La Pugna Continuación de "El Visitante"
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
El avión lo hace de día, por la noche son los medios navales los que pueden seguir presionando.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
¿Con minadores que por las justas superan los 20 nudos?
Saludos
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Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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Con lanchas torpederas que superan los 30
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- Urbano Calleja
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Me falta la racion diaria de "droga"!!!
Dompeeeeerrrr!
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"Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado". Arturo Pérez-Reverte
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Tanto los VII-D como los X-B estarían en servicio y posiblemente en mayor número que los históricos.kaiser-1 escribió:Me voy a llevar un ¡zas! en toda la boca. Aparte de las minas sembradas por los aviones ¿se podrían emplear los submarinos minadores VII-D o aún no están en servicio? (Otra cosa es que Doenitz los mandase a la boca del lobo, pero eso ya es decisión suya, Maestro)
Demasiado efecto para las armas AA.Domper escribió:
Al día siguiente acompañamos a unos Junkers que tenían que minar la bocana del estuario. Tarea más que peligrosa, porque había algunos islotes con castillos de otra época que los míster habían llenado de ametralladoras. Había algunas barcazas armadas con cañones, y los dragaminas estaban erizados de armas antiaéreas.
En primer lugar las ametralladoras ligeras tienen poco alcance y solo valdrían contra los Stuka en su aproximación final, de ametralladoras pesadas tendrían los Oerlikon y los Pom-Pom.
En cuanto a las piezas pesadas como los QF 3.7-inch, posiblemente su número sea limitado porque los necesitan para proteger Gran Bretaña.
Sin un continuo apoyo aéreo sería muy difícil sostener esa posición y los cazas navales británicos no eran rival para nadie (escasos y anticuados).
- reytuerto
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Hola a todos:
Pues yo estoy haciendo números: De 5 divisiones anglo-canadienses cuántos prisioneros quedarán? Cuantos muertos? Cuántas pérdidas durante la evacuación (Lisboa no será Dunkerque) en buques y ahogados)? Cuantos aviones y pilotos perdidos? y lo más jugoso, cuánto material utilizable por la UPE?
Finalmente, una petición al SH Domper: Como van las cosas por Canarias? Ahí me huelo un final como en Chipre... pero con tropas con crímenes de guerra a cuestas. Es factible enviarlos a la península por la ruta más transitada, y por lo tanto patrullada, por los Subs herejes? Que la venganza no sea mía sino de Dios!
Pues yo estoy haciendo números: De 5 divisiones anglo-canadienses cuántos prisioneros quedarán? Cuantos muertos? Cuántas pérdidas durante la evacuación (Lisboa no será Dunkerque) en buques y ahogados)? Cuantos aviones y pilotos perdidos? y lo más jugoso, cuánto material utilizable por la UPE?
Finalmente, una petición al SH Domper: Como van las cosas por Canarias? Ahí me huelo un final como en Chipre... pero con tropas con crímenes de guerra a cuestas. Es factible enviarlos a la península por la ruta más transitada, y por lo tanto patrullada, por los Subs herejes? Que la venganza no sea mía sino de Dios!
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Ya lo mencione anteriormente. El problema británico es que a finales de 1941 su antiaérea de campaña aun no estaba suficientemente desarrollada. Los oerlikon y los bofors solo se llevaban fabricando unos meses (unos pocos cientos de unidades de cada uno en realidad) y tenían que distribuirse tanto en el ejército como en la RN. Si se restan las perdidas que habrían sufrido las cosas empeoran mucho. Por supuesto queda la opción de recurrir a los americanos y sus M1 de 37 y 90mm.APVid escribió: En primer lugar las ametralladoras ligeras tienen poco alcance y solo valdrían contra los Stuka en su aproximación final, de ametralladoras pesadas tendrían los Oerlikon y los Pom-Pom.
En cuanto a las piezas pesadas como los QF 3.7-inch, posiblemente su número sea limitado porque los necesitan para proteger Gran Bretaña.
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Operando desde Vigo y contra destructores. En la realidad no se hizo ni en el Mediterráneo ni en el Canal. Lo mismo respecto a los submarinos minadores: el peor lugar para usarlos son las aguas vigiladas,habiendo tantos puertos y estrechos por el mundo.Gaspacher escribió:Con lanchas torpederas que superan los 30
De antiaéreos: el Pom pom sin ser una maravilla era una arma automática de 40 mm. Con menos alcance que el Bofors, pero de lo mejor que rondaba por ahí; se habían producido varios miles. Del Bofors, en USA se estaban fabricado a ritmo de 150 por mes.
Saludos
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La situación estratégica y táctica no es la de la realidad. Ahora están luchando a 800 millas de sus bases, al lado de las bases enemigas, sin apoyo aéreo, con su flota principal obligada a operar desde decenas de millas de allí, etc., etc., etc.
Los Pom Pom ya habían sido recuperados de los parques para armar buques de escolta de convoyes al principio de la guerra, y el tiempo de producción de los bofors es limitado, además que en los americanos eran ejemplares de la US Navy y habría más dificultades que con los M1 de 37mm. De todas formas es más factible que se trate de armas de importación que de armas británicas cuya producción no has mencionado que cambiase.
Los Pom Pom ya habían sido recuperados de los parques para armar buques de escolta de convoyes al principio de la guerra, y el tiempo de producción de los bofors es limitado, además que en los americanos eran ejemplares de la US Navy y habría más dificultades que con los M1 de 37mm. De todas formas es más factible que se trate de armas de importación que de armas británicas cuya producción no has mencionado que cambiase.
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Federico Artigas Lorenzo
Cuando se lee sobre la campaña de Portugal, parece que tras la ruptura de las líneas fortificadas en Montemor-o-Novo hubiese acabado la batalla: como si solo quedase perseguir a los ingleses a ver quién corría más. No fue así ni por asomo y, como cualquiera con dos dedos de frente podrá imaginar, la trifulca que quedaba tuvo como protagonista a su seguro servidor el capitán Artigas.
Si ya tenía buena fama antes de juntarme con los de la sexta, solo faltó mi participación en los combates de Montemor, cuando rechazamos el intento de los canadienses de escapar del cerco. La Cruz de Hierro que hacía compañía a la Individual me hacía candidato para el primer berenjenal que hubiese. Al coronelillo madrileño que era mi admirador debió caérsele la baba por la comisura de la boca —que buena se la dejaría yo si se me ponía a mano— cuando vio que eran los mismos alemanes los que me buscaban un lugar de privilegio en el siguiente reparto de medallas.
La cuestión fue que los herejes, aunque quedaron bastante escarmentados en Estremoz —así aprenderían a meterse con alguien de su tamaño— aun tenían fuerza y se las apañaron para retirarse con algún orden hasta el río Tajo. Por suerte para ellos tenían alguien sensato que se imaginaba lo que podía pasar por Évora, y había fortificado la orilla del río por si rompíamos sus cacareadas líneas de Santarem. Supongo que pensaban que defendiendo el Tajo podrían resistir algún tiempo. Como la primera acorazada y la 43 —los gueses que decía mi amigo Lumbreras— habían escapado del cerco de Évora, las habían desplegado por la orilla del río. La idea era que aguantasen mientras el resto del ejército hereje en Portugal se reembarcaba en Lisboa y se preparaba para dar mal en alguna otra parte.
Lógicamente, no nos convenía que los míster se escapasen de rositas, y para ello había dos alternativas: o atacar por el norte, desde Oporto, o cruzar el Tajo. Lo del norte mala pinta tenía: las líneas eran muy fuertes, estaban defendidas por tropas que no habían sido derrotadas, y detrás tenían otras líneas de defensa en Torres Vedras y en Sintra a las que replegarse. Por tanto, había que cruzar el Tajo, y le cayó a la sexta panzer la misión. Nada más llegar al río se hizo algún intento pero no resultó: el paso estaba bien vigilado, y cuando un grupo de alemanes consiguió llegar a la otra orilla, se enfrentaron a un contrataque llevado a cabo con la mejor decisión. Por lo menos no tuvieron que vérselas con tanques, que pocos quedaban ya en campo enemigo.
Habría que hacer un asalto en fuerza, y nada como los alemanes para preparar bien el asunto. Llevaron no solo su artillería sino la mayor parte de la nuestra, que tras la caída de Évora ya no se precisaba. Prepararon botes de asalto, pontones transbordadores y puentes de barcas. En cuanto estuvo todo dispuesto se lanzó el ataque.
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La artillería hizo un alarde. No sé cuántos miles de proyectiles pudieron caer pero adelanto que pocos no fueron. Cubiertos por la tormenta de acero pasaron los pequeños botes de asalto de la infantería, que apenas encontraron oposición en la otra orilla. Pudieron recorrer los sotos junto al río —mejor dicho, los tocones ardientes que quedaban— y llegar hasta un canal situado unos cientos de metros más allá. Aunque los herejes habían situado allí su principal línea de defensa, estaban tan atontados por los bombardeos que ni pudieron reaccionar. Pero del intento anterior sabíamos que a la infantería de asalto le faltaba mordiente, y que por sí solos no podrían superar a los británicos agazapados en sus fortificaciones. Los panzer podrían proporcionar la necesaria potencia de fuego, pero tardarían horas en poder cruzar el río. Mientras ¿quién podría echar una mano? Adivine, que no es difícil.
Habíamos quitado los cañones sin retroceso PAR 41 de los Kubelwagen, colocándolos en unos afustes que eran una especie de carricoches ligeros. Arrastramos los trastos por la ribera, que fácil no fue, porque la ligereza de esos cañones era bastante teórica (solo cientos en lugar de miles de kilos, vaya consuelo), y la artillería inglesa empezaba a molestar. También había que llevar la munición, que no era moco de pavo: eran cartuchos tremendos de casi un metro de largo que pesaban como muertos, y aunque los llevábamos en carritos, los puñeteros se las apañaban par aquedarse atrapados en cada bache. Luego montamos los cañones y la munición en los botes de asalto —a pulso—, y entonces tocó remar hacia la otra orilla. Ahí fue peor: el bombardeo había convertido la ribera en un barrizal por el que hubo que empujar y arrastrar a los PAR 41. Cuando llegamos al canal que había un poco más allá del Tajo vimos que habían tendido una miserable pasarela, buena para los pisahormigas pero no para los cañones. Hubo que desmontarlos, tomar cada tubo entre varios y cruzar. Al otro lado, vuelta a montarlos en el afuste. Luego hubo que tirar hacia arriba trepando por un pequeño talud.
Ahí estaba el frente. Los herejes resistían desde un par de casas fortificadas, donde habían emplazado ametralladoras y morteros que barrían los campos de cultivo. Los infantes alemanes —casi tan buenos como nuestros guripas— intentaban infiltrarse por las pequeñas acequias de riego, pero estaban obstruidas por maleza, alambre de espino y muros de piedra. Por si solos no podrían destruir las casas, salvo con bajas tremendas. La artillería podría hacerlo, pero las comunicaciones con la otra orilla aun no estaban establecidas. Se podrá imaginar quién le iba a tocar.
El teniente Coll transmitió mis órdenes: desplegué mis cuatro cañones en el borde del talud, aprovechando los cráteres que había creado la artillería, dejando unos cincuenta metros entre cañón y cañón. Señalé el objetivo —la casa de la izquierda— y ordené apuntar. Los fusiles telemétricos dispararon trazadoras dos o tres veces hasta asegurar la puntería, y luego esperaron mi orden.
Un par de morteros dispararon contra la otra posición, no porque esperasen destruirla sino para hacer que los herejes agachasen la cocorota y nos dejasen hacer. Entonces di la orden y los cuatro cañones tiraron a la vez. Las granadas explosivas alcanzaron el muro de la casa fortificada abriendo agujeros. Una segunda andanada acabó por derribarlo, y la tercera estalló dentro. Fue el momento para que una sección de granaderos asaltase las ruinas, que limpiaron tras una corta pero dura pelea con subfusiles y bombas de mano. Luego le tocó a la segunda casa, pero esta vez fue cosa fácil: sus defensores ya habían visto lo que había pasado con sus colegas, y en cuanto empezaron a lloverles trazadoras se imaginaron lo que les vendría después, y dijeron aquello de “pies para qué os quiero”.
A los teutones no hubo que insistirles, que eso de la milicia se les daba bastante bien, y en cuanto vieron que los míster corrían se fueron a por ellos. Detrás, nosotros, no fueran a tener un mal encuentro. La infantería alemana siguió ampliando la cabeza de puente, mientras nosotros nos manteníamos unos cientos de metros detrás, sudando la gota gorda mientras tirábamos de los PAR 41. De vez en cuando nos parábamos y disparábamos algún cañonazo para meter el miedo en el cuerpo a los ingleses. Pero con buen criterio me reservé munición antitanque por si las moscas pican, que ya se sabe que en la guerra hasta los escarabajos dan unos picotazos de aúpa.
No tardaron en presentarse unos visitantes indeseados: ya le dije que los herejes usan tanques hasta para rascarse los… Me lo callo, que a Merchines no le gusta que sea mal hablado. La cosa es que los míster tenían guardaditos unos cuantos carros de combate para la ocasión, y no eran cafeteras como esos Covenanter de Badajoz, sino Valentinas, unas cosas chaparras y feas pero de piel muy dura, que había conocido en Ciudad Rodrigo y de las que no tenía buen recuerdo.
Tocó lo de siempre: desplegar los PAR 41, aprovechando que son tan bajitos que se metían en cualquier sitio. Las bocas apenas levantaban un par de palmos del suelo y no había cristiano capaz de verlos. No dejé acercarse mucho a los Valentinas: por lo que sabía, seguían sin tener cañones como Dios manda, y solo podían combatirnos con sus ametralladoras. Pero los PAR 41 no tenían escudo —la dichosa ligereza— y hasta un balín nos podía alegrar el día. Además los cañones sin retroceso son ligeros, potentes, precisos, todo lo que usted quiera, pero discretos no. Después de disparar hasta el Papa sabía dónde estábamos. Para cambiar de posición habría que mover esos mamotretos a pulso, y no era cuestión hacerlo bajo el fuego enemigo. Lo mejor era que no dejásemos que los tanques se acercasen a menos de quinientos metros.
Los Valentina, que eran seis, se metieron en un huerto de frutales. Los árboles, sin hojas —era invierno, le recuerdo— no escondían a los herejes, pero ordené a mis cañones que no disparasen: los proyectiles de carga hueca que disparábamos llevaban una espoleta muy sensible. Si pegábamos un pepinazo y el proyectil tocaba una rama, estallaría en el aire, dando un buen espectáculo de artificio pero causando pocas molestias al enemigo. Solo cuando los tanques salieron del huerto ordené que se abriese fuego. Había ordenado que todos los cañones tirasen sobre el mismo tanque, el de cabeza —que solía ser el del jefe—, y por lo menos dos pepinazos le acertaron. El Valentina se paró y uno de los PAR 41 siguió disparándole, pues había dado orden de seguir tirando hasta que los tanques enemigos ardiesen. Los demás siguieron adelante, aunque otra andanada detuvo al segundo. Vuelta a disparar, y vuelta. Otro Valentina se paró, y sus tripulantes salieron por las escotillas dando unos brincos que ni los zagales del pueblo; bien que hacían, porque al momento salió por la escotilla un chorro de llamas como el de un soplete. Por entonces también se había apuntado al baile la infantería hereje, que salió del huerto intentando acompañar a los tanques. Sin conseguirlo, porque a esas alturas las comunicaciones ya funcionaban y la artillería germana les bajó los humos. Pero a los tanques les daba igual la artillería; detenerlos era cosa nuestra.
Los cañones siguieron disparando. Noté que el de mi derecha no lo hacía, y al mirarlo vi a sus servidores despatarrados. Pero mientras otro Valentina quedó inmovilizado, y los otros dos se dieron por vencidos, y se refugiaron en el huerto. La artillería los sacó de allí —un cañonazo debió hacer carne, porque vimos otra llamarada—, y los infantes alemanes volvieron a la carga.
Me acerqué a ver lo que pasaba con el cañón de al lado, pero nada que hacer: un morterazo había hecho estallar un disparo que estaban cargando, reventando cañón y hombres. Una pena. Iba a seguir adelante con los cañones que quedaban cuando escuché ruido de motores: los panzer habían llegado.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"
Por cortesía de Reytuerto, dos imágenes:
El tanque Jaguar; diferentes versiones.
http://i1294.photobucket.com/albums/b61 ... g~original
Aviones de las batallas aéreas sobre España y Portugal.
http://i1294.photobucket.com/albums/b61 ... g~original
Saludos
El tanque Jaguar; diferentes versiones.
http://i1294.photobucket.com/albums/b61 ... g~original
Aviones de las batallas aéreas sobre España y Portugal.
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Saludos
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- urquhart
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Magníficas imágenes,
destacaría esos MS 410 y FW 190 con librea española... y lo pequeñito que es el Chato...
Por cierto, la banda roja de identificación Británica.... ¿es un guiño a la Historia?
destacaría esos MS 410 y FW 190 con librea española... y lo pequeñito que es el Chato...
Por cierto, la banda roja de identificación Británica.... ¿es un guiño a la Historia?
Tempus Fugit
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José Manuel Martínez Bande. Las batallas de Estremoz y Évora. Op. Cit.
El ala norte británica que había participado en el fallido contrataque de Estremoz consiguió escapar al cerco en Évora replegándose hacia Coruche y, posteriormente, traspasando el Tajo. Durante la apresurada retirada los británicos fueron acosados desde el aire y perseguidos por las patrullas de reconocimiento españolas. Parte de la infantería inglesa se dispersó, siendo capturados al menos tres mil rezagados en los días siguientes, y quedó abandonado gran parte del equipo incluyendo casi toda la artillería, que los ingleses echaron en falta en los días siguientes.
Al planear las líneas de Santarem se había decidido fortificar ambas márgenes del río Tajo para dividir la región fortificada en dos zonas que podían ser defendidas independientemente; pero el rápido colapso de las líneas en el sur dejaron al general inglés Paget sin unidades organizadas con las que defender el río. Paget se vio obligando a desplegar a la 43ª división Wessex en las fortificaciones del Tajo, aunque aun no estaban completas. La división estaba muy mermada: solo disponía de la mitad de sus efectivos iniciales, y carecía de artillería y tanques; pero era una de las pocas formaciones que mantenía cierto orden tras la retirada. Para potenciarla la reforzó con un batallón de carros de combate de la primera división acorazada, que había sido reequipado con tanques Valentine y Grant.
La 43ª división aun no había podido consolidar sus líneas cuando las divisiones panzer 4ª y 6ª forzaron el cruce del río en Morgado y en Valada. La línea del Tajo cayó en unas horas, y los contrataques mecanizados fueron rechazados por los antitanques que acompañaban a la infantería. Roto el frente, el primer grupo panzer se dirigió hacia Lisboa. Paget trasladó a la brecha todas sus reservas, pero era cuestión de días que cesase la resistencia organizada. Al mismo tiempo el cuarto cuerpo alemán consiguió desalojar de la sierra de la Arrábida a los últimos defensores británicos. Desde sus observatorios se dirigió el fuego de la artillería alemana de largo alcance, que empezó a disparar contra los buques en el estuario del Tajo; este quedó cerrado a la navegación.
No pudiendo disponer de los puertos de Lisboa y Setúbal, el general Paget consideró imposible mantenerse en Portugal y ordenó la evacuación inmediata del ejército. Las unidades que aun mantenían algún orden debían retrasar el avance alemán, replegándose hacia la costa atlántica. En sus pequeños puertos empezó el reembarque de las tropas, dificultado por lo exiguo de las radas y por los temporales atlánticos. Las vanguardias de la 6ª división panzer entraron en Lisboa entre el delirio de la multitud el día seis de enero de 1942.
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