-¿Habéis comido?
-Esta mañana. No tuve tiempo de coger comida cuando abandone mi casa, y la última vez que pasamos por un lugar con asistencia fue esta mañana...pero guardé algo para que la niña comiera a mediodía.
-¿Aceptas compartir esto conmigo? - dijo Sandrine ofreciéndoles dos pequeñas botellas de agua y dos bocadillos que guardaba en su mochila.
-Gracias – dijo Edianys cogiendo lo que le ofrecía y acto seguido le dio los alimentos a Yaneth. “Come” le dijo mirándola directamente a la cara.
-¿No os están cuidando las autoridades?
-Si...bueno, lo intentan. Tuvimos que salir a toda prisa de nuestra casa, y luego la situación ha sido muy confusa. A los que no teníamos auto, nos sacaron de la ciudad en algunos transportes municipales, pero unos kilómetros más allá, nos bajaron y nos hicieron continuar a pie. No se porque. Luego nos han ido guiando hacia uno u otro lado. El primer día, unos soldados nos dieron agua, comida y algunas cosas de primera necesidad. Pero los disparos y las explosiones sonaban por todos lados y los soldados fueron pronto enviados a otros lugares. Ayer los soldados y los policías con los que nos encontramos tenían otra actitud. Eran más desconfiados.
-¿Desconfían de vosotros, los civiles?
-De los terroristas. He oído durante la marcha que unos guerrilleros de las FARC se habían camuflado como refugiados para escapar de las autoridades, y cuando fueron descubiertos comenzó un tiroteo. Supongo que será por eso que ahora toman más precauciones.
-Vaya, eso es muy lamentable. De todas formas deberían ocuparse de los verdaderos refugiados.
-Eso tratan, pero todo esto está siendo muy confuso. Los militares parecen que tienen otras prioridades y las demás autoridades parecen que se encuentran desbordadas. Hay quien dice que pronto llegará mucha cantidad de ayuda desde Valledupar o Bogotá. Espero que sea pronto.
-¿Por que tuvisteis que salir tan deprisa de Maicao? - preguntó Sandrine, sintiéndose estúpida por hacer una pregunta tan obvia, pero quería retomar de nuevo la historia de Edianys.
-Por la guerra, claro. ¿Por que si no?
-Si, desde luego, perdoname...
-Fue por la mañana. Primero escuchamos algunas explosiones lejos, hacia el centro de la ciudad. Luego algunas más cercanas. Al lado de nuestra casa había soldados y vehículos del Ejército. Allí sonaron más explosiones. - Hizo una pausa como recordando más cosas. - Nos habíamos levantado como cada día para poner nuestro puesto en el mercado, cuando oímos las explosiones y la casa entera retumbó. Cayó polvo y pintura del techo, y el humo del exterior comenzaba a llegar a través de las ventanas. Yo cogí a Yaneth, estábamos juntas en el lavabo...
Sandrine vio como los ojos de su interlocutora se humedecían.
-Tranquila, no hay prisa, si no quieres hablar de ello...
-Cogí a Yaneth, y Francisco, mi marido, me dijo que saliera de la casa y le esperara fuera. Él iba a recoger a Josefina, nuestra hija pequeña que todavía dormía en su cuna.- Tragó saliva. - Entonces salí a la calle, al otro lado de donde caían las bombas, pero todavía demasiado cerca, por lo que nos alejamos más. En la calle, los vecinos parecían igual de desorientados y asustados que nosotras. Nadie sabía que hacer. Unos corrían en una dirección, otros en otra. A través de las ventanas, vi a algunos que se refugiaban en sus casas. Yo no sabía que hacer. Solo esperaba a mi marido y a mi hija.
Sandrine la miraba fijamente, y pese a la oscuridad creciente, notaba perfectamente la desesperación en su rostro.
-Entonces una de aquellas bombas cayo muy cerca de nuestra casa. Se llevó por delante la mitad y la otra mitad se derrumbó. Mi corazón se paró y creí que me moría en ese momento. Corrí hacia la nube de polvo y humo que envolvía y oscurecía mi casa, dejando atrás a Yaneth. No veía nada, el polvo se me metía en la nariz y apenas podía respirar, pero me daba igual. De pronto vi a Francisco salir de los resto de la casa, frente a mi, a tres pasos...y cayó al suelo.
Edianys apretó los puños. Mientras Sandrine escuchaba, cayó en la cuenta que Yaneth estaba escuchando todo aquello y que podría no ser bueno para la niña oírlo. La periodista le hizo un gesto a Edianys, pero esta negó con la cabeza.
-Es sordomuda de nacimiento. Pero lee los labios a un nivel básico.
Sandrine se dio cuenta entonces de que su madre le ocultaba su rostro a la niña mientras hablaba, y esta, con cara de curiosidad, trataba de mirarla para saber que decía mientras mordía el bocadillo que le había dado su madre.
-¿Que pasó entonces? - quiso saber la periodista, tras tranquilizarse por que la niña no oyera los horrendos y recientes sucesos.
-Lo arrastré como pude fuera del humo y del polvo. Varios vecinos vinieron a ayudarme. Le dimos la vuelta y...estaba cubierto de una mezcla de sangre y polvo blanco por todo el cuerpo, pero tenía los brazos muy apretados contra el pecho...¡Dios, protegía a nuestra pequeña Josefina! - gritó sin poder contener las lágrimas.
Sandrine la cogió de la mano, mientras notaba que a ella también se le hacia un nudo en el estomago. Siempre había sido empática con el sufrimiento ajeno, pero no era muy profesional llorar delante de una cámara mientras entrevistaba a alguien, ahora era una corresponsal de guerra...“al cuerno” pensó, mientras apretaba la mano de Edianys, “ya editaremos luego el video”.
-Francisco parecía muerto. Con sus últimas fuerzas había salido de la casa para salvar a nuestra niñita, pero tirado en el suelo, no respiraba, no se movía, no hacía nada...unos vecinos lo subieron a un carro y yo cogí a Yaneth y a Josefina, que no paraba de toser y llorar, y nos marchamos corriendo al Hospital de San José. Había mucha gente, mucha, mucha. Y pocos médicos y enfermeras. Un medico hizo una primera inspección a mi marido, y luego lo aparcó en un pasillo. También inspeccionó a Josefina y a Yaneth. Se llevó a la más pequeña a una sala contigua. Grité, grité muy fuerte, amenacé, lloré, pero nada de aquello sirvió para que ayudaran a mi marido...supongo que no quería darme por enterada de lo que en el fondo sabía. Estaba muerto...pero no quería admitirlo...una enfermera me lo dijo, pero apenas la oía. Se lo llevaron a la morgue...¿estás casada Sandra?
-No – respondió algo sorprendida la periodista.
-¿Se ha muerto un ser querido tuyo en algún accidente o por violencia?
-...no, no...
-Te envidio, y ojala nunca tengas que pasar por algo así.
-Gra...gracias, yo también lo espero, y lamento mucho tu perdida, de verdad. Te acompaño en el sentimiento.
Ambas mujeres permanecieron calladas unos instantes mientras Jean-Rene permanecía inmóvil, ante lo duro de aquella situación.
-¿Y Josefina? - aunque se temía la respuesta, pues ninguna madre dejaría a su hija pequeña atrás.
-Tras varias horas, un medico que parecía agotado me hizo señas para que entrara en la habitación – con un hilo de voz, Edianys trató de concluir su historia - Josefina estaba con varios tubos en su nariz, boca y brazos, pero no se movía. No tosía. No lloraba...
Entonces la joven muchacha rompió a llorar. Sandrine notó en seguida que necesitaba desahogarse, seguramente llevaba unos días reprimiéndose totalmente. Quizás de forma voluntaria, o a lo mejor no, sencillamente estaba en estado de shock y no había reaccionado todavía.
Edianys lloraba mientras su hija se abrazaba a ella y acompañaba a su madre en el llanto. Sandrine y Jean-Rene luchaban por controlar sus propias emociones. La periodista se unió al abrazo entre madre e hija sin saber muy bien si debía, pero era lo que le pedían todos sus sentidos. Tras unos instantes se separó de ellas y se fue junto al cámara.
Ya era noche cerrada cuando Edianys y Yaneth acabaron de desahogarse. Sandrine no necesitaba oír más. Había tomado más decisiones. Ambos periodistas les dieron casi todos sus alimentos y les pidieron que aguardasen junto a ellos durante un rato. No tenían donde ir, así que asintieron y se quedaron junto a ellos en aquella cuneta de aquel camino anónimo. No mucho después llegó Pedro con el todoterreno. Jean-Rene se puso delante de los faros del carro para hacerle señas de que se detuviera.
-Hola Pedro ¿que tal te ha ido con Alan? - le preguntó Sandrine
-Ese tío está loco. Solo quería que lo acercara al combate más y más. Le dije que había muchos militares por allí y que nos detendrían antes o después, eso si no nos mataban los proyectiles que caían cada vez más cerca. Al final lo he convencido para que siguiera a pie, pero tenía intención de llegar a “Cuatro Vías”...está loco.
-Se las arreglará... - y cambió su forma de expresarse para decir lo que venía a continuación - Pedro ¿me podrías hacer un favor? Necesito que llevemos a esta mujer y a su hija a un lugar seguro y donde pueda ser bien atendida ¿conoces algún sitio?
-mmm... - Pedro se quedó mirandolas un momento - ...creo que si. He oído que en Barbacoas se están agrupando un buen número de refugiados por que el gobierno está creando allí una especie de zona para ellos, con alimentos y otros servicios...
-¿Pero? - preguntó Sandrine al ver que Pedro dudaba.
-Conozco otro lugar donde se las trataría mejor que allí.
-¿Donde? - dijo con impaciencia la periodista.
-Creo que mi señora esposa estaría encantada de tener compañía y las cuidaría muy bien. Desde que mis hijos se marcharon de casa, siempre dice que se aburre y no tiene con quien hablar...y creame, le gusta hablar.
Sandrine esbozó una sonrisa.
-¿Estás ofreciéndoles tu casa...?
Pedro la miró con curiosidad.
-Es usted muy guapa, pero para ser periodista, no es muy lista... - dijo sonriendo, mientras Sandrine se sonrojaba un poco.
-¿Podemos acompañaros?
-Por supuesto, pero nos llevará todavía un buen rato, sobre todo si no vamos a coger la carretera...
-Creo que ya da lo mismo. Ellas necesitan poder descansar y comer adecuadamente...vamos por donde sea más corto.
-De acuerdo...usted manda.
-No se preocupe, le pagaré.
-¿El viaje de hoy? Claro que me lo pagará, y si mañana quiere volver a intentarlo, también me pagará, pero estas compatriotas son mis huéspedes desde ahora, y son mi responsabilidad.
Sandrine le dedicó una mirada de profundo agradecimiento, y luego se retiró a hablar con Edianys.
Unos minutos después, y mientras el cielo se iluminaba de vez en cuando y, en la lejanía resonaban las explosiones de los proyectiles de la artillería de uno y otro bando, los cinco miembros de aquella peculiar comitiva, se alejaban en un pequeño todoterreno hacia un lugar más tranquilo y distante.
El sol se ponía y Sandrine se sentía realmente cansada, pero sobre todo desolada por no haber podido hacer el trabajo que se suponía debería haber realizado allí, tras perder casi todo el día en un viaje agotador.
Todo había comenzado la noche anterior, cuando con el beneplácito de la cadena para la que trabajaba, se había embarcado en una solitaria playa al sur de Santa Marta en un pequeño barco pesquero, junto a su cámara Jean-Rene, y a su, por llamarlo de alguna manera, “colega” australiano Alan Howard. El viaje de más de siete horas les había conducido hasta algún lugar al sur de Riohacha, cerca de una reserva de fauna, lo suficientemente alejada de la ciudad para que no hubiese demasiadas patrullas policiales o militares.
Y esa precisamente, escabullirse de las autoridades colombianas, había sido una de sus mayores preocupaciones durante todo el día. Si eran detenidos, podrían acusarles de estar en aquella zona sin autorización, lo cual técnicamente era cierto, pero a Sandrine le gustaba pensar que más que en una situación de ilegalidad, se encontraban en una situación alegal, ya que el Gobierno Colombiano, según sus portavoces, no se oponía a la presencia de periodistas internacionales en el frente, pero por razones de seguridad, tanto para los propios periodistas como para la de sus tropas, dichos periodistas debían conseguir una autorización expedida por las autoridades militares, que en la práctica eran imposibles de conseguir, o al menos todavía no se tenía conocimiento de que ningún periodista internacional hubiese conseguido una. Tan solo un reducido grupo de periodistas nacionales había podido acercarse al combate para narrar, lo que sin duda Sandrine pensaba que sería la versión oficial colombiana, como por otra parte estaban haciendo los demás contendientes en esa guerra, los cuales trataban de mantener el flujo de información a sus ciudadanos y al mundo, lo más controlado posible.
Para la periodista, el agotador viaje en el aquel pequeño cascarón, algo destartalado y con un fuerte olor a pescado, no habían sido plato de buen gusto. A las nauseas por el ligero balanceo de las olas, se sumaban las furtivas miradas que le dirigía la tripulación y las constantes insinuaciones de Alan, así que cuando finalmente llegaron a la costa y bajaron a tierra firme, Sandrine pudo respirar aliviada, tras vomitar nada más poner un pie en la playa.
Allí pagaron lo convenido al pescador, el cual había hecho una última cosa más por ellos, previo otra pequeña suma de dinero. En la playa les aguardaba un familiar suyo, su tío, un hombre de aspecto algo mayor y con bastante experiencia en la vida, que se ofreció a guiarles por aquellos caminos y servirles de guía. Contaba con un pequeño Suzuki todoterreno, les dijo que conocía donde estaban situadas las patrullas y los puntos de control del Ejercito, y que les había traído ropa para que pasaran algo más desapercibidos, al menos desde la distancia, y no pareciesen lo que parecían a gritos, unos extranjeros en busca de algo. Por todo aquello, les pareció un tipo competente y los tres periodistas terminaron por decidirse y contratar sus servicios. Tras enfundarse sus nuevas ropas y subir al todoterreno, se pusieron en marcha.
A partir de ahí comenzaron las frustraciones. La carretera a Riohacha estaba fuertemente custodiada, y las posibilidades de llegar sin ser detectados e inspeccionados, era nula. No importaba, se dijeron. De todas formas habían oído que los combates se estaban produciendo al este, cerca de un lugar llamado “Cuatro Vías” y que era la confluencia de las carreteras 88 y 90 en La Guajira. Utilizar alguna carretera secundaria también implicaba sus riesgos, pero tomaron la decisión de usarlas. Tenían que llegar lo antes posible allí, pues siempre existía la posibilidad que alguien se les adelantase.
Al poco de comenzar a recorrer una carretera secundaria que llevaba al este, Pedro, el guía, les avisó de un vehículo que venía en dirección hacia ellos a lo lejos. “Ponal” dijo, y entonces supieron que podría haber problemas. Pero su guía justificó las esperanzas puestas en él, y mucho antes de llegar a su altura, giró por uno de los muchos caminos de tierra que se apartaban de la ruta principal y se dirigía hacia las haciendas y rancherias que había en los alrededores. Siguió como si tal cosa, sin acelerar ni disminuir la marcha, como si fuera a trabajar a algún lugar cercano. El carro de la Policía Nacional pasó de largo, pero Pedro mantuvo su rumbo hasta que habían pasado un largo trecho. Entonces detuvo el Suzuki y les preguntó: “¿Cuanta prisa tienen y cuanto están dispuestos a arriesgarse? Conozco otros caminos, todo esto está lleno de pistas y senderos mucho menos expuestos, pero nos llevará bastante más tiempo...¿que me dicen?”
Estaba claro que a su guía tampoco le hacía ninguna gracia que lo detuvieran con unos extranjeros entrometidos en su auto, así que al final optaron por lo más precavido.
El viaje fue lento y pesado. Pedro utilizó algunas sendas, en las que parecía mentira como incluso un todoterreno, podía circular por allí. Se metió en fincas privadas tras levantar algunas barreras, con el consiguiente nerviosismo de los periodistas, a los que si detenían además podrían acusar de estar en una propiedad particular. Al final nada pasó.
Conforme se dirigían al este, comenzaron a oír primero y a ver después algunos helicópteros y aviones en el cielo. Jean-Rene pidió a Pedro que se detuviera para filmar algunas tomas. Alan lo imitó con su pequeña cámara, pero aquel no era el tipo de imagen que le interesaba al australiano.
Las horas pasaban y Sandrine se moría de impaciencia por llegar a primera linea, aunque cuando se sobresaltó al escuchar el primer disparo de artillería producido en algún lugar indeterminado no demasiado lejos de allí, su entusiasmo menguó ligeramente. Además, todavía no tenían muy claro cuanto iban a poder acercarse sin ser detectados, y cuanto podrían hacerlo sin poner en riesgo sus vidas. Le preocupaba que Alan, al que le gustaba un periodismo más agresivo, más de trinchera, y que estaba más acostumbrado que ella a esos escenarios, pudiera arriesgarse de más, y comprometerla a ella y a su cámara.
Se detuvieron ya bastante tarde, bien entrada la tarde, a comer algo a la sombra de algunos arbustos junto a un granero abandonado. Repusieron fuerzas y Sandrine trató de aclarar algunos aspectos del viaje y del trabajo con Pedro y con Alan, antes de ponerse de nuevo en ruta.
Al poco de reiniciar la marcha, vieron en la distancia, hacia el sur, como en la carretera secundaria que habían abandonado por la mañana, había un buen número de vehículos. Alan sacó unos pequeños prismáticos que guardaba en el bolsillo de su chaleco y observó.
-Refugiados...o eso parecen. A un par de kilómetros o tres, cerca de aquel pequeño pueblo.
-Si, son refugiados. Allá enfrente ahí más – respondió Pedro.
Sandrine miró hacia donde le indicaba el guía. Estaban en la misma pista de tierra que ellos traían. No eran tantos como los que había visto Alan, y muchos iban a pie, pero la periodista se puso nerviosa. Los descubrirían, seguro que había policías o militares con ellos. Pedro intuyó lo que Sandrine pensaba.
-Tranquila, hasta aquí no los acompañan los militares. Ya los han desviado hacia el sur y les han dado indicaciones de hacia donde deben dirigirse, aunque es posible que allá abajo, en la carretera, si que haya policías tratando de regular el tráfico y ayudando a la gente.
-Entonces seguiremos por aquí.
-Claro, como quiera.
Unos instantes más tarde y cuando se acercaban a la pequeña columna de refugiados Alan interrumpio el silencio que se había adueñado del interior del carro.
-Esa gente nos va a ralentizar más la marcha – protestó Alan – y el sol no tardará en ponerse. Joder, no vamos a llegar en todo el puñetero día.
-“Del apuro solo queda el cansancio” amigo – le respondió Pedro.
-Ya, ya... - dijo visiblemente irritado el australiano.
-No te preocupes – le dijo Jean-Rene a Alan en una de las pocas veces en las que había cruzado una palabra con él aquel día – las imágenes de combates nocturnos, con las explosiones y las trazadoras rasgando la oscuridad del cielo, quedan siempre muy espectaculares.
Alan, que no notó, o no quiso notar, el desdén con el que habían sido dichas aquellas palabras, parecía caer en la cuenta que el francés tenía razón. Al fin y al cabo, quizás no fuera tan malo que llegara la noche. Pero Sandrine tenía otros planes. Mientras el Suzuki se cruzaba con los primeros refugiados, la periodista tomo su decisión.
-Pedro, por favor, dejame a mi y a Jean-Rene aquí, – le pidió al guía.
-¿Que? ¿No vienes al frente, al fregao? - preguntó desconcertado Alan.
-De momento no.
El australiano no daba crédito a lo que oía.
-¿Te vas a perder la acción por una entrevista con algún refugiado? Eso lo podemos hacer en otro momento e incluso en zonas más seguras. He oído que muchos han llegado ya a algunos pueblos y ciudades cercanas. Además sus historias son siempre las mismas,...
-¡Callate de una puñetera vez! Tu ve a donde te de la gana. Nosotros nos quedamos – y dirigiéndose al colombiano le preguntó – Pedro ¿podrías recogernos aquí, tras dejar a Alan donde él quiera? Te aguardaremos aquí, o un poco más adelante, pero siempre en este camino.
Pedro miró al otro periodista, que con un gesto de incredulidad primero, y con con otro de resignación después, asintió con la cabeza.
-Sin problemas señorita. Volveré por este mismo camino y los recogeré.
-Gracias a los dos – dijo en tono más conciliador la francesa.
Sandrine y Jean-Rene se bajaron del auto y descargaron su equipo, un par de mochilas donde guardar la cámara, el equipo técnico y algo de ropa y comida. La gente los miraba con curiosidad mientras seguían marchando hacia el oeste, por lo que Sandrine decidió avanzar un poco más por el camino. Con su equipo recogido en las mochilas y sus ropas menos llamativas, esperaba que la atención que habían despertado se evaporara pronto. No fue así. Tuvieron que recorrer casi toda la fila de refugiados que avanzaban a pie la mayoría, para dar con una mujer sentada en el borde del camino que no les prestó atención alguna. Sandrine la había visto sentarse, con un inconfundible gesto de agotamiento. A su lado, una pequeña niña de no mas de siete u ocho años se pegaba a ella.
La periodista se detuvo a su altura, y esperó hasta que el resto de las personas hubieron pasado. La mujer permanecía allí, casi inmóvil, con la mirada perdida. Sandrine le indicó a Jean-Rene que tomara posición para grabar, pero no demasiado cerca, no quería importunar innecesariamente a aquella mujer. Ella preparó un micro que se prendió en la solapa. Luego se sentó a su lado sin mirarla directamente, aguardando alguna señal de la mujer. Uno,dos, tres...hasta siete minutos estuvieron así, en silencio, hasta que la mujer giró ligeramente la cabeza hacia la periodista. Sandrine pudo verla esta vez de cerca. Era joven, más que ella incluso, rondaría los veinticinco años. Se dio cuenta que tras aquella máscara de sufrimiento y cansancio, se escondía un lindo rostro con unos preciosos ojos oscuros y una larga melena negra. Sandrine le sonrió ligeramente. La chica al principio no comprendió el intento de acercamiento de la periodista, pero al cabo de unos segundos, respondió con un asentimiento de cabeza.
-Me llamo Sandra – dijo en el mejor español que pudo.
-...
-¿Y tu? ¿Cual es tu nombre?
-Edianys.
-¿Y ella? - dijo señalando a la muchachita que se escondía tras los ropajes de la mujer.
-Yaneth...es mi hija.
-Es muy guapa – dijo sin mentir en absoluto. - Se parece a ti.
-...gracias...¿que deseas?
-Nada – dijo esta vez si, mintiendo. - Solo me preguntaba si necesitas algo. He visto como os dejabais caer aquí y la demás gente seguía su camino ¿por que no se ha parado nadie a esperaros?
-Ya no tenemos a nadie.
Sandrine creía intuir el significado de aquellas palabras. Debía proceder con sumo cuidado.
-¿Tu esposo?
-Muerto – fue la seca y contundente respuesta.
-...lo siento...
-No lo conocías...no me conoces...no nos conoces...¿que quieres de nosotras?
-Tienes razón, perdoname – dijo intentando reconducir la situación. - Soy periodista. De la televisión. Intentaba llegar hasta donde luchan los soldados, pero os he visto aquí y he pensado que vuestras historias pueden ser igual de importantes o más ¿me equivoco?
-...¿quieres una historia?
-mmm...si...tu historia...vuestra historia, pero si no quieres hablar lo entenderé y te dejaré en paz – mientras en su interior, la periodista rogaba por que no fuera así.
Edianys se tomó su tiempo. No parecía tener prisa. Finalmente continuo hablando.
-Me llamo Edianys Baptista y ella es Yaneth, mi hija mayor. Vivimos...vivíamos en Maicao. Ahora no se donde vivimos ni a donde vamos. Llevamos siguiendo las indicaciones de los soldados y las autoridades desde hace más de dos días. Primero nos dijeron que a Riohacha, luego que no, que a Albania. Esta mañana nos han vuelto a desviar hacia otros caminos, hacia poniente.
-¿Habéis comido?
-Esta mañana. No tuve tiempo de coger comida cuando abandone mi casa, y la última vez que pasamos por un lugar con asistencia fue esta mañana...pero guardé algo para que la niña comiera a mediodía.
-¿Aceptas compartir esto conmigo? - dijo Sandrine ofreciéndoles dos pequeñas botellas de agua y dos bocadillos que guardaba en su mochila.
-Gracias – dijo Edianys cogiendo lo que le ofrecía y acto seguido le dio los alimentos a Yaneth. “Come” le dijo mirándola directamente a la cara.
-¿No os están cuidando las autoridades?
-Si...bueno, lo intentan. Tuvimos que salir a toda prisa de nuestra casa, y luego la situación ha sido muy confusa. A los que no teníamos auto, nos sacaron de la ciudad en algunos transportes municipales, pero unos kilómetros más allá, nos bajaron y nos hicieron continuar a pie. No se porque. Luego nos han ido guiando hacia uno u otro lado. El primer día, unos soldados nos dieron agua, comida y algunas cosas de primera necesidad. Pero los disparos y las explosiones sonaban por todos lados y los soldados fueron pronto enviados a otros lugares. Ayer los soldados y los policías con los que nos encontramos tenían otra actitud. Eran más desconfiados.
-¿Desconfían de vosotros, los civiles?
-De los terroristas. He oído durante la marcha que unos guerrilleros de las FARC se habían camuflado como refugiados para escapar de las autoridades, y cuando fueron descubiertos comenzó un tiroteo. Supongo que será por eso que ahora toman más precauciones.
-Vaya, eso es muy lamentable. De todas formas deberían ocuparse de los verdaderos refugiados.
-Eso tratan, pero todo esto está siendo muy confuso. Los militares parecen que tienen otras prioridades y las demás autoridades parecen que se encuentran desbordadas. Hay quien dice que pronto llegará mucha cantidad de ayuda desde Valledupar o Bogotá. Espero que sea pronto.
-¿Por que tuvisteis que salir tan deprisa de Maicao? - preguntó Sandrine, sintiéndose estúpida por hacer una pregunta tan obvia, pero quería retomar de nuevo la historia de Edianys.
-Por la guerra, claro. ¿Por que si no?
-Si, desde luego, perdoname...
-Fue por la mañana. Primero escuchamos algunas explosiones lejos, hacia el centro de la ciudad. Luego algunas más cercanas. Al lado de nuestra casa había soldados y vehículos del Ejército. Allí sonaron más explosiones. - Hizo una pausa como recordando más cosas. - Nos habíamos levantado como cada día para poner nuestro puesto en el mercado, cuando oímos las explosiones y la casa entera retumbó. Cayó polvo y pintura del techo, y el humo del exterior comenzaba a llegar a través de las ventanas. Yo cogí a Yaneth, estábamos juntas en el lavabo...
Sandrine vio como los ojos de su interlocutora se humedecían.
-Tranquila, no hay prisa, si no quieres hablar de ello...
-Cogí a Yaneth, y Francisco, mi marido, me dijo que saliera de la casa y le esperara fuera. Él iba a recoger a Josefina, nuestra hija pequeña que todavía dormía en su cuna.- Tragó saliva. - Entonces salí a la calle, al otro lado de donde caían las bombas, pero todavía demasiado cerca, por lo que nos alejamos más. En la calle, los vecinos parecían igual de desorientados y asustados que nosotras. Nadie sabía que hacer. Unos corrían en una dirección, otros en otra. A través de las ventanas, vi a algunos que se refugiaban en sus casas. Yo no sabía que hacer. Solo esperaba a mi marido y a mi hija.
Sandrine la miraba fijamente, y pese a la oscuridad creciente, notaba perfectamente la desesperación en su rostro.
-Entonces una de aquellas bombas cayo muy cerca de nuestra casa. Se llevó por delante la mitad y la otra mitad se derrumbó. Mi corazón se paró y creí que me moría en ese momento. Corrí hacia la nube de polvo y humo que envolvía y oscurecía mi casa, dejando atrás a Yaneth. No veía nada, el polvo se me metía en la nariz y apenas podía respirar, pero me daba igual. De pronto vi a Francisco salir de los resto de la casa, frente a mi, a tres pasos...y cayó al suelo.
Edianys apretó los puños. Mientras Sandrine escuchaba, cayó en la cuenta que Yaneth estaba escuchando todo aquello y que podría no ser bueno para la niña oírlo. La periodista le hizo un gesto a Edianys, pero esta negó con la cabeza.
-Es sordomuda de nacimiento. Pero lee los labios a un nivel básico.
Sandrine se dio cuenta entonces de que su madre le ocultaba su rostro a la niña mientras hablaba, y esta, con cara de curiosidad, trataba de mirarla para saber que decía mientras mordía el bocadillo que le había dado su madre.
-¿Que pasó entonces? - quiso saber la periodista, tras tranquilizarse por que la niña no oyera los horrendos y recientes sucesos.
-Lo arrastré como pude fuera del humo y del polvo. Varios vecinos vinieron a ayudarme. Le dimos la vuelta y...estaba cubierto de una mezcla de sangre y polvo blanco por todo el cuerpo, pero tenía los brazos muy apretados contra el pecho...¡Dios, protegía a nuestra pequeña Josefina! - gritó sin poder contener las lágrimas.
Sandrine la cogió de la mano, mientras notaba que a ella también se le hacia un nudo en el estomago. Siempre había sido empática con el sufrimiento ajeno, pero no era muy profesional llorar delante de una cámara mientras entrevistaba a alguien, ahora era una corresponsal de guerra...“al cuerno” pensó, mientras apretaba la mano de Edianys, “ya editaremos luego el video”.
-Francisco parecía muerto. Con sus últimas fuerzas había salido de la casa para salvar a nuestra niñita, pero tirado en el suelo, no respiraba, no se movía, no hacía nada...unos vecinos lo subieron a un carro y yo cogí a Yaneth y a Josefina, que no paraba de toser y llorar, y nos marchamos corriendo al Hospital de San José. Había mucha gente, mucha, mucha. Y pocos médicos y enfermeras. Un medico hizo una primera inspección a mi marido, y luego lo aparcó en un pasillo. También inspeccionó a Josefina y a Yaneth. Se llevó a la más pequeña a una sala contigua. Grité, grité muy fuerte, amenacé, lloré, pero nada de aquello sirvió para que ayudaran a mi marido...supongo que no quería darme por enterada de lo que en el fondo sabía. Estaba muerto...pero no quería admitirlo...una enfermera me lo dijo, pero apenas la oía. Se lo llevaron a la morgue...¿estás casada Sandra?
-No – respondió algo sorprendida la periodista.
-¿Se ha muerto un ser querido tuyo en algún accidente o por violencia?
-...no, no...
-Te envidio, y ojala nunca tengas que pasar por algo así.
-Gra...gracias, yo también lo espero, y lamento mucho tu perdida, de verdad. Te acompaño en el sentimiento.
Ambas mujeres permanecieron calladas unos instantes mientras Jean-Rene permanecía inmóvil, ante lo duro de aquella situación.
-¿Y Josefina? - aunque se temía la respuesta, pues ninguna madre dejaría a su hija pequeña atrás.
-Tras varias horas, un medico que parecía agotado me hizo señas para que entrara en la habitación – con un hilo de voz, Edianys trató de concluir su historia - Josefina estaba con varios tubos en su nariz, boca y brazos, pero no se movía. No tosía. No lloraba...
Entonces la joven muchacha rompió a llorar. Sandrine notó en seguida que necesitaba desahogarse, seguramente llevaba unos días reprimiéndose totalmente. Quizás de forma voluntaria, o a lo mejor no, sencillamente estaba en estado de shock y no había reaccionado todavía.
Edianys lloraba mientras su hija se abrazaba a ella y acompañaba a su madre en el llanto. Sandrine y Jean-Rene luchaban por controlar sus propias emociones. La periodista se unió al abrazo entre madre e hija sin saber muy bien si debía, pero era lo que le pedían todos sus sentidos. Tras unos instantes se separó de ellas y se fue junto al cámara.
Ya era noche cerrada cuando Edianys y Yaneth acabaron de desahogarse. Sandrine no necesitaba oír más. Había tomado más decisiones. Ambos periodistas les dieron casi todos sus alimentos y les pidieron que aguardasen junto a ellos durante un rato. No tenían donde ir, así que asintieron y se quedaron junto a ellos en aquella cuneta de aquel camino anónimo. No mucho después llegó Pedro con el todoterreno. Jean-Rene se puso delante de los faros del carro para hacerle señas de que se detuviera.
-Hola Pedro ¿que tal te ha ido con Alan? - le preguntó Sandrine
-Ese tío está loco. Solo quería que lo acercara al combate más y más. Le dije que había muchos militares por allí y que nos detendrían antes o después, eso si no nos mataban los proyectiles que caían cada vez más cerca. Al final lo he convencido para que siguiera a pie, pero tenía intención de llegar a “Cuatro Vías”...está loco.
-Se las arreglará... - y cambió su forma de expresarse para decir lo que venía a continuación - Pedro ¿me podrías hacer un favor? Necesito que llevemos a esta mujer y a su hija a un lugar seguro y donde pueda ser bien atendida ¿conoces algún sitio?
-mmm... - Pedro se quedó mirandolas un momento - ...creo que si. He oído que en Barbacoas se están agrupando un buen número de refugiados por que el gobierno está creando allí una especie de zona para ellos, con alimentos y otros servicios...
-¿Pero? - preguntó Sandrine al ver que Pedro dudaba.
-Conozco otro lugar donde se las trataría mejor que allí.
-¿Donde? - dijo con impaciencia la periodista.
-Creo que mi señora esposa estaría encantada de tener compañía y las cuidaría muy bien. Desde que mis hijos se marcharon de casa, siempre dice que se aburre y no tiene con quien hablar...y creame, le gusta hablar.
Sandrine esbozó una sonrisa.
-¿Estás ofreciéndoles tu casa...?
Pedro la miró con curiosidad.
-Es usted muy guapa, pero para ser periodista, no es muy lista... - dijo sonriendo, mientras Sandrine se sonrojaba un poco.
-¿Podemos acompañaros?
-Por supuesto, pero nos llevará todavía un buen rato, sobre todo si no vamos a coger la carretera...
-Creo que ya da lo mismo. Ellas necesitan poder descansar y comer adecuadamente...vamos por donde sea más corto.
-De acuerdo...usted manda.
-No se preocupe, le pagaré.
-¿El viaje de hoy? Claro que me lo pagará, y si mañana quiere volver a intentarlo, también me pagará, pero estas compatriotas son mis huéspedes desde ahora, y son mi responsabilidad.
Sandrine le dedicó una mirada de profundo agradecimiento, y luego se retiró a hablar con Edianys.
Unos minutos después, y mientras el cielo se iluminaba de vez en cuando y, en la lejanía resonaban las explosiones de los proyectiles de la artillería de uno y otro bando, los cinco miembros de aquella peculiar comitiva, se alejaban en un pequeño todoterreno hacia un lugar más tranquilo y distante.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Malditas tropas invasoras que han venido a traer muerte y destrucción a los vecinos. Malditos sean.
- flanker33
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
TiunaVE escribió:Otro buen fragmento Flanker, el cual refleja las tristes consecuencias que genera una guerra.
Hola Tiuna, esa es un poco la idea. También me gusta hablar de esos temas en los relatos, a parte de lo puramente bélico.
Saludos.
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- Andrés Eduardo González
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
camiluri escribió:Malditas tropas invasoras que han venido a traer muerte y destrucción a los vecinos. Malditos sean.
Tranquilo, es una historia. No hay porqué tomarlo tan personal...
"En momentos de crisis, el pueblo clama a Dios y pide ayuda al soldado. En tiempos de paz, Dios es olvidado y el soldado despreciado».
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
camiluri escribió:Malditas tropas invasoras que han venido a traer muerte y destrucción a los vecinos. Malditos sean.
No debes olvidar como comenzo el relato...
Saludos
It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Muy buen relato Flanker como nos tienes acostumbrados excelente tú forma de estructurar la historia.
Saludos
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- Vasili Záitsev
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Flanker en sí ha tocado de nuevo un tema que le aporta sensibilidad a todo conflicto bélico: Los refugiados. Recuerdo que en otro de sus relatos, él escribió sobre la huida de un niño de Corea del Sur, con las tropas de Corea del Norte pisandole los talones. Él se encontraba con unos policías heridos, y seguía sin descanso su huida. En ese aspecto, le da el toque 'humano'.
El tamaño de tu éxito, será del tamaño de tu esfuerzo.
Sebastian Francisco de Miranda.
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- Vasili Záitsev
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
Flanker en sí ha tocado de nuevo un tema que le aporta sensibilidad a todo conflicto bélico: Los refugiados. Recuerdo que en otro de sus relatos, él escribió sobre la huida de un niño de Corea del Sur, con las tropas de Corea del Norte pisandole los talones. Él se encontraba con unos policías heridos, y seguía sin descanso su huida. En ese aspecto, le da el toque 'humano'.
El tamaño de tu éxito, será del tamaño de tu esfuerzo.
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- Andrés Eduardo González
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Relato: 2008. La Llamarada del Fénix
KL Albrecht Achilles escribió:camiluri escribió:Malditas tropas invasoras que han venido a traer muerte y destrucción a los vecinos. Malditos sean.
No debes olvidar como comenzo el relato...
Saludos
Sí, eliminando a un TERRORISTA que bien merecido se tenía su destino...
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