Revolucion Francesa y Guerras Napoleónicas 1792-1815
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Desamparo del Rey
En virtud de la Constitución de 1791, el Rey debía ser dotado de una casa civil y una militar. La civil no pudo formarse porque ni los realistas estaban dispuestos a tomar parte en una institución creada por la constitución, ni el Rey deseaba cambiar de sirvientes por otros nuevos, desconocidos y, de los que, desde luego, sospecharía de ellos, como de espías de la Asamblea en su propia casa.
En cuanta a la Casa Militar, estaba formada por 1/3 de militares profesionales y 2/3 de ciudadanos elegidos entre los miembros de la Guardia Nacional. Desde el principio, las relaciones entre ambos grupos no fueron cordiales, debido a las desconfianzas mutuas, ya que los profesionales, casi todos monárquicos sinceros, hicieron la vida imposible a los otros (de creer a Thiers) con objeto de que se dieran de baja y pudieran ser sustituidos por voluntarios realistas. El conjunto de estas fuerzas, que legalmente no podían superar los 1.800 hombres, estaba dirigido por el duque de Brissac y, en principio, no debía suponer una amenaza. Sin embargo, la Asamblea, instigada por los clubs, sobre todo por girondinos y jacobinos, desconfiaba de esas tropas en el corazón de París, máximo cuando las derrotas en Bélgica demostraban hasta que punto el ejército revolucionario estaba debilitado en su estructura. Los jacobinos agitaban el fantasma de la reacción y afirmaban que ante esa fuerza tan poderosa, disciplinada y organizada, las masas parisinas poco podrían hacer.
Se necesitaba un pretexto para ilegalizarla, y para ello se acudió a un simple chisme; se había visto a un grupo de doce soldados suizos, poniéndose la escarapela blanca en Neuilly. Y aunque el hecho era una nimiedad, lo cierto es que la Asamblea Legislativa, reunida en sesión permanente decidió, el 28 de mayo, que la formación y composición de la guardia del Rey había violado la Constitución, por lo que expedía dos decretos, uno licenciándola y otro acusando al duque de Brissac.
El Rey pensó en utilizar el veto, pero por consejo de Dumouriez, que le pedía que hiciera un nuevo sacrificio para evitar la violencia, acabó sancionando el decreto que licenciaba su guardia.
Desde ese momento, finales de mayo de 1792, el Rey se encontraba sin ninguna protección, abandonado a las iras del populacho, cada vez más excitado por los clubs y la prensa, manipulados con asuntos tan tristes como el del Comité austriaco.
Saludos
En virtud de la Constitución de 1791, el Rey debía ser dotado de una casa civil y una militar. La civil no pudo formarse porque ni los realistas estaban dispuestos a tomar parte en una institución creada por la constitución, ni el Rey deseaba cambiar de sirvientes por otros nuevos, desconocidos y, de los que, desde luego, sospecharía de ellos, como de espías de la Asamblea en su propia casa.
En cuanta a la Casa Militar, estaba formada por 1/3 de militares profesionales y 2/3 de ciudadanos elegidos entre los miembros de la Guardia Nacional. Desde el principio, las relaciones entre ambos grupos no fueron cordiales, debido a las desconfianzas mutuas, ya que los profesionales, casi todos monárquicos sinceros, hicieron la vida imposible a los otros (de creer a Thiers) con objeto de que se dieran de baja y pudieran ser sustituidos por voluntarios realistas. El conjunto de estas fuerzas, que legalmente no podían superar los 1.800 hombres, estaba dirigido por el duque de Brissac y, en principio, no debía suponer una amenaza. Sin embargo, la Asamblea, instigada por los clubs, sobre todo por girondinos y jacobinos, desconfiaba de esas tropas en el corazón de París, máximo cuando las derrotas en Bélgica demostraban hasta que punto el ejército revolucionario estaba debilitado en su estructura. Los jacobinos agitaban el fantasma de la reacción y afirmaban que ante esa fuerza tan poderosa, disciplinada y organizada, las masas parisinas poco podrían hacer.
Se necesitaba un pretexto para ilegalizarla, y para ello se acudió a un simple chisme; se había visto a un grupo de doce soldados suizos, poniéndose la escarapela blanca en Neuilly. Y aunque el hecho era una nimiedad, lo cierto es que la Asamblea Legislativa, reunida en sesión permanente decidió, el 28 de mayo, que la formación y composición de la guardia del Rey había violado la Constitución, por lo que expedía dos decretos, uno licenciándola y otro acusando al duque de Brissac.
El Rey pensó en utilizar el veto, pero por consejo de Dumouriez, que le pedía que hiciera un nuevo sacrificio para evitar la violencia, acabó sancionando el decreto que licenciaba su guardia.
Desde ese momento, finales de mayo de 1792, el Rey se encontraba sin ninguna protección, abandonado a las iras del populacho, cada vez más excitado por los clubs y la prensa, manipulados con asuntos tan tristes como el del Comité austriaco.
Saludos
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Bueno, parecería que otro ejercito se enfrentó a los franceses:
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2005 ... 95998.html
La mayoría de los soldados que comenzaron la campaña rusa murió de disentería, neumonía o fiebre. Se calcula que, de los 25.000 que llegaron a Vilna [la actual capital de Lituania], sólo 3.000 sobrevivieron. Basándonos en los resultados de nuestro estudio, creemos que muchos estaban infectados por enfermedades transmitidas por piojos", concluyen los investigadores franceses en el último número de la revista 'The Journal of Infectious Diseases'.
(Perdón por la intrusión, pero no he podido resistirme).
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2005 ... 95998.html
La mayoría de los soldados que comenzaron la campaña rusa murió de disentería, neumonía o fiebre. Se calcula que, de los 25.000 que llegaron a Vilna [la actual capital de Lituania], sólo 3.000 sobrevivieron. Basándonos en los resultados de nuestro estudio, creemos que muchos estaban infectados por enfermedades transmitidas por piojos", concluyen los investigadores franceses en el último número de la revista 'The Journal of Infectious Diseases'.
(Perdón por la intrusión, pero no he podido resistirme).
En constante sorpresa.
Vivo en la tierra de Caín.
España... ¿y eso qué es?
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Perdón por la intrusión, pero no he podido resistirme
Todo lo contrario amigo Alcaudoncillo, gracias por la oportuna y adecuada intrusión. Es cierto que la gran mayoría de la bajas (o al menos una parte muy importante) fueron por enfermedades, agotamiento, condiciones climáticas e higiénicas etc etc ya fuera en 1812 en Rusia o en 1792 en Francia o en 1810 en España, y ya fuera el ejército francés o el prusiano en el Argonne...
dicho esto, el artículo no deja más que ser una hipótesis.. ¿en qué se basa? ¿piojos sacados de las ropas o de los cadáveres congelados? ¿sólo afectaba a franceses, austriacos, polacos, húngaros, italianos o alemanes pero no a los rusos? ¿La genética rusa hace que no les afecten los piojos?
Como bien dice el artículo "creemos" y eso es, una simple creencia, una hipótesis, pero ni con mucho explica el proceso de desintegración del ejército imperial ni la victoria de las fuerzas rusas.. Napoleón perdió la campaña de Rusia por la misma razón que antes que él la perdieron polacos y suecos, por la misma que después que él, la perderían los alemanes... ¿todos vencidos por "oportunos piojos"?... Me da a mí que el ejército ruso algo tendrá que decir ¿verdad?
Saludos y gracias por el artículo
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Medidas de la Asamblea
Dominada por los girondinos, la Asamblea se deslizó hacia unos planteamientos cada vez más radicales. Un día antes del licenciamiento de la Guardia Real, el 27 de mayo, fue aprobado el Decreto de Deportación del Clero, por el que todo sacerdote que no jurara la constitución civil del clero, sería deportado, así como aquellos que llevasen a cabo actividades contrarrevolucionarias. La conducta ilegal del sacerdote no debía probarse , bastaba una denuncia realizada por 20 ciudadanos y que fuese aprobada por el Directorio del Distrito, para que se produjera a la inmediata deportación del clérigo, sin que tuviera que pasarse por los tribunales.. legalistas que eran los muchachos ...
A este decreto, el 8 de junio siguió otro, para la creación de un cuerpo armado de 20.000 milicianos, que debían defender a la Asamblea y la capital. En realidad, la creación de esta fuerza armada, a propuesta del ministro girondino Servan, tenía por objetivo asegurar la dominación del partido girondino sobre la Revolución y asegurarse de la persona del Rey. Los girondinos controlaban la Asamblea Legislativa, a pesar de tener menos diputados que los fuldenses, más sumisos o menos organizados que aquéllos, aceptaban sus propuestas. Dominaban París, donde el alcalde, Pétion, era uno de ellos. Estaban en el gobierno con tres ministros y si lograban crear una fuerza armada alrededor de París, el Rey y la Revolución les pertenecería por completo.
Dumouriez consideraba un error estas leyes, pues intuía, que los milicianos estarían bajo la influencia de los jacobinos y la persona del Rey correría grave peligro físico, pero una vez más aconsejó al monarca que sancionara los dos decretos, para evitar que corriera la sangre. El Rey dudó todavía y pidió un tiempo para reflexionar, fue entonces cuando los ministros girondinos, encabezados por Roland, acusaron veladamente, mediante una carta, el 10 de junio de 1792, de ser el Rey el culpable de todos los males de Francia.
El Rey reaccionó: el día 13 los ministros girondinos fueron cesados y sustituidos por Mourgues (gobernación), Beaulieu (Hacienda) y Dumouriez (que junto a la cartera de Estado, cogería la de Guerra). La Asamblea, por su parte, violó la constitución al criticar la decisión del Rey y apoyar a los ministros girondinos cesados, al punto de editar un folleto que ordenó se publicase en toda Francia, en la que se pedía que la Nación confiara en los ministros cesados. Demasiado tarde, quizás, para mostrar decisión, Luís XVI se negó a sancionar los decretos, pese a las amenazas de la Asamblea y de sus propios ministros; el mismo Dumouriez le puso en el trance del refrendo o la dimisión; era el 15 de junio, el Rey decidió aceptar la dimisión de Dumouriez y de todo el gobierno, nombrado a otro, formado por fuldenses.
Saludos
Dominada por los girondinos, la Asamblea se deslizó hacia unos planteamientos cada vez más radicales. Un día antes del licenciamiento de la Guardia Real, el 27 de mayo, fue aprobado el Decreto de Deportación del Clero, por el que todo sacerdote que no jurara la constitución civil del clero, sería deportado, así como aquellos que llevasen a cabo actividades contrarrevolucionarias. La conducta ilegal del sacerdote no debía probarse , bastaba una denuncia realizada por 20 ciudadanos y que fuese aprobada por el Directorio del Distrito, para que se produjera a la inmediata deportación del clérigo, sin que tuviera que pasarse por los tribunales.. legalistas que eran los muchachos ...
A este decreto, el 8 de junio siguió otro, para la creación de un cuerpo armado de 20.000 milicianos, que debían defender a la Asamblea y la capital. En realidad, la creación de esta fuerza armada, a propuesta del ministro girondino Servan, tenía por objetivo asegurar la dominación del partido girondino sobre la Revolución y asegurarse de la persona del Rey. Los girondinos controlaban la Asamblea Legislativa, a pesar de tener menos diputados que los fuldenses, más sumisos o menos organizados que aquéllos, aceptaban sus propuestas. Dominaban París, donde el alcalde, Pétion, era uno de ellos. Estaban en el gobierno con tres ministros y si lograban crear una fuerza armada alrededor de París, el Rey y la Revolución les pertenecería por completo.
Dumouriez consideraba un error estas leyes, pues intuía, que los milicianos estarían bajo la influencia de los jacobinos y la persona del Rey correría grave peligro físico, pero una vez más aconsejó al monarca que sancionara los dos decretos, para evitar que corriera la sangre. El Rey dudó todavía y pidió un tiempo para reflexionar, fue entonces cuando los ministros girondinos, encabezados por Roland, acusaron veladamente, mediante una carta, el 10 de junio de 1792, de ser el Rey el culpable de todos los males de Francia.
El Rey reaccionó: el día 13 los ministros girondinos fueron cesados y sustituidos por Mourgues (gobernación), Beaulieu (Hacienda) y Dumouriez (que junto a la cartera de Estado, cogería la de Guerra). La Asamblea, por su parte, violó la constitución al criticar la decisión del Rey y apoyar a los ministros girondinos cesados, al punto de editar un folleto que ordenó se publicase en toda Francia, en la que se pedía que la Nación confiara en los ministros cesados. Demasiado tarde, quizás, para mostrar decisión, Luís XVI se negó a sancionar los decretos, pese a las amenazas de la Asamblea y de sus propios ministros; el mismo Dumouriez le puso en el trance del refrendo o la dimisión; era el 15 de junio, el Rey decidió aceptar la dimisión de Dumouriez y de todo el gobierno, nombrado a otro, formado por fuldenses.
Saludos
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Negociación de Luís XVI con los Austroprusianos
Por aquella época, finales de la primavera de 1792, el Rey, tras haber superado una depresión, debió llegar a la conclusión de que ni con fuldenses ni con girondinos se podía gobernar y encauzar a la Revolución hacia unos cauces de normalidad y objetivos razonables. A partir de entonces, Luís XVI debió pensar que la intervención extranjera era ya la única solución.
Asustado de los tumultos provocados por las derrotas en el frente, y aconsejado por uno de sus fieles ministros, Bertrand de Molleville, el Rey envió a uno de sus hombres de confianza, Mallet-du-Pan, á Alemania, con la misión de entrevistarse con los soberanos de Austria y Prusia.
Había muchas razones para abrir esas negociaciones con los coaligados; Luís XVI era contrario a la guerra declarada por la Asamblea Legislativa, la consideraba injusta e imposible de sostener, tanto por los problemas económicos del país como por el estado de desorganización e indisciplina en que se encontraba el ejército. Y sobre todo, lo que más temía, era el estallido de una guerra civil, que no dudada podría comenzar cuando los cuerpos de emigrados del ejército austriaco penetraran en Francia. Era de temer, que el estallido del conflicto civil, traería terribles represalias por parte de los jacobinos y de las masas exaltadas sobre aquellos que considerasen sus enemigos. Así pues, el Rey envió una carta, escrita de su puño y letra, a los soberanos de Austria y Prusia, conducida por Mallet-du-Pan, en el que se les aconsejaba que:
1.- Avanzaran con prudencia, con toda clase de consideraciones con los habitantes de las provincias que atravesaran.
2.- Que no negociaran con la Asamblea un futuro tratado de paz, sino con él y con las cortes que hubieran tomado parte en el conflicto.
3.- Que se le reconociera como árbitro, entre las potencias y Francia.
4.- Advertía que de no seguirse esa conducta, tanto él como toda su familia corría peligro de muerte, estallaría la guerra civil y la monarquía sería derribada.
5.- Que precedieran su marcha con la publicación de un Manifiesto, firmado por Austria y Prusia y todos los Estados que habían formado la liga; el manifiesto debía redactarse de forma muy correcta, para separar a los jacobinos del resto de la nación, y que ofreciera posibilidades a los revolucionarios moderados de volver sobre sus errores, asegurando un sistema político bajo un monarca cuya autoridad quedará limitada por la ley.
6.- Hacer resaltar que se luchaba contra una fracción de facciosos, no contra Francia o los franceses, y que no se trataba de una guerra de conquista, sino exclusivamente para liberar al reino de la anarquía en el que se encontraba.
7.- Que concedan rápido una paz, apenas se penetre en el reino, pero señalando que sólo tratarán con el Rey y siempre y cuando éste goce de total libertad.
Esa era la carta y los puntos que llevaba Mallet-du-Pan á Alemania. La entrevista tuvo lugar los días 15 y 16 de julio, entre el representante de Luís XVI con los delegados austriacos (los condes Cobentzel y Haugwitz) y prusiano (señor Heyman). Los ministros de Austria y Prusia señalaron que no se fiaban de los emigrados, a los que consideraban unos exaltados y Mallet-du-Pan tuvo que hacer grandes esfuerzos para convencerles de lo contrario.
Así pues la relación entre el Rey y los coaligados queda más que demostrada históricamente, cuestión más polémica sería discutir si estaba o no motivada tal relación.
Sobre si debió o no entablar relación con los coaligados, cada uno de nosotros tendrá su propia opinión...
Saludos
Por aquella época, finales de la primavera de 1792, el Rey, tras haber superado una depresión, debió llegar a la conclusión de que ni con fuldenses ni con girondinos se podía gobernar y encauzar a la Revolución hacia unos cauces de normalidad y objetivos razonables. A partir de entonces, Luís XVI debió pensar que la intervención extranjera era ya la única solución.
Asustado de los tumultos provocados por las derrotas en el frente, y aconsejado por uno de sus fieles ministros, Bertrand de Molleville, el Rey envió a uno de sus hombres de confianza, Mallet-du-Pan, á Alemania, con la misión de entrevistarse con los soberanos de Austria y Prusia.
Había muchas razones para abrir esas negociaciones con los coaligados; Luís XVI era contrario a la guerra declarada por la Asamblea Legislativa, la consideraba injusta e imposible de sostener, tanto por los problemas económicos del país como por el estado de desorganización e indisciplina en que se encontraba el ejército. Y sobre todo, lo que más temía, era el estallido de una guerra civil, que no dudada podría comenzar cuando los cuerpos de emigrados del ejército austriaco penetraran en Francia. Era de temer, que el estallido del conflicto civil, traería terribles represalias por parte de los jacobinos y de las masas exaltadas sobre aquellos que considerasen sus enemigos. Así pues, el Rey envió una carta, escrita de su puño y letra, a los soberanos de Austria y Prusia, conducida por Mallet-du-Pan, en el que se les aconsejaba que:
1.- Avanzaran con prudencia, con toda clase de consideraciones con los habitantes de las provincias que atravesaran.
2.- Que no negociaran con la Asamblea un futuro tratado de paz, sino con él y con las cortes que hubieran tomado parte en el conflicto.
3.- Que se le reconociera como árbitro, entre las potencias y Francia.
4.- Advertía que de no seguirse esa conducta, tanto él como toda su familia corría peligro de muerte, estallaría la guerra civil y la monarquía sería derribada.
5.- Que precedieran su marcha con la publicación de un Manifiesto, firmado por Austria y Prusia y todos los Estados que habían formado la liga; el manifiesto debía redactarse de forma muy correcta, para separar a los jacobinos del resto de la nación, y que ofreciera posibilidades a los revolucionarios moderados de volver sobre sus errores, asegurando un sistema político bajo un monarca cuya autoridad quedará limitada por la ley.
6.- Hacer resaltar que se luchaba contra una fracción de facciosos, no contra Francia o los franceses, y que no se trataba de una guerra de conquista, sino exclusivamente para liberar al reino de la anarquía en el que se encontraba.
7.- Que concedan rápido una paz, apenas se penetre en el reino, pero señalando que sólo tratarán con el Rey y siempre y cuando éste goce de total libertad.
Esa era la carta y los puntos que llevaba Mallet-du-Pan á Alemania. La entrevista tuvo lugar los días 15 y 16 de julio, entre el representante de Luís XVI con los delegados austriacos (los condes Cobentzel y Haugwitz) y prusiano (señor Heyman). Los ministros de Austria y Prusia señalaron que no se fiaban de los emigrados, a los que consideraban unos exaltados y Mallet-du-Pan tuvo que hacer grandes esfuerzos para convencerles de lo contrario.
Así pues la relación entre el Rey y los coaligados queda más que demostrada históricamente, cuestión más polémica sería discutir si estaba o no motivada tal relación.
Sobre si debió o no entablar relación con los coaligados, cada uno de nosotros tendrá su propia opinión...
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La jornada del 20 de junio
Como hemos contado anteriormente, el Rey seguía determinado a oponerse a los decretos de la Asamblea Legislativa y a ejercer su derecho constitucional al veto. Pero los girondinos no se resignaron a salir del gobierno por las buenas ni a permitir que el Rey pudiera suspender la aplicación de los decretos.
Así pues, se organizó una Jornada Revolucionaria para el miércoles, 20 de junio de 1792. La manifestación tuvo lugar sin que las autoridades municipales (Petion, Danton, Manuel) tomaran las medidas más elementales de seguridad, a pesar de que no había sido autorizada e iba armada. Las tullerías fueron invadidas por la plebe, formada por mujerzuelas, niños, pícaros, trabajadores, vagabundos y gentes de dudoso modo de vida, penetró en el palacio hasta las habitaciones del Rey, quien asistido tan sólo de algunos fieles, presenció impávido, durante dos horas el desfile de los manifestantes, que con sus vociferaciones y amenazas le intimaban a retirar el veto, que la constitución le otorgaba. Pero no consiguieron doblegar la determinación del monarca, que con su serenidad y firmeza, logró ese día imponerse al populacho desmandado.
El intento de los girondinos de recuperar el poder había fracasado por completo e incluso provocó un movimiento de reacción entre los elementos del orden. En Rouen, Havre, Ain, Seine-et-Oise, Pas-de-Calais y Aisne, se produjeron manifestaciones a favor del Rey y en contra de los excesos del 20 de junio, mientras que en Arras y Hérault, también las hubo, aunque a favor de los que penetraron en los aposentos reales. El propio Lafayette abandonó el frente y se presentó en la Asamblea, el 28 de junio, para exigir el castigo de los culpables del desacato inflingido a la monarquía. Y por lo pronto, Manuel y Petion, acusados de negligencia, fueron suspendidos de sus funciones.
Se vé que la legalidad, la fraternidad y todo eso sólo quedaba para unos pocos...
Como hemos contado anteriormente, el Rey seguía determinado a oponerse a los decretos de la Asamblea Legislativa y a ejercer su derecho constitucional al veto. Pero los girondinos no se resignaron a salir del gobierno por las buenas ni a permitir que el Rey pudiera suspender la aplicación de los decretos.
Así pues, se organizó una Jornada Revolucionaria para el miércoles, 20 de junio de 1792. La manifestación tuvo lugar sin que las autoridades municipales (Petion, Danton, Manuel) tomaran las medidas más elementales de seguridad, a pesar de que no había sido autorizada e iba armada. Las tullerías fueron invadidas por la plebe, formada por mujerzuelas, niños, pícaros, trabajadores, vagabundos y gentes de dudoso modo de vida, penetró en el palacio hasta las habitaciones del Rey, quien asistido tan sólo de algunos fieles, presenció impávido, durante dos horas el desfile de los manifestantes, que con sus vociferaciones y amenazas le intimaban a retirar el veto, que la constitución le otorgaba. Pero no consiguieron doblegar la determinación del monarca, que con su serenidad y firmeza, logró ese día imponerse al populacho desmandado.
El intento de los girondinos de recuperar el poder había fracasado por completo e incluso provocó un movimiento de reacción entre los elementos del orden. En Rouen, Havre, Ain, Seine-et-Oise, Pas-de-Calais y Aisne, se produjeron manifestaciones a favor del Rey y en contra de los excesos del 20 de junio, mientras que en Arras y Hérault, también las hubo, aunque a favor de los que penetraron en los aposentos reales. El propio Lafayette abandonó el frente y se presentó en la Asamblea, el 28 de junio, para exigir el castigo de los culpables del desacato inflingido a la monarquía. Y por lo pronto, Manuel y Petion, acusados de negligencia, fueron suspendidos de sus funciones.
Se vé que la legalidad, la fraternidad y todo eso sólo quedaba para unos pocos...
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Toma y reconquista de Orchies
Tras su momentáneo éxito en Courtray, ya vimos como Luckner se vio obligado a replegarse a fines de junio a Lille, de donde marchó a Valenciennes. Cuando llegó a esta última localidad, Lafayette, que se encontraba en Maubeuge, propuso al mariscal un ataque combinado que desalojara a los austriacos de Mons. Luckner, impresionado quizás con la noticia que indicaba que un gran ejército prusiano de 50.000 hombres, al mando del duque de Brunswick, veterano general de Federico el Grande, se dirigía hacia las fronteras de Francia, se negó a realizar dicho movimiento ofensivo.
A comienzos de junio, el Consejo Real decidió partir el frente en dos sectores: de Dunkerque a Montmédy, bajo la responsabilidad de Lafayette, y de Longwy al Rin, bajo la de Luckner.
Entretanto, los austriacos se habían reforzado en los Países Bajos: el duque de Sajonia – Teschen, acampaba en los alrededores de Mons con 20.000 hombres y enviaba, en la noche del 13 al 14 de julio, a 5.000 soldados, dirigidos por el mayor general conde de la Tour y el coronel Keim, á apoderarse de Orchies, posición intermedia en el camino de Lille a Valenciennes. Las tropas austriacas marcharon toda la noche y a las dos de la mañana del 14 se presentaron ante Orchies, defendida por un batallón del Somme, compuesto por 600 hombres, mandado por Dutay, y 2 piezas de artillería. El jefe de la defensa era el diputado girondino Desmarets. La población no había sido fortificada en modo alguno.
Al amparo de la noche y de la sorpresa, los austriacos se lanzaron furiosos al asalto, aunque, para sorpresa de ellos, fueron rechazados por la bizarra defensa del batallón francés. En medio de la confusión y la oscuridad, dos batallones austriacos se tirotearon entre ellos al confundirse mutuamente con una unidad enemiga. El ataque hubo de ser suspendido. Al rayar el alba, recomenzó de nuevo y esta vez tuvo éxito, agotado por el combate nocturno, y abrumado por la superioridad numérica del contrario, el batallón francés flaqueó y se replegó, dejando la población en poder de los austriacos.
No tardaron mucho los franceses en volver a ella, pues al día siguiente, 15 de julio, el general Marássé, con tropas de los campamentos de Famars, Maulde y la guarnición de Douai, la reconquistó, rechazando a los austriacos a la frontera.
Las bajas de los combates de los días 14 y 15 de julio, dejaron en las filas francesas un total de 23 muertos, 29 heridos y 95 prisioneros y en las austriacas, 36 muertos, 70 heridos y 52 prisioneros.
Mientras tanto, los dos comandantes en jefe franceses sentían que eran presionados para trasladar sus tropas al Este, hacia las Ardenas. Ambos trasladaron sus ejércitos a la frontera con bastante antelación sobre sus enemigos; el mariscal Luckner se situó en Longwy mientras Lafayette, situado entre Sedan y Mouzon, en una línea de 18 kilómetros de extensión, colocado a 75 kilómetros de las fuerzas de Luckner, efectuaba reconocimientos por el lado de Luxemburgo, vigilando los caminos de Arlon y las Ardenas.
Precisamente en las cercanías de Arlon, la división del general Leveneur, efectuando uno de estos reconocimientos, atacó el 25 de julio, a un regimiento austriaco al que obligó a retirarse, tras causarle un centenar de bajas entre muertos, heridos y prisioneros, frente a los 14 muertos, entre ellos el ayudante general Desmottes y 42 heridos, de sus filas.
Aún débil y mal disciplinado, de lo que no hay duda, es de que el ejército de la Revolución comenzaba a saber batirse...
saludos
Tras su momentáneo éxito en Courtray, ya vimos como Luckner se vio obligado a replegarse a fines de junio a Lille, de donde marchó a Valenciennes. Cuando llegó a esta última localidad, Lafayette, que se encontraba en Maubeuge, propuso al mariscal un ataque combinado que desalojara a los austriacos de Mons. Luckner, impresionado quizás con la noticia que indicaba que un gran ejército prusiano de 50.000 hombres, al mando del duque de Brunswick, veterano general de Federico el Grande, se dirigía hacia las fronteras de Francia, se negó a realizar dicho movimiento ofensivo.
A comienzos de junio, el Consejo Real decidió partir el frente en dos sectores: de Dunkerque a Montmédy, bajo la responsabilidad de Lafayette, y de Longwy al Rin, bajo la de Luckner.
Entretanto, los austriacos se habían reforzado en los Países Bajos: el duque de Sajonia – Teschen, acampaba en los alrededores de Mons con 20.000 hombres y enviaba, en la noche del 13 al 14 de julio, a 5.000 soldados, dirigidos por el mayor general conde de la Tour y el coronel Keim, á apoderarse de Orchies, posición intermedia en el camino de Lille a Valenciennes. Las tropas austriacas marcharon toda la noche y a las dos de la mañana del 14 se presentaron ante Orchies, defendida por un batallón del Somme, compuesto por 600 hombres, mandado por Dutay, y 2 piezas de artillería. El jefe de la defensa era el diputado girondino Desmarets. La población no había sido fortificada en modo alguno.
Al amparo de la noche y de la sorpresa, los austriacos se lanzaron furiosos al asalto, aunque, para sorpresa de ellos, fueron rechazados por la bizarra defensa del batallón francés. En medio de la confusión y la oscuridad, dos batallones austriacos se tirotearon entre ellos al confundirse mutuamente con una unidad enemiga. El ataque hubo de ser suspendido. Al rayar el alba, recomenzó de nuevo y esta vez tuvo éxito, agotado por el combate nocturno, y abrumado por la superioridad numérica del contrario, el batallón francés flaqueó y se replegó, dejando la población en poder de los austriacos.
No tardaron mucho los franceses en volver a ella, pues al día siguiente, 15 de julio, el general Marássé, con tropas de los campamentos de Famars, Maulde y la guarnición de Douai, la reconquistó, rechazando a los austriacos a la frontera.
Las bajas de los combates de los días 14 y 15 de julio, dejaron en las filas francesas un total de 23 muertos, 29 heridos y 95 prisioneros y en las austriacas, 36 muertos, 70 heridos y 52 prisioneros.
Mientras tanto, los dos comandantes en jefe franceses sentían que eran presionados para trasladar sus tropas al Este, hacia las Ardenas. Ambos trasladaron sus ejércitos a la frontera con bastante antelación sobre sus enemigos; el mariscal Luckner se situó en Longwy mientras Lafayette, situado entre Sedan y Mouzon, en una línea de 18 kilómetros de extensión, colocado a 75 kilómetros de las fuerzas de Luckner, efectuaba reconocimientos por el lado de Luxemburgo, vigilando los caminos de Arlon y las Ardenas.
Precisamente en las cercanías de Arlon, la división del general Leveneur, efectuando uno de estos reconocimientos, atacó el 25 de julio, a un regimiento austriaco al que obligó a retirarse, tras causarle un centenar de bajas entre muertos, heridos y prisioneros, frente a los 14 muertos, entre ellos el ayudante general Desmottes y 42 heridos, de sus filas.
Aún débil y mal disciplinado, de lo que no hay duda, es de que el ejército de la Revolución comenzaba a saber batirse...
saludos
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La Declaración de la Patria en Peligro
En París, mientras tanto, las amenazas de una invasión se hacían cada vez más inminentes. Contrariamente a las previsiones de los girondinos, el rey de Prusia cumplió sus compromisos de alianza con Austria, y un ejército de 50.000 hombres al mando del experto duque de Brunswick, se aproximaba hacia las fronteras de Lorena. Bajo la impresión de esta noticia, la Asamblea declaró, el 11 de julio, “la patria en peligro”, rodeando tal declaración de un aparato alarmista que tendía a excitar los ánimos del populacho contra los enemigos de fuera y de dentro. La Asamblea escogió que la declaración fuera una proclama y no un decreto para impedir que el Rey pudiese vetarlo, pero de este modo violaba también la constitución, ya que hurtaba al Rey la facultad de gobernar y efectuaba una llamada de voluntarios a las armas sin contar ni con el apoyo ni con el consentimiento legal del ejecutivo.
Como vemos a lo largo de toda la Revolución Francesa sólo hubo una constante: Hablar de Legalidad para actuar en la más completa ilegalidad
saludos
En París, mientras tanto, las amenazas de una invasión se hacían cada vez más inminentes. Contrariamente a las previsiones de los girondinos, el rey de Prusia cumplió sus compromisos de alianza con Austria, y un ejército de 50.000 hombres al mando del experto duque de Brunswick, se aproximaba hacia las fronteras de Lorena. Bajo la impresión de esta noticia, la Asamblea declaró, el 11 de julio, “la patria en peligro”, rodeando tal declaración de un aparato alarmista que tendía a excitar los ánimos del populacho contra los enemigos de fuera y de dentro. La Asamblea escogió que la declaración fuera una proclama y no un decreto para impedir que el Rey pudiese vetarlo, pero de este modo violaba también la constitución, ya que hurtaba al Rey la facultad de gobernar y efectuaba una llamada de voluntarios a las armas sin contar ni con el apoyo ni con el consentimiento legal del ejecutivo.
Como vemos a lo largo de toda la Revolución Francesa sólo hubo una constante: Hablar de Legalidad para actuar en la más completa ilegalidad
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El Manifiesto del Duque de Brunswick
Por si fuera poco, el miércoles 25 de julio, el duque de Brunswick, publicó este imprudente manifiesto, redactado por los emigrados:
“Sus majestades el emperador y el rey de Prusia me han confiado el mando de los ejércitos combinados que han hecho reunir en las fronteras de Francia, y yo deseo dar a conocer á los habitantes de este reino los motivos que han determinado la línea de conducta de ambos soberanos y las intenciones que la informan.
Después de suprimir arbitrariamente los derechos y posesiones de los príncipes alemanes en Alsacia y Lorena, perturbado y derribado en el interior el buen orden y el gobierno legítimo; después de haber llevado a cabo contra la sagrada persona del rey y contra su augusta familia, atentados y violencias que siguen penetrándose y renovándose cada día, los que han usurpado las riendas de la administración han llegado, por fin, al colmo, haciendo declarar una guerra injusta a su majestad el emperador y atacando sus provincias, situados en los Países Bajos; algunas de las posesiones del Imperio germánico han sido envueltas en esta opresión y varias otras se han escapado al mismo daño, cediendo a las amenazas imperiosas del partido dominante y de sus emisarios.
Su majestad el rey de Prusia, unido con su majestad imperial por los lazos de una íntima y defensiva alianza, y, á su vez, miembro preponderante del cuerpo germánico, no ha podido dejar de acudir en socorro de su aliado y de sus coestados; y bajo este doble aspecto es que toma la defensa de este monarca y de Alemania.
Júntase aún á estos grandes intereses un objeto igualmente importante, que une los deseos de los dos soberanos, y es el hacer cesar el estado de anarquía en el interior de Francia, acabar con los ataques al trono y al altar, restablecer el poder legal, devolver al rey la seguridad y libertad, de la que hoy carece, y ponerle en condiciones para que pueda ejercer la autoridad legítima que le pertenece.
Convencidos de que la parte sana de la nación francesa abomina de los excesos de una facción que la subyuga y que la gran mayoría de sus habitantes espera con ansia la llegada de los auxilios para declararse abiertamente en contra de las odiosas determinaciones de sus opresores, su majestad el emperador y su majestad el rey de Hungría acuden á ellos y les invitan á que con la mayor brevedad vuelvan por el camino de la razón y de la justicia, del orden y de la paz. En vista de lo dicho, yo, el infrascrito, general comandante de los dos ejércitos, declaro:
1º.- Que, arrastradas á la guerra actual por circunstancias irresistibles, las dos cortes aliadas no se proponen otro objeto que la felicidad de Francia, sin pretender enriquecerse con nuevas conquistas;
2º.- Que no intentan inmiscuirse en el gobierno interior de Francia, sino que sólo desean libertar al rey, á la reina y á la familia real de su actual cautiverio y proporcionar á su Majestad Cristianísima la seguridad necesaria para que pueda verificar sin peligro ni obstáculo las convocatorias que crea pertinentes y trabajar para garantizar la felicidad de su súbditos, según sus promesas y en todo lo que de ella dependa;
3º.- Que los ejércitos combinados protegerán las ciudades, villas y aldeas, así como las personas y bienes de cuantos se sometan al rey, y que contribuirán al restablecimiento del orden y policía en toda Francia;
4º.-Que los guardias nacionales están obligados a velar provisionalmente por la tranquilidad de las ciudades y de los campos, por la seguridad de las personas y bienes de todo el reino, hasta la llegada de las tropas de sus majestades imperial y real, hasta que se disponga lo contrario, so pena de incurrir en responsabilidad personal; de lo contrario, los guardias nacionales que hayan combatido a las tropas de ambas cortes aliadas y á los que se coja con las armas en la mano, se considerarán como enemigos y se les castigará como rebeldes a su rey y como perturbadores de la tranquilidad pública;
5º.- Que los generales, jefes, oficiales y clases de las tropas de línea francesas están obligados a volver a su antigua fidelidad y someterse inmediatamente al rey, su legítimo soberano;
6º.- Que los miembros de los departamentos, distritos y municipios serán igualmente responsables, con sus vidas y haciendas, de cuantos delitos, incendios, asesinatos, actos de pillaje y demás actos punibles que pasen á vías de hecho se verifiquen en su demarcación con su consentimiento, ó á los que no se hayan opuesto de una manera notoria; que igualmente estarán obligados a continuar provisionalmente en sus cargos, los que desempeñarán hasta tanto su Majestad Cristianísima, al recobrar su plena libertad, decida, ó entretanto no se disponga en su nombre lo contrario;
7º.- Que los habitantes de las ciudades, villas y aldeas que se atrevan a defenderse contra las tropas de sus majestades imperial y real ó á disparar sobre ellas sea en campo raso, sea desde las ventanas, puertas o demás aberturas de sus viviendas, serán castigados inmediatamente según el rigor del derecho de guerra, y sus casas demolidas o quemadas. En cambio, todos los habitantes de ciudades, villas o aldeas que se apresuren a someterse a su rey, abriendo sus puertas a las tropas de sus majestades, estarán de inmediato bajo su directa salvaguardia; sus personas, bienes y efectos estarán protegidos por la ley y se proveerá a la seguridad general de todos y cada uno de ellos;
8º.- La ciudad de París y todos sus habitantes sin distinción, están obligados a someterse sin dilación al rey y devolverle su plena libertad, asegurándole, así como a todas las demás personas reales, la inviolabilidad y el respeto, á los cuales el derecho natural y de gentes obliga a los súbditos con sus soberanos; sus majestades imperial y real hacen personalmente responsables de todos los acontecimientos, en sus cabezas, para ser juzgados conforme al fuero de guerra á todos los miembros de la Asamblea Nacional, del departamento, distrito y municipio, guardia nacional de París, jueces municipales y á todos los que incurran en ella; declarando, además, bajo fe y palabra de emperador y de rey, que si el palacio de las Tullerías es atacado en cualquier forma, que si se ejecuta el menor acto de violencia o se dirige el menor ultraje á sus majestades el rey y la reina ó a la familia real, y si inmediatamente no se garantiza su seguridad personal, su rango y su libertad, caerá sobre ellos una venganza ejemplar y memorable como ninguna otra, entregando la ciudad de París á una ejecución militar y a un cambio total, y á los revoltosos culpables de atentados, á los suplicios que se merezcan. En cambio, sus majestades imperial y real prometen á los habitantes de la ciudad de París interponer sus buenos oficios junto a su Majestad Cristianísima para obtener el perdón de sus errores y faltas, y tomar las más enérgicas medidas para garantizar sus personas y bienes, si obedecen rápida y exactamente las disposiciones indicadas.
En fin, no pudiendo sus majestades reconocer más leyes en Francia que las que emanen del rey, gozando éste de una perfecta libertad, protestan anticipadamente de la autenticidad de todas las declaraciones que podrían hacer en nombre de su Majestad Cristianísima, en tanto que su sagrada persona, la de la reina y demás real familia no estén positivamente en seguridad, a cuyo efecto sus majestades imperial y real invitan y solicitan de su Majestad Cristianísima que designe la ciudad de su reino más próxima a la frontera en la que crea deba retirarse con la reina y su familia, bajo la salvaguardia de una escolta buena y segura que para ese fin se le mandará, con el objeto de que su Majestad Cristianísima pueda con toda garantía llamar á sí á los ministros y á los consejeros que tenga á bien designar, hacer las convocaciones que le parecerán convenientes, procurar el restablecimiento del buen orden y reglamentar la administración de su reino.
Por último, declaro y me comprometo en mi propio y privado nombre, así como en el de mi indicado cargo, á hacer observar por doquier a las tropas confiadas a mi mando una buena y perfecta disciplina, prometiendo tratar con dulzura y moderación a los súbditos bien intencionados, pacíficos y sumisos, y hacer uso tan solo de la fuerza contra los que se hagan culpables de resistencia o mala voluntad.
Por todos estos motivos incito y exhorto á todos los habitantes del reino con la mayor energía y apremio, que no se opongan á la marcha y operaciones de las tropas sometidas a mi mando, sino antes bien que se les conceda por donde fuese y con la mejor voluntad, libre entrada, auxilio y asistencia, siempre que las circunstancias lo exijan.
Dado en el Cuartel General de Coblenza, a 25 de julio de 1792.
Firmado: Carlos Guillermo Fernando
Duque de Brunswick-Lunebourg”
Este fue el imprudente manifiesto, firmado por Brunswick, pero elaborado por los elementos más fanáticos de la emigración, que tanto elevaría la capacidad de lucha de los ejércitos revolucionarios, de París y de los pueblos de Francia.
Saludos
Por si fuera poco, el miércoles 25 de julio, el duque de Brunswick, publicó este imprudente manifiesto, redactado por los emigrados:
“Sus majestades el emperador y el rey de Prusia me han confiado el mando de los ejércitos combinados que han hecho reunir en las fronteras de Francia, y yo deseo dar a conocer á los habitantes de este reino los motivos que han determinado la línea de conducta de ambos soberanos y las intenciones que la informan.
Después de suprimir arbitrariamente los derechos y posesiones de los príncipes alemanes en Alsacia y Lorena, perturbado y derribado en el interior el buen orden y el gobierno legítimo; después de haber llevado a cabo contra la sagrada persona del rey y contra su augusta familia, atentados y violencias que siguen penetrándose y renovándose cada día, los que han usurpado las riendas de la administración han llegado, por fin, al colmo, haciendo declarar una guerra injusta a su majestad el emperador y atacando sus provincias, situados en los Países Bajos; algunas de las posesiones del Imperio germánico han sido envueltas en esta opresión y varias otras se han escapado al mismo daño, cediendo a las amenazas imperiosas del partido dominante y de sus emisarios.
Su majestad el rey de Prusia, unido con su majestad imperial por los lazos de una íntima y defensiva alianza, y, á su vez, miembro preponderante del cuerpo germánico, no ha podido dejar de acudir en socorro de su aliado y de sus coestados; y bajo este doble aspecto es que toma la defensa de este monarca y de Alemania.
Júntase aún á estos grandes intereses un objeto igualmente importante, que une los deseos de los dos soberanos, y es el hacer cesar el estado de anarquía en el interior de Francia, acabar con los ataques al trono y al altar, restablecer el poder legal, devolver al rey la seguridad y libertad, de la que hoy carece, y ponerle en condiciones para que pueda ejercer la autoridad legítima que le pertenece.
Convencidos de que la parte sana de la nación francesa abomina de los excesos de una facción que la subyuga y que la gran mayoría de sus habitantes espera con ansia la llegada de los auxilios para declararse abiertamente en contra de las odiosas determinaciones de sus opresores, su majestad el emperador y su majestad el rey de Hungría acuden á ellos y les invitan á que con la mayor brevedad vuelvan por el camino de la razón y de la justicia, del orden y de la paz. En vista de lo dicho, yo, el infrascrito, general comandante de los dos ejércitos, declaro:
1º.- Que, arrastradas á la guerra actual por circunstancias irresistibles, las dos cortes aliadas no se proponen otro objeto que la felicidad de Francia, sin pretender enriquecerse con nuevas conquistas;
2º.- Que no intentan inmiscuirse en el gobierno interior de Francia, sino que sólo desean libertar al rey, á la reina y á la familia real de su actual cautiverio y proporcionar á su Majestad Cristianísima la seguridad necesaria para que pueda verificar sin peligro ni obstáculo las convocatorias que crea pertinentes y trabajar para garantizar la felicidad de su súbditos, según sus promesas y en todo lo que de ella dependa;
3º.- Que los ejércitos combinados protegerán las ciudades, villas y aldeas, así como las personas y bienes de cuantos se sometan al rey, y que contribuirán al restablecimiento del orden y policía en toda Francia;
4º.-Que los guardias nacionales están obligados a velar provisionalmente por la tranquilidad de las ciudades y de los campos, por la seguridad de las personas y bienes de todo el reino, hasta la llegada de las tropas de sus majestades imperial y real, hasta que se disponga lo contrario, so pena de incurrir en responsabilidad personal; de lo contrario, los guardias nacionales que hayan combatido a las tropas de ambas cortes aliadas y á los que se coja con las armas en la mano, se considerarán como enemigos y se les castigará como rebeldes a su rey y como perturbadores de la tranquilidad pública;
5º.- Que los generales, jefes, oficiales y clases de las tropas de línea francesas están obligados a volver a su antigua fidelidad y someterse inmediatamente al rey, su legítimo soberano;
6º.- Que los miembros de los departamentos, distritos y municipios serán igualmente responsables, con sus vidas y haciendas, de cuantos delitos, incendios, asesinatos, actos de pillaje y demás actos punibles que pasen á vías de hecho se verifiquen en su demarcación con su consentimiento, ó á los que no se hayan opuesto de una manera notoria; que igualmente estarán obligados a continuar provisionalmente en sus cargos, los que desempeñarán hasta tanto su Majestad Cristianísima, al recobrar su plena libertad, decida, ó entretanto no se disponga en su nombre lo contrario;
7º.- Que los habitantes de las ciudades, villas y aldeas que se atrevan a defenderse contra las tropas de sus majestades imperial y real ó á disparar sobre ellas sea en campo raso, sea desde las ventanas, puertas o demás aberturas de sus viviendas, serán castigados inmediatamente según el rigor del derecho de guerra, y sus casas demolidas o quemadas. En cambio, todos los habitantes de ciudades, villas o aldeas que se apresuren a someterse a su rey, abriendo sus puertas a las tropas de sus majestades, estarán de inmediato bajo su directa salvaguardia; sus personas, bienes y efectos estarán protegidos por la ley y se proveerá a la seguridad general de todos y cada uno de ellos;
8º.- La ciudad de París y todos sus habitantes sin distinción, están obligados a someterse sin dilación al rey y devolverle su plena libertad, asegurándole, así como a todas las demás personas reales, la inviolabilidad y el respeto, á los cuales el derecho natural y de gentes obliga a los súbditos con sus soberanos; sus majestades imperial y real hacen personalmente responsables de todos los acontecimientos, en sus cabezas, para ser juzgados conforme al fuero de guerra á todos los miembros de la Asamblea Nacional, del departamento, distrito y municipio, guardia nacional de París, jueces municipales y á todos los que incurran en ella; declarando, además, bajo fe y palabra de emperador y de rey, que si el palacio de las Tullerías es atacado en cualquier forma, que si se ejecuta el menor acto de violencia o se dirige el menor ultraje á sus majestades el rey y la reina ó a la familia real, y si inmediatamente no se garantiza su seguridad personal, su rango y su libertad, caerá sobre ellos una venganza ejemplar y memorable como ninguna otra, entregando la ciudad de París á una ejecución militar y a un cambio total, y á los revoltosos culpables de atentados, á los suplicios que se merezcan. En cambio, sus majestades imperial y real prometen á los habitantes de la ciudad de París interponer sus buenos oficios junto a su Majestad Cristianísima para obtener el perdón de sus errores y faltas, y tomar las más enérgicas medidas para garantizar sus personas y bienes, si obedecen rápida y exactamente las disposiciones indicadas.
En fin, no pudiendo sus majestades reconocer más leyes en Francia que las que emanen del rey, gozando éste de una perfecta libertad, protestan anticipadamente de la autenticidad de todas las declaraciones que podrían hacer en nombre de su Majestad Cristianísima, en tanto que su sagrada persona, la de la reina y demás real familia no estén positivamente en seguridad, a cuyo efecto sus majestades imperial y real invitan y solicitan de su Majestad Cristianísima que designe la ciudad de su reino más próxima a la frontera en la que crea deba retirarse con la reina y su familia, bajo la salvaguardia de una escolta buena y segura que para ese fin se le mandará, con el objeto de que su Majestad Cristianísima pueda con toda garantía llamar á sí á los ministros y á los consejeros que tenga á bien designar, hacer las convocaciones que le parecerán convenientes, procurar el restablecimiento del buen orden y reglamentar la administración de su reino.
Por último, declaro y me comprometo en mi propio y privado nombre, así como en el de mi indicado cargo, á hacer observar por doquier a las tropas confiadas a mi mando una buena y perfecta disciplina, prometiendo tratar con dulzura y moderación a los súbditos bien intencionados, pacíficos y sumisos, y hacer uso tan solo de la fuerza contra los que se hagan culpables de resistencia o mala voluntad.
Por todos estos motivos incito y exhorto á todos los habitantes del reino con la mayor energía y apremio, que no se opongan á la marcha y operaciones de las tropas sometidas a mi mando, sino antes bien que se les conceda por donde fuese y con la mejor voluntad, libre entrada, auxilio y asistencia, siempre que las circunstancias lo exijan.
Dado en el Cuartel General de Coblenza, a 25 de julio de 1792.
Firmado: Carlos Guillermo Fernando
Duque de Brunswick-Lunebourg”
Este fue el imprudente manifiesto, firmado por Brunswick, pero elaborado por los elementos más fanáticos de la emigración, que tanto elevaría la capacidad de lucha de los ejércitos revolucionarios, de París y de los pueblos de Francia.
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Fatal
Este mensaje amenazante del duque de Brunswick tuvó consecuencias fatales para la causa monárquica en Francia. El día 10 de agosto de 1792 estalla la revolución en París. Las masas populares asaltan ese día el Palacio de las Tullerías y masacran a la Guardia Suiza del rey. Este se refugia en el recinto de la Asambles Legislativa la cual suspende al rey de sus funciones. Con ello termina la vigencia de la constitución de 1791. Se nombra un ejecutivo provisional cuyo hombre relevante era Danton; se convoca a elecciones de una convención nacional elegida por sufragio universal para reforma la Carta Magna; se reconoció a la Comuna de París, dirigida por los jacobinos, cuyos dirigentes eran Robespierre y Marat. El reinado afectivo de Luis XVI terminó el 10 de agosto de 1792.
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Así es amigo Manuel Martínez, pero veamos esos sucesos poco a poco...
El Comité de Insurrección
Aunque el propósito de destruir a la monarquía por parte de los exaltados, no tuvo ninguna relación con el citado manifiesto, lo cierto es que su publicación resultó contraproducente, pues provocó en la gran masa del pueblo francés la reacción defensiva deseada por los girondinos y neutralizó el movimiento que ya se había iniciado (Lafayette) en favor del Rey.
A partir de entonces, la Gironda estrecharía sus lazos con los jacobinos extremistas y los franciscanos y, entre todos ellos, prepararon el complot para derribar a la monarquía.
A tal fin, Petion, - restablecido en sus funciones de alcalde de París – permitió la constitución en el ayuntamiento de un “Comité de Insurrección” del que formaban parte, entre otros, Merlin de Thionville, Basire, Chabot, Fournier, Chaumette, Santerre, Anthoine, Westermann, y al que se agregarían después Danton y Desmoulins.
El plan era muy básico: convocar una jornada revolucionaria, asaltar el palacio de las Tullerías y deponer al Rey. Petion, se comprometía a impedir que desde el ayuntamiento se intentase detener la insurrección, a cambio los rebeldes debían cercar su casa e impedirle salir, pues si el golpe fracasaba, siempre podría decir que había sido detenido por los insurrectos.
Para la realización del alzamiento, se ordenó la concentración en París de los guardias nacionales de provincias, que a despecho del veto regio, se llevó a efecto de modo inconstitucional durante la segunda quincena de julio y la primera semana de agosto. Esta concentración para el golpe de estado demuestra como la insurrección estaba proyectada con anterioridad al manifiesto de Brunswick, con el que no guarda relación. :(
Con la reunión de los guardias nacionales en París, se produjeron incidentes, como el protagonizado por los marselleses el mismo día de su llegada, el 30 de julio, en los Campos Elisios, en el que resultó muerto un guardia nacional realista, del batallón de Filles-Saint-Thomas, y otras 17 personas resultaron heridas. Al mismo tiempo que llegaban los guardias más exaltados de Francia, se continuó agitando a las secciones de electores de la capital y, en especial, a la de los barrios populares, incitándoles a suscribir un documento, redactado por Robespierre, en que se pedía la destitución del Rey, y que fue publicado en casi todos los periódicos.
El 3 de agosto, Petion presentaba este documento a la Asamblea, señalando un plazo hasta el día 9 para acceder a lo solicitado, una vez transcurrido el cual, el “pueblo” recurriría a la fuerza. El Comité de Insurrección ya había ordenado la concentración de las secciones en la noche del 9 al 10 de agosto, para asaltar por la mañana el palacio de las Tullerías. Así pues, el golpe de estado estaba ya en marcha...
Cada vez que estudio el golpe de Estado del 10 de agosto más parelelismos encuentro con el de octubre de 1917...
Saludos
El Comité de Insurrección
Aunque el propósito de destruir a la monarquía por parte de los exaltados, no tuvo ninguna relación con el citado manifiesto, lo cierto es que su publicación resultó contraproducente, pues provocó en la gran masa del pueblo francés la reacción defensiva deseada por los girondinos y neutralizó el movimiento que ya se había iniciado (Lafayette) en favor del Rey.
A partir de entonces, la Gironda estrecharía sus lazos con los jacobinos extremistas y los franciscanos y, entre todos ellos, prepararon el complot para derribar a la monarquía.
A tal fin, Petion, - restablecido en sus funciones de alcalde de París – permitió la constitución en el ayuntamiento de un “Comité de Insurrección” del que formaban parte, entre otros, Merlin de Thionville, Basire, Chabot, Fournier, Chaumette, Santerre, Anthoine, Westermann, y al que se agregarían después Danton y Desmoulins.
El plan era muy básico: convocar una jornada revolucionaria, asaltar el palacio de las Tullerías y deponer al Rey. Petion, se comprometía a impedir que desde el ayuntamiento se intentase detener la insurrección, a cambio los rebeldes debían cercar su casa e impedirle salir, pues si el golpe fracasaba, siempre podría decir que había sido detenido por los insurrectos.
Para la realización del alzamiento, se ordenó la concentración en París de los guardias nacionales de provincias, que a despecho del veto regio, se llevó a efecto de modo inconstitucional durante la segunda quincena de julio y la primera semana de agosto. Esta concentración para el golpe de estado demuestra como la insurrección estaba proyectada con anterioridad al manifiesto de Brunswick, con el que no guarda relación. :(
Con la reunión de los guardias nacionales en París, se produjeron incidentes, como el protagonizado por los marselleses el mismo día de su llegada, el 30 de julio, en los Campos Elisios, en el que resultó muerto un guardia nacional realista, del batallón de Filles-Saint-Thomas, y otras 17 personas resultaron heridas. Al mismo tiempo que llegaban los guardias más exaltados de Francia, se continuó agitando a las secciones de electores de la capital y, en especial, a la de los barrios populares, incitándoles a suscribir un documento, redactado por Robespierre, en que se pedía la destitución del Rey, y que fue publicado en casi todos los periódicos.
El 3 de agosto, Petion presentaba este documento a la Asamblea, señalando un plazo hasta el día 9 para acceder a lo solicitado, una vez transcurrido el cual, el “pueblo” recurriría a la fuerza. El Comité de Insurrección ya había ordenado la concentración de las secciones en la noche del 9 al 10 de agosto, para asaltar por la mañana el palacio de las Tullerías. Así pues, el golpe de estado estaba ya en marcha...
Cada vez que estudio el golpe de Estado del 10 de agosto más parelelismos encuentro con el de octubre de 1917...
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La Jornada del 10 de agosto: El Asalto a las Tullerías (1)
En cuanto a los realistas, conocían los planes del Comité Insurreccional, desde, al menos, primeros de agosto, y se preparaban para la defensa. No tenían muchas fuerzas pues su Guardia Real había sido disuelta por la Asamblea en el mes de mayo, y los regimientos de la guarnición que parecían tener inclinaciones monárquicas, habían sido alejados de París mediante los decretos de la Asamblea. Los suizos seguían allí, gracias a las condiciones de su contrato, pero se les había quitado la artillería, y la Corte, cuando pensó huir a Normandía, envió allí a uno de sus mejores batallones, con la excusa de vigilar la llegada de granos.
En total, el palacio de las Tullerías estaba protegido por 2.000 guardias nacionales, algunos de ellos viejos veteranos del asalto a la Bastilla, y que, con la excepción de los encuadrados en los batallones Filles Saint-Thomas y Petits-Pères, eran indiferentes o contrarios al Rey, 900 suizos y unos 200 caballeros de San Luís (militares retirados) que se ofrecieron voluntariamente para sostener a su Rey. Mandaba este dispositivo el jefe de la Guardia Nacional, Jean-Antoine Galiot de Mandat. Recuérdese que tras la retirada de Lafayette, la Guardia Nacional fue mandada alternativamente por seis jefes, que la dirigían un día cada uno. Aquel día le tocó a Mandat, jefe malquistado con la corte, pero con un gran sentido del deber: en el poco tiempo que tuvo, intentó mejorar las condiciones defensivas del Palacio, así cortó en cierta extensión la gran galería que une al Louvre con las Tullerías para impedir el paso a los asaltantes. Mandat no pensó en proteger esta ala del palacio, y toda su atención la concentró en los patios y en el jardín.
A pesar de los toques de llamadas, se reunió escaso número de guardias nacionales, que Mandat distribuyó, junto a los suizos, por los patios, jardines y departamentos. Colocó un cañón en el patio de lo suizos, tres en el del medio y tres en el de los príncipes. Se confió las piezas a los artilleros de la Guardia Nacional, de dudosa lealtad. Pero los suizos, llenos de valor y fidelidad, los vigilaban de cerca, prestos, al primer movimiento sospechoso, a abalanzarse sobre ellos y apoderarse de las piezas. Colocó también Mandat algunos vigías en las columnatas del Louvre y en la Casa – Ayuntamiento, pero eran guardias nacionales, de poca fidelidad.
En cuanto a los realistas, conocían los planes del Comité Insurreccional, desde, al menos, primeros de agosto, y se preparaban para la defensa. No tenían muchas fuerzas pues su Guardia Real había sido disuelta por la Asamblea en el mes de mayo, y los regimientos de la guarnición que parecían tener inclinaciones monárquicas, habían sido alejados de París mediante los decretos de la Asamblea. Los suizos seguían allí, gracias a las condiciones de su contrato, pero se les había quitado la artillería, y la Corte, cuando pensó huir a Normandía, envió allí a uno de sus mejores batallones, con la excusa de vigilar la llegada de granos.
En total, el palacio de las Tullerías estaba protegido por 2.000 guardias nacionales, algunos de ellos viejos veteranos del asalto a la Bastilla, y que, con la excepción de los encuadrados en los batallones Filles Saint-Thomas y Petits-Pères, eran indiferentes o contrarios al Rey, 900 suizos y unos 200 caballeros de San Luís (militares retirados) que se ofrecieron voluntariamente para sostener a su Rey. Mandaba este dispositivo el jefe de la Guardia Nacional, Jean-Antoine Galiot de Mandat. Recuérdese que tras la retirada de Lafayette, la Guardia Nacional fue mandada alternativamente por seis jefes, que la dirigían un día cada uno. Aquel día le tocó a Mandat, jefe malquistado con la corte, pero con un gran sentido del deber: en el poco tiempo que tuvo, intentó mejorar las condiciones defensivas del Palacio, así cortó en cierta extensión la gran galería que une al Louvre con las Tullerías para impedir el paso a los asaltantes. Mandat no pensó en proteger esta ala del palacio, y toda su atención la concentró en los patios y en el jardín.
A pesar de los toques de llamadas, se reunió escaso número de guardias nacionales, que Mandat distribuyó, junto a los suizos, por los patios, jardines y departamentos. Colocó un cañón en el patio de lo suizos, tres en el del medio y tres en el de los príncipes. Se confió las piezas a los artilleros de la Guardia Nacional, de dudosa lealtad. Pero los suizos, llenos de valor y fidelidad, los vigilaban de cerca, prestos, al primer movimiento sospechoso, a abalanzarse sobre ellos y apoderarse de las piezas. Colocó también Mandat algunos vigías en las columnatas del Louvre y en la Casa – Ayuntamiento, pero eran guardias nacionales, de poca fidelidad.
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Poco antes de la medianoche que daba inicio al viernes 10 de agosto de 1792, a las 23:45 del 9, el Comité Insurreccional pasó a la acción: el tambor comenzó a tocar llamada en todos los barrios mientras el Comité se reunía en tres sitios: Fournier en Saint – Marceau, Santerre y Westermann en Saint – Antoine y Desmoulins, Danton y Carra en los franciscanos, apoyados por el batallón de Marsella.
Los golpistas comenzaron por dirigirse al ayuntamiento donde destituyeron a las autoridades municipales legítimas, excepto a Petion, Manuel y Danton, e inmediatamente Petion ordenó a Mandat que se presentase en el Ayuntamiento, sin comunicarle que se ha constituido un nuevo municipio. Mandat dudó pero, finalmente, cumple la orden firmada por Petion y se dirige al Ayuntamiento. Eran las cuatro de la mañana. Llega al ayuntamiento y se encuentra con las nuevas autoridades; allí le detienen, le interrogan y le comunican que puede irse a su casa, y al mismo tiempo, el presidente hace un gesto siniestro, que es una sentencia de muerte… en efecto, apenas sale del ayuntamiento, un sans culotte le derriba de un pistoletazo en la nuca. Le desnudan y arrojan su cadáver al Sena.
Su asesinato motivó que la mayoría de los guardias nacionales que se encontraban en el palacio de las Tullerías, lo abandonaran para irse a sus casas, mientras el Ayuntamiento nombraba a Santerre, un jacobino, nuevo jefe de la Guardia Nacional de París en sustitución del difunto Mandat.
Este asesinato paralizó todos los procedimientos de defensa, destruyó toda unidad de acción e impidió la ejecución del plan previsto. Poco a poco, los arrabales fueron llegando, por la calle de Saint – Honoré, el Puente Nuevo, el Puente Real y los reductos del Louvre. Abría la marcha los marselleses, junto a los bretones, con los cañones apuntando al palacio. Pronto una multitud de unos 10.000 sans culottes armados, apoyados por una masa flotante de 40.000 personas, se concentraba en torno a las Tullerías, dirigida por Westermann y Santerre. El palacio estaba rodeado por completo.
Por otra parte, Luís XVI, apremiado por sus timoratos consejeros, abandonó el palacio con su familia hacia las ocho de la mañana del 10, refugiándose en el inmediato edificio de la Asamblea, cuyos miembros le habían ofrecido protección. Y así, aparte de la servidumbre, no quedaron en las Tullerías más que los 900 suizos y los 200 caballeros de San Luís. Ya no había razón para atacar el palacio, pues se había conseguido el objetivo de capturar al rey, sin embargo, la multitud, excitada, quería penetrar en él.
Poco después de la salida del Rey, y tras derribar a hachazos la puerta de la Corte Real, la vanguardia de los insurrectos, formada por los marselleses, bretones, guardias nacionales, artilleros, dirigidos por Westermann, montado en un pequeño caballo negro, entraron en los jardines e intimaron a los defensores a que entregasen el palacio. Los suizos, para demostrar sus intenciones pacíficas, arrojaron por las ventanas cierto número de cartuchos. Algunos insurrectos, abandonando la columna, avanzaron hacia el vestíbulo. Al pie de la gran escalera se había colocado un gran madero a modo de barricada, detrás del cual se habían atrincherado, confundidos, suizos y algunos guardias nacionales. Los insurrectos querían seguir adelante y discutieron durante un rato para pasar al interior del palacio, hasta que finalmente se les quitó el madero. Fue entonces cuando penetraron en las escaleras y exigieron la entrega del recinto. Los defensores respondieron que no lo entregarían sin orden del Rey, fue entonces cuando unos sans culottes , que se encontraban en el patio, engancharon con sus garfios a unos suizos, que se habían quedado fuera, y los degollaron. Serían las nueve y cuarto. Al momento se disparó un tiro de fusil contra una de las ventanas, y los suizos, indignados, respondieron al fuego. Los que habían entrado en el vestíbulo y subido las escaleras, cayeron en medio de una lluvia de balas, de la que pocos lograron escapar.
Bien encuadrados, con una estricta disciplina, los suizos, cuyo número había sido reducido por la partida de dos compañías que escoltaron a la familia real a la Asamblea, lograron fácilmente rechazar el asalto causando un gran número de víctimas entre los insurgentes. Descendiendo ordenadamente las escaleras, los suizos desembocaron por el vestíbulo al patio real, donde se apoderaron de uno de los cañones que se habían abandonado cuando el populacho penetró en los patios y los artilleros confraternizaron con él, y a pesar del fuego graneado que recibían, lo apuntan y disparan contra los marselleses, matando a gran número de ellos. Éstos se desbandan, como el resto de los insurrectos, y se retiran huyendo hacia la puerta real; Los capitanes Dürler y Pfyffer, con 120 suizos, se apoderan de 4 cañones, con el patio despejado y cubierto de cadáveres y heridos, y se dirigen al Carrusel, donde ametrallan a bocajarro a los marselleses, que se reorganizaban allí. A las nueve y media, las Tullerías están despejadas de insurgentes. Pero a la diez, éstos, repuestos de su fracasado asalto, y reforzado con las aportaciones de los barrios, reemprenden el asalto en mayor número.
Los golpistas comenzaron por dirigirse al ayuntamiento donde destituyeron a las autoridades municipales legítimas, excepto a Petion, Manuel y Danton, e inmediatamente Petion ordenó a Mandat que se presentase en el Ayuntamiento, sin comunicarle que se ha constituido un nuevo municipio. Mandat dudó pero, finalmente, cumple la orden firmada por Petion y se dirige al Ayuntamiento. Eran las cuatro de la mañana. Llega al ayuntamiento y se encuentra con las nuevas autoridades; allí le detienen, le interrogan y le comunican que puede irse a su casa, y al mismo tiempo, el presidente hace un gesto siniestro, que es una sentencia de muerte… en efecto, apenas sale del ayuntamiento, un sans culotte le derriba de un pistoletazo en la nuca. Le desnudan y arrojan su cadáver al Sena.
Su asesinato motivó que la mayoría de los guardias nacionales que se encontraban en el palacio de las Tullerías, lo abandonaran para irse a sus casas, mientras el Ayuntamiento nombraba a Santerre, un jacobino, nuevo jefe de la Guardia Nacional de París en sustitución del difunto Mandat.
Este asesinato paralizó todos los procedimientos de defensa, destruyó toda unidad de acción e impidió la ejecución del plan previsto. Poco a poco, los arrabales fueron llegando, por la calle de Saint – Honoré, el Puente Nuevo, el Puente Real y los reductos del Louvre. Abría la marcha los marselleses, junto a los bretones, con los cañones apuntando al palacio. Pronto una multitud de unos 10.000 sans culottes armados, apoyados por una masa flotante de 40.000 personas, se concentraba en torno a las Tullerías, dirigida por Westermann y Santerre. El palacio estaba rodeado por completo.
Por otra parte, Luís XVI, apremiado por sus timoratos consejeros, abandonó el palacio con su familia hacia las ocho de la mañana del 10, refugiándose en el inmediato edificio de la Asamblea, cuyos miembros le habían ofrecido protección. Y así, aparte de la servidumbre, no quedaron en las Tullerías más que los 900 suizos y los 200 caballeros de San Luís. Ya no había razón para atacar el palacio, pues se había conseguido el objetivo de capturar al rey, sin embargo, la multitud, excitada, quería penetrar en él.
Poco después de la salida del Rey, y tras derribar a hachazos la puerta de la Corte Real, la vanguardia de los insurrectos, formada por los marselleses, bretones, guardias nacionales, artilleros, dirigidos por Westermann, montado en un pequeño caballo negro, entraron en los jardines e intimaron a los defensores a que entregasen el palacio. Los suizos, para demostrar sus intenciones pacíficas, arrojaron por las ventanas cierto número de cartuchos. Algunos insurrectos, abandonando la columna, avanzaron hacia el vestíbulo. Al pie de la gran escalera se había colocado un gran madero a modo de barricada, detrás del cual se habían atrincherado, confundidos, suizos y algunos guardias nacionales. Los insurrectos querían seguir adelante y discutieron durante un rato para pasar al interior del palacio, hasta que finalmente se les quitó el madero. Fue entonces cuando penetraron en las escaleras y exigieron la entrega del recinto. Los defensores respondieron que no lo entregarían sin orden del Rey, fue entonces cuando unos sans culottes , que se encontraban en el patio, engancharon con sus garfios a unos suizos, que se habían quedado fuera, y los degollaron. Serían las nueve y cuarto. Al momento se disparó un tiro de fusil contra una de las ventanas, y los suizos, indignados, respondieron al fuego. Los que habían entrado en el vestíbulo y subido las escaleras, cayeron en medio de una lluvia de balas, de la que pocos lograron escapar.
Bien encuadrados, con una estricta disciplina, los suizos, cuyo número había sido reducido por la partida de dos compañías que escoltaron a la familia real a la Asamblea, lograron fácilmente rechazar el asalto causando un gran número de víctimas entre los insurgentes. Descendiendo ordenadamente las escaleras, los suizos desembocaron por el vestíbulo al patio real, donde se apoderaron de uno de los cañones que se habían abandonado cuando el populacho penetró en los patios y los artilleros confraternizaron con él, y a pesar del fuego graneado que recibían, lo apuntan y disparan contra los marselleses, matando a gran número de ellos. Éstos se desbandan, como el resto de los insurrectos, y se retiran huyendo hacia la puerta real; Los capitanes Dürler y Pfyffer, con 120 suizos, se apoderan de 4 cañones, con el patio despejado y cubierto de cadáveres y heridos, y se dirigen al Carrusel, donde ametrallan a bocajarro a los marselleses, que se reorganizaban allí. A las nueve y media, las Tullerías están despejadas de insurgentes. Pero a la diez, éstos, repuestos de su fracasado asalto, y reforzado con las aportaciones de los barrios, reemprenden el asalto en mayor número.
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- Registrado: 23 Ene 2003, 13:19
Los suizos, cogido entre dos fuegos, con sus municiones casi agotadas, se repliegan paso a paso hacia el palacio.
Entretanto, en la Asamblea, presa de gran agitación, por el indeciso resultado de la lucha, de la que estaba informada por varios emisarios, y por la llegada de unos guardias nacionales armados que clamaban como locos por “la traición de los suizos y la perfidia del Rey” y demandaban “venganza contra los asesinos del pueblo”.
Luís XVI, que se encontraba allí, presionado por numerosos representantes, para que pusiera fin a la masacre, escribió la última orden que daría en su vida como Rey, sobre un trozo de papel: “El rey ordena a los suizos que depongan al instante las armas y se retiren a sus cuarteles, firmado: Luís”.
El mariscal de campo d´Herville, antiguo jefe de la Guardia Nacional, se ofrece a llevar la orden a las Tullerías, a donde llega a las diez y media. Allí continúa la resistencia, en el Carrusel los cadáveres con uniforme rojo se mezclan con los de azul. Dentro de palacio, los suizos combaten contra los insurgentes, que han logrado penetrar dentro a través de la gran galería del Louvre. En medio de las balas y la matanza general, d´Herville logró llegar a los defensores y mostrarles la orden del rey. Los suizos se agrupan y en medio de mortíferas descargas, comienzan su marcha: un grupo alcanzó los jardines y llegó a la Asamblea, tras perder la mitad de sus efectivos en este corto trayecto. Otro, marchando en buen orden, a pesar del terrible fuego graneado de flanco que sufre, llega a la plaza Luís XV donde es rodeado por la Gendarmería a Caballo, a la que se entrega, desde allí los suizos son conducidos al ayuntamiento para ser interrogados vagamente por Huguenin, antes de ser asesinados. Los cadáveres son despojados de sus ropas y mutilados, con un ensañamiento obsceno, sobre todo por las mujerzuelas, muchas de ellas las mismas arpías de las jornadas de octubre.
Aunque la mayoría de los defensores salieron en estos dos grupos cuya suerte ya hemos relatado, un tercer grupo lo constituyeron aquellos suizos a los que no llegó la orden y continuaron la resistencia en el vestíbulo, las escaleras y los aposentos, defendiendo el palacio con un tranquilo heroísmo hasta que agotaban las municiones; después, eran degollados por la chusma.
Hacia las once, Westermann se había apoderado del vestíbulo, tras sufrir muchas bajas, y se precipita por todo el palacio, donde comienza la carnicería. El populacho, armado con picas, hachas, cuchillos, se extiende por todas las habitaciones; algunos grupos de suizos defienden alguna sala o aposento, hasta gastar la última bala, momento en que la muchedumbre cae sobre ellos y los degüella. La última resistencia concluyó en torno a las once y media de la mañana del 10 de agosto de 1792.
Cuántos aristócratas, servidores, empleados de palacio caen en mano de los insurgentes, son asesinados sin piedad y sus cadáveres arrojados por las ventanas. Pierde la vida allí, en esa matanza, el antiguo constitucionalista Clermont – Tonnerre, que desengañado de sus viejas ilusiones revolucionarias, había acudido a Palacio a defender a su rey.
Las mujeres fueron por lo general respetada, tal y como ocurrió con la princesa de Tarento, o las señoras de Tourzel o Campan; todos los rincones del palacio fueron saqueados mientras algunos de los servidores lograron huir, escapando por las vastas galerías hacia las ventanas, desde donde se arrojaban al exterior. El populacho penetró en los aposentos reales, revolvió todos los depósitos de papeles, rompió todas las cerraduras para satisfacer el doble gusto de la curiosidad y la destrucción. Las cocinas, los almacenes, los muebles, las mesas, los objetos de arte, todo fue objeto de saqueo, nada se perdonó. A la matanza y el robo, sucedió el incendio. Las llamas que habían devorado los barracones adosados a las paredes, en los patios exteriores, comenzaron a lamer el edificio principal, amenazándolo con la más completa destrucción. Sin embargo, también entre los vencedores hubo muestras de probidad, así el oro y las joyas hallados en palacio, fuera por vanidad popular o desinterés que nace de la exaltación y el fanatismo, fue recogido y llevado a la Asamblea.
Todavía no hemos terminado con los relatos de las Tullerías...
Saludos
Entretanto, en la Asamblea, presa de gran agitación, por el indeciso resultado de la lucha, de la que estaba informada por varios emisarios, y por la llegada de unos guardias nacionales armados que clamaban como locos por “la traición de los suizos y la perfidia del Rey” y demandaban “venganza contra los asesinos del pueblo”.
Luís XVI, que se encontraba allí, presionado por numerosos representantes, para que pusiera fin a la masacre, escribió la última orden que daría en su vida como Rey, sobre un trozo de papel: “El rey ordena a los suizos que depongan al instante las armas y se retiren a sus cuarteles, firmado: Luís”.
El mariscal de campo d´Herville, antiguo jefe de la Guardia Nacional, se ofrece a llevar la orden a las Tullerías, a donde llega a las diez y media. Allí continúa la resistencia, en el Carrusel los cadáveres con uniforme rojo se mezclan con los de azul. Dentro de palacio, los suizos combaten contra los insurgentes, que han logrado penetrar dentro a través de la gran galería del Louvre. En medio de las balas y la matanza general, d´Herville logró llegar a los defensores y mostrarles la orden del rey. Los suizos se agrupan y en medio de mortíferas descargas, comienzan su marcha: un grupo alcanzó los jardines y llegó a la Asamblea, tras perder la mitad de sus efectivos en este corto trayecto. Otro, marchando en buen orden, a pesar del terrible fuego graneado de flanco que sufre, llega a la plaza Luís XV donde es rodeado por la Gendarmería a Caballo, a la que se entrega, desde allí los suizos son conducidos al ayuntamiento para ser interrogados vagamente por Huguenin, antes de ser asesinados. Los cadáveres son despojados de sus ropas y mutilados, con un ensañamiento obsceno, sobre todo por las mujerzuelas, muchas de ellas las mismas arpías de las jornadas de octubre.
Aunque la mayoría de los defensores salieron en estos dos grupos cuya suerte ya hemos relatado, un tercer grupo lo constituyeron aquellos suizos a los que no llegó la orden y continuaron la resistencia en el vestíbulo, las escaleras y los aposentos, defendiendo el palacio con un tranquilo heroísmo hasta que agotaban las municiones; después, eran degollados por la chusma.
Hacia las once, Westermann se había apoderado del vestíbulo, tras sufrir muchas bajas, y se precipita por todo el palacio, donde comienza la carnicería. El populacho, armado con picas, hachas, cuchillos, se extiende por todas las habitaciones; algunos grupos de suizos defienden alguna sala o aposento, hasta gastar la última bala, momento en que la muchedumbre cae sobre ellos y los degüella. La última resistencia concluyó en torno a las once y media de la mañana del 10 de agosto de 1792.
Cuántos aristócratas, servidores, empleados de palacio caen en mano de los insurgentes, son asesinados sin piedad y sus cadáveres arrojados por las ventanas. Pierde la vida allí, en esa matanza, el antiguo constitucionalista Clermont – Tonnerre, que desengañado de sus viejas ilusiones revolucionarias, había acudido a Palacio a defender a su rey.
Las mujeres fueron por lo general respetada, tal y como ocurrió con la princesa de Tarento, o las señoras de Tourzel o Campan; todos los rincones del palacio fueron saqueados mientras algunos de los servidores lograron huir, escapando por las vastas galerías hacia las ventanas, desde donde se arrojaban al exterior. El populacho penetró en los aposentos reales, revolvió todos los depósitos de papeles, rompió todas las cerraduras para satisfacer el doble gusto de la curiosidad y la destrucción. Las cocinas, los almacenes, los muebles, las mesas, los objetos de arte, todo fue objeto de saqueo, nada se perdonó. A la matanza y el robo, sucedió el incendio. Las llamas que habían devorado los barracones adosados a las paredes, en los patios exteriores, comenzaron a lamer el edificio principal, amenazándolo con la más completa destrucción. Sin embargo, también entre los vencedores hubo muestras de probidad, así el oro y las joyas hallados en palacio, fuera por vanidad popular o desinterés que nace de la exaltación y el fanatismo, fue recogido y llevado a la Asamblea.
Todavía no hemos terminado con los relatos de las Tullerías...
Saludos
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Quince saqueadores que fueron capturados con joyas y oro por sus compañeros de asalto, fueron detenidos, conducidos a la plaza Vendôme, y allí, sin juicio, colgados de los faroles, como escarmiento. Todo el espacio de las Tullerías y las calles de los alrededores estaban cubiertos de cadáveres y despojos.
En cuanto a las víctimas mortales de la jornada se suelen cifrar en unas mil, cifra algo elevada a mi juicio. Los suizos que defendieron las Tullerías fueron 700 (pues dos compañías que acompañaron al Rey a la Asamblea, no participaron en la acción), de ellos 49 murieron en los combates, 80 degollados en el interior del Palacio, 170 asesinados en el Ayuntamiento tras su captura y 190 cayeron en el corto trayecto de las Tullerías a la Asamblea, cuando tuvieron que marchar en medio de mortíferas cargas, eso hace un total de unos 500 suizos muertos en la acción por diversas causas.
A ello hay que añadir otros 200 muertos entre los caballeros de San Luís, los servidores de palacio y las personalidades que se encontraban en él en el momento del asalto. En cuanto a los insurrectos tuvieron unos 160 muertos y 250 heridos, aproximadamente.
En total las víctimas mortales del asalto a las Tullerías pueden cifrarse en torno a las 900 personas; de no ser por la falta de municiones de los defensores, imputable a Petion, que se las fue quitando en los días previos, es muy probable que el populacho no hubiera podido imponerse a la valerosa resistencia de los suizos, en cuyo caso, el Rey habría sido rescatado por ellos de la Asamblea, que probablemente hubiera sido desalojada y el curso de la historia de la Revolución, de Francia y del Mundo quizás hubiera tomado otro curso. Eso jamás lo sabremos.
Saludos
En cuanto a las víctimas mortales de la jornada se suelen cifrar en unas mil, cifra algo elevada a mi juicio. Los suizos que defendieron las Tullerías fueron 700 (pues dos compañías que acompañaron al Rey a la Asamblea, no participaron en la acción), de ellos 49 murieron en los combates, 80 degollados en el interior del Palacio, 170 asesinados en el Ayuntamiento tras su captura y 190 cayeron en el corto trayecto de las Tullerías a la Asamblea, cuando tuvieron que marchar en medio de mortíferas cargas, eso hace un total de unos 500 suizos muertos en la acción por diversas causas.
A ello hay que añadir otros 200 muertos entre los caballeros de San Luís, los servidores de palacio y las personalidades que se encontraban en él en el momento del asalto. En cuanto a los insurrectos tuvieron unos 160 muertos y 250 heridos, aproximadamente.
En total las víctimas mortales del asalto a las Tullerías pueden cifrarse en torno a las 900 personas; de no ser por la falta de municiones de los defensores, imputable a Petion, que se las fue quitando en los días previos, es muy probable que el populacho no hubiera podido imponerse a la valerosa resistencia de los suizos, en cuyo caso, el Rey habría sido rescatado por ellos de la Asamblea, que probablemente hubiera sido desalojada y el curso de la historia de la Revolución, de Francia y del Mundo quizás hubiera tomado otro curso. Eso jamás lo sabremos.
Saludos
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