El sargento Martínez, del regimiento Talavera estaba a cargo de 23 hombres del equipo de desbroce del sector aledaño al la línea férrea de la mina de El Cobre. Siguiendo las nuevas ordenanzas de salud en campaña, sus hombres estaban talando e incluso quemando la manigua. Era cierto que eso privaba a los mambises de cobertura, pero él no entendía la razón de esas prisas por hacerlo.
-Cabo Ochandí, llévese 5 hombres y tale esos árboles de su izquierda, y usted, Velloso, siga quemando esos rastrojos cuando pare el viento. –Ordenó entre las toses provocadas por el humo, y no es que se quejase, ese humo mantenía alejados a los mosquitos de la manigua mejor que el repelente que les proporcionaban últimamente (1), pero claramente su ropa olía peor.
La tarea era dura y difícil, pero las órdenes eran taxativas. Cada día 3.000 hombres se dedicaban a despejar grandes zonas de vegetación, prestando especial atención al sotobosque de la manigua. Luego, con esas grandes cantidades de rastrojos, se hacían hogueras a lo largo de la línea española que iban desde el norte del Salado hasta el mar, provocando una densa humareda que cubría grandes extensiones de tierra.
-Mi sargento. –Llamo el soldado Montero. –Hemos encontrado un estanque a unos 30 metros de aquí.
-Bien Montero, vamos a verlo y llama al veterinario para que venga. –Esa era otra de sus obligaciones, cada vez que encontraban un estanque, pozo, o humedal con aguas estancadas, llamaban al veterinario que calculaba la cantidad de agua que había y a continuación vertía una cantidad proporcional de cloro o petróleo si no disponían de cloro que, acababa con los insectos de la charca. Lo mejor era que gracias a esas medidas los casos de disentería se habían reducido mucho.
Cuando el veterinario acabo con el ritual de clorar el agua miro hacia el cielo, el día casi estaba acabando, mañana a su unidad le tocaba turno de guardia y proteger las labores de los leñadores, tal vez fuese una labor más peligrosa, pero podrían descansar.
- Aun faltarían meses para que, las medidas desarrolladas por iniciativa del Doctor Finlay, tuviesen efectos visibles, y más de dos años para que, las enfermedades que tanto daño habían hecho, Malaria y Fiebre Amarilla, remitiesen casi por completo