La Pugna Continuación de "El Visitante"

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
Domper
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Mensaje por Domper »

Destaca sobre todo por sus portaaviones.

Saludos



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Mensaje por kaiser-1 »

Parece que vamos a tener fiesta en nuestra calle, que dijo Yeremenko. :green:


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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Mensaje por Domper »


Diario de Von Hoesslin

El favorable curso de las operaciones en Évora, Santarem y el Tajo hicieron que pasase inadvertido el fiasco —casi desastre— de Larache.

En nuestro avance estábamos haciendo muchos prisioneros, que estaban tan desmoralizados que cantaron como jilgueros cuando los interrogamos. Gracias a sus declaraciones pudimos hacernos idea de lo que estaba ocurriendo en Londres y en Lisboa.

A Churchill no le había sentado nada bien el desastre de Évora, aunque todos coincidían en que la desastrosa contraofensiva de Wilson se había efectuado siguiendo órdenes suyas. Churchill tendría muchos defectos, pero nadie podría negar su capacidad de supervivencia, y viendo el desastre que se avecinaba comprendió que necesitaba un chivo expiatorio. Destituyó fulminantemente a Wilson, nombrando como sucesor a un tal Paget. Pero hasta que llegase a Portugal tuvo que tomar el mando el canadiense Simonds, que era la única cabeza serena que quedaba en Lisboa. Sin esperar a que llegase Paget, Simonds ordenó la retirada al reducto del norte del río Tajo. Aunque el repliegue significó el abandono del cuerpo canadiense cercado en Évora, y también dejó también aisladas algunas bolsas británicas en el norte de Portugal, fue una decisión acertada que salvó a buena parte de su ejército. Por entonces nuestros panzer cabalgaban hacia Setúbal, y de haberse demorado la retirada uno o dos días hubiésemos conseguido cortar al ejército inglés por la mitad.

Hay que reconocer que los ingleses se replegaron con bastante orden, y defendieron gallardamente la península de Setúbal. Pero en cuanto Churchill supo que Simonds no iba a intentar romper el cerco de Évora —como si fuese posible— montó en cólera y exigió que el general fuese juzgado por cobardía. Entre los prisioneros corrían todo tipo de rumores, incluso decían que Churchill había pedido que ahorcasen a Simonds. De lo que estamos seguros fue que hubo una tremenda pelotera entre Churchill y el mariscal Deverett, que mandaba su estado mayor. Simonds salvó la cabeza, pero fue destituido, y hasta que llegó Paget el ejército se quedó sin órdenes. Las declaraciones de los prisioneros no dejaban dudas sobre el pésimo efecto que sobre el ejército había tenido la destitución de Simonds. Muchos se quejaban de ser los juguetes de Churchill, que los había mandado al desastre con tal de seguir en su poltrona. Curiosamente, los únicos que estaban medianamente conformes con el premier inglés eran los canadienses, que lamentaban que Simonds no hubiese hecho ningún esfuerzo para rescatar a sus compañeros de Évora.

La destitución de Simonds y la demora de Paget en tomar el mando causaron un retraso que hizo que la situación británica pasase de ser mala a catastrófica. La conexión marítima entre Inglaterra y Lisboa nunca había sido fácil, y entre los submarinos, las lanchas rápidas, los aviones torpederos que operaban desde Galicia, y las minas depositadas por aviones, submarinos e incluso por los minadores españoles —en misiones muy arriesgadas— calculábamos que los ingleses perdían uno de cada ocho barcos. También cayeron unos cuantos destructores e incluso un crucero, el Achilles, hundido por Savoia italianos cerca de Oporto. Por eso el reembarque del material ordenado por Simonds no se había iniciado, y cuando Paget llegó la Luftwaffe y nuestra artillería habían cerrado el puerto de Lisboa. El inglés al principio pensaba que aun podría resistir durante algunas semanas e incluso que podría restablecer la situación. Ya no podía usar Lisboa pero creía que con los pequeños puertos de la costa atlántica aguantaría. Sin embargo, nuestro cruce del Tajo acabó con cualquier ilusión que le pudiese quedar. Paget avisó a Londres que no iba a poder resistir ni una semana más, y que la única esperanza del ejército era un reembarque inmediato. Deverett consultó con Churchill, pero parece que el Primer Ministro estaba anonadado por el desastre y no fue capaz de tomar ninguna decisión. Deverett la tomó personalmente, ordenando que todo lo que flotase en el Atlántico se dirigiese hacia Portugal.

El juicio de Paget tal vez fue un poco pesimista, porque la península en la que está Lisboa es montañosa y le iba a permitir aguantar algún tiempo. Aun le quedaban municiones, acumuladas cuando los ingleses pensaban que podrían derrotar a Franco y llegar hasta los Pirineos. Pero el ejército de Portugal se estaba convirtiendo en una turba cuyo único objetivo era escapar, algo que no iba a ser tan fácil como en Dunkerque. No estaba la costa inglesa a pocas millas, y el Atlántico en invierno no es misericordioso con las pequeñas embarcaciones, incluso en las meridionales latitudes portuguesas. Además la larga ruta que debían cubrir los barcos hacía que cada buque solo pudiese efectuar uno o dos viajes: aunque se decidió evacuar al ejército a las Azores, ya que las islas portuguesas estaban más cerca y la ruta marítima estaba menos expuesta a los aviones del Pacto que operaban desde Galicia, el viaje redondo de los barcos llevaba una semana.

Los ingleses ya habían previsto que podían quedarse sin Lisboa, y habían mejorado los pequeños puertos de la zona, además de construir muchos malecones y amarraderos. Pero solo eran aptos para barquichuelos, y el mal tiempo no estaba facilitando el reembarque. Buscando aguas calmadas intentaron utilizar la bahía de Cascáis, usando lanchas y embarcaciones pesqueras que llevaban a los hombres desde el puerto del mismo nombre y desde las playas de Estoril —donde había algunos malecones— hasta los paquebotes, anclados cerca de la costa. Pero el absoluto dominio que tenía la Luftwaffe de los cielos hicieron que el intento acabase en catástrofe. Los bombarderos se cebaron en los barcos de mayor porte, y en un día glorioso enviaron al fondo cinco de esos grandes buques, casi cien mil toneladas de acero. Aun así seguían saliendo barcos rumbo a las Azores con cargamentos inverosímiles: los náufragos del Empress of Canada relataron que el buque, cuya capacidad nominal en tiempos de guerra era de 2.500 hombres, llevaba por lo menos ocho mil cuando fue torpedeado por el U-213.

El naufragio del Empress of Canada no fue el único. Los barcos navegaban con independencia, y en semejante maremágnum nuestros submarinos y aviones se movían como lobos en un rebaño. Los pilotos y los submarinistas declaraban cifras increíbles de hundimientos, tan altas que en un primer momento nos negamos a creerlas. Pero el interrogatorio de los prisioneros nos demostró que el desastre sufrido por los ingleses estaba siendo todavía mayor. Había tantos botes de náufragos que acabamos por apiadarnos, y los aviones de reconocimiento lanzaron flotadores con humo para guiar a los barcos de rescate hasta los desvalidos supervivientes. Algún submarino intentó convertirse en buque salvavidas, solo para ser atacado por los aviones ingleses que cumplían órdenes de Churchill, que prefería perder miles de sus soldados si a cambio hundía alguno de nuestros sumergibles.

Tras el desastre de Cascais y el barullo en que se estaba convirtiendo la retirada los ingleses se enfrentaron al riesgo de una terrible catástrofe. Pero la competente Royal Navy, siempre al quite, fue capaz de poner un poco de orden en el caos. Se cesaron las operaciones tipo Dunkerque, con cada cosa que flotase intentando llegar a las playas, y se estableció un sistema según el cual solo los barcos más rápidos se acercaban a la costa por la noche. Allí cargaban cientos de hombres, bien en los dos últimos puertos que quedaban (Peniche y Ericeira), bien fondeando cerca de las playas y usando barcas. Además, como los convoyes atlánticos se habían suspendido temporalmente por los ataques del Bismarck y el Tirpitz, la Royal Navy pudo enviar a Portugal a decenas de buques de escolta, tanto destructores antiguos —a los que se encomendó acercarse a la costa— como cañoneros y corbetas. También envió petroleros que permitieron que los buques pequeños permaneciesen en el mar.

Una vez recogían su carga, los destructores se acercaban hacia una zona de concentración, a algo más de 200 millas de Lisboa, que estaba protegida por tres de sus últimos portaaviones y por decenas de barcos de escolta. La vigilancia era tan estricta que tras perder allí cuatro submarinos en un día Doenitz tuvo que desviarlos a otras áreas. Allí esperaban los grandes buques de pasaje y los petroleros. Los destructores trasbordaban su carga, repostaban y volvían a partir hacia la costa; los paquebotes se dirigían a las Azores en convoyes fuertemente escoltados. El sistema se reveló bastante eficaz y nuestros submarinos ya no pudieron hundir más transportes de tropas. La Luftwaffe, tras perder algunos bombarderos intentando atacar a la flota enemiga, se dedicó a lanzar explosivos sobre las playas y los puertos.

Mientras las últimas tropas que conservaban algún orden se aferraban a las posiciones en las sierras costeras, en las playas se acumulaba una muchedumbre de soldados que esperaba su turno, procurando no llamar la atención a nuestra omnipresente aviación. No hará falta decir que en esas condiciones los soldados escapaban con lo puesto, y no se pudieron llevar ni sus fusiles.



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Mensaje por Domper »


Mientras los bombarderos de la Luftwaffe machacaban los puntos de embarque, y submarinos y torpederas acechaban entre las sombras a los destructores que evacuaban tropas, la flota de superficie del Pacto de Aquisgrán se preparaba para salir al mar.

Al mismo tiempo que se producía el drama de Portugal, la Home Fleet y la Fuerza R buscaban en el Atlántico a los acorazados Bismarck y Tirpitz, a los que se les había perdido la pista tras su ataque a dos convoyes cerca de Islandia. Además la Royal Navy había tenido que destinar buena parte de los destructores disponibles a la evacuación del ejército, dejando sin escolta a los buques pesados ingleses. No habíamos conseguido localizar la posición de los acorazados, pero pensábamos que seguían en el Atlántico Norte, o que en todo caso habían tenido que retirarse a la costa sur de Inglaterra y a las Azores. Era la ocasión para que la gran flota que se estaba reuniendo en Gibraltar saliese al océano.

En el puerto de la antigua base británica esperaban los acorazados Gneisenau y Scharnhorst —cuyas reparaciones habían finalizado—, el crucero pesado Hipper y cuatro destructores. A mediados de diciembre llegó a la bahía de Algeciras el italiano almirante Iachino con una soberbia flota: los modernos acorazados Littorio y Vittorio Veneto, cinco cruceros pesados —al mando del almirante Cattaneo— y seis destructores. Las dos escuadras, reunidas, podrían derrotar a casi cualquier agrupación de la Royal Navy, y con su superior velocidad no tendrían dificultades para escapar en el improbable caso de enfrentarse a una fuerza superior.

Sin embargo la reunión de la flota no pasó inadvertida. En las semanas anteriores a la pérdida de Gibraltar los ingleses habían construido un pequeño refugio en el que se habían encerrado cinco hombres valientes. La estancia disponía de provisiones y agua suficientes para varios años, y estaba comunicada con un mirador escondido que permitía vigilar tanto el paso por el Estrecho como la bahía de Algeciras. Dos emisoras de radio, con antenas disimuladas, permitían comunicarse con Londres, y sus emisiones pasaban desapercibidas en el ruido radiofónico producido por las escuadras del Pacto. Durante un año habían informado puntualmente al Almirantazgo de los movimientos en las aguas del Estrecho, siendo tan útiles sus informes que los españoles habían acabado por sospechar que había espías enemigos en la zona, aunque creían que se trataba de algún rojo traidor escondido en las sierras cercanas a Tarifa. La marina española había acabado por no usar Gibraltar sino Málaga, alejada pero mucho más segura, y pasar por el estrecho de noche.

Tanto Iachino como nosotros habíamos preferido Gibraltar, no solo por su situación, sino por las instalaciones de la base naval —parcialmente reconstruidas—, su dique seco y los túneles de la Roca, que la convertían en una base idónea para operar en el Atlántico. Iachino, prevenido por los españoles, se hizo al mar de noche; pero a los observadores no les pasó inadvertida la actividad en el puerto, que comunicaron a Londres. Cuando a la mañana siguiente vieron el fondeadero vacío transmitieron la alerta.

Ese fue su último mensaje. Un año y medio de confinamiento no solo había sido terrible para los voluntarios —uno había muerto y dos estaban seriamente enfermos por la deficiente nutrición— sino que el refugio apestaba, y el olor a cuerpos sucios y a hacinamiento escapaba por las mirillas del observatorio. Dos días después de la salida de Iachino, un par de cabos españoles que trabajaban en la base se habían aventurado en el Peñón intentando capturar algunas palomas que complementasen el magro racionamiento. El perro que llevaban levantaba las aves, que caían fulminadas por certeros escopetazos. Pero de repente el can corrió y empezó a husmear alrededor de una peña. Uno de los cabos se acercó a investigar para caer fulminado por una ráfaga. El superviviente marcó el lugar y fue a pedir ayuda. Unas horas después una sección de infantería de marina barrió la zona, buscando troneras o rendijas. Los ingleses aun abatieron a dos soldados más con sus subfusiles, pero no pudieron impedir que otros infantes introdujesen una carga explosiva por la mirilla.

Costó muchas horas poder acceder al refugio, siendo preciso usar barrenos que rompiesen la roca. Nadie quedaba vivo: los que no habían perecido por la explosión se habían asfixiado por el humo. Pero cuando el puesto de observación británico fue eliminado ya era tarde para Iachino.



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Nobunaga
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Mensaje por Nobunaga »

Parece que va a haber un almirante italiano que va a tener un mal dia


Mi primer deber como Infante de Marina es estar permanentemente dispuesto a defender a España, y entregar si fuera preciso mi propia vida
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Mensaje por Gaspacher »

Creo que esa antena no era camuflada sino "ocultable", y que tenían planeado desmontarla durante el día y montarla únicamente durante las horas nocturnas para evitar ser localizados. Si hiciesen eso no podrían radiar la partida de la flota hasta muchas horas después.


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
Domper
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Eso en la realidad, pero se supone que han tenido menos tiempo. Una antena se puede disimular como un alambre de espino.

Saludos



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Mensaje por Domper »


El almirante Iachino no sabía que su salida no había pasado inadvertida. Para intentar mantener en secreto su partida se le ofrecían tres opciones. La que parecería más lógica, dirigirse directamente hacia el oeste y alejarse de la costa, era también la peor: los submarinos ingleses patrullaban constantemente las aguas profundas, en las que ya habían hundido al crucero italiano Attendolo, al destructor Ulloa y al cañonero Eolo. Los marinos españoles aconsejaron a Iachino que siguiese por el corredor que habían creado entre Gibraltar y Cádiz: la baja costa había permitido tender campos de minas que protegían de visitas submarinas indeseadas. Sin embargo el italiano pensaba que su escuadra podría ser observada por los aviones de reconocimiento ingleses —sin tener en cuenta que de la RAF de Portugal ya solo quedaban cenizas— y se decantó por la tercera posibilidad: barajar la costa marroquí, mucho más abierta al océano que la española, y una vez rebasado Larache, aun de noche, perderse en el Atlántico. El almirante pretendía mantenerse algo alejado de tierra, para evitar el riesgo de las minas. Los españoles le avisaron que la ruta era peligrosa: cruceros y corsarios españoles la habían utilizado durante meses, y los ingleses ya estaban prevenidos. Tras varios desagradables encuentros con submarinos ingleses, en los que se había perdido el bou Virgen de las Mercedes y un par de mercantes, la Armada Española era muy cauta cuando se decidía por esa ruta.

Iachino organizó sus buques en dos columnas: la interior estaría formada por cuatro acorazados e iría precedida por el crucero pesado Hipper. Los cinco cruceros pesados de Cattaneo formarían la línea exterior, más expuesta. Destructores alemanes e italianos protegían el frente de la columna y los flancos, mientras el novísimo RTM del Scharnhorst —instalado durante las obras de reparación— vigilaba la posible presencia de sumergibles británicos.

Para desgracia de la flota uno de los buques alertados desde Londres era el submarino HMS Taku. El Taku no era un barco especialmente destacable: era moderno y tenía una potentísima batería de torpedos, pudiendo disparar diez torpedos a la vez (cuatro, desde tubos externos no recargables), pero era un sumergible demasiado grande para aguas confinadas, y varios buques de la clase habían sido hundidos cerca de Gibraltar por las cada vez más eficaces unidades antisubmarinas españolas. Pero tenía una novedosísima característica: acababa de ser equipado por uno de los primeros equipos tipo 291W fabricados. El tipo 291W era un radar de onda métrica que iba a ganarse una merecida reputación de ser poco preciso y aun menos fiable, pero que en la acción que se avecinaba iba a resultar crucial.

El teniente Hopkins, al mando del submarino, tenía encomendado patrullar la costa marroquí. Era una tarea muy peligrosa: los aviones de reconocimiento alemanes, algunos de los cuales también estaban equipados con radiotelémetros, vigilaban continuamente las aguas. Desde los pequeños fondeaderos, como el de Larache, los bous españoles atacaban a los submarinos que detectaban los aparatos germanos. Además la cercana costa había sido minada repetidas veces, por lo que acercarse era como jugar a la ruleta rusa. Pero Hopkins había descubierto que su equipo tenía una característica insospechada: los radiotelémetros del Pacto de Aquisgrán interferían con la señal de su radar, alertando al sumergible de la aproximación de buques o aviones. Cuando el radar del Taku empezó a mostrar señales anómalas, Hopkins supuso que se trataba de la flota enemiga. El teniente supo resistir la tentación de hacer un barrido con su propio radar, y se sumergió: la costa africana, no demasiado lejana, brillaba iluminada por la luna, y delataría la presencia de cualquier barco que intentase pasar cerca de tierra. Corría el riesgo de toparse con una mina, pero las instrucciones del Almirantazgo indicaban que en las batallas que se avecinaban podía jugarse la suerte del Imperio.

Los hidrófonos detectaron la aproximación de hélices rápidas, que parecían dirigirse directamente hacia el Taku. El buque se mantuvo a cota periscópica, vigilando el horizonte hasta que por fin atisbó una línea de formas oscuras. Hopkins se deslizó hasta situarse en el curso de los barcos enemigos, y dejó que se aproximasen. Cuando estaban a menos de mil metros, disparó: cuatro torpedos al primer buque de la columna, cuatro al segundo y dos al siguiente. También disparó el tubo de popa contra el buque que iba en cabeza de la columna exterior. Luego aumentó la profundidad para intentar escapar.

La primera víctima fue el crucero Bolzano. El torpedo del Taku estalló bajo su quilla —en esta acción las espoletas magnéticas funcionaron bien— y destruyó la sala de turbinas de popa. El crucero se quedó sin propulsión y sin energía eléctrica, mientras el agua hundía sus frágiles mamparos. Solo tras seis horas de lucha su valiente dotación consiguió salvarlo. Fue tomado a remolque por el crucero pesado Fiume, que se unió a la formación de tullidos en que se había convertido la flota de Iachino.

El siguiente en morir fue nuestro crucero pesado Admiral Hipper. Fue alcanzado por tres torpedos, y el barco comenzó a escorarse rápidamente, dando la voltereta quince minutos después. Quedaron en el agua varios cientos de náufragos, muchos heridos o intoxicados por el fuel escapado de los tanques, que fueron recogidos por el destructor Lanciere. El siguiente en la columna era el acorazado Scharnhorst, un barco gafe que atraía los torpedos enemigos. Fueron dos los artefactos que lo alcanzaron. Uno estalló contra el costado, causando escasos daños, pero el otro bloqueó los timones del acorazado cuando intentaba esquivar al Hipper. El gran barco empezó a describir círculos mientras los demás buques de la formación intentaban esquivarlo.

Al momento el destructor Carabiniere se vengó. Se dirigió hacia el origen de la estela de los torpedos, lanzando una decena de cargas de profundidad. Una estalló cerca del Taku y dañó el tubo lanzatorpedos de popa. El submarino comenzó a inundarse, por lo que Hopkins sopló todos los tanques y, una vez en superficie, ordenó a sus hombres abandonar el sumergible, que se hundió minutos después.

Pero tras el drama llegó el sainete. Tras las explosiones de los torpedos Iachino ordenó caer a babor, sin darse cuenta que el nuevo curso le dirigiría hacia el lisiado Scharnhorst, que seguía describiendo un círculo. El Gneisenau se libró porque había tenido que virar en dirección contraria para evitar los torpedos ingleses. Pero el Littorio, a toda máquina, acabó por embestir al Scharnhorst en la mitad de la eslora. Al Vittorio Veneto poco le faltó para unirse a los dos barcos, trabados por la proa. La misma arrancada del Littorio bastó para zafarlo del mortal abrazo, pero los restos de su proa rasgaron las planchas del costado del Scharnhorst. La gran brecha se sumó a la causada por el torpedo. El acorazado quedó al garete con una inundación creciente. El crucero pesado Zara intentó tomarlo a remolque, pero los cabos fallaron una y otra vez. Al amanecer el Scharnhorst estaba detenido a tres millas de la costa. El Littorio no corría peligro inmediato, pero no podía superar los doce nudos.

La salida de Iachino había abortado durante las primeras horas en el mar: con tres buques averiados no tenía otra opción que retirarse a Gibraltar. Pero ante el almirante se planteó un espinoso dilema: si se retiraba inmediatamente sus barcos no correrían peligro, pero dejaría al Scharnhorst y al Bolzano a merced de los ingleses, que seguramente llegarían al lugar como buitres atraídos por la carroña. Si se quedaba expondría a su flota a ser atacada, pero con sus destructores y sus cañones antiaéreos podría proteger a los barcos heridos. Tal vez si el acorazado dañado hubiese sido italiano Iachino se hubiese decantado por la primera alternativa, pero prefirió quedarse, pensando que la flota británica estaba lejos.



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Mensaje por wilhelm »

Poner a Lachino al mando de la flota :pena: todo está abocado al fracaso.


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wilhelm escribió:Poner a Iachino al mando de la flota :pena: todo está abocado al fracaso.
¿Por qué ? Fue un oficial competente que fue sorprendido por la tecnología. Una tecnología que, no olvidemos, Alemania no solo no cedió a sus aliados sino que la ocultó.

Saludos



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Mensaje por Domper »


No acabaron allí las desventuras del almirante Iachino. Dos horas después del amanecer seguía a seis millas de Larache mientras el crucero Zara y varios remolcadores que habían acudido a la llamada intentaban salvar al Scharnhorst. Entonces se recibió un informe electrizante: durante la noche un Fw 200 alemán había detectado, gracias a su radiotelémetro, a una escuadra cerca del Cabo de San Vicente ¡a solo 150 millas de sus buques! Con las primeras luces del día el Condor confirmó que los buques detectados eran británicos, y que había entre ellos al menos dos acorazados y un portaaviones. Simultáneamente un hidroavión Sunderland de reconocimiento avistó a los acorazados del Pacto, obligando a Iachino a tomar una decisión. No podía abandonar al Scharnhorst ni al Bolzano, pero quedarse en esas aguas poco profundas, en las que podía haber minas, era suicida. Se decidió por dejar cuatro destructores para que protegiesen a los dos barcos dañados, mientras situaba al resto de sus buques —tres acorazados, uno de ellos dañado, y tres cruceros pesados— entre los averiados y los barcos ingleses.

Un nuevo informe recibido dos horas después resultó aun más alarmante: la escuadra inglesa se componía de seis acorazados y estaba a solo 120 millas. Parecía que la débil Royal Navy estaba haciendo un esfuerzo para eliminar definitivamente la flota del Pacto. Por entonces los mamparos de proa del Littorio habían sido reforzados y ya era capaz de moverse a quince nudos: si volvía a Gibraltar los barcos ingleses nunca podrían darle alcance. Pero eso significaba sacrificar al Scharnhorst, y valerosamente Iachino decidió plantar cara a los ingleses.

A algo más de cien millas al oeste se movía una agrupación mucho menos potente de lo que creía el italiano. Los avisos de Gibraltar sobre el aumento de la actividad en la base habían sido correctamente interpretados por el Almirantazgo como indicios de una inminente salida de la flota combinada enemiga —le pusieron ese nombre queriendo recordar la victoria de Trafalgar, conseguida en esas aguas casi siglo y medio antes—. Sommerville recibió la orden de interceptar a la escuadra combinada enemiga. El almirante inglés enarbolaba su gallardete en el novísimo acorazado Duke of York, y era seguido por los acorazados Nelson y Valiant, el crucero de batalla Hood, y los portaaviones Furious e Indomitable; el Nelson, el Hood y el Indomitable habían sido destacados de la Home Fleet para proteger la evacuación de Portugal. A mediodía uno de los aviones Albacore de reconocimiento lanzados por el Indomitable detectó a los barcos del Pacto. Pero sus llamadas no fueron captadas por el portaaviones, y tampoco el informe del Sunderland que vigilaba a los barcos de Iachino. Somerville había sido alertado de la salida de los barcos enemigos de Gibraltar, pero creyendo que se dirigían hacia Casablanca mantuvo el rumbo sudeste, y envió a tres de sus cruceros contra una división de cruceros enemigos —la del almirante Regalado— detectada al norte de las Canarias. Solo cuando el Albacore aterrizó en el Indomitable Sommerville reconoció su error, y ordenó dirigirse hacia Tánger. Pero el Nelson no podía dar más de 21 nudos, y Somerville no se atrevió a dividir sus fuerzas frente a un enemigo numéricamente superior.

El Condor que había detectado a los barcos de Somerville también dirigió contra ellos a los bombarderos desplegados en la zona del estrecho. A media mañana la Fuerza H fue atacada seis bombarderos Junkers 88 procedentes de Jerez. Los cazas del Indomitable derribaron a tres de los intrusos, y los otros tres atacaron al Hood sin conseguir resultados, aunque una bomba cayó a menos de veinte metros de la banda de babor. Sin embargo, Sommerville suponía que ese iba a ser el primero de muchos otros ataques. El almirante británico no sabía de las averías del Scharnhorst —que no había sido detectado por sus aviones— y pensaba que la flota enemiga podría alcanzar los treinta nudos y que no podría darle caza. Además el tiempo estaba empeorando, y si se retrasaba en lanzar sus aviones era posible que el temporal que se avecinaba impidiese las operaciones aéreas. Finalmente se decidió a lanzar sus torpederos a pesar de la distancia; durante la noche intentaría rematar a cualquier buque que resultase averiado.

Un primer ataque de doce torpederos Swordfish escoltado por seis cazas Grumman Martlet, lanzados desde el Furious, no consiguió encontrar a la flota del Pacto, que había sido ocultada por un providencial chubasco. Pero veinte minutos después un vuelo de nueve torpederos Albacore escoltados por cuatro Fulmar del Indomitable localizó a los buques de Iachino. Los Albacore lanzaron un ataque por dos bandas contra el Littorio. El acorazado consiguió evitar a la mayoría de los peces mecánicos, pero uno lo alcanzó en la proa, por fuera del sistema antitorpedos, causando una gran boquete. Además las maniobras bruscas hicieron que fallasen los mamparos debilitados por el choque, empeorando la inundación de la proa. Una segunda formación de torpederos Swordfish del Furious atacó de nuevo a los acorazados; el Littorio recibió un nuevo torpedo que causó una inundación en la sala de calderas proel. El Gneisenau esquivó cuatro torpedos, pero el Vittorio Veneto fue atacado por un solitario Swordfish que lanzó su torpedo desde menos de 800 m de distancia; el avión fue derribado, pero instantes después el acorazado era alcanzado. El defectuoso sistema antitorpedos Pugliese falló, y el Veneto embarcó 7.000 Tn de agua, quedando su velocidad reducida a seis nudos.

Una nueva desgracia para los barcos del Pacto se produjo cuando los aparatos del Furious que no habían encontrado a los acorazados de Iachino localizaron al Scharnhorst y al Bolzano. Los cruceros Zara y Fiume tuvieron que picar los remolques, y los torpederos atacaron a los barcos a placer. El Bolzano fue torpedeado en la proa, sufriendo importantes daños. El Scharnhorst recibió sucesivamente cuatro torpedos. Con una inundación creciente, el capitán Topp ordenó a los remolcadores que embarrancasen a su acorazado para intentar salvarlo. Las grandes olas que estaba levantando la tormenta empujaron al mastodonte de 30.000 toneladas, lanzándolo sobre la costa, pero el fondo no era arenoso sino rocoso y la quilla del barco acabó por quedar destrozada. Los bous de Larache salvaron a la dotación, salvo a una treintena de marineros que habían fallecido a causa de las explosiones de los torpedos; pero el gran temporal que se levantó la semana siguiente acabó por destrozar al acorazado.

Con el Scharnhorst hundiéndose y los dos Littorio al garete, parecía la ocasión para Somerville. Pero el almirante inglés también se encontraba en problemas. Había sido atacado otras dos veces y una bomba había caído en la proa del Furious; aunque el buque no corrió peligro, veinte metros de la cubierta de vuelo se habían hundido y el barco estaba imposibilitado para efectuar operaciones aéreas. El Duke of York había recibido otro artefacto en el combés que había dejado fuera de servicio dos torres de 133 mm, y la torre X del Valiant había sido destruida por una bomba que había atravesado el caparacho. El Hood había sufrido daños por la metralla de explosiones cercanas. Durante los combates cinco cazas ingleses habían sido derribados por los de escolta del Pacto, dejando a Sommerville con solo seis Fulmar y tres Martlet para proteger la flota. Además los torpederos que estaban preparados para efectuar un nuevo ataque habían tenido que despegar para dejar la cubierta libre para los cazas, y costaría al menos dos horas rearmarlos.

Por otra parte los pilotos de los aviones torpederos informaron que habían alcanzado a cuatro acorazados enemigos con sus torpedos —tres en la realidad— pero que no habían afectado a su marcha. A la escasa distancia a la que estaban del Estrecho Somerville creyó que no podría interceptar a la flota enemiga, y que si se seguía internándose en esas aguas correría graves riesgos. Para reafirmarle en su decisión, el crucero antiaéreo Phoebe fue torpedeado, quedando sin propulsión y a punto de hundimiento. El Indomitable comunicó que había esquivado dos torpedos disparados por un submarino. Como Jellicoe veinticinco años antes, Somerville pensó que tenía poco que ganar, pero podía perder la guerra esa tarde. Con el corazón oprimido ordenó romper el contacto y poner rumbo oeste. Un destructor rescató a la tripulación del Phoebe antes de mandarlo al fondo con torpedos.

Mientras, Iachino había ordenado a la flota que se retirase a Gibraltar, quedándose solo con el Littorio —ya que el Veneto había podido reemprender la marcha— y con tres destructores, dispuesto a vender cara su piel. Pero la amenaza inglesa no se materializó, y al atardecer el crucero pesado Gorizia tomó a remolque al acorazado, que entró en Algeciras al día siguiente. Ahí se reunió con el Vittorio Veneto, que había llegado a la bahía durante la noche. El Bolzano entró en la bahía horas después. En Gibraltar los tres barcos recibieron reparaciones de emergencia que les permitieron dirigirse a Livorno y Génova. Pero las reparaciones del Véneto costarían cinco meses, y un año las del Littorio.

El fiasco de Larache —por no llamarlo desastre, porque nos había costado la mitad de la flota— hubiese sido un baldón en la brillante campaña de Portugal. Pero aun quedaba el tercer acto: aunque Iachino hubiese fracasado, Ciliax y Regalado seguían en el mar.



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APVid
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Mensaje por APVid »

Vaya desastre; está claro que el Pacto necesita portaaviones, portaaviones y portaaviones.

La única opción rápida, mientras se construyen, es copiar el tratado de los destructores entre EE.UU. y Gran Bretaña y firmar uno con Japón y que ceda dos o tres portaaviones a cambio de lo que sea.

Si no quiere ceder sus portaaviones modernos, que sea de los antiguos como el Kaga o el Akagi; o ligeros como el Hosho o el Ryūjō; o incluso de los portaaviones de escolta que están terminando: Taiyō, Unyō y Chūyō (esto último se puede enmascarar más como buques civiles y rearmarlos en el Mediterráneo).

La IJN podría escoltarlos hasta el Mar Rojo donde los entregaría, a ver si la Royal tiene narices de entrar en guerra abierta con Japón y de enfrentarse a sus portaaviones (recordemos que en la LTR les hicieron huir del Índico).


Domper
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Mensaje por Domper »

Me parece muy pero que muy improbable que Japón ceda ni un solo buque. Necesitaba cada cubierta de vuelo. Además que las relaciones con Japón no son muy buenas.

Eso sí, se podría acabar el Graf Zeppelin ¿no es así?

Saludos



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Mensaje por kaiser-1 »

Ahora que no están ni Grofraz, ni Göring ni Raeder para liar la madeja más intrincada conocida desde el nudo gordiano, esperemos que se termine pronto ¿dos años? :militar16:


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
Domper
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Mensaje por Domper »

¿Dos años? En 1940, en la realidad, estaba casi acabado, y las obras se han reiniciado.

Saludos



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