La Pugna Continuación de "El Visitante"
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Ya, pues vas tu y le dices a los almirantes que te juzgaran en consejo de guerra que perdiste todo eso y teniendo la oportunidad de devolver los golpes decidiste huir con el rabo entre las piernas solo "por si"
"Por si ..."
"Por si ..."
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Hombre yo en este encuentro, vistas las circunstancias, tampoco me parece tan mala la actitud del almirante. Todavía no se dirige a la base, conserva su escuadra y puede dar un golpe en otro lado sin arriesgar la flota. En el duelo artillero a larga distancia le ha sonreido la suerte, pero si se prolongase recibiría daños en sus principales unidades, y vista la efectividad artillera de los italianos tampoco parecía que el día estuviese muy propicio.
Además el hombre debe de estar bastante agobiado con la salida de puerto que se ha marcado. Un crucero al fondo y otro con un boquete a proa, y pudo ser peor, eso en la marina es lo que se llama un mal presagio, y anda que no son supersticiosos...jejejeje. Eso si, el comandante del submarino se merece una navy cross o lo que sea póstuma, vaya capacidad... si lanzó con los tubos de proa eso hacen dos pescados al primer crucero, otro al siguiente y otro al italiano... un prodigio calculando soluciones de tiro para tres blancos en sucesión, e hizo diana con dos torpedos... desde luego que es un alivio que lo hayamos mandado al fondo porque el tipo prometía, desde luego.
Saludos
Además el hombre debe de estar bastante agobiado con la salida de puerto que se ha marcado. Un crucero al fondo y otro con un boquete a proa, y pudo ser peor, eso en la marina es lo que se llama un mal presagio, y anda que no son supersticiosos...jejejeje. Eso si, el comandante del submarino se merece una navy cross o lo que sea póstuma, vaya capacidad... si lanzó con los tubos de proa eso hacen dos pescados al primer crucero, otro al siguiente y otro al italiano... un prodigio calculando soluciones de tiro para tres blancos en sucesión, e hizo diana con dos torpedos... desde luego que es un alivio que lo hayamos mandado al fondo porque el tipo prometía, desde luego.
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Tres cuestiones:
– Durante la SGM hubo submarinos ingleses que lanzaron salvas de diez torpedos con buenos resultados.
– Los duelos entre cruceros a larga distancia raramente fueron resolutivos. Una persecución española probablemente hubiese sido inútil. Aparte del problemilla de la dispersión de la artillería italiana, que apenas consiguió impactos en toda la guerra. Un crucero inglés averiado, remolque y a casa. Uno del Pacto, rematado por un acorazado. Poco que ganar, mucho que perder.
– Simplemente la amenaza de la agrupación de cruceros obliga a mantener en el Atlántico muchos buques de la RN que podrían haber estado haciendo cosas más productivas. Como vigilar los accesos desde el Mar de Noruega, donde a saber que estarán tramando el Bismarck y el Tirpitz.
– El invicto tendría muchos defectos, pero no estaba entre ellos destituir a un mando ante el primer contratiempo. Durante la GCE hizo lo contrario, algunos mandos merecieron el relevo mucho antes.
Saludos
– Durante la SGM hubo submarinos ingleses que lanzaron salvas de diez torpedos con buenos resultados.
– Los duelos entre cruceros a larga distancia raramente fueron resolutivos. Una persecución española probablemente hubiese sido inútil. Aparte del problemilla de la dispersión de la artillería italiana, que apenas consiguió impactos en toda la guerra. Un crucero inglés averiado, remolque y a casa. Uno del Pacto, rematado por un acorazado. Poco que ganar, mucho que perder.
– Simplemente la amenaza de la agrupación de cruceros obliga a mantener en el Atlántico muchos buques de la RN que podrían haber estado haciendo cosas más productivas. Como vigilar los accesos desde el Mar de Noruega, donde a saber que estarán tramando el Bismarck y el Tirpitz.
– El invicto tendría muchos defectos, pero no estaba entre ellos destituir a un mando ante el primer contratiempo. Durante la GCE hizo lo contrario, algunos mandos merecieron el relevo mucho antes.
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Luis de la Sierra. La Guerra de Hegemonía en el Atlántico. Ed. Juventud. 1976.
El combate de las islas Salvajes
Tras el ataque submarino que acabó con el Cadorna y averió al Cervera, y no pudiendo escapar de la observación de los hidroaviones británicos salidos desde Madeira, el almirante Regalado juzgó que ya no podría conseguir el objetivo secundario de la operación Bonifaz, que era atacar la navegación británica entre las Azores y Lisboa. De poner rumbo este podría refugiarse en pocas horas en el puerto norteafricano de Casablanca. Pero tal maniobra, que sería observada por los delatores hidroaviones ingleses, haría que los ingleses abandonasen la caza, y arruinaría el objetivo principal de la operación: atraer a los barcos de la Royal Navy, lo que redundaría en mayor libertad de acción tanto para los corsarios españoles que operaban en aguas distantes, como para las escuadras de buques pesados del Pacto basadas en Gibraltar y en Noruega. Por ello Regalado decidió mantener el rumbo noroeste hasta el anochecer, para luego volver a Casablanca.
Sin embargo el almirante estaba cometiendo un error: confiaba en que los aviones de reconocimiento le prevendrían de la aproximación de cualquier agrupación inglesa. No tuvo en cuenta las dificultades de comunicación entre barcos y aviones, que pudieron tener consecuencias fatales.
Doscientas millas al noroeste de Regalado se encontraba la agrupación de cruceros del comodoro Pridham-Wippell, que intentaba daba caza a la escuadra hispanoitaliana. Los cuatro cruceros formaban parte de la escolta del convoy PS-15, y tras recibir la noticia del avistamiento de los buques de Regalado por el submarino Umbra abandonaron al convoy para dirigirse a toda máquina a su encuentro. Pridham-Wippell enarbolaba su estandarte en el crucero pesado York, que era seguido por el de su mismo tipo Cumberland; complementaban la formación el potente crucero ligero Glasgow y el también ligero Orion. El acorazado Malaya, que también formaba parte de la escolta, recibió la orden de seguir a los cruceros, de tal forma que pudiese rematar cualquier barco enemigo dañado y, de ser preciso, socorrer a Pridham-Wippell si el combate le era desfavorable. La intención del comodoro británico era dirigirse al encuentro de la escuadra enemiga y acortar distancias cuanto antes, ya que los veinte cañones de 152 mm del Glasgow y del Orion le darían ventaja en un enfrentamiento a corta distancia. Pero cuando un hidroavión español Heinkel 59 salido desde Cádiz detectó sus buques, Pridham-Wippell creyó que la agrupación enemiga rehuiría el combate.
El Heinkel español retransmitió a Cádiz el avistamiento, pero la base no recibió el mensaje, por lo que Regalado siguió ignorando que una potente escuadra británica se dirigía a su encuentro. Por suerte para los hispanoitalianos un Fw 200 Condor alemán, de los basados en Jerez, había escuchado el mensaje del He 59 español. El cuatrimotor se dirigió al encuentro de los barcos ingleses, localizándolos cuando solo treinta y cinco millas les separaban de los españoles. El almirante Regalado recibió simultáneamente el aviso del Condor y desde Cádiz, donde acababa de amerizar el Heinkel, y comprendió que había estado a punto de caer en una trampa.
Sin embargo la misión de Regalado seguía siendo atraer a los barcos enemigos, por lo que en lugar de poner rumbo a la cercana Casablanca, decidió dirigirse hacia las no muy lejanas Islas Afortunadas. En ellas la situación militar había sufrido un vuelco tras la Operación Candelaria: las tropas canadienses habían sido privadas de apoyo naval y aéreo y resistían con dificultades la presión de los españoles. Solo los aeródromos de Lanzarote y Fuerteventura seguían parcialmente operativos a pesar de los repetidos bombardeos de la aviación española. Los cañones de los cinco cruceros podrían acabar con lo que quedaba de la RAF en las Canarias dando ventaja a los resistentes españoles, que iban a ser reforzados. Con esa intención Regalado puso proa al sur; si los barcos ingleses le seguían, renunciaría al bombardeo, pero habría logrado sobradamente su objetivo alejándolos de Portugal. Si los ingleses abandonaban la persecución, atacaría las bases aéreas de Canarias.
Pero al poco de poner rumbo sur la vieja maquinaria del Trento sufrió una grave avería en la conducción de vapor de alta presión, que limitó su velocidad a veinte nudos. Con los barcos ingleses justo tras el horizonte y siendo vigilados por los hidros ingleses, el Trento no podría escapar y sería destruido por los ingleses. A Regalado no le quedó otra opción que enfrentarse a los cruceros de Pridham-Wippell. Sin embargo no quiso dejarse arrastrar a un combate a tocapenoles en el que sus buques pudieran ser dañados, sino que planteó una acción a larga distancia que sacase partido de la potente artillería de sus cruceros pesados y el novísimo equipo de radiotelemetría del crucero Galicia.
A las 14:20 se avistaron desde el Trieste los mástiles de los barcos enemigos, que poco después fueron visibles desde toda la línea hispanoitaliana. Regalado puso rumbo al 240: así permitía que sus barcos usasen todas sus torres, y si los ingleses querían acortar distancias tendrían que navegar directamente hacia sus cañones. A las 14:43 el Canarias abrió fuego, siendo seguido por el Trento y el Trieste. Dos minutos después dispararon el York y el Cumberland con sus torres proeles, pero un error de identificación hizo que tomasen como blanco al Galicia y al Díaz y no a los cruceros pesados.
Desde un primer momento la puntería hispanoitaliana se reveló excelente. La primera salva del Trento cayó desviada 500 metros a babor del Cumberland pero ¡centrada en alcance! Los piques de los proyectiles del Trieste rodearon al Glasgow. Mientras el Canarias, que recibía la telemetría del Galicia, disparaba contra el York, alcanzándolo con la cuarta salva. El crucero inglés, que navegaba directamente hacia el barco español, fue alcanzado por tres proyectiles en rápida sucesión. Un proyectil cayó a proa, causando daños leves. Otro estalló junto a un montaje de 102 mm, afectando la caja de urgencia e iniciando un peligroso incendio de pólvoras, siendo la llamarada visible desde las dos formaciones; el tercer proyectil tuvo efectos deletéreos, pues cayendo casi vertical atravesó la débil cubierta blindada para estallar en la sala de calderas de proa. La explosión destruyó tres calderas e hizo que la velocidad del crucero cayese a diecinueve nudos. El crucero tuvo veintisiete muertos y quince heridos, siete de los cuales, escaldados por el vapor hirviente, perecerían en los días siguientes.
El York tuvo que abandonar el combate, pasando el mando de la agrupación al capitán de navío Maxwell-Hyslop, comandante del Cumberland. Su crucero siguió disparando contra los barcos españoles, cayendo sus proyectiles peligrosamente cerca del Galicia: tras la batalla se descubrió que uno de ellos había atravesado limpiamente una de las antenas del radiotelémetro, sin causar daños. El almirante Regalado, temiendo por la suerte del crucero, ordenó a sus destructores que tendiesen una barrera de humo que ocultase a sus buques. Al no poder divisar a sus enemigos los barcos italianos suspendieron el fuego, mientras los ingleses pasaban a disparar contra los destructores; el Gravina fue tocado por un proyectil de 152 mm que estalló tras la chimenea de popa, causando ocho bajas y destruyendo uno de los montajes de 120 mm. Mientras el Canarias, que seguía recibiendo la telemetría del Galicia, siguió disparando contra el Cumberland. El Churruca y el Gravina corregían el fuego del crucero, y en esa fase dos proyectiles alcanzaron al Cumberland, dejando fuera de combate la torre de 203 mm de popa y causando una pequeña vía de agua.
Sin embargo la distancia había llegado a solo 15.000 metros, y los cruceros ligeros ingleses habían abierto fuego. El Glasgow, que disponía del último modelo de dirección de tiro, alcanzó al Gravina causando los daños que se han visto. El almirante Regalado pretendía seguir manteniendo las distancias, por lo que ordenó a los destructores que mantuviesen el rumbo, zigzagueando para evitar las salvas británicas, mientras los cruceros viraban y ponían rumbo al sudeste y luego al noroeste.
Cuando a las 14:57 los cruceros salieron de la nube de humo, el capitán Maxwell-Hyslop descubrió que Regalado le había engañado, y no solo había aumentado la distancia a 18.000 metros, sino que de nuevo le cruzaba la ‘T’. Los tres cruceros pesados hispanoitalianos dispararon contra el Cumberland, que a pesar de la distancia recibió un aluvión de proyectiles: al menos ocho, al parecer disparados por el Canarias. El crucero perdió sus dos torres proeles, parte de la artillería antiaérea y sus botes. Un proyectil que estalló en el caparacho de la torre B barrió el puente del crucero con metralla, hiriendo de gravedad a Maxwell-Hyslop. Su segundo ordenó una brusca caída a estribor. Los dos cruceros ligeros, que seguían la estela del Cumberland, tuvieron que sortearlo, ofreciéndose como blanco a los cañones hispanoitalianos, que consiguieron dos impactos en el Glasgow, que apenas causaron daños, y uno en el Orion, que dañó una turbina y limitó su velocidad a 25 nudos. El comodoro Pridham-Wippel, que con el dañado York intentaba seguir a los otros tres cruceros, al apreciar los daños sufridos por sus barcos dio orden de renunciar a la persecución. Luego puso rumbo a Funchal, en la cercana Madeira.
El capitán Rodríguez-González, comandante del Canarias, apremió al almirante Regalado para que rematase a los barcos enemigos, pero el almirante prefirió abandonar el combate. Aunque sus buques apenas habían sufrido daños (los del Gravina y los mínimos del Galicia ya citados, más dos heridos por metralla en el Díaz), los barcos enemigos no parecían haber sufrido daños graves, y tampoco se podía descartar que tras ellos marchase alguna unidad pesada o incluso un portaaviones. Prefirió atenerse a su plan original y rompió el contacto. Dos horas después un avión Condor confirmó los temores del almirante al detectar la presencia del acorazado Malaya, que se había unido a los cruceros de Pridham-Wippel.
La escuadra de Regalado siguió navegando durante la noche, y al amanecer se presentó ante las Canarias. Los tres cruceros italianos dispararon contra el aeródromo de Arrecife en Lanzarote, mientras el Canarias y el Galicia lo hacían contra el de Tefía en Fuerteventura. Los destructores hicieron un barrido alrededor de las islas, hundiendo una corbeta y tres patrulleros y volviendo a bombardear el aeródromo de Gando. La presencia de los barcos españoles permitió que los barcos españoles que esperaban en Santa Cruz de Tenerife y en Mogán escapasen a Port Étienne, en la costa africana, donde se encontraron con los barcos de Regalado, que habían llegado horas antes. También se habían refugiado en la ensenada los cañoneros Marte y Vulcano, que habían escoltado al convoy de San Andrés, y varios patrulleros.
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Creo yo que el ínclito SH Gaspacher quiere deleitarnos con otra ucronía de las suyas, visto que el SH Domper no le da suficientes batallas con hundimientos, etc....
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No caerá esa breva.kaiser-1 escribió:Creo yo que el ínclito SH Gaspacher quiere deleitarnos con otra ucronía de las suyas
<modo crítica = on>Es que en la realidad los combates navales suelen acabar en tablas, en escaramuzas donde alguno se lleva un cañonazo suelto y punto; nada que ver con los juegos esos de simulación naval en el que se hunden hasta las islas<modo crítica = off>visto que el SH Domper no le da suficientes batallas con hundimientos, etc....
Manías de querer hundir todo lo que flota...
Saludos
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Capítulo 42
Radares navales alemanes. Véase en wwn.marinewaffen.up (última consulta: 17-10-2013).
Equipos electrónicos del acorazado Tirpitz
El Tirpitz, segunda unidad de la clase Bismarck, estaba en construcción avanzada durante la primavera de 1941, y pudo beneficiarse de los últimos descubrimientos electrónicos alemanes. Estos se debieron tanto al programa de investigación impulsado por Albert Speer como al estudio de los buques ingleses hundidos en Alejandría o en sus inmediaciones.
El programa Speer, impulsado por el futuro canciller cuando solo era un funcionario de rango intermedio en el Ministerio de Armamentos (aunque bajo la protección del general Walter Schellenberg, jefe de los servicios de inteligencia), estaba destinado a la búsqueda de descubrimientos científicos que hubiesen pasado desapercibidos. Su principal logro fue la alerta sobre el estado de desarrollo de la investigación nuclear por parte de los angloamericanos, lo que llevó a impulsar el correspondiente programa atómico alemán. Otros descubrimientos de gran importancia fueron los del antibacteriano Penicilina y las válvulas electrónicas de estado sólido de Lilienfeld. También en el campo de la electrónica, el equipo de Speer descubrió un dispositivo, inventado simultáneamente por los soviéticos Alexseev y Malairov y por el alemán Hollman, que permitía construir radiotelémetros de gran potencia: era un magnetrón con unas cavidades que producían una resonancia y que emitía con longitudes de onda pequeñas y potencias muy elevadas.
Al mismo tiempo los alemanes encontraron varios buques hundidos en el fondo de la rada de Alejandría o en sus proximidades. Entre ellos destacaba el portaaviones Eagle, que tras ser seriamente dañado por lanchas explosivas italianas había sido volado en el dique seco. En el fondo de la rada estaba el destructor Foxhound, hundido por un ataque aéreo tras ser dañado por una mina, y a pocos kilómetros de puerto, a solo treinta metros de profundidad, descansaban los pecios del acorazado Warspite y de los monitores Erebus y Terror. Buzos italianos y alemanes investigaron los restos, consiguiendo recuperar diversos equipos electrónicos, entre los que destacaban varios radares de onda corta que usaban un dispositivo, el magnetrón de cavidad resonante, muy parecido al descrito por Hollman y redescubierto por Speer. El radar del Foxhound, del tipo inglés 271, pudo ser recuperado, reparado y estudiado. Los componentes que no pudieron ser reparados se copiaron, y se instalaron en un radiotelémetro alemán para probarlos. El radar tipo 271 se reveló como un equipo mucho más avanzado que el capturado en la costa inglesa pocos meses antes. Además del citado magnetrón, incorporaba un visor electrónico que presentaba los contactos de forma gráfica.
La constatación de la superioridad de los equipos británicos hizo que el Ministerio de Armamentos dedicase cantidades ingentes para el desarrollo de nuevos radiotelémetros de onda corta. Estos equipos, además, se beneficiaron del uso de las válvulas de Lilienfeld (llamadas “transistores” en la literatura anglosajona), que precisaban menor potencia eléctrica, producían mucho menos calor y eran más fiables que las anteriores válvulas de vacío. Los nuevos radiotelémetros heredaron la arquitectura modular del radiotelémetro Würzburg, que facilitaba el mantenimiento de los equipos. Dada la urgencia los primeros equipos fueron construidos manualmente y tuvieron importantes diferencias con los fabricados posteriormente.
El Tirpitz estaba siendo equipado con antenas “de reja” para los radiotelémetros de onda métrica FuMO 23 (de exploración) y FuMO 27 (de control de tiro), pero se ordenó detener la instalación de dichos equipos mientras se desarrollaban los nuevos. Finalmente se decidió mantener una versión mejorada del FuMO 23, el FuMO 23c Zermatt, con mayor potencia y que incorporaba un visor de imágenes. Complementaba al Zermatt un radiotelémetro de exploración de superficie de onda centimétrica FuG 301 Morse. El FuMO 23c estaba destinado a la detección de buques o aviones enemigos a grandes distancias (podía detectar un avión a gran altura hasta a 90 km, y buques de grandes dimensiones a 50 km), pero sufría interferencias a causa de los ecos de olas o de la costa. El FuG 301 Morse podía discriminar esos falsos ecos, aunque su alcance estaba limitado a 30 km. Estaba asociado a un equipo FuME-2 de identificación de contactos.
Para dirección de tiro se montaron dos sistemas. Se suplementó la dirección de tiro electromecánica, cuyos plotters se desajustaban a causa de las vibraciones, con una completamente electrónica que usaba las válvulas de Linienfeld. Por primera vez a bordo de un buque se incorporaba un calculador que tenía en cuenta las correcciones de rumbo y que permitía apuntar y disparar durante las maniobras; aunque este dispositivo presentó muchos problemas inicialmente, supuso una revolución en el tiro naval.
Para determinación del alcance se disponía de dos radiotelémetros de onda de 9 cm FuG 304 Narwal, que a distancias inferiores a 15.000 m eran capaces de discriminar entre el objetivo y los piques de los proyectiles, facilitando el fuego en condiciones de baja visibilidad. El fuego de la batería antiaérea pesada era controlado por dos directores de tiro de gran elevación FuMO 26, que disponían de estabilización en los tres ejes, y estaban asociados a radares FuG Killerwal, los primeros de onda milimétrica usados por Alemania. Cuatro puestos de tiro FuMO 26b, que eran versiones simplificadas del FuMO 26, controlaban el tiro de la batería de 3,7 cm.
Además de los radares de exploración y de tiro se instalaron equipos pasivos destinados a la detección de los radares británicos: los FuMB 3 Bali y FuMB 7 Timor. Finalmente, una instalación FuMS/T 5 Libau estaba destinado a interferir con los equipos electrónicos enemigos, emitiendo una señal de gran potencia para cegarlos.
El gran número de antenas hicieron que el perfil del Tirpitz fuese claramente distinguible de su gemelo Bismarck. Las grandes dimensiones del buque daban gran reserva de estabilidad, que mejoró con la modificación de la proa (para evitar que la espuma producida por las olas afectase a las sensibles antenas de los equipos), pero aun así fue preciso instalar 800 Tn de lastre para compensar los nuevos pesos altos, aumentando el calado 30 cm y limitando la velocidad del buque a 29,6 nudos, medio nudo menos que su gemelo.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
La actitud de Regalado me parece la correcta, más teniendo en cuenta que su misión no es destruir esos buque y que no sabe lo que se le puede venir encima, arriesgar la flota persiguiendo a los británicos no tendría sentido, es mucho más rentable moverse por el océano y obligar a distraer más medios de la flota británica.
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Domper escribió:No caerá esa breva.kaiser-1 escribió:Creo yo que el ínclito SH Gaspacher quiere deleitarnos con otra ucronía de las suyas
<modo crítica = on>Es que en la realidad los combates navales suelen acabar en tablas, en escaramuzas donde alguno se lleva un cañonazo suelto y punto; nada que ver con los juegos esos de simulación naval en el que se hunden hasta las islas<modo crítica = off>visto que el SH Domper no le da suficientes batallas con hundimientos, etc....
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Pues la ucronía de Gaspacher tenía su aquel y prometía un futuro la mar de interesante, posiblemente con un súbito incremento del interés por la Aeronáutica en ciertos pueblecitos de los alrededores de Bilbao, como Sidney, Melbourne, Auckland...
Ahora más en serio, es cierto que Regalado hace lo correcto para evitar un encontronazo con fuerzas superiores, en lo cual doy la razón al forista Wilhelm. Y aunque no se las encontrara, el problema que se le presentaba no era fácil de resolver, porque si intentaba rematar a los cruceros más dañados lo normal es que se viese obligado a acortar distancias permitiendo así al Glasgow sacar partido de su mayor cadencia de fuego... lo cual con algunos buques con un blindaje más bien "dudoso" no parecía lo más recomendable.
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Relato de Martin Schweizer
Tras la batalla del Estrecho de Dinamarca estábamos eufóricos: habíamos hundido un acorazado inglés al cañón, el primero desde 1916, y esperábamos que no fuese el último. Por desgracia el Tirpitz no había salido incólume del enfrentamiento, aunque los daños sufridos no eran excesivamente graves: habíamos perdido dos docenas de buenos compañeros, pero en lo material solo teníamos que lamentar la destrucción de las instalaciones para hidroaviones, algo que en el tempestuoso Ártico invernal no se echaba de menos. Las averías no podían remendarse en Noruega, y esperábamos navegar hasta Alemania para que el acorazado fuese reparado y, de paso, disfrutar de un merecido permiso.
Nada más lejos de la realidad: en cuando llegamos a Trondheim en lugar de dirigirnos al habitual fondeadero anclamos en un pequeño brazo del fiordo del que habían sido desalojados los civiles para esconder nuestros buques de los fisgones pagados por los ingleses. No podíamos olvidar que el régimen de Quisling no era popular, y que muchos noruegos seguían añorando a su rey. En el fondeadero nos esperaba otro barco: el novísimo auxiliar Franken, aun más nuevo que nuestro Tirpitz, que traía desde Alemania todo lo que pudiéramos necesitar para salir al mar. Nos trasegó miles de toneladas de fuel, llenó nuestros pañoles, e incluso trajo un equipo de soldadores que parchearon los daños causados por el proyectil inglés. En menos de una semana el Tirpitz estaba casi como nuevo. Poco más allá el Dithmarschen hacía un servicio similar al Bismarck. Tanta prisa solo podía tener una explicación: íbamos a salir de nuevo al mar. Porque teníamos a Inglaterra contra las cuerdas, y era el momento de propinarle el golpe definitivo.
Así que el primer día del nuevo año la escuadra se hizo a la mar. De nuevo fue el Scheer el que encabezó la columna, seguido de nuestro Tirpitz —esta vez el comodoro Ciliax se había embarcado en nuestro acorazado para disfrutar de sus facilidades electrónicas— y del Bismarck. El Prinz Eugen tuvo que quedarse en el fiordo, pues sus delicadas máquinas necesitaban reparación. Media docena de destructores y torpederos nos escoltaron hasta que estuvimos lejos de la costa. Luego nos desearon lo mejor antes de volverse hacia Trondheim.
Cuando amaneció nos encontramos en un mar vacío. El cielo estaba encapotado, y cada poco nos azotaba con chubascos de nieve. Las olas rompían contra la amura de estribor, y periódicamente las proas encapillaban grandes cáncamos, llegando la espuma hasta el puente de mando: un tiempo terriblemente incómodo, y si malo era para nosotros, el Bismarck, con su proa baja, lo tenía que estar pasando bastante peor. Pero todos, desde el almirante Ciliax hasta el último grumete, estábamos más que satisfechos con ese temporal que nos ocultaba de miradas indiscretas. Algo muy conveniente, porque esta vez el almirante no iba a intentar forzar el Estrecho de Dinamarca: casi con seguridad no solo estaría muy vigilado, sino que los británicos habrían destacado más buques pesados a Islandia. Aprovechando que el pronóstico del tiempo auguraba un empeoramiento íbamos a intentar colarnos entre las Feroe e Islandia.
El temporal se estaba haciendo cada vez más duro, hasta tal punto que el Scheer no pudo mantener la velocidad de los acorazados, y el almirante decidió ordenarle que volviese a Trondheim, donde se iba a reunirse con el Eugen y con el Lutzow, que se esperaba que llegase enseguida. Los dos blindados seguimos hacia el suroeste, para intentar atravesar el paso durante la noche.
Apenas habíamos rebasado el paralelo de las Feroe cuando el radiotelémetro avisó de la presencia de un pequeño contacto a corta distancia hacia el sur, seguramente otro de los patrulleros con los que los británicos vigilaban el acceso al Atlántico. Pero de noche y en medio de una tormenta ni los vimos ni nos vieron. Los dejamos atrás, compadeciéndonos por los pobres marinos que en un pesquero tenían que soportar semejante mar. Unos minutos después un segundo contacto apareció a nuestra proa, pero el radiotelémetro nos dio suficiente margen para evitarlo. Sobrepasada la primera línea, quedaba la de los cruceros auxiliares. Pero en el último mes los británicos habían perdido cuatro: los dos que habíamos hundido en el Estrecho de Dinamarca, y otros dos a manos —mejor dicho, a torpedos— de los U-boot. Un desastre para los británicos, no tanto por el valor de cuatro grandes buques, sino por las más de mil vidas que se habían ido con ellos. Sumando el hundimiento del Naiad unos meses antes, los ingleses habían comprendido que la vigilancia de los estrechos era una misión demasiado comprometida.
Lo malo para los ingleses era que solo con patrulleros no les bastaba. No podían enfrentarse a nuestros cruceros auxiliares camuflados, y además los submarinos que salían de Noruega habían recibido la orden de atacarlos. La vida a bordo de esos buques ya no solo era emocionante sino también corta, y los ingleses apenas podían mantener la cadena de vigilancia. Los patrulleros necesitaban ser apoyados por hermanos mayores. Los ingleses tenían bastantes cruceros de guerra que podían hundir a nuestros corsarios sin despeinarse, pero tampoco eran enemigos para nuestros acorazados. Sustituirlos por cruceros auxiliares no era sino ponernos las cosas más fáciles. Sabíamos que dentro de poco tiempo ya no se necesitarían barcos para vigilar los accesos al Atlántico: los aviones de patrulla equipados con radiotelémetro podrían sustituirlos con ventaja. Nosotros estábamos empezando a equipar a los Focke Wulf Condor con esos equipos, y los ingleses no andaban a la zaga, pues los submarinistas —con los que había compartido alguna copa— contaban que habían sufrido ataques aéreos por la noche. Pero por ahora los ingleses necesitaban cosas que flotasen para vigilar los estrechos, y esas cosas eran objetivo ideal para cañones, bombas y torpedos.
Habíamos atravesado la parte más estrecha del paso —hablar de estrecheces es figurado, porque el pasaje tenía más de 200 millas de anchura—, cuando el radiotelémetro detectó un gran buque a nuestra proa. El buque era indudablemente militar: se movía a casi veinte nudos —lo que con aquella mar no era pequeña proeza— y el receptor de radar de nuestro buque empezó a pitar. Ciliax estuvo sopesando atacar al contacto, que probablemente no fuese más que un crucero, pero finalmente decidió evitarlo, pues nuestra salida al Atlántico inadvertida sería más beneficiosa que hundir un crucero más. Ordenó dar la vuelta, y tras un buen rodeo, intentamos evitar al crucero pasando por su popa. La maniobra salió bien, y al amanecer del tres de enero estábamos al sur de Islandia, preparados para caer sobre los convoyes enemigos.
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Operar en esa zona nos situaba entre los acorazados ingleses desplegados en Islandia y los de Scapa Flow, una situación potencialmente peligrosa, pero se compensaba con creces por estar dentro del alcance de los aviones de reconocimiento que salían desde Noruega y desde Galicia. Uno de los últimos nos guio hacia un convoy avistado al 400 millas al oeste de Irlanda. Manteniendo el silencio radiofónico y con los radiotelémetros apagados, los dos acorazados nos movimos sigilosamente hacia la posición marcada. El almirante ajustó nuestra velocidad para caer sobre el convoy enemigo poco después del amanecer. Un amanecer de sangre.
Faltaban dos horas para el orto cuando el almirante ordenó al capitán Topp que efectuase una descubierta con el radar Zermatt, obteniendo gran número de contactos a unas treinta millas al noroeste de nuestra posición: el convoy había cambiado su curso por la noche y habíamos estado a punto de perderlo. Mediante la linterna de señales Ciliax ordenó al capitán Lindemann, del Bismarck, que ejecutase el plan de ataque uno, concebido para enfrentarse a convoyes defendidos: los informes del Condor no eran claros y solo hablaban de un convoy de grandes dimensiones. Los dos acorazados se movieron rápidamente hacia los mercantes, y con las primeras luces, los marinos británicos debieron descubrir, horrorizados, que no estaban solos.
El mar estaba lleno de barcos: el convoy estaba formaco con por lo menos treinta mercantes de aspecto moderno. Aparentemente no llevaban escolta, pero el almirante prefirió esperar unos minutos antes de activar el plan dos, el que suponía un enemigo indefenso. Mientras los dos blindados empezaron a disparar. El procedimiento era rápido: la batería principal, de 38 cm, disparaba contra un barco, mientras que la secundaria de 15 lo hacía sobre otro. Cuando los barcos se incendiaban o mostraban signos de hundirse, se cambiaba de blanco. En la media luz del alba los nuevos radiotelémetros del Tirpitz multiplicaron la eficacia de la artillería, y en rápida sucesión seis mercantes fueron alcanzados, mientras que el Bismarck solo pudo acabar con tres. El último de los blancos a los que disparamos resultó estar cargado con gasolina de aviación, y tras unos pocos proyectiles se incendió violentamente. Estaba contemplando las llamas cuando me sorprendieron los surtidores que se levantaron cerca del Tirpitz. Aunque podían ser disparos hechos con los cañones que montaban casi todos los barcos ingleses, por el número parecían ser obra de un crucero o de un crucero auxiliar. Con los prismáticos de la dirección de tiro oteé el horizonte descubriendo un gran paquebote que valientemente se dirigía contra nosotros y que estaba a apenas ocho mil metros. Aprecié el valor de los ingleses, que de poco le sirvió: las torres de 38 cm ya se orientaban hacia el nuevo objetivo, que fue alcanzado con la primera andanada. Los tremendos proyectiles de casi una tonelada deshicieron el paquebote, que se incendió de proa a popa y empezó a hundirse.
Por entonces los barcos del convoy se habían dispersado y escapaban en todas direcciones. Ciliax autorizó al Bismarck para que emprendiese la caza libre, mientras el Tirpitz hacía lo mismo. En total, nuestro acorazado destruyó catorce barcos, y otros ocho el Bismarck. Aunque luego supimos que varios algunos barcos dañados pudieron ser reparados, el convoy —el HX 167— había sido aniquilado.
A medio día el almirante ordenó al Bismarck que suspendiese la caza y se reuniese con él: el éter estaba lleno de señales radiofónicas, y los detectores pasivos del Tirpitz habían detectado la señal de un radar enemigo. Aunque era débil, el buque de guerra —porque eran los únicos que llevaban radares— debía estar a menos de cien millas. Cambiamos de rumbo y enseñamos la popa al enemigo, al que no llegamos ni a ver. Durante las horas que quedaban de luz aun pudimos hundir tres barcos rezagados más: veinticinco barcos de treinta y cinco.
Uno de los Fw 200 que la Luftwaffe había enviado en nuestra ayuda descubrió al enemigo: era nada menos que una gran flota formada por dos acorazados rápidos y un portaaviones. La presencia del Condor retrasó a los ingleses, ya que el portaaviones maniobró para lanzar cazas —que afortunadamente no llegaron a alcanzar al polimotor—, y el retraso nos permitió aumentar la distancia. Al caer la noche variamos el rumbo, dirigiéndonos al sur. Los delatores impulsos del radar británico dejaron de detectarse. Poco después habíamos escapado, y podíamos buscar nuevas presas.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Como era de esperar, la noticia de la presencia en el Atlántico de dos colosos de acero debió ser traumática para los ingleses. Nuestros aviones de reconocimiento observaron que algún convoy se daba la vuelta, y luego dejaron de encontrarlos. Era de suponer que la flota británica estaría buscándonos. Pero nuestros barcos contaban con la ventaja de la velocidad, y durante dos días corrimos hacia el oeste, hasta llegar al meridiano de Groenlandia. Allí encontramos un segundo convoy, pero lo que ocurrió fue completamente diferente.
Un submarino había avistado una concentración de barcos hacia la que nos guiaron sus llamadas. A las once de la mañana del siete de enero pudimos ver como el horizonte se llenaba de mástiles. Ciliax puso proa hacia el convoy que, curiosamente, no se dispersaba ¿cuál sería la razón? Pronto la descubrimos: el conjunto de buques estaba escoltado por la US Navy. No era una gran flota, sino solo dos viejos destructores de cuatro chimeneas, excedentes de la Gran Guerra. Aunque no valían ni los proyectiles necesarios para hundirlos, bastaría con que nosotros los mirásemos mal para que Estados Unidos nos declarase la guerra. Los barquichuelos, amparados por su bandera, salieron a nuestro encuentro, se interpusieron en nuestro camino ¡y nos ordenaron que nos retirásemos! Ciliax hizo oídos sordos, y uno de los destructores hizo un disparo de advertencia por nuestra proa.
Las órdenes estrictas que teníamos de evitar incidentes con los norteamericanos salvaron a los dos barquitos, pero no al convoy. Con la mar de fondo que había, secuela del temporal de la semana anterior, poco nos costó rodear a los dos nimios destructores. El almirante ordenó que se emitiesen señales a los barcos en las que se decía que estaban en zona de guerra y que íbamos a inspeccionarlos por si llevaban contrabando. Se trataba de un farol, porque no podíamos detenernos en alta mar, pero los nervios abandonaron al comodoro del convoy, que dio la orden de dispersión: justo lo que necesitábamos. Ciliax guio a nuestros buques —esta vez no permitió la caza libre— hacia los barcos que escapaban.
Por primera vez en todo el crucero tuve trabajo, porque la batería del 10,5 fue la encargada de hacer disparos de advertencia que reforzasen las órdenes de Ciliax de detenerse para la inspección. Ningún mercante nos escuchó. Grave error por su parte, porque de haberse detenido nos hubiesen obligado a hacer lo mismo para visitarlos, dando tiempo a los demás a escapar. En lugar de ello los cargueros izaron grandes banderas norteamericanas. Esa enseña, a pesar de ser usada fraudulentamente —casi con seguridad— salvó a más de un mercante. Pero aquellos que podíamos identificar recibían un segundo disparo de advertencia. Como tampoco se detenían, seguía una andanada de 15 centímetros que los mandaba al fondo. En esa acción el almirante ordenó no disparar con la batería principal: por una parte, quería ahorrar munición, y por otra no deseaba correr el riesgo de que algún disparo desviado causase un incidente. También prohibió disparar en la dirección general en la que se encontraban los destructores yanquis.
Llevábamos siete barcos “inspeccionados” cuando un serviola dio un grito: —¡Torpedo a babor!
Ciliax ordenó que los dos acorazados maniobrasen, aunque realmente no hizo falta: el pez mecánico iba muy desviado. Entonces se elevaron un par de surtidores cerca del Bismarck: el mismo destructor norteamericano que nos había lanzado un torpedo estaba disparándonos.
Disparar contra un buque de guerra que está inspeccionando barcos enemigos en alta mar es un acto hostil que no solo constituía casus belli, sino que nos hubiese autorizado a mandar al fondo el barquichuelo. Pero el almirante prohibió responder al fuego, incluso cuando un proyectil norteamericano alcanzó al Bismarck causándole algunas bajas. También ordenó suspender la caza: hundir algún mercante más no valía una guerra con Estados Unidos. Los dos acorazados pusimos proa al este, hacia las olas, confiando en que el reducido tamaño de los barcos norteamericanos —que eran pequeños destructores que databan de dos décadas antes— no les permitiese mantener nuestra marcha. El almirante, además, ordenó un rumbo que nos llevó hacia varios buques que escapaban, incluyendo un gran petrolero, que también fue “inspeccionado” por un par de andanadas, sin que enarbolar las barras y estrellas le salvase. Mientras los destructores seguían en nuestra estela, ya sin disparar, pero emitiendo a los cuatro vientos nuestra posición.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
En invierno y en esas latitudes el día es corto, y la noche nos debía permitir dar esquinazo a esos molestos destructores. Durante el ocaso apenas se les veía, aunque el sol jugaba en nuestra contra, haciéndonos visibles mientras los destructores y lo que quedaba del convoy quedaban envueltos en la oscuridad. Cuando el almirante juzgó que ya no podían vernos ordenó caer a babor, poniendo rumbo al sur. El radiotelémetro del Tirpitz nos mostró que nuestros perseguidores no se habían dado cuenta de nuestra maniobra.
Pero tan solo dos horas después detectamos las emisiones de un potente radar en rumbo de encuentro. Aunque el almirante intentó esquivar al intruso, el radiotelémetro descubrió que nuestro nuevo compañero cambiaba a un rumbo paralelo al nuestro: nos había detectado. El intruso se mantuvo a unos 8.000 metros, distancia que no era nada para el equipo electrónico del Tirpitz. Pero en esas aguas era posible que el indeseado invitado fuese un barco norteamericano y Ciliax ordenó esperar hasta que pudiésemos identificar al barco que nos perseguía. Poco antes del amanecer nos aprestamos para combatir, pero la aurora nos permitió ver que el que nos seguía, un crucero de gran tamaño, tenía las formas características de la clase New Orleans. Nos estaba prohibido dispararle, pero tampoco lo podíamos dejar atrás. El crucero emitía continuamente delatando nuestra posición. El almirante ordenó a un equipo de cineastas que estaba embarcado en el Bismarck que filmase las actividades del barco americano, igual que el día anterior habían hecho con las de los dos destructores que se habían atrevido a disparar contra nosotros.
Para el almirante se abrían muchas opciones, pero ninguna era buena mientras el crucero nos siguiese. Intentar volverse hacia Noruega probablemente fuese la más peligrosa, porque los acorazados ingleses basados en Scapa Flow —que ya estarían en el mar— nos interceptarían. Podría dirigirse directamente hacia España, pero de nuevo los ingleses, para alcanzarnos, no necesitaban recorrer tanta distancia como nosotros. Internarse en el Atlántico Central para luego aproar hacia Gibraltar requería demasiado combustible. En cualquier caso, lo que quedaba fuera de lugar era intentar seguir con nuestra campaña corsaria: con un chivato detrás los convoyes nos evitarían. Eso suponiendo que quedasen convoyes en el mar, porque nos comunicaron que los aviones de reconocimiento habían observado como un par de ellos, que navegaban desde Inglaterra hacia Canadá, se habían vuelto.
Finalmente Ciliax se decidió por la última opción, es decir, dirigirse hacia el sur para intentar alcanzar España o al menos algún puerto marroquí, aunque la mejoría del tiempo hacía improbable que el crucero perseguidor quedase atrás. Pero antes necesitábamos rellenar los depósitos. Comprendía que la medida podía significar la sentencia para el buque de aprovisionamiento, pero si teníamos un encuentro con la flota británica, lo que nos podría salvar sería la rapidez, y con las máquinas a toda potencia el consumo se multiplica, llegando al cuádruple del de velocidad económica. El almirante tenía presente que nuestros dos acorazados eran la principal baza naval del Reich, y si para seguir operando tenía que sacrificar un petrolero, lo haría.
Escoltados por la US Navy como estábamos, el silencio radiofónico poco importaba, y el almirante se citó con el petrolero Belchen a unas 300 millas de la costa de Labrador. Luego se dirigió hacia el lugar de la cita, pero no directamente; por última vez intentaría dar esquinazo al molesto crucero, aunque fuese temporalmente: así daría al petrolero alguna posibilidad de escapar. Ciliax puso proa al norte a toda máquina, y con satisfacción vimos que las distancias con el crucero yanqui iban aumentando poco a poco: seguramente estaba bajo de combustible y no podía enfrentarse a la mar como lo hacían nuestros blindados. A la noche siguiente el radiotelémetro del Tirpitz ya no lo detectaba, y tras apagar nuestro equipo —para que las emisiones no nos delatasen— viramos hacia el este. A la mañana siguiente encontramos al Belchen, que en las horas siguientes rellenó nuestros depósitos. Al caer la noche nos despedimos y nos dirigimos al sureste. Poco después el Tirpitz detectó las emisiones del radar del dichoso crucero norteamericano, pero muy alejadas, fuera de alcance. Por desgracia al que sí fue detectado fue el petrolero Belchen. El barco norteamericano —luego se supo que fue el Tuscaloosa— guio a un crucero inglés hasta el petrolero, que tuvo que autohundirse. Luego los desaprensivos británicos abandonaron a nuestros hombres a la deriva, seguramente con la intención de no dejar testigos. La jugada estuvo cerca de salirles bien, pero una de las balsas pudo ser rescatada por un submarino, y las declaraciones de los náufragos causaron un gran escándalo.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Que paciencia que tienen con los USA, yo probablemente en su lugar ya hubiera respondido al ataque de los destructores.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Estimados:
A esta altura de los relatos ¿en qué fecha vamos ya? ¿Diciembre 1941?
Saludos
A esta altura de los relatos ¿en qué fecha vamos ya? ¿Diciembre 1941?
Saludos
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