LA FRACTURA
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LA FRACTURA
Fue poco después de saludar a su hermana cuando la sección de Michal tuvo su primera baja.
El batallón tenía encomendada la vigilancia del Valle de Tena, que incluía, además del paso del Portalé, algo más de 30 km de los más abruptos de la cadena pirenaica, incluyendo varias cimas que superaban los tres mil metros de altura. Para Michal eran montañas imponentes, pero uno de sus compañeros, un soldado profesional que antes de la Fractura había sido aficionado al montañismo, le había dicho que para un montañero y sobre todo para un esquiador eran casi como autopistas. Mientras la nieve cubriese las laderas, los esquiadores podían recorrer grandes distancias, manteniéndose a media ladera y rodeando los puestos de vigilancia en el valle.
Además en el lado francés ya no solo había contrabandistas: los alemanes habían obligado al gobierno de Vichy a aceptar su “ayuda” para custodiar la frontera, y a localidades como Artouste o Cauterets habían llegado importantes contingentes germanos. Las patrullas de esquiadores germanos estaban visitando con frecuencia las cimas y collados fronterizos, aunque sin adentrarse en España… aparentemente. Ya que si bien era casi imposible infiltrarse con buen tiempo —las huellas en la nieve delataban los movimientos— en las cimas eran habituales nieblas y ventiscas que limitaban la visibilidad a unos metros, y que borraban las huellas de paso. Aunque la compañía de esquiadores del batallón de Michal había establecido algunos puestos de vigilancia junto a la raya, y mantenía observatorios en la misma frontera —cuando el tiempo lo permitía— resultaba demasiado sencillo infiltrarse durante los temporales.
Un rincón que preocupaba mucho al mando español era el Balneario de Panticosa. Se trataba de una estación termal situada en un antiguo circo glaciar, que estaba encerrado entre altas montañas por las que había varias rutas de contrabandistas. Aunque no había caminos aptos para vehículos, y solo uno o dos senderos de herradura, no era demasiado difícil acceder desde Francia a las montañas que rodeaban el balneario —una mezcla de edificios de principios del siglo XX con otros modernos de estética dudosa— y atrapar a su guarnición. Una vez en él, se podía acceder al valle de Tena al sur de Escarrilla, rodeando toda la cabecera del valle. Es decir, se trataba de una peligrosa ruta e infiltración que había que vigilar, y para ello se había establecido un puesto en el lago de Bachimaña, un ibón —pequeño lago pirenaico— recrecido para producir energía eléctrica. Casi todos los pasos desde Francia pasaban por el ibón, y cerca de la presa había una zona protegida de aludes donde se estableció un pequeño campamento. Como la compañía de esquiadores no llegaba a todo, las otras compañías eran las que cubrían esos puestos, que por estar a menor altura que los fronterizos no requerían tanta experiencia montañera. La sección de Michal tuvo que pasar algunas semanas vigilando el balneario —disfrutando de su estancia en un hotel de lujo— destacando un pelotón al ibón.
El pelotón de Michal fue el segundo en subir. Salieron de madrugada, con linternas, ascendiendo primero por un fácil camino y luego por una senda junto al río. El sargento al mando les metía prisa: tenían que llegar a lo alto antes que calentase el sol, pues la ruta estaba excesivamente expuesta a las avalanchas. Tras ascender por una ladera muy inclinada, llamada cascada del Fraile, llegaron al campamento, que estaba en un refugio de montaña que a Michal le pareció un palacio. Pero desde allí tenían que salir a cubrir puestos de observación en las cimas que dominaban el ibón. El riesgo de aludes obligaba a madrugar —la nieve helada es más firme— y a ascender por las zonas rocosas, por desgracia por recorridos demasiado predecibles. Uno de los puestos estaba en un laguito cercano llamado ibón de Coanga. Allí se habían observado marcas de esquíes —que por el tipo anticuado solo podían ser alemanes— y se temían nuevas visitas intempestivas.
La segunda vez que subieron al ibón fue tras una ventisca que había borrado las huellas. Ascendieron por las zonas altas, evitando vaguadas, hasta llegar a la boca del lago, completamente cubierto por la nieve. Apenas acababan de llegar cuando uno de los soldados, un refugiado como Michal, empezó a gritar.
—¡Sargento, mira lo que haber aquí!— dijo mientras se agachaba.
—¡Paul, no lo toques!
Tarde; mientras el sargento gritaba se produjo una apagada explosión y Paul salió proyectado hacia atrás en medio de una nube de nieve. Michal quiso correr a socorrerle pero el sargento lo prohibió; fue él el que se acercó con sumo cuidado, explorando la nieve con un bastón. Cuando llegó vio que no había nada que hacer por Paul, salvo preparar la evacuación del cadáver. Avisó al alférez, pero antes que llegase el helicóptero ordenó a sus hombres que usasen sus bastones —tras quitar la arandela— como sondas, buscando con cuidado otros “regalos”. No mucho más allá de los restos de Paul encontraron una trampa: un paquete que parecía de alimentos, pero un cable fino lo mantenía amarrado al hielo.
El helicóptero llegó y se llevó los restos del soldado. Luego el pelotón evacuó el lugar con sumo cuidado: podía haber más trampas bajo la capa de nieve. Pisando sobre las huellas de subida llegaron al refugio.
En los días siguientes se encontraron más minas escondidas, no solo en el Valle de Tena sino en toda la cordillera. Se hizo estallar a la mayoría, pero algunas que fueron inspeccionadas resultaron ser de origen francés. No quería decir nada, pues los alemanes habían capturado ingentes cantidades de municiones y artefactos franceses.
El batallón tenía encomendada la vigilancia del Valle de Tena, que incluía, además del paso del Portalé, algo más de 30 km de los más abruptos de la cadena pirenaica, incluyendo varias cimas que superaban los tres mil metros de altura. Para Michal eran montañas imponentes, pero uno de sus compañeros, un soldado profesional que antes de la Fractura había sido aficionado al montañismo, le había dicho que para un montañero y sobre todo para un esquiador eran casi como autopistas. Mientras la nieve cubriese las laderas, los esquiadores podían recorrer grandes distancias, manteniéndose a media ladera y rodeando los puestos de vigilancia en el valle.
Además en el lado francés ya no solo había contrabandistas: los alemanes habían obligado al gobierno de Vichy a aceptar su “ayuda” para custodiar la frontera, y a localidades como Artouste o Cauterets habían llegado importantes contingentes germanos. Las patrullas de esquiadores germanos estaban visitando con frecuencia las cimas y collados fronterizos, aunque sin adentrarse en España… aparentemente. Ya que si bien era casi imposible infiltrarse con buen tiempo —las huellas en la nieve delataban los movimientos— en las cimas eran habituales nieblas y ventiscas que limitaban la visibilidad a unos metros, y que borraban las huellas de paso. Aunque la compañía de esquiadores del batallón de Michal había establecido algunos puestos de vigilancia junto a la raya, y mantenía observatorios en la misma frontera —cuando el tiempo lo permitía— resultaba demasiado sencillo infiltrarse durante los temporales.
Un rincón que preocupaba mucho al mando español era el Balneario de Panticosa. Se trataba de una estación termal situada en un antiguo circo glaciar, que estaba encerrado entre altas montañas por las que había varias rutas de contrabandistas. Aunque no había caminos aptos para vehículos, y solo uno o dos senderos de herradura, no era demasiado difícil acceder desde Francia a las montañas que rodeaban el balneario —una mezcla de edificios de principios del siglo XX con otros modernos de estética dudosa— y atrapar a su guarnición. Una vez en él, se podía acceder al valle de Tena al sur de Escarrilla, rodeando toda la cabecera del valle. Es decir, se trataba de una peligrosa ruta e infiltración que había que vigilar, y para ello se había establecido un puesto en el lago de Bachimaña, un ibón —pequeño lago pirenaico— recrecido para producir energía eléctrica. Casi todos los pasos desde Francia pasaban por el ibón, y cerca de la presa había una zona protegida de aludes donde se estableció un pequeño campamento. Como la compañía de esquiadores no llegaba a todo, las otras compañías eran las que cubrían esos puestos, que por estar a menor altura que los fronterizos no requerían tanta experiencia montañera. La sección de Michal tuvo que pasar algunas semanas vigilando el balneario —disfrutando de su estancia en un hotel de lujo— destacando un pelotón al ibón.
El pelotón de Michal fue el segundo en subir. Salieron de madrugada, con linternas, ascendiendo primero por un fácil camino y luego por una senda junto al río. El sargento al mando les metía prisa: tenían que llegar a lo alto antes que calentase el sol, pues la ruta estaba excesivamente expuesta a las avalanchas. Tras ascender por una ladera muy inclinada, llamada cascada del Fraile, llegaron al campamento, que estaba en un refugio de montaña que a Michal le pareció un palacio. Pero desde allí tenían que salir a cubrir puestos de observación en las cimas que dominaban el ibón. El riesgo de aludes obligaba a madrugar —la nieve helada es más firme— y a ascender por las zonas rocosas, por desgracia por recorridos demasiado predecibles. Uno de los puestos estaba en un laguito cercano llamado ibón de Coanga. Allí se habían observado marcas de esquíes —que por el tipo anticuado solo podían ser alemanes— y se temían nuevas visitas intempestivas.
La segunda vez que subieron al ibón fue tras una ventisca que había borrado las huellas. Ascendieron por las zonas altas, evitando vaguadas, hasta llegar a la boca del lago, completamente cubierto por la nieve. Apenas acababan de llegar cuando uno de los soldados, un refugiado como Michal, empezó a gritar.
—¡Sargento, mira lo que haber aquí!— dijo mientras se agachaba.
—¡Paul, no lo toques!
Tarde; mientras el sargento gritaba se produjo una apagada explosión y Paul salió proyectado hacia atrás en medio de una nube de nieve. Michal quiso correr a socorrerle pero el sargento lo prohibió; fue él el que se acercó con sumo cuidado, explorando la nieve con un bastón. Cuando llegó vio que no había nada que hacer por Paul, salvo preparar la evacuación del cadáver. Avisó al alférez, pero antes que llegase el helicóptero ordenó a sus hombres que usasen sus bastones —tras quitar la arandela— como sondas, buscando con cuidado otros “regalos”. No mucho más allá de los restos de Paul encontraron una trampa: un paquete que parecía de alimentos, pero un cable fino lo mantenía amarrado al hielo.
El helicóptero llegó y se llevó los restos del soldado. Luego el pelotón evacuó el lugar con sumo cuidado: podía haber más trampas bajo la capa de nieve. Pisando sobre las huellas de subida llegaron al refugio.
En los días siguientes se encontraron más minas escondidas, no solo en el Valle de Tena sino en toda la cordillera. Se hizo estallar a la mayoría, pero algunas que fueron inspeccionadas resultaron ser de origen francés. No quería decir nada, pues los alemanes habían capturado ingentes cantidades de municiones y artefactos franceses.
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LA FRACTURA
Los libros de historia mostraban que los contendientes durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente la Alemania nazi, interpretaban muy libremente las reglas de la neutralidad; pero la muerte de Paul —y las heridas de otros tres soldados en otros puntos de los Pirineos— no podía quedar impune.
Se sopesaron diferentes opciones. Inicialmente se pensó que lo mejor sería emboscar a alguna patrulla germana utilizando dispositivos de vigilancia electrónica. Pero si no se habían usado en la frontera era por el riesgo que había de que alguno fuese capturado, y porque no se quería que los nazis supiesen de las capacidades de los equipos modernos. Además las patrullas solo cruzaban la frontera cuando hacía mal tiempo, y la nieve cegaba los dispositivos infrarrojos casi tan bien como hacía con la vista humana. Otra opción era devolver la visita, plantando algunos artefactos cerca de los puestos alemanes. Pero no solo era peligroso para los civiles franceses, sino que probablemente lo que los germanos deseaban era atrapar a una patrulla española en el lado francés.
Otra posibilidad era atacar algún puesto de tropas de montaña con armas guiadas, intentando causar pocas bajas: por ejemplo, con bombas inertes, que causarían muchos daños simplemente por su energía cinética. Pero tampoco se quería mostrar las capacidades del armamento actual: en Madrid aun no se había decidido sobre la conveniencia o no de ir a la guerra, y mucho menos sobre si era mejor provocar un ataque alemán o evitarlo.
Finalmente se decidió tomar una medida intermedia: un ataque aéreo sobre territorio francés pero sin mostrar las grandes capacidades de las armas guiadas. Que los alemanes supiesen que España no toleraría sus actividades, pero sin provocarlos excesivamente, ni tampoco mostrar la inmensa superioridad española. Por ello no se iban a usar equipos demasiado avanzados, aunque tampoco nada que corriese peligro ante los alemanes.
Hubo que esperar tres días a un periodo de buen tiempo para que se diese la orden de actuar. Se había desplazado a los dos primeros cazabombarderos Nova N-20 Gladio a la base aérea de Zaragoza. Los aviones, de aspecto anacrónico con sus alas rectas y los depósitos en los extremos alares, eran los dos primeros de la versión monoplaza que debía competir con el CASA C-101 EE (versión de ataque con un ala con perfil alar de menor espesor) pero habían sido reclamados para esta misión. Cada uno iba cargado con cuatro bombas de 250 Kg y dos misiles Banderilla. Los aparatos despegaron tras una corta carrera, sin precisar la larguísima pista construida para los bombarderos de la Guerra Fría, y pusieron rumbo al norte. Fueron seguidos por dos F-18 en configuración aire aire, armados con dos misiles Sparrow y dos Sidewinder: se prefería reservar los mejores pero escasos AIM-120 e Iris-T. Un CN-235 equipado con un radar de alerta les había precedido.
Los aparatos sobrevolaron el valle de Tena a 4.000 de altura y al pasar sorbe la frontera rodearon el imponente pico del Midi d’Ossau y picaron hacia su objetivo: el balneario de Eaus Chaudes, entre las localidades francesas de Gabas y Laruns, en el que se había instalado el puesto de mando alemán. El balneario estaba en un profundo cañón que era de suponer que los germanos considerarían imposible de bombardear. Pero el sistema inercial de navegación y las señales de estaciones terrestres permitieron que los pilotos identificasen su objetivo. Se lanzaron en un picado suave, con los aerofrenos desplegados. En el HUD se señaló el edificio que tenían que atacar, y lanzaron sus bombas desde 500 m de altura sobre el balneario. Luego los aparatos dieron potencia a los motores, giraron a la derecha para evitar una montaña, se elevaron y volvieron hacia España.
Las ocho bombas alcanzaron el balneario atravesando muros y tejados. Parte de una planta se desmoronó, y el edificio atacado se llenó de polvo. Sin embargo no hubo demasiadas víctimas porque las bombas no estallaron: cuando las inspeccionaron los artificieros vieron que eran bombas de prácticas, rellenas de serrín pero con un marcador fumígeno. El mensaje estaba claro, pero por si había dificultades de interpretación, también había mensajes en alemán y español: las siguientes serían explosivas.
Mientras los dos Gladio volvían hacia Zaragoza los F-18 recorrieron la cordillera, dirigidos por el CN-235 hacia un contacto que resultó ser un Focke Wulf 189 de los empleados para vigilar la frontera y atisbar el territorio español. Una ráfaga de 20 mm lo hizo estallar sin que sus tripulantes hubiesen llegado a ver a los aviones españoles
Se sopesaron diferentes opciones. Inicialmente se pensó que lo mejor sería emboscar a alguna patrulla germana utilizando dispositivos de vigilancia electrónica. Pero si no se habían usado en la frontera era por el riesgo que había de que alguno fuese capturado, y porque no se quería que los nazis supiesen de las capacidades de los equipos modernos. Además las patrullas solo cruzaban la frontera cuando hacía mal tiempo, y la nieve cegaba los dispositivos infrarrojos casi tan bien como hacía con la vista humana. Otra opción era devolver la visita, plantando algunos artefactos cerca de los puestos alemanes. Pero no solo era peligroso para los civiles franceses, sino que probablemente lo que los germanos deseaban era atrapar a una patrulla española en el lado francés.
Otra posibilidad era atacar algún puesto de tropas de montaña con armas guiadas, intentando causar pocas bajas: por ejemplo, con bombas inertes, que causarían muchos daños simplemente por su energía cinética. Pero tampoco se quería mostrar las capacidades del armamento actual: en Madrid aun no se había decidido sobre la conveniencia o no de ir a la guerra, y mucho menos sobre si era mejor provocar un ataque alemán o evitarlo.
Finalmente se decidió tomar una medida intermedia: un ataque aéreo sobre territorio francés pero sin mostrar las grandes capacidades de las armas guiadas. Que los alemanes supiesen que España no toleraría sus actividades, pero sin provocarlos excesivamente, ni tampoco mostrar la inmensa superioridad española. Por ello no se iban a usar equipos demasiado avanzados, aunque tampoco nada que corriese peligro ante los alemanes.
Hubo que esperar tres días a un periodo de buen tiempo para que se diese la orden de actuar. Se había desplazado a los dos primeros cazabombarderos Nova N-20 Gladio a la base aérea de Zaragoza. Los aviones, de aspecto anacrónico con sus alas rectas y los depósitos en los extremos alares, eran los dos primeros de la versión monoplaza que debía competir con el CASA C-101 EE (versión de ataque con un ala con perfil alar de menor espesor) pero habían sido reclamados para esta misión. Cada uno iba cargado con cuatro bombas de 250 Kg y dos misiles Banderilla. Los aparatos despegaron tras una corta carrera, sin precisar la larguísima pista construida para los bombarderos de la Guerra Fría, y pusieron rumbo al norte. Fueron seguidos por dos F-18 en configuración aire aire, armados con dos misiles Sparrow y dos Sidewinder: se prefería reservar los mejores pero escasos AIM-120 e Iris-T. Un CN-235 equipado con un radar de alerta les había precedido.
Los aparatos sobrevolaron el valle de Tena a 4.000 de altura y al pasar sorbe la frontera rodearon el imponente pico del Midi d’Ossau y picaron hacia su objetivo: el balneario de Eaus Chaudes, entre las localidades francesas de Gabas y Laruns, en el que se había instalado el puesto de mando alemán. El balneario estaba en un profundo cañón que era de suponer que los germanos considerarían imposible de bombardear. Pero el sistema inercial de navegación y las señales de estaciones terrestres permitieron que los pilotos identificasen su objetivo. Se lanzaron en un picado suave, con los aerofrenos desplegados. En el HUD se señaló el edificio que tenían que atacar, y lanzaron sus bombas desde 500 m de altura sobre el balneario. Luego los aparatos dieron potencia a los motores, giraron a la derecha para evitar una montaña, se elevaron y volvieron hacia España.
Las ocho bombas alcanzaron el balneario atravesando muros y tejados. Parte de una planta se desmoronó, y el edificio atacado se llenó de polvo. Sin embargo no hubo demasiadas víctimas porque las bombas no estallaron: cuando las inspeccionaron los artificieros vieron que eran bombas de prácticas, rellenas de serrín pero con un marcador fumígeno. El mensaje estaba claro, pero por si había dificultades de interpretación, también había mensajes en alemán y español: las siguientes serían explosivas.
Mientras los dos Gladio volvían hacia Zaragoza los F-18 recorrieron la cordillera, dirigidos por el CN-235 hacia un contacto que resultó ser un Focke Wulf 189 de los empleados para vigilar la frontera y atisbar el territorio español. Una ráfaga de 20 mm lo hizo estallar sin que sus tripulantes hubiesen llegado a ver a los aviones españoles
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En Karinhall, la gran finca de recreo de Goering en las afueras de Berlín, el Reichsmarschall se había reunido con algunos de sus principales colaboradores para analizar el ataque que aviones españoles habían efectuado cinco días antes. Parecía extraño que en medio de una guerra un bombardeo efectuado por solo dos aviones contra un puesto de mando subalterno fuese discutido en tan altas esferas; pero era la primera vez que los aviones españoles habían efectuado un ataque fuera de sus fronteras, y Goering deseaba conocer la opinión de sus subordinados sobre la capacidad española.
El mariscal Sperrle, al mando de la Luftflotte III, que había sido desplazada al Loira, explicó a los presentes los hechos.
—En las últimas semanas siguiendo las instrucciones del OKW patrullas de montaña de tropas de montaña alemanas, que no vestían sus uniformes sino los del ejército francés, han estado colocando artefactos explosivos por todo el Pirineo. El objetivo de esas misiones era, por una parte, aumentar la tensión entre la Francia de Vichy y los españoles; por otra, alejar a los españoles de sus puestos de observación en la frontera. Sin embargo en Madrid han debido saber quiénes eran realmente los que habían colocado los artefactos, y han querido mostrarnos que no van a seguir tolerando acciones de este tipo. Suponemos que habrían preferido emboscar a alguna de nuestras patrullas, pero no lo han conseguido; nuestros montañeros son muy hábiles. Pero de alguna manera, seguramente mediante contactos con terroristas franceses, han descubierto donde estaba el puesto de mando del sector y han realizado un ataque aéreo sin advertencia. Estos son los resultados.
Sperrle mostró una serie de fotografías que mostraban un hotel de una estación balnearia, con dos grandes huecos en la fachada, y parte del tejado hundido.
—Parece que los españoles han conseguido alcanzar al hotel con un par de bombas de baja potencia —dijo Goering— pues los daños no parecen muy graves.
—Siento tener que contradecirle, Reichsmarschall, pero las bombas eran más grandes, de 250 Kg, pero se trataba de artefactos inertes con un marcador fumígeno: bombas de prácticas. A pesar de ello hubo siete muertos y quince heridos entre nuestro personal, ya que el ataque fue tan repentino que no les dio tiempo a refugiarse. Hemos podido estudiar las bombas, sobre todo una que cayó en terreno blando a unas decenas de metros y que sufrió pocos daños. Salvo que era más ahusada que las nuestras, no tenía nada de especial. La espoleta de la carga fumígena era de inercia con un seguro pirotécnico. Técnicamente no superan lo que nosotros tenemos. No había ningún indicio de esos sistemas de dirección que según ese desertor español tienen sus bombas.
El mariscal Milch aprovechó para meter tajada.
—Incluso tenemos en desarrollo aviones a reacción como los empleados por los hispanos. Ahora que sabemos que funcionan, están recibiendo máxima prioridad, y espero que en unos meses dispongamos de prototipos. La información robada a los españoles nos está sirviendo de alguna ayuda. No tanto como esperábamos pues se trata de dibujos generales sin apenas información técnica, pero por lo menos nos permiten conocer las configuraciones que funcionan. Por ejemplo, hemos sabido que los reactores de compresor axial que estamos desarrollando son más complejos de lo que creíamos, por lo que se han reiniciado los trabajos en un proyecto de Heinkel con compresor centrífugo, que probablemente pueda entrar en producción en unos meses.
Todos los presentes tradujeron las palabras de Milch: en lugar de “unos meses” sería “un par de años si hay suerte”. En todo caso esa información había acelerado el programa de jets alemanes. Sin embargo Goering no quería que la discusión divagase porque tenía que explicar a Hitler lo ocurrido.
—En cualquier caso —dijo el jefe de la Luftwaffe— acertar con solo dos bombas de ¿ocho me dijeron? no es nada del otro jueves. Mis pilotos veteranos con sus Stuka lo hubiesen hecho mucho mejor.
—Siento tener que contradecirle, Reichsmarschall —dijo Sperrle—. El puesto de mando se estableció en ese lugar porque se creía inmune a los ataques de bombarderos en picado. Está en un estrecho y sinuoso valle entre altas montañas, casi un cañón, en el que es casi imposible entrar sin estrellarse, pues el aire es muy turbulento. Pensábamos que solo podía ser atacado por bombarderos convencionales volando a gran altura. Pero los dos aviones españoles se introdujeron en el valle, zigzagueando entre las montañas como si las conociesen. Localizaron el hotel sin necesidad de sobrevolarlo, por lo que nadie vio el ataque: los motores de los aviones se oyeron apenas un par de segundos antes que cayesen las bombas, y estimamos que atacaron a por lo menos seiscientos kilómetros por hora. Pensamos que atacaron con un picado suave. Luego se elevaron, esquivaron una montaña y escaparon. Al mismo tiempo un avión de reconocimiento, un Fw 189, desapareció, no sabemos si se accidentó o si ha sido derribado. Los aviones lanzaron cuatro bombas de unos 250 kg que cayeron a espacios predeterminados, es decir, que disponían de un sistema de lanzamiento que dejaba caer las bombas con intervalos de tiempo muy exactos, para asegurar el impacto. Yo estuve inspeccionando el valle y he de decir que creo que nuestros aviones no podrían ni intentar un ataque así. Además la elección del lugar no era mala, porque allí, en teoría, no podía haber fuerzas alemanas. Me imagino que Vichy protestará pero me parece que en Madrid no les hacen mucho caso.
Goering no aceptó la explicación: no quería reconocer ante Hitler que su preciosa Luftwaffe estaba tremendamente anticuada.
—Creo que está exagerando, Sperrle. Esos aviones españoles no hicieron nada que no pueda repetir un Junkers 88. Por lo que me dice, ni siquiera eran demasiado rápidos y uno de nuestros Messerschmitt los hubiese podido derribar. Creo que todo eso que decía el desertor español era más fantasioso que real, y eso voy a decirle al Führer. Sperrle, a partir de ahora sus cazas deben patrullar la frontera y atacar a cualquier avión español.
Sperrle se temía la salida del gordo. Todo menos reconocer sus errores.
—¿Quiere que ataquen a los españoles si entran en Francia? ¿Aunque sea espacio aéreo de Vichy?
—A partir de ahora tus aviones van a proteger a nuestro “aliado”, pues el embajador Abetz va a recibir una petición para que les apoyemos contra las agresiones españolas.
—¿Y si no la recibe? —a Sperrle no le agradaba enfrentarse a una aviación de capacidades desconocidas e intentaba poner inconvenientes.
—Más vale que la reciba. Lo que le he ordenado: desde mañana tiene que proteger la frontera entre España y Francia y atacar a los españoles que la sobrepasen sea volando, a pie o como sea.
—A sus órdenes.
—Una cosa más, Sperrle. Si es necesario que sus aviadores entren en territorio español para garantizar la seguridad de la frontera, hágalo.
El mariscal Sperrle, al mando de la Luftflotte III, que había sido desplazada al Loira, explicó a los presentes los hechos.
—En las últimas semanas siguiendo las instrucciones del OKW patrullas de montaña de tropas de montaña alemanas, que no vestían sus uniformes sino los del ejército francés, han estado colocando artefactos explosivos por todo el Pirineo. El objetivo de esas misiones era, por una parte, aumentar la tensión entre la Francia de Vichy y los españoles; por otra, alejar a los españoles de sus puestos de observación en la frontera. Sin embargo en Madrid han debido saber quiénes eran realmente los que habían colocado los artefactos, y han querido mostrarnos que no van a seguir tolerando acciones de este tipo. Suponemos que habrían preferido emboscar a alguna de nuestras patrullas, pero no lo han conseguido; nuestros montañeros son muy hábiles. Pero de alguna manera, seguramente mediante contactos con terroristas franceses, han descubierto donde estaba el puesto de mando del sector y han realizado un ataque aéreo sin advertencia. Estos son los resultados.
Sperrle mostró una serie de fotografías que mostraban un hotel de una estación balnearia, con dos grandes huecos en la fachada, y parte del tejado hundido.
—Parece que los españoles han conseguido alcanzar al hotel con un par de bombas de baja potencia —dijo Goering— pues los daños no parecen muy graves.
—Siento tener que contradecirle, Reichsmarschall, pero las bombas eran más grandes, de 250 Kg, pero se trataba de artefactos inertes con un marcador fumígeno: bombas de prácticas. A pesar de ello hubo siete muertos y quince heridos entre nuestro personal, ya que el ataque fue tan repentino que no les dio tiempo a refugiarse. Hemos podido estudiar las bombas, sobre todo una que cayó en terreno blando a unas decenas de metros y que sufrió pocos daños. Salvo que era más ahusada que las nuestras, no tenía nada de especial. La espoleta de la carga fumígena era de inercia con un seguro pirotécnico. Técnicamente no superan lo que nosotros tenemos. No había ningún indicio de esos sistemas de dirección que según ese desertor español tienen sus bombas.
El mariscal Milch aprovechó para meter tajada.
—Incluso tenemos en desarrollo aviones a reacción como los empleados por los hispanos. Ahora que sabemos que funcionan, están recibiendo máxima prioridad, y espero que en unos meses dispongamos de prototipos. La información robada a los españoles nos está sirviendo de alguna ayuda. No tanto como esperábamos pues se trata de dibujos generales sin apenas información técnica, pero por lo menos nos permiten conocer las configuraciones que funcionan. Por ejemplo, hemos sabido que los reactores de compresor axial que estamos desarrollando son más complejos de lo que creíamos, por lo que se han reiniciado los trabajos en un proyecto de Heinkel con compresor centrífugo, que probablemente pueda entrar en producción en unos meses.
Todos los presentes tradujeron las palabras de Milch: en lugar de “unos meses” sería “un par de años si hay suerte”. En todo caso esa información había acelerado el programa de jets alemanes. Sin embargo Goering no quería que la discusión divagase porque tenía que explicar a Hitler lo ocurrido.
—En cualquier caso —dijo el jefe de la Luftwaffe— acertar con solo dos bombas de ¿ocho me dijeron? no es nada del otro jueves. Mis pilotos veteranos con sus Stuka lo hubiesen hecho mucho mejor.
—Siento tener que contradecirle, Reichsmarschall —dijo Sperrle—. El puesto de mando se estableció en ese lugar porque se creía inmune a los ataques de bombarderos en picado. Está en un estrecho y sinuoso valle entre altas montañas, casi un cañón, en el que es casi imposible entrar sin estrellarse, pues el aire es muy turbulento. Pensábamos que solo podía ser atacado por bombarderos convencionales volando a gran altura. Pero los dos aviones españoles se introdujeron en el valle, zigzagueando entre las montañas como si las conociesen. Localizaron el hotel sin necesidad de sobrevolarlo, por lo que nadie vio el ataque: los motores de los aviones se oyeron apenas un par de segundos antes que cayesen las bombas, y estimamos que atacaron a por lo menos seiscientos kilómetros por hora. Pensamos que atacaron con un picado suave. Luego se elevaron, esquivaron una montaña y escaparon. Al mismo tiempo un avión de reconocimiento, un Fw 189, desapareció, no sabemos si se accidentó o si ha sido derribado. Los aviones lanzaron cuatro bombas de unos 250 kg que cayeron a espacios predeterminados, es decir, que disponían de un sistema de lanzamiento que dejaba caer las bombas con intervalos de tiempo muy exactos, para asegurar el impacto. Yo estuve inspeccionando el valle y he de decir que creo que nuestros aviones no podrían ni intentar un ataque así. Además la elección del lugar no era mala, porque allí, en teoría, no podía haber fuerzas alemanas. Me imagino que Vichy protestará pero me parece que en Madrid no les hacen mucho caso.
Goering no aceptó la explicación: no quería reconocer ante Hitler que su preciosa Luftwaffe estaba tremendamente anticuada.
—Creo que está exagerando, Sperrle. Esos aviones españoles no hicieron nada que no pueda repetir un Junkers 88. Por lo que me dice, ni siquiera eran demasiado rápidos y uno de nuestros Messerschmitt los hubiese podido derribar. Creo que todo eso que decía el desertor español era más fantasioso que real, y eso voy a decirle al Führer. Sperrle, a partir de ahora sus cazas deben patrullar la frontera y atacar a cualquier avión español.
Sperrle se temía la salida del gordo. Todo menos reconocer sus errores.
—¿Quiere que ataquen a los españoles si entran en Francia? ¿Aunque sea espacio aéreo de Vichy?
—A partir de ahora tus aviones van a proteger a nuestro “aliado”, pues el embajador Abetz va a recibir una petición para que les apoyemos contra las agresiones españolas.
—¿Y si no la recibe? —a Sperrle no le agradaba enfrentarse a una aviación de capacidades desconocidas e intentaba poner inconvenientes.
—Más vale que la reciba. Lo que le he ordenado: desde mañana tiene que proteger la frontera entre España y Francia y atacar a los españoles que la sobrepasen sea volando, a pie o como sea.
—A sus órdenes.
—Una cosa más, Sperrle. Si es necesario que sus aviadores entren en territorio español para garantizar la seguridad de la frontera, hágalo.
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LA FRACTURA
Cuando el embajador Donovan recibió al subsecretario de asuntos exteriores, imaginó que llegaba con lo que se había dado en llamar en la embajada “la lista de la compra”. España seguía cosechando los réditos de la colaboración con la campaña electoral de Roosevelt, que le habían permitido ser incluida en la recién promulgada Ley de Préstamo y Arriendo. Hasta ahora los equipos que España había adquirido se habían pagado en parte mediante la venta de algunos productos tecnológicos, como los transistores, pequeños componentes que estaban revolucionando la industria electrónica norteamericana. Aunque la penetración de los empresarios españoles en Estados Unidos, valiéndose de empresas conjuntas, estaba llevando a la paradoja que eran industrias participadas por capital hispano las que recogían los beneficios. A los magnates norteamericanos el sistema no les gustaba ni lo más mínimo, pero no tenían muchas alternativas: o colaborar con los españoles y perder parte de sus beneficios, o hundirse intentando competir con los productos españoles. El último caso había sido el de Vought, uno de los suministradores clásicos de aviones para la US Navy, que había visto como el Grumman XF6F Tornado era preferido al Vought XF4U Corsair. El prototipo del Tornado —que había sido diseñado en España por una pequeña empresa antes desconocida, llamada Haro— había sido probado en el portaaviones Ranger, con tan buenos resultados que los almirantes se resignaron a aceptar un diseño extranjero. Grumman había cedido parte de sus acciones a Haro, e iba a encargarse de la producción del avión; Vought amenazaba con quebrar.
Donovan sabía que varias empresas norteamericanas habían sido participadas con capital español, que en buena parte se había conseguido mediante préstamos norteamericanos, pues para la banca los productos españoles parecían una excelente apuesta de futuro. En el Congreso se habían escuchado voces airadas contra la cada vez mayor dependencia de la técnica española, y contra las actividades en Iberoamérica, especialmente contra la Unión Iberoamericana. Pero esas voces eran pocas y callaban enseguida, pues hasta los congresistas discordantes sabían que su electorado estaba tremendamente agradecido a los medicamentos españoles, que habían salvado ya millones de vidas. Donovan pensaba que al ceder grandes cantidades de medicamentos a precio muy bajo España había hecho la mejor campaña política que nadie pudiera imaginar. En pocos meses parecía que la tuberculosis o la poliomielitis iban a ser enfermedades olvidadas, y millones de familias no lo olvidaban.
Tras las formalidades de rigor, Díaz presentó a Donovan las demandas españolas. Hasta ahora habían pedido sobre todo aviones de entrenamiento, necesarios para el ambicioso programa de formación de nuevos pilotos en el que se había embarcado el Ejército del Aire español: se habían ofertado más de un millar de plazas de pilotos de complemento, y las escuelas no daban abasto. Aunque los españoles podían fabricar sus propios aviones de instrucción, preferían centrarse en aviones de combate. En los aeropuertos españoles había ya varios centenares de Piper Cub, North American Texan o Beechcraft 17 en los que se formaban las nuevas promociones. También habían adquirido bastantes C-53 —versión militar del Douglas DC-3— que usaban para transporte ligero o enlace, aunque habían equipado algunos como “cañoneros”; tras inspeccionar un ejemplar, el USAAC estaba transformando un par de los novísimos B-17 para probarlos en ese papel.
Esta vez la oferta resultó mucho más atractiva. España quería proponer a Estados Unidos la coproducción de un cazabombardero a reacción que podía operar desde portaaviones. Según Díaz, se trataba de un avión de excelentes características, y animaba a que el agregado militar, el recién reincorporado coronel Doolittle, lo probase.
El coronel no se hizo de rogar, y acudió a la no demasiada lejana Ciudad Real, donde su aeropuerto había sido adquirido por el Ejército del Aire que lo usaba sobre todo para instrucción de nuevos pilotos. Doolittle pudo ver el avión que iba a volar: un Nova N-21B Spatha. Se trataba de la versión de exportación del Nova N-20 Gladio, que se diferenciaba del original por llevar motores FASA J4 —versión del Allison J35—, e instrumentación simplificada. A Doolittle el avión le pareció de líneas modernas, con su tren triciclo y con la curiosa situación de los depósitos de combustible en los extremos de las alas. Se trataba de un aparato biplaza, pues se le indicó que se pensaba destinar las primeras unidades a la formación de nuevos pilotos; pero al lado pudo ver un aparato similar aunque monoplaza, el prototipo de la versión de combate.
Al coronel se le cedió un mono de vuelo y un casco, se le instruyó en el funcionamiento del aparato, de sus características, de las maniobras que no debían efectuarse, y del asiento eyectable —un lujo que los aviones españoles llevaban y que a Doolittle le pareció utilísimo—, y montó en el puesto delantero del aparato: el destinado al alumno. El piloto español, el comandante Salvatierra, fue el que llevó al avión hasta la pista y lo despegó. Luego cedió los mandos al norteamericano, aunque permaneció atento por si intentaba alguna maniobra fuera de parámetros: la versión de exportación no disponía de algunas de las salvaguardias del avión español. Entonces s eles unió el aparato monoplaza, cargado con cuatro bombas de 250 Kg, y volaron hasta el cercano polígono de Chinchilla; allí el monoplaza lanzó sus bombas en un picado suave pero con gran precisión; luego el aparato biplaza hizo varios ataques simulados, primero con Salvatierra y luego con Doolittle a los mandos. Finalmente volvieron a Ciudad Real
El informe fue favorable: como caza, el nuevo avión era algo pesado, y no podía efectuar los giros cerrados que tan fáciles eran con un P-36; pero quedaba sobradamente compensado con la velocidad del avión, que doblaba a la de los aviones en servicio en el USAAC. Un piloto con el Spatha tendría total ventaja contra cualquier avión del inventario norteamericano, siempre que evitase meterse en un combate de giros a baja velocidad. El armamento, dos cañones de 20 mm de gran cadencia de tiro, era suficiente para el combate. Como bombardero, llevaba más carga que la última adquisición del USAAC —el Douglas A-20 Havoc— y podía lanzarla a la misma distancia, pero con mayor velocidad y precisión.
Según la propuesta española, el Spatha sería producido por McDonnell, una pequeña compañía sita en Missouri que había recibido una importante inyección de capital español. El motor J4 sería fabricado inicialmente en España, pero luego sería producido bajo licencia por General Electric, una empresa productora de turbocompresores que también había sido adquirida recientemente por fondos de inversión españoles.
Donovan sabía que varias empresas norteamericanas habían sido participadas con capital español, que en buena parte se había conseguido mediante préstamos norteamericanos, pues para la banca los productos españoles parecían una excelente apuesta de futuro. En el Congreso se habían escuchado voces airadas contra la cada vez mayor dependencia de la técnica española, y contra las actividades en Iberoamérica, especialmente contra la Unión Iberoamericana. Pero esas voces eran pocas y callaban enseguida, pues hasta los congresistas discordantes sabían que su electorado estaba tremendamente agradecido a los medicamentos españoles, que habían salvado ya millones de vidas. Donovan pensaba que al ceder grandes cantidades de medicamentos a precio muy bajo España había hecho la mejor campaña política que nadie pudiera imaginar. En pocos meses parecía que la tuberculosis o la poliomielitis iban a ser enfermedades olvidadas, y millones de familias no lo olvidaban.
Tras las formalidades de rigor, Díaz presentó a Donovan las demandas españolas. Hasta ahora habían pedido sobre todo aviones de entrenamiento, necesarios para el ambicioso programa de formación de nuevos pilotos en el que se había embarcado el Ejército del Aire español: se habían ofertado más de un millar de plazas de pilotos de complemento, y las escuelas no daban abasto. Aunque los españoles podían fabricar sus propios aviones de instrucción, preferían centrarse en aviones de combate. En los aeropuertos españoles había ya varios centenares de Piper Cub, North American Texan o Beechcraft 17 en los que se formaban las nuevas promociones. También habían adquirido bastantes C-53 —versión militar del Douglas DC-3— que usaban para transporte ligero o enlace, aunque habían equipado algunos como “cañoneros”; tras inspeccionar un ejemplar, el USAAC estaba transformando un par de los novísimos B-17 para probarlos en ese papel.
Esta vez la oferta resultó mucho más atractiva. España quería proponer a Estados Unidos la coproducción de un cazabombardero a reacción que podía operar desde portaaviones. Según Díaz, se trataba de un avión de excelentes características, y animaba a que el agregado militar, el recién reincorporado coronel Doolittle, lo probase.
El coronel no se hizo de rogar, y acudió a la no demasiada lejana Ciudad Real, donde su aeropuerto había sido adquirido por el Ejército del Aire que lo usaba sobre todo para instrucción de nuevos pilotos. Doolittle pudo ver el avión que iba a volar: un Nova N-21B Spatha. Se trataba de la versión de exportación del Nova N-20 Gladio, que se diferenciaba del original por llevar motores FASA J4 —versión del Allison J35—, e instrumentación simplificada. A Doolittle el avión le pareció de líneas modernas, con su tren triciclo y con la curiosa situación de los depósitos de combustible en los extremos de las alas. Se trataba de un aparato biplaza, pues se le indicó que se pensaba destinar las primeras unidades a la formación de nuevos pilotos; pero al lado pudo ver un aparato similar aunque monoplaza, el prototipo de la versión de combate.
Al coronel se le cedió un mono de vuelo y un casco, se le instruyó en el funcionamiento del aparato, de sus características, de las maniobras que no debían efectuarse, y del asiento eyectable —un lujo que los aviones españoles llevaban y que a Doolittle le pareció utilísimo—, y montó en el puesto delantero del aparato: el destinado al alumno. El piloto español, el comandante Salvatierra, fue el que llevó al avión hasta la pista y lo despegó. Luego cedió los mandos al norteamericano, aunque permaneció atento por si intentaba alguna maniobra fuera de parámetros: la versión de exportación no disponía de algunas de las salvaguardias del avión español. Entonces s eles unió el aparato monoplaza, cargado con cuatro bombas de 250 Kg, y volaron hasta el cercano polígono de Chinchilla; allí el monoplaza lanzó sus bombas en un picado suave pero con gran precisión; luego el aparato biplaza hizo varios ataques simulados, primero con Salvatierra y luego con Doolittle a los mandos. Finalmente volvieron a Ciudad Real
El informe fue favorable: como caza, el nuevo avión era algo pesado, y no podía efectuar los giros cerrados que tan fáciles eran con un P-36; pero quedaba sobradamente compensado con la velocidad del avión, que doblaba a la de los aviones en servicio en el USAAC. Un piloto con el Spatha tendría total ventaja contra cualquier avión del inventario norteamericano, siempre que evitase meterse en un combate de giros a baja velocidad. El armamento, dos cañones de 20 mm de gran cadencia de tiro, era suficiente para el combate. Como bombardero, llevaba más carga que la última adquisición del USAAC —el Douglas A-20 Havoc— y podía lanzarla a la misma distancia, pero con mayor velocidad y precisión.
Según la propuesta española, el Spatha sería producido por McDonnell, una pequeña compañía sita en Missouri que había recibido una importante inyección de capital español. El motor J4 sería fabricado inicialmente en España, pero luego sería producido bajo licencia por General Electric, una empresa productora de turbocompresores que también había sido adquirida recientemente por fondos de inversión españoles.
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LA FRACTURA
EVA Nº 4, Rosas (Roses), Gerona (Girona)
El Brigada Fernández se frotó los ojos antes de echar un rápido vistazo al reloj. Faltaban veinte minutos para el cambio de turno. Le tenía que dar la razón a su mujer, lo que no era agradable, con los meses pasados desde el "meneo" el trabajo era constante y casi no había reemplazos que permitieran a los dinosaurios como él descansar un poco y, con suerte, obtener un ascenso. Su mujer quería que aceptase un puesto como ayudante de un proyecto de INDRA para mejorar el radar Lanza.
Las cosas estaban tranquilas, aunque desde el MDOA se había ordenado el estado de alerta, nada indicaba que...
- ¡¡¡¡Mierda!!!! ¡¡¡¡Tenía que ser en mi turno!!!!
El grito del cabo Martínez atrajo su atención de inmediato.
- ¿Qué coj... pasa, cabo?
- Esto se pone caliente mi brigada, detecto veinte... no treinta trazas que se dirigen a los Pirineos. Hay trazas más débiles detrás. Calculo que entre cincuenta y cien aviones se dirigen hacia la cordillera.
Fernández levantó de inmediato el teléfono de comunicación directa con el Mando de Defensa y Operaciones Aéreas.
- Aquí Orión, tenemos actividad hostil que se dirige hacia los Pirineos.
Tras colgar miró a sus hombres.
- Bueno chicos, parece que se va a armar la marimorena. Atentos a las pantallas y quiero datos actualizados cada minuto. Martínez, no pierdas detalle. Si esos pájaros se acercan a diez kilómetros de la frontera se van a enterar.
El Brigada Fernández se frotó los ojos antes de echar un rápido vistazo al reloj. Faltaban veinte minutos para el cambio de turno. Le tenía que dar la razón a su mujer, lo que no era agradable, con los meses pasados desde el "meneo" el trabajo era constante y casi no había reemplazos que permitieran a los dinosaurios como él descansar un poco y, con suerte, obtener un ascenso. Su mujer quería que aceptase un puesto como ayudante de un proyecto de INDRA para mejorar el radar Lanza.
Las cosas estaban tranquilas, aunque desde el MDOA se había ordenado el estado de alerta, nada indicaba que...
- ¡¡¡¡Mierda!!!! ¡¡¡¡Tenía que ser en mi turno!!!!
El grito del cabo Martínez atrajo su atención de inmediato.
- ¿Qué coj... pasa, cabo?
- Esto se pone caliente mi brigada, detecto veinte... no treinta trazas que se dirigen a los Pirineos. Hay trazas más débiles detrás. Calculo que entre cincuenta y cien aviones se dirigen hacia la cordillera.
Fernández levantó de inmediato el teléfono de comunicación directa con el Mando de Defensa y Operaciones Aéreas.
- Aquí Orión, tenemos actividad hostil que se dirige hacia los Pirineos.
Tras colgar miró a sus hombres.
- Bueno chicos, parece que se va a armar la marimorena. Atentos a las pantallas y quiero datos actualizados cada minuto. Martínez, no pierdas detalle. Si esos pájaros se acercan a diez kilómetros de la frontera se van a enterar.
- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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LA FRACTURA
BRAGA
El Patriarca Manuel Gonçalves sostenía una tensa reunión con los arzobispos António Bento y Manuel Mendes; en presencia de los legados pontificios.
Lo sucedido en España había sido una sorpresa enorme para todos, incluido el Vaticano, y finalmente se había enviado una delegación especial para intentar restablecer relaciones con el clero español.
El gobierno español había puesto restricciones a la entrada de la delegación, y solo por la intercesión de varios cardenales (cuyo nombramiento y antigüedad Roma aún no tenía claro) se había permitido una reunión especial en Tui, a través de Portugal.
Dicha reunión había sido claramente sorprendente para los legados que no sabían que les dejaba más pasmados si la nueva reglamentación litúrgica y las nuevas regulaciones del llamado Concilio Vaticano II o de que un jesuita llegara al Papado.
Pero la situación estaba bastante clara por parte del clero español: les sería casi imposible retrotraer a las fórmulas preconciliares so pena de perder a los españoles que seguían manteniendo la plena participación en la Iglesia; mostrando que en la práctica muchos españoles eran católicos para las ceremonias más importantes sin acudir a misa semanal.
El problema que veían los altos cargos de la jerarquía lusa, especialmente Gonçalves (amigo de Salazar, que veía que el Estado Novo con el que había llegado al Concordato hacía aguas) era el contagio que se estaba produciendo a pesar de los esfuerzos gubernamentales: los portugueses que iban a buscar trabajo a España venían con ideas demasiado modernas, había burgueses que cruzaban a comprar productos modernos y ver películas que la Iglesia podía considerar pornográficas,..., se filtraban libros, la juventud oía una música para algunos diabólica (algo llamado Pop o Rocas y Rollos),..., algunos sacerdotes se mostraban interesados en la nueva doctrina e incluso habían oído a varios novicios cantar una canción que se iba extendiendo por el país llamada Grandola Vila Morena,...
Era necesario que Roma tomase una decisión antes de que esos "nuevos católicos" o "neo protestantes" o lo que fueran extendiendo a todo el país o quizás por el contrario deberían adaptarse a ellos, toda vez que algunas de las decisiones del Concilio Vaticano II no les parecían tampoco malas.
El Patriarca Manuel Gonçalves sostenía una tensa reunión con los arzobispos António Bento y Manuel Mendes; en presencia de los legados pontificios.
Lo sucedido en España había sido una sorpresa enorme para todos, incluido el Vaticano, y finalmente se había enviado una delegación especial para intentar restablecer relaciones con el clero español.
El gobierno español había puesto restricciones a la entrada de la delegación, y solo por la intercesión de varios cardenales (cuyo nombramiento y antigüedad Roma aún no tenía claro) se había permitido una reunión especial en Tui, a través de Portugal.
Dicha reunión había sido claramente sorprendente para los legados que no sabían que les dejaba más pasmados si la nueva reglamentación litúrgica y las nuevas regulaciones del llamado Concilio Vaticano II o de que un jesuita llegara al Papado.
Pero la situación estaba bastante clara por parte del clero español: les sería casi imposible retrotraer a las fórmulas preconciliares so pena de perder a los españoles que seguían manteniendo la plena participación en la Iglesia; mostrando que en la práctica muchos españoles eran católicos para las ceremonias más importantes sin acudir a misa semanal.
El problema que veían los altos cargos de la jerarquía lusa, especialmente Gonçalves (amigo de Salazar, que veía que el Estado Novo con el que había llegado al Concordato hacía aguas) era el contagio que se estaba produciendo a pesar de los esfuerzos gubernamentales: los portugueses que iban a buscar trabajo a España venían con ideas demasiado modernas, había burgueses que cruzaban a comprar productos modernos y ver películas que la Iglesia podía considerar pornográficas,..., se filtraban libros, la juventud oía una música para algunos diabólica (algo llamado Pop o Rocas y Rollos),..., algunos sacerdotes se mostraban interesados en la nueva doctrina e incluso habían oído a varios novicios cantar una canción que se iba extendiendo por el país llamada Grandola Vila Morena,...
Era necesario que Roma tomase una decisión antes de que esos "nuevos católicos" o "neo protestantes" o lo que fueran extendiendo a todo el país o quizás por el contrario deberían adaptarse a ellos, toda vez que algunas de las decisiones del Concilio Vaticano II no les parecían tampoco malas.
- urquhart
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LA FRACTURA
CIUDAD DEL VATICANO, VATICANO, PRIMAVERA DE 1941
De nuevo en la brecha, Francisco Vázquez y Vázquez había sido elegido para negociar con la Santa Sede la situación... A pesar de que tres de los partidos se mostraban como laicos, nadie en el Gobierno deseaba un enfrentamiento con el Vaticano.
Como socialista, y reconocido católico practicante, y como antiguo Embajador en la Santa Sede, el Gobierno y el Parlamento habían creído oportuno que Francisco Vázquez fuera nombrado Embajador Plenipotenciario del Reino de España.
Vázquez le presentaría a Pío XII el mantenimiento del Concordato de 1979; ya que la Constitución Española hacía inviable el mantenimiento del Concordato de 1851 (1), que el Gobierno de fRanco había reconocido como válido ;renunciando España al Derecho de Presentación.
Respecto a la consideración de Sede Impedida (2) por parte de la Conferencia Episcopal Española, el Gobierno del Reino de España apoyaba cualquier decisión de los Obispos Españoles, ya que el Obispo de Roma para la Iglesia Española seguía siendo Su Santidad Francisco. Vázquez informaría que la Iglesia de España se regía por el derecho Canónico de 1983
Las posibilidades para el obispo de Roma eran varias, aunque Vázquez le haría ver que cualquiera que fuera contra el espíritu del Concilio Vaticano II, y posteriores encíclicas de ordenación de la vida de los católicos, podría llevar a la Iglesia de España a separarse de Roma, como hiciera en su día la Iglesia de Inglaterra.
Tras arduas discusiones, Su Santidad promulgó una resolución que salvaba su posición. reconocía a la Iglesia Metropolitana Española Sui Iuris, reconociendo al Arzobispo de Toledo como Primado de la Iglesia, en lugar de Primado de España. Aprovecharía un párrafo que aparecía en aquel Concilio que Vázquez le había mostrado, y destinado a reconocer las Iglesias de Rito Oriental
Un fleco había quedado por acotar, la Infabilidad del Santo Padre. Beendicto XVI, teólogo de gran capacidad; y especialmente Francisco habían iniciado los estudios para de algún modo finiquitar aquel Dogma que no era muy antiguo, databa de 1870. Era curiosos que fuera Joseph Ratzinger quien en 1980 prohibiera a Hans Kung seguir instruyendo en teología al poner en entredicho la infabilidad papal, al equipararla a un culto a la personalidad.
(1) https://books.google.es/books?id=GNYCAA ... &q&f=false
Respecto a este punto, y antes de la firma del Concordato de 1953, el Gobierno del General Franco estableció algunos acuerdos parciales, en 1941, 1946 y 1950
(2) http://www.vatican.va/archive/ESL0020/__P1F.HTM
De nuevo en la brecha, Francisco Vázquez y Vázquez había sido elegido para negociar con la Santa Sede la situación... A pesar de que tres de los partidos se mostraban como laicos, nadie en el Gobierno deseaba un enfrentamiento con el Vaticano.
Como socialista, y reconocido católico practicante, y como antiguo Embajador en la Santa Sede, el Gobierno y el Parlamento habían creído oportuno que Francisco Vázquez fuera nombrado Embajador Plenipotenciario del Reino de España.
Vázquez le presentaría a Pío XII el mantenimiento del Concordato de 1979; ya que la Constitución Española hacía inviable el mantenimiento del Concordato de 1851 (1), que el Gobierno de fRanco había reconocido como válido ;renunciando España al Derecho de Presentación.
Respecto a la consideración de Sede Impedida (2) por parte de la Conferencia Episcopal Española, el Gobierno del Reino de España apoyaba cualquier decisión de los Obispos Españoles, ya que el Obispo de Roma para la Iglesia Española seguía siendo Su Santidad Francisco. Vázquez informaría que la Iglesia de España se regía por el derecho Canónico de 1983
Las posibilidades para el obispo de Roma eran varias, aunque Vázquez le haría ver que cualquiera que fuera contra el espíritu del Concilio Vaticano II, y posteriores encíclicas de ordenación de la vida de los católicos, podría llevar a la Iglesia de España a separarse de Roma, como hiciera en su día la Iglesia de Inglaterra.
Tras arduas discusiones, Su Santidad promulgó una resolución que salvaba su posición. reconocía a la Iglesia Metropolitana Española Sui Iuris, reconociendo al Arzobispo de Toledo como Primado de la Iglesia, en lugar de Primado de España. Aprovecharía un párrafo que aparecía en aquel Concilio que Vázquez le había mostrado, y destinado a reconocer las Iglesias de Rito Oriental
De regreso a España, Braulio Rodríguez Plaza era elevado a Primado de la Iglesia. El Cisma había sido abortado. La Iglesia española continuaría actuando bajo la legislación canónica de 2016, aunque reconociendo la Primacía del Obispo de Roma, y la comunión con la Iglesia Católica Apostólica y Romana.De acuerdo con la Divina Providencia que ha venido sobre las varias iglesias fundadas por los apóstoles y sus sucesores en varios lugares, éstas durante el transcurso del tiempo han formado comuniones fortalecidas por un vínculo orgánico. Aunque la unidad de la fe y la unidad de la divinamente establecida Iglesia Universal permanece intacta, esas comuniones tienen sus propias formas, sus propios ritos litúrgicos, y sus propias herencias teológicas y espirituales... Esa diversidad de iglesias locales dirigidas en una maravillosa unidad, prueba la catolicidad de la unidad de la iglesia.
Un fleco había quedado por acotar, la Infabilidad del Santo Padre. Beendicto XVI, teólogo de gran capacidad; y especialmente Francisco habían iniciado los estudios para de algún modo finiquitar aquel Dogma que no era muy antiguo, databa de 1870. Era curiosos que fuera Joseph Ratzinger quien en 1980 prohibiera a Hans Kung seguir instruyendo en teología al poner en entredicho la infabilidad papal, al equipararla a un culto a la personalidad.
(1) https://books.google.es/books?id=GNYCAA ... &q&f=false
Respecto a este punto, y antes de la firma del Concordato de 1953, el Gobierno del General Franco estableció algunos acuerdos parciales, en 1941, 1946 y 1950
(2) http://www.vatican.va/archive/ESL0020/__P1F.HTM
Tempus Fugit
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LA FRACTURA
Las sirenas de alarma sonaron por quinta vez en la semana, y los jaqueses, ordenadamente, se dirigieron a los refugios antiaéreos.
En la mayor parte de España y a pesar del tremendo trastorno que había supuesto la fractura, podían simular que se vivía en paz. No así en la franja pirenaica. La Fractura se inició con las mayores inundaciones de las que había memoria, seguidas por in invierno adelantado pero especialmente duro, de los de antes… o de los de ahora. La nieve que en el siglo XXI solo ocasionalmente blanqueaba la ciudad, había cubierto las calles durante meses. La primavera se estaba retrasando y el manto blanco aun cubría las cimas. Hubiese sido una excelente temporada de esquí, pero tanto las estrictas limitaciones en el acceso a las zonas fronterizas como el racionamiento de gasolina —felizmente acabado— habían hecho que los turistas solo fuesen unos pocos. Felizmente las importantes obras de fortificación que se estaban haciendo a lo largo de toda la cordillera habían dado trabajo a la comarca, y muchos otros se habían trasladado a Pamplona o a Zaragoza, en las que se habían instalado industrias aeronáuticas o armamentísticas.
Pero por si la construcción de fortificaciones y el estricto control de fronteras no fuese suficiente, tanto en Jaca como en el resto de las localidades por encima del Ebro —incluyendo ciudades como Barcelona— se habían habilitado refugios antiaéreos, y se había instruido a la población respecto a las medidas de autoprotección. No se temía un bombardeo masivo alemán por motivos obvios, pero sí que algún avión consiguiese atravesar las defensas escudándose en el difícil relieve de la región, y lanzar alguna bomba. Se habían seleccionado algunos sótanos y sobre todo bodegas y aparcamientos subterráneos, y habían sido reforzados: no resistirían un impacto directo pero al menos protegerían de metralla y derrumbes. También se había recomendado a la población que buscase alguna habitación interior que sería la zona segura: se temía especialmente por los daños que pudiesen causar los cristales. Cuando sonaban las alarmas se debía acudir a los refugios o al menos protegerse en esos cuartos.
Lo malo era que para un avión costaba solo unos minutos llegar desde Francia hasta Jaca. La cadena pirenaica ofrecía un excelente escudo, y un aparato alemán podría volar bajo y ser solo detectado por los radares cuando ya estuviese sobre España; un minuto después estaría sobre Canfranc o Sallent de Gállego, y en diez minutos, en Jaca.
Se habían tomado medidas para mejorar la vigilancia: se habían creado nuevos puestos de vigilancia aérea, algunos muy próximos a la frontera —a veces aprovechando las infraestructuras turísticas, como en Astún o en Formigal; otras, mediante helicópteros— y otros en las sierras prepirenaicas. Aun así quedaban zonas de sombra. Los nuevos Airbus A319E Atalaya —aviones comerciales en los que se había instalado una antena de radar— podrían rellenar ese hueco, pero hasta el momento solo habían sido transformados tres aparatos, uno de los cuales era usado para pruebas. Los radares de los C-295 Persuader aumentaban la cobertura, pero no bastaban para proporcionar una vigilancia continua, ni siquiera en los extremos de los Pirineos, donde estaba la vital industria pesada.
Tras el bombardeo español de un puesto germano —respuesta a la siembra de minas— los alemanes habían hecho varios amagos de incursión. Varias veces al día grupos de aviones, hasta de dos docenas, volaban paralelos a la frontera, manteniéndose en el lado francés, vigilados por los cazas españoles que operaban desde la nueva red de bases: los aeropuertos de Pamplona, Huesca y Lérida, convertidos en bases de dispersión. En ellas se había desplegado a algunos de los nuevos C-19 Flecha, es decir, la copia de los Northrop F-5 —con electrónica mejorada, por supuesto—. También se había desplegado un par de docenas de los nuevos cazabombarderos Halcón, aprovechando la cercanía de los polígonos de tiro de San Gregorio y de las Bardenas Reales para adiestrarse. También había varias pistas auxiliares —como los aeródromos de Benabarre, Tudela o Ablitas— que podían ser usados en caso de emergencia. Asimismo, las principales ciudades cerca de la frontera estaban defendidas por baterías de misiles.
Con todo, tras el ataque al puesto de mando no se habían detectado nuevas incursiones más allá de la frontera, pero podía ser una táctica destinada a buscar un enfrentamiento sobre cielo francés. Además las frecuentes alertas estaban causando malestar a la población civil. Por ello se decidió poner a los alemanes un cebo tan tentador que fuesen ellos los que se adentrasen en el espacio aéreo español.
En la mayor parte de España y a pesar del tremendo trastorno que había supuesto la fractura, podían simular que se vivía en paz. No así en la franja pirenaica. La Fractura se inició con las mayores inundaciones de las que había memoria, seguidas por in invierno adelantado pero especialmente duro, de los de antes… o de los de ahora. La nieve que en el siglo XXI solo ocasionalmente blanqueaba la ciudad, había cubierto las calles durante meses. La primavera se estaba retrasando y el manto blanco aun cubría las cimas. Hubiese sido una excelente temporada de esquí, pero tanto las estrictas limitaciones en el acceso a las zonas fronterizas como el racionamiento de gasolina —felizmente acabado— habían hecho que los turistas solo fuesen unos pocos. Felizmente las importantes obras de fortificación que se estaban haciendo a lo largo de toda la cordillera habían dado trabajo a la comarca, y muchos otros se habían trasladado a Pamplona o a Zaragoza, en las que se habían instalado industrias aeronáuticas o armamentísticas.
Pero por si la construcción de fortificaciones y el estricto control de fronteras no fuese suficiente, tanto en Jaca como en el resto de las localidades por encima del Ebro —incluyendo ciudades como Barcelona— se habían habilitado refugios antiaéreos, y se había instruido a la población respecto a las medidas de autoprotección. No se temía un bombardeo masivo alemán por motivos obvios, pero sí que algún avión consiguiese atravesar las defensas escudándose en el difícil relieve de la región, y lanzar alguna bomba. Se habían seleccionado algunos sótanos y sobre todo bodegas y aparcamientos subterráneos, y habían sido reforzados: no resistirían un impacto directo pero al menos protegerían de metralla y derrumbes. También se había recomendado a la población que buscase alguna habitación interior que sería la zona segura: se temía especialmente por los daños que pudiesen causar los cristales. Cuando sonaban las alarmas se debía acudir a los refugios o al menos protegerse en esos cuartos.
Lo malo era que para un avión costaba solo unos minutos llegar desde Francia hasta Jaca. La cadena pirenaica ofrecía un excelente escudo, y un aparato alemán podría volar bajo y ser solo detectado por los radares cuando ya estuviese sobre España; un minuto después estaría sobre Canfranc o Sallent de Gállego, y en diez minutos, en Jaca.
Se habían tomado medidas para mejorar la vigilancia: se habían creado nuevos puestos de vigilancia aérea, algunos muy próximos a la frontera —a veces aprovechando las infraestructuras turísticas, como en Astún o en Formigal; otras, mediante helicópteros— y otros en las sierras prepirenaicas. Aun así quedaban zonas de sombra. Los nuevos Airbus A319E Atalaya —aviones comerciales en los que se había instalado una antena de radar— podrían rellenar ese hueco, pero hasta el momento solo habían sido transformados tres aparatos, uno de los cuales era usado para pruebas. Los radares de los C-295 Persuader aumentaban la cobertura, pero no bastaban para proporcionar una vigilancia continua, ni siquiera en los extremos de los Pirineos, donde estaba la vital industria pesada.
Tras el bombardeo español de un puesto germano —respuesta a la siembra de minas— los alemanes habían hecho varios amagos de incursión. Varias veces al día grupos de aviones, hasta de dos docenas, volaban paralelos a la frontera, manteniéndose en el lado francés, vigilados por los cazas españoles que operaban desde la nueva red de bases: los aeropuertos de Pamplona, Huesca y Lérida, convertidos en bases de dispersión. En ellas se había desplegado a algunos de los nuevos C-19 Flecha, es decir, la copia de los Northrop F-5 —con electrónica mejorada, por supuesto—. También se había desplegado un par de docenas de los nuevos cazabombarderos Halcón, aprovechando la cercanía de los polígonos de tiro de San Gregorio y de las Bardenas Reales para adiestrarse. También había varias pistas auxiliares —como los aeródromos de Benabarre, Tudela o Ablitas— que podían ser usados en caso de emergencia. Asimismo, las principales ciudades cerca de la frontera estaban defendidas por baterías de misiles.
Con todo, tras el ataque al puesto de mando no se habían detectado nuevas incursiones más allá de la frontera, pero podía ser una táctica destinada a buscar un enfrentamiento sobre cielo francés. Además las frecuentes alertas estaban causando malestar a la población civil. Por ello se decidió poner a los alemanes un cebo tan tentador que fuesen ellos los que se adentrasen en el espacio aéreo español.
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LA FRACTURA
El capitán Muñiz pensaba que el coronel ya podría haberle endosado la misión a su tía abuela. Porque la pesca con cebo puede ser muy divertida, pero el pobre gusanito no es el que más la disfruta.
Para provocar a los alemanes nada como un avión indefenso que patrullase la frontera, y el CRJ200 que pilotaba Muñiz fue el seleccionado. Era uno de los aparatos de Air Nostrum que habían sido adquiridos por el Ministerio del Aire para efectuar misiones de reconocimiento. Denominados ahora T.23, realizaban misiones regulares sobre Francia, usando su velocidad y su altura para escapar de la intercepción.
Pero el cebo tiene que portarse bien, y por eso el T.23 de Muñiz volaba a solo 15.000 pies de altura y a 250 nudos. Velocidad más que suficiente para no entrar en pérdida, pero que tampoco daba demasiado margen para hacer gansadas. Lo peor era que los dos turbofanes del T.23, aunque fuesen fiables y económicos, le daban la aceleración de un camión. Tampoco era un avión para hacer acrobacias, por lo que los alemanes dispondrían de una buena ocasión de acabar con Muñiz si lo sorprendían. Era lo que habían hecho en Suiza el año anterior, y se pensaba que querrían intentarlo de nuevo sobre España. Al menos ese era el papel del T.23.
La noche anterior las cámaras espías habían detectado un aumento de actividad en los aeródromos de Saint-Gaudens, Cazéres, Oloron, Pau, y Montréjeau. Los primeros eran pequeñas bases con pistas de hierba aptas para cazas, pero las imágenes aéreas mostraban que en Montréjeau había sido desplegado un grupo de Junkers 88. La alerta fue confirmada por las intercepciones de mensajes telefónicos: aunque los alemanes ya sabían que su máquina Enigma era segura, no conocían que las líneas telefónicas y telegráficas eran espiadas.
Al recibirse el aviso se preparó la trampa. En Zaragoza esperaban cuarenta cazas C.15 (F-18), casi todos los que el Ejército del Aire había conseguido mantener en servicio. Pero la carencia de repuestos hacía recomendable reservar esos aparatos y usarlos únicamente si había que proteger a las ciudades españolas. El combate, si se producía, sería tarea del novísimo fruto de las factorías: el C.19A Flecha, copia del Northrop F-5 con electrónica mejorada aunque, por desgracia, sin radar de intercepción aérea ni misiles de largo alcance. Casi todos los aparatos desplegados habían sido enviados al Ebro, y desplegados en las bases de Noáin (junto a Pamplona), Monflorite (Huesca) y Alguaire (Lleida): en cada uno de ellos había dos C.19 en alerta 5 y otros dos en alerta 15. Iban a ser apoyados por uno de los valiosísimos T.25E Atalaya, que volando a 33.000 pies atisbaba al otro lado de la frontera.
Muñiz seguía patrullando la línea fronteriza, adentrándose en el espacio francés, y estando sobre la vertical de Luchon recibió un aviso.
—Gran número de contactos a 30º y a 70 millas, a 20.000 pies, dirigiéndose hacia ti.
Muñiz supuso que algún alemán había usado los avanzadísimos dispositivos tecnológicos de los que disponían —prismáticos— para localizarle, y habría llamado a los suyos.
Los aviones siguieron acercándose, mientras Muñiz seguía haciéndose el tonto. Unos minutos después pudo ver al comité de bienvenida, y mediante unos prismáticos su copiloto los identificó como cazas monomotores y bimotores. Estaban ya a solo 10.000 m y acercándose, intentando ocultarse en las escasas nubes. Muñiz siguió haciéndose el inocente, y cuando estaban a 5.000 metros viró hacia el sur, pero sin acelerar. Era la fase que el capitán temía: ya no veía a los alemanes, y no podía dar gases y salir de estampida so pena de fastidiar la añagaza. Tenía que ser el T.25E el que le mantuviese sobre aviso.
—Se van acercando poco a poco, tienen un margen de velocidad de 40 nudos.
Muñiz hizo cuentas: en apenas cuatro minutos los tendría encima. Picó suavemente, aunque disminuyendo la potencia: daría a los alemanes un margen menor, lo justo para que pareciese que podrían pillarle, pero solo si adentraban en España. Para dar credibilidad a la trampa, Muñiz activó un cartucho fumígeno instalado en un pod, para parecer que tenía problemas.
Dos mil metros más abajo los dos C-19 de Monflorite se acercaban. Muñiz ya estaba cerca de Sabiñánigo, y los alemanes casi en su cola; pero los C.19 se habían acercado siguiendo el curso del río Gállego, escudados por las montañas.
—Bandidos a cuatro mil metros y arriba. Ataco.
Los dos C.19 activaron sus misiles Banderilla 2 —mejora del original con capacidad de ataque de frente—, aprovechando que el frío cielo daba un excelente contraste. Cuando recibieron la señal dispararon sus armas.
Al teniente Priller le pareció ver algo debajo de él. Aunque ya casi estaba a tiro del avión español, una máxima de un piloto de caza era no descuidarse y quién sabe, igual era un aparato que volando bajo sería mejor presa que ese avión de reconocimiento que escapaba. Viró un poco para poder mirar… y vio una estela de humo que se lanzaba contar él. Apenas había empezado a virar cuando el misil chocó contra el morro del avión.
Solo uno de los cuatro misiles había fallado: tres aviones germanos caían en trozos. Los C.19 pasaron como un rayo bajo los alemanes, describieron un giro cerrado y se pusieron a la cola de los alemanes, atacando con los cañones: buscaban un avión que se hubiese separado para evitar recibir una ráfaga de algún teutón que paase por ahí, y lo finiquitaban con un tiro de deflexión. En unos minutos habían derribado otros cinco aviones, y los alemanes, desorganizados, trataban de escapar. Entonces llegaron los dos C.19 de Noáin.
Para provocar a los alemanes nada como un avión indefenso que patrullase la frontera, y el CRJ200 que pilotaba Muñiz fue el seleccionado. Era uno de los aparatos de Air Nostrum que habían sido adquiridos por el Ministerio del Aire para efectuar misiones de reconocimiento. Denominados ahora T.23, realizaban misiones regulares sobre Francia, usando su velocidad y su altura para escapar de la intercepción.
Pero el cebo tiene que portarse bien, y por eso el T.23 de Muñiz volaba a solo 15.000 pies de altura y a 250 nudos. Velocidad más que suficiente para no entrar en pérdida, pero que tampoco daba demasiado margen para hacer gansadas. Lo peor era que los dos turbofanes del T.23, aunque fuesen fiables y económicos, le daban la aceleración de un camión. Tampoco era un avión para hacer acrobacias, por lo que los alemanes dispondrían de una buena ocasión de acabar con Muñiz si lo sorprendían. Era lo que habían hecho en Suiza el año anterior, y se pensaba que querrían intentarlo de nuevo sobre España. Al menos ese era el papel del T.23.
La noche anterior las cámaras espías habían detectado un aumento de actividad en los aeródromos de Saint-Gaudens, Cazéres, Oloron, Pau, y Montréjeau. Los primeros eran pequeñas bases con pistas de hierba aptas para cazas, pero las imágenes aéreas mostraban que en Montréjeau había sido desplegado un grupo de Junkers 88. La alerta fue confirmada por las intercepciones de mensajes telefónicos: aunque los alemanes ya sabían que su máquina Enigma era segura, no conocían que las líneas telefónicas y telegráficas eran espiadas.
Al recibirse el aviso se preparó la trampa. En Zaragoza esperaban cuarenta cazas C.15 (F-18), casi todos los que el Ejército del Aire había conseguido mantener en servicio. Pero la carencia de repuestos hacía recomendable reservar esos aparatos y usarlos únicamente si había que proteger a las ciudades españolas. El combate, si se producía, sería tarea del novísimo fruto de las factorías: el C.19A Flecha, copia del Northrop F-5 con electrónica mejorada aunque, por desgracia, sin radar de intercepción aérea ni misiles de largo alcance. Casi todos los aparatos desplegados habían sido enviados al Ebro, y desplegados en las bases de Noáin (junto a Pamplona), Monflorite (Huesca) y Alguaire (Lleida): en cada uno de ellos había dos C.19 en alerta 5 y otros dos en alerta 15. Iban a ser apoyados por uno de los valiosísimos T.25E Atalaya, que volando a 33.000 pies atisbaba al otro lado de la frontera.
Muñiz seguía patrullando la línea fronteriza, adentrándose en el espacio francés, y estando sobre la vertical de Luchon recibió un aviso.
—Gran número de contactos a 30º y a 70 millas, a 20.000 pies, dirigiéndose hacia ti.
Muñiz supuso que algún alemán había usado los avanzadísimos dispositivos tecnológicos de los que disponían —prismáticos— para localizarle, y habría llamado a los suyos.
Los aviones siguieron acercándose, mientras Muñiz seguía haciéndose el tonto. Unos minutos después pudo ver al comité de bienvenida, y mediante unos prismáticos su copiloto los identificó como cazas monomotores y bimotores. Estaban ya a solo 10.000 m y acercándose, intentando ocultarse en las escasas nubes. Muñiz siguió haciéndose el inocente, y cuando estaban a 5.000 metros viró hacia el sur, pero sin acelerar. Era la fase que el capitán temía: ya no veía a los alemanes, y no podía dar gases y salir de estampida so pena de fastidiar la añagaza. Tenía que ser el T.25E el que le mantuviese sobre aviso.
—Se van acercando poco a poco, tienen un margen de velocidad de 40 nudos.
Muñiz hizo cuentas: en apenas cuatro minutos los tendría encima. Picó suavemente, aunque disminuyendo la potencia: daría a los alemanes un margen menor, lo justo para que pareciese que podrían pillarle, pero solo si adentraban en España. Para dar credibilidad a la trampa, Muñiz activó un cartucho fumígeno instalado en un pod, para parecer que tenía problemas.
Dos mil metros más abajo los dos C-19 de Monflorite se acercaban. Muñiz ya estaba cerca de Sabiñánigo, y los alemanes casi en su cola; pero los C.19 se habían acercado siguiendo el curso del río Gállego, escudados por las montañas.
—Bandidos a cuatro mil metros y arriba. Ataco.
Los dos C.19 activaron sus misiles Banderilla 2 —mejora del original con capacidad de ataque de frente—, aprovechando que el frío cielo daba un excelente contraste. Cuando recibieron la señal dispararon sus armas.
Al teniente Priller le pareció ver algo debajo de él. Aunque ya casi estaba a tiro del avión español, una máxima de un piloto de caza era no descuidarse y quién sabe, igual era un aparato que volando bajo sería mejor presa que ese avión de reconocimiento que escapaba. Viró un poco para poder mirar… y vio una estela de humo que se lanzaba contar él. Apenas había empezado a virar cuando el misil chocó contra el morro del avión.
Solo uno de los cuatro misiles había fallado: tres aviones germanos caían en trozos. Los C.19 pasaron como un rayo bajo los alemanes, describieron un giro cerrado y se pusieron a la cola de los alemanes, atacando con los cañones: buscaban un avión que se hubiese separado para evitar recibir una ráfaga de algún teutón que paase por ahí, y lo finiquitaban con un tiro de deflexión. En unos minutos habían derribado otros cinco aviones, y los alemanes, desorganizados, trataban de escapar. Entonces llegaron los dos C.19 de Noáin.
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LA FRACTURA
ALEMANIA
Las nuevas órdenes de movilización para adiestrar a más tropas unidas a las medidas racionalizadoras de Speer en la industria habían generado cierta insatisfacción entre la población.
-¿A caso no se había ganado la guerra en el Oeste?- Decía la población en voz baja mientras veía como los lujos habían sido recortados, más jóvenes movilizados y donde las mujeres, para sorpresa de muchos miembros del Partido, entraban en masa en las fábricas que habían sido puestas a trabajar en jornada continua.
Incluso entre los altos mandos del Partido y los Gauleiters se había intentado frenar a Speer y poner todos los obstáculos; pero al mismo tiempo algunos con cuidado compraban propiedades para el reposo en el Baden alpino.
De la misma forma varios industriales habían decidido establecer empresas asociadas en Suiza o Liechtenstein, entre ellos el Dr Porsche que sin dejar totalmente de lado sus diseños de carros de combate creó una subdivisión que empezaría a estudiar algo llamado Porsche 911.
En el ambiente la sensación era extraña a medida que a media voz se filtraban noticias de España y el futuro, incluso a través de los propios miembros de la Gestapo. Y más de un alemán se miraba al espejo intentado ver que había ahí, entre ellos un oficial de las SS que no dejaba de musitar: Banalidad...
Las nuevas órdenes de movilización para adiestrar a más tropas unidas a las medidas racionalizadoras de Speer en la industria habían generado cierta insatisfacción entre la población.
-¿A caso no se había ganado la guerra en el Oeste?- Decía la población en voz baja mientras veía como los lujos habían sido recortados, más jóvenes movilizados y donde las mujeres, para sorpresa de muchos miembros del Partido, entraban en masa en las fábricas que habían sido puestas a trabajar en jornada continua.
Incluso entre los altos mandos del Partido y los Gauleiters se había intentado frenar a Speer y poner todos los obstáculos; pero al mismo tiempo algunos con cuidado compraban propiedades para el reposo en el Baden alpino.
De la misma forma varios industriales habían decidido establecer empresas asociadas en Suiza o Liechtenstein, entre ellos el Dr Porsche que sin dejar totalmente de lado sus diseños de carros de combate creó una subdivisión que empezaría a estudiar algo llamado Porsche 911.
En el ambiente la sensación era extraña a medida que a media voz se filtraban noticias de España y el futuro, incluso a través de los propios miembros de la Gestapo. Y más de un alemán se miraba al espejo intentado ver que había ahí, entre ellos un oficial de las SS que no dejaba de musitar: Banalidad...
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LA FRACTURA
—¿Cómo se lo explicaré al Führer?
Las incursiones que Goering había ordenado realizar sobre los Pirineos habían resultado un desastre sin paliativos. Las instrucciones que tenían eran de hacerse ver y, si era posible, atacar a algún avión español aislado; pero al parecer los cazas de la Luftwaffe habían caído en una emboscada muy bien preparada. Se habían perdido treinta y cinco aviones de los setenta que habían participado en la misión. Los supervivientes aun estaban aterrados.
Los interrogatorios hablaban de cohetes que disparados desde kilómetros destruían indefectiblemente a sus objetivos. Aviones que atacaban desde abajo, ascendiendo en vertical con velocidad de relámpagos, y que eran tan ágiles como los mejores alemanes. Al parecer los aviones españoles habían atacado por grupos; primero habían dispersado la formación con sus cohetes de largo alcance, para luego caer sobre los aviones que quedaban aislados. Los Messerschmitt que hasta entonces se habían enseñoreado de los cielos apenas podían intentar escapar de los fulgurantes cazas españoles, que atacaban desde cualquier dirección con inusitada eficacia. También decían que los atacantes se habían mostrado tan disciplinados o más que los mejores pilotos germanos, manteniendo formaciones flexibles que parecían tan eficaces en el ataque como en la defensa. Los aviones incursores habían intentado escapar, pero habían sido acosados hasta que llegaron a sus bases. Los que habían conseguido aterrizar pensaban que si algo les había salvado era la confusión que les había permitido pasar desapercibidos.
Peor todavía, aunque sus pilotos se atribuían el derribo de nueve aviones españoles, no se habían encontrado los restos de ninguno, a pesar que parte del combate se había librado sobre Francia. Algunos aviones de observación partieron a buscar los restos, pero en las siguientes horas la aviación española atacó a varios aviones alemanes que se acercaron a menos de 100 kilómetros de la frontera, perdiéndose otros siete aparatos. Había sido preciso suspender las misiones aéreas de búsqueda y efectuarlas a pie; pero solo encontraron restos de aparatos alemanes. Goering creía que ningún avión español había sido derribado.
O quizás sí. Si sus pilotos se habían atribuido nueve victorias, podrían ser dieciocho ¿no? Además tampoco estaba tan seguro de haber perdido tantos aviones ¿No serían solo veinticinco? Seguía sin ser una victoria, pero mostraba que un ataque masivo podría suprimir la aviación española. Al menos, eso diría al Führer.
En cualquier caso, había alguna esperanza. Según los datos aportados por aquel desertor, y por lo leído en su máquina hasta que se estropeó, los españoles tenían pocos aviones, y carecían de repuestos. En el combate habían participado aparatos de un modelo que, al parecer, era de entrenamiento. A saber qué podrían hacer los aviones de verdad, pero si no los habían usado, tal vez fuese porque estaban inmovilizados en tierra.
Eso quería decir que la Luftwaffe aun tenía una oportunidad. Si efectuaba un ataque masivo, podría destruir las bases de esos malditos aviones, y dominar los cielos. También le diría eso al Führer.
Las incursiones que Goering había ordenado realizar sobre los Pirineos habían resultado un desastre sin paliativos. Las instrucciones que tenían eran de hacerse ver y, si era posible, atacar a algún avión español aislado; pero al parecer los cazas de la Luftwaffe habían caído en una emboscada muy bien preparada. Se habían perdido treinta y cinco aviones de los setenta que habían participado en la misión. Los supervivientes aun estaban aterrados.
Los interrogatorios hablaban de cohetes que disparados desde kilómetros destruían indefectiblemente a sus objetivos. Aviones que atacaban desde abajo, ascendiendo en vertical con velocidad de relámpagos, y que eran tan ágiles como los mejores alemanes. Al parecer los aviones españoles habían atacado por grupos; primero habían dispersado la formación con sus cohetes de largo alcance, para luego caer sobre los aviones que quedaban aislados. Los Messerschmitt que hasta entonces se habían enseñoreado de los cielos apenas podían intentar escapar de los fulgurantes cazas españoles, que atacaban desde cualquier dirección con inusitada eficacia. También decían que los atacantes se habían mostrado tan disciplinados o más que los mejores pilotos germanos, manteniendo formaciones flexibles que parecían tan eficaces en el ataque como en la defensa. Los aviones incursores habían intentado escapar, pero habían sido acosados hasta que llegaron a sus bases. Los que habían conseguido aterrizar pensaban que si algo les había salvado era la confusión que les había permitido pasar desapercibidos.
Peor todavía, aunque sus pilotos se atribuían el derribo de nueve aviones españoles, no se habían encontrado los restos de ninguno, a pesar que parte del combate se había librado sobre Francia. Algunos aviones de observación partieron a buscar los restos, pero en las siguientes horas la aviación española atacó a varios aviones alemanes que se acercaron a menos de 100 kilómetros de la frontera, perdiéndose otros siete aparatos. Había sido preciso suspender las misiones aéreas de búsqueda y efectuarlas a pie; pero solo encontraron restos de aparatos alemanes. Goering creía que ningún avión español había sido derribado.
O quizás sí. Si sus pilotos se habían atribuido nueve victorias, podrían ser dieciocho ¿no? Además tampoco estaba tan seguro de haber perdido tantos aviones ¿No serían solo veinticinco? Seguía sin ser una victoria, pero mostraba que un ataque masivo podría suprimir la aviación española. Al menos, eso diría al Führer.
En cualquier caso, había alguna esperanza. Según los datos aportados por aquel desertor, y por lo leído en su máquina hasta que se estropeó, los españoles tenían pocos aviones, y carecían de repuestos. En el combate habían participado aparatos de un modelo que, al parecer, era de entrenamiento. A saber qué podrían hacer los aviones de verdad, pero si no los habían usado, tal vez fuese porque estaban inmovilizados en tierra.
Eso quería decir que la Luftwaffe aun tenía una oportunidad. Si efectuaba un ataque masivo, podría destruir las bases de esos malditos aviones, y dominar los cielos. También le diría eso al Führer.
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LA FRACTURA
ROMA
Francisco Vázquez y Vázquez había regresado a Roma, donde ocuparía de forma oficial la Embajada del Reino de España ante la Santa Sede, y de forma oficiosa, actuaría de enlace entre la Casa de Borbón y la Casa de Saboya.
Por parte de los Saboya, actuaría como enlace Aimón Roberto, nieto de Amadeo I de España, e hijo menor del segundo Duque de Aosta, Manuel Filiberto, conocido como el Duque Invicto. Por parte de madre, descendía de Fernando VII, su tatarabuelo, siendo su bisabuela la Infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II.
La primera reunión fue celebrada en el Palazzo Castellesi, propiedad de la Familia Torlonia. En ésta, Aimón aseguró a Vázquez que Italia no tomaría parte en ninguna operación que pudiera entenderse como hostil.
Entendía que España pudiera expresar sus dudas ante tal aspecto, pero la Regia Marina era ante todo de total lealtad a los Saboya, y la Regia Aeronautica, volcada en las operaciones en Libia y Malta, y aun existiendo la base británica en Gibraltar, no deseaba violentar la neutralidad española.
Vázquez le agradeció el gesto, pero acto seguido le presentó un listado donde se detallaba varios contactos con submarinos italianos en las proximidades de las Islas Baleares; así como de las bases peninsulares. Podría ponerse en contacto con Supermarina y comprobar que los datos que Vázquez le presentaba eran ciertos. A partir de dos semanas, la Armada y el Ejército del AIre actuarían contra cualquier sumergible no español en las zonas indicadas del mapa que entregó a Aimón
Para Vázquez, la lealtad de la Regia podía ser para Victor Manuel III, pero los antecedentes detallados mostraban que cumplían ordenes del Gobierno Mussolini.
Las intercepciones de aparatos de reconocimiento eran todavía más numerosas, prácticamente una cada dos días. En lo sucesivo, cualquier violación del espacio aéreo español, sería considerado un acto de naturaleza hostil, y las Fuerzas Armadas Españolas tenían orden de poner fin a tales hechos.
Aimón solicitó a Vázquez que le permitiera una semana de plazo, tras ponerse en contacto con el Quirinal.
Antes de despedirse, Vázquez le recordó que las medidas españolas también serían efectivas contra los submarinos destinados a Betasom... para sorpresa de Aimón, Vázquez le entregó la lista de los submarinos destinados en Burdeos.
Francisco Vázquez y Vázquez había regresado a Roma, donde ocuparía de forma oficial la Embajada del Reino de España ante la Santa Sede, y de forma oficiosa, actuaría de enlace entre la Casa de Borbón y la Casa de Saboya.
Por parte de los Saboya, actuaría como enlace Aimón Roberto, nieto de Amadeo I de España, e hijo menor del segundo Duque de Aosta, Manuel Filiberto, conocido como el Duque Invicto. Por parte de madre, descendía de Fernando VII, su tatarabuelo, siendo su bisabuela la Infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II.
La primera reunión fue celebrada en el Palazzo Castellesi, propiedad de la Familia Torlonia. En ésta, Aimón aseguró a Vázquez que Italia no tomaría parte en ninguna operación que pudiera entenderse como hostil.
Entendía que España pudiera expresar sus dudas ante tal aspecto, pero la Regia Marina era ante todo de total lealtad a los Saboya, y la Regia Aeronautica, volcada en las operaciones en Libia y Malta, y aun existiendo la base británica en Gibraltar, no deseaba violentar la neutralidad española.
Vázquez le agradeció el gesto, pero acto seguido le presentó un listado donde se detallaba varios contactos con submarinos italianos en las proximidades de las Islas Baleares; así como de las bases peninsulares. Podría ponerse en contacto con Supermarina y comprobar que los datos que Vázquez le presentaba eran ciertos. A partir de dos semanas, la Armada y el Ejército del AIre actuarían contra cualquier sumergible no español en las zonas indicadas del mapa que entregó a Aimón
Para Vázquez, la lealtad de la Regia podía ser para Victor Manuel III, pero los antecedentes detallados mostraban que cumplían ordenes del Gobierno Mussolini.
Las intercepciones de aparatos de reconocimiento eran todavía más numerosas, prácticamente una cada dos días. En lo sucesivo, cualquier violación del espacio aéreo español, sería considerado un acto de naturaleza hostil, y las Fuerzas Armadas Españolas tenían orden de poner fin a tales hechos.
Aimón solicitó a Vázquez que le permitiera una semana de plazo, tras ponerse en contacto con el Quirinal.
Antes de despedirse, Vázquez le recordó que las medidas españolas también serían efectivas contra los submarinos destinados a Betasom... para sorpresa de Aimón, Vázquez le entregó la lista de los submarinos destinados en Burdeos.
Tempus Fugit
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LA FRACTURA
Mientras en los aeródromos de Francia la Luftflote III se lamía las heridas, en el aeropuerto de Noáin se reparaban los daños sufridos por los aviones españoles: uno de los C-19 había sido alcanzado por el ametrallador de cola de un Bf 110 en un tiro de suerte: tres agujeros adornaban el timón de cola.
En Sevilla la factoría de CASA entregaba su decimonoveno C-225B (C.19). Cuatro habían sido C-225B biplazas, uno de los cuales se había quedado en la factoría para estudiar su transformación en avión de ataque todo tiempo. Del resto, dos de los prototipos habían quedado en Sevilla, y otros dos aparatos se habían perdido en accidentes; el resto se había incorporado al renacido 203 escuadrón, basado en Zaragoza.
Junto a los C-225 se encontraban los tres primeros C-111 Aviojet II: se trataba de un rediseño del clásico avión de entrenamiento, en el que la diferencia más aparente era el ala, de mucho menor espesor que la original —lo que aumentaba la velocidad máxima— y la sustitución de la instrumentación para hacerla similar a las de los F-5M y C.19B de la escuela de reactores de Talavera. No muy lejos se encontraban tres unidades de su rival: el Nova Gladio, aceptado por el Ejército del Aire y por la Armada como C.21; el primero pensaba utilizarlo como avión de ataque, pero la Armada pensaba en su empleo, en una primera fase, como cazabombardero embarcado, y posteriormente como aparato de entrenamiento naval.
En los astilleros de Navantia de Cádiz, no muy lejos de Sevilla, en una ceremonia presidida por sus majestades, se ponía la quilla de uno de los buques que debía llevar el aparato de Nova: el portaaviones R-32 Iberia. La construcción de su gemelo, el R-31 Hispania, progresaba en el Ferrol. En los astilleros se proseguía con la construcción de la nueva generación de escoltas de la Armada.
Al mismo tiempo se entregaba al Ejército la primera unidad del tanque Lince: diseñado a partir del M60, debía formar el esqueleto de la fuerza acorazada hasta que se pudiese iniciar la producción del Leopard II, que recibía baja prioridad ya que el Lince mantendría su vigencia probablemente durante los siguientes veinte años. En su lugar, recibiría mayor prioridad la producción de los Pizarro y M2, así como la actualización de los M113; algunos de estos habían sido modificados para actuar como blindados ligeros en apoyo de las tropas de montaña.
La nueva empresa Solar, que reunía las fábricas de microprocesadores de Tres Cantos, presentaba su último producto: un sensor CMOS de elevada sensibilidad destinados a sistemas optrónicos. La empresa había dado ocupación a cerca de cinco mil operarios, muchos de los cuales ya habían trabajado en esas mismas plantas antes de su cierre pocos años antes.
A lo largo de todo el país decenas de factorías abrían, unas destinadas al sector militar, otras para fabricar aquellos productos destinados al sector civil cuyos proveedores habían desaparecido: desde zapatillas a sillas pasando por cristales de ventanas o pilas alcalinas. La demanda de trabajadores era tal que las empresas habían tenido que organizar escuelas para enseñarles las tareas que iban a efectuar.
En Sevilla la factoría de CASA entregaba su decimonoveno C-225B (C.19). Cuatro habían sido C-225B biplazas, uno de los cuales se había quedado en la factoría para estudiar su transformación en avión de ataque todo tiempo. Del resto, dos de los prototipos habían quedado en Sevilla, y otros dos aparatos se habían perdido en accidentes; el resto se había incorporado al renacido 203 escuadrón, basado en Zaragoza.
Junto a los C-225 se encontraban los tres primeros C-111 Aviojet II: se trataba de un rediseño del clásico avión de entrenamiento, en el que la diferencia más aparente era el ala, de mucho menor espesor que la original —lo que aumentaba la velocidad máxima— y la sustitución de la instrumentación para hacerla similar a las de los F-5M y C.19B de la escuela de reactores de Talavera. No muy lejos se encontraban tres unidades de su rival: el Nova Gladio, aceptado por el Ejército del Aire y por la Armada como C.21; el primero pensaba utilizarlo como avión de ataque, pero la Armada pensaba en su empleo, en una primera fase, como cazabombardero embarcado, y posteriormente como aparato de entrenamiento naval.
En los astilleros de Navantia de Cádiz, no muy lejos de Sevilla, en una ceremonia presidida por sus majestades, se ponía la quilla de uno de los buques que debía llevar el aparato de Nova: el portaaviones R-32 Iberia. La construcción de su gemelo, el R-31 Hispania, progresaba en el Ferrol. En los astilleros se proseguía con la construcción de la nueva generación de escoltas de la Armada.
Al mismo tiempo se entregaba al Ejército la primera unidad del tanque Lince: diseñado a partir del M60, debía formar el esqueleto de la fuerza acorazada hasta que se pudiese iniciar la producción del Leopard II, que recibía baja prioridad ya que el Lince mantendría su vigencia probablemente durante los siguientes veinte años. En su lugar, recibiría mayor prioridad la producción de los Pizarro y M2, así como la actualización de los M113; algunos de estos habían sido modificados para actuar como blindados ligeros en apoyo de las tropas de montaña.
La nueva empresa Solar, que reunía las fábricas de microprocesadores de Tres Cantos, presentaba su último producto: un sensor CMOS de elevada sensibilidad destinados a sistemas optrónicos. La empresa había dado ocupación a cerca de cinco mil operarios, muchos de los cuales ya habían trabajado en esas mismas plantas antes de su cierre pocos años antes.
A lo largo de todo el país decenas de factorías abrían, unas destinadas al sector militar, otras para fabricar aquellos productos destinados al sector civil cuyos proveedores habían desaparecido: desde zapatillas a sillas pasando por cristales de ventanas o pilas alcalinas. La demanda de trabajadores era tal que las empresas habían tenido que organizar escuelas para enseñarles las tareas que iban a efectuar.
Última edición por Domper el 14 Abr 2016, 16:14, editado 1 vez en total.
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LA FRACTURA
En la grada número 1 del gallego astillero de Fene la quilla del R-31 Hispania iba tomando forma. Para los marinos españoles era la culminación de un sueño que tal vez compensase los desvelos causados por la Fractura.
Tras el suceso resultó evidente que España iba a precisar portaaviones. La opción más rápida hubiese sido repetir el Príncipe de Asturias o el Juan Carlos I, pero esos buques precisaban aviones de despegue vertical. Copiar el Harrier, que a fin de cuentas no era sino un reactor subsónico, no era problema para CASA. Tampoco el motor era especialmente complejo, pero ITP estaba saturada de encargos más urgentes, debido a la necesidad de remotorizar el ejército del Aire. Tras algunas deliberaciones se decidió que la copia del motor Pegasus recibiera baja prioridad, por lo que no se podría emprender antes de tres o cuatro años, tal vez más. A la Armada, en el fondo, le satisfizo la decisión. Porque implicaba proveerse con portaaviones convencionales.
Navantia había propuesto el SAC 220, un proyecto de finales del anterior siglo XX, pero fue rechazado por la Armada, ya que el SAC 220 estaba diseñado a sustituir los viejos portaaviones ligeros, aun en servicio en algunas marinas como Argentina o Brasil, y tenía una capacidad excesivamente pequeña, apenas dos docenas de aeronaves, incluyendo helicópteros. Las reducidas dimensiones de la cubierta de vuelo —menores que las de los Essex modificados— implicaba que las operaciones serían más peligrosas que con un barco más grande. Y, al fin y al cabo, lo más barato es el acero. Finalmente se había escogido el diseño un buque mucho mayor, más incluso que el francés Charles de Gaulle, y que se acercaba a las dimensiones de los Queen Elizabeth británicos. Los Hispania, con 55.000 toneladas de desplazamiento (63.000 a plena carga) iban a ser los buques de guerra de mayores dimensiones construidos en el país.
Mientras se esperaba a que las gradas de Navantia quedasen libres de los petroleros que se estaban construyendo a toda prisa se terminaron de perfilar las características de la nueva clase. Se iba a tratar de un portaaviones CATOBAR, es decir, convencional, con catapulta de vapor y sistema de frenado de aeronaves. La catapulta planteaba serios problemas: era un equipo que nunca se había desarrollado en España, y el sistema de propulsión escogido (CODAG con transmisión eléctrica, es decir, turbinas de gas y diésel) no producía el vapor a alta presión que se precisaba. La alternativa era una planta de vapor convencional, y se estuvo considerando solicitar asistencia a Estados Unidos, que estaba finalizando el diseño de la maquinaria que propulsaría a los Iowa; pero el sistema CODAG tenía grandes ventajas. Las turbinas podían instalarse en zonas altas, evitando que hubiese grandes conducciones de gases hasta el interior del buque que implicaban mayor vulnerabilidad, y los motores diésel, en la parte inferior del casco, aumentando la estabilidad. La transmisión eléctrica, a costa de una discreta penalización en peso —que poco importaba— permitía prescindir de los complejos engranajes, y daba mayor agilidad al poder invertir el giro de las hélices activando algunos disyuntores.
El problema era la catapulta. La alternativa ideal sería la catapulta electromagnética, pero implicaba desafíos en el diseño y, aunque se iba a estudiar, se consideraba muy peligroso depender de ella. Finalmente se pensó en una solución algo compleja y que además condicionaba el diseño del buque, pero que era la más segura: instalar, además de las turbinas y de los diésel, una caldera convencional —aunque de alta presión— que sería la encargada de proporcionar el vapor necesario. Junto al aeropuerto de Santander se estaba construyendo un prototipo basado en una caldera destinada originariamente a uno de los petroleros que se habían encargado a Navantia; aunque los trabajos se habían empezado en Santiago, se decidió trasladarlos por la dificultad que implicaba el transporte de la caldera. El Hispania llevaría una caldera más reducida, copia de las V2M de las fragatas Baleares. Como salvaguardia por si el proyecto fallaba o se retrasaba, también se estudió equipar al buque con una rampa y que los aparatos despegasen con la ayuda de cohetes. Aun quedaba un año para tener que tomar la decisión de instalar una u otra.
El nuevo buque, en lo demás, sería convencional: torre de mando adelantada que incluiría la chimenea de la caldera —era un inconveniente para las operaciones aéreas pero fue preciso para instalar la salida de gases—, dos ascensores en voladizo tras la torre, y sistema de frenado de aeronaves de cuatro cables. El armamento sería exclusivamente de defensa de punto: cuatro cañones automáticos Milenio de 35 mm, y cuatro lanzadores de misiles Rezón, de una versión aun en proyecto que debiera ser similar al RAM. En cuanto a los equipos electrónicos, el Hispania no iba a tener la capacidad de los modernos portaaviones del siglo XXI; pero se esperaba instalar sistemas mejorados a medida que la industria española pudiese reproducirlos.
Por desgracia, no se esperaba que el buque fuese operativo antes de 1944; aun trabajando en tres turnos, y si no se presentaban problemas, no se dispondría del barco hasta mediados de 1943. Por ello proseguían las obras de transformación en dos barcos de Transmediterránea, y se había reacondicionado al Príncipe de Asturias, que podría suplir al Juan Carlos I en caso de necesidad.
Tras el suceso resultó evidente que España iba a precisar portaaviones. La opción más rápida hubiese sido repetir el Príncipe de Asturias o el Juan Carlos I, pero esos buques precisaban aviones de despegue vertical. Copiar el Harrier, que a fin de cuentas no era sino un reactor subsónico, no era problema para CASA. Tampoco el motor era especialmente complejo, pero ITP estaba saturada de encargos más urgentes, debido a la necesidad de remotorizar el ejército del Aire. Tras algunas deliberaciones se decidió que la copia del motor Pegasus recibiera baja prioridad, por lo que no se podría emprender antes de tres o cuatro años, tal vez más. A la Armada, en el fondo, le satisfizo la decisión. Porque implicaba proveerse con portaaviones convencionales.
Navantia había propuesto el SAC 220, un proyecto de finales del anterior siglo XX, pero fue rechazado por la Armada, ya que el SAC 220 estaba diseñado a sustituir los viejos portaaviones ligeros, aun en servicio en algunas marinas como Argentina o Brasil, y tenía una capacidad excesivamente pequeña, apenas dos docenas de aeronaves, incluyendo helicópteros. Las reducidas dimensiones de la cubierta de vuelo —menores que las de los Essex modificados— implicaba que las operaciones serían más peligrosas que con un barco más grande. Y, al fin y al cabo, lo más barato es el acero. Finalmente se había escogido el diseño un buque mucho mayor, más incluso que el francés Charles de Gaulle, y que se acercaba a las dimensiones de los Queen Elizabeth británicos. Los Hispania, con 55.000 toneladas de desplazamiento (63.000 a plena carga) iban a ser los buques de guerra de mayores dimensiones construidos en el país.
Mientras se esperaba a que las gradas de Navantia quedasen libres de los petroleros que se estaban construyendo a toda prisa se terminaron de perfilar las características de la nueva clase. Se iba a tratar de un portaaviones CATOBAR, es decir, convencional, con catapulta de vapor y sistema de frenado de aeronaves. La catapulta planteaba serios problemas: era un equipo que nunca se había desarrollado en España, y el sistema de propulsión escogido (CODAG con transmisión eléctrica, es decir, turbinas de gas y diésel) no producía el vapor a alta presión que se precisaba. La alternativa era una planta de vapor convencional, y se estuvo considerando solicitar asistencia a Estados Unidos, que estaba finalizando el diseño de la maquinaria que propulsaría a los Iowa; pero el sistema CODAG tenía grandes ventajas. Las turbinas podían instalarse en zonas altas, evitando que hubiese grandes conducciones de gases hasta el interior del buque que implicaban mayor vulnerabilidad, y los motores diésel, en la parte inferior del casco, aumentando la estabilidad. La transmisión eléctrica, a costa de una discreta penalización en peso —que poco importaba— permitía prescindir de los complejos engranajes, y daba mayor agilidad al poder invertir el giro de las hélices activando algunos disyuntores.
El problema era la catapulta. La alternativa ideal sería la catapulta electromagnética, pero implicaba desafíos en el diseño y, aunque se iba a estudiar, se consideraba muy peligroso depender de ella. Finalmente se pensó en una solución algo compleja y que además condicionaba el diseño del buque, pero que era la más segura: instalar, además de las turbinas y de los diésel, una caldera convencional —aunque de alta presión— que sería la encargada de proporcionar el vapor necesario. Junto al aeropuerto de Santander se estaba construyendo un prototipo basado en una caldera destinada originariamente a uno de los petroleros que se habían encargado a Navantia; aunque los trabajos se habían empezado en Santiago, se decidió trasladarlos por la dificultad que implicaba el transporte de la caldera. El Hispania llevaría una caldera más reducida, copia de las V2M de las fragatas Baleares. Como salvaguardia por si el proyecto fallaba o se retrasaba, también se estudió equipar al buque con una rampa y que los aparatos despegasen con la ayuda de cohetes. Aun quedaba un año para tener que tomar la decisión de instalar una u otra.
El nuevo buque, en lo demás, sería convencional: torre de mando adelantada que incluiría la chimenea de la caldera —era un inconveniente para las operaciones aéreas pero fue preciso para instalar la salida de gases—, dos ascensores en voladizo tras la torre, y sistema de frenado de aeronaves de cuatro cables. El armamento sería exclusivamente de defensa de punto: cuatro cañones automáticos Milenio de 35 mm, y cuatro lanzadores de misiles Rezón, de una versión aun en proyecto que debiera ser similar al RAM. En cuanto a los equipos electrónicos, el Hispania no iba a tener la capacidad de los modernos portaaviones del siglo XXI; pero se esperaba instalar sistemas mejorados a medida que la industria española pudiese reproducirlos.
Por desgracia, no se esperaba que el buque fuese operativo antes de 1944; aun trabajando en tres turnos, y si no se presentaban problemas, no se dispondría del barco hasta mediados de 1943. Por ello proseguían las obras de transformación en dos barcos de Transmediterránea, y se había reacondicionado al Príncipe de Asturias, que podría suplir al Juan Carlos I en caso de necesidad.
Última edición por Domper el 14 Abr 2016, 16:16, editado 1 vez en total.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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LA FRACTURA
El presidente del consejo de ministros francés, el almirante Darlan, recibió al enviado español que había solicitado repetidamente ser recibido. Era una petición un tanto inusual, pues hasta ahora España —esa nueva España llegada del futuro tras un suceso llamado “fractura”— se había negado a recibir a la delegación enviada por el mariscal Pétain. Los españoles se negaban a reconocer la legitimidad de la Francia de Vichy aduciendo que la Ley Constitucional del 10 de Julio se había aprobado mediante un procedimiento ilegal según las propias leyes francesas.
Sin embargo los vecinos del sur habían accedido a mantener un encargado de negocios en Vichy, y también habían admitido a una pequeña delegación francesa, aunque insistiendo en que tal acto no implicaba un reconocimiento del régimen de Pétain. Es más, manifestaron su más profundo desagrado por las medidas antisemitistas y por la colaboración con el régimen nazi.
En las últimas semanas Darlan había tenido que claudicar ante las presiones alemanas y aceptar la presencia en la “zona libre” de unidades tanto del Heer como de la Luftwaffe. Como era de esperar se habían producido incidentes fronterizos, y al menos siete ciudadanos franceses habían perdido la vida en ellos: cinco contrabandistas y dos trabajadores del balneario pirenaico de Eaus Chaudes. Con todo, Darlan suponía que habían sido los alemanes los que habían provocado las escaramuzas, que habían culminado el día anterior en un combate aéreo a gran escala.
Tras las formalidades y saludos de rigor, el español, un tal Rodrigáñez, expuso el motivo por el que había solicitado ser admitido. Se le había encargado entregar una carta en la que se mostraba el desagrado del gobierno por la creciente escalada militar, que solo había sido posible mediante la ayuda francesa. A España le preocupaba la seguridad de los grandes núcleos urbanos próximos a la frontera hispanofrancesa: aunque su fuerza aérea podía derrotar con facilidad a la alemana, como ya había hecho, temía que se produjesen algunos bombardeos de las ciudades españolas.
Para apoyar sus argumentos, Rodrigáñez presentó unas fotografías de gran calidad en la que podían verse multitud de aviones alemanes destruidos. Para que no hubiese dudas, en varias de las imágenes se veía a soldados españoles posando, y también había algunas fotos de prisioneros alemanes vigilados por guardias civiles. El español señalo que su gobierno estaba considerando lanzar un ataque preventivo contra las bases aéreas alemanas en el sur de Francia, y que si hasta ahora no lo había hecho era por consideración a los civiles franceses que pudieran ser perjudicados. Si la Francia de Vichy seguía ayudando a las fuerzas alemanas estaría demostrando su hostilidad hacia España. En ese caso Madrid se apresuraría a reconocer a alguna de las facciones discrepantes con el armisticio, que tal vez fuese la del general De Gaulle.
Darlan pensaba que todo se iba a quedar en una protesta formal, pero entonces el español —que hablaba un excelente francés, había que reconocerlo— expuso el motivo real de su visita. Solicitó al almirante que se asegurase de que no hubiese testigos, es decir, mirones espiando tras las puertas. A Darlan no le gustó la medida, pero aceptó hacerlo. Hasta consintió que Rodrigáñez examinase el despacho con un instrumento extraño. Una luz se encendió cuando pasó el aparato sobre el alféizar de la ventana, y el delegado español escribió en una cuartilla que había micrófonos ocultos, y que pedía al almirante que le acompañase a dar un paseo.
A Darlan no le sorprendió del todo ser espiado: esa víbora de Laval que iba tras su puesto era capaz de todo. Guio a Rodrigáñez hasta los jardines, y allí escuchó el motivo real de la visita. El almirante ya había oído rumores que decían que en ese otro fue asesinado por un agente gaullista. El español se lo confirmó, pero le advirtió que tomar medidas de precaución no le salvaría: Laval y varios de sus colaboradores fueron ejecutados. Además los alemanes estaban presionando al mariscal para que sustituyese a Darlan por Laval, lo que le dejaría en pésima situación: acusado de ser un colaborador, y con escaso poder real para influir sobre los acontecimientos.
El delegado hispano le dijo que el régimen de Vichy fue atacado en la otra historia a finales de 1942, siendo ocupada la “zona libre”, y acabando la flota hundida en el puerto de Tolón. Francia salió de la guerra con tremendas destrucciones causadas por los bombardeos aliados, sin flota, y con un imperio en ebullición.
Pero al almirante aun se le abría una oportunidad. España proponía que Darlan liderase una revuelta antialemana. Sabía que la “zona libre” no tenía ni la más mínima posibilidad de resistir, y probablemente Laval conseguiría impedir cualquier levantamiento. Pero Darlan podría ordenar a la flota que se trasladase al norte de África, provocando el levantamiento del imperio colonial, que denunciaría el régimen de Vichy. España apoyaría esa operación, prestando protección a la flota francesa frente a los demás contendientes, y suministrando a los “franceses libres” de Darlan armamento moderno con el que los alemanes no podían rivalizar. Desde luego, Madrid reconocería a ese nuevo régimen. Aunque Rodrigáñez olvidó decir que tal vez Darlan no fuese quien lo presidiese.
Darlan dijo que una medida de ese tipo probablemente implicaría un ataque alemán contra España. Rodrigáñez no dijo nada, pero sonrió; tal vez fuese lo que se deseaba en Madrid.
Finalmente el español mostró al almirante el contenido de su maletín: un pequeño dispositivo de comunicaciones, parecido a un teléfono pero sin cable, y que se recargaba poniendo una plaquita de color negro al sol. Con ese equipo Darlan podría contactar con la delegación española sin ser vigilado. También le entregó un instrumento de localización de micrófonos. Para mostrarle cómo funcionaba, le pidió que le siguiese a una glorieta y la revisase con el aparato: también había un micrófono. Entonces Rodrigáñez volvió a la conversación inicial, hablando del disgusto español por las operaciones alemanas. Hizo como si mantuviese una conversación informal, y dijo que en el reciente enfrentamiento su aviación había perdido nueve aviones; una nota escrita a mano que mostró al almirante indicaba que no habían tenido pérdidas. Luego volvieron al despacho, donde se despidieron.
Darlan probó el detector y descubrió en seguida que había micrófonos no solo en el despacho sino también en sus habitaciones. Miró con cuidado —el español le había recomendado que no tocase los micrófonos pues alertaría a los que lo vigilaban— y vio un aparato como un botón, unido a la pared por un cable telefónico. Pensó que ese tal Rodrigáñez le había hecho una oferta realmente interesante, que tendría que meditar a fondo.
Sin embargo los vecinos del sur habían accedido a mantener un encargado de negocios en Vichy, y también habían admitido a una pequeña delegación francesa, aunque insistiendo en que tal acto no implicaba un reconocimiento del régimen de Pétain. Es más, manifestaron su más profundo desagrado por las medidas antisemitistas y por la colaboración con el régimen nazi.
En las últimas semanas Darlan había tenido que claudicar ante las presiones alemanas y aceptar la presencia en la “zona libre” de unidades tanto del Heer como de la Luftwaffe. Como era de esperar se habían producido incidentes fronterizos, y al menos siete ciudadanos franceses habían perdido la vida en ellos: cinco contrabandistas y dos trabajadores del balneario pirenaico de Eaus Chaudes. Con todo, Darlan suponía que habían sido los alemanes los que habían provocado las escaramuzas, que habían culminado el día anterior en un combate aéreo a gran escala.
Tras las formalidades y saludos de rigor, el español, un tal Rodrigáñez, expuso el motivo por el que había solicitado ser admitido. Se le había encargado entregar una carta en la que se mostraba el desagrado del gobierno por la creciente escalada militar, que solo había sido posible mediante la ayuda francesa. A España le preocupaba la seguridad de los grandes núcleos urbanos próximos a la frontera hispanofrancesa: aunque su fuerza aérea podía derrotar con facilidad a la alemana, como ya había hecho, temía que se produjesen algunos bombardeos de las ciudades españolas.
Para apoyar sus argumentos, Rodrigáñez presentó unas fotografías de gran calidad en la que podían verse multitud de aviones alemanes destruidos. Para que no hubiese dudas, en varias de las imágenes se veía a soldados españoles posando, y también había algunas fotos de prisioneros alemanes vigilados por guardias civiles. El español señalo que su gobierno estaba considerando lanzar un ataque preventivo contra las bases aéreas alemanas en el sur de Francia, y que si hasta ahora no lo había hecho era por consideración a los civiles franceses que pudieran ser perjudicados. Si la Francia de Vichy seguía ayudando a las fuerzas alemanas estaría demostrando su hostilidad hacia España. En ese caso Madrid se apresuraría a reconocer a alguna de las facciones discrepantes con el armisticio, que tal vez fuese la del general De Gaulle.
Darlan pensaba que todo se iba a quedar en una protesta formal, pero entonces el español —que hablaba un excelente francés, había que reconocerlo— expuso el motivo real de su visita. Solicitó al almirante que se asegurase de que no hubiese testigos, es decir, mirones espiando tras las puertas. A Darlan no le gustó la medida, pero aceptó hacerlo. Hasta consintió que Rodrigáñez examinase el despacho con un instrumento extraño. Una luz se encendió cuando pasó el aparato sobre el alféizar de la ventana, y el delegado español escribió en una cuartilla que había micrófonos ocultos, y que pedía al almirante que le acompañase a dar un paseo.
A Darlan no le sorprendió del todo ser espiado: esa víbora de Laval que iba tras su puesto era capaz de todo. Guio a Rodrigáñez hasta los jardines, y allí escuchó el motivo real de la visita. El almirante ya había oído rumores que decían que en ese otro fue asesinado por un agente gaullista. El español se lo confirmó, pero le advirtió que tomar medidas de precaución no le salvaría: Laval y varios de sus colaboradores fueron ejecutados. Además los alemanes estaban presionando al mariscal para que sustituyese a Darlan por Laval, lo que le dejaría en pésima situación: acusado de ser un colaborador, y con escaso poder real para influir sobre los acontecimientos.
El delegado hispano le dijo que el régimen de Vichy fue atacado en la otra historia a finales de 1942, siendo ocupada la “zona libre”, y acabando la flota hundida en el puerto de Tolón. Francia salió de la guerra con tremendas destrucciones causadas por los bombardeos aliados, sin flota, y con un imperio en ebullición.
Pero al almirante aun se le abría una oportunidad. España proponía que Darlan liderase una revuelta antialemana. Sabía que la “zona libre” no tenía ni la más mínima posibilidad de resistir, y probablemente Laval conseguiría impedir cualquier levantamiento. Pero Darlan podría ordenar a la flota que se trasladase al norte de África, provocando el levantamiento del imperio colonial, que denunciaría el régimen de Vichy. España apoyaría esa operación, prestando protección a la flota francesa frente a los demás contendientes, y suministrando a los “franceses libres” de Darlan armamento moderno con el que los alemanes no podían rivalizar. Desde luego, Madrid reconocería a ese nuevo régimen. Aunque Rodrigáñez olvidó decir que tal vez Darlan no fuese quien lo presidiese.
Darlan dijo que una medida de ese tipo probablemente implicaría un ataque alemán contra España. Rodrigáñez no dijo nada, pero sonrió; tal vez fuese lo que se deseaba en Madrid.
Finalmente el español mostró al almirante el contenido de su maletín: un pequeño dispositivo de comunicaciones, parecido a un teléfono pero sin cable, y que se recargaba poniendo una plaquita de color negro al sol. Con ese equipo Darlan podría contactar con la delegación española sin ser vigilado. También le entregó un instrumento de localización de micrófonos. Para mostrarle cómo funcionaba, le pidió que le siguiese a una glorieta y la revisase con el aparato: también había un micrófono. Entonces Rodrigáñez volvió a la conversación inicial, hablando del disgusto español por las operaciones alemanas. Hizo como si mantuviese una conversación informal, y dijo que en el reciente enfrentamiento su aviación había perdido nueve aviones; una nota escrita a mano que mostró al almirante indicaba que no habían tenido pérdidas. Luego volvieron al despacho, donde se despidieron.
Darlan probó el detector y descubrió en seguida que había micrófonos no solo en el despacho sino también en sus habitaciones. Miró con cuidado —el español le había recomendado que no tocase los micrófonos pues alertaría a los que lo vigilaban— y vio un aparato como un botón, unido a la pared por un cable telefónico. Pensó que ese tal Rodrigáñez le había hecho una oferta realmente interesante, que tendría que meditar a fondo.
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