Revolucion Francesa y Guerras Napoleónicas 1792-1815
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Declaración de Pillnitz
Con el objetivo de provocar una intervención armada que restituyera el orden de las cosas, los jefes de la emigración se aprovecharon de la entrevista celebrada por el emperador Leopoldo II y el rey de Prusia Federico Guillermo II en el castillo de Pillnitz (Sajonia), el 25 de agosto de 1791, para obtener de ellos una declaración, fechada dos días más tarde, en la que ambos soberanos consideraban de interés europeo el restablecimiento del orden en Francia y estaban dispuestos a emplear a este fin los medios más eficaces, “en el caso de que los demás monarcas se decidieran a cooperar a su acción”. Tal declaración resultaba, pues, demasiado vaga y quedaba subordinada al logro de un acuerdo unánime de las potencias, que parecía muy improbable; por lo que la intervención en ella prevista podía calificarse de simple alarde. Sin embargo, los emigrados franceses la difundieron acompañada de una carta-manifiesto que alteraba por completo su sentido, ya que anunciaba como inminente la invasión de Francia y amenazaba con terribles represalias a cuantos intentaran resistirla.
Pillnitz no fue ni mucho menos una amenaza de Austria o Prusia sobre Francia, pero sí fue utilizada por ambos bandos franceses (realistas y revolucionarios) para sus inconfesables fines.
Saludos
Con el objetivo de provocar una intervención armada que restituyera el orden de las cosas, los jefes de la emigración se aprovecharon de la entrevista celebrada por el emperador Leopoldo II y el rey de Prusia Federico Guillermo II en el castillo de Pillnitz (Sajonia), el 25 de agosto de 1791, para obtener de ellos una declaración, fechada dos días más tarde, en la que ambos soberanos consideraban de interés europeo el restablecimiento del orden en Francia y estaban dispuestos a emplear a este fin los medios más eficaces, “en el caso de que los demás monarcas se decidieran a cooperar a su acción”. Tal declaración resultaba, pues, demasiado vaga y quedaba subordinada al logro de un acuerdo unánime de las potencias, que parecía muy improbable; por lo que la intervención en ella prevista podía calificarse de simple alarde. Sin embargo, los emigrados franceses la difundieron acompañada de una carta-manifiesto que alteraba por completo su sentido, ya que anunciaba como inminente la invasión de Francia y amenazaba con terribles represalias a cuantos intentaran resistirla.
Pillnitz no fue ni mucho menos una amenaza de Austria o Prusia sobre Francia, pero sí fue utilizada por ambos bandos franceses (realistas y revolucionarios) para sus inconfesables fines.
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Partidarios de la Guerra
Por la época en que dicho manifiesto comenzó a difundirse en Francia, se acababa de inaugurar el 1º de octubre de 1791 la Asamblea Legislativa, elegida por sufragio censitario, por lo que la mayoría de sus miembros pertenecían a la fracción relativamente moderada de los Fuldenses, dirigida hasta entonces por Barnave, que como los demás miembros de la Asamblea Constituyente, había sido excluido de la nueva cámara. En esta, los jacobinos exaltados estaban en minoría, pero formaban un grupo compacto, secundado eficazmente por la plebe subvencionada que llenaba las tribunas. El citado grupo reconocía tácitamente por jefe a Brissot, un periodista de vida bohemia, que había viajado por Inglaterra y los Estados Unidos y aspiraba a desempeñar un gran papel en la Revolución. Dentro de él, figuraba un nutrido grupo de diputados de la Gironda, entre los que destacaban Vergniaud, Gensonné y Guadet, razón por la cual el poeta e historiador Lamartine bautizaría más tarde a todo el grupo con el nombre impropio de “girondinos” que ha prevalecido.
La musa de este grupo – que incluía también al filósofo Condorcet – era Madame Roland, mujer instruida y ambiciosa que se había casado con un rico burgués, antiguo funcionario real. En sus salones se reunían casi todos los personajes citados; a juicio de los cuales, la Asamblea Constituyente había dejado la Revolución inconclusa, por lo que era preciso llevarla hasta el fin derrocando a la monarquía o reduciendo aún más sus ya tasadas prerrogativas; suprimiendo la distinción entre ciudadanos activos y pasivos e implantando así, en toda su pureza, el sistema democrático.
Pero el pueblo francés, en general, estaba ya cansado de la Revolución. La mayoría de los campesinos y de los burgueses habían alcanzado cuanto pretendían, y sólo deseaban disfrutar en paz de las ventajas conseguidas. Para reavivar el ardor revolucionario, que se extinguía por momentos, se hacía necesario, pues, provocar una gran conmoción que, poniendo en peligro esas ventajas, obligara a sus beneficiarios a defenderla contra las amenazas del exterior o el interior. Y, a juicio de los girondinos, ninguna circunstancia podía favorecer más tal reacción defensiva que el estallido de una guerra.
“Necesitamos la guerra – decía Brissot – para afianzar la libertad; necesitamos la guerra para purificarla de los vicios del despotismo” y explicaba que “en tiempos de guerra caben tomar medidas que en tiempos de paz podrían parecer demasiado severas”.
De este modo, el manifiesto de los emigrados resultó así muy conveniente para los propósitos belicistas de los girondinos. Frente a la “cruzada contrarrevolucionaria” propuesta por aquéllos, predicaron Brissot y sus correligionarios una “cruzada universal para liberar a los pueblos del yugo de los reyes”; comenzando por exigir severas medidas contra los enemigos exteriores e interiores del nuevo régimen francés.
Arrastrada por ellos, la mayoría de la Asamblea decretó el 9 de noviembre de 1791 que todos los emigrados que no hubieran regresado al país antes del comienzo del año siguiente, serían declarados sospechosos de conspiración y podrían ser condenados a la pena de muerte y confiscación de sus bienes. Y unos días más tarde, el 29 de noviembre, otro decreto amenazaba a los sacerdotes que no hubieran prestado el juramento cívico en igual fecha, con la supresión de sus pensiones, la prisión y la deportación.
Como era de esperar, tales medidas fueron vetadas por el Rey, dando así pretexto a los girondinos para tacharle de traidor a la causa nacional. “Necesitamos grandes traiciones – decía Brissot – porque existen todavía fuertes dosis de veneno en el seno de Francia, y se requieren violentas convulsiones para expulsarlas”. Y a tal fin, seguía insistiendo en las ventajas que ofrecería una guerra; considerando, incluso, como una desgracia para el país que no llegara a estallar.
Análogos designios abrigaban también, aunque por opuestos motivos, importantes personalidades del bando moderado, como el general Lafayette y el propio ministro de la guerra, conde de Narbonne; quienes opinaban que una guerra limitada contra los príncipes electores de Tréveris y de Maguncia, podría terminar con una rápida victoria de las armas francesas, contribuyendo así a restablecer el prestigio y la disciplina en el ejército y convirtiéndolo de nuevo en un instrumento eficaz para el mantenimiento del orden.
Cediendo a las presiones de estos personajes, fuldenses y girondinos, Luís XVI se decidió a dirigir un ultimátum a ambos electores, el 14 de diciembre de 1791, invitándoles a disolver en el plazo de un mes las concentraciones de emigrados establecidas en sus respectivos territorios y amenazándoles en otro caso con recurrir a las armas. Pero el emperador Leopoldo II, resuelto a mantener la paz a todo trance, aconsejó a dichos electores que atendieran las justificadas demandas del rey de Francia; y el 21 de diciembre pudo ya anunciar a éste que tales demandas habían quedado satisfechas, si bien declaraba su intención de defender los dominios de aquéllos, en el caso de que, a pesar de todo, fueran atacados.
sin embargo, los revolucionarios estaban decididos a provocar la guerra con cualquier pretexto...
Saludos
Por la época en que dicho manifiesto comenzó a difundirse en Francia, se acababa de inaugurar el 1º de octubre de 1791 la Asamblea Legislativa, elegida por sufragio censitario, por lo que la mayoría de sus miembros pertenecían a la fracción relativamente moderada de los Fuldenses, dirigida hasta entonces por Barnave, que como los demás miembros de la Asamblea Constituyente, había sido excluido de la nueva cámara. En esta, los jacobinos exaltados estaban en minoría, pero formaban un grupo compacto, secundado eficazmente por la plebe subvencionada que llenaba las tribunas. El citado grupo reconocía tácitamente por jefe a Brissot, un periodista de vida bohemia, que había viajado por Inglaterra y los Estados Unidos y aspiraba a desempeñar un gran papel en la Revolución. Dentro de él, figuraba un nutrido grupo de diputados de la Gironda, entre los que destacaban Vergniaud, Gensonné y Guadet, razón por la cual el poeta e historiador Lamartine bautizaría más tarde a todo el grupo con el nombre impropio de “girondinos” que ha prevalecido.
La musa de este grupo – que incluía también al filósofo Condorcet – era Madame Roland, mujer instruida y ambiciosa que se había casado con un rico burgués, antiguo funcionario real. En sus salones se reunían casi todos los personajes citados; a juicio de los cuales, la Asamblea Constituyente había dejado la Revolución inconclusa, por lo que era preciso llevarla hasta el fin derrocando a la monarquía o reduciendo aún más sus ya tasadas prerrogativas; suprimiendo la distinción entre ciudadanos activos y pasivos e implantando así, en toda su pureza, el sistema democrático.
Pero el pueblo francés, en general, estaba ya cansado de la Revolución. La mayoría de los campesinos y de los burgueses habían alcanzado cuanto pretendían, y sólo deseaban disfrutar en paz de las ventajas conseguidas. Para reavivar el ardor revolucionario, que se extinguía por momentos, se hacía necesario, pues, provocar una gran conmoción que, poniendo en peligro esas ventajas, obligara a sus beneficiarios a defenderla contra las amenazas del exterior o el interior. Y, a juicio de los girondinos, ninguna circunstancia podía favorecer más tal reacción defensiva que el estallido de una guerra.
“Necesitamos la guerra – decía Brissot – para afianzar la libertad; necesitamos la guerra para purificarla de los vicios del despotismo” y explicaba que “en tiempos de guerra caben tomar medidas que en tiempos de paz podrían parecer demasiado severas”.
De este modo, el manifiesto de los emigrados resultó así muy conveniente para los propósitos belicistas de los girondinos. Frente a la “cruzada contrarrevolucionaria” propuesta por aquéllos, predicaron Brissot y sus correligionarios una “cruzada universal para liberar a los pueblos del yugo de los reyes”; comenzando por exigir severas medidas contra los enemigos exteriores e interiores del nuevo régimen francés.
Arrastrada por ellos, la mayoría de la Asamblea decretó el 9 de noviembre de 1791 que todos los emigrados que no hubieran regresado al país antes del comienzo del año siguiente, serían declarados sospechosos de conspiración y podrían ser condenados a la pena de muerte y confiscación de sus bienes. Y unos días más tarde, el 29 de noviembre, otro decreto amenazaba a los sacerdotes que no hubieran prestado el juramento cívico en igual fecha, con la supresión de sus pensiones, la prisión y la deportación.
Como era de esperar, tales medidas fueron vetadas por el Rey, dando así pretexto a los girondinos para tacharle de traidor a la causa nacional. “Necesitamos grandes traiciones – decía Brissot – porque existen todavía fuertes dosis de veneno en el seno de Francia, y se requieren violentas convulsiones para expulsarlas”. Y a tal fin, seguía insistiendo en las ventajas que ofrecería una guerra; considerando, incluso, como una desgracia para el país que no llegara a estallar.
Análogos designios abrigaban también, aunque por opuestos motivos, importantes personalidades del bando moderado, como el general Lafayette y el propio ministro de la guerra, conde de Narbonne; quienes opinaban que una guerra limitada contra los príncipes electores de Tréveris y de Maguncia, podría terminar con una rápida victoria de las armas francesas, contribuyendo así a restablecer el prestigio y la disciplina en el ejército y convirtiéndolo de nuevo en un instrumento eficaz para el mantenimiento del orden.
Cediendo a las presiones de estos personajes, fuldenses y girondinos, Luís XVI se decidió a dirigir un ultimátum a ambos electores, el 14 de diciembre de 1791, invitándoles a disolver en el plazo de un mes las concentraciones de emigrados establecidas en sus respectivos territorios y amenazándoles en otro caso con recurrir a las armas. Pero el emperador Leopoldo II, resuelto a mantener la paz a todo trance, aconsejó a dichos electores que atendieran las justificadas demandas del rey de Francia; y el 21 de diciembre pudo ya anunciar a éste que tales demandas habían quedado satisfechas, si bien declaraba su intención de defender los dominios de aquéllos, en el caso de que, a pesar de todo, fueran atacados.
sin embargo, los revolucionarios estaban decididos a provocar la guerra con cualquier pretexto...
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La Declaración de Guerra
La Asamblea Legislativa no se dio contenta con la aceptación del ultimátum y el miércoles 25 de enero de 1792 invitó de nuevo al Rey a que preguntara al Emperador “si renunciaba a todo tratado y convenio atentatorio a la soberanía y seguridad de la Nación”, es decir, si desautorizaba la declaración de Pillnitz. En el caso de no haberse recibido una contestación satisfactoria y completa a tal pregunta antes del 1º de marzo, Francia se consideraría en estado de guerra con el Imperio.
Tampoco esta vez se prestó el prudente Leopoldo II al juego belicista de la Asamblea francesa, dominada por los girondinos y dio el 17 de febrero una respuesta conciliatoria; aunque como medida de previsión, había concertado unos días antes, el 7 de febrero, una alianza defensiva con Prusia.
Por desgracia para la causa de la paz, el emperador Leopoldo II falleció inesperadamente el 1º de marzo de 1792, sucediéndole su hijo Francisco II, menos dispuesto a la transigencia. Por el mismo tiempo surgieron discrepancias entre el conde de Narbonne, partidario de la guerra, y los demás ministros de Luís XVI, decididos a evitar una ruptura.; discrepancias que fueron solventadas por el Rey con la destitución, el 9 de marzo, del citado conde. En represalia, los girondinos acusaron de traición al ministro de Asuntos Exteriores, Delessart, el 9 de marzo, y consiguieron que la Asamblea decretara, el 10, su procesamiento y prisión. Con él se vieron obligados a dimitir también los demás ministros pertenecientes en su mayoría a la fracción moderada de los fuldenses. Y el Rey tuvo que aceptar la formación de un nuevo ministerio, compuesto por girondinos, en el que figuraban el general Dumouriez y el marido de Madame Roland.
El objetivo principal de este nuevo gobierno consistía en provocar la ruptura con Austria. Y, a tal fin, el domingo 25 de marzo de 1792, le fue dirigido a esta nación un ultimátum definitivo, pero la corte de Viena contraatacó con la nota de su ministro de Asuntos Exteriores, el conde Cobentzel, exigiendo la restitución a los príncipes del Imperio de sus tierras de Alsacia, con la reposición de todos sus derechos feudales y el restablecimiento de la monarquía francesa sobre las bases de la nota del 23 de junio de 1789.
Sí, la guerra estaba a punto de cocinarse...
La Asamblea Legislativa no se dio contenta con la aceptación del ultimátum y el miércoles 25 de enero de 1792 invitó de nuevo al Rey a que preguntara al Emperador “si renunciaba a todo tratado y convenio atentatorio a la soberanía y seguridad de la Nación”, es decir, si desautorizaba la declaración de Pillnitz. En el caso de no haberse recibido una contestación satisfactoria y completa a tal pregunta antes del 1º de marzo, Francia se consideraría en estado de guerra con el Imperio.
Tampoco esta vez se prestó el prudente Leopoldo II al juego belicista de la Asamblea francesa, dominada por los girondinos y dio el 17 de febrero una respuesta conciliatoria; aunque como medida de previsión, había concertado unos días antes, el 7 de febrero, una alianza defensiva con Prusia.
Por desgracia para la causa de la paz, el emperador Leopoldo II falleció inesperadamente el 1º de marzo de 1792, sucediéndole su hijo Francisco II, menos dispuesto a la transigencia. Por el mismo tiempo surgieron discrepancias entre el conde de Narbonne, partidario de la guerra, y los demás ministros de Luís XVI, decididos a evitar una ruptura.; discrepancias que fueron solventadas por el Rey con la destitución, el 9 de marzo, del citado conde. En represalia, los girondinos acusaron de traición al ministro de Asuntos Exteriores, Delessart, el 9 de marzo, y consiguieron que la Asamblea decretara, el 10, su procesamiento y prisión. Con él se vieron obligados a dimitir también los demás ministros pertenecientes en su mayoría a la fracción moderada de los fuldenses. Y el Rey tuvo que aceptar la formación de un nuevo ministerio, compuesto por girondinos, en el que figuraban el general Dumouriez y el marido de Madame Roland.
El objetivo principal de este nuevo gobierno consistía en provocar la ruptura con Austria. Y, a tal fin, el domingo 25 de marzo de 1792, le fue dirigido a esta nación un ultimátum definitivo, pero la corte de Viena contraatacó con la nota de su ministro de Asuntos Exteriores, el conde Cobentzel, exigiendo la restitución a los príncipes del Imperio de sus tierras de Alsacia, con la reposición de todos sus derechos feudales y el restablecimiento de la monarquía francesa sobre las bases de la nota del 23 de junio de 1789.
Sí, la guerra estaba a punto de cocinarse...
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La guerra era ya inevitable y el viernes 20 de abril de 1792, la Asamblea Legislativa francesa declaraba la guerra a Austria. El texto de la declaración era el siguiente:
“Considerando que la Corte de Viena, á despecho de los tratados, no ha cesado de conceder una abierta protección a los franceses rebeldes, que ha provocado y formado un concierto con varias potencias de Europa, en contra de la independencia y de la seguridad de la nación francesa;
Que Francisco I, rey de Hungría y de Bohemia, ha rehusado a renunciar a ese concierto, en sus notas del 18 de marzo y 7 de abril últimos;
Que, a pesar de la proposición que se le hizo en la nota del 11 de marzo de 1792 de reducir por una y otra parte al estado de paz a las tropas de la frontera, ha continuado y aumentado sus preparativos de guerra.
Que ha atentado seriamente a la soberanía de la nación francesa, declarando querer sostener las pretensiones de los príncipes alemanes establecidos en Francia, a los que la nación francesa no ha cesado de ofrecer indemnizaciones;
Que ha procurado dividir a los ciudadanos franceses y armar a unos contra otros, ofreciendo a los descontentos un apoyo en el concierto de las potencias;
Considerando en fin, que el negarse a contestar a los últimos despachos del rey de Francia ya no deja la esperanza de obtener, por vía amistosa, la rectificación de esos distintos agravios, lo que equivale a una declaración de guerra, etc, la Asamblea declara que es de urgencia”
El texto no tiene desperdicio, y muestra un conjunto de pretextos fútiles para comenzar una guerra que ansiaba la Asamblea; Viena, es cierto que había acogido emigrados, pero lo mismo que lo habían hecho cortes como la de Turín, Londres, Coblenza o Madrid; no es cierto que Viena se concertara con varias potencias contra Francia, la alianza del 7 de febrero con Prusia, era defensiva, y venía motivada por los dos ultimátum franceses de diciembre del 91 y enero del 92.
Por otra parte no se podía culpar de nada a Francisco II, que sucedía a su padre Leopoldo, porque ni siquiera había sido todavía coronado cuando Francia le declaró la guerra, por eso en el mismo texto se le denomina Francisco I, al igual que la guerra se decreta contra Bohemia y Hungría, no contra el Imperio, buscando de este modo un conflicto de baja intensidad y objetivos limitados, tal y como quería Lafayette y los fuldenses.
En resumen fue Francia, o mejor dicho, la Asamblea Legislativa francesa, controlada por los fuldenses y girondinos, la que tomó la decisión de ir a la guerra, de provocar un conflicto por los motivos antes citados. Lo que no sabía nadie entonces, ni en París ni en Viena ni en ningún lugar, es que acababa de iniciarse una lucha que, con breves intervalos, duraría más de 23 años, hasta 1815 y que sería la tercera guerra más sangrienta de Europa, tras los dos grandes conflictos del siglo XX.
Las guerras se empiezan cuando se quieren... se terminan cuando se pueden...
“Considerando que la Corte de Viena, á despecho de los tratados, no ha cesado de conceder una abierta protección a los franceses rebeldes, que ha provocado y formado un concierto con varias potencias de Europa, en contra de la independencia y de la seguridad de la nación francesa;
Que Francisco I, rey de Hungría y de Bohemia, ha rehusado a renunciar a ese concierto, en sus notas del 18 de marzo y 7 de abril últimos;
Que, a pesar de la proposición que se le hizo en la nota del 11 de marzo de 1792 de reducir por una y otra parte al estado de paz a las tropas de la frontera, ha continuado y aumentado sus preparativos de guerra.
Que ha atentado seriamente a la soberanía de la nación francesa, declarando querer sostener las pretensiones de los príncipes alemanes establecidos en Francia, a los que la nación francesa no ha cesado de ofrecer indemnizaciones;
Que ha procurado dividir a los ciudadanos franceses y armar a unos contra otros, ofreciendo a los descontentos un apoyo en el concierto de las potencias;
Considerando en fin, que el negarse a contestar a los últimos despachos del rey de Francia ya no deja la esperanza de obtener, por vía amistosa, la rectificación de esos distintos agravios, lo que equivale a una declaración de guerra, etc, la Asamblea declara que es de urgencia”
El texto no tiene desperdicio, y muestra un conjunto de pretextos fútiles para comenzar una guerra que ansiaba la Asamblea; Viena, es cierto que había acogido emigrados, pero lo mismo que lo habían hecho cortes como la de Turín, Londres, Coblenza o Madrid; no es cierto que Viena se concertara con varias potencias contra Francia, la alianza del 7 de febrero con Prusia, era defensiva, y venía motivada por los dos ultimátum franceses de diciembre del 91 y enero del 92.
Por otra parte no se podía culpar de nada a Francisco II, que sucedía a su padre Leopoldo, porque ni siquiera había sido todavía coronado cuando Francia le declaró la guerra, por eso en el mismo texto se le denomina Francisco I, al igual que la guerra se decreta contra Bohemia y Hungría, no contra el Imperio, buscando de este modo un conflicto de baja intensidad y objetivos limitados, tal y como quería Lafayette y los fuldenses.
En resumen fue Francia, o mejor dicho, la Asamblea Legislativa francesa, controlada por los fuldenses y girondinos, la que tomó la decisión de ir a la guerra, de provocar un conflicto por los motivos antes citados. Lo que no sabía nadie entonces, ni en París ni en Viena ni en ningún lugar, es que acababa de iniciarse una lucha que, con breves intervalos, duraría más de 23 años, hasta 1815 y que sería la tercera guerra más sangrienta de Europa, tras los dos grandes conflictos del siglo XX.
Las guerras se empiezan cuando se quieren... se terminan cuando se pueden...
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- Comandante
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Francia entre enero y abril de 1792.
El rey luis XVI y la reina María Antonieta temían por el trono e incluso por sus vidas, nuevamente empezaron a hacer gestiones secretas para lograr la intervención militar extrajera y pensaron que una guerra podría atraer nuevamente hacia la corona al pueblo francés. El partido girondino, encabezado por Brissot, sostenía que la misión de la Revolución Francesa era emancipar a Europa y que lo único que podía detener a la contrarrevolución era una guerra. La ciudadanía estaba alarmada por la concentración de fuerzas militares extranjeras y de emigrados franceses en la frontera del Rin. El 14 de enero de 1792 Brissot exigió al Emperador que se declarara aliado de Francia en los términos del Tratado de 1756, y diez días después declaró que rehusar tal proposición equivalía a una declaración de guerra. La muerte de Leopoldo II el 1 de marzo de 1792 sólo pospuso la crisis: su sucesor Francisco II aceptó el reto. Una quincena más tarde el rey Luis XVI tomó una medida que de haber sido tomada antes pudo haber salvado al trono; nombró un nuevo ministerio, dominado por los girondinos; en el incluyó a C.F. du Perier Dumouriez, - el soldado más capaz de que disponían y hombre lleno de ambición- y J. M. Roland. Pero a estas alturas cualquier cooperación entre el monarca y sus ministros era difícil; el único punto en que coincidían era en que debía haber guerra.Cuando el 20 de abril de 1792 Luis XVI declaró la guerra al Emperador del Santo Imperio Romano-Germánico firmó su sentencia de muerte e inauguro un período de 23 años de guerra entre FRancia y Europa.
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Amigo Martínez,
antes que nada Feliz Navidad y Prospero año, Felicidad.
Cierto es que Luis y Mª Antonieta buscaron una intervención extranjera, pero sólo a partir de su detención en Varennes y para salvar sus vidas y su trono. Ni pensaron ni desearon jamás una guerra contra el Austria o cualquier otra potencia europea... ¿Cuáles son las pruebas? De haberlo querido hubiera bastado en 1789 que Broglie pasara a cuchillo París y la sometiera a tres días de saco con sus soldados extranjeros (mercenarios alemanes, suizos, flamencos), de haberlo querido, en Varennes hubiera ordenado a los húsares que cargaran sobre los comisionados y él mismo hubiera optado por dirigirse a alguna ciudad con guarnición extranjera.
como bien indicas, el partido Girondino era el belicista e imperialista, nunca quizo liberar a Europa, al contrario, llevo a cabo una política anexionista, que como hemos visto, violando todas las normas del derecho internacional, les adueñó de Avignon, los principados germanos de Alsacia y, como veremos, les conducirá a anexionarse Saboya, Niza, Bélgica, Rin etc etc etc
Brissot quería la guerra para proseguir con una revolución que para burgueses y campesinos ya había logrado sus objetivos, por eso buscó una serie de pretextos infantiles:
El apoyo de Austria a los emigrados, que no era mayor al que les prestaba España, Prusia, Cerdeña o Inglaterra, ni las fuerzas austriacas en la frontera habían aumentado de modo significativo.
Y sí, básicamente coincido con tu exposición, cuando Francia declaró la Guerra, la suerte de Luis XVI estaba ya decidida... tristemente decidida
Saludos
antes que nada Feliz Navidad y Prospero año, Felicidad.
Cierto es que Luis y Mª Antonieta buscaron una intervención extranjera, pero sólo a partir de su detención en Varennes y para salvar sus vidas y su trono. Ni pensaron ni desearon jamás una guerra contra el Austria o cualquier otra potencia europea... ¿Cuáles son las pruebas? De haberlo querido hubiera bastado en 1789 que Broglie pasara a cuchillo París y la sometiera a tres días de saco con sus soldados extranjeros (mercenarios alemanes, suizos, flamencos), de haberlo querido, en Varennes hubiera ordenado a los húsares que cargaran sobre los comisionados y él mismo hubiera optado por dirigirse a alguna ciudad con guarnición extranjera.
como bien indicas, el partido Girondino era el belicista e imperialista, nunca quizo liberar a Europa, al contrario, llevo a cabo una política anexionista, que como hemos visto, violando todas las normas del derecho internacional, les adueñó de Avignon, los principados germanos de Alsacia y, como veremos, les conducirá a anexionarse Saboya, Niza, Bélgica, Rin etc etc etc
Brissot quería la guerra para proseguir con una revolución que para burgueses y campesinos ya había logrado sus objetivos, por eso buscó una serie de pretextos infantiles:
El apoyo de Austria a los emigrados, que no era mayor al que les prestaba España, Prusia, Cerdeña o Inglaterra, ni las fuerzas austriacas en la frontera habían aumentado de modo significativo.
Y sí, básicamente coincido con tu exposición, cuando Francia declaró la Guerra, la suerte de Luis XVI estaba ya decidida... tristemente decidida
Saludos
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- Comandante
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Francia en guerra.
Estimado amigo Aqualongo:
Primero que nada: felices fiestas y que el 2006 sea un muy buen año, con salud y prosperidad.
Segundo: felicitarte por tus aportes. Hay cosas que no sabía como el completo relato de Aviñon y la declaración de guerra textual de Francia al Imperio.
Que el interés por la historia no decrezca nunca.
Pasando a nuestro tema, es preciso manifestar que ni Luis XVI ni los girondinos lograron de la guerra los efectos que deseaban. El pueblo no se agrupó tras el trono, dado que la corte tenía fama de tener simpatía por los emigrados y sus protectores extranjeros, y las Tullerías eran miradas como un reducto del enemigo. En la Asamblea el partido de la guerra tenía la fuerte oposición de aquellos que pensaban que el conflicto sólo traería la derrota militar, la bancarrota nacional y quizá la dictadura de un general reaccionario o ambicioso. Esta oposición, inspirada por Maximiliano Robespierre, cuyo punto de apoyo era el club de los Jacobinos y el periódico "El Defensor de la Constitución", fue justificada por los acontecimientos posteriores. Las tropas francesas, apostadas en la frontera belga, desorganizadas por la efervecencia revolucionaria y desconfiadas de sus oficiales en su inmensa mayoría aristócratas, fueron rechazadas en su primera ofensiva y asesinaron a uno de sus generales. Cuando Brissot y sus partidarios trataron de enfocar el odio popular hacia el rey, éste despidió a los ministros girondinos.Buscando una forma más directa de acceder al poder los girondinos disolvieron las fuerzas de la casa real, estableciendo un campamento de voluntarios venidos de las provincias, los "fédérés", bajo las murallas de París, y orquestando una demostración de masas frente a las Tullerías el 20 de junio de 1792. Luis XVI fue persuadido para mostrarse con el gorro de la libertad (bonnet rouge) y de brindar a la salud de la nación; pero su coraje pasivo y la dignidad de la reina lograron deshacer este intento de coercionar a la corona.
Saludos cordiales.
Primero que nada: felices fiestas y que el 2006 sea un muy buen año, con salud y prosperidad.
Segundo: felicitarte por tus aportes. Hay cosas que no sabía como el completo relato de Aviñon y la declaración de guerra textual de Francia al Imperio.
Que el interés por la historia no decrezca nunca.
Pasando a nuestro tema, es preciso manifestar que ni Luis XVI ni los girondinos lograron de la guerra los efectos que deseaban. El pueblo no se agrupó tras el trono, dado que la corte tenía fama de tener simpatía por los emigrados y sus protectores extranjeros, y las Tullerías eran miradas como un reducto del enemigo. En la Asamblea el partido de la guerra tenía la fuerte oposición de aquellos que pensaban que el conflicto sólo traería la derrota militar, la bancarrota nacional y quizá la dictadura de un general reaccionario o ambicioso. Esta oposición, inspirada por Maximiliano Robespierre, cuyo punto de apoyo era el club de los Jacobinos y el periódico "El Defensor de la Constitución", fue justificada por los acontecimientos posteriores. Las tropas francesas, apostadas en la frontera belga, desorganizadas por la efervecencia revolucionaria y desconfiadas de sus oficiales en su inmensa mayoría aristócratas, fueron rechazadas en su primera ofensiva y asesinaron a uno de sus generales. Cuando Brissot y sus partidarios trataron de enfocar el odio popular hacia el rey, éste despidió a los ministros girondinos.Buscando una forma más directa de acceder al poder los girondinos disolvieron las fuerzas de la casa real, estableciendo un campamento de voluntarios venidos de las provincias, los "fédérés", bajo las murallas de París, y orquestando una demostración de masas frente a las Tullerías el 20 de junio de 1792. Luis XVI fue persuadido para mostrarse con el gorro de la libertad (bonnet rouge) y de brindar a la salud de la nación; pero su coraje pasivo y la dignidad de la reina lograron deshacer este intento de coercionar a la corona.
Saludos cordiales.
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Así es amigo Martínez, totalmente de acuerdo con tu precisión: ni Luis XVI ni los girondinos ni los blancos ni los azules (y añadiría yo) ni los coaligados ni jacobinos ni nadie, logró los objetivos que planteaban en 1792... que fueron transformándose en ilusiones vanas y futiles...
ni los jacobinos lograron su república russoniana, ni los coaligados acabaron con la República, ni Luis XVI fue restablecido en sus derechos ni nada de nada.. vanitas vanitas et omnias vanitas :( :(
como has introducido la campaña de 1792 creo que es hora de iniciarla:
LA CAMPAÑA DE 1792
La declaración de guerra, pues, de Francia a Austria, implicaba también la entrada en guerra de Prusia, por su alianza defensiva con Austria de 7 de febrero de 1792.
El ejército francés estaba muy minado por la indisciplina que había traído la Revolución, así como por la emigración de la mayoría de sus oficiales profesionales, lo que le restaba eficacia. Aun así, en 1792, el ejército contaba con 170.000 hombres (50.000 de ellos en el Mediodía), muy superior en número a las fuerzas austroprusianas.
Los mejores cerebros del ejército revolucionario eran los mariscales Rochambeau y Luckner, así como los generales Lafayette y Dumouriez, este último ministro de Estado. Los otros tres dirigían a los tres ejércitos que Francia desplegaba sobre el teatro de operaciones:
- El de Flandes (Rochambeau)
- El de Alsacia (Luckner)
- El del Mosela (Lafayette)
Tampoco había unidad de criterio sobre lo que debía hacerse al comienzo de las hostilidades. Rochambeau, que conocía el estado de indisciplina y de miseria en que se encontraba el ejército, deseaba que se permaneciera a la defensiva, mientras que Dumouriez era partidario de la ofensiva, ya que los esfuerzos que los belgas habían realizado para sacudirse el dominio austriaco, le hacían concebir la esperanza de que los franceses fuesen recibidos como libertadores por los belgas.
Así pues, sobre esta esperanza se montó el plan de campaña, que se había concebido en tiempos del ministro conde de Narbonne: Lafayette entraría en Bélgica al frente de 40.000 hombres, sostenido de cerca por el ejército de Rochambeau. Sin embargo, Dumouriez, al llegar al ministerio de la Guerra, iba a modificar el proyecto: Lafayette debía dirigirse con 10.000 hombres de Givet a Namur y de Namur a Lieja o a Bruselas, mientras Rochambeau debía ocupar Tournay y Mons, con objeto de ocultar el verdadero ataque, que era el que correspondía a Lafayette.
Como podemos observar, el plan que los franceses se disponían a llevar a cabo era algo turbio, poco elaborado y en parte era un interrogante más que una aclaración...
ni los jacobinos lograron su república russoniana, ni los coaligados acabaron con la República, ni Luis XVI fue restablecido en sus derechos ni nada de nada.. vanitas vanitas et omnias vanitas :( :(
como has introducido la campaña de 1792 creo que es hora de iniciarla:
LA CAMPAÑA DE 1792
La declaración de guerra, pues, de Francia a Austria, implicaba también la entrada en guerra de Prusia, por su alianza defensiva con Austria de 7 de febrero de 1792.
El ejército francés estaba muy minado por la indisciplina que había traído la Revolución, así como por la emigración de la mayoría de sus oficiales profesionales, lo que le restaba eficacia. Aun así, en 1792, el ejército contaba con 170.000 hombres (50.000 de ellos en el Mediodía), muy superior en número a las fuerzas austroprusianas.
Los mejores cerebros del ejército revolucionario eran los mariscales Rochambeau y Luckner, así como los generales Lafayette y Dumouriez, este último ministro de Estado. Los otros tres dirigían a los tres ejércitos que Francia desplegaba sobre el teatro de operaciones:
- El de Flandes (Rochambeau)
- El de Alsacia (Luckner)
- El del Mosela (Lafayette)
Tampoco había unidad de criterio sobre lo que debía hacerse al comienzo de las hostilidades. Rochambeau, que conocía el estado de indisciplina y de miseria en que se encontraba el ejército, deseaba que se permaneciera a la defensiva, mientras que Dumouriez era partidario de la ofensiva, ya que los esfuerzos que los belgas habían realizado para sacudirse el dominio austriaco, le hacían concebir la esperanza de que los franceses fuesen recibidos como libertadores por los belgas.
Así pues, sobre esta esperanza se montó el plan de campaña, que se había concebido en tiempos del ministro conde de Narbonne: Lafayette entraría en Bélgica al frente de 40.000 hombres, sostenido de cerca por el ejército de Rochambeau. Sin embargo, Dumouriez, al llegar al ministerio de la Guerra, iba a modificar el proyecto: Lafayette debía dirigirse con 10.000 hombres de Givet a Namur y de Namur a Lieja o a Bruselas, mientras Rochambeau debía ocupar Tournay y Mons, con objeto de ocultar el verdadero ataque, que era el que correspondía a Lafayette.
Como podemos observar, el plan que los franceses se disponían a llevar a cabo era algo turbio, poco elaborado y en parte era un interrogante más que una aclaración...
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Combate de Quiévrain
El sábado, 21 de abril, el mariscal Rochambeau partió de París para tomar el mando del ejército de Flandes. El día 24, recibió la orden de ejecutar el plan de Dumouriez, del que no sabía absolutamente nada; en consecuencia, el 27, el general Biron, que bajo sus órdenes, dirigía el campo de Famars, avanzó con 6 batallones de infantería y 6 escuadrones de caballería para apoderarse de Quiévrain, un puesto militar, que era el primero que había al cruzarse la frontera, y que estaba guarnecido por un pequeño destacamento austriaco de las fuerzas de Beaulieu.
Con sus 6.000 infantes y casi 500 jinetes, Biron no tuvo problemas para dispersar a las débiles fuerzas enemigas y apoderarse de Quiévrain el 28 de abril. Al día siguiente, se puso en marcha para atacar a las avanzadas austriacas situadas en las alturas de Boussu, que defendían la aproximación a Mons. Tampoco tuvo mayores problemas para desalojarlas de allí y dirigirse hacia Mons, donde esperaba la próxima sublevación de los belgas. Pero contra lo que esperaba, la población local no mostró hostilidad alguna, y Biron, temiendo verse envuelto entre los destacamentos austriacos cada vez más poderosos, que dejaba sobre sus flancos, dio orden a sus tropas de retroceder hacia Boussu. Descansaban los franceses en la mencionada localidad, cuando a las diez de la noche, los hombres de los destacamentos de los 5º y 6º regimientos de dragones, montaron a caballo, sin haber recibido órdenes para ello, y se retiraron a galope al grito de “¡Traición, Traición!”. Pronto el temor se extiendo a todo el campamento, el general Biron acude al incidente y se ve envuelto por los amotinados que quieren arrastrarlo con ellos; pero el general, secundado por el coronel Dampierre, jefe del 5º de dragones, cuya unidad se había sublevado, y algunos cuantos soldados leales, se niegan a marcharse y logran mantener a unos 4.000 hombres; el resto de las tropas, desbandadas, no pararon hasta llegar a Valenciennes, gritando por los caminos ¡traición, traición!, donde acusaron, al llegar a su destino, al general Biron de haber abandonado a sus tropas y de haber desertado . Los amotinados, además, justificaron vergonzosamente su fuga en el hecho de que un gran cuerpo de caballería austriaca había penetrado en el campamento, lo que no era cierto.
Por su parte, Biron, viendo sus fuerzas muy reducidas, tras la huída nocturna, se retiró hacia Valenciennes en la mañana del 30, perseguido por Beaulieu, que habiendo sido informado de la espantada francesa, no dudó en aprovechar la ocasión para intentar batir al enemigo. Las tropas ligeras austriacas comenzaron a picar la retaguardia de Biron, que se replegó precipitadamente, provocando que la ordenada retirada, se convirtiera en una derrota completa. Los franceses intentaron fijarse sobre Quiévrain, pero los austriacos, se lanzaron sobre los invasores con tal determinación, que las desmoralizadas fuerzas de Biron retrocedieron en completo desorden hasta Famars. Las bajas francesas en este pequeño combate habían sido muy elevadas: 250 muertos más 5 cañones y 400 prisioneros capturados por los austriacos, a lo que habría que añadir más de 1.000 desaparecidos, desertores, que fueron agrupándose en torno a Valenciennes en los días siguientes. Las bajas austriacas fueron mucho menores; Beaulieu tuvo 27 muertos y 66 heridos, lo que muestra hasta que grado cundió la espantada entre las fuerzas revolucionarias.
Las pérdidas hubieran sido todavía mayores para los franceses, si el mariscal Rochambeau, informado del desastre, no hubiera situado a tres regimientos llegados la víspera a Valenciennes, apoyados con ocho piezas de artillería, sobre las alturas de Sainte – Saulve, que lograron detener la persecución de los austriacos y favorecieron la retirada francesa.
Quiévrain más que un combate había sido una retirada... pero que reflejaba perfectamente el estado del ejército revolucionario en 1792
El sábado, 21 de abril, el mariscal Rochambeau partió de París para tomar el mando del ejército de Flandes. El día 24, recibió la orden de ejecutar el plan de Dumouriez, del que no sabía absolutamente nada; en consecuencia, el 27, el general Biron, que bajo sus órdenes, dirigía el campo de Famars, avanzó con 6 batallones de infantería y 6 escuadrones de caballería para apoderarse de Quiévrain, un puesto militar, que era el primero que había al cruzarse la frontera, y que estaba guarnecido por un pequeño destacamento austriaco de las fuerzas de Beaulieu.
Con sus 6.000 infantes y casi 500 jinetes, Biron no tuvo problemas para dispersar a las débiles fuerzas enemigas y apoderarse de Quiévrain el 28 de abril. Al día siguiente, se puso en marcha para atacar a las avanzadas austriacas situadas en las alturas de Boussu, que defendían la aproximación a Mons. Tampoco tuvo mayores problemas para desalojarlas de allí y dirigirse hacia Mons, donde esperaba la próxima sublevación de los belgas. Pero contra lo que esperaba, la población local no mostró hostilidad alguna, y Biron, temiendo verse envuelto entre los destacamentos austriacos cada vez más poderosos, que dejaba sobre sus flancos, dio orden a sus tropas de retroceder hacia Boussu. Descansaban los franceses en la mencionada localidad, cuando a las diez de la noche, los hombres de los destacamentos de los 5º y 6º regimientos de dragones, montaron a caballo, sin haber recibido órdenes para ello, y se retiraron a galope al grito de “¡Traición, Traición!”. Pronto el temor se extiendo a todo el campamento, el general Biron acude al incidente y se ve envuelto por los amotinados que quieren arrastrarlo con ellos; pero el general, secundado por el coronel Dampierre, jefe del 5º de dragones, cuya unidad se había sublevado, y algunos cuantos soldados leales, se niegan a marcharse y logran mantener a unos 4.000 hombres; el resto de las tropas, desbandadas, no pararon hasta llegar a Valenciennes, gritando por los caminos ¡traición, traición!, donde acusaron, al llegar a su destino, al general Biron de haber abandonado a sus tropas y de haber desertado . Los amotinados, además, justificaron vergonzosamente su fuga en el hecho de que un gran cuerpo de caballería austriaca había penetrado en el campamento, lo que no era cierto.
Por su parte, Biron, viendo sus fuerzas muy reducidas, tras la huída nocturna, se retiró hacia Valenciennes en la mañana del 30, perseguido por Beaulieu, que habiendo sido informado de la espantada francesa, no dudó en aprovechar la ocasión para intentar batir al enemigo. Las tropas ligeras austriacas comenzaron a picar la retaguardia de Biron, que se replegó precipitadamente, provocando que la ordenada retirada, se convirtiera en una derrota completa. Los franceses intentaron fijarse sobre Quiévrain, pero los austriacos, se lanzaron sobre los invasores con tal determinación, que las desmoralizadas fuerzas de Biron retrocedieron en completo desorden hasta Famars. Las bajas francesas en este pequeño combate habían sido muy elevadas: 250 muertos más 5 cañones y 400 prisioneros capturados por los austriacos, a lo que habría que añadir más de 1.000 desaparecidos, desertores, que fueron agrupándose en torno a Valenciennes en los días siguientes. Las bajas austriacas fueron mucho menores; Beaulieu tuvo 27 muertos y 66 heridos, lo que muestra hasta que grado cundió la espantada entre las fuerzas revolucionarias.
Las pérdidas hubieran sido todavía mayores para los franceses, si el mariscal Rochambeau, informado del desastre, no hubiera situado a tres regimientos llegados la víspera a Valenciennes, apoyados con ocho piezas de artillería, sobre las alturas de Sainte – Saulve, que lograron detener la persecución de los austriacos y favorecieron la retirada francesa.
Quiévrain más que un combate había sido una retirada... pero que reflejaba perfectamente el estado del ejército revolucionario en 1792
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Toma de Porrentruy
Aparte de la indisciplina, uno de los males del ejército francés era la desconfianza que los soldados tenían hacia sus mandos y oficiales, producido esto como aquello por la propaganda de los clubs revolucionarios.
Regimientos enteros, como el Real Alemán (el 6 de mayo) y los húsares de Bercheny (9 de mayo) y Sajonia (12 de mayo), aprovecharon la declaración de guerra, para pasarse al enemigo en los primeros días. Si los austroprusianos hubieran valorado este estado de desorganización general del ejército francés, y se hubieran aprovechado de ello, es posible que la Revolución no hubiera sobrevivido a 1792, pero operaron con una lentitud, quizás motivadas por la desconfianza mutua debido a los asuntos de Polonia, que benefició en grado sumo a los franceses.
El mariscal Luckner, que mandaba una fuerza de 12.000 hombres en el extremo de la baja Alsacia, entre Lauterbourg, Landau y Wissembourg, ordenó al general Custine que penetrara en la provincia de Porrentruy (actualmente en Suiza) en la región del Jura, que pertenecía al obispado de Bâle, y cuya ocupación parecía necesaria para Luckner para cerrar esa porción de la frontera a una invasión. Custine, al frente de tres batallones de infantería, una compañía de artillería y un destacamento de 300 dragones, que hacían un conjunto de 2.000 hombres, dirigidos por el general Ferrière, penetraron, el 29 de abril, en el principado – obispado, defendido por un destacamento austriaco de 400 hombres, que no pudiendo impedir la invasión, se replegó hacia Bienne en Suiza. Así pues, Custine se apoderó de Porrentruy sin disparar un solo tiro e hizo ocupar por sus tropas la montaña de Laumont, para cubrir los desfiladeros de Fribourg, Bienne, Bâle y Soleure.
Fue Porrentruy la primera (y desconocida) "victoria" francesa de aquel periódo bélico, que tantos nombres gloriosos añadirían a su historial (Rivoli, Austerlitz, Friedland, Wagram etc etc)....¡Todo comenzó en Porrentruy!
Aparte de la indisciplina, uno de los males del ejército francés era la desconfianza que los soldados tenían hacia sus mandos y oficiales, producido esto como aquello por la propaganda de los clubs revolucionarios.
Regimientos enteros, como el Real Alemán (el 6 de mayo) y los húsares de Bercheny (9 de mayo) y Sajonia (12 de mayo), aprovecharon la declaración de guerra, para pasarse al enemigo en los primeros días. Si los austroprusianos hubieran valorado este estado de desorganización general del ejército francés, y se hubieran aprovechado de ello, es posible que la Revolución no hubiera sobrevivido a 1792, pero operaron con una lentitud, quizás motivadas por la desconfianza mutua debido a los asuntos de Polonia, que benefició en grado sumo a los franceses.
El mariscal Luckner, que mandaba una fuerza de 12.000 hombres en el extremo de la baja Alsacia, entre Lauterbourg, Landau y Wissembourg, ordenó al general Custine que penetrara en la provincia de Porrentruy (actualmente en Suiza) en la región del Jura, que pertenecía al obispado de Bâle, y cuya ocupación parecía necesaria para Luckner para cerrar esa porción de la frontera a una invasión. Custine, al frente de tres batallones de infantería, una compañía de artillería y un destacamento de 300 dragones, que hacían un conjunto de 2.000 hombres, dirigidos por el general Ferrière, penetraron, el 29 de abril, en el principado – obispado, defendido por un destacamento austriaco de 400 hombres, que no pudiendo impedir la invasión, se replegó hacia Bienne en Suiza. Así pues, Custine se apoderó de Porrentruy sin disparar un solo tiro e hizo ocupar por sus tropas la montaña de Laumont, para cubrir los desfiladeros de Fribourg, Bienne, Bâle y Soleure.
Fue Porrentruy la primera (y desconocida) "victoria" francesa de aquel periódo bélico, que tantos nombres gloriosos añadirían a su historial (Rivoli, Austerlitz, Friedland, Wagram etc etc)....¡Todo comenzó en Porrentruy!
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La desbandada de Marquain
A la par que Biron marchaba en dirección a Mons, el mariscal de campo Theobald Dillon penetraba en Bélgica hacia Tournai.
Partió de Lille con 6 batallones de infantería, 10 escuadrones de caballería y 6 cañones, que hacían un total de 5.000 infantes, 1.000 jinetes y 77 artilleros. Las fuerzas austriacas que defendían aquel sector de la frontera se componían de 3.000 hombres, al mando del general mayor Conde de Happoncourt.
Las fuerzas francesas marchaban confiadas por los informes de Dumouriez que señalaban un levantamiento belga a su paso, por tanto se suponía que no era de prever ningún encuentro con los austriacos, por lo que fueron completamente sorprendidas cuando los exploradores enemigos las atacaron en la mañana del 29 de abril en Marquain, dando la impresión a los franceses que el conde de Happoncourt se preparaba para una acción general, por lo que Dillon ordenó la retirada, pues sus tropas no parecían dignas de confianzas ya que había tenido que solventar varios problemas de indisciplina desde que salió de Lille, por tanto, a pesar de su superioridad numérica, no contaba con que sus tropas pudieran detener al enemigo. Nada más los franceses comenzaron su movimiento retrógrado, los austriacos dispararon unos cuantos proyectiles al azar sobre su retaguardia, desorganizándola por completo. Al igual que ocurriera con Biron en Quiévrain, los soldados franceses se desbandaron presa del pánico, comenzando la huída por los escuadrones de caballería que protegían la retirada, los cuales arrastraron en su alocada huida a la infantería al grito de “¡sálvese el que pueda!”. Cuatro cañones, sus municiones, los bagajes fueron abandonados por los carreteros, y todo el ejército, en completa desbandada, se dirigió hacia Baisieu. En vano el general Dillon intentó detener la huida, espada en mano, cuando uno de esos amotinados le descerrajó un tiro que lo dejó tendido mal herido, cuando aparecieron unos cuantos jinetes austriacos, que provocaron que los franceses abandonaran Baisieu, y continuaran la desbandada hasta Lille. Apenas llegaron los refugiados a dicha ciudad, se formó un grupo numeroso de soldados de diferentes regimientos que componían la guarnición en la puerta de Fives. El coronel de ingenieros Berthois, ayudante de Dillon, y que marchaba con la columna en retirada, fue arrestado por este grupo nada más llegar a la ciudad, colgado de una de las almenas de la plaza y descuartizado. Era tal la furia de los soldados, que cogieron a los cuatro prisioneros austriacos capturados durante la operación y los degollaron. No acabaron aquí los crímenes de esos salvajes; el general Dillon, abandonado en un principio gravemente herido, fue recogido por algunos de sus soldados y conducido en un carro a Lille. Reconocido nada más llegar, los amotinados lo mataron a culatazos y bayonetazos, sacaron su cadáver del coche y lo arrastraron por las calles de Lille hasta la Grande Place, donde arrojaron sus despojos a un fuego alimentado con los letreros de varias posadas de los alrededores, como si estuvieran haciendo una barbacoa.
Las bajas habían sido poco numerosas: los franceses tuvieron 1 general, 1 oficial y 14 soldados muertos (incluidos los asesinados por la soldadesca), 32 heridos y cerca de 200 prisioneros, y los austriacos 4 muertos (degollados en Lille) y 2 heridos.
Ese fue los comienzos, nada prometeros del ejército revolucionario, columna vertebral de lo que luego sería el mítico y legendario Ejército Imperial.
Saludos
A la par que Biron marchaba en dirección a Mons, el mariscal de campo Theobald Dillon penetraba en Bélgica hacia Tournai.
Partió de Lille con 6 batallones de infantería, 10 escuadrones de caballería y 6 cañones, que hacían un total de 5.000 infantes, 1.000 jinetes y 77 artilleros. Las fuerzas austriacas que defendían aquel sector de la frontera se componían de 3.000 hombres, al mando del general mayor Conde de Happoncourt.
Las fuerzas francesas marchaban confiadas por los informes de Dumouriez que señalaban un levantamiento belga a su paso, por tanto se suponía que no era de prever ningún encuentro con los austriacos, por lo que fueron completamente sorprendidas cuando los exploradores enemigos las atacaron en la mañana del 29 de abril en Marquain, dando la impresión a los franceses que el conde de Happoncourt se preparaba para una acción general, por lo que Dillon ordenó la retirada, pues sus tropas no parecían dignas de confianzas ya que había tenido que solventar varios problemas de indisciplina desde que salió de Lille, por tanto, a pesar de su superioridad numérica, no contaba con que sus tropas pudieran detener al enemigo. Nada más los franceses comenzaron su movimiento retrógrado, los austriacos dispararon unos cuantos proyectiles al azar sobre su retaguardia, desorganizándola por completo. Al igual que ocurriera con Biron en Quiévrain, los soldados franceses se desbandaron presa del pánico, comenzando la huída por los escuadrones de caballería que protegían la retirada, los cuales arrastraron en su alocada huida a la infantería al grito de “¡sálvese el que pueda!”. Cuatro cañones, sus municiones, los bagajes fueron abandonados por los carreteros, y todo el ejército, en completa desbandada, se dirigió hacia Baisieu. En vano el general Dillon intentó detener la huida, espada en mano, cuando uno de esos amotinados le descerrajó un tiro que lo dejó tendido mal herido, cuando aparecieron unos cuantos jinetes austriacos, que provocaron que los franceses abandonaran Baisieu, y continuaran la desbandada hasta Lille. Apenas llegaron los refugiados a dicha ciudad, se formó un grupo numeroso de soldados de diferentes regimientos que componían la guarnición en la puerta de Fives. El coronel de ingenieros Berthois, ayudante de Dillon, y que marchaba con la columna en retirada, fue arrestado por este grupo nada más llegar a la ciudad, colgado de una de las almenas de la plaza y descuartizado. Era tal la furia de los soldados, que cogieron a los cuatro prisioneros austriacos capturados durante la operación y los degollaron. No acabaron aquí los crímenes de esos salvajes; el general Dillon, abandonado en un principio gravemente herido, fue recogido por algunos de sus soldados y conducido en un carro a Lille. Reconocido nada más llegar, los amotinados lo mataron a culatazos y bayonetazos, sacaron su cadáver del coche y lo arrastraron por las calles de Lille hasta la Grande Place, donde arrojaron sus despojos a un fuego alimentado con los letreros de varias posadas de los alrededores, como si estuvieran haciendo una barbacoa.
Las bajas habían sido poco numerosas: los franceses tuvieron 1 general, 1 oficial y 14 soldados muertos (incluidos los asesinados por la soldadesca), 32 heridos y cerca de 200 prisioneros, y los austriacos 4 muertos (degollados en Lille) y 2 heridos.
Ese fue los comienzos, nada prometeros del ejército revolucionario, columna vertebral de lo que luego sería el mítico y legendario Ejército Imperial.
Saludos
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Combate de la Grisoëlle o Mairieux
Durante más de dos meses el frente permaneció estable, debido tanto a la debilidad de los efectivos austriacos como a la desmoralización de los franceses. Las consecuencias de las dos derrotas de Quiévrain y Marquain y el fracaso de la invasión a Bélgica, obligó a los franceses replantearse el plan de operaciones.
En el ínterin, Lafayette recibió órdenes de trasladarse de Metz a Givet para cooperar al movimiento del ejército de Flandes. Recorrió con sus fuerzas 200 kilómetros en cinco días. Prevenido de los desastres de Quiévrain y Marquain, avanzó precedido por una vanguardia de 3.000 hombres, que situó en Abouville. Precisamente una de sus divisiones sostuvo un pequeño combate en Philippeville durante una misión de reconocimiento el 15 de mayo.
Por esa fecha, Rochambeau, Lafayette y Luckner fueron llamados a un consejo celebrado en Valenciennes con el ministro de la Guerra, Servan, sustituto de de Grave. En un informe enviado por los tres al Ministerio de la Guerra, afirmaban que: “es unánime en ellos la opinión de que ha sido perjudicial para la patria haber declarado la guerra en un momento en que los informes de los generales demostraban que el ejército no estaba preparado, mientras que la situación de Francia ha empeorado bastante por el fracasado ataque a Bélgica, que a la par que ha desmoralizado a las tropas por estas derrotas iniciales, ha desorganizado los medios futuros de victorias”
Aconsejaban los generales que Luckner hiciera una irrupción en Bélgica por el Flandes marítimo mientras que Lafayette se contentaría con ocupar el campo atrincherado de Maubeuge. Por otra parte, el mariscal Rochambeau, indignado por el tratamiento que le había dado el ministro de la guerra, que no le inspiraba ninguna confianza, presentó su dimisión al frente del Ejército del Norte, el 8 de mayo, siendo sustituido por Luckner.
Éste se situó en el campo de la Madeleine, cerca de Lille, con el deseo de marchar sobre Courtray lo antes posible. Por su lado, Lafayette, tras haber evacuado el campo de Givet, se trasladó a Maubeuge donde ocupó el campo atrincherado, colocando su vanguardia en la Grisoëlle, a 6 kilómetros al norte de Maubeuge. También había colocado unos puentes sobre el Sambre para caer con sus cuerpos sobre el flanco enemigo en caso de que atacara a su vanguardia.
El miércoles, 13 de junio de 1792, la vanguardia francesa, desplegada entre la Grisoëlle y Mairieux, dirigida por el general Gouvion, fue atacada por el general austriaco Clerfayt, salido de Mons, en misión de reconocimiento. Una violenta tormenta estalló poco antes del inicio del combate, y Gouvion, sorprendido, tuvo que defenderse como pudo. Clerfayt produjo el desorden en las filas francesas y les forzó a retirarse. Gouvion organizaba el repliegue cuando cayó muerto, alcanzado por una bala de cañón. Parecía que iba a repetirse el desastre de Quiévrain, cuando Lafayette, advertido del grave peligro que corría su vanguardia, expulsada de la Grisoëlle y Mairieux, se trasladó al lugar de la acción con todas sus fuerzas; el combate volvió a restablecerse y los austriacos, ante la enorme superioridad numérica del enemigo (2.000 frente a 12.000), se retiraron en buen orden hacia Mons, abandonando las posiciones conquistadas que fueron recuperada por los franceses.
Las bajas austriacas fueron de 17 muertos y 55 heridos y las francesas de 42 muertos, 61 heridos y un centenar de prisioneros, tomados al principio de la acción.
Tal y como estaba convenido, Lafayette se limitó por entonces a llevar a cabo limitados movimientos para inquietar al enemigo en la zona de Mons, e impedir que interviniese en la ofensiva de Luckner sobre el Flandes marítimo. En esas tímidas operaciones de distracción, comenzó a destacar un joven coronel que pasaría a la historia: Víctor Latour – Maubourg, el cual, al mando de la caballería del ejército de Lafayette, atacó con su regimiento de cazadores a un gran destacamento austriaco al que hizo un centenar de prisioneros cerca de Mons, el 20 de junio. Esos pequeños combates servían para foguear a los soldados, pero la disciplina seguía brillando por su ausencia.
Sí, el ejército francés irían aprendiendo, poco a poco, y con mucha fatiga, el "asqueroso oficio de la guerra"...
Saludos
Durante más de dos meses el frente permaneció estable, debido tanto a la debilidad de los efectivos austriacos como a la desmoralización de los franceses. Las consecuencias de las dos derrotas de Quiévrain y Marquain y el fracaso de la invasión a Bélgica, obligó a los franceses replantearse el plan de operaciones.
En el ínterin, Lafayette recibió órdenes de trasladarse de Metz a Givet para cooperar al movimiento del ejército de Flandes. Recorrió con sus fuerzas 200 kilómetros en cinco días. Prevenido de los desastres de Quiévrain y Marquain, avanzó precedido por una vanguardia de 3.000 hombres, que situó en Abouville. Precisamente una de sus divisiones sostuvo un pequeño combate en Philippeville durante una misión de reconocimiento el 15 de mayo.
Por esa fecha, Rochambeau, Lafayette y Luckner fueron llamados a un consejo celebrado en Valenciennes con el ministro de la Guerra, Servan, sustituto de de Grave. En un informe enviado por los tres al Ministerio de la Guerra, afirmaban que: “es unánime en ellos la opinión de que ha sido perjudicial para la patria haber declarado la guerra en un momento en que los informes de los generales demostraban que el ejército no estaba preparado, mientras que la situación de Francia ha empeorado bastante por el fracasado ataque a Bélgica, que a la par que ha desmoralizado a las tropas por estas derrotas iniciales, ha desorganizado los medios futuros de victorias”
Aconsejaban los generales que Luckner hiciera una irrupción en Bélgica por el Flandes marítimo mientras que Lafayette se contentaría con ocupar el campo atrincherado de Maubeuge. Por otra parte, el mariscal Rochambeau, indignado por el tratamiento que le había dado el ministro de la guerra, que no le inspiraba ninguna confianza, presentó su dimisión al frente del Ejército del Norte, el 8 de mayo, siendo sustituido por Luckner.
Éste se situó en el campo de la Madeleine, cerca de Lille, con el deseo de marchar sobre Courtray lo antes posible. Por su lado, Lafayette, tras haber evacuado el campo de Givet, se trasladó a Maubeuge donde ocupó el campo atrincherado, colocando su vanguardia en la Grisoëlle, a 6 kilómetros al norte de Maubeuge. También había colocado unos puentes sobre el Sambre para caer con sus cuerpos sobre el flanco enemigo en caso de que atacara a su vanguardia.
El miércoles, 13 de junio de 1792, la vanguardia francesa, desplegada entre la Grisoëlle y Mairieux, dirigida por el general Gouvion, fue atacada por el general austriaco Clerfayt, salido de Mons, en misión de reconocimiento. Una violenta tormenta estalló poco antes del inicio del combate, y Gouvion, sorprendido, tuvo que defenderse como pudo. Clerfayt produjo el desorden en las filas francesas y les forzó a retirarse. Gouvion organizaba el repliegue cuando cayó muerto, alcanzado por una bala de cañón. Parecía que iba a repetirse el desastre de Quiévrain, cuando Lafayette, advertido del grave peligro que corría su vanguardia, expulsada de la Grisoëlle y Mairieux, se trasladó al lugar de la acción con todas sus fuerzas; el combate volvió a restablecerse y los austriacos, ante la enorme superioridad numérica del enemigo (2.000 frente a 12.000), se retiraron en buen orden hacia Mons, abandonando las posiciones conquistadas que fueron recuperada por los franceses.
Las bajas austriacas fueron de 17 muertos y 55 heridos y las francesas de 42 muertos, 61 heridos y un centenar de prisioneros, tomados al principio de la acción.
Tal y como estaba convenido, Lafayette se limitó por entonces a llevar a cabo limitados movimientos para inquietar al enemigo en la zona de Mons, e impedir que interviniese en la ofensiva de Luckner sobre el Flandes marítimo. En esas tímidas operaciones de distracción, comenzó a destacar un joven coronel que pasaría a la historia: Víctor Latour – Maubourg, el cual, al mando de la caballería del ejército de Lafayette, atacó con su regimiento de cazadores a un gran destacamento austriaco al que hizo un centenar de prisioneros cerca de Mons, el 20 de junio. Esos pequeños combates servían para foguear a los soldados, pero la disciplina seguía brillando por su ausencia.
Sí, el ejército francés irían aprendiendo, poco a poco, y con mucha fatiga, el "asqueroso oficio de la guerra"...
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Toma de Courtray
En el otro lado del frente, Luckner aprovechó la pausa de mayo para adoptar las medidas necesarias en el campo de La Madeleine, tendentes a restablecer la disciplina militar y el domingo, 17 de junio, se puso en marcha con 10.000 hombres, llegando frente a Courtray al día siguiente. Ésta se encontraba defendida por un débil destacamento de 1.200 hombres, dirigido por el coronel Mylius, que acampaba frente a la ciudad. A pesar de la enorme superioridad enemiga, el jefe austriaco no se dejó impresionar y repartió inteligentemente a sus hombres, rechazando durante una hora y media los asaltos franceses, mediante un vivo fuego. Durante el combate, Luckner, a pesar de su edad, tenía 73 años, participó el mismo en la acción, animando con su valor a los soldados: “las balas respetan a los valientes” les decía.
Los austriacos, que mostraron una gran entereza en este combate desigual, se vieron obligados a retroceder y los franceses penetraron en Courtray, aunque no pudieron mantener la posición, pues los refuerzos austriacos enviados a la zona, hicieron imposible que Luckner pudiera sostenerse y, el 30 de junio, evacuó la ciudad y se dirigió nuevamente a Lille para proteger la frontera amenazada
En el combate del 18 de junio, los austriacos tuvieron 9 muertos y 27 heridos y los franceses 12 muertos y 22 heridos.
Una vez más la enorme superioridad numérica lograba un pequeño éxito táctico que se malgastaba en cuestión de horas...
Saludos
En el otro lado del frente, Luckner aprovechó la pausa de mayo para adoptar las medidas necesarias en el campo de La Madeleine, tendentes a restablecer la disciplina militar y el domingo, 17 de junio, se puso en marcha con 10.000 hombres, llegando frente a Courtray al día siguiente. Ésta se encontraba defendida por un débil destacamento de 1.200 hombres, dirigido por el coronel Mylius, que acampaba frente a la ciudad. A pesar de la enorme superioridad enemiga, el jefe austriaco no se dejó impresionar y repartió inteligentemente a sus hombres, rechazando durante una hora y media los asaltos franceses, mediante un vivo fuego. Durante el combate, Luckner, a pesar de su edad, tenía 73 años, participó el mismo en la acción, animando con su valor a los soldados: “las balas respetan a los valientes” les decía.
Los austriacos, que mostraron una gran entereza en este combate desigual, se vieron obligados a retroceder y los franceses penetraron en Courtray, aunque no pudieron mantener la posición, pues los refuerzos austriacos enviados a la zona, hicieron imposible que Luckner pudiera sostenerse y, el 30 de junio, evacuó la ciudad y se dirigió nuevamente a Lille para proteger la frontera amenazada
En el combate del 18 de junio, los austriacos tuvieron 9 muertos y 27 heridos y los franceses 12 muertos y 22 heridos.
Una vez más la enorme superioridad numérica lograba un pequeño éxito táctico que se malgastaba en cuestión de horas...
Saludos
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Cambios en el gobierno
El desastroso final de la invasión de Bélgica, causó una agitación general, en la que todos buscaban un culpable. Las espantadas de Quiévrain y Marquain, comenzadas ambas por la caballería, parecían señalar que habían sido planificadas. Los jacobinos hablaban de traición y conspiración. Dumouriez sospechaba de los fuldenses y creía que lo habían planificado para desprestigiarlo. Éstos, a su vez, sospechaban de Dumouriez, y creían que él mismo había buscado la derrota para perder a Lafayette y a Rochambeau, a los que había señalado unos objetivos sin darles los medios necesarios para ejecutarlos. Los girondinos pensaban que era el Rey quién había pasado el plan de campaña a los austriacos, omitiendo que habían sido ellos mismos los que lo habían difundido durante meses en manifiestos, proclamas y mítines, por otra parte, nadie parecía querer buscar la verdad del desastre: la falta de disciplina, de cohesión, de moral de las tropas francesas, tras tres años de propaganda revolucionaria.
El ministro de la Guerra, de Graves, asustado por las noticias del frente, quiso quitarse la carga de encima y dimitió el 1º de mayo. El Rey, dominado por los girondinos, nombró como sustituto a Servan. Con esto, la Gironda pasaba a tener tres ministros en el gobierno: Servan, Clavière y Roland. Fue entonces cuando comenzaron a manifestarse las fuertes divisiones del gobierno, ya que los girondinos no se fiaban de Luís XVI mientras que Dumouriez y Lacoste lo defendían, circunstancia que motivó el divorcio de ambos con la Gironda, sobre todo el primero de ellos, que rompió con ésta por un escándalo acerca del empleo de los fondos reservados; desde ese momento, Dumouriez se encontró atacado por fuldenses, jacobinos y girondinos.
Como vemos las derrotas amplían las divisiones, ayer como hoy...
saludos
El desastroso final de la invasión de Bélgica, causó una agitación general, en la que todos buscaban un culpable. Las espantadas de Quiévrain y Marquain, comenzadas ambas por la caballería, parecían señalar que habían sido planificadas. Los jacobinos hablaban de traición y conspiración. Dumouriez sospechaba de los fuldenses y creía que lo habían planificado para desprestigiarlo. Éstos, a su vez, sospechaban de Dumouriez, y creían que él mismo había buscado la derrota para perder a Lafayette y a Rochambeau, a los que había señalado unos objetivos sin darles los medios necesarios para ejecutarlos. Los girondinos pensaban que era el Rey quién había pasado el plan de campaña a los austriacos, omitiendo que habían sido ellos mismos los que lo habían difundido durante meses en manifiestos, proclamas y mítines, por otra parte, nadie parecía querer buscar la verdad del desastre: la falta de disciplina, de cohesión, de moral de las tropas francesas, tras tres años de propaganda revolucionaria.
El ministro de la Guerra, de Graves, asustado por las noticias del frente, quiso quitarse la carga de encima y dimitió el 1º de mayo. El Rey, dominado por los girondinos, nombró como sustituto a Servan. Con esto, la Gironda pasaba a tener tres ministros en el gobierno: Servan, Clavière y Roland. Fue entonces cuando comenzaron a manifestarse las fuertes divisiones del gobierno, ya que los girondinos no se fiaban de Luís XVI mientras que Dumouriez y Lacoste lo defendían, circunstancia que motivó el divorcio de ambos con la Gironda, sobre todo el primero de ellos, que rompió con ésta por un escándalo acerca del empleo de los fondos reservados; desde ese momento, Dumouriez se encontró atacado por fuldenses, jacobinos y girondinos.
Como vemos las derrotas amplían las divisiones, ayer como hoy...
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El Comité Austriaco
A partir del mes de mayo surgió un bulo en el que se vendría a justificar los fracasos del frente por la acción de la Corte. Según dicho bulo, que algunos atribuyen a Orleáns, y otros a los girondinos, se había formado en las sombras un comité austriaco, que ejercía una influencia secreta y desastrosa, cuyo objetivo era el aniquilamiento de la Revolución, y del cual formaba parte la Reina. Así el “Moniteur” denunciaba, en su edición del 15 de mayo, la existencia de dicho comité, que “situado en las Tullerías” favorecía las acciones del enemigo. Y poco después, el 18, los diputados girondinos Brissot y Gensonné, denunciaban en la Asamblea las actividades del ya famoso comité: “formado por una facción de enemigos de la libertad que tanto gobiernan en nombre del rey como dirigen sus ministerios, traicionando constantemente al pueblo y sacrificando los intereses de una nación por los de una familia”
Ese comité había sido formado por los austriacos, afirmaban sin prueba alguna, con el objeto de restablecer la monarquía absoluta y era el principal culpable de los fracasos militares.
El periodista Carra, un girondino, acusó públicamente a los ex ministros Bertrand de Molleville y Montmorin, de pertenencia a dicho comité; ambos denunciaron por calumniador al periodista, quién, ante el temor de ir a prisión, identificó a sus fuentes, como los diputados girondinos Chabot, Merlin y Bazire. Sin embargo, cuando el juez ordenó la comparecencia de estos disputados para que testificaran y mostraran las pruebas que aclararían el caso, la Asamblea se revolvió contra el juez en aras de la inviolabilidad de los parlamentarios y dictó un decreto de acusación contra el juez Larivière, que fue detenido y enviado a Orleáns.
En resumen, la existencia real de dicho comité no ha sido probada nunca, pero sirvió para aumentar el estado general de odio hacia la Corte, todo parece indicar que fueron los girondinos quienes estaban detrás de aquel extraño asunto.
La manipulación, desde luego, no se inventó ayer...
Saludos
A partir del mes de mayo surgió un bulo en el que se vendría a justificar los fracasos del frente por la acción de la Corte. Según dicho bulo, que algunos atribuyen a Orleáns, y otros a los girondinos, se había formado en las sombras un comité austriaco, que ejercía una influencia secreta y desastrosa, cuyo objetivo era el aniquilamiento de la Revolución, y del cual formaba parte la Reina. Así el “Moniteur” denunciaba, en su edición del 15 de mayo, la existencia de dicho comité, que “situado en las Tullerías” favorecía las acciones del enemigo. Y poco después, el 18, los diputados girondinos Brissot y Gensonné, denunciaban en la Asamblea las actividades del ya famoso comité: “formado por una facción de enemigos de la libertad que tanto gobiernan en nombre del rey como dirigen sus ministerios, traicionando constantemente al pueblo y sacrificando los intereses de una nación por los de una familia”
Ese comité había sido formado por los austriacos, afirmaban sin prueba alguna, con el objeto de restablecer la monarquía absoluta y era el principal culpable de los fracasos militares.
El periodista Carra, un girondino, acusó públicamente a los ex ministros Bertrand de Molleville y Montmorin, de pertenencia a dicho comité; ambos denunciaron por calumniador al periodista, quién, ante el temor de ir a prisión, identificó a sus fuentes, como los diputados girondinos Chabot, Merlin y Bazire. Sin embargo, cuando el juez ordenó la comparecencia de estos disputados para que testificaran y mostraran las pruebas que aclararían el caso, la Asamblea se revolvió contra el juez en aras de la inviolabilidad de los parlamentarios y dictó un decreto de acusación contra el juez Larivière, que fue detenido y enviado a Orleáns.
En resumen, la existencia real de dicho comité no ha sido probada nunca, pero sirvió para aumentar el estado general de odio hacia la Corte, todo parece indicar que fueron los girondinos quienes estaban detrás de aquel extraño asunto.
La manipulación, desde luego, no se inventó ayer...
Saludos
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