Finalizadas la guerra Carlista, la primera guerra de independencia de Cuba (1868/78 ), las sublevaciones cantonales, … la restauración abrió un periodo de cierta estabilidad política que permitió afrontar la reforma militar. Con ella se pretendía implantar el modelo prusiano de servicio militar universal y fuertes reservas movilizables, pero en la practica esto no se consiguió y el servicio militar siguió siendo selectivo, por sorteo, pero donde la redención a metálico lo hacía cosa de pobres.
Como ha dicho ARCHIMENCEY:
Las fuerzas armadas no son un ente parte, una casta pretoriana desconectada de lo que ocurre a su alrededor.Forman parte de la sociedad y son un reflejo de esta.
Así una sociedad poco igualitaria y muy clasista daba un ejército con esas características. Entre los militares había de todo, como en botica, y de hecho las reformas militares fueron paradas no solo por algunas fuerzas conservadoras del ejército , sino también por las clases más pudientes que se oponían a que sus hijos fueran al servicio militar, ya que solo las clases medías y altas podían pagar las 2.000 pesetas que costaba redimir, o bien pagar un seguro de quintas o a un sustituto (mientras que muchos militares consideraban injusta su existencia). Aparte estaba la falta crónica de dinero que impedía mantener las unidades con un mínimo de fuerza, realizar maniobras, etc.
En cuanto a la flota se han dicho muchas tonterías, es verdad que no eran barcos de madera como se ha pretendido a veces, pero tampoco era una flota apta para combatir a los acorazados norteamericanos. Cuando se inicia su reconstrucción buena parte de la marina era partidaria de seguir los postulados de la Jeune École francesa que preconizaba una flota basada en los cruceros para la guerra contra el comercio y en los buques torpederos para la defensa de costas, mientras que otra parte lo era de una flota de acorazados, destinada al combate en línea contra las unidades enemigas.
El resultado de este debate fue la Ley de escuadra de 1887, que autorizó la construcción de 11 cruceros acorazados (de 3.000 a 4.500 toneladas), 10 cruceros torpederos y 138 torpederos, previsiones nunca cumplidas.
Podía parecer que había triunfado la Jeune École pero realmente no era del todo así. Como resultado de este plan se construyeron siete grandes cruceros acorazados -7.000 a 9.000 toneladas- (los tres de la clase Infanta María Teresa, el Carlos V y los tres de la clase Princesa de Asturias, aunque éstos tres últimos no estaba todavía listos en 1898 y no pueden ser computados o sino deberíamos contar también los acorazados de las clases Kearsarge e Illinois y otras unidades de la US Navy).
Estos cruceros eran unidades mucho mayores que las previstas en principio (y a ellas se destinó casi toso el presupuesto), que en vez de ser clasificadas como cruceros acorazados lo fueron como acorazados de primera o segunda clase y finalmente usados como tal en vez de como cruceros, lo que sólo podía conducir al desastre. Además esta falsa denominación (carecían de blindaje adecuado) y la inclusión en la lista de buques de unidades no entregadas, hacían aparecer en los estados de fuerzas a siete acorazados *, lo que en su momento dio una falsa seguridad y ha conducido posteriormente a no pocos errores.
Todo esto fue agravado por la decisión de que las principales embarcaciones debían ser desarrolladas y construidas en España, a pesar de que la construcción naval española estaba tecnológicamente atrasada, lo que produjo unos buques bastante mediocres.
También se disponía de un auténtico acorazado, el Pelayo, de diseño y construcción franceses, pero no era muy adecuado para la guerra de Cuba ya que tenía muy poca autonomía y además su diseño estaba ya anticuado.
La influencia de la Jeune École hizo que los marinos españoles se interesaran también en los años 1880 por los nuevos tipos de armas navales, como los torpedos y las minas y que desarrollaran embarcaciones innovadoras. La aparición del destructor debe mucho a Fernando Villamil, de cuyo diseño de buque contratorpedero (de nombre “Destructor” y producido en Gran Bretaña) tomaron algunas ideas los diseñadores de este país para sus primeros destroyers. Igualmente el submarino de Isaac Peral fue el primero en tener las tres características básicas que hicieron viable este nuevo tipo: el tubo lanzatorpedos, la propulsión eléctrica y un primitivo periscopio.
Por tanto la flota española no era ni muy poderosa ni muy homogénea, pero lo que era peor es que no había una doctrina clara. Los cruceros acorazados fueron usados para algo para lo que no habían diseñados, combatir en la línea de batalla contra acorazados verdaderos, y para colmo fueron acompañados de dos flamantes destroyers comprados en Inglaterra.
Cuando la guerra era inminente España trató de comprar algunas unidades: dos excelentes cruceros acorazados de la clase Garibaldi y algunos cruceros ligeros, pero los norteamericanos bloquearon algunas compras y solamente se consiguió adquirir el crucero acorazado Cristóbal Colón, aunque sin su artillería principal (aun así era el mejor buque de la flota).
Cuando empezó la guerra las fuerzas del Ejército español existentes en Cuba eran bastante numerosas pero estaban en un estado deplorable después de tres años de lucha antiguerrillera, privaciones y enfermedades. Sin embargo el Ejército combatió bastante bien, pero la campaña en su conjunto estuvo pésimamente dirigida ya que no había estrategia clara. El principal problema era que la marina carecía de medios para forzar un bloqueo norteamericano, lo que hacía imposible aprovisionar al Ejército, cuyo estado de salud ya estaba muy deteriorado por las enfermedades y la mala alimentación.
La única estrategia posible era al uso de la flota para interferir en los desembarcos norteamericanos y emplearla en una guerra de corso contra el comercio y los buques de suministro de las tropas de tierra (Jeune École). Los japoneses probarían unos años más tarde lo peligrosos que podían ser los destructores contra los acorazados cuando eran usados con audacia, en vez de atarlos a una línea de combate como hizo Cervera.
El primer error fue enviar la escuadra precipitadamente, sin una estrategia, órdenes o incluso un destino claros, y sin esperar a las dos unidades mayores: el gran crucero Carlos V el acorazado Pelayo. Con ello quedó compuesta solamente por cuatro cruceros acorazados, los tres de la clase Infanta María Teresa y el Colón (sin sus cañones de 25,4 cm) y los tres destructores de la clase Terror (aunque solamente dos estuvieron en Santiago ya que el tercero había regresado a España), por lo que no era apta para enfrentarse a la de los EE.UU., compuesta por cuatro modernos acorazados (BB - 1 Indiana, BB - 2 Massachussets, BB - 3 Oregón y BB - 4 Iowa), más el anticuado Texas, y dos modernos cruceros acorazados, Nueva York y Brooklyn. Aparte había otros cruceros ligeros y cañoneros.
Aunque hubiera problemas para carbonear, la decisión de Cervera de embotellar la escuadra en Santiago es inexplicable. La Habana hubiera sido un mejor destino ya que allí había instalaciones para realizar reparaciones, una potente artillería de costa (2x30,5 cm y 6x28 cm Krupp cañones, más 2x30,5 y 8x15 cañones Ordóñez y 2x24 y 8x21 Obuses Ordóñez) y las mejores unidades del ejército para evitar situación como las de Santiago o Port Arthur, donde los buque fueron capturados o forzados a salir mediante el asedio del puerto.
Aunque el ejército luchó valientemente contra las fuerzas invasoras también cometió algunos errores graves. Después de los combates de las lomas de San Juan los comandantes del US Army pensaron en reembarcar, pero Santiago estaba sitiada y aislada del resto del ejército y las guerrillas cubanas dificultaban la ayuda. Además los problemas de abastecimiento, que sufría en toda isla, eran mucho más graves en Santiago, donde el hambre debilitó la voluntad de resistir. La destrucción de escuadra de Cervera hundió la moral del país y selló el destino de la guerra , a pesar de quedar numerosas fuerzas en el resto de la isla.
El planteamiento estratégico de la campaña fue malo o inexistente, se cometieron garrafales errores en la conducción de las operaciones (embotellar la flota en Santiago y otros). También hubo graves errores tácticos (como no aprovechar la ametralladoras de los buques o usar los destructores como buques de línea), pero los norteamericanos también tuvieron su ración de fallos garrafales y sí triunfaron fácilmente fue en buena parte gracias a los errores cometidos por el gobierno, el mando militar y los jefes de operaciones españoles.
El no haber embotellado la flota de forma absurda en Santiago, el haber usado los innovadores destructores con solo la mitad de imaginación y audacia con que lo hicieron los japoneses en 1904, hubieran determinado tal vez una semiderrota, que hubiera preservado el dominio de Filipinas y Puerto Rico.
Por cierto, de donde has sacado esas ilustraciones sobre los buques del 98.
* Los tres de la clase Infanta María Teresa, el Carlos V, el Pelayo y dos de la clase Princesa de Asturias.
Un saludo.