Trump ha utilizado su poder presidencial de perdonar/conmutar la sentencia de un criminal juzgado y ,condenado (por primera vez) para intervenir en los procedimientos legales que todavía no habían terminado de seguir su normal y legal curso.
El caso estaba en la fase de apelación,sin sentencia firme, por lo tanto,es obvio que la razón del perdón presidencial está en evitar que el proceso judicial culmine con el resultado, temido, tras haber demostrado la plena culpabilidad del ex Sheriff, si se confirmara el veredicto inicial.
Porque al perdonar a alguien en medio de sus procedimientos legales, es esencialmente un reconocimiento de hecho, de su culpabilidad.
Al tiempo que protege a un cómplice/aliado popular entre la base de sus seguidores y un activo/destacado militante con gran capacidad de convocatoria política y mediatica.
En las presentes circunstancias, también equivale a un endoso no tanto de sus puntos de vista ,que claramente son compartidos, sino de su conducta y política practicada desde su cargo/oficina de Sheriff en especial, contra la comunidad hispana en su conjunto (sin distinguir entre presuntos 'ilegales' o residentes/ciudadanos)
Sin duda, su intención es enviar un mensaje a los aliados y militantes de Trump que tanto ese tipo de conducta, así como el silencio cómplice, serán protegidos y recompensados.
Los mismos electores conservadores de mayor edad que forman parte fundamental del apoyo a Trump, fueron los que lo llevaron a la victoria cada cuatro años durante seis elecciones seguidas, al inyectar millones de dólares a su campaña. Sin embargo, su dominio menguó a medida que se enfrentaba a más desafíos jurídicos y la oposición de un creciente número de latinos, quienes el año pasado representaron casi el 20 por ciento de todos los electores registrados en el estado.
Finalmente más allá de eso, se debe tener en cuenta que Arpaio es un firme creyente y seguidor de las teorías conspirativas de la extrema derecha (un
'Birther'), un hombre cuya conducta fue canallesca e implacablemente racista y una persona que ha violado los límites y/o reglas de su cargo para su beneficio personal.
PHOENIX, Arizona — Y finalmente sucedió. La broma se convirtió en realidad. Cuando niño, solíamos reírnos al contar un chiste de tres actos del que debíamos adivinar el título. Decía el primer acto: “Un hombre sale a la calle y golpea a su vecino”; luego va al fondo de la casa y acaricia al perro. El segundo repetía la escena, e igual el tercero: “El hombre golpeaba al vecino e iba al patio de la casa y acariciaba al perro”.
¿Cómo se llama la obra?, el chiste concluía: “En el fondo era bueno”.
Den la bienvenida al perdonado exalguacil Joe Arpaio, un hombre que en el fondo era bueno. El chiste parece diseñado a la medida: Arpaio persiguió durante años a personas provenientes de otros países —sobre todo, latinos— bajo la suposición de que eran inmigrantes ilegales, mientras se erigía como un fiero defensor de los derechos de los perros en su estado, Arizona. El exalguacil usaba una prisión con aire acondicionado para proteger a perros maltratados y decía que alimentar a esos animales le costaba más dinero —pero estaba bien— que dar comida a los presos que apiñaba en tiendas militares bajo el sol asesino de Arizona. Arpaio trataba a los perros como humanos y a las personas como bestias.
Durante más de veinte años desde 1993, Arpaio encerró a miles de personas en su prisión al aire libre ubicada en el predio de una prisión estatal. Le llamaban Tent City (la ciudad de las carpas). Los prisioneros debían vestir traje a rayas, como en las películas, y usar calcetines y calzones rosados. Estaban obligados a hacer trabajos forzados. Una vez, Arpaio describió a las carpas como sus “campos de concentración”. Cuando la prensa se lo hizo saber, se jactó de ello. “Incluso si lo fuera, ¿qué problema hay? Yo sobrevivo”, le dijo al periódico The Guardian. “Sigo siendo reelegido”. Arpaio fue alguacil, votado por los habitantes del condado de Maricopa, el más grande del estado, durante 23 años.
¿Qué otra cosa que el reflejo de Trump en el campo es Arpaio? El mismo presidente, en campaña, dio una muestra de la crisis del sistema político y legal estadounidense cuando se jactó, como Arpaio con sus campos de concentración, que él podría asesinar a balazos a una persona en la Quinta Avenida e igual seguir como si nada en su carrera a la Casa Blanca. Enfrentemos esto: el hombre que se ufanaba de poder matar sin consecuencias acaba de perdonar al que torturaba en campos de concentración sin reparos. Ese es el mensaje del nuevo Estados Unidos para el mundo.
El perdón a Arpaio es una nueva amenaza a la democracia, una burla cínica. Trump acaba de teatralizar un perdón a sí mismo. Arpaio ha desobedecido de manera flagrante a jueces federales que le ordenaron detener una práctica racista, ha regido una policía a su medida, ha interpretado la ley a su gusto y ha violado sistemáticamente los derechos de miles de personas —inocentes o no— con el único afán de hacer lo que él cree que es correcto. En Arpaio, como en Trump, solo importa la voluntad personal. Si la ley es un obstáculo, hay que brincarlo.
Trump eligió oponerse a la ley y se alineó con un criminal.
Y lo hizo desafiante como quien se cree el dueño de una 'plantación de bananas'. Unos días atrás, se plantó con jactancia en un acto proselitista en Phoenix y anunció que, tal vez mañana o quizás la semana siguiente, él y solo él, decidiría sobre la futura 'alegría' de un policía corrupto.
No hubo debido proceso: el presidente, patética copia de un 'protozar' autoritario, decidió según su deseo.
Por supuesto, el perdón fue celebrado por los seguidores duros de Trump. No hubo dudas entre ellos: el presidente y el exalguacil Arpaio defienden los mismos ideales. Un compendio de ideas nacionalistas demasiado carcanas al neofascismo sostenidas por una ardiente base de hombres blancos temerosos y resentidos, incapaces de comprender cómo el mundo se ha vuelto más sincrético y menos dominado por su raza. Perdonar a Arpaio, un policía racista que creía encarnar al buen estadounidense, no puede resultar más a la medida.
Es un triste consuelo suponer que Trump gobierna para su base, y que sus medidas apenas son gestos para el paroxismo de un hato de neonazis y supremacistas. Las consecuencias de las decisiones del presidente de Estados Unidos tienen graves efectos de largo plazo para la democracia del país, su sociedad y el equilibrio internacional. Cuando unos meses atrás, Angela Merkel dijo que Europa debe pensar sus asuntos —y el mundo— por sí sola, descorrió el velo que nada más la diplomacia internacional se resistía a dejar caer. Con Trump a la cabeza, el emperador está desnudo: ya nadie puede confiar en Estados Unidos.
El mensaje de Trump es desolador. Está bien violar la ley si con ello se obtienen resultados. Está bien torturar prisioneros en beneficio de un supuesto afán de justicia. Está bien perseguir y detener personas pertenecientes a las minorías porque cualquier color distinto al blanco sajón es sinónimo de criminalidad. Del mismo modo que cuando se negó a cuestionar sin dudas a los neonazis y supremacistas reunidos en Charlottesville, Trump volvió a apoyar al racismo con su perdón a Arpaio.
Alessandra Soler, la directora ejecutiva de la Unión por las Libertades Civiles de Estados Unidos (ACLU, por su sigla en inglés) estaba en una reunión de trabajo con su equipo cuando Trump anunció el perdón a Arpaio. Junto a otras organizaciones, ACLU llevó a Arpaio a la justicia en nombre de residentes latinos de Arizona por el racismo de sus detenciones ilegales. Cuando conversé con ella, Soler, una estadounidense hija de brasileños y argentinos, estaba devastada. “Estaba preparada para esperar el perdón, pero creía que la justicia prevalecería”, me dijo. “Mi corazón se hundió cuando escuché la noticia. Fue un insulto a la gente”.
Extractado desde:
NYT ed. en Español.
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''Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana" J. Artigas.
''El ladrón piensa que todos son de su condición'':refrán popular Castellano.