La batalla de Muhlberg, 1547. 1ª PARTE
Deshecho el ejército de la Liga de Esmalcalda en noviembre de 1546, formado anteriormente por las tropas pagadas por las villas francas [o libres] comandadas por Sebastián Xertes, Felipe, landgrave de Hesse, y Juan Federico, elector de Sajonia, sólo quedaba en toda Alemania un foco de resistencia – apoyado desde Bohemia – reforzado ahora por el regreso de Juan Federico a su Estado con su ejército en retirada procedente desde Franconia, que Fernando, rey de Bohemia y Hungría y hermano del emperador, auxiliado por el duque Mauricio de Sajonia, sobrino de Juan Federico, no llegaban a dominar.
En primera instancia, envió el emperador Carlos al marqués Alberto de Brandemburgo, con infantería [4500 infantes en 18 banderas] y caballería [1800] alemana. Fernando contaba con 2.000 caballos y Mauricio con 1.500 en sus campos en Dresde y Freiberg, junto con su infantería repartida además en Zuibeck y Leipzig.
Se suponía que así quedaban rodeadas las tropas de Juan Federico, que contaba con 10 mil infantes [36 banderas] y 4 mil caballos, y que se le impedía campear a gusto.
Para apretar al elector en mayor grado, se apercibió al Tercio de Hungría del maestre de campo Álvaro de Sande, y al marqués de Mariñan con los 2.500 alemanes [8 banderas] de su regimiento, pero este envío de tropas se detuvo, pues el emperador tomó resolución de caminar con todo su campo a Sajonia, estando su persona en Ülm, viendo que “el Rey y el duque Mauricio sostenían esta guerra, guardando las fuerzas principales , y no sacaban la gente dellas para tentar otra vez la fortuna”. Evidentemente, resultaba necesario ser más resolutivo que hasta la fecha.
Juan Federico no obstante, fue quien pasó a la acción, y acudió a la villa donde se alojaban las tropas de Alberto. Envalentonado el marqués de Brandemburgo, salió a campaña con sus caballos atacando a Juan Federico, en lugar de plantear la defensa del lugar, con el resultado de ser rotas sus tropas, y él, apresado. Mientras tanto, Juan Federico aún tuvo oportunidad de enviar – detrayéndolas de sus tropas – un refuerzo a Bohemia a cargo de Thomas Sier [Thumeshierne], con 3.500 infantes [12 banderas], y 600 caballos.
Del campo imperial, el ejército comandado por Ottavio Farnese, duque de Parma, nieto del papa Paulo III, quien pagaba dichas tropas, se había retirado a los estados del papado, enflaquecido por las deserciones y muertes de sus soldados [de unos 10 mil infantes con que acudió en julio de 1546, quedaba con poco más de cuatro mil cuando se invernó].
Las tropas que el conde de Buren había conducido desde los Países Bajos, había ordenado el emperador se retirasen de vuelta a sus Estados, con orden de tomar por el camino Frankfurt, dejando algunas compañías para guarnición de las villas que acababa de pacificar en las regiones de Baviera y Franconia.
Quedábanle a Carlos los españoles en los tres tercios: el del Reino [de Nápoles] el de Hungría y el de Lombardía, disminuidos la suma de los tres a seis mil españoles, de los ocho mil con que se contaba en el verano de 1546. Tenía además tres regimientos de infantería alemana, dos viejos [levados el verano anterior] , los de Mariñano y Madrucho, y uno recién levado por un caballero de Suevia, llamado Hanzbalter.
La caballería la componían por parte italo-española 300 hombres de armas de Nápoles y seiscientos caballos ligeros, incluyendo algunas compañías de arcabuceros a caballo, y mil caballos tudescos.
Con esta gente se partió, adelantándose el duque de Alba para acomodar al emperador en Nuremberg, pasando después a Eguer donde se reunieron con las tropas de Fernando [800 caballos alemanes y 900 húngaros] Mauricio [1000 caballos] y Juan Jorge de Brandemburgo, hijo del elector [400 caballos]. Estos sólo unieron la caballería a su campo, pues dejaron la infantería guardando las villas de Sajonia que estaban en su poder.
El duque de Sajonia tenía su campo en Maizen [6.000 infantes, 3.000 caballos y 21 piezas de artillería] y tras finalizar la Semana Santa, las tropas imperiales marcharon en su persecución, por no darle comodidad para avituallarse, ni para poner villas en contribución. Era fundamental , tal y como había probado la campaña del año anterior, acosar al enemigo y hacerle vivir con estrecheces, aunque eso supusiera pasarlas también uno.
Durante la marcha, y dado que había muchas tropas repartidas fuera de campo parciales al de Sajonia, hubo varios encuentros menores, escaramuzas con tropas alojadas en diversos puntos del recorrido, rompiendo hasta 14 banderas de Juan Federico.
Asimismo, cuatro banderas de infantería alemana del duque Mauricio, teniendo asegurada la retaguardia, se unieron al campo que avanzaba.
Estando el emperador con sus tropas a 3 leguas [1 legua española = 5000 varas = 4.179 metros] al oeste de Maizen, se envío caballería a reconocer la zona, teniendo noticia que Juan Federico estaba alojado en dicha villa, la otra parte del río Elba [el Albis de los romanos] habiendo quemado los puentes que lo cruzaban en ese punto. Dejando descansar las tropas un día, el de San Jorge, después de 10 de marcha, tuvieron noticia de que los de Juan Federico marchaban hacia Wittenberg siguiendo la orilla derecha del Elba.
Los arcabuceros a caballo del capitán Aldana que habían ido a reconocer, descubrieron que el enemigo se alojaba cerca de una villa llamada Mühlberg [Milburg para los cronistas españoles de la época] , y que por allí traían noticia de la gente de la tierra de que había vado, aunque ellos hubieran cruzado el río con sus caballos a nado.
El emperador dio orden de que el río debía cruzarse por vado o puente y combatir con el enemigo sin aguardar a que marchara más lejos. Evidentemente, estos podían defender el paso sin demasiada dificultad, teniendo pie firme en la orilla contraria, pero las ordenes se acataron, y partiendo la artillería y las barcas del puente por el día, fueron siguiéndolas aquella noche la infantería, con los españoles a la vanguardia y la caballería imperial, para plantarse frente a la villa de Mühlberg, la otra parte del río Elba.
A las 8 de la mañana del 24 de abril estaban repartidos los cuarteles, quedando entre el enemigo y el campo imperial el río y una franja de bosque ribereño que impedía que los de Sajonia tomasen noticia visual de sus perseguidores.
La batalla de Mühlberg, 1547.
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La batalla de Mühlberg 2ª PARTE
Mientras el Emperador, el rey de Romanos y el duque Mauricio paraban a almorzar en un casar cercano llamado Schermeser o Xefemeser, el capitán general del Ejército de Alemania, duque de Alba enviaba corredores a tomar gente plática de la tierra, por tal de hallar el famoso vado del cual les habían dado noticia podrían cruzar el río, y tentando el cruce en varios puntos.
Asimismo, envió 100 arcabuceros españoles y cuatrocientos caballos ligeros húngaros a reconocer la villa de Torgau, la cual tenía puente para cruzar el Elba: en caso de que se considerase fácil tomarle, se optaría por ello, y se cruzaría el río por dicho puente.
Finalmente, hallaron un joven villano el cual se ofreció a indicar el vado y a responder de la bondad del cruce acompañando al ejército, deseoso de tomar venganza, pues el día anterior le habían “incautado” los sajones una pareja de caballos.
Otro aldeano confirmó que Juan Federico estaba alojado con su campo en Mühlberg, despejando todas las dudas que se pudieran tener de la empresa.
Los rebeldes tenían su puente de barcas orillado a su parte, que dividido en tres secciones, hacían llevar río abajo para aprovecharse de él cuando les fuera conveniente.
En este tramo de río donde se hallaba el vado, la orilla que pertenecía al campo imperial, hacía una playa rasa y despejada, mientras que entre el bosque y esta ribera, había una zona extensa descubierta, con el único resguardo de algunas manchas boscosas.
La orilla enemiga, sin embargo, era bastante pendiente, y la arcabucería y artillería sajona gozaban asimismo, de la existencia de un muro “como los que se hacen para cercar heredades”, que otorgaba al sitio una enorme ventaja.
En ese instante, comenzó la artillería rebelde a disparar a las tropas que acompañaban al duque reconociendo la zona, informando éste al emperador de la información que había sumado y del estado en que se encontraba.
Se ordenó que cinco piezas de la artillería imperial avanzasen hasta las manchas boscosas, resguardándose en ellas, haciéndola acompañar de unos 800 [o 1.000] arcabuceros españoles, conducidos por el propio emperador, mientras que el resto de las tropas quedaban escuadronadas en el cuartel que se le había señalado.
Los sajones, protegiendo sus tramos de puente, hicieron ponerse arcabuceros en las barcas de éste, pero saliendo los arcabuceros españoles de la protección de los árboles, y metiéndose hasta el agua a los pechos, tirándole arcabuzazos, auxiliados de las piezas de artillería, hicieron que cobrasen tanto miedo, que no osaban asomar las cabezas de debajo de las tablas.
Se reforzó con otros mil arcabuceros a cargo de Álvaro de Sande la escaramuza, de manera que se mantuvo un fuego constante sobre las barcas y la otra ribera.
En Torgao, la artillería de la villa había comenzado a disparar sobre el trozo de gente que había sido enviado a reconocer, por lo cual – como más tarde se conoció – Juan Federico de Sajonia interpretó que los que escaramuzaban en el río eran una división del ejército imperial – no pudiendo ver, como queda dicho atrás el campo imperial situado tras el bosque – y que cruzando el puente por Torgau, y el río por aquel punto uno y otro cuerpo, le tomarían en medio, por lo cual decidió que era mejor retirarse río abajo, antes que ofrecer resistencia en aquel punto, sabiendo que tenía menos gente que la que traía el emperador, y que las levas en Bohemia y Pomeramia estaban en tal estado que pronto podría juntar´un ejército de casi 40 mil hombres.
Juan Federico dio orden que su campo comenzase a caminar, el puente que navegase río abajo, y la artillería y infantería por tierra, seguida por la caballería. Llegada este orden a la defendida ribera, los ánimos se vinieron abajo.
Evaluando la longitud del tramo de río a salvar [de unos 300 pasos, lo cual hace replantearse o la pulcritud de la estimación, o el alcance de los arcabuces] y la del puente propio, se interpretó que sería necesario tomar un tramo del puente contrario para emplearlo para el cruce – imprescindible cuanto menos para la artillería, tren de municiones y bagaje - del cual dos tramos estaban próximos, mientras que el otro quedaba río arriba.
Desnudándose un español , y sujetando la espada con los dientes, se tiró al agua, nadando hacía el puente de barcas, siguiéndole otros dos, y a estos dos, otros siete.
[Interludio de los “Diálogos del Arte Militar”, de Bernardino de Escalante:
Don Manuel: ¿Cómo se llamaban los soldados […] que pasaron el Albis?
Capitán: Cierto que no lo sé, que aún hasta en esto tenemos poca ventura los Españoles que seguimos la guerra, de no haber quien escriba los hechos valerosos, y los nombres de los que los hacen. ]
Además de estos infantes, se añadieron a la empresa otros tres infantes que con la armadura puesta, y a lomos de sus caballos, empujaron a sus monturas a meterse en el agua. Encabritándose el primero de ellos estando en parte que era necesario nadar, cayó uno de los infantes y se ahogó, arrastrado por el peso de las armas, retornando los otros dos a la orilla.
Llegando a las barcas los diez soldados desnudos, no sin el peligro de los arcabuzazos que les tiraban desde la ribera, no encontraron demasiada resistencia en ellas, habiendo muchos de los soldados que guardaban el puente de barcas abandonado sus puestos por ganar la orilla de su campo y salvar la vida. Los españoles tomaron los dos tercios del puente de barcas, y las trajeron a la orilla imperial.
Tropas de caballería ligera española, italiana y húngara habían tentado el vado un par de ocasiones acompañadas por el villano alemán conocedor de él, pero habían tenido que retirarse dada la fortaleza de la posición enemiga. Sin embargo, en la tercera ocasión, estando los rebeldes en retirada, consiguieron cruzar el río, teniendo que nadar los caballos un pequeño tramo, caminando el resto del cruce.
Esta caballería llegó a la retaguardia del enemigo que marchaba, acometiéndola, pero la caballería enemiga se revolvió, y siendo superior numéricamente, hicieron que los caballos ligeros imperiales se retiraran, consiguiendo muchos de ellos cruzar de nuevo el vado, esta vez, en sentido contrario.
Mientras el Emperador, el rey de Romanos y el duque Mauricio paraban a almorzar en un casar cercano llamado Schermeser o Xefemeser, el capitán general del Ejército de Alemania, duque de Alba enviaba corredores a tomar gente plática de la tierra, por tal de hallar el famoso vado del cual les habían dado noticia podrían cruzar el río, y tentando el cruce en varios puntos.
Asimismo, envió 100 arcabuceros españoles y cuatrocientos caballos ligeros húngaros a reconocer la villa de Torgau, la cual tenía puente para cruzar el Elba: en caso de que se considerase fácil tomarle, se optaría por ello, y se cruzaría el río por dicho puente.
Finalmente, hallaron un joven villano el cual se ofreció a indicar el vado y a responder de la bondad del cruce acompañando al ejército, deseoso de tomar venganza, pues el día anterior le habían “incautado” los sajones una pareja de caballos.
Otro aldeano confirmó que Juan Federico estaba alojado con su campo en Mühlberg, despejando todas las dudas que se pudieran tener de la empresa.
Los rebeldes tenían su puente de barcas orillado a su parte, que dividido en tres secciones, hacían llevar río abajo para aprovecharse de él cuando les fuera conveniente.
En este tramo de río donde se hallaba el vado, la orilla que pertenecía al campo imperial, hacía una playa rasa y despejada, mientras que entre el bosque y esta ribera, había una zona extensa descubierta, con el único resguardo de algunas manchas boscosas.
La orilla enemiga, sin embargo, era bastante pendiente, y la arcabucería y artillería sajona gozaban asimismo, de la existencia de un muro “como los que se hacen para cercar heredades”, que otorgaba al sitio una enorme ventaja.
En ese instante, comenzó la artillería rebelde a disparar a las tropas que acompañaban al duque reconociendo la zona, informando éste al emperador de la información que había sumado y del estado en que se encontraba.
Se ordenó que cinco piezas de la artillería imperial avanzasen hasta las manchas boscosas, resguardándose en ellas, haciéndola acompañar de unos 800 [o 1.000] arcabuceros españoles, conducidos por el propio emperador, mientras que el resto de las tropas quedaban escuadronadas en el cuartel que se le había señalado.
Los sajones, protegiendo sus tramos de puente, hicieron ponerse arcabuceros en las barcas de éste, pero saliendo los arcabuceros españoles de la protección de los árboles, y metiéndose hasta el agua a los pechos, tirándole arcabuzazos, auxiliados de las piezas de artillería, hicieron que cobrasen tanto miedo, que no osaban asomar las cabezas de debajo de las tablas.
Se reforzó con otros mil arcabuceros a cargo de Álvaro de Sande la escaramuza, de manera que se mantuvo un fuego constante sobre las barcas y la otra ribera.
En Torgao, la artillería de la villa había comenzado a disparar sobre el trozo de gente que había sido enviado a reconocer, por lo cual – como más tarde se conoció – Juan Federico de Sajonia interpretó que los que escaramuzaban en el río eran una división del ejército imperial – no pudiendo ver, como queda dicho atrás el campo imperial situado tras el bosque – y que cruzando el puente por Torgau, y el río por aquel punto uno y otro cuerpo, le tomarían en medio, por lo cual decidió que era mejor retirarse río abajo, antes que ofrecer resistencia en aquel punto, sabiendo que tenía menos gente que la que traía el emperador, y que las levas en Bohemia y Pomeramia estaban en tal estado que pronto podría juntar´un ejército de casi 40 mil hombres.
Juan Federico dio orden que su campo comenzase a caminar, el puente que navegase río abajo, y la artillería y infantería por tierra, seguida por la caballería. Llegada este orden a la defendida ribera, los ánimos se vinieron abajo.
Evaluando la longitud del tramo de río a salvar [de unos 300 pasos, lo cual hace replantearse o la pulcritud de la estimación, o el alcance de los arcabuces] y la del puente propio, se interpretó que sería necesario tomar un tramo del puente contrario para emplearlo para el cruce – imprescindible cuanto menos para la artillería, tren de municiones y bagaje - del cual dos tramos estaban próximos, mientras que el otro quedaba río arriba.
Desnudándose un español , y sujetando la espada con los dientes, se tiró al agua, nadando hacía el puente de barcas, siguiéndole otros dos, y a estos dos, otros siete.
[Interludio de los “Diálogos del Arte Militar”, de Bernardino de Escalante:
Don Manuel: ¿Cómo se llamaban los soldados […] que pasaron el Albis?
Capitán: Cierto que no lo sé, que aún hasta en esto tenemos poca ventura los Españoles que seguimos la guerra, de no haber quien escriba los hechos valerosos, y los nombres de los que los hacen. ]
Además de estos infantes, se añadieron a la empresa otros tres infantes que con la armadura puesta, y a lomos de sus caballos, empujaron a sus monturas a meterse en el agua. Encabritándose el primero de ellos estando en parte que era necesario nadar, cayó uno de los infantes y se ahogó, arrastrado por el peso de las armas, retornando los otros dos a la orilla.
Llegando a las barcas los diez soldados desnudos, no sin el peligro de los arcabuzazos que les tiraban desde la ribera, no encontraron demasiada resistencia en ellas, habiendo muchos de los soldados que guardaban el puente de barcas abandonado sus puestos por ganar la orilla de su campo y salvar la vida. Los españoles tomaron los dos tercios del puente de barcas, y las trajeron a la orilla imperial.
Tropas de caballería ligera española, italiana y húngara habían tentado el vado un par de ocasiones acompañadas por el villano alemán conocedor de él, pero habían tenido que retirarse dada la fortaleza de la posición enemiga. Sin embargo, en la tercera ocasión, estando los rebeldes en retirada, consiguieron cruzar el río, teniendo que nadar los caballos un pequeño tramo, caminando el resto del cruce.
Esta caballería llegó a la retaguardia del enemigo que marchaba, acometiéndola, pero la caballería enemiga se revolvió, y siendo superior numéricamente, hicieron que los caballos ligeros imperiales se retiraran, consiguiendo muchos de ellos cruzar de nuevo el vado, esta vez, en sentido contrario.
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La batalla de Muhlberg, 1547. 3ª PARTE
No obstante esta resistencia ofrecida al primer intento de cruce, la orilla contraria estaba prácticamente ganada, estando en retirada el ejército de Juan Federico.
Comenzó de inmediato a formarse un puente de los dos tramos que se habían ganado del enemigo, sumados al puente de barcas del campo imperial – que cabe recordar, se traía desmontado transportado en carros.
Se apercibió la infantería, siendo la prioridad de cruce para la infantería española, que había de ser seguida de los tres regimientos de alemanes, quedando de guarda del campo – que había de proteger la retaguardia del embarque – tres compañías de alemanes de cada regimiento y 500 caballos alemanes [la mitad del marqués Alberto – que dijimos había sido prisionero - y otros tantos de su hijo el marqués Juan Jorge de Brandemburgo].
El duque de Alba ordenó que toda la caballería ligera [húngara, española e italiana] cruzara el vado con un arcabucero a la grupa. Seguidamente, cruzaron los hombres de armas de Nápoles, y la caballería del conde Mauricio. Con esta gente cruzó el emperador a caballo el río metiéndose en el agua, acompañado del villano que indicó el vado, haciéndole dar al cruzar dos caballos – igual número que le habían robado – y 100 escudos en recompensa por su guía.
Dejando la caballería ligera a los arcabuceros que habían pasado, se adelantó toda la caballería en persecución del enemigo, mientras el puente continuaba montándose.
Se reconoció Mühlberg, por tener certeza que no se habían dejado tropas que pudieran emboscar a los imperiales, y teniendo seguro esto, comenzó a picarse en la retaguardia de los rebeldes, que como decíamos, quedaba en manos de la caballería, la cual se revolvía, protegiendo a los dos escuadrones de infantería.
Las tropas de Juan Federico estaban compuestas por unos 6.000 infantes y 2.700/3.000 caballos, repartidos en nueves estandartes.
La caballería imperial iba dividida: vanguardia a cargo del duque de Alba, y el emperador y su hermano en batalla [cuerpo principal] con dos escuadrones retirados a la derecha de esta, no fuera caso que la vanguardia fuese rota y la retirada deshiciese su formación.
El duque de Alba iba gobernando cuatro escuadrones de caballería. El primero del príncipe de Salmona con Antonio de Toledo, llevando 400 caballos ligeros y 100 arcabuceros a caballo. El segundo de 500/450 caballos ligeros húngaros. El tercero los del duque Mauricio, 600/800 hombres de armas y 200 herreruelos. Y el cuarto, los 220/300 hombres de armas de Nápoles a cargo del duque de Castrovillar. A este caballería se le había añadido infantes de a caballos que habían cruzado el río por cuenta y riesgo.
El emperador y su hermano llevaban dos escuadrones: uno de 400/600 lanzas y 300/400 herreruelos, y otro de 600 lanzas y 300 herreruelos.
El arcabucería que había pasado a las ancas de los caballos, caminaba a cargo de Alonso Vivas, pero evidentemente, el paso era tal que quedaron atrasados.
Caminadas tres leguas, el enemigo se detuvo, ordenando Juan Federico una carga contra la caballería de la vanguardia imperial, de manera que rompiéndola, tuvieran tiempo para atrincherarse un bosque cercano, desde donde podrían retirarse con mayor seguridad o guardar posición fuerte para combatir.
Cerrando el orden la caballería imperial, la batalla vino a estar próxima de la vanguardia. Tras cruzar un arroyo, los escuadrones de la batalla y los de la vanguardia se colocaron en línea, preparándose para dar una carga sobre el enemigo.
Los húngaros por la derecha, reforzados por los herreruelos del duque Mauricio dieron la primera carga sobre una manga de arcabuceros, y tras esto, el duque de Alba dio orden se tocaran las trompetas en señal de carga general, guiando él mismo los hombres de armas de Nápoles.
La caballería enemiga fue rota, y puesta en retirada, siendo a continuación deshecho el escuadrón de infantería que estaba en segunda línea.
A partir de aquí, fue dar el alcance: correr el duque de Alba tras la caballería en retirada durante más de tres leguas, y los escuadrones del emperador y del rey de Hungría, dedicarse a arrollar y perseguir la infantería por una legua.
Juan Federico fue apresado, y de su campo se contabilizaron 2.500 muertos [dos mil infantes y 500 caballos] y 1.000 prisioneros, no muriendo del bando imperial entre 30 y 50 hombres de a caballo. La infantería no tuvo tiempo de llegar, sino para participar las tropas de Sande para guarda de los prisioneros, durmiendo aquella noche la infantería que hubo de cruzar el Elba por el puente a una legua del lugar de la rota.
No obstante esta resistencia ofrecida al primer intento de cruce, la orilla contraria estaba prácticamente ganada, estando en retirada el ejército de Juan Federico.
Comenzó de inmediato a formarse un puente de los dos tramos que se habían ganado del enemigo, sumados al puente de barcas del campo imperial – que cabe recordar, se traía desmontado transportado en carros.
Se apercibió la infantería, siendo la prioridad de cruce para la infantería española, que había de ser seguida de los tres regimientos de alemanes, quedando de guarda del campo – que había de proteger la retaguardia del embarque – tres compañías de alemanes de cada regimiento y 500 caballos alemanes [la mitad del marqués Alberto – que dijimos había sido prisionero - y otros tantos de su hijo el marqués Juan Jorge de Brandemburgo].
El duque de Alba ordenó que toda la caballería ligera [húngara, española e italiana] cruzara el vado con un arcabucero a la grupa. Seguidamente, cruzaron los hombres de armas de Nápoles, y la caballería del conde Mauricio. Con esta gente cruzó el emperador a caballo el río metiéndose en el agua, acompañado del villano que indicó el vado, haciéndole dar al cruzar dos caballos – igual número que le habían robado – y 100 escudos en recompensa por su guía.
Dejando la caballería ligera a los arcabuceros que habían pasado, se adelantó toda la caballería en persecución del enemigo, mientras el puente continuaba montándose.
Se reconoció Mühlberg, por tener certeza que no se habían dejado tropas que pudieran emboscar a los imperiales, y teniendo seguro esto, comenzó a picarse en la retaguardia de los rebeldes, que como decíamos, quedaba en manos de la caballería, la cual se revolvía, protegiendo a los dos escuadrones de infantería.
Las tropas de Juan Federico estaban compuestas por unos 6.000 infantes y 2.700/3.000 caballos, repartidos en nueves estandartes.
La caballería imperial iba dividida: vanguardia a cargo del duque de Alba, y el emperador y su hermano en batalla [cuerpo principal] con dos escuadrones retirados a la derecha de esta, no fuera caso que la vanguardia fuese rota y la retirada deshiciese su formación.
El duque de Alba iba gobernando cuatro escuadrones de caballería. El primero del príncipe de Salmona con Antonio de Toledo, llevando 400 caballos ligeros y 100 arcabuceros a caballo. El segundo de 500/450 caballos ligeros húngaros. El tercero los del duque Mauricio, 600/800 hombres de armas y 200 herreruelos. Y el cuarto, los 220/300 hombres de armas de Nápoles a cargo del duque de Castrovillar. A este caballería se le había añadido infantes de a caballos que habían cruzado el río por cuenta y riesgo.
El emperador y su hermano llevaban dos escuadrones: uno de 400/600 lanzas y 300/400 herreruelos, y otro de 600 lanzas y 300 herreruelos.
El arcabucería que había pasado a las ancas de los caballos, caminaba a cargo de Alonso Vivas, pero evidentemente, el paso era tal que quedaron atrasados.
Caminadas tres leguas, el enemigo se detuvo, ordenando Juan Federico una carga contra la caballería de la vanguardia imperial, de manera que rompiéndola, tuvieran tiempo para atrincherarse un bosque cercano, desde donde podrían retirarse con mayor seguridad o guardar posición fuerte para combatir.
Cerrando el orden la caballería imperial, la batalla vino a estar próxima de la vanguardia. Tras cruzar un arroyo, los escuadrones de la batalla y los de la vanguardia se colocaron en línea, preparándose para dar una carga sobre el enemigo.
Los húngaros por la derecha, reforzados por los herreruelos del duque Mauricio dieron la primera carga sobre una manga de arcabuceros, y tras esto, el duque de Alba dio orden se tocaran las trompetas en señal de carga general, guiando él mismo los hombres de armas de Nápoles.
La caballería enemiga fue rota, y puesta en retirada, siendo a continuación deshecho el escuadrón de infantería que estaba en segunda línea.
A partir de aquí, fue dar el alcance: correr el duque de Alba tras la caballería en retirada durante más de tres leguas, y los escuadrones del emperador y del rey de Hungría, dedicarse a arrollar y perseguir la infantería por una legua.
Juan Federico fue apresado, y de su campo se contabilizaron 2.500 muertos [dos mil infantes y 500 caballos] y 1.000 prisioneros, no muriendo del bando imperial entre 30 y 50 hombres de a caballo. La infantería no tuvo tiempo de llegar, sino para participar las tropas de Sande para guarda de los prisioneros, durmiendo aquella noche la infantería que hubo de cruzar el Elba por el puente a una legua del lugar de la rota.
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Bibliografía empleada para la redacción de la precedente descripción de la batalla:
"Diálogos de la vida del soldado", Diego Núñez Alba. 1552
"Comentarios de la Guerra de Alemania", Luis de Ávila y Zúñiga. 1548
Los títulos son de autores contemporáneos, testimonios de primera mano. Uno, el del soldado Núñez Alba, que como militar y persona ajena a la corte de Carlos V puede realizar unas aportaciones desde un punto de vista menos laudatorio y más técnico. El otro, Luis de Ávila y Zúñiga, gentilhombre de cámara de Carlos V, un cronista oficial que omitirá en su relación acerca de las guerras de la liga de Esmalcalda cierta información que el menos comprometido Núñez Alba no dudará en plasmar en su libro, como los asesinatos de soldados desertores italianos a manos de alemanes al servicio del Emperador, los desvalijamientos de españoles también a manos de alemanes, el abandono a su suerte de soldados sacomanos o forrajeros tras el traslado del campo, o el conato de batalla campal que entre españoles y alemanes hubo, sólo atajado por la propia intervención de Carlos y otros sucesos y vivencias que o bien no interesaban plasmar en una crónica oficial, o que simplemente, no interesaban, pues eran propias de la soldadesca y ajenas al entorno cortesano.
Ahora bien, la posición privilegiada de Luis de Ávila la cual le hace gozar de un acceso de primera mano a la persona del emperador, otorga a su testimonio un papel insustituible, en tanto un soldado como Núñez Alba poco podía saber acerca del proceso de toma de decisión de su ejército o de las negociaciones o conversas que se podían mantener con aliados o enemigos.
En ocasiones son complementarios, en ocasiones coincidentes, y otras - pocas, todo hay que decirlo - contradictorios. Ambos ponen enfásis en el papel de sus protectores [el libro de Núñez Alba fue publicado bajo la protección de la duquesa de Alba] y es difícil atribuir mayor protagonismo al emperador o al duque de Alba, aunque ambos autores coinciden en que la orden de perseguir y acosar al enemigo hasta su total rendición partió de Carlos.
Respecto a las cifras de las tropas:
Luis de Ávila siempre da la infantería alemana en banderas y la caballería en números redondeados a la centena.
Por lo que interpreto, Núñez Alba recoge las cifras de banderas reportadas por Ávila y las traduce a infantes [contando más o menos 300 infantes por compañía alemana; lo que no parece un desacierto, ya que en este época se contaba con entre 300 y 400 soldados por compañía, pero puede que sí una sobreestimación] redondeando la cifra a múltiplos de 500. Ofrezco las cifras de ambos cronistas, mas en caso de discrepar seriamente, he optado por las de Ávila; es difícil que un soldado como Núñez Alba tuviera de primera mano esta información, pero no imposible.
Respecto a los nombres propios: muchos son aliteraciones españolas de nombres [de personas o lugares] alemanes o italianos.
"Diálogos de la vida del soldado", Diego Núñez Alba. 1552
"Comentarios de la Guerra de Alemania", Luis de Ávila y Zúñiga. 1548
Los títulos son de autores contemporáneos, testimonios de primera mano. Uno, el del soldado Núñez Alba, que como militar y persona ajena a la corte de Carlos V puede realizar unas aportaciones desde un punto de vista menos laudatorio y más técnico. El otro, Luis de Ávila y Zúñiga, gentilhombre de cámara de Carlos V, un cronista oficial que omitirá en su relación acerca de las guerras de la liga de Esmalcalda cierta información que el menos comprometido Núñez Alba no dudará en plasmar en su libro, como los asesinatos de soldados desertores italianos a manos de alemanes al servicio del Emperador, los desvalijamientos de españoles también a manos de alemanes, el abandono a su suerte de soldados sacomanos o forrajeros tras el traslado del campo, o el conato de batalla campal que entre españoles y alemanes hubo, sólo atajado por la propia intervención de Carlos y otros sucesos y vivencias que o bien no interesaban plasmar en una crónica oficial, o que simplemente, no interesaban, pues eran propias de la soldadesca y ajenas al entorno cortesano.
Ahora bien, la posición privilegiada de Luis de Ávila la cual le hace gozar de un acceso de primera mano a la persona del emperador, otorga a su testimonio un papel insustituible, en tanto un soldado como Núñez Alba poco podía saber acerca del proceso de toma de decisión de su ejército o de las negociaciones o conversas que se podían mantener con aliados o enemigos.
En ocasiones son complementarios, en ocasiones coincidentes, y otras - pocas, todo hay que decirlo - contradictorios. Ambos ponen enfásis en el papel de sus protectores [el libro de Núñez Alba fue publicado bajo la protección de la duquesa de Alba] y es difícil atribuir mayor protagonismo al emperador o al duque de Alba, aunque ambos autores coinciden en que la orden de perseguir y acosar al enemigo hasta su total rendición partió de Carlos.
Respecto a las cifras de las tropas:
Luis de Ávila siempre da la infantería alemana en banderas y la caballería en números redondeados a la centena.
Por lo que interpreto, Núñez Alba recoge las cifras de banderas reportadas por Ávila y las traduce a infantes [contando más o menos 300 infantes por compañía alemana; lo que no parece un desacierto, ya que en este época se contaba con entre 300 y 400 soldados por compañía, pero puede que sí una sobreestimación] redondeando la cifra a múltiplos de 500. Ofrezco las cifras de ambos cronistas, mas en caso de discrepar seriamente, he optado por las de Ávila; es difícil que un soldado como Núñez Alba tuviera de primera mano esta información, pero no imposible.
Respecto a los nombres propios: muchos son aliteraciones españolas de nombres [de personas o lugares] alemanes o italianos.
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