(Fake-driven) Este martes
Sonia Tamames, directora general de Salud Pública de la Junta de Castilla y León, hablaba en una televisión regional de asuntos de su especialidad. Con claridad y conocimiento, dio datos científicos sobre la gripe común, el sarampión, la gripe aviar y defendió sin resquicios las vacunas. Al final de la entrevista, uno de sus interlocutores, el periodista Luis Jaramillo, le pregunta si cree que la gente es consciente de que puede haber futuras pandemias y si el sistema de salud de Castilla y León está preparado para esta situación. Y dice la directora general:
«Yo creo que la comunidad científica sí que es consciente del riesgo de una futura pandemia. Las pandemias suceden periódicamente. Habitualmente, son causadas por virus de la gripe, pero en este caso tuvimos un coronavirus. Y, aunque probablemente haya gente que se revuelva en el sofá cuando lo escuche, la pandemia por covid-19 no fue una pandemia de gran gravedad.
Afectó, en unas etapas muy tempranas, a la población joven, pero rápidamente el virus evolucionó para convertirse en grave solo en los extremos de la vida, y fundamentalmente en las personas mayores. Una pandemia gripal de alta patogenicidad suele tener una mortalidad y una morbilidad (una gravedad) que conocemos como "en W", es decir, en niños, en adultos jóvenes y en personas mayores. La afectación y la disrupción social que produce —estoy pensando, por ejemplo, en la pandemia de 1918— una enfermedad grave en personas jóvenes es muy superior a la que hemos sufrido».
La doctora Tamames había explicado lo que el covid supuso en términos epidemiológicos.
En especial vinculándolo con la otra gran pandemia moderna, la de la gripe española de 1918 y su forma en W: alta mortalidad en niños, un pico insólito en adultos jóvenes y alta mortalidad en ancianos, aunque menor que en otras gripes. El doctor Fernando García Alonso daría unas cifras en el artículo que publicó el viernes en El Diario de Madrid: «La gripe española actuó como una fuerza disruptiva sobre una generación joven. El 60% de sus víctimas tenían entre 20 y 40 años, según registros de Madrid. En contraste, el 80% de los fallecidos por covid superaban los 70 años».
Castilla y León, y con ella España,
durmieron en paz el martes. Hasta que un tuit de la propia televisión castellana los sobresaltó el miércoles: «Sonia Tamames, directora de Salud Pública, sobre el covid-19: "No fue una pandemia de gran gravedad"». Nótese que el medio que había dado la noticia fue el primero en mentir, y escandalosamente.
La jauría empezó a actuar de inmediato. El tipo de respuesta tipo la da este tuit de una Cornejo, periodista que escribe en un dazibao, y que de madrugada replicó: «Pero qué dice esta señora y dónde estaba cuando los hospitales no tenían dónde meter a los enfermos». El tipo anacoluto del que dice: «Como sé que te gusta el arroz con leche en la puerta de tu casa te dejo un ladrillo». Y la principal característica de la conversación contemporánea.
El horizonte de perros era el idóneo para que Àngels Barceló, tricoteuse de la Ser, empezara a hacer calceta en su tertulia: «Y ella, que se llama Sonia Tamames, a esta hora [09:10] sigue siendo Directora General de Salud Pública de la Junta de Castilla y León». Le acompañaba Ignacio Escolar, el director del citado dazibao, una Marisol Urrea, el científico muy social Víctor Lapuente y la periodista Ángeles Caballero, un ejemplo palmario de que el ambiente es lo que cuenta. El chino Escolar hacía ideogramas y palotes: «Esta manera de pensar es lo que explica por qué en Madrid se aplicaron las medidas que se aplicaron. Porque era mucho más importante cuidar la hostelería que salvar vidas». Urrea se adhirió rápidamente al minutaje propuesto por la tricoteuse: «Esta señora no puede estar al frente de esta dirección ni un minuto más. Y esta es la única opción en democracia».
Pero lo más riguroso fue lo del científico Lapuente, que siempre carga con papers en sueco y una muy puesta ecuanimidad prof: «Pobres ciudadanos de Castilla y León. Pasar de Francisco Igea —un hombre de diálogo… médico [...]— a Sonia Tamames». Un hombre de diálogo, comedido: «No tenéis vergüenza, ni respeto a los fallecidos, ni a sus familiares, ni a los profesionales que se dejaron la piel en nuestros hospitales. "No fue grave porque solo afectó a los mayores". Qué puta vergüenza», había tuiteado con gran comedimiento unas horas antes.
Médico sí lo era: solo que comparar su currículum con el de la doctora Tamames es como comparar la gripe española con el covid. Tras su primera y documentada intervención Lapuente siguió derramando ciencia aplicada: «Hay un discurso de la ultraderecha —que en España ha representado también parte de la derecha tradicional— de quitar hierro a la pandemia desde el primer minuto».
La tricoteuse, complacida por el minutaje, seguía cruzando las agujas y a cada poco se oía el choque del acero: «Sin verbalizar lo que te dan ganas de verbalizar». Caballero fue la última en intervenir y se notó la preparación en su síntesis titulada: «Sobre todo la frivolidad con la que se puede dar a entender, con perdón, que el kilo de viejo vale muy poco». No dejó de correr un cierto riesgo. Porque basta imaginar que alguien —la televisión regional de Castilla y León, por ejemplo— hubiese publicado un tuit que dijera: Ángeles Caballero, colaboradora de El País: «El kilo de viejo vale muy poco». La tricoteuse zanjó: «Sonia Tamames, que hasta ahora sigue siendo Directora de Salud Pública de la Junta de Castilla y León. Pausa, y ahora sí, nos vamos con otros temas». La tertulia había sido fiel a este Lichtenberg, levemente corregido: «La verdad es como un espejo: si un mono se asoma a él, no puede verse reflejado un apóstol».
Obediente, el presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, destituyó al poco rato a Sonia Tamames. Pidió perdón por tres veces a los ciudadanos y dijo que la directora general había cometido «un gran error». Al día siguiente, los dos termómetros que controlan implacables la vida moral de los españoles, el Vox Populi de este periódico y el Semáforo de La Vanguardia, certificaban —y celebraban— que por estrictas razones de Salud Pública Sonia Tamames había caído.
Quise saber cuál había sido el error de Sonia Tamames y llamé al presidente de la Junta. Iba en el coche, camino de León, y no eludió la posibilidad de explicarse.
—¿Cómo destituye usted a alguien que dice la verdad?
—Punto primero: yo no la destituí. Me presentó su dimisión.
—¿Por qué la aceptó?
—
Porque ella misma comprendió que no estaba en un foro académico para decir lo que dijo.
—De modo que la verdad depende del lugar donde la verdad se diga…
—No es eso…
—En un país donde tantos mentirosos no dimiten llama la atención que alguien lo haga por decir la verdad.
—En eso no le falta razón.
La instructiva y parroquial historia de Sonia Tamames Gómez
ilumina sobre una de las fake news mayores de la conversación pública universal. Las fake news, obviamente. De una entrevista en la televisión, basada en el calendario vacunal de la región castellana, terminante con la superchería, empezando por la de los antivacunas, se extrae una frase que en el exacto momento de aislarla se convierte en una grave falsedad. El tam tam tribal empieza a aporrear los cráneos hasta que la frase llega al lugar donde puede obtener un beneficio político. El tipo de agente siempre es el mismo: desvergonzados contratistas de la mentira ad hoc. Algunos de ellos, como los charlistas de la Ser, escandalizados militantes diarios contra la desvergüenza de las fake news.
Que se atreven a invocar a Trump, después de copiarle el infame método. El último dique arrasado es el del que toma decisiones. De algún modo habría que llamar al proceso por el que se toman decisiones reales basadas en mentiras. Fake news-driven decisions. Todos aquellos, por ejemplo, que decidieron no vacunarse durante la pandemia por las noticias falsas sobre sus efectos secundarios y sobre los que habló Sonia Tamames con contundencia y realismo. Y entre los fake-driven, Mañueco destituyendo a su directora general. Pero Mañueco solo es un epifenómeno más. Ni un solo castellano ha salido en defensa de Sonia Tamames. Ni un solo castellano, ni viejo ni nuevo. Hay en Madrid una Venta La Hidalguía, pero solo se va a comer ensaladilla.
https://www.elmundo.es/opinion/columnis ... b459b.html