Un soldado de cuatro siglos
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid, 2 de septiembre de 1631
Pedro acudió una vez más a reunirse con el valido, Don Miguel Santos de San Pedro, arzobispo de Granada y presidente del consejo de Castilla. El trabajo para reformar la marina y el ejército le ocupaba gran parte del tiempo y no era nada sencillo. A la búsqueda de fondos se unía la falta de infraestructuras y organización de una España a medio camino entre el estado feudal y moderno. Por ello no había tenido más remedio que acudir a sus viejos amigos… a sus únicos amigos reales, los únicos que compartían su secreto y por
añadidura, los únicos que podía apoyarle para realizar las reformas necesarias.
— ¿Quién es este tal Ignacio Otamendi? —Quiso saber el válido del rey mientras leía los informes sobre los trabajos de modernización que debía ser aprobados por el consejo de Castilla y por el monarca.
—Un ingeniero naval vizcaíno que trabaja en los astilleros de Cantabria con el que he trabajado anteriormente, ilustrísima. Él diseño los bajeles de la Compañía y ha sido una pieza esencial a la hora de reformar la construcción naval de El Astillero.
—Y vos queréis que sea él quien reforme y diseñe los “arsenales” que menciona…
—Así es ilustrísima. Es el mejor hombre para el trabajo. Fue capaz de construir presas, molinos e ingenios mecánicos que facilitaron mucho el trabajo de los carpinteros, por no mencionar que los diseños de sus bajeles han sido revolucionarios, y no porque lo diga yo… el almirante Oquendo y cuantos han navegado en sus navíos opinan de igual manera. Creo que necesitamos un hombre así como Intendente general de los arsenales de la Armada, además se ha mostrado dispuesto a poner su fortuna al servicio de la reforma.
—El otro colaborador que ha buscado, el tal Diego de Entrerrios también ha sido socio suyo, ¿Verdad?
—Si ilustrísima, ambos son socios fundadores de la Compañía.
—Y Diego se ofrece a financiar la construcción de veinticuatro navíos de línea en El Astillero, no en uno de los arsenales…
—Necesitamos que sea en El Astillero, ilustrísima, al menos de momento, mientras reformaremos Ferrol, Cádiz, y Cartagena. Pero El Astillero perderá importancia en unos años y los arsenales estén acabados, cuando eso ocurra se convertirá en un astillero eminentemente privado...
Pedro acudió una vez más a reunirse con el valido, Don Miguel Santos de San Pedro, arzobispo de Granada y presidente del consejo de Castilla. El trabajo para reformar la marina y el ejército le ocupaba gran parte del tiempo y no era nada sencillo. A la búsqueda de fondos se unía la falta de infraestructuras y organización de una España a medio camino entre el estado feudal y moderno. Por ello no había tenido más remedio que acudir a sus viejos amigos… a sus únicos amigos reales, los únicos que compartían su secreto y por
añadidura, los únicos que podía apoyarle para realizar las reformas necesarias.
— ¿Quién es este tal Ignacio Otamendi? —Quiso saber el válido del rey mientras leía los informes sobre los trabajos de modernización que debía ser aprobados por el consejo de Castilla y por el monarca.
—Un ingeniero naval vizcaíno que trabaja en los astilleros de Cantabria con el que he trabajado anteriormente, ilustrísima. Él diseño los bajeles de la Compañía y ha sido una pieza esencial a la hora de reformar la construcción naval de El Astillero.
—Y vos queréis que sea él quien reforme y diseñe los “arsenales” que menciona…
—Así es ilustrísima. Es el mejor hombre para el trabajo. Fue capaz de construir presas, molinos e ingenios mecánicos que facilitaron mucho el trabajo de los carpinteros, por no mencionar que los diseños de sus bajeles han sido revolucionarios, y no porque lo diga yo… el almirante Oquendo y cuantos han navegado en sus navíos opinan de igual manera. Creo que necesitamos un hombre así como Intendente general de los arsenales de la Armada, además se ha mostrado dispuesto a poner su fortuna al servicio de la reforma.
—El otro colaborador que ha buscado, el tal Diego de Entrerrios también ha sido socio suyo, ¿Verdad?
—Si ilustrísima, ambos son socios fundadores de la Compañía.
—Y Diego se ofrece a financiar la construcción de veinticuatro navíos de línea en El Astillero, no en uno de los arsenales…
—Necesitamos que sea en El Astillero, ilustrísima, al menos de momento, mientras reformaremos Ferrol, Cádiz, y Cartagena. Pero El Astillero perderá importancia en unos años y los arsenales estén acabados, cuando eso ocurra se convertirá en un astillero eminentemente privado...
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Casa de Contratación, Sevilla, octubre de 1631
La casa de contratación estaba en pie de guerra desde dos semanas atrás, cuando el Rey concedió a una compañía mercantil valenciana el permiso para comerciar con las Indias sin pasar por la casa de Contratación. Era el primer golpe al monopolio del que había gozado la Casa de Contratación de Sevilla o de Indias durante todo un siglo en el comercio con el Nuevo Mundo, y sin duda en él había pesado de forma definitiva la promesa que hicieron los valencianos de multiplicar exponencialmente los impuestos recaudados por la corona.
Aun peor, las maniobras contra la Casa de Contratación no habían finalizado y se rumoreaba que el Consell de Valencia estaba dispuesto a donar varios millones de ducados a la corona para levantar de forma definitiva la prohibición de comercio. Esto sin duda sería un golpe letal para ellos, pues perderían gran parte del comercio ante una potencia industrial que estaba construyendo productos de lujo en masa como espejos, porcelanas, relojes de gran calidad. O productos como ropas y diversos tipos de enseres de consumo de buena calidad a bajo precio, un precio mucho más bajo que el de cualquier otro tipo de prenda hecha en cualquier otra nación, pues se decía que en las fábricas de Valencia habían logrado una maquina hilandera que trabajaba diez veces más rápido que cualquier otra hilandera.
Debían contraatacar…
----------------------------------------
al mismo tiempo...
Aunque de momento y gracias al apoyo económico a la corona, Pedro había logrado romper el monopolio de Indias para la Compañía, ahora seguía tratando de convencer al Rey de que al eliminar el monopolio de Sevilla en el comercio con el nuevo mundo para todos los dominios de la corona, y sobre todo eliminar el sistema de flotas que limitaba artificialmente el comercio, aumentaría los ingresos de la hacienda exponencialmente. Para ello habría que construir lonjas en los puertos americanos que fuesen a comerciar, pero permitiría recaudar impuestos no en un puerto como ocurría ahora, sino en cualquier puerto comercial tanto del nuevo mundo como de España.
Así, en todo caso, las flotas de la plata se reservarían no para proteger flotas comerciales, sino para traer los impuestos de la corona recaudados por dicha actividad comercial. Para empezar seis galeones fletados por la compañía ya se dirigían al Nuevo Mundo, en busca de especias, salitre de Chile y sobre todo, Castilla Vieja. Con aquel caucho que compraría por unos reales la arroba, confeccionaría impermeables de tela con caucho vulcanizado que esperaba vender por decenas de reales, al fin y al cabo serían un producto muy superior a las capas enceradas en boga hoy en día. De hecho los primeros prototipos de esos impermeables ya tenían un par de años, y los marineros que las habían probado se habían mostrado encantados con ellos.
La casa de contratación estaba en pie de guerra desde dos semanas atrás, cuando el Rey concedió a una compañía mercantil valenciana el permiso para comerciar con las Indias sin pasar por la casa de Contratación. Era el primer golpe al monopolio del que había gozado la Casa de Contratación de Sevilla o de Indias durante todo un siglo en el comercio con el Nuevo Mundo, y sin duda en él había pesado de forma definitiva la promesa que hicieron los valencianos de multiplicar exponencialmente los impuestos recaudados por la corona.
Aun peor, las maniobras contra la Casa de Contratación no habían finalizado y se rumoreaba que el Consell de Valencia estaba dispuesto a donar varios millones de ducados a la corona para levantar de forma definitiva la prohibición de comercio. Esto sin duda sería un golpe letal para ellos, pues perderían gran parte del comercio ante una potencia industrial que estaba construyendo productos de lujo en masa como espejos, porcelanas, relojes de gran calidad. O productos como ropas y diversos tipos de enseres de consumo de buena calidad a bajo precio, un precio mucho más bajo que el de cualquier otro tipo de prenda hecha en cualquier otra nación, pues se decía que en las fábricas de Valencia habían logrado una maquina hilandera que trabajaba diez veces más rápido que cualquier otra hilandera.
Debían contraatacar…
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al mismo tiempo...
Aunque de momento y gracias al apoyo económico a la corona, Pedro había logrado romper el monopolio de Indias para la Compañía, ahora seguía tratando de convencer al Rey de que al eliminar el monopolio de Sevilla en el comercio con el nuevo mundo para todos los dominios de la corona, y sobre todo eliminar el sistema de flotas que limitaba artificialmente el comercio, aumentaría los ingresos de la hacienda exponencialmente. Para ello habría que construir lonjas en los puertos americanos que fuesen a comerciar, pero permitiría recaudar impuestos no en un puerto como ocurría ahora, sino en cualquier puerto comercial tanto del nuevo mundo como de España.
Así, en todo caso, las flotas de la plata se reservarían no para proteger flotas comerciales, sino para traer los impuestos de la corona recaudados por dicha actividad comercial. Para empezar seis galeones fletados por la compañía ya se dirigían al Nuevo Mundo, en busca de especias, salitre de Chile y sobre todo, Castilla Vieja. Con aquel caucho que compraría por unos reales la arroba, confeccionaría impermeables de tela con caucho vulcanizado que esperaba vender por decenas de reales, al fin y al cabo serían un producto muy superior a las capas enceradas en boga hoy en día. De hecho los primeros prototipos de esos impermeables ya tenían un par de años, y los marineros que las habían probado se habían mostrado encantados con ellos.
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Yeguadas Militares
Las yeguadas militares son instituciones militares españolas que desde el siglo XVII se dedican a la cría de caballos entre otras actividades.
Historia
El 13 de febrero de 1632, dentro del grupo de reformas del ejército que llevaron a la creación del que se conoció como “Ejército Reformado”, el Rey Felipe IV dio la orden de constituir las yeguadas militares. Con la creación de estas yeguadas el rey trataba de revertir el abandono de la cabaña equina española, que había sufrido un gran retroceso durante el siglo anterior al abandonarse las políticas proteccionistas impuestas por Fernando el Católico. Este abandono había condenado a España a un déficit de caballos no solventado por la creación por Felipe II de las caballerizas reales de Córdoba, origen de la raza española de caballos, pero dedicada únicamente a servir a la casa real, o la Yeguada Real de Aranjuez, originalmente perteneciente a la Orden de Santiago.
Para potenciar la cría de caballos se seleccionaron yeguas y sementales de cinco razas equinas consideradas de especial utilidad para las armas. Estas fueron la Pura Raza Española en Jerez de la Frontera, el Lusitano cerca de Évora, la raza árabe se criaría en las cercanías de Valencia, la raza hispano-árabe, cruce de las anteriores en Cantabria, y el caballo hispano-bretón, un caballo de sangre fría creado mediante el cruce de los caballos españoles y bretones para lograr un caballo de trabajo de grandes dimensiones en Guipúzcoa.
Debido al éxito logrado por las yeguadas llevo a que años más tarde se fundasen nuevas yeguadas fuera de la península ibérica, siendo las más apreciadas la de Nápoles para la cría del napolitano y las de Nuevo México y Texas dedicados a la cría de mustangos. La cuidada selección de ejemplares y el control de las líneas de sangre de los equinos…
Las yeguadas militares son instituciones militares españolas que desde el siglo XVII se dedican a la cría de caballos entre otras actividades.
Historia
El 13 de febrero de 1632, dentro del grupo de reformas del ejército que llevaron a la creación del que se conoció como “Ejército Reformado”, el Rey Felipe IV dio la orden de constituir las yeguadas militares. Con la creación de estas yeguadas el rey trataba de revertir el abandono de la cabaña equina española, que había sufrido un gran retroceso durante el siglo anterior al abandonarse las políticas proteccionistas impuestas por Fernando el Católico. Este abandono había condenado a España a un déficit de caballos no solventado por la creación por Felipe II de las caballerizas reales de Córdoba, origen de la raza española de caballos, pero dedicada únicamente a servir a la casa real, o la Yeguada Real de Aranjuez, originalmente perteneciente a la Orden de Santiago.
Para potenciar la cría de caballos se seleccionaron yeguas y sementales de cinco razas equinas consideradas de especial utilidad para las armas. Estas fueron la Pura Raza Española en Jerez de la Frontera, el Lusitano cerca de Évora, la raza árabe se criaría en las cercanías de Valencia, la raza hispano-árabe, cruce de las anteriores en Cantabria, y el caballo hispano-bretón, un caballo de sangre fría creado mediante el cruce de los caballos españoles y bretones para lograr un caballo de trabajo de grandes dimensiones en Guipúzcoa.
Debido al éxito logrado por las yeguadas llevo a que años más tarde se fundasen nuevas yeguadas fuera de la península ibérica, siendo las más apreciadas la de Nápoles para la cría del napolitano y las de Nuevo México y Texas dedicados a la cría de mustangos. La cuidada selección de ejemplares y el control de las líneas de sangre de los equinos…
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Madrid, febrero de 1632
—Hay voces que sugieren que sois un marrano, Don Pedro.
—Eso es…mentira, simple y llanamente mentira.
—Lo sé, Don Pedro, no me interpretéis mal, yo os apoyo, pero el que hayáis logrado que el Rey acceda a traer judíos a Valencia y les haya otorgado protección ha dañado vuestra causa.
—¿Judíos? Yo lo que he traído han sido trabajadores, los mejores tallistas de diamantes del mundo.
—Que da casualidad que son judíos.
—Así es excelencia, son judíos, pero eso es ajeno a mi decisión, yo busque tallistas porque los necesitaba, y estos eran judíos.
— ¿Puedo preguntaros por qué los necesitáis?
—Porque he localizado un yacimiento de diamantes increíble, tan increíble que los diamantes pueden recogerse literalmente del suelo, solo hace falta agacharse y coger las piedras que están mezcladas con la arena.
— ¿Y los judíos…?
—Los necesito para pulir los diamantes, una piedra sin pulir puede venderse por unos pocos ducados, pero una pulida…su precio se dispara.
— ¿Por eso habéis contratado mercenarios para proteger a los judíos de Valencia?
—No, los mercenarios los he contratado para proteger una judería en la que voy a tener mercancía por valor de millones de ducados…y da la casualidad que los artesanos que los tallaran están allí.
— ¿Cuándo empezareis con ese negocio, Don Pedro?
—En unos días publicare un anuncio buscando inversores, estad atento si queréis participar en ello, su majestad ya ha declarado su interés en adquirir acciones de la nueva empresa.
—Gracias por la oferta, Don Pedro, estaré atento…pero no olvidéis esas voces, prestarles atención es vuestra elección, pero es bueno que sepáis que hay muchas envidias e intereses en juego. Sois demasiado rico y bien parecido para ser bueno. Aun peor, por vos parece que no pasen los años, así que también se os acusa de brujo y de tener tratos con el diablo…
—Interesante… ¿No podréis decirme quienes murmullan a mis espaldas, verdad? No, dejémoslo…por fortuna se quiénes son mis verdaderos amigos, y por desgracia para quienes murmullan a mis espaldas, estoy dispuesto a compartir mi fortuna con mis amigos dándoles participación en mis empresas, pero no con ellos. Así que si supiesen que les convenía tratarían de hacerse mis amigos y no de murmurar…
—Lo sé, Don Pedro, pero debéis tener en cuenta que estáis acumulando mucho poder. Ganáis el cinco, tal vez seis veces más que las mayores familias del reino y ahora os habéis convertido en un consejero cercano a su Majestad, tanto que os va a conceder un título. Hay muchos nobles que están rabiando por ello.
—Nobles…y también hombres de la Iglesia, excelencia, lo sé bien. En fin, siempre hay gente ciega al progreso. Esos nobles que se quejan de mi fortuna harían mejor en darse cuenta que la riqueza no está en unos predios que nunca han visitado y que dependen de unas cosechas que pueden ser azotadas por sequías, heladas, granizo, plagas y quien sabe que más…es en el comercio donde están las verdaderas ganancias…
—Hay voces que sugieren que sois un marrano, Don Pedro.
—Eso es…mentira, simple y llanamente mentira.
—Lo sé, Don Pedro, no me interpretéis mal, yo os apoyo, pero el que hayáis logrado que el Rey acceda a traer judíos a Valencia y les haya otorgado protección ha dañado vuestra causa.
—¿Judíos? Yo lo que he traído han sido trabajadores, los mejores tallistas de diamantes del mundo.
—Que da casualidad que son judíos.
—Así es excelencia, son judíos, pero eso es ajeno a mi decisión, yo busque tallistas porque los necesitaba, y estos eran judíos.
— ¿Puedo preguntaros por qué los necesitáis?
—Porque he localizado un yacimiento de diamantes increíble, tan increíble que los diamantes pueden recogerse literalmente del suelo, solo hace falta agacharse y coger las piedras que están mezcladas con la arena.
— ¿Y los judíos…?
—Los necesito para pulir los diamantes, una piedra sin pulir puede venderse por unos pocos ducados, pero una pulida…su precio se dispara.
— ¿Por eso habéis contratado mercenarios para proteger a los judíos de Valencia?
—No, los mercenarios los he contratado para proteger una judería en la que voy a tener mercancía por valor de millones de ducados…y da la casualidad que los artesanos que los tallaran están allí.
— ¿Cuándo empezareis con ese negocio, Don Pedro?
—En unos días publicare un anuncio buscando inversores, estad atento si queréis participar en ello, su majestad ya ha declarado su interés en adquirir acciones de la nueva empresa.
—Gracias por la oferta, Don Pedro, estaré atento…pero no olvidéis esas voces, prestarles atención es vuestra elección, pero es bueno que sepáis que hay muchas envidias e intereses en juego. Sois demasiado rico y bien parecido para ser bueno. Aun peor, por vos parece que no pasen los años, así que también se os acusa de brujo y de tener tratos con el diablo…
—Interesante… ¿No podréis decirme quienes murmullan a mis espaldas, verdad? No, dejémoslo…por fortuna se quiénes son mis verdaderos amigos, y por desgracia para quienes murmullan a mis espaldas, estoy dispuesto a compartir mi fortuna con mis amigos dándoles participación en mis empresas, pero no con ellos. Así que si supiesen que les convenía tratarían de hacerse mis amigos y no de murmurar…
—Lo sé, Don Pedro, pero debéis tener en cuenta que estáis acumulando mucho poder. Ganáis el cinco, tal vez seis veces más que las mayores familias del reino y ahora os habéis convertido en un consejero cercano a su Majestad, tanto que os va a conceder un título. Hay muchos nobles que están rabiando por ello.
—Nobles…y también hombres de la Iglesia, excelencia, lo sé bien. En fin, siempre hay gente ciega al progreso. Esos nobles que se quejan de mi fortuna harían mejor en darse cuenta que la riqueza no está en unos predios que nunca han visitado y que dependen de unas cosechas que pueden ser azotadas por sequías, heladas, granizo, plagas y quien sabe que más…es en el comercio donde están las verdaderas ganancias…
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Un soldado de cuatro siglos
Historia de la Armada Española
El reinado de Felipe IV, y la creación de la Armada
La obra de “del Puerto”
Presupuesto de paz y el plan de superioridad naval. — Protección a la industria nacional. — Arsenales. —Contratación de artesanos extranjeros. — Fabricas. —Ordenanzas de Montes. —Sistema de construcción. —Sus resultados. — Cuenta y Razón. —Personal. —Marinería. —Oficiales. — Su instrucción. —Observatorio de Castellón. —Colegios de Medicina y Cirugía.—Ordenanzas generales.—Libros.— Supresión de las galeras.—Los navíos de línea. — Las Fragatas. — Los bergantines y jabeques. —La artillería naval y de costa. —La armada en números. —Nuevos Horizontes.
... Ni la impaciencia ni el apresuramiento eran buenos para alcanzar el fin del presupuesto; tenía que procurarse, por lo contrario, con calma, con método perseverancia, teniendo por averiguado que la marina de los tiempos anteriores al presente había sido fuerza de apariencia, pues careció de arsenales donde está su fundamento, de ordenanzas, de sistema, de disciplina, abrigando el propósito de que la ideada fuera enteramente nueva en el todo en las partes. En lo que respecta la financiación de los proyectos militares navales, el marqués de del Puerto calculaba que era preciso aplicar 19 millones de escudos para potenciar el Ejército y 8 millones para la Marina, puesto que los recursos alcanzaban solamente 30 millones, necesitaba aumentar los ingresos en 7 millones si se querían consagrar las restantes obligaciones.
A su entender era fácil de obtener con la supresión del monopolio de Indias y el establecimiento de una contribución única que proyectaba con el incremento de la venta del tabaco, de la sal, de rentas del comercio de la sal; cáñamo, madera, del desarrollo del comercio de manufacturas, frutos, de la redención de juros de los desempeños de alcabalas, así como del producto de Indias. Asegurada esa potenciación el rey podría ser árbitro de la paz y de la guerra en Europa pues las noticias de ese rearme "causará respeto contribuirá a tranquilidad que se desea para aprovecharse de ella.
Aseguraba el “Ministro” en las exposiciones Memorias dirigidas al Rey, que con excepción de las perchas de arbola dura de grandes dimensiones, todo cuanto es necesario para construir armar navíos se produce se halla en España, en ella debía de fabricarse, porque tampoco es efectiva ni permanente la marina que no se forma sostiene por industria del país.
Desde la hora en que la paz estuvo asegurada, empezó el ejercicio de los presupuestos por la inmensa labor de los arsenales. Dirigió los trabajos el ingeniero Ignacio Otamendi Lezaun, habiendo discutido los planes con el ministro de Marina D. Pedro de Llopis, marques del Puerto, y con el capitán General de la Armada del Mar Océano Don Fadrique de Toledo, y el almirante general de la armada del océano, D. Antonio de Oquendo.
Se crearon tres arsenales en la costa Española en los que en lo sucesivo debía concentrarse la construcción naval militar y el mantenimiento de la Escuadra española. Estos eran el de Ferrol, el de Cádiz, y el de Cartagena, todos elegidos por la protección de sus puertos y situación estratégica, pues desde cada uno de ellos se proyectaba poder en una dirección. Así el de Ferrol amenazaba y controlaba las rutas del Atlántico Norte, mientras el de Cádiz controlaba el estrecho de Gibraltar y la entrada al Mar Mediterráneo, quedando el de Cartagena para controlar el propio Mediterráneo. Un cuarto arsenal se crearía en La Habana para el servicio del Mar Caribe.
La industria nacional tenía graves carencias, pero en algunos aspectos estaba ya mucho más avanzada que sus competidores pues en Valencia y Cantabria había parecido los primeros ejemplos de mecanización. Para remediar el atraso en jarcias y cabos se buscaron y trajeron artesanos de toda Europa. Pasaron los agentes del rey a Inglaterra de donde trajeron en secreto tres artesanos y doce capataces y contramaestres especializados en diversos trabajos. Pasaron también a las Provincias Unidas y especialmente al puerto de la corona de Dunkerque, donde trajeron otros seis artesanos sobresalientemente capacitados con todos sus ayudantes. A este extenso núcleo de artesanos y técnicos se añadieron en los años siguientes hasta cincuenta genoveses y veinte venecianos.
El reinado de Felipe IV, y la creación de la Armada
La obra de “del Puerto”
Presupuesto de paz y el plan de superioridad naval. — Protección a la industria nacional. — Arsenales. —Contratación de artesanos extranjeros. — Fabricas. —Ordenanzas de Montes. —Sistema de construcción. —Sus resultados. — Cuenta y Razón. —Personal. —Marinería. —Oficiales. — Su instrucción. —Observatorio de Castellón. —Colegios de Medicina y Cirugía.—Ordenanzas generales.—Libros.— Supresión de las galeras.—Los navíos de línea. — Las Fragatas. — Los bergantines y jabeques. —La artillería naval y de costa. —La armada en números. —Nuevos Horizontes.
... Ni la impaciencia ni el apresuramiento eran buenos para alcanzar el fin del presupuesto; tenía que procurarse, por lo contrario, con calma, con método perseverancia, teniendo por averiguado que la marina de los tiempos anteriores al presente había sido fuerza de apariencia, pues careció de arsenales donde está su fundamento, de ordenanzas, de sistema, de disciplina, abrigando el propósito de que la ideada fuera enteramente nueva en el todo en las partes. En lo que respecta la financiación de los proyectos militares navales, el marqués de del Puerto calculaba que era preciso aplicar 19 millones de escudos para potenciar el Ejército y 8 millones para la Marina, puesto que los recursos alcanzaban solamente 30 millones, necesitaba aumentar los ingresos en 7 millones si se querían consagrar las restantes obligaciones.
A su entender era fácil de obtener con la supresión del monopolio de Indias y el establecimiento de una contribución única que proyectaba con el incremento de la venta del tabaco, de la sal, de rentas del comercio de la sal; cáñamo, madera, del desarrollo del comercio de manufacturas, frutos, de la redención de juros de los desempeños de alcabalas, así como del producto de Indias. Asegurada esa potenciación el rey podría ser árbitro de la paz y de la guerra en Europa pues las noticias de ese rearme "causará respeto contribuirá a tranquilidad que se desea para aprovecharse de ella.
Aseguraba el “Ministro” en las exposiciones Memorias dirigidas al Rey, que con excepción de las perchas de arbola dura de grandes dimensiones, todo cuanto es necesario para construir armar navíos se produce se halla en España, en ella debía de fabricarse, porque tampoco es efectiva ni permanente la marina que no se forma sostiene por industria del país.
Desde la hora en que la paz estuvo asegurada, empezó el ejercicio de los presupuestos por la inmensa labor de los arsenales. Dirigió los trabajos el ingeniero Ignacio Otamendi Lezaun, habiendo discutido los planes con el ministro de Marina D. Pedro de Llopis, marques del Puerto, y con el capitán General de la Armada del Mar Océano Don Fadrique de Toledo, y el almirante general de la armada del océano, D. Antonio de Oquendo.
Se crearon tres arsenales en la costa Española en los que en lo sucesivo debía concentrarse la construcción naval militar y el mantenimiento de la Escuadra española. Estos eran el de Ferrol, el de Cádiz, y el de Cartagena, todos elegidos por la protección de sus puertos y situación estratégica, pues desde cada uno de ellos se proyectaba poder en una dirección. Así el de Ferrol amenazaba y controlaba las rutas del Atlántico Norte, mientras el de Cádiz controlaba el estrecho de Gibraltar y la entrada al Mar Mediterráneo, quedando el de Cartagena para controlar el propio Mediterráneo. Un cuarto arsenal se crearía en La Habana para el servicio del Mar Caribe.
La industria nacional tenía graves carencias, pero en algunos aspectos estaba ya mucho más avanzada que sus competidores pues en Valencia y Cantabria había parecido los primeros ejemplos de mecanización. Para remediar el atraso en jarcias y cabos se buscaron y trajeron artesanos de toda Europa. Pasaron los agentes del rey a Inglaterra de donde trajeron en secreto tres artesanos y doce capataces y contramaestres especializados en diversos trabajos. Pasaron también a las Provincias Unidas y especialmente al puerto de la corona de Dunkerque, donde trajeron otros seis artesanos sobresalientemente capacitados con todos sus ayudantes. A este extenso núcleo de artesanos y técnicos se añadieron en los años siguientes hasta cincuenta genoveses y veinte venecianos.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
16 de Noviembre de 1632, Lutzen.
Rochefort apaciguó su caballo con un gesto de la mano.
El monarca sueco era capaz pero impetuoso. Nadie lo diría, con esa mirada de cordero degollado. Y no es que su presencia fuera precisamente apolinea, pero le echaba narices al asunto. No dudaba en ir al choque con el enemigo.
Las cosas iban bien para los suecos, aunque Wallenstein era un viejo zorro y no iba a ceder el campo con facilidad.
El francés miró al rey, le veía impaciente, de haber podido hubiera pifiado el suelo mas que su caballo.
Un oficial de coraceros se le acercó, cubierto de sangre, propia y ajena. Su caballo presentaba peor aspecto. Hablaron brevemente y Gustavo Adolfo miró a su alrededor. No le quedaban reservas a mano pero Rochefort pensaba que le hubiera dado lo mismo.
El rey gritó algo en sueco que el francés no entendió pero se lo imaginaba. Su pequeña escolta de poco mas de 20 hombres desenfundaron las pistolas y las comprobaron. El rey hizo lo mismo y comenzó un trote ligero hacia una formación de caballería enemiga.
La escolta intentó ponerse por delante para cubrir a su Rey pero fue inútil, el león del Norte iba a hacer honor a su fama, una vez mas. Aumentó el paso de su montura poco a poco, con lo que sus coraceros bastante tuvieron con mantenerse a su altura.
El trote se convirtió en un galope desenfrenado. El aire, partículas de barro, el humo de la pólvora y gritos, muchos gritos llegaron a la cara de Rochefort. Entonces vio como una formación de coraceros enemigos con amplias bandas de color rojo cruzadas sobre su pecho se encontraban a pocos metros. Un silencio irreal se apoderó de la escena justo antes del choque. Unos disparos atronaron sus oidos y el ruido volvió con toda su fuerza.
Rochefort perdió de vista al Rey, bastante tenía con el gigante aleman que intentaba abrirle la cabeza con un pico, tras haber fallado su disparo. Con el rabillo del ojo vio como Gustavo se introducía mas y mas en la formación enemiga. Algunos miembros de su escolta intentaron ir tras él, pero cayeron al suelo.
Rochefort vio que podía perderse allí mismo la guerra. Muerto Gustavo Adolfo significaría un importante impulso a la causa católica.
Envio un tajo a la montura del alemán, que cayó al suelo al moverse el caballo. El francés picó espuelas y salio disparado. Esquivó un par de combates individuales y pudo ver por un momento al caballo del Rey. Galopaba solo, de vuelta a las filas suecas. Ni rastro de su jinete. Rochefort tragó saliva y de pronto lo vió, una figura vestida de cuero amarillo, con una coraza de la que parecía manar sangre. Se encontraba de rodillas pero lo peor era el coracero alemán que le apuntaba con su pistola de rueda. Rochefort solo tenía la espada así que se lanzó contra él. Las dos monturas chocaron y los jinetes cayeron al suelo. El francés se levantó mas rápido e introdujo la espada por el hueco que dejaba la protección facial del casco del coracero. Se giró y vio como varios jinetes de la escolta llegaba y rodeaban al ahora caido en el suelo monarca sueco.
Rochefort se lanzó sobre él, le agito.
-Sire, sire...
El sueco no reaccionaba. Rochefort pensaba que allí terminaba su vida y la causa que le había encomendado Richelieu.
De pronto el rey abrió los ojos y miró iracundo al francés. En un pésimo francés le arrojó a la cara: -Dejad de agitadme, no soy un tambor.
Rochefort se tranquilizó, Lutzen sería una victoria sueca y el rey seguía al frente de su ejército.
Rochefort apaciguó su caballo con un gesto de la mano.
El monarca sueco era capaz pero impetuoso. Nadie lo diría, con esa mirada de cordero degollado. Y no es que su presencia fuera precisamente apolinea, pero le echaba narices al asunto. No dudaba en ir al choque con el enemigo.
Las cosas iban bien para los suecos, aunque Wallenstein era un viejo zorro y no iba a ceder el campo con facilidad.
El francés miró al rey, le veía impaciente, de haber podido hubiera pifiado el suelo mas que su caballo.
Un oficial de coraceros se le acercó, cubierto de sangre, propia y ajena. Su caballo presentaba peor aspecto. Hablaron brevemente y Gustavo Adolfo miró a su alrededor. No le quedaban reservas a mano pero Rochefort pensaba que le hubiera dado lo mismo.
El rey gritó algo en sueco que el francés no entendió pero se lo imaginaba. Su pequeña escolta de poco mas de 20 hombres desenfundaron las pistolas y las comprobaron. El rey hizo lo mismo y comenzó un trote ligero hacia una formación de caballería enemiga.
La escolta intentó ponerse por delante para cubrir a su Rey pero fue inútil, el león del Norte iba a hacer honor a su fama, una vez mas. Aumentó el paso de su montura poco a poco, con lo que sus coraceros bastante tuvieron con mantenerse a su altura.
El trote se convirtió en un galope desenfrenado. El aire, partículas de barro, el humo de la pólvora y gritos, muchos gritos llegaron a la cara de Rochefort. Entonces vio como una formación de coraceros enemigos con amplias bandas de color rojo cruzadas sobre su pecho se encontraban a pocos metros. Un silencio irreal se apoderó de la escena justo antes del choque. Unos disparos atronaron sus oidos y el ruido volvió con toda su fuerza.
Rochefort perdió de vista al Rey, bastante tenía con el gigante aleman que intentaba abrirle la cabeza con un pico, tras haber fallado su disparo. Con el rabillo del ojo vio como Gustavo se introducía mas y mas en la formación enemiga. Algunos miembros de su escolta intentaron ir tras él, pero cayeron al suelo.
Rochefort vio que podía perderse allí mismo la guerra. Muerto Gustavo Adolfo significaría un importante impulso a la causa católica.
Envio un tajo a la montura del alemán, que cayó al suelo al moverse el caballo. El francés picó espuelas y salio disparado. Esquivó un par de combates individuales y pudo ver por un momento al caballo del Rey. Galopaba solo, de vuelta a las filas suecas. Ni rastro de su jinete. Rochefort tragó saliva y de pronto lo vió, una figura vestida de cuero amarillo, con una coraza de la que parecía manar sangre. Se encontraba de rodillas pero lo peor era el coracero alemán que le apuntaba con su pistola de rueda. Rochefort solo tenía la espada así que se lanzó contra él. Las dos monturas chocaron y los jinetes cayeron al suelo. El francés se levantó mas rápido e introdujo la espada por el hueco que dejaba la protección facial del casco del coracero. Se giró y vio como varios jinetes de la escolta llegaba y rodeaban al ahora caido en el suelo monarca sueco.
Rochefort se lanzó sobre él, le agito.
-Sire, sire...
El sueco no reaccionaba. Rochefort pensaba que allí terminaba su vida y la causa que le había encomendado Richelieu.
De pronto el rey abrió los ojos y miró iracundo al francés. En un pésimo francés le arrojó a la cara: -Dejad de agitadme, no soy un tambor.
Rochefort se tranquilizó, Lutzen sería una victoria sueca y el rey seguía al frente de su ejército.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos
Durante los diez años siguientes se fundaron serrerías mecanizadas, fábricas de lona y jarcia en todos los astilleros, prefiriendo el de jarcia de Cartagena pues así se aprovecharía el excelente cáñamo de Granada y de Levante. Se fundaron Reales fábricas de artillería en La Cavada, Sevilla y Valencia. La fabricación de armas se mantuvo en las Reales Fábricas de armas de Placencia de las Armas, Toledo y en Orbaiceta, Navarra, y la de anclas en Guipúzcoa. En cuanto a las de pólvoras se crearon las Reales Fábricas de Pólvora de Murcia, Madrid, y Villafeliche en Aragón.
Los grandes hombres saben rodearse de otros que interpreten y secunden sus iniciativas, y no faltaron al marqués del Puerto los necesarios para impulsar la industria nacional. Uno y tal vez el principal de estos fue el Ingeniero e inventor Don Ignacio Otamendi. Con los principios de fundición de hierro ensayados en La Cavada y Lierganes años atrás por los inteligentes flamencos Juan Curcio y y Jorge de Brande, monto cinco hornos de fusión, dos de reverbero, y máquinas de barrenar y tornear, obteniendo cañones celebrados por su gran calidad. También fue crucial para el diseño de los arsenales y los navíos de línea de esa época, siendo celebrados sus navíos por su velocidad y estabilidad.
Otro fue D Diego de Entrerrios, esforzado capitán de los tercios y hombre de negocios con el que ya había tratado en el pasado. Este se comprometió a construir en los astilleros de Colindres y Guarnizo veinticuatro navíos de línea en cuatro años. Colosal empresa en relación al número de navíos de línea con el tiempo para construirlos, que tenía como objetivo el impulsar la flota mientras se construían los arsenales de Ferrol, Cádiz, y Cartagena sin paralizar la construcción de la flota.
Dentro del presupuesto sistemático que dicto el marqués del Puerto el 31 de enero de 1632, se contemplaba la Ordenanza de cría, conservación, plantíos y cortes de los montes. Se añadieron disposiciones complementarias regulando el arrastre, cura y depósito de las maderas con previsión a su empleo, de forma que entrando en el plan de construir sesenta navíos de línea y treinta fragatas en diez años, en 1637 había madera cortada y labrada para ochenta navíos y cuarenta fragatas. Plantados en sustitución de los arboles cortados más de tres millones de robles y encinas y registrados los pinares.
Con igual atención se acumulaban pertrechos de todo género, calculando que una vez emprendidas las obras estas no se detuvieran hasta que diez meses después se finalizase el navío con su armamento.
Solía repetir el ministro que la prodigalidad es vicio tan ejercitado en España como ignorada es la virtud de la economía, y no perdonaba medio de inculcar la máxima correctiva en los reglamentos y prevenciones que presidían la obra de los arsenales. Así consiguió inventariar todos los objetos, grandes y pequeños que componían la nave y determinar su valor minucioso. El resultado de esa política que en nuestros días es factor fundamental prioritario en todas las marinas del mundo se aplica través de lo que se conoce como Apoyo Logístico Integrado, vino ampliar la vida media de los barcos, pasándose de doce años de los construidos entre 1614 y 1624, a 31 años para los 74 navíos de línea proyectados entre 1650 y 1674, incidiendo en el extraordinario aumento de la fuerza ofensiva española en la mar.
La eficacia de esos mantenimientos recorridos nos la muestra el hecho de que el navío "El Guerrero" de 74 cañones, construido en El Ferrol en 1655, no necesitó carenarse hasta 1667, prolongando su vida hasta 1744, en tanto que el navío "Soberano" construido asimismo en El Ferrol, en 1654, sería desguazado en 1754.
Por otra parte, buscando la homogeneidad y mejora en las características, en 1632 el marqués del Puerto decidió que se abandonase el sistema hasta allí imperante en todo el mundo para el diseño de buques, que quedaba resumido en la siguiente frase: “Cuando Su Majestad ordena la construcción de un navío fija su tamaño el intendente reúne los carpinteros de plantilla les ordena hacer cada uno un presupuesto un plano, eligiendo el que le parece más conveniente.” En lo sucesivo en lugar de levantar un plano para cada buque, que originaba que ninguno fuese semejante, los navíos se construirían según el plano diseñado por un constructor de prestigio, similares a los de los buques ya en servicio que habían demostrado poseer una cualidades marineras y militares sobresalientes.
En todos los casos esos planos los analizaría la Junta de Constructores por él creada siendo el "Bahama" el primer buque que salió según estas ideas, botado en 1633, armado de 60 cañones, de los que veinticuatro eran de 36 libras, y veintiséis de a veinticuatro libras, los otros diez eran de a doce y a ocho libras. El navío tenía unas dimensiones de 152 pies de eslora, y 45 pies de manga, con 922 toneladas de desplazamiento.
Esta decisión coincidió con otra que rompía, asimismo, con una tradición de siglos, la supresión de las esculturas en la popa de los navíos "que si los adornos son degusto para la vista en nada aprovechan para la guerra ni para la mar".
Los grandes hombres saben rodearse de otros que interpreten y secunden sus iniciativas, y no faltaron al marqués del Puerto los necesarios para impulsar la industria nacional. Uno y tal vez el principal de estos fue el Ingeniero e inventor Don Ignacio Otamendi. Con los principios de fundición de hierro ensayados en La Cavada y Lierganes años atrás por los inteligentes flamencos Juan Curcio y y Jorge de Brande, monto cinco hornos de fusión, dos de reverbero, y máquinas de barrenar y tornear, obteniendo cañones celebrados por su gran calidad. También fue crucial para el diseño de los arsenales y los navíos de línea de esa época, siendo celebrados sus navíos por su velocidad y estabilidad.
Otro fue D Diego de Entrerrios, esforzado capitán de los tercios y hombre de negocios con el que ya había tratado en el pasado. Este se comprometió a construir en los astilleros de Colindres y Guarnizo veinticuatro navíos de línea en cuatro años. Colosal empresa en relación al número de navíos de línea con el tiempo para construirlos, que tenía como objetivo el impulsar la flota mientras se construían los arsenales de Ferrol, Cádiz, y Cartagena sin paralizar la construcción de la flota.
Dentro del presupuesto sistemático que dicto el marqués del Puerto el 31 de enero de 1632, se contemplaba la Ordenanza de cría, conservación, plantíos y cortes de los montes. Se añadieron disposiciones complementarias regulando el arrastre, cura y depósito de las maderas con previsión a su empleo, de forma que entrando en el plan de construir sesenta navíos de línea y treinta fragatas en diez años, en 1637 había madera cortada y labrada para ochenta navíos y cuarenta fragatas. Plantados en sustitución de los arboles cortados más de tres millones de robles y encinas y registrados los pinares.
Con igual atención se acumulaban pertrechos de todo género, calculando que una vez emprendidas las obras estas no se detuvieran hasta que diez meses después se finalizase el navío con su armamento.
Solía repetir el ministro que la prodigalidad es vicio tan ejercitado en España como ignorada es la virtud de la economía, y no perdonaba medio de inculcar la máxima correctiva en los reglamentos y prevenciones que presidían la obra de los arsenales. Así consiguió inventariar todos los objetos, grandes y pequeños que componían la nave y determinar su valor minucioso. El resultado de esa política que en nuestros días es factor fundamental prioritario en todas las marinas del mundo se aplica través de lo que se conoce como Apoyo Logístico Integrado, vino ampliar la vida media de los barcos, pasándose de doce años de los construidos entre 1614 y 1624, a 31 años para los 74 navíos de línea proyectados entre 1650 y 1674, incidiendo en el extraordinario aumento de la fuerza ofensiva española en la mar.
La eficacia de esos mantenimientos recorridos nos la muestra el hecho de que el navío "El Guerrero" de 74 cañones, construido en El Ferrol en 1655, no necesitó carenarse hasta 1667, prolongando su vida hasta 1744, en tanto que el navío "Soberano" construido asimismo en El Ferrol, en 1654, sería desguazado en 1754.
Por otra parte, buscando la homogeneidad y mejora en las características, en 1632 el marqués del Puerto decidió que se abandonase el sistema hasta allí imperante en todo el mundo para el diseño de buques, que quedaba resumido en la siguiente frase: “Cuando Su Majestad ordena la construcción de un navío fija su tamaño el intendente reúne los carpinteros de plantilla les ordena hacer cada uno un presupuesto un plano, eligiendo el que le parece más conveniente.” En lo sucesivo en lugar de levantar un plano para cada buque, que originaba que ninguno fuese semejante, los navíos se construirían según el plano diseñado por un constructor de prestigio, similares a los de los buques ya en servicio que habían demostrado poseer una cualidades marineras y militares sobresalientes.
En todos los casos esos planos los analizaría la Junta de Constructores por él creada siendo el "Bahama" el primer buque que salió según estas ideas, botado en 1633, armado de 60 cañones, de los que veinticuatro eran de 36 libras, y veintiséis de a veinticuatro libras, los otros diez eran de a doce y a ocho libras. El navío tenía unas dimensiones de 152 pies de eslora, y 45 pies de manga, con 922 toneladas de desplazamiento.
Esta decisión coincidió con otra que rompía, asimismo, con una tradición de siglos, la supresión de las esculturas en la popa de los navíos "que si los adornos son degusto para la vista en nada aprovechan para la guerra ni para la mar".
Última edición por Gaspacher el 16 Nov 2016, 20:37, editado 1 vez en total.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos
“Pues bien, estamos en el siglo XVI, hay que apechugar con eso!” Y lo primero es intentar ganar el desayuno sin tocar los fondos. Intentaría convencer al ventero que amenizando su establecimiento con “música de la corte” a cambio de un tazón de leche y pan con tocino. Aceptó, pero a cambio de leche, sería un tazón del mismo vino aguado de la cena (lo que después de pensarlo un poco, no estaría mal, la brucelosis debía estar a la orden del día!) y una escudilla de sopa en el almuerzo, debería quedarme hasta pasada la cena, y la “música de la corte” fue una seguidilla variopinta de piezas sueltas para flauta dulce, desde Juan Gabriel hasta Celine Dion, terminando con una gavotta: termine con la jeta hinchada y el día perdido, pero descubrí que al menos no moriría de hambre. Ya pararía la oreja para saber qué es lo que se toca y se baila. Pero ya había visto, tanto la noche anterior como esta mañana, que si algo sobraba, eran pacientes: Entre los eventuales gestos de dolor al comer, edemas faciales discretos y bocas muy mutiladas, estaba viendo que si algo faltaba, era un dentista.
En los días siguientes fui a Ávila y entrando por la puerta del Alcázar llegue al mercado, y buscando la calle de los espaderos, di con una forja, en donde a cambio de 5 piezas artesanales de plata (Arghhhh! Como van disminuyendo las condenadas!), pude encargar con el maestro artesano un juego de 2 elevadores y 2 escalpelos, además de tener una interesante charla con el espadero:
“Maestro, hacedlo de un palmo de largo, la punta roma y acanalada. La espiga de longitud completa, aplanada.”
“Vos decidme de que acero queréis el punzón que os haré”.
Quede in albis, le diría que en acero inoxidable, pero eso no existía en el S. XVII, recordaba que el acero al carbono tenía un feo color oscuro, pero recordaba que el filo y la punta de las espadas clásicas eran de un color más claro, así que respondí con dudas.
“Hacedlo con el acero de la punta de la espada”
“Buena decisión, el acero más duro. Por lo que me decís, no necesitareis de una hoja flexible”
“Que madera utilizaremos para la empuñadura?” – pregunte, me hubiese gustado un mango de ébano o teca, pero esas maderas exóticas tendrían un precio extraordinario.
“Roble, con remaches”.
“Los pequeños cuchillos los quiero con una hoja muy cortante, uno recto y el otro ligeramente curvo. Con una piedra blanca de afilar, si Vuestra Merced la tuviese.”
“Os los hare como las hojas de los sangradores”
“Maestro, tenéis vitriolo para vuestros grabados”
“Si, lo utilizo pero es muy costoso”
“Una pieza de plata compraría un frasco?”
“Solo uno pequeño. Para que lo queréis?”.
“Para hacer perfumes” – mentí, sabiendo que si decía algo más, estaría metiéndome en honduras – “y necesitare también aguardiente de orujo fuerte, y un alambique y calderos”.
“A la vuelta hay un calderero que lo sabe hacer, en cobre, hizo uno para las monjas”
“Yo deseo algo muy pequeño” – y recordando el tamaño de los fogones de la cocina de la venta- añadí, “algo como para un fogón modesto”. Al cabo de un par de horas, salí dando las gracias por el trabajo rápido y prolijo. Los botadores tenían un color oscuro inaceptable para instrumental moderno, pero más claros que un cuchillo de cocina de esa época. Y los escalpelos, aunque un poco grandes para mi gusto, tenían filo y cumplirían bien su función.
Con las artesanías de plata disminuyendo más rápido de lo que pensaba, al día siguiente fui donde el calderero, y adquirí un alambique pequeñito,algo tosco, hecho posiblemente para aprender cómo hacerlo, de cobre, clásico en su forma de pera y apenas con un azumbre de capacidad. Si, ya estaba aprendiendo las medidas de la época! Un azumbre son dos litros! También un caldero y una palangana. Ya bastante bajo de fondos, adquirí en una fonda el aguardiente, y en una mercería una vara de lienzo de algodón.
Regrese a la venta, gastando los últimos 80 maravedíes que me quedaban. Una noche más. A Dios gracias, mi modesta habitación estaba sobre las caballerizas y aunque espartanamente amueblada, era lo suficientemente amplia como para improvisar un fogón sobre un brasero que debía utilizarse en invierno. Procedí a montar el alambique y mezclar el vitriolo con el aguardiente. Y después, gota a gota, ver como caía éter en el frasco del ácido sulfúrico convenientemente lavado. Luego de tres horas, tenía dos dedos de anestésico. “Vamos a ver si sirve”, me dije, “Gatito, gatito, pshh, pshhh! Ven aquí! ”. El ratonero era medio arisco, pero al final se dejó acariciar, en un rápido movimiento le puse un pañuelo de lienzo en la cara y apreté un poco, y empecé a contar. El minino pataleó y arañó un poco, pero antes de llegar a 25, ya se había calmado, y al llegar a 60, dormía plácidamente. “Funciona, estamos listos!”. Pero aunque había pacientes, estos ignoraban que ya tenían dentista.
Así pues, luego de una semana en el siglo XVI, al límite de la quiebra, la mañana del sábado, como quien no quiere la cosa, comencé una conversación con el ventero, hablándole de los dolores de muelas y el sufrimiento que ocasionaban, y sobre todo, el terrible castigo que suponía sacarse alguno de ellos.
“Por Dios Divino que es así, VM!, se de un buen cristiano que murió con la boca podrida, de tanto miedo que tenia de ir a que tirasen de sus dientes!”
“VM cree que si se tirasen los dientes sin dolor, un barbero podría vivir?”
“Y muy holgadamente!, pero eso no existe. Parir sin dolor, el cólico miserere, y el dolor de muelas, son cargas que los hombres debemos sobrellevar”, dijo mi interlocutor con evidente pesimismo.
‘Vive Cristo!, pero creo que Nuestro Señor no quiere que sus hijos sufran, si en su mano esta la forma de evitarlo. Sé que en tierras de los herejes luteranos se ha descubierto un licor capaz de permitir un sueño profundo, que permite cortar una pierna sin que se sienta”.
“Cosa del Diablo!” dijo, santiguándose.
“Pero si un súbdito de su Católica Majestad lo hiciese para ayudar a quitar los dolores de los buenos cristianos, seria cosa de Dios”.
“Válgame el Cielo que sí”.
“Vuestra Merced me creería si le digo que ha llegado a mis manos un frasco de ese licor hereje, traído a estas tierras por un monje huido de los luteranos del Diablo? Vuestra Merced conoce a algún cristiano al que pueda aliviar de su sufrimiento?”
El buen ventero puso los ojos de plato, y me dijo: “Yo sabía que VM había caminado mucho, pues habla como de quien ha venido de lejos!. Estos herejes utilizan estas malas artes contra nuestro católico rey?”
“Si” -nuevamente una mentira piadosa- “pero no para aliviar sus penas, sino para dormir profundamente y decir que Dios les habla en sueños, cuando es el mismísimo Diablo quien va a visitarlos!”
“Dios nos libre de todo mal!”- se santiguo nuevamente- “Sé que a nuestro cura le duele una muela y tiene la cara algo hinchada” – y cavilando un poco la respuesta, agrego “la hermana de mi mujer es criada de la viuda de Arteaga, una mujer que tiene más de 100 ovejas churras, pero que padece mucho de la boca”.
“Pues decidles que vengan a la venta” - Un cura y una viuda acomodada, un comienzo difícil, especialmente con el primero, pero si lograba ganar su confianza, al menos mi pellejo estaría un poco más lejos de arder en una estaca. Mientras el ventero salía, procedí a hervir mi nuevo instrumental en el caldero y a cortar el lienzo a un tamaño más manejable, para luego ponerlas al bañomaría. Como en el interior la luz era escasa, resolví poner un par de sillas y una mesa con mantel en el exterior. Como a eso del medio día llego la primera paciente, la Viuda de Arteaga.
“Que le duele a la señora?” Pregunte a la primera mujer, una matrona vestida de negro riguroso y de edad inescrutable, pues aunque parecía de 60, bien podía estar en sus 30 solamente.
“Tengo raigones en toda la boca, y toda me duele”
Luego de un rápido examen clínico, vi que a excepción de los dientes antero inferiores, todo estaba en un estado calamitoso. Los dientes superiores cariados hasta las raíces, los posteriores eran tan solo remanentes radiculares, de hecho, no me costaría trabajo sacarlos.
Embebí el lienzo en éter y la buena mujer abrió la boca. “No, señora, no abra la boca, ciérrela”, y en seguida le ordene “Respire hondo”, empezando a contar, y como el gato, antes de llegar a 100 la mujer estaba profundamente dormida, le abrí la boca, y a punta de botador empecé a sacar los remanentes, que por tener las encías tan malas, apenas ofrecieron resistencia. En menos de 10 minutos la mujer estaba lista. “Cuidad que respire bien, ponedla boca abajo y que la sangre y baba caigan libremente. Cuando despierte, llamadme que le pondré una compresa para que deje de sangrar”.
El cura estaba maravillado, pues la intervención había transcurrido sin chillidos, rápida, y para los estándares de la época, limpia. Me lave las manos y con una sonrisa confiada, llamé “Padre, es vuestro turno”.
“Hijo, sé que esto es cosa de herejes, pero mi dolor es muy grande”.
“Padre, en realidad los herejes luteranos robaron este licor de tierras de la verdadera Cristiandad, pues fue Raimundo Lulo, del reino de Aragón, quien en verdad lo descubrió”.
“Es cierto eso que los herejes hablan con el Diablo en sueños?”
“Eso me lo ha de contar VM cuando despierte”.
Este caso era más difícil, una molar superior, con caries y evidente edema. El sonado fracaso de Wells (1) fue justamente con un paciente obeso, y ciertamente este curita era más fornido que la viuda, y también menos dócil, pero tenía el par de brazos del ventero en caso de que las cosas saliesen fuera de cauce, menos mal que cuando ya desesperaba, pues ya había contado 180, pude anestesiarlo y el religioso se dejó vencer por el sueño, por lo demás, las cosas fueron fluidas: sindesmotomía, subluxación, elevación y afuera.
Luego de tener ya a los dos pacientes atendidos, me percate de no haber cobrado ni un maravedí hasta el momento, cosa que le comente al ventero. Este me dijo que su mujer previamente había dicho tanto al cura como a la viuda, pues desconfiaba mucho del éxito de su inquilino, que podrían pagar de acuerdo a su satisfacción.
“Vuestra Merced, con ese acuerdo no podré dormir otra noche en su venta”.
“No os preocupéis, os podre dar posada otro día!” dijo el ventero riendo, “pero estos vecinos son gente honrada, pagarán”
Efectivamente, los vecinos pagaron: Al final de la tarde la viuda llego con una gallina, y sacando una moneda de una pieza de 8 reales me la dio diciendo “esto es para Vuestra Merced, y también la gallina que es buena ponedora”.
El cura, acostumbrado a no pagar, solo trajo una garrafa de dos azumbres de vino. Supuestamente era un vino extraordinario, pero para ser sinceros, me supo a un coupage cualquiera de tetrabrick. Y me dijo: “Hijo, no me dolió, ni tampoco vino el Diablo a hablarme en sueños”, a lo que agrego con un gesto de condescendencia y asentimiento, “has de ir a Madrid, si deseáis profesar los votos, seréis bienvenido, si deseáis vivir como cirujano, haréis mucho bien, esta venta a las afueras de Ávila te ha quedado chica”.
En los días siguientes fui a Ávila y entrando por la puerta del Alcázar llegue al mercado, y buscando la calle de los espaderos, di con una forja, en donde a cambio de 5 piezas artesanales de plata (Arghhhh! Como van disminuyendo las condenadas!), pude encargar con el maestro artesano un juego de 2 elevadores y 2 escalpelos, además de tener una interesante charla con el espadero:
“Maestro, hacedlo de un palmo de largo, la punta roma y acanalada. La espiga de longitud completa, aplanada.”
“Vos decidme de que acero queréis el punzón que os haré”.
Quede in albis, le diría que en acero inoxidable, pero eso no existía en el S. XVII, recordaba que el acero al carbono tenía un feo color oscuro, pero recordaba que el filo y la punta de las espadas clásicas eran de un color más claro, así que respondí con dudas.
“Hacedlo con el acero de la punta de la espada”
“Buena decisión, el acero más duro. Por lo que me decís, no necesitareis de una hoja flexible”
“Que madera utilizaremos para la empuñadura?” – pregunte, me hubiese gustado un mango de ébano o teca, pero esas maderas exóticas tendrían un precio extraordinario.
“Roble, con remaches”.
“Los pequeños cuchillos los quiero con una hoja muy cortante, uno recto y el otro ligeramente curvo. Con una piedra blanca de afilar, si Vuestra Merced la tuviese.”
“Os los hare como las hojas de los sangradores”
“Maestro, tenéis vitriolo para vuestros grabados”
“Si, lo utilizo pero es muy costoso”
“Una pieza de plata compraría un frasco?”
“Solo uno pequeño. Para que lo queréis?”.
“Para hacer perfumes” – mentí, sabiendo que si decía algo más, estaría metiéndome en honduras – “y necesitare también aguardiente de orujo fuerte, y un alambique y calderos”.
“A la vuelta hay un calderero que lo sabe hacer, en cobre, hizo uno para las monjas”
“Yo deseo algo muy pequeño” – y recordando el tamaño de los fogones de la cocina de la venta- añadí, “algo como para un fogón modesto”. Al cabo de un par de horas, salí dando las gracias por el trabajo rápido y prolijo. Los botadores tenían un color oscuro inaceptable para instrumental moderno, pero más claros que un cuchillo de cocina de esa época. Y los escalpelos, aunque un poco grandes para mi gusto, tenían filo y cumplirían bien su función.
Con las artesanías de plata disminuyendo más rápido de lo que pensaba, al día siguiente fui donde el calderero, y adquirí un alambique pequeñito,algo tosco, hecho posiblemente para aprender cómo hacerlo, de cobre, clásico en su forma de pera y apenas con un azumbre de capacidad. Si, ya estaba aprendiendo las medidas de la época! Un azumbre son dos litros! También un caldero y una palangana. Ya bastante bajo de fondos, adquirí en una fonda el aguardiente, y en una mercería una vara de lienzo de algodón.
Regrese a la venta, gastando los últimos 80 maravedíes que me quedaban. Una noche más. A Dios gracias, mi modesta habitación estaba sobre las caballerizas y aunque espartanamente amueblada, era lo suficientemente amplia como para improvisar un fogón sobre un brasero que debía utilizarse en invierno. Procedí a montar el alambique y mezclar el vitriolo con el aguardiente. Y después, gota a gota, ver como caía éter en el frasco del ácido sulfúrico convenientemente lavado. Luego de tres horas, tenía dos dedos de anestésico. “Vamos a ver si sirve”, me dije, “Gatito, gatito, pshh, pshhh! Ven aquí! ”. El ratonero era medio arisco, pero al final se dejó acariciar, en un rápido movimiento le puse un pañuelo de lienzo en la cara y apreté un poco, y empecé a contar. El minino pataleó y arañó un poco, pero antes de llegar a 25, ya se había calmado, y al llegar a 60, dormía plácidamente. “Funciona, estamos listos!”. Pero aunque había pacientes, estos ignoraban que ya tenían dentista.
Así pues, luego de una semana en el siglo XVI, al límite de la quiebra, la mañana del sábado, como quien no quiere la cosa, comencé una conversación con el ventero, hablándole de los dolores de muelas y el sufrimiento que ocasionaban, y sobre todo, el terrible castigo que suponía sacarse alguno de ellos.
“Por Dios Divino que es así, VM!, se de un buen cristiano que murió con la boca podrida, de tanto miedo que tenia de ir a que tirasen de sus dientes!”
“VM cree que si se tirasen los dientes sin dolor, un barbero podría vivir?”
“Y muy holgadamente!, pero eso no existe. Parir sin dolor, el cólico miserere, y el dolor de muelas, son cargas que los hombres debemos sobrellevar”, dijo mi interlocutor con evidente pesimismo.
‘Vive Cristo!, pero creo que Nuestro Señor no quiere que sus hijos sufran, si en su mano esta la forma de evitarlo. Sé que en tierras de los herejes luteranos se ha descubierto un licor capaz de permitir un sueño profundo, que permite cortar una pierna sin que se sienta”.
“Cosa del Diablo!” dijo, santiguándose.
“Pero si un súbdito de su Católica Majestad lo hiciese para ayudar a quitar los dolores de los buenos cristianos, seria cosa de Dios”.
“Válgame el Cielo que sí”.
“Vuestra Merced me creería si le digo que ha llegado a mis manos un frasco de ese licor hereje, traído a estas tierras por un monje huido de los luteranos del Diablo? Vuestra Merced conoce a algún cristiano al que pueda aliviar de su sufrimiento?”
El buen ventero puso los ojos de plato, y me dijo: “Yo sabía que VM había caminado mucho, pues habla como de quien ha venido de lejos!. Estos herejes utilizan estas malas artes contra nuestro católico rey?”
“Si” -nuevamente una mentira piadosa- “pero no para aliviar sus penas, sino para dormir profundamente y decir que Dios les habla en sueños, cuando es el mismísimo Diablo quien va a visitarlos!”
“Dios nos libre de todo mal!”- se santiguo nuevamente- “Sé que a nuestro cura le duele una muela y tiene la cara algo hinchada” – y cavilando un poco la respuesta, agrego “la hermana de mi mujer es criada de la viuda de Arteaga, una mujer que tiene más de 100 ovejas churras, pero que padece mucho de la boca”.
“Pues decidles que vengan a la venta” - Un cura y una viuda acomodada, un comienzo difícil, especialmente con el primero, pero si lograba ganar su confianza, al menos mi pellejo estaría un poco más lejos de arder en una estaca. Mientras el ventero salía, procedí a hervir mi nuevo instrumental en el caldero y a cortar el lienzo a un tamaño más manejable, para luego ponerlas al bañomaría. Como en el interior la luz era escasa, resolví poner un par de sillas y una mesa con mantel en el exterior. Como a eso del medio día llego la primera paciente, la Viuda de Arteaga.
“Que le duele a la señora?” Pregunte a la primera mujer, una matrona vestida de negro riguroso y de edad inescrutable, pues aunque parecía de 60, bien podía estar en sus 30 solamente.
“Tengo raigones en toda la boca, y toda me duele”
Luego de un rápido examen clínico, vi que a excepción de los dientes antero inferiores, todo estaba en un estado calamitoso. Los dientes superiores cariados hasta las raíces, los posteriores eran tan solo remanentes radiculares, de hecho, no me costaría trabajo sacarlos.
Embebí el lienzo en éter y la buena mujer abrió la boca. “No, señora, no abra la boca, ciérrela”, y en seguida le ordene “Respire hondo”, empezando a contar, y como el gato, antes de llegar a 100 la mujer estaba profundamente dormida, le abrí la boca, y a punta de botador empecé a sacar los remanentes, que por tener las encías tan malas, apenas ofrecieron resistencia. En menos de 10 minutos la mujer estaba lista. “Cuidad que respire bien, ponedla boca abajo y que la sangre y baba caigan libremente. Cuando despierte, llamadme que le pondré una compresa para que deje de sangrar”.
El cura estaba maravillado, pues la intervención había transcurrido sin chillidos, rápida, y para los estándares de la época, limpia. Me lave las manos y con una sonrisa confiada, llamé “Padre, es vuestro turno”.
“Hijo, sé que esto es cosa de herejes, pero mi dolor es muy grande”.
“Padre, en realidad los herejes luteranos robaron este licor de tierras de la verdadera Cristiandad, pues fue Raimundo Lulo, del reino de Aragón, quien en verdad lo descubrió”.
“Es cierto eso que los herejes hablan con el Diablo en sueños?”
“Eso me lo ha de contar VM cuando despierte”.
Este caso era más difícil, una molar superior, con caries y evidente edema. El sonado fracaso de Wells (1) fue justamente con un paciente obeso, y ciertamente este curita era más fornido que la viuda, y también menos dócil, pero tenía el par de brazos del ventero en caso de que las cosas saliesen fuera de cauce, menos mal que cuando ya desesperaba, pues ya había contado 180, pude anestesiarlo y el religioso se dejó vencer por el sueño, por lo demás, las cosas fueron fluidas: sindesmotomía, subluxación, elevación y afuera.
Luego de tener ya a los dos pacientes atendidos, me percate de no haber cobrado ni un maravedí hasta el momento, cosa que le comente al ventero. Este me dijo que su mujer previamente había dicho tanto al cura como a la viuda, pues desconfiaba mucho del éxito de su inquilino, que podrían pagar de acuerdo a su satisfacción.
“Vuestra Merced, con ese acuerdo no podré dormir otra noche en su venta”.
“No os preocupéis, os podre dar posada otro día!” dijo el ventero riendo, “pero estos vecinos son gente honrada, pagarán”
Efectivamente, los vecinos pagaron: Al final de la tarde la viuda llego con una gallina, y sacando una moneda de una pieza de 8 reales me la dio diciendo “esto es para Vuestra Merced, y también la gallina que es buena ponedora”.
El cura, acostumbrado a no pagar, solo trajo una garrafa de dos azumbres de vino. Supuestamente era un vino extraordinario, pero para ser sinceros, me supo a un coupage cualquiera de tetrabrick. Y me dijo: “Hijo, no me dolió, ni tampoco vino el Diablo a hablarme en sueños”, a lo que agrego con un gesto de condescendencia y asentimiento, “has de ir a Madrid, si deseáis profesar los votos, seréis bienvenido, si deseáis vivir como cirujano, haréis mucho bien, esta venta a las afueras de Ávila te ha quedado chica”.
La verdad nos hara libres
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Un soldado de cuatro siglos
Concluidos los trabajos preparatorios de planos y diseños, comenzaron los constructores nuevos ejercer sus funciones. Poniéndose en Ferrol las quillas de los navíos Aquilón y Oriente bajo la dirección de D. Guillermo Turner al que se expidió carta de gracias porque el primero de aquéllos llegó a echar en las pruebas ocho millas navegando de bolina, hasta 12 viento largo, reuniendo además todas las cualidades que se deseaban. Lo mismo que su compañero, que únicamente se diferenciaba de él en ser un tanto de menos vela. Howell en Guarnizo, Bryant en Cartagena, Mullan en la Habana, construyeron otros por los principios establecidos, si bien procuraban hacer las innovaciones que la experiencia acreditaba para ir acercándose a la excelencia del sistema.
En toda España no había un solo dique de carenado como aquellos que se decía empezaban a verse en el báltico y que tanto bien hacían a la conservación de los buques. Por ello se hicieron diques para tal fin en Cartagena, siendo el navío Señor del Mundo el primero en entrar en carena en 1654. Con ello el mantenimiento de los navios gano muchos enteros y sus reparaciones se facilitaron, lográndose disminuir los gastos en nuevas construcciones navales.
Una construcción especial se hizo en estos tiempos: la de jabeques, a fin de perseguir a los corsarios berberiscos con embarcaciones semejantes las que ellos usaban, de sustituir las galeras, suprimidas por esta razón y otras como su inadecuada capacidad oceánica o su escaso radio de acción y el elevado número de remeros que requerían el año de nuestro señor de 1636. No es de callar que terminaron las galeras su honrosa carrera con hecho digno de ellas, apresando las dos nombradas San Felipe y San Genaro el 10 de Junio del mismo año, un corsario inglés de 19 cañones y 10 pedreros, junto a una embarcación mercante española que se llevaba.
Bastante más difícil que la creación del material de la Marina consideraba el marqués del Puerto dotarla de personal suficiente empezando por la marinería, escasa en el reino, más que por la despoblación general por la que en el litoral habían producido muchas causas juntas: la postración del comercio, el abandono de la pesca, la falta de seguridad personal en las costas del Mediterráneo por el corso de los berberiscos, el tratamiento en los bajeles de guerra y la irregularidad tardanza en el pago de los haberes.
Esta falta de marineros que siempre se experimentó en España al ordenar grandes armamentos, tenía por verdadero escollo en sus proyectos pero no lo creía insuperable. Tal objeto tenía el armamento de los jabeques para perseguir encerrar los de Argel; la concesión de privilegios a las industrias de la mar; la rebaja de los derechos impuestos sobre la sal; las licencias de navegación a Indias sin la traba dé las flotas; la autorización de exportar oro, plata moneda como artículos de comercio; la paga puntual, con facultad de consignar una parte en socorro de las familias de los embarcados; la atracción de gente extranjera, y la Ordenanza benéfica de matrículas.
Se creó además un escalafón naval a semejanza del que ya venía funcionando en el Reino de Valencia, que fue el embrión de la Armada Española. En atención a las más altas esferas, fundo una academia de Guardia marinas en Cádiz, y para ella trajo la dirección al almirante Rivera. Pensionó en el extranjero oficiales distinguidos individuos que estudiaran artes, comercio, y fábricas; fundó en Castellón el observatorio astronómico cuyo primer profesor fue Galileo, y la escuela de cartografía de la que salieron los mapas utilizados por la armada en el siglo siguiente.
Se fundaron Colegios de Medicina de Cirujanos en Cádiz y Valencia, almáciga de profesores que a su vez fueron el origen de los establecimientos de la misma clase que se fueron implantando en España, siendo organizada la enseñanza por D. Francisco Sánchez de Lima, cirujano mayor, y otros que completaron sus estudios en Leiden, Bolonia y Montpellier. De ahí salieron los profesores que años después fundaron los colegios de medicina y cirugía de Madrid, Barcelona, Bruselas, Nápoles, y Lisboa entre 1658 y 1680.
También fijáronse las obligaciones en nuevas Ordenanzas generales particulares y se procuró el progreso de la enseñanza con:
—Reglamento para fábrica de lonas.
—Reglamento sobre gruesos aparejos.
—Reglamento de Cirugía e higiene naval.
—Reglamento de artillería.
Con todo esto, la nueva armada tuvo un crecimiento explosivo. Si en 1632 tan solo se contaba con unos pocos galeones y galeras de la corona. En 1634 eran seis los navíos de línea y ocho las fragatas construidas. En 1636 eran dieciocho y quince, además de haberse construido ocho bergantines y seis jabeques, y en 1641 eran cuarenta y ocho navíos, veintidós fragatas y veintidós bergantines y jabeques, y en 1644 se alcanzaron los cincuenta y ocho navíos de línea, doce de ellos de a 72 cañones y el resto de a 60, treinta y seis fragatas de a 38 cañones, y cuarenta y dos bergantines y jabeques de a 24 cañones. Unos números muy próximos a los sesenta navíos de línea, treinta fragatas, y sesenta bergantines y jabeques que había propugnado al empezar.
Pero no fueron los aspectos constructivos o de ordenanza los únicos que cuido, pues desde su llegada al Ministerio se ocupó de impulsar una nueva “Estrategia de superioridad naval”. Esta consistía en buscar puertos desde los que controlar las rutas marítimas. Se hizo aprovechando puertos ya existentes cuando era posible o fundando nuevos puertos cuando no lo era. Si hasta entonces los asentamientos españoles en América se habían concentrado en el Caribe y México, ahora se fundaron seis asentamientos en la costa Este americana. Desde ellos debía impedirse que se asentasen otros europeos en aquellas costas para salvaguardar el tornaviaje de los bajeles que comerciaban con América, pues debido a los vientos alisios del Oeste traían a los barcos más allá de Florida lo que los hubiese puesto en peligro. Estos presidios americanos también aprovecharon la excelente calidad de la madera del roble americano, y pronto fueron importantes centros exportación de madera y posteriormente de construcción naval.
No fue en América del Norte el único lugar en el que se impuso el sistema de presidios, pues para controlar la ruta de las especias se impulsó el establecimiento de colonias en Sudáfrica. Para ello en 1635 se fundó Villa del Sur, y los presidios de Angra y Natal. En Villa del Sur se establecería desde entonces la llamada Escuadra Blanca compuesta por seis fragatas y seis bergantines, que operaria cortando el incipiente comercio de las especias inglés y holandés, siendo sus puertos auxiliares los de Angra y Natal.
Mucho más lejos, en Manila se basó la Escuadra Amarilla, con seis buenas fragatas y seis bergantines que serviría para asegurar el dominio de las aguas del Sudeste asiático. En los años y décadas que siguieron aquellos bergantines exploraron las aguas de los mares del Sur, cartografiando infinidad de islas. En Buenos Aires se basaría la escuadra Azul, con tres fragatas y tres bergantines para controlar el paso a los mares del Sur, y en Cartagena de Indias y la Habana las escuadras Verde y Roja, con seis fragatas y seis bergantines cada una, encargadas de patrullar el Caribe y las costas americanas limpiando sus aguas de piratas y corsarios.
Las escuadras de jabeques se establecerían en Valencia, Cartagena, Mallorca, Barcelona, Nápoles, y Sicilia, sirviendo para patrullar y controlar el Mediterráneo desde aquellos puertos ya existentes. Por último la “Flota de alta mar” se establecería en Ferrol y Cádiz con los navíos de línea y el resto de fragatas repartidos en dos escuadras denominadas del Atlántico y del Mediterráneo.
En toda España no había un solo dique de carenado como aquellos que se decía empezaban a verse en el báltico y que tanto bien hacían a la conservación de los buques. Por ello se hicieron diques para tal fin en Cartagena, siendo el navío Señor del Mundo el primero en entrar en carena en 1654. Con ello el mantenimiento de los navios gano muchos enteros y sus reparaciones se facilitaron, lográndose disminuir los gastos en nuevas construcciones navales.
Una construcción especial se hizo en estos tiempos: la de jabeques, a fin de perseguir a los corsarios berberiscos con embarcaciones semejantes las que ellos usaban, de sustituir las galeras, suprimidas por esta razón y otras como su inadecuada capacidad oceánica o su escaso radio de acción y el elevado número de remeros que requerían el año de nuestro señor de 1636. No es de callar que terminaron las galeras su honrosa carrera con hecho digno de ellas, apresando las dos nombradas San Felipe y San Genaro el 10 de Junio del mismo año, un corsario inglés de 19 cañones y 10 pedreros, junto a una embarcación mercante española que se llevaba.
Bastante más difícil que la creación del material de la Marina consideraba el marqués del Puerto dotarla de personal suficiente empezando por la marinería, escasa en el reino, más que por la despoblación general por la que en el litoral habían producido muchas causas juntas: la postración del comercio, el abandono de la pesca, la falta de seguridad personal en las costas del Mediterráneo por el corso de los berberiscos, el tratamiento en los bajeles de guerra y la irregularidad tardanza en el pago de los haberes.
Esta falta de marineros que siempre se experimentó en España al ordenar grandes armamentos, tenía por verdadero escollo en sus proyectos pero no lo creía insuperable. Tal objeto tenía el armamento de los jabeques para perseguir encerrar los de Argel; la concesión de privilegios a las industrias de la mar; la rebaja de los derechos impuestos sobre la sal; las licencias de navegación a Indias sin la traba dé las flotas; la autorización de exportar oro, plata moneda como artículos de comercio; la paga puntual, con facultad de consignar una parte en socorro de las familias de los embarcados; la atracción de gente extranjera, y la Ordenanza benéfica de matrículas.
Se creó además un escalafón naval a semejanza del que ya venía funcionando en el Reino de Valencia, que fue el embrión de la Armada Española. En atención a las más altas esferas, fundo una academia de Guardia marinas en Cádiz, y para ella trajo la dirección al almirante Rivera. Pensionó en el extranjero oficiales distinguidos individuos que estudiaran artes, comercio, y fábricas; fundó en Castellón el observatorio astronómico cuyo primer profesor fue Galileo, y la escuela de cartografía de la que salieron los mapas utilizados por la armada en el siglo siguiente.
Se fundaron Colegios de Medicina de Cirujanos en Cádiz y Valencia, almáciga de profesores que a su vez fueron el origen de los establecimientos de la misma clase que se fueron implantando en España, siendo organizada la enseñanza por D. Francisco Sánchez de Lima, cirujano mayor, y otros que completaron sus estudios en Leiden, Bolonia y Montpellier. De ahí salieron los profesores que años después fundaron los colegios de medicina y cirugía de Madrid, Barcelona, Bruselas, Nápoles, y Lisboa entre 1658 y 1680.
También fijáronse las obligaciones en nuevas Ordenanzas generales particulares y se procuró el progreso de la enseñanza con:
—Reglamento para fábrica de lonas.
—Reglamento sobre gruesos aparejos.
—Reglamento de Cirugía e higiene naval.
—Reglamento de artillería.
Con todo esto, la nueva armada tuvo un crecimiento explosivo. Si en 1632 tan solo se contaba con unos pocos galeones y galeras de la corona. En 1634 eran seis los navíos de línea y ocho las fragatas construidas. En 1636 eran dieciocho y quince, además de haberse construido ocho bergantines y seis jabeques, y en 1641 eran cuarenta y ocho navíos, veintidós fragatas y veintidós bergantines y jabeques, y en 1644 se alcanzaron los cincuenta y ocho navíos de línea, doce de ellos de a 72 cañones y el resto de a 60, treinta y seis fragatas de a 38 cañones, y cuarenta y dos bergantines y jabeques de a 24 cañones. Unos números muy próximos a los sesenta navíos de línea, treinta fragatas, y sesenta bergantines y jabeques que había propugnado al empezar.
Pero no fueron los aspectos constructivos o de ordenanza los únicos que cuido, pues desde su llegada al Ministerio se ocupó de impulsar una nueva “Estrategia de superioridad naval”. Esta consistía en buscar puertos desde los que controlar las rutas marítimas. Se hizo aprovechando puertos ya existentes cuando era posible o fundando nuevos puertos cuando no lo era. Si hasta entonces los asentamientos españoles en América se habían concentrado en el Caribe y México, ahora se fundaron seis asentamientos en la costa Este americana. Desde ellos debía impedirse que se asentasen otros europeos en aquellas costas para salvaguardar el tornaviaje de los bajeles que comerciaban con América, pues debido a los vientos alisios del Oeste traían a los barcos más allá de Florida lo que los hubiese puesto en peligro. Estos presidios americanos también aprovecharon la excelente calidad de la madera del roble americano, y pronto fueron importantes centros exportación de madera y posteriormente de construcción naval.
No fue en América del Norte el único lugar en el que se impuso el sistema de presidios, pues para controlar la ruta de las especias se impulsó el establecimiento de colonias en Sudáfrica. Para ello en 1635 se fundó Villa del Sur, y los presidios de Angra y Natal. En Villa del Sur se establecería desde entonces la llamada Escuadra Blanca compuesta por seis fragatas y seis bergantines, que operaria cortando el incipiente comercio de las especias inglés y holandés, siendo sus puertos auxiliares los de Angra y Natal.
Mucho más lejos, en Manila se basó la Escuadra Amarilla, con seis buenas fragatas y seis bergantines que serviría para asegurar el dominio de las aguas del Sudeste asiático. En los años y décadas que siguieron aquellos bergantines exploraron las aguas de los mares del Sur, cartografiando infinidad de islas. En Buenos Aires se basaría la escuadra Azul, con tres fragatas y tres bergantines para controlar el paso a los mares del Sur, y en Cartagena de Indias y la Habana las escuadras Verde y Roja, con seis fragatas y seis bergantines cada una, encargadas de patrullar el Caribe y las costas americanas limpiando sus aguas de piratas y corsarios.
Las escuadras de jabeques se establecerían en Valencia, Cartagena, Mallorca, Barcelona, Nápoles, y Sicilia, sirviendo para patrullar y controlar el Mediterráneo desde aquellos puertos ya existentes. Por último la “Flota de alta mar” se establecería en Ferrol y Cádiz con los navíos de línea y el resto de fragatas repartidos en dos escuadras denominadas del Atlántico y del Mediterráneo.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Laboratorio de ingenios, Valencia
En el campo agrícola las cosas iban más despacio que en el textil. Unos años atrás habían inventado una cosechadora bastante simple que por medio de un sistema de cuchillas movido por engranajes asociados a las ruedas del carro, segaba el trigo y otros cereales. Gracias a esa máquina que ya existía en varios modelos, el más simple de los cuales podía segar la misma extensión que cinco hombres durante un día de trabajo, y el mayor de ellos la misma que treinta hombres, los trabajos del campo se simplificaron en gran medida.
De momento la segadora tan solo se había implantado en las tierras de realengo y no sin problemas sociales, pero era cuestión de tiempo que su uso se extendiese al resto de territorios. En cuanto a los campesinos libres que la utilizaban, lo más normal era que se hubiesen asociado para comprar una segadora comunal para el pueblo o grupo de “llauraors”, en ocasiones solicitando un préstamo en el Monte de Piedad de la zona. Gracias a ello los llauraors ganaron tiempo que podían dedicar a otro trabajo o al descanso, pero muchos peones vieron amenazado su puesto de trabajo. Por fortuna su implantación coincidió con la explosión industrial que vivía el reino y muchos acabaron trabajando en las industrias o las obras de adecuación del reino.
Para complementar esa primera máquina ahora se trabajaba en una trilladora y en una aventadora que separasen el grano de la paja y la suciedad. Estas máquinas utilizarían varios equinos para por medio de engranajes separar y aventar la paja, aumentando la eficacia del trabajo y disminuyendo el esfuerzo del campesino. La máquina en si no parecía demasiado complicada, así que sería tarea de ir buscando la forma de aumentar la eficiencia y durabilidad mecánica.
Una segunda maquina era una “sulfatadora” como las que Pedro había conocido en su pueblo. Esta constaba de un deposito portátil donde se introducía el líquido y una bomba para dar presión y que este saliese por una manguera. Con ello podrían abonarse o sulfatarse para evitar hongos muchos cultivos frutales. Nuevos modelos de arados se estaban investigando no mucho más lejos, aunque dependiendo de la fuerza del animal de tiro su capacidad siempre estaría limitada.
También se trabajaba en nuevos modelos de cosechadoras, como uno capaz de cosechar el algodón para lo que era necesario un complejo sistema de planos inclinados y engranajes. Otro modelo de cosechadora, este muy simple, era el de patatas que ya estaba casi completado. En definitiva, pequeños avances que tal vez pudiesen lograr dar un impulso a la maltrecha agricultura del momento.
En el campo agrícola las cosas iban más despacio que en el textil. Unos años atrás habían inventado una cosechadora bastante simple que por medio de un sistema de cuchillas movido por engranajes asociados a las ruedas del carro, segaba el trigo y otros cereales. Gracias a esa máquina que ya existía en varios modelos, el más simple de los cuales podía segar la misma extensión que cinco hombres durante un día de trabajo, y el mayor de ellos la misma que treinta hombres, los trabajos del campo se simplificaron en gran medida.
De momento la segadora tan solo se había implantado en las tierras de realengo y no sin problemas sociales, pero era cuestión de tiempo que su uso se extendiese al resto de territorios. En cuanto a los campesinos libres que la utilizaban, lo más normal era que se hubiesen asociado para comprar una segadora comunal para el pueblo o grupo de “llauraors”, en ocasiones solicitando un préstamo en el Monte de Piedad de la zona. Gracias a ello los llauraors ganaron tiempo que podían dedicar a otro trabajo o al descanso, pero muchos peones vieron amenazado su puesto de trabajo. Por fortuna su implantación coincidió con la explosión industrial que vivía el reino y muchos acabaron trabajando en las industrias o las obras de adecuación del reino.
Para complementar esa primera máquina ahora se trabajaba en una trilladora y en una aventadora que separasen el grano de la paja y la suciedad. Estas máquinas utilizarían varios equinos para por medio de engranajes separar y aventar la paja, aumentando la eficacia del trabajo y disminuyendo el esfuerzo del campesino. La máquina en si no parecía demasiado complicada, así que sería tarea de ir buscando la forma de aumentar la eficiencia y durabilidad mecánica.
Una segunda maquina era una “sulfatadora” como las que Pedro había conocido en su pueblo. Esta constaba de un deposito portátil donde se introducía el líquido y una bomba para dar presión y que este saliese por una manguera. Con ello podrían abonarse o sulfatarse para evitar hongos muchos cultivos frutales. Nuevos modelos de arados se estaban investigando no mucho más lejos, aunque dependiendo de la fuerza del animal de tiro su capacidad siempre estaría limitada.
También se trabajaba en nuevos modelos de cosechadoras, como uno capaz de cosechar el algodón para lo que era necesario un complejo sistema de planos inclinados y engranajes. Otro modelo de cosechadora, este muy simple, era el de patatas que ya estaba casi completado. En definitiva, pequeños avances que tal vez pudiesen lograr dar un impulso a la maltrecha agricultura del momento.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Un soldado de cuatro siglos
Madrid, marzo de 1632
— ¿Quién hay ahí? —Dijo una voz soñolienta al despertar.
—Soy Pedro...
—Vos… ¿Qué hacéis en mis aposentos en plena noche?
—Vengo a contaros una historia para que juzguéis con certeza si soy un brujo y tengo pactos con el diablo o soy judío…sí, sé que fuisteis vos quien empezasteis con esos rumores…
— Pero qué… ¿Qué me habéis hecho?
— ¡Callad y escuchad! No tenemos mucho tiempo…veréis, en una cosa tenéis razón, estoy en contra de la iglesia, pero no de Dios, de hecho más que en contra de la Iglesia estoy en contra de gente como vos… Si estoy en contra de la Iglesia, es porque conozco las barbaridades y crímenes que ha cometido en nombre de Dios…no, no intentéis gritar…no lo vais a conseguir… en fin, como os estaba diciendo, se los crímenes que cometió la iglesia y los que aun cometerá en un futuro…¿Qué cómo lo sé?
Porque yo vengo del futuro, yo nací en las postrimerías del siglo veinte, la gente había perdido su fe en Dios y los más eran ateos, por lo que a la Iglesia no le restaba ningún poder. Ah…si hubieseis visto aquellas maravillas, maquinas capaces de comunicar a las personas con otras al otro lado del mundo en tiempo real, viéndolas como si estuviesen frente a uno, otras máquinas que permitían viajar a más de cien millas por hora, aviones capaces de cruzar los cielos y rodear el mundo en unas horas… la lista de maravillas que yo vi es interminable… el hombre conquistando los mares, los cielos y el propio espacio al llegar a la luna, los médicos eran capaces de trasplantar corazones cambiando el corazón de un enfermo con el de un hombre sano recién fallecido…
En fin, no me extenderé, baste saber que un día, sin saber cómo, me eche una siesta y me desperté aquí, en este infecto lugar…así que me dije, ya que estas aquí y no sabes cómo has acabado en esta época ni la forma de regresar, trata de sacar provecho utilizando mis conocimientos…por desgracia tuve que darme de bruces que vos y con otros tan estúpidos, crueles e idiotas como vos, forzándome a actuar.
¿Qué decís? ¿Qué soy un diablo? No, solo soy un hombre normal y corriente sometido a una situación extraordinaria… pero no os preocupéis por mi…tal vez os resulte extraño que os cuente esto, pero el sacarlo de dentro de mí ha tranquilizado mi conciencia…y de todas formas vos no saldréis vivo de esta, sé que lo estáis notando desde el principio. Vuestros pulmones se están paralizando. La tetradotoxina con la que os he envenenado era letal incluso en mi propio tiempo…la tuve que traer de Japón…o Zipango…
— ¿Quién hay ahí? —Dijo una voz soñolienta al despertar.
—Soy Pedro...
—Vos… ¿Qué hacéis en mis aposentos en plena noche?
—Vengo a contaros una historia para que juzguéis con certeza si soy un brujo y tengo pactos con el diablo o soy judío…sí, sé que fuisteis vos quien empezasteis con esos rumores…
— Pero qué… ¿Qué me habéis hecho?
— ¡Callad y escuchad! No tenemos mucho tiempo…veréis, en una cosa tenéis razón, estoy en contra de la iglesia, pero no de Dios, de hecho más que en contra de la Iglesia estoy en contra de gente como vos… Si estoy en contra de la Iglesia, es porque conozco las barbaridades y crímenes que ha cometido en nombre de Dios…no, no intentéis gritar…no lo vais a conseguir… en fin, como os estaba diciendo, se los crímenes que cometió la iglesia y los que aun cometerá en un futuro…¿Qué cómo lo sé?
Porque yo vengo del futuro, yo nací en las postrimerías del siglo veinte, la gente había perdido su fe en Dios y los más eran ateos, por lo que a la Iglesia no le restaba ningún poder. Ah…si hubieseis visto aquellas maravillas, maquinas capaces de comunicar a las personas con otras al otro lado del mundo en tiempo real, viéndolas como si estuviesen frente a uno, otras máquinas que permitían viajar a más de cien millas por hora, aviones capaces de cruzar los cielos y rodear el mundo en unas horas… la lista de maravillas que yo vi es interminable… el hombre conquistando los mares, los cielos y el propio espacio al llegar a la luna, los médicos eran capaces de trasplantar corazones cambiando el corazón de un enfermo con el de un hombre sano recién fallecido…
En fin, no me extenderé, baste saber que un día, sin saber cómo, me eche una siesta y me desperté aquí, en este infecto lugar…así que me dije, ya que estas aquí y no sabes cómo has acabado en esta época ni la forma de regresar, trata de sacar provecho utilizando mis conocimientos…por desgracia tuve que darme de bruces que vos y con otros tan estúpidos, crueles e idiotas como vos, forzándome a actuar.
¿Qué decís? ¿Qué soy un diablo? No, solo soy un hombre normal y corriente sometido a una situación extraordinaria… pero no os preocupéis por mi…tal vez os resulte extraño que os cuente esto, pero el sacarlo de dentro de mí ha tranquilizado mi conciencia…y de todas formas vos no saldréis vivo de esta, sé que lo estáis notando desde el principio. Vuestros pulmones se están paralizando. La tetradotoxina con la que os he envenenado era letal incluso en mi propio tiempo…la tuve que traer de Japón…o Zipango…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Tertulia del Almirante o Academia de Hércules
Se llamó tertulia del Almirante y posteriormente Academia de Hércules, a las tertulias que tenían lugar todas las noches en casa del Almirante Pedro de Llopís, marques del Puerto, primero en Valencia y posteriormente en Madrid. En ellas se debatía de filología, literatura, filosofía, matemáticas, física, química, biología y prácticamente cualquier rama del saber humano durante horas.
Las tertulias fueron muy celebradas y concurridas por prohombres y académicos de toda España como por ejemplo; Juan Eusebio Nierenberg, Juan Caramuel, Sebastian Rocafull, Isaac Cardoso, Francisco Sánchez de Lima o Ignacio Otamendi Lezaun, así como por extranjeros afincados en España como Galileo Galilei, Otto von Guerricke, Johann Rudolph Glauber, Giovanni Alfonso Borreli, o Giovanni Battista Baliani.
Los primeros registros de estas tertulias pueden encontrarse en 1624 ó 25 en Valencia, cuando un grupo de humanistas y profesores de la universidad de Valencia se reunían en el hogar del almirante Pedro Llopís a semejanza de la anterior academia de los nocturnos. La mayor diferencia con la anterior, es que Pedro, siempre deseoso de ayudar al avance de la ciencia, financio la publicación de varias obras de las que trataron en la tertulia. En 1630 el almirante se trasladaría a Madrid, y con el llevaría la costumbre de reunirse con hombres de letras y ciencias para tratar de temas de saber. Antes de partir Pedro cedió unos amplios terrenos para la construcción de una academia de saber que en 1638 sería puesta bajo el patrocinio Real, recibiendo el nombre de Real Academia de Ingeniería de Valencia.
En Madrid las tertulias continuaron durante dos años, hasta que en 1633 empezaron a registrarse actas de los temas que se trataban en las tertulias, que a partir de ese momento recibieron el nombre de Academia de Hércules, en referencia a las columnas de Hércules y el Plus Ultra del escudo real. Tal fue la fama que gano la academia en este periodo que gentes como Rene Descartes viajaron para presentar sus teorías ante sus pares.
Las tertulias de la Academia de Hércules finalizarían en 1642, cuando se fundaron las Reales Academias de…
Se llamó tertulia del Almirante y posteriormente Academia de Hércules, a las tertulias que tenían lugar todas las noches en casa del Almirante Pedro de Llopís, marques del Puerto, primero en Valencia y posteriormente en Madrid. En ellas se debatía de filología, literatura, filosofía, matemáticas, física, química, biología y prácticamente cualquier rama del saber humano durante horas.
Las tertulias fueron muy celebradas y concurridas por prohombres y académicos de toda España como por ejemplo; Juan Eusebio Nierenberg, Juan Caramuel, Sebastian Rocafull, Isaac Cardoso, Francisco Sánchez de Lima o Ignacio Otamendi Lezaun, así como por extranjeros afincados en España como Galileo Galilei, Otto von Guerricke, Johann Rudolph Glauber, Giovanni Alfonso Borreli, o Giovanni Battista Baliani.
Los primeros registros de estas tertulias pueden encontrarse en 1624 ó 25 en Valencia, cuando un grupo de humanistas y profesores de la universidad de Valencia se reunían en el hogar del almirante Pedro Llopís a semejanza de la anterior academia de los nocturnos. La mayor diferencia con la anterior, es que Pedro, siempre deseoso de ayudar al avance de la ciencia, financio la publicación de varias obras de las que trataron en la tertulia. En 1630 el almirante se trasladaría a Madrid, y con el llevaría la costumbre de reunirse con hombres de letras y ciencias para tratar de temas de saber. Antes de partir Pedro cedió unos amplios terrenos para la construcción de una academia de saber que en 1638 sería puesta bajo el patrocinio Real, recibiendo el nombre de Real Academia de Ingeniería de Valencia.
En Madrid las tertulias continuaron durante dos años, hasta que en 1633 empezaron a registrarse actas de los temas que se trataban en las tertulias, que a partir de ese momento recibieron el nombre de Academia de Hércules, en referencia a las columnas de Hércules y el Plus Ultra del escudo real. Tal fue la fama que gano la academia en este periodo que gentes como Rene Descartes viajaron para presentar sus teorías ante sus pares.
Las tertulias de la Academia de Hércules finalizarían en 1642, cuando se fundaron las Reales Academias de…
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- reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos
Hable con Pascual, el ventero, de mi próxima partida, y se mostró bastante acongojado, pues en los siguientes días tendría la venta llena de pacientes. Sin embargo, atendió a mis razones, especialmente la escasez de éter, y yo accedí a ver pacientes durante la semana. No había tina, ni siquiera un barreño, por lo que nuevamente tuve que recurrir al baño francés. Con dos cubos de agua mi baño fue rápido, rapidísimo en realidad. Luego de la consabida sopa de pan con una longaniza de premio, fui a la cama y caí redondo.
En los días siguientes la atención fue febril: demasiados clientes para tan poco éter. Así que resolví que Pascual también se beneficiase. Que vendiese la mayor cantidad de vino, hasta que los pacientes estuviesen entre medio y bien borrachos. Nuevamente ordene que pusiesen a hervir agua en el caldero y que trajesen otras dos ollas con agua con vinagre. Aun me quedaba una buena cantidad de compresas, así que las puse al bañomaría. Y situé la silla y la mesa en el mismo lugar, pidiendo que cada vez que el mantel estuviese demasiado ensangrentado, me lo cambiasen.
Un triaje rápido era fundamental. Afortunadamente casi todos los pacientes eran casos como el de la viuda. El tiempo de esterilización era un punto grave, solo tenía dos elevadores, y mientras utilizaba uno, el otro debía ponerse por lo menos 30 minutos en agua hirviendo luego de haber sido lavado en agua con vinagre. Las manos me las lavaba con agua, y luego me echaba un chorrito de aguardiente de orujo “para despegarme la sangre que no me dejaba trabajar”. Iba a tener minutos muertos y cuellos de botella. Así que decidí empezar por el caso más difícil, un mozalbete que tenía las muelas cordales impactadas y dolor intenso por pericoronitis. Sin radiografías, las extracciones serian un albur.
Y vaya si lo fueron! La incisión necesariamente fue grande y sin turbina, alta velocidad, irrigación, succión de saliva y sangre o fresas quirúrgicas, el corte de hueso fue a punta de filo de elevador. Hasta que gracias a Dios y al fulcrum las condenadas se dignaron en salir. Sutura! Y ahora, como hago para suturar? Mientras el chico se recuperaba le pedí a la mujer de Pascual que me trajese agujas e hilo y escogí la más pequeña, la curve con los pulgares a ojo de buen cubero, y con hilo de lino y una técnica más de costurera que de cirujano, hice el mejor zurcido que pude. Ojo al futuro! Necesitare agujas, pinzas y portaagujas! Advertí que la cara del muchacho se hincharía, que tendría fiebres y habría bastante dolor.
Así pasaron los días. Pascual rebosaba de júbilo pues había vendido varios azumbres de su vino más caro y embriagador, yo había podido reponer mi provisión de éter, y luego de hacer las cuentas, además de mi gallina ponedora, tenía 3 corderos, 1 cochinillo , 3 docenas de huevos, 4 azumbres de vino, varios lacones, un jamón, y en metálico 21 reales y 24 maravedíes. No haría nada con los animales en pie, que gustosamente fueron comprados por el ventero, reservándome el jamón y algo de vino. A 10 reales por cabeza, huevos y vino a 5, mi fortuna ascendía a poco más de 91 reales, con lo que me alcanzaba para llegar a Madrid.
A la mañana siguiente, Don Venancio, el cura, se acercó con cartas de recomendación para la Iglesia y el Hospital del Buen Suceso. Luego de despedirme de Pascual y de Venancio, con bordón y un hatillo con mis pocas pertenencias, emprendí mi viaje a la Villa y Corte. Recordaba que en el Siglo XXI la excursión en tren era como de hora y media. A pie, con carga ligera aunque incomoda de llevar, el trayecto me demoraría de dos a tres días, así que mientras más rápido parta, más rápido llego.
En los días siguientes la atención fue febril: demasiados clientes para tan poco éter. Así que resolví que Pascual también se beneficiase. Que vendiese la mayor cantidad de vino, hasta que los pacientes estuviesen entre medio y bien borrachos. Nuevamente ordene que pusiesen a hervir agua en el caldero y que trajesen otras dos ollas con agua con vinagre. Aun me quedaba una buena cantidad de compresas, así que las puse al bañomaría. Y situé la silla y la mesa en el mismo lugar, pidiendo que cada vez que el mantel estuviese demasiado ensangrentado, me lo cambiasen.
Un triaje rápido era fundamental. Afortunadamente casi todos los pacientes eran casos como el de la viuda. El tiempo de esterilización era un punto grave, solo tenía dos elevadores, y mientras utilizaba uno, el otro debía ponerse por lo menos 30 minutos en agua hirviendo luego de haber sido lavado en agua con vinagre. Las manos me las lavaba con agua, y luego me echaba un chorrito de aguardiente de orujo “para despegarme la sangre que no me dejaba trabajar”. Iba a tener minutos muertos y cuellos de botella. Así que decidí empezar por el caso más difícil, un mozalbete que tenía las muelas cordales impactadas y dolor intenso por pericoronitis. Sin radiografías, las extracciones serian un albur.
Y vaya si lo fueron! La incisión necesariamente fue grande y sin turbina, alta velocidad, irrigación, succión de saliva y sangre o fresas quirúrgicas, el corte de hueso fue a punta de filo de elevador. Hasta que gracias a Dios y al fulcrum las condenadas se dignaron en salir. Sutura! Y ahora, como hago para suturar? Mientras el chico se recuperaba le pedí a la mujer de Pascual que me trajese agujas e hilo y escogí la más pequeña, la curve con los pulgares a ojo de buen cubero, y con hilo de lino y una técnica más de costurera que de cirujano, hice el mejor zurcido que pude. Ojo al futuro! Necesitare agujas, pinzas y portaagujas! Advertí que la cara del muchacho se hincharía, que tendría fiebres y habría bastante dolor.
Así pasaron los días. Pascual rebosaba de júbilo pues había vendido varios azumbres de su vino más caro y embriagador, yo había podido reponer mi provisión de éter, y luego de hacer las cuentas, además de mi gallina ponedora, tenía 3 corderos, 1 cochinillo , 3 docenas de huevos, 4 azumbres de vino, varios lacones, un jamón, y en metálico 21 reales y 24 maravedíes. No haría nada con los animales en pie, que gustosamente fueron comprados por el ventero, reservándome el jamón y algo de vino. A 10 reales por cabeza, huevos y vino a 5, mi fortuna ascendía a poco más de 91 reales, con lo que me alcanzaba para llegar a Madrid.
A la mañana siguiente, Don Venancio, el cura, se acercó con cartas de recomendación para la Iglesia y el Hospital del Buen Suceso. Luego de despedirme de Pascual y de Venancio, con bordón y un hatillo con mis pocas pertenencias, emprendí mi viaje a la Villa y Corte. Recordaba que en el Siglo XXI la excursión en tren era como de hora y media. A pie, con carga ligera aunque incomoda de llevar, el trayecto me demoraría de dos a tres días, así que mientras más rápido parta, más rápido llego.
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Un soldado de cuatro siglos
Real Fábrica de Artillería de la Cavada
Se conoce por Real Fábrica de Artillería de La Cavada a unas importantes instalaciones fabriles y mineras, cuyos altos hornos estuvieron situados en las poblaciones próximas de Liérganes y La Cavada, en los municipios de Liérganes y Riotuerto en Cantabria, España.
El desarrollo de la artillería en el siglo XV y su eficacia en los campos de batalla europeos propició una revolución tecnológica y una carrera armamentística de las potencias continentales. A partir del siglo XVI y a medida que más estancado se mostraba el combate terrestre, más intentaban las potencias en buscar la determinación mediante la fuerza naval y el perfeccionamiento de las técnicas militares. En los siglos sucesivos quedaría patente que aquellas naciones que no pudieran abastecerse de miles de cañones para artillar sus barcos, se verían relegadas de las principales rutas comerciales marítimas, dejando el protagonismo en el dominio de los océanos, nuevo escenario principal de confrontación a otros países.
España no fue ajena a este cambio estratégico en el escenario bélico mundial y los nuevos modelos de hacer la guerra. La apremiante y en algunos casos angustiosa necesidad de artillería al servicio de unas políticas que fomentaban los conflictos y las guerras continuas, obligo a dar respuesta mediante un sistema de producción autárquico. Un sistema basado en la construcción de plantas industriales en el propio territorio capaces de satisfacer las necesidades de material bélico del país. Una política que fue común en la mayoría de las potencias europeas en mayor o menor medida.
La puesta en funcionamiento de estos centros de producción al abrigo de políticas mercantilistas de creación de Manufacturas Reales y considerados estratégicos por los gobiernos, requerían un gran volumen de capital para la producción de piezas de gran tamaño.6 Se necesitaban unas importantes instalaciones7 para albergar altos hornos de gran capacidad con unas condiciones geográficas particulares donde asentarse y mano de obra muy cualificada. Estas condiciones no eran fáciles de reunir en la Europa del siglo XVI y buena prueba de ello fueron las tentativas fallidas que se dieron en España y en sus territorios de ultramar de instalar fundiciones similares.
Índice
Historia de las fábricas
Sus inicios
Historia de las fábricas
Sus inicios
Fue fundada en Liérganes por Jean Curtius (o Curçios), industrial de Lieja y proveedor de los ejércitos españoles en Flandes, tras varios años de litigios con el Señorío de Vizcaya, primera alternativa de localización de la fábrica.
En un principio, a partir de 1616 aprovecha la ferrería de La Vega sobre el río Miera 43°20′33.49″N 3°44′29.53″O y empieza a construir las fraguas, hornos, carboneras y muros exteriores del complejo fabril de Liérganes. Es el 9 de julio de 1622 cuando una Real cédula aprueba un generoso contrato que garantizaba a Curtius el monopolio de la fabricación de numerosos productos. Para su trabajo se traen de Flandes numerosos oficiales fundidores. La localización de la fundición respondía a criterios de aprovisionamiento de materia prima en los bosques cercanos, a priori inagotables, el caudal abundante y regular del encajado río Miera durante seis a ocho meses al año (diferente al de la actualidad y en su mayor parte modificado por la propia actividad de deforestación de las fábricas en los montes de la cabecera del valle del Miera), la existencia de canteras cercanas de piedra refractaria, arenas y arcillas para los moldes, las cercanas salidas de los productos a los astilleros de Camargo y el puerto de Santander en el Mar Cantábrico y la proximidad a minas de hierro,8 canteras y tierras de arena y barro, así como la abundante mano de obra. Desde el inicio de la actividad, las fábricas de Liérganes y La Cavada llevaban seis tipos de clientelas principales para su producción militar: la marina de guerra española, el ejército, las fortalezas en plazas peninsulares y de ultramar, los armadores de la marina mercante y de corso y las exportaciones a otros países, siempre que estos no fueran «infieles ni a otro ningún enemigo de la Corona, sino a amigos y confederados de ella, prefiriendo siempre amigos, vasallos y súbditos fieles».
En 1618 se contrata la construcción de dos altos hornos10 llamados San Francisco y Santo Domingo. Sus calderas medían 6,30 metros de alto más 11 metros de foso y ese mismo año empieza las pruebas con la llegada de 40 oficiales fundidores traídos de Flandes junto con sus familias.11 El coste de todos estos trabajos y el mantenimiento de los flamencos ascendía a 100.000 ducados y Curtius apremia la confirmación del Consejo de Estado para que le confirmen los Privilegios de fabricación de artillería de hierro, municiones y otras manufacturas. La confirmación llega por Real Cédula en el año 1622. El retraso de los pedidos y la delicada situación de sus empresas en Flandes lleva a Curtius a la ruina y en 1628 se ve obligado a ceder sus derechos a un consorcio integrado por el contador Salcedo Aranguren, Jean de Croÿ, Charles Baudequin y Georges de Bande, un luxemburgués inteligente y hábil en los negocios.
En 1630 la fábrica entro en una profunda crisis a causa de la aparición de la artillería de bronce comprimido que dejo totalmente obsoleta la artillería precedente a la que triplicaba en eficacia de tal manera que con un diámetro inferior en un tercio, era capaz de disparar balas del mismo tamaño al doble o triple de distancia. A causa de esto la sociedad de La Cavada estuvo a punto de desaparecer, salvándose por la intervención del rey Felipe IV en 1631, año en la que fue nacionalizada. Durante el año siguiente la fábrica sufrió una profunda transformación. Sus seis altos hornos y dos hornos reverberos fueron mejorados al utilizar ladrillos refractarios, se instalaron crisoles adicionales, y se construyeron puentes grúa, prensas hidráulicas, mandrinadoras, taladradoras y tornos, mejorando el proceso industrial.
Una vez concluidas las obras de ampliación de la Real Fábrica de Artillería, y tras cuatro años de experimentación en nuevas técnicas de fundición y fabricación como el zunchado, que consistía en rodear el cañón con varios manguitos de hierro que aumentaban su resistencia. Otra técnica constructiva experimentada fue el enfriamiento desde el interior hacia el exterior, que consistía en hacer pasar una corriente de agua por el interior del ánima del cañón. Esto provocaba un enfriamiento rápido del ánima y progresivo hacia el exterior, aumentando la tenacidad del hierro fundido.
En 1638 salieron los primeros cañones de costa fabricados en la Cavada con las nuevas técnicas constructivas, se trató de los cañones…
Se conoce por Real Fábrica de Artillería de La Cavada a unas importantes instalaciones fabriles y mineras, cuyos altos hornos estuvieron situados en las poblaciones próximas de Liérganes y La Cavada, en los municipios de Liérganes y Riotuerto en Cantabria, España.
El desarrollo de la artillería en el siglo XV y su eficacia en los campos de batalla europeos propició una revolución tecnológica y una carrera armamentística de las potencias continentales. A partir del siglo XVI y a medida que más estancado se mostraba el combate terrestre, más intentaban las potencias en buscar la determinación mediante la fuerza naval y el perfeccionamiento de las técnicas militares. En los siglos sucesivos quedaría patente que aquellas naciones que no pudieran abastecerse de miles de cañones para artillar sus barcos, se verían relegadas de las principales rutas comerciales marítimas, dejando el protagonismo en el dominio de los océanos, nuevo escenario principal de confrontación a otros países.
España no fue ajena a este cambio estratégico en el escenario bélico mundial y los nuevos modelos de hacer la guerra. La apremiante y en algunos casos angustiosa necesidad de artillería al servicio de unas políticas que fomentaban los conflictos y las guerras continuas, obligo a dar respuesta mediante un sistema de producción autárquico. Un sistema basado en la construcción de plantas industriales en el propio territorio capaces de satisfacer las necesidades de material bélico del país. Una política que fue común en la mayoría de las potencias europeas en mayor o menor medida.
La puesta en funcionamiento de estos centros de producción al abrigo de políticas mercantilistas de creación de Manufacturas Reales y considerados estratégicos por los gobiernos, requerían un gran volumen de capital para la producción de piezas de gran tamaño.6 Se necesitaban unas importantes instalaciones7 para albergar altos hornos de gran capacidad con unas condiciones geográficas particulares donde asentarse y mano de obra muy cualificada. Estas condiciones no eran fáciles de reunir en la Europa del siglo XVI y buena prueba de ello fueron las tentativas fallidas que se dieron en España y en sus territorios de ultramar de instalar fundiciones similares.
Índice
Historia de las fábricas
Sus inicios
Historia de las fábricas
Sus inicios
Fue fundada en Liérganes por Jean Curtius (o Curçios), industrial de Lieja y proveedor de los ejércitos españoles en Flandes, tras varios años de litigios con el Señorío de Vizcaya, primera alternativa de localización de la fábrica.
En un principio, a partir de 1616 aprovecha la ferrería de La Vega sobre el río Miera 43°20′33.49″N 3°44′29.53″O y empieza a construir las fraguas, hornos, carboneras y muros exteriores del complejo fabril de Liérganes. Es el 9 de julio de 1622 cuando una Real cédula aprueba un generoso contrato que garantizaba a Curtius el monopolio de la fabricación de numerosos productos. Para su trabajo se traen de Flandes numerosos oficiales fundidores. La localización de la fundición respondía a criterios de aprovisionamiento de materia prima en los bosques cercanos, a priori inagotables, el caudal abundante y regular del encajado río Miera durante seis a ocho meses al año (diferente al de la actualidad y en su mayor parte modificado por la propia actividad de deforestación de las fábricas en los montes de la cabecera del valle del Miera), la existencia de canteras cercanas de piedra refractaria, arenas y arcillas para los moldes, las cercanas salidas de los productos a los astilleros de Camargo y el puerto de Santander en el Mar Cantábrico y la proximidad a minas de hierro,8 canteras y tierras de arena y barro, así como la abundante mano de obra. Desde el inicio de la actividad, las fábricas de Liérganes y La Cavada llevaban seis tipos de clientelas principales para su producción militar: la marina de guerra española, el ejército, las fortalezas en plazas peninsulares y de ultramar, los armadores de la marina mercante y de corso y las exportaciones a otros países, siempre que estos no fueran «infieles ni a otro ningún enemigo de la Corona, sino a amigos y confederados de ella, prefiriendo siempre amigos, vasallos y súbditos fieles».
En 1618 se contrata la construcción de dos altos hornos10 llamados San Francisco y Santo Domingo. Sus calderas medían 6,30 metros de alto más 11 metros de foso y ese mismo año empieza las pruebas con la llegada de 40 oficiales fundidores traídos de Flandes junto con sus familias.11 El coste de todos estos trabajos y el mantenimiento de los flamencos ascendía a 100.000 ducados y Curtius apremia la confirmación del Consejo de Estado para que le confirmen los Privilegios de fabricación de artillería de hierro, municiones y otras manufacturas. La confirmación llega por Real Cédula en el año 1622. El retraso de los pedidos y la delicada situación de sus empresas en Flandes lleva a Curtius a la ruina y en 1628 se ve obligado a ceder sus derechos a un consorcio integrado por el contador Salcedo Aranguren, Jean de Croÿ, Charles Baudequin y Georges de Bande, un luxemburgués inteligente y hábil en los negocios.
En 1630 la fábrica entro en una profunda crisis a causa de la aparición de la artillería de bronce comprimido que dejo totalmente obsoleta la artillería precedente a la que triplicaba en eficacia de tal manera que con un diámetro inferior en un tercio, era capaz de disparar balas del mismo tamaño al doble o triple de distancia. A causa de esto la sociedad de La Cavada estuvo a punto de desaparecer, salvándose por la intervención del rey Felipe IV en 1631, año en la que fue nacionalizada. Durante el año siguiente la fábrica sufrió una profunda transformación. Sus seis altos hornos y dos hornos reverberos fueron mejorados al utilizar ladrillos refractarios, se instalaron crisoles adicionales, y se construyeron puentes grúa, prensas hidráulicas, mandrinadoras, taladradoras y tornos, mejorando el proceso industrial.
Una vez concluidas las obras de ampliación de la Real Fábrica de Artillería, y tras cuatro años de experimentación en nuevas técnicas de fundición y fabricación como el zunchado, que consistía en rodear el cañón con varios manguitos de hierro que aumentaban su resistencia. Otra técnica constructiva experimentada fue el enfriamiento desde el interior hacia el exterior, que consistía en hacer pasar una corriente de agua por el interior del ánima del cañón. Esto provocaba un enfriamiento rápido del ánima y progresivo hacia el exterior, aumentando la tenacidad del hierro fundido.
En 1638 salieron los primeros cañones de costa fabricados en la Cavada con las nuevas técnicas constructivas, se trató de los cañones…
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos
Enero de 1633
Diego iba a caballo como gran parte de sus hombres, aun siendo de infantería. No había posibilidad de encontrarse con el enemigo, y las costumbres, sobre todo las relacionadas con la honra eran difíciles de cambiar. Y el "status" de poseer un caballo era una de ellas.
La compañía mercenaria de los soldados perdidos entró entre la oscuridad de la fría noche alemana. No se oía ningún ruido lo que no dejaba de ser curioso. Aunque la noche en Alemania caía pronto siempre se oía alguna voz sobre todo de las posadas, ladridos de perros o maullidos de gatos, algún bullicio en suma.
Allí no, y gente había por la calle, algunos civiles que con gesto hosco circulaban con rapidez y soldados que hablaban en voz baja.
Diego se paró enfrente del edificio sede del concejo, dio instrucciones a sus hombres y entró en el edificio.
Los centinelas le dejaron pasar al verle.
Dentro de la iluminada habitación se desarrollaba una cena, bastante suntuosa para el lugar y el momento, en medio de ninguna parte y de la guerra de los 30 años, pero el ruido era sorprendentemente bajo.
Diego llegó a la altura del hombre, que con ricas prendas presidía la mesa. El dorado y los mas fines encajes de Holanda dominaban lo que estaba lejos de ser un uniforme apto para la batalla. Pero Diego no se llevaba a engaño, el hombre que tenía delante era duro y cruel como pocos, inflexible y recio en la batalla.
Albrecht von Wallenstein no era alguien a quien tomar a la ligera.
Diego iba sobre aviso desde que unos meses antes entró a su servicio como jefe de una compañía de mercenarios al servicio del noble checo, que no del Emperador al que supuestamente servía. Un detalle bastante trascendente.
Diego informó sobre su misión, un reconocimiento para fijar las posiciones suecas, en un alemán que ya había mejorado con el paso del tiempo.
Wallenstein le informó que mañana tendría una misión especial. Diego se sobresaltó interiormente, todas las misiones de Wallenstein eran especiales aunque no lo dijera, pero si lo comentaba es que iba a ser realmente especial.
Desde que le ordenó matar todos los perros al entrar en el pueblo para que no hicieran ruido, ya apenas le extrañaba nada de lo que le mandase.
Diego iba a caballo como gran parte de sus hombres, aun siendo de infantería. No había posibilidad de encontrarse con el enemigo, y las costumbres, sobre todo las relacionadas con la honra eran difíciles de cambiar. Y el "status" de poseer un caballo era una de ellas.
La compañía mercenaria de los soldados perdidos entró entre la oscuridad de la fría noche alemana. No se oía ningún ruido lo que no dejaba de ser curioso. Aunque la noche en Alemania caía pronto siempre se oía alguna voz sobre todo de las posadas, ladridos de perros o maullidos de gatos, algún bullicio en suma.
Allí no, y gente había por la calle, algunos civiles que con gesto hosco circulaban con rapidez y soldados que hablaban en voz baja.
Diego se paró enfrente del edificio sede del concejo, dio instrucciones a sus hombres y entró en el edificio.
Los centinelas le dejaron pasar al verle.
Dentro de la iluminada habitación se desarrollaba una cena, bastante suntuosa para el lugar y el momento, en medio de ninguna parte y de la guerra de los 30 años, pero el ruido era sorprendentemente bajo.
Diego llegó a la altura del hombre, que con ricas prendas presidía la mesa. El dorado y los mas fines encajes de Holanda dominaban lo que estaba lejos de ser un uniforme apto para la batalla. Pero Diego no se llevaba a engaño, el hombre que tenía delante era duro y cruel como pocos, inflexible y recio en la batalla.
Albrecht von Wallenstein no era alguien a quien tomar a la ligera.
Diego iba sobre aviso desde que unos meses antes entró a su servicio como jefe de una compañía de mercenarios al servicio del noble checo, que no del Emperador al que supuestamente servía. Un detalle bastante trascendente.
Diego informó sobre su misión, un reconocimiento para fijar las posiciones suecas, en un alemán que ya había mejorado con el paso del tiempo.
Wallenstein le informó que mañana tendría una misión especial. Diego se sobresaltó interiormente, todas las misiones de Wallenstein eran especiales aunque no lo dijera, pero si lo comentaba es que iba a ser realmente especial.
Desde que le ordenó matar todos los perros al entrar en el pueblo para que no hicieran ruido, ya apenas le extrañaba nada de lo que le mandase.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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