La Pugna Continuación de "El Visitante"
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Editado por "fantasmas .0"
Última edición por Gaspacher el 31 Dic 2015, 12:32, editado 1 vez en total.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Creo que esto iba para otro hilo.
Saludos
Saludos
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Pues sí,cosa de los fantasmas informáticos...
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- Teniente
- Mensajes: 987
- Registrado: 17 Nov 2014, 21:39
La Pugna Continuación de "El Visitante"
¿A que diste de comer a medianoche a los parientes de Gizmo, eh pillín? Y claro, pasa lo que pasa.
- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
-
- Teniente Coronel
- Mensajes: 2021
- Registrado: 27 Ene 2009, 18:25
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Había otra película anterior con el mismo nombre de la primera guerra mundial que fue censurada, solo recientemente se ha rescatado.urquhart escribió:sin olvidarnos de la crítica de Senderos de Gloria, sobre la ofensiva de Dávila en el frente luso
Como la de los cañones de Santa Cruz basada en los cañones que habían colocado los británicos para proteger las Canarias.Gaspacher escribió:Donde va a parar, antes si se hacia cine de verdad, ahora son todo efectos especiales pero sin argumento...
O la Gran Escapada de la fuga de los prisioneros españoles e italianos y el caos que montaron en la retaguardía enemiga.
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Memorias de Nazario Ballarín Fañanás
El sargento pegó un bofetón a uno de sus soldados y les dijo, enérgicamente pero en voz baja.
—Como pille a otro imbécil con la metralleta montada le voy a partir el alma a hostias.
Los soldados asintieron, cabizbajos, y revisaron de nuevo sus armas. Conocían al sargento y sabían que la amenaza no era en balde: Ballarín arrastraba el mal humor desde Gibraltar, cuando el capitán Rodríguez le prometió la Medalla Militar Individual para hacerse matar en la siguiente trinchera. Ya podría haber tenido más cuidado ese capitán: Ballarín se hubiese llevado su Individual, estaría más contento que unas pascuas, y no haría la vida imposible a los pobres guripas.
A Ballarín no le gustaba tratar de esa manera a sus hombres, pero se jugaban mucho. Su pelotón de asalto se estaba infiltrando entre los puestos avanzados portugueses, y si un disparo intempestivo les delataba estarían perdidos. El sargento había manejado los naranjeros en el Ebro y sabía que la única manera de llevar seguras esas armas era descargardas. Bueno, las llamaban naranjeros, pero no lo eran, porque no se trataba de las copias clandestinas del subfusil MP 38 fabricadas en talleres valencianos, sino de los fabricados en La Coruña, con un acabado como Dios manda. Pero todo el mundo los llamaba naranjeros, y a fin de cuentas tenían el mismo mecanismo. Cualquier subfusil que funcionase por retroceso con cerrojo abierto podía dispararse con un tropezón o incluso una sacudida. Estuviese hecho por el mejor armero o acabado a mandarriazos en la cerrajería de la esquina.
—Ya sabéis: los naranjeros al hombro y los cargadores, en la bolsa, con las bombas. Las manitas, quietas, que nadie juguetee con las cintas de las granadas. Que vaya delante Ochoa con su cuchillo. Vosotros, me seguís y chitón. Cuando lleguemos a las líneas herejes, las limpiaremos con las granadas, pero al que lance una antes que yo lo apiolo ¿entendido? Pues marchando.
—Sargento —le dijo luego el alférez Manrique—, no sea tan duro con los muchachos.
—A sus órdenes, mi alférez, pero será mejor que esos zopencos se anden con cuidado si quieren seguir con la piel entera.
La sección avanzó sigilosamente en fila india, con Ochoa, un antiguo cazador furtivo, explorando delante. Al sargento le costaba mantener la concentración: iba pensando en que sería su quinto asalto, que ya estaba bien. Ballarín era oriundo de Grustán, un pueblecito de la Ribagorza al que poca vida le quedaba: perdido en la sierra, sus habitantes marchaban a Barcelona atraídos por los salarios de las fábricas. Nazario no había llegado a conocer a su madre, y al enviudar su padre también había escuchado la llamada de la ciudad, cambiando las peñas entre las que vivía por una minúscula habitación en una casucha del Poblenou. Los patrones exprimían a los obreros y los sueldos de su padre y de su hermano Ambrosio apenas llegaban para calmar el hambre. Durante los conflictivos años de la República, su padre se había unido a los anarquistas, sin saber que estaba condenando a su familia: el hijo mayor, Ambrosio, había caído cuando los Aguiluchos atacaron la ermita de Santa Quiteria, no demasiado lejos de Grustán. A su padre le llegó el turno en mayo del 37, durante el asalto de los carabineros al Ateneo Libertario. Nazario se libró porque era un crío imberbe que se afanaba en una factoría de guerra en la Meridiana. Por poco, porque en seguida fue reclutado, junto con muchos adolescentes, en la que fue llamada “leva del biberón”. Con las vanguardias de la 42ª División cruzó el Ebro en Fayón. Pero por entonces Nazario ya estaba harto de todos esos comisarios graznando las glorias de una revolución que había matado a su padre, y aprovechando la infiltración se infiltró más de la cuenta, y se pasó a los nacionales. No había elegido buen momento, porque en la 50ª división nacional reinaba el caos y hubo quien pensó que Nazario no era un huido sino que se había perdido. Pero había sido precavido y se había llevado una nota en la que declaraba que sus intenciones eran cambiar de bando.
Una rápida clasificación y a Nazario le dieron el visto bueno, encuadrándolo en la División 74, a tiempo del asalto a la sierra de Cavalls. Donde se decidió la batalla del Ebro y casi la vida de Nazario, porque mientras asaltaba una trinchera un morterazo que cayó cerca estuvo de arrancarle el alma. Suerte tuvo en ser operado a tiempo, pero la larga recuperación le ahorró la ofensiva de Cataluña. Pudo reincorporarse a tiempo para la gran ofensiva de la cabeza de puente de Toledo, emprendida con todo lujo de medios; pero no hubo resistencia republicana, y la 74 recorrió la Mancha en plan desfile. Nazario estaba en Ciudad Real cuando acabó la guerra, y empezó a cuestionarse su futuro.
Nada ni nadie le esperaba. El pisucho de Barcelona estaba alquilado y no valía la pena intentar volver a ese tugurio. La aldea de Grustán agonizaba, idas sus gentes. Unas tías lejanas en Graus, a las que apenas conocía, eran toda su familia. Nazario tampoco sabía si le licenciarían, ya que se decía que los del biberón tendrían que repetir la mili, esta vez en el ejército franquista. Con el aval que las heridas de guerra, tal vez hubiese conseguido la licencia pero ¿para qué? ¿para volver a una fábrica gris, en la ciudad gris que había matado a su familia? La decisión fue fácil: solicitó el reenganche, siendo premiado con los galones de cabo y la rutinaria vida de guarnición. Que poco duró, ya que los herejes volvieron a llevar la guerra a España. Volvió a constituirse el Cuerpo de Ejército del Maestrazgo y la 74ª División, “la Leona". En el asalto a Sierra Carbonera, el que rompió las defensas de Gibraltar, Nazario no consiguió la preciada Militar Individual —solo un escalón por debajo de la Laureada—, pero sí las sardinetas de sargento y el mando de un pelotón de asalto —solo un escalón por debajo de la muerte.
Nazario sacudió la cabeza. En la tierra de nadie, una distracción podía serle fatal. Se detuvo e intentó atisbar en la heladora pero clara noche. La luna era apenas una rendija de luz que no llegaba a abrir las tinieblas que cubrían la Beja.
—Mi sargento —dijo susurrando Ochoa, el antiguo furtivo—. Están ahí delante. Hay una línea de alambradas.
—Muy bien, Ochoa. Espera un momento —Nazario se volvió cuidadosamente hasta encontrar al oficial al mando de la sección.
—Alférez, están a cien metros. Aun podremos acercarnos un poco.
—No, sargento. Estaríamos demasiado cerca y nos podría alcanzar nuestra artillería. Esperaremos.
Nazario asintió, pensando para sus adentros que Manrique era un imbécil. Era mejor pegarse al enemigo y arriesgarse a recibir un pepino que cayese corto, que dar tiempo al enemigo a recuperarse. Pero si el alférez decía eso, habría que hacerlo. El sargento ordenó desplegarse a sus hombres, y que preparasen los tubos explosivos.
Veinte minutos después el horizonte se iluminó tras ellos: medio millar de cañones, entre alemanes y españoles, abrieron fuego.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Durante la guerra, a medida que se suceden los combates, la infantería cubre sus bajas con reemplazos bisoños. Oficiales recién estampillados tratan de suplir con valor su inexperiencia, y la tropa se hace cada vez más torpe. Al contrario, la artillería aprende con cada batalla, desarrolla nuevas técnicas de fuego y mejora su puntería. Tras tres años de guerra civil y otro de guerra de supremacía, la artillería española, que había sustituido sus gastados cañones por modernas piezas francesas y checas, era la mejor del mundo.
Bruscamente, el infierno cayó sobre la posición portuguesa. Cincuenta proyectiles estallaron en poco más de diez segundos, y siguieron cayendo. Los soldados españoles veían como las explosiones arrasaban la posición enemiga, y Nazario se moría de ganas de correr hacia las alambradas. Pero el alférez no daba la orden. Al final se hartó, se puso en pie y gritó a sus hombres que le siguieran.
—¡Sargento Ballarín, no sea loco! —gritó el oficial. Los otros dos pelotones, obedientemente, esperaron, mientras los hombres de Nazario llegaban hasta la alambrada. Introdujeron los torpedos Bangalore y encendieron las mechas. Segundos después estallaban, abriendo brechas en el alambre de espino. Casi al mismo tiempo el bombardeo artillero finalizaba.
—¡Adelante, chicos! —gritó Nazario, mientras quitaba el tape a una bomba de mano y la lanzaba en la trinchera. Tras la explosión, el sargento saltó a la zanja y puso un cargador en su naranjero. Una ojeada le mostró que su pelotón le estaba siguiendo, pero que el resto de la sección seguía atrás. Daba igual: era el momento de actuar, cuando los portugueses seguían atontados por las explosiones. Tomó otra bomba de mano y avanzó por la trinchera. Justo entonces una bengala se elevó e iluminó el campo de batalla, descubriendo al resto de la sección corriendo por la tierra de nadie. Una ametralladora tableteó y los hombres cayeron como bolos.
—¡Mierda! —exclamó Nazario— ¡Ese barbilindo tendría que haberme escuchado! ¡Montano y Rojas, seguid adelante! Yo iré a por la ametralladora.
Mientras las ráfagas seguían barriendo el campo, Nazario saltó a la siguiente sección de trinchera; vio una sombra y, apoyando el naranjero en la cadera, disparó una corta ráfaga que hizo saltar la tierra a dos palmos de su enemigo, que intentaba levantar un fusil; apuntó un poco hacia la derecha y con otra ráfaga perforó el pecho del portugués. El sargento siguió corriendo. Al ver el agujero de un refugio, lanzó en su interior dos bombas de mano, y continuó su avance. Por fin llegó al ramal de trinchera que llevaba al nido de la ametralladora; lanzó otra granada y, cuando estalló, vació lo que quedaba del cargador del naranjero en el interior del blocao.
Mientras, en la tierra de nadie empezaron a estallar los morterazos. Solo unos pocos españoles consiguieron atravesar las brechas de la alambrada y unirse con el pelotón del sargento. Entre ellos estaba el alférez, que al llegar a la trinchera se desplomó. Nazario corrió a su encuentro, pero al verlo comprendió que poco había que hacer: varias esquirlas habían atravesado el abdomen del alférez, que sangraba profusamente.
—Sargento —dijo con voz casi inaudible—, tome el mando.
Nazario no necesitaba la orden. Ahora lo haría todo a su manera. Ordenó los soldados que terminasen de limpiar el anillo exterior de defensas. El sargento tomó una bolsa llena de bombas, otra con cargadores, y mientras Montano y Rojas disparaban ráfagas para cubrirle, corrió hacia el segundo anillo, sobre el que aun caían los proyectiles; a unos metros encontró una trinchera de comunicación a la que saltó. Al llegar a la segunda línea de posiciones, Nazario repitió el proceso: bomba, salto y ráfagas a lo que se moviese. Pronto empezaron a salir soldados con uniforme pardo, que levantaban las manos.
—Nós nos entregamos. Não nos matem, para sua mãe.
Los supervivientes de la sección reunieron los prisioneros, y un enlace corrió para decir que el paso estaba abierto. Nazario dejó dos soldados vigilando a sus prisioneros, mientras seguía adelante.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Los restos de la sección prosiguieron su avance, con Ochoa delante, y los hombres desplegados en una amplia línea. El sargento apremiaba a los soldados para que siguiesen moviéndose: había que aprovechar la larga noche y el desconcierto enemigo. Un soldado llegó corriendo.
—Mi sargento, tengo un mensaje del teniente Ureña para el alférez Manrique.
—Al alférez le han dado lo suyo y yo estoy al mando. Desembucha.
—El teniente pide que le avise cuando tome la posición 252.
—Tío ¿no tienes ojos en la cara? Para encontrarme has tenido que atravesar la dichosa posición. Dile al teniente que la 252 es segura, y que sigo hacia Vila Nova.
Tras una hora de caminata los hombres llegaron a un pueblo de casas bajas pintadas de blanco. Ni una luz se veía, pero la luna lucía. Hacia el este seguían los destellos y los ruidos de las explosiones: los combates proseguían en la línea portuguesa. Pero en el pueblo tan solo se oía el ruido de alguna ventana al cerrarse: los portugueses observaban por las rendijas el paso de los españoles. Los españoles siguieron avanzando, no por el centro de las calles, sino pegados a las paredes, vigilando con sus armas las ventanas de las casas de enfrente. Al llegar a los cruces pasaban de uno en uno mientras otros vigilaban las esquinas. Ya bastante adentrado en la localidad, Nazario vio las sombras de varios camiones, y levantó la mano para detener a sus hombres.
—Tened cuidado, que allí podría haber alguien. Rojas, toma un par de guripas y rodea por ahí. Nosotros os esperaremos.
Los tres soldados se perdieron en las sombras, pero apenas un minuto después se oyeron varios disparos.
—¡Cubridme! —gritó Nazario, echándose a correr.
Los españoles dispararon contra los bultos y los ocasionales destellos, mientras el sargento se arrastraba junto a un muro. Cuando llegó cerca de un camión, lanzó una bomba de mano. Segundos después estalló y el vehículo comenzó a arder, descubriendo la casita desde la que los soldados portugueses disparaban. Era un edificio de dos pisos, con balcones y ventanas cubiertos de sacos terreros. Una segunda mirada le permitió ver que otra casa situada enfrente también estaba protegida con sacos: entre las dos no dejaban ángulos muertos. Nazario retrocedió poco a poco.
—Por aquí no se puede. Montano, sigue disparando para entretenerlos, pero no te arriesgues. Los demás, seguidme, vamos a ver por detrás.
El pelotón se internó en las estrechas calles, y casi diez minutos después salía a otra plaza en la que estaba la iglesia. Pero tras cruzarla, a Nazario le pareció que esa calle también estaba defendida.
—Chicos, aupadme que voy a ir por los tejados; esperad a que llegue cerca, y entonces disparad como si os regalasen las balas.
Se aupó a los hombros de un soldado y subió al bajo tejado de la casa tras la iglesia. Pisando las tejas con cuidado, fue pasando de edificio en edificio, hasta llegar junto a la casa fortificada. Un minúsculo patio le separaba de la reja de un balcón. Justo entonces los otros soldados empezaron a disparar. Nazario vio movimiento tras el cristal del balcón. Tomó el naranjero, metió un cargador, y disparó una corta ráfaga. Luego cruzó de un salto el pequeño espacio y lanzó una granada al interior. Cuando estalló, los restos de la puerta del balcón se desencajaron, y el sargento, de un salto, entró en la habitación. Le pareció que algo se movía y lo acribilló. Al otro lado de la habitación había una puerta que se había caído, por la que otro soldado estaba entrando; el sargento volvió a disparar. Nazario cambió el cargador, tiró otra bomba por la puerta y, cuando estalló, saltó al pasillo. La débil luz del camión ardiendo que entraba por las ventanas le dejó ver otros bultos, que ametralló. Entonces empezaron a oírse voces de portugueses que se rendían.
—Nós somos amigos , não a tire.
—¡Manos en alto todos!
Mientras los otros soldados españoles entraban en la casa, los portugueses empezaron a salir: algunos llevaban uniformes cuajados de galones y medallas. Otra habitación estaba llena de mapas y de teléfonos, y Nazario comprendió que acababa de tomar la jefatura del sector. Buscó al portugués que le pareció más viejo y con más medallas, y empezó a gritarle.
—¿Eres el que manda? Responde o te mato.
—Eu sou o coronel Pedro Rui Arantes Borreiro Gomes e peço respeito.
—¿Coronel? No sé qué dices de respeto pero, si no mandas a los tuyos que se rindan, te arranco las orejas —para subrayar el argumento, apoyó el cañón del naranjero, casi al rojo, bajo la barbilla del portugués, que gritó de dolor.
—¿Te rindes o no?
— Eu me rendo, eu me rendo.
El día once de diciembre, mientras a veinte kilómetros al norte se libraba la batalla de Estremoz, la 74ª división había abierto otra brecha en las líneas portuguesas.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- Teniente Coronel
- Mensajes: 2021
- Registrado: 27 Ene 2009, 18:25
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Domper escribió:
Durante la guerra, a medida que se suceden los combates, la infantería cubre sus bajas con reemplazos bisoños. Oficiales recién estampillados tratan de suplir con valor su inexperiencia, y la tropa se hace cada vez más torpe. Al contrario, la artillería aprende con cada batalla, desarrolla nuevas técnicas de fuego y mejora su puntería. Tras tres años de guerra civil y otro de guerra de supremacía, la artillería española, que había sustituido sus gastados cañones por modernas piezas francesas y checas, era la mejor del mundo.]
Sería interesante saber cómo se ha desarrollado el sistema español en la LTU, porque el sistema francés del que podía proceder tuvo sus problemas (y la experiencia colonial española hacía más incapie en la infantería y la artillería ligera), y el alemán tenía sus limitaciones.
Quizás lo mejor es que los españoles improvisen cosas del sistema americano (mezcla del inglés y el alemán, con cosas como el TOT) pero requeriría buenos equipos de comunicaciones.
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Federico Artigas Lorenzo
La gracia del plan del mariscal Von Manstein era atacar por donde menos se esperase ¿Qué el mejor camino a Lisboa era el de Évora? Pues habría que evitarlo como la peste. Aunque ya puestos, se podía hacer como si fuese la ruta escogida. Ese fue el papel de nuestro ejército encelar a los herejes, como el trilero que mueve las cáscaras para atraer la vista del incauto. Bien lo hizo García Valiño, que supo atraer a los herejes a Estremoz para ser derrotados, y luego amenazó Évora para obligarles a reforzarla.
Nosotros, quiero decir, la sexta panzer y el resto de los amigotes alemanes, nos habíamos estado luciendo por Salamanca y por el Tajo, dejándonos ver por propios y extraños. Pero cuando el ejército español empezó a dar que hablar nos esfumamos. Vuelta al tren, que nos llevó otra vez hacia el sur dando un buen rodeo: en lugar de tomar la ruta directa —demasiado cercana a Portugal y a la vigilancia hereje— fuimos por Toledo, Despeñaperros y Córdoba hasta Sevilla. Un recorrido que nos costó dos días. Las unidades motorizadas se movieron por su cuenta, y se reunieron en Sevilla con parte de las divisiones panzer, para continuar hacia Jerez de los Caballeros. El resto seguimos en tren hacia Zafra, que era nuestro destino real. Una vez allí nos metieron a toda prisa en naves y pajares de los que no se podía salir ni para fumar. A la noche siguiente, otro saltito, esta vez con nuestros propios medios, hasta Jerez de los Caballeros, y luego nos llegamos a la frontera. Porque la intención del mariscal Von Manstein era repetir lo de Bélgica: dar una puñalada en el bajo vientre a nuestros enemigos, rodeando Évora por el sur y yendo directamente a por Setúbal.
La ofensiva empezó la madrugada del día once, cuando en el resto de la frontera se llevaba ya tres días batallando. Ese retraso era para que los ingleses se centrasen en lo suyo, que era intentar dar en el morro a los españoles —que esta vez no les salió— y que a nosotros no nos hiciesen mucho caso. La división 74 tuvo la gentileza de abrirnos las puertas, atacando las desprevenidas líneas portuguesas entre Moura y Serpa. Como en el Guadiana, los portugueses habían excavado larguísimas trincheras, que impedían que nos infiltrásemos, pero que hubiesen necesitado un ejército inmenso para defenderlas y no unos pocos batallones de desharrapados. La 74 no atacó toda la línea, sino que abrió pequeños boquetes por los que se colaron cuatro divisiones Panzer, entre ellas la nuestra, la sexta. Nuestra división tenía como primer objetivo un puente de gran valor estratégico: el de Moura, un viaducto ferroviario que salvaba el río Guadiana. Tan valioso que fue el único objetivo atacado por paracaidistas: dos compañías saltaron durante la noche del día diez y ocuparon el puente fácilmente. Pero tirándose en paracaídas pocas armas podían llevar, poco más que fusiles y metralletas, y si les atacaban con tanques solo podrían rezar. Era misión nuestra reforzarlos antes que llegasen los blindados enemigos.
Para intentar conectar con los paracaidistas cuanto antes el general Von Thoma había organizado un grupo motorizado, que tenía que llegar al viaducto aprovechando la confusión de los primeros momentos. El grupo constaba de una sección de reconocimiento de motoristas, algunos coches ligeros, una compañía con blindados, y otra de infantería en camiones, pero para darle un poco de mordiente le asignó los cañones PAR 41 montados en Kubelwagen, que iba a mandar el teniente Lammert. Allí que me vi. Nos iban a guiar unos cuantos viriatos, que también harían de traductores. En cuando nos avisaron desde la 74 que el camino estaba abierto salimos a escape. Los motoristas nos precedieron buscando sorpresitas, que no había. Vimos que se combatía al sur de Vila Nova, y en el pueblo ardía alguna casa, pero por lo demás estaba todo tranquilo. Tras cruzar la localidad, pasamos por un par de aldeas dormidas, y aun era de noche cuando llegamos a lo que podía ser el principal obstáculo, una villa amurallada llamada Serpa. El mayor Schliekmann, que estaba al mando del grupo, no quiso jugársela y se dejó guiar por un viriato natural del pueblo, que nos llevó por las calles de las afueras sin tener ningún mal encuentro. Hasta el puente ya solo quedaba un paseo, y llegamos cuando apuntaba la aurora.
Los paracaidistas nos recibieron con alegría, aunque nos dijeron que la carrera había sido innecesaria porque los herejes se estaban retirando del sur de Portugal. La región solo estaba defendida por el ejército renegado de Mata Oliveira, y los soldados portugueses, al verse solos, decidieron que la guerra no iba con ellos. La mayor parte de las unidades simplemente cambió de bando: detuvieron a los oficiales más comprometidos, juraron fidelidad al Estado Novo, y si te he visto no me acuerdo. En el viaducto de Moura había tal tranquilidad que el mayor Schliekmann solicitó permiso para seguir adelante. Von Thoma se lo concedió, aunque obligándole a dejar a la infantería en el puente, que no era cosa de jugárselo por correr un poco más. Cruzamos el río por el viaducto, que aunque habían puesto unos tablones daba vértigo ver la caída a ambos lados, y seguimos hacia Lisboa.
A apenas veinte kilómetros estaba Beja, la capital del distrito, que tampoco vaya a creerse que era una gran ciudad, sino un pueblo gordo. Suponíamos que al menos estaría defendido por la Guardia Nacional Republicana, una especie de Guardia Civil lusa. Un poco más allá había una base aérea de cierta importancia de las que habían usado los herejes para martirizarnos. Tampoco pasaría nada si la tomábamos más o menos intacta. El mayor nos dijo —bueno, dijo a los demás, porque yo poco le entendí, menos mal que Coll me ayudó traduciéndole— que el grupo de exploración era prescindible. Íbamos a correr un riesgo muy grave, pero nos esperaban muchas cruces de hierro. A temblar, que yo ya sabía cómo se conseguían las chapitas de colgar en el pecho.
Schliekmann le echó todo el morro que pudo y entró en Beja como quien desfila. Hasta llevábamos banderas portuguesas en algunos coches. La gente nos miraba desde las ventanas con asombro porque no tenían noticias de nuestro avance. Los viriatos gritaban que Mata Oliveira había sido derrocado y que los ingleses huían. Los portugueses no sabían a qué atenerse, pero nos dejaron llegar hasta el ayuntamiento —o junta de fregresía, o como leches digan nuestros vecinos— y allí el mayor emplazó los blindados y, sobre todo, los cañones. Los portugueses nunca habían visto un cañón sin retroceso, pero al ver que unos tubos les apuntaban supusieron que mangueras no debían ser. La municipalidad decidió que siempre había sido fiel admiradora de Salazar, nos empezó a aclamar, y aconsejó a la Guardia Nacional que hiciese lo mismo. Enfrente de su cuartel volvimos a montar el mismo numerito, que nos salió de cine. Beja era nuestra, y ya estábamos a solo cuarenta kilómetros de las líneas defensivas británicas. Por entonces, la reserva de Wilson aun no había empezado a hacerse matar en Estremoz.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Justo al norte de Beja había dos aeródromos que a la Luftwaffe vendrían como anillo al dedo. Estaban un poco perjudicados porque llevaban una semana aguantando bombazos, pero había que intentar que los míster no los acabasen de destruir. El mayor tuvo que tomar una decisión difícil: podía conservar Beja, o ir a por las bases, confiando en que la Guardia Nacional Republicana mantuviese su recién descubierta fidelidad al Estado Novo. Se decidió por lo segundo y salimos arreando hacia el norte. Solo dejó en la ciudad a un oficial viriato y a una escuadra con un blindado, para que recordasen a los portugueses que los panzer estaban al caer.
Casi en las afueras de la ciudad había un pequeño aeródromo que ya estaba abandonado: no era más que un campo vacío de tierra apisonada. Pero ya muy cerca estaba la base aérea de Beja, y allí encontramos a los primeros ingleses. Hasta ahora no se habían enterado de nada. Sabían que se combatía un poco hacia el norte, por lo que la preparación artillera de la noche pasada, sonando al este y no al noroeste, les había alarmado. Por si las moscas, estaban haciendo las maletas: todos los aviones salvo los averiados habían sido evacuados, y también se estaban preparando para retirar la antiaérea a las líneas fortificadas. Bien que nos vino, porque al ver una fila de camiones el mayor ordenó que entrásemos como un elefante en una cacharrería. Los coches blindados ametrallaron a los camiones herejes con sus cañones de veinte milímetros, y en un momento se organizó un pandemonio con vehículos ardiendo, autoametralladoras corriendo por la base, y soldados herejes intentando resguardarse en rincones inverosímiles. Algún inglés anduvo un poco más vivo, y desde unos barracones empezó a disparar una ametralladora, supongo que una Vickers. Buen momento para que los PAR 41 se estrenasen. El teniente Lammert desplegó los cañones y fue dando órdenes. Le sorprenderá, pero algo entendí, pues me había aplicado a lo del lenguaje de órdenes.
—¡Rompedor! Contra ese barracón. Dispara con el fusil hasta darle. —El fusil disparó un par de veces, y cuando una trazadora acertó, Lammert volvió a gritar— ¡Fuego!
El cañón pegó el estampido de siempre, alarmando a propios y extraños. El proyectil entró por la ventana y tuvo un efecto demoledor en el pequeño barracón, construido con placas de madera y de metal: las ventanas y las puertas se desencajaron y el techo, tras levantarse un palmo, se hundió. Por si las moscas el Kubelwagen se retiró, porque el fogonazo del cañón lo había delatado ante medio Portugal.
El combate se iba generalizando. Se presentó en plan gallito un camión con varias ametralladoras montadas. Como antiaéreo no era nada del otro jueves, pero contra nosotros un montaje de cuatro Vickers era un enemigo de cuidado, porque esas máquinas ni se atascaban ni se calentaban. Empezó a disparar hacia donde estábamos, pero otro de los cañones sin retroceso, que estaba resguardado tras unos arbustos, soltó un pepinazo que enseñó que unas ametralladoras, por muy Vickers que fuesen, no podían chistarle a un cañón. Tras el camión, que ahora ardía como una tea, amanecieron dos autoametralladoras de un modelo de pinta anticuada, que parecían tiznados como los de nuestra guerra. Poco tenían que hacer contra los blindados alemanes que llevaban cañones del dos, pero por si acaso nuestros cañones remataron la faena. Poco más duró la lucha: la poca resistencia organizada que quedaba la finiquitaron algún cañonazo más del ocho con ocho. Algunos coches escaparon, y el montón de herejes que no tenía camiones en los que montarse arrojó las armas y levantó las manos. Resultó que había un batallón defendiendo la base. Los prisioneros dijeron que habían sido los cañonazos los que los decidieron: pensaron que petardos de ese calibre solo podía tirarlos la artillería, y si los alemanes tenían cañones por allí era porque llegaban con todo el inventario, y no era el momento de ponerse farrucos.
Podríamos haber seguido más allá, pero la base era un objetivo demasiado valioso: había lo menos una docena de aviones averiados con buena pinta, que seguro interesarían a los ingenieros alemanes. Además los depósitos de municiones y de gasolina estaban intactos: un magnífico regalo para la Luftwaffe. Igualmente importante fue la lección que aprendimos: lo decisiva que podía ser la potencia de fuego que aportaban armas tan móviles como los cañones sin retroceso.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
- JLVassallo
- Sargento
- Mensajes: 233
- Registrado: 09 May 2013, 19:33
- Ubicación: CABA
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Parecen de F1, si siguen andando a esa velocidad terminan en el Oceano.
Slds.
Slds.
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
La Pugna Continuación de "El Visitante"
La distancia (por carretera) es de unos 70 km desde la frontera. En la SGM no fue excepcional que las unidades de reconocimiento cubriesen más de 100 km en un día.
Saludos
Saludos
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General de Ejército
- Mensajes: 14692
- Registrado: 13 Ago 2014, 16:15
La Pugna Continuación de "El Visitante"
De Globalpedia, la Enciclopedia Total
8,8 PAR 41
El 8,8 Panzerabwehrücktossfreies PAR 41, abreviado como PAR 41, fue un cañón sin retroceso alemán desarrollado en 1941 por Krupp, que fue usado por el Pacto de Aquisgrán durante la guerra de Supremacía. Fue sustituido a partir de 1944 por el más potente 10,5 PAR 43.
Historia
El desarrollo del PAR 41 fue fruto de la demanda del ejército alemán de armas antitanques portátiles capaces de enfrentarse con el tanque soviético Kliment Voroshilov KV-1. El proyecto llevó al desarrollo de varios tipos de armas, siendo una de las más conocidas el Faustpatrone (cuyas versiones posteriores fueron conocidas como Panzerfaust), que entró en servicio a principios de 1942). Sin embargo, también se requería un arma de mayor alcance y potencia con los que equipar a los batallones antitanque. Se propusieron diferentes sistemas de armas, como el Panzerbüchse 41 (un fusil antitanque de ánima cónica) y el Panzerabwehrwerfer, un cañón de alta-baja presión que disparaba bombas de carga hueca y que entró en servicio en número limitado a partir de 1944.
Krupp propuso un derivado del 10,5 LG40, un cañón sin retroceso de campaña destinado a las unidades paracaidistas. Para acortar los plazos de desarrollo se conservó la recámara del LG40, sustituyendo el tubo por uno de 8,8 cm y 33 calibres con el que se conseguía la mayor velocidad inicial precisa para su uso como antitanque: aunque la capacidad de perforación de los proyectiles de carga hueca no depende de su velocidad, las pruebas con el LG40 demostraron que la baja velocidad y la trayectoria parabólica de sus proyectiles hacían muy difícil la puntería contra blancos móviles.
El PAR 41 fue utilizado como arma de apoyo y antitanque por los ejércitos del Pacto de Aquisgrán, siendo fabricado en Alemania, Francia, Italia y España.
Desarrollo
El PAR 41 heredaba las características del LG 40, que a su vez era un desarrollo del cañón sin retroceso de 75 mm que había perdido el concurso para equipar a los paracaidistas alemanes (que recibieron un diseño de Rheinmetall). El PAR 41 compartía con el LG 40 el cierre de apertura por deslizamiento lateral, y el afuste con dos grandes neumáticos que permitía que el cañón fuese remolcado por vehículos ligeros. Sin embargo en una fase precoz del desarrollo se decidió abandonar los neumáticos (aunque podían ponerse, y los llevaban habitualmente las unidades entregadas a unidades de paracaidistas o de montaña) y montar los cañones en afustes simples en vehículos.
El PAR 41 tenía una vistosa tobera posterior, con aletas internas que contrarrestaban el efecto de torque del rayado del cañón. El gas que compensaba el retroceso se expulsaba por unas boquillas en el cierre del cañón, que en los primeros modelos sufrían una rápida erosión debido a la pobre calidad del acero empleado.
Se pretendía que los PAR 41 utilizasen los mismos proyectiles que los demás cañones de 8,8 cm en servicio en el ejército alemán, pero en los prototipos los proyectiles no tomaban bien el rayado, siendo inestables en vuelo e incluso, en algunos casos, se atascaban en el tubo haciendo que el cañón estallase. El problema fue solucionado con un rayado en el tubo con menos estrías pero de mayor profundidad (pasando a ser el calibre real de 8,91 cm), y usando proyectiles que tenían ranuras que encajaban en el rayado. El cargador, al insertar el proyectil, tenía que aplicar un medio giro para que las estrías encajasen: si no se hacía el proyectil podía quedar atascado, y fue causa frecuente de accidentes cuando el PAR 41 era utilizado por personal sin instrucción. El cartucho usaba un casquillo metálico con el culote abierto, cubierto por una fina lámina de metal que se rompía durante el disparo. La ignición era lateral con un mecanismo eléctrico. Se suministraron proyectiles rompedores, de carga hueca, antipersonal, fumígenos e incendiarios.
Las primeras pruebas en combate mostraron que aunque el cañón era razonablemente preciso, las miras abiertas que se proporcionaron dificultaban la puntería. En ocasiones se les acoplaban diferentes tipos de fusiles con munición trazadora para hacer disparos de prueba. Tras las pruebas se decidió que disparando con el fusil antitanque Panzerbüchse PzB 39 munición trazadora modificada se conseguían trayectorias similares a las de los proyectiles del PAR 41, por lo que los PzB 39 que estaban siendo retirados fueron acoplados a estos cañones. La munición de puntería, diferente a la antitanque estándar, se diferenciaba por un vistoso anillo de color amarillo.
Con el fusil de puntería la técnica de disparo era la siguiente: el tirador apuntaba al objetivo con la mira estadimétrica, que era una mira abierta con unas líneas grabadas; el tirador elevaba el cañón hasta que el objetivo entraba en las marcas de la mira; entonces disparaba el fusil trazador y ajustaba el alcance, disparando con el cañón cuando las balas trazadoras alcanzaban el objetivo. El sistema resultó tan eficaz que un sistema de puntería con ametralladora telemétrica fue incorporado en las versiones finales del tanque Jaguar. Para distancias inferiores a 300 m o para disparos rápidos se regulaba el alcance a 200 m, pudiendo dispararse apuntando como si fuese un fusil.
La versión PAR 41-1 incorporaba el fusil de puntería Gewehrzie l41 (versión del fusil Tankgeweher 1918) de 13 mm, con cartuchos especialmente calibrados, y tenía un cierre de mayor calidad que solucionaba los problemas con la erosión de la tobera. Algunos componentes eran de aluminio y magnesio para disminuir el peso. Sin embargo la gran demanda de estos metales estratégicos hizo que en la versión PAR 41-2 se volviese a la construcción en acero. El PAR 41-3 estaba protegido contra la corrosión para su utilización en operaciones anfibias.
Uso operacional
Los primeros ejemplares de PAR 41 fueron probados durante la invasión de Portugal, donde dieron excelente resultado. La eficacia mostrada por el nuevo cañón hizo que se solicitase en grandes cantidades, sustituyendo tanto a los cañones antitanque ligeros como a los cañones de infantería de apoyo. Habitualmente se utilizaba en afustes de vehículos ligeros, aunque también se instaló en blindados o en semiorugas. El Sd.Kfz 251/14 (PAR 41 auf Mittlerem Schützenpanzerwagen) fue un vehículo antitanque especializado con seis cañones PAR 41.
Aunque el PAR 41 había sido desarrollado como arma antitanque, fue utilizado sobre todo como cañón de apoyo, sustituyendo a los cañones de infantería de 6,5 y 7,5 cm. Para estas misiones se distribuyeron proyectiles rompedores pero, al ver que los de carga hueca eran igualmente efectivos al añadirles una carcasa prefragmentada, se discontinuó la producción de los de alto explosivo. También se fabricó un proyectil Shrapnell muy eficaz contra la infantería al descubierto.
Las mejoras en los tanques rusos y norteamericanos hicieron que el PAR 41 tuviese dificultades para perforar sus corazas frontales, por lo que se desarrolló una versión de mayor tamaño y potencia, el PAR 43 de 10,5 cm, que sustituyó al PAR 41 en fases finales de la guerra. A pesar de ello el más ligero PAR 41 siguió en servicio con los paracaidistas, las unidades de montaña y la infantería de marina hasta el final de la guerra, suplementado por el cañón PAW 44 (de alta-baja presión), de características similares al PAR 41 pero que precisaba menos propelente. El ejército nacionalista ruso diseñó una versión propia de 85 mm. Además Alemania, España, Italia y Rusia diseñaron cazacarros armados con cañones sin retroceso, aunque fueron usados sobre todo para el apoyo táctico.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
La Pugna Continuación de "El Visitante"
Se echa de menos la falta de la que sin duda era una de las mejores armas españolas, los morteros valero de 50/60, 81, y 120mm. Sobre todo estos últimos por ser totalmente desconocidos por los alemanes y que en la LTR supusieron un duro descubrimiento en Rusia.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
¿Quién está conectado?
Usuarios navegando por este Foro: ClaudeBot [Bot] y 0 invitados