Crisis. El Visitante, tercera parte

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Crisis. El Visitante, tercera parte

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Capítulo 17

Uno tiene que ser algo para poder hacer algo.

Johann Wolfgang Goethe


Dos coches y tres camiones recorrieron las carreteras francesas, antes frecuentadas por los vehículos y que ahora veían un tránsito mucho menor. Aunque en las gasolineras volvía a encontrarse el precioso líquido que ansiaban los motores, estaba severamente racionado y aparte de los vehículos oficiales —más de uno manejado por aprovechados que habían sabido explotar el ascenso de Romier— solo se dejaban ver los diplomáticos, algunos ricachos y, como no, los contrabandistas.

Gastón, viejo amigo de Henry con el que compartía aficiones y negocios, prefería considerarse un emprendedor. Por desgracia los gendarmes que jalonaban la ruta lo veían como un estraperlista o, mejor dicho, como una vaca lechera de la que ordeñar francos y regalos exóticos. La carga que llevaba esta vez probablemente no resistiría ni la más somera inspección, y por eso el convoy se dividía en dos. Delante iban dos coches y un camión cargado de gollerías de matute que iban explorando las rutas. Después los otros dos camiones que llevaban a Iván, sus hombres —entre ellos Olexiy—, los voluntarios franceses y sus armas. El primer grupo se adelantaba y si el tramo estaba despejado, un coche volvía para buscar a los otros dos camiones. Si se encontraban con gendarmes, se detenían, pagaban el correspondiente peaje en forma de perfumes o licor, y luego los coches buscaban rutas alternativas. Solo al comprobar su soledad iban a buscar a los camiones de Iván. A ese ritmo la travesía por la campiña francesa fue lenta y tardaron cuatro días en llegar a la granja donde Jacques y Pierrot los esperaban.



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En la ciudad las obras estaban próximas a la finalización. Las villas se habían convertido en palacios y los colegios en hoteles; ya solo esperaban la llegada de sus ilustres inquilinos.

Al mismo tiempo, hordas de foráneos cayeron sobre la antes tranquila localidad. Trabajadores, camareros, vendedores, pero también policías en tal número que abrumarían incluso a una capital. Los campos de la periferia, antes dedicados al cultivo, habían sido allanados por las explanadoras y estaban ocupados por tiendas de campaña y barracones prefabricados en los que acoger a los recién llegados; esas parcelas no volverían a conocer el arado. Tristes recuerdos habían llevado a la erección de torres desde las que los largos tubos de los cañones antiaéreos apuntaban a cielos que los radiotelémetros vigilaban.

Las viejas calles olían a pintura y barniz, y atronaban con el golpeteo de los martillos y el rechinar de las sierras. Virutas y serrín caían más deprisa de lo que los barrenderos podían retirarlos mientras se erigían tribunas y doseles. No había sido fácil escoger una avenida adecuada para la gran celebración pues la provinciana ciudad no las tenía; eso cambiaría en el futuro.

Por las vías también paseaban ajetreados delegados que intentaban asegurarse que no hubiese nada que aminorase a sus respectivas naciones. Discutían por los lugares de preeminencia, gritaban alrededor de las tribunas, y fotografiaban los más nimios detalles. Las fotos volaban hacia las capitales europeas donde los encargados de protocolo ultimaban los detalles.

Algunas tomaron diferente derrotero.



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Relato de Federico Artigas Lorenzo

Por fin íbamos a movernos, y nadie podrá decir que no yo tuviese ganas, que ya estaba hasta el gorro de Versalles. Si por mi fuese se la regalaba a los franceses con todos sus palacios, jardines y bulevares. Siempre que en el lote se incluyese a los despectivos versailleses, que se deshacían como azucarillos cuando veían el águila germana pero que se crecían ante la española. Estaba harto de la lluvia incesante, de las cantinas con precios exagerados, de saludar a petimetres con entorchados que no se habían ganado. Pero lo que más me fastidiaba era ensayar una y otra vez el desfile y de escuchar los rapapolvos que el cabroncete de Montes nos dirigía. Leche, que éramos soldados de combate y no figurines, y que si alguien se quería fijar en algo, que lo hiciese en las medallas y en las cicatrices —condecoraciones tan honrosas como las de metal dorado— y no en el ritmo de los pasos o si la distancia entre una fila y otra era de un brazo o de dos.

Por lo menos yo iba al principio la formación que vez tras vez recorría un bulevar versaillés que nos habían dejado para nuestro uso y disfrute. Ya estaba para el arrastre, pues las cadenas del Tejón habían machacado los adoquines; los oficiales y soldados que marchaban detrás iban tropezando en los huecos del pavimento, o resbalaban en las placas de hielo que se formaban en los escasos momentos en los que no llovía y la temperatura se desplomaba. El teniente coronel Montes, que iba al frente subido en un balilla pintado de caqui —se las había agenciado para hacerse con una montura motorizada— respondía a las torpezas de mis compatriotas sulfurándose y estallando en improperios cuando su tez alcanzaba el adecuado tono de grana. Aunque he de decir que nos brindó un momento de distracción cuando el coche metió la rueda en un agujero más hondo que los demás, cosa de mi Tejón y del conductor que el día anterior no había estado muy fino. Reventó la rueda del balilla y Montes, que iba a pie firme, salió proyectado hasta un charco mezcla de nieve fundida, grasa y barro, que dio el adecuado toque de camuflaje a su hasta entonces flamante uniforme.

Esperamos en vano que el teniente coronel explotase pero el hombre calló, no supimos si fue porque la advertencia del general Galera había pesado, o porque nos la quisiese devolver doblada. Pero no hubo lugar porque ese mismo día llegó la orden de hacer las maletas y tomar el tren hacia nuestro nuevo destino. Todos hicimos los petates y guardamos las escasas pertenencias que habíamos atesorado en la carísima ciudad; el asistente de Montes debió pasarlo mejor intentando quitar los manchurrones negruzcos del uniforme a medida de nuestro comandante.



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Un avión más con su historia. Por petición popular:

El Arsenal VG 39 en DeviantArt

En la página está el texto explicativo.

Saludos



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Los camiones ni se acercaron a la granja. Se detuvieron en un camino en medio del bosque y Gastón ordenó a los pasajeros que tomasen sus equipos y desmontasen. El pobre francés de los rusos apenas les permitió comprender sus explicaciones; finalmente entendieron que Gastón temía que la llegada de los camiones a la granja llamase la atención, y que iban a tener que esperar en el bosque a que les viniesen a buscar. El francés les pasó unos mendrugos de pan duro y unas cuantas latas de sardinas, y les dijo que esperasen allí sin dejarse ver por nadie.

Dos días tardó en llegar alguien. Un hombre pequeño, de ropas raídas, que pedaleaba en una gastada y ruidosa bicicleta. Podía ser un campesino más, pero Iván sonrió cuando escuchó que el ciclista tarareaba la conocida musiquilla de «El cuervo negro». Ordenó detenerlo y Olexiy saltó de los matojos en los que se ocultaba, sobresaltando al sujeto que estuvo a punto de caer. Visto de cerca no impresionaba pues era ramplón, con facciones afiladas, y entre los gruesos anteojos y las ropas raídas tenía un aire de intelectual en horas bajas. En un ruso bastante decente que dijo haber aprendido en una fábrica de Leningrado se presentó como Yves, y empezó a despotricar contra quién fuese que les había traído y no les había dejado en el punto convenido; llevaba dos días pedaleando por los bosques y entonando melodías rusas, rezando para que nadie más las conociese.

Antes de irse, Yves les dijo que iban a tener que esperar un poco más. Seis horas después volvió con otro camarada que dijo ser Pierrot. Era un hombre jovial que no entendía ni una palabra de ruso pero que conocía el bosque como la palma de su mano. Sin dudarlo, se internó en la arboleda llevando su bicicleta del manillar; Yves le siguió resoplando, y detrás los comandos, cargados como mulas. Iván protestó unas cuantas veces porque no estaba previsto que llevasen tanta carga. Al final, Yves y Pierrot acordaron con Iván que los hombres pasarían una noche más allí mientras Iván y la escuadra de Olexiy, guiados por Pierrot, irían a buscar alguna forma de llevar los pesos.

Tardaron toda la noche en llegar al lugar donde se les esperaba: un campamento en una hondonada del bosque, tan lejos de zonas habitadas que parecía que el lugar nunca había sido hollado por el hombre. Allí encontraron dos decenas de camaradas, que según Yves eran hombres de confianza. El francés también actuó como traductor entre Iván y un tal Jacques que parecía estar al mando. Tras algunas discusiones varios franceses se fueron y retornaron a la mañana siguiente con bicicletas. Era todo lo que habían encontrado, pero que fue suficiente para hombres con inventiva. Volvieron a donde esperaban los demás comandos, y cortando ramas construyeron parihuelas que acoplaron a las bicis, permitiendo que cada una llevase mal que bien dos cajas. Llevarlas por el suelo del bosque no resultó tan difícil como temían porque se trataba de una arboleda cuidada, claramente destinada a la tala, y sin apenas sotobosque; aun así les llevó otra noche entera y parte del día llegar a la hondonada; especialmente difíciles fueron los últimos metros, una vez abandonaron la zona más cuidada y se metieron en la maleza tras la cual se escondía el campamento.

Cuando estuvieron todos en el campamento de bosque el radiotelegrafista Valery envió un mensaje. La respuesta llegó horas después: aun no era el momento, pero faltaba poco.



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Algo más al este se estaba preparando otra ceremonia. En la Plaza de la República habían levantado un enorme mástil, tan alto que su estructura había tenido que ser hecha con acero. En él ondeaba, orgullosa, la bandera alemana roja, blanca y negra. Los otros dos mástiles, de menor altura, estaban vacíos. En un extremo de la plaza se alzaba una alta tribuna para personalidades. Estaba cubierta pues en invierno y en esa ciudad tan solo dejaba de llover cuando nevaba. Otras tribunas para el público se habían construido en los lados, y en el jardín de la Explanada también estaban habilitados espacios. Al menos la ciudad no iba a precisar tantos cambios como su vecina ya que tenía instalaciones mucho más amplias. No hubo que reformar palacetes ni instalar barracones: el Arsenal podría alojar a la guardia de honor, y el cuartel Ney a la de seguridad. Aun así, los delegados también inspeccionaron la ciudad que estaba engalanándose para la que sería una ocasión histórica. De nuevo, las cámaras captaron el aspecto de calles, plazas, hoteles y palacios. También de nuevo, algunos carretes acabaron llegando a manos de Joli.



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Relato de Federico Artigas Lorenzo

Los teutones debían hacer gala de puntualidad pero solo en privado, porque el dichoso tren que debía llevarnos con armas y bagajes se hizo de rogar. Aunque también es cierto que de los ferrocarriles se encargaban los gabachos y a esos de sus vecinos germánicos solo se les había pegado la arrogancia. Los franceses tenían ese inconfundible aire latino que lleva a que las tareas urgentes se dejen para el día, la semana o el año siguiente. Cuando por fin llegó y como tampoco éramos tantos nos apañamos con unos pocos vagones. Un par para nosotros —de primera clase que éramos oficiales y no vulgar canalla—, otro para el equipaje, y una plataforma para el Tejón y para el Balilla del teniente coronel Montes. Me alegró ver que los operarios franchutes les daban un par de viajes; lo del Tejón se arreglaba con un poco de pintura pero el Balilla quedó más perjudicado.

Luego siguió un viaje monótono por esa campiña francesa. Granjas, bosques y praderas, todo más verde que el alma de un Guardia Civil. No me extraña con lo que llovía; hasta añoraba lo de Ciudad Rodrigo con tiros y todo, que había hecho un frío de mil pares pero con cielos rasos que se agradecían. No como aquí, con esa mezcla de nubes, niebla y agua por todas partes que calaba hasta el tuétano. Como tampoco íbamos demasiado lejos, apenas en seis horas estábamos descargando. Ocasión que los gabachos aprovecharon para mejorar aun más el aspecto del tanque y del coche. Después de admirar el apropiado tono grana de Montes fuimos a ver nuestro nuevo alojamiento. Era todavía más potroso que el de Versalles, que ya era decir. Consistía en un barracón alargado, hecho con maderitas finas que tenían la curiosa propiedad de acumular el frío y la humedad. Con unas planchas de madera mal cortada habían hecho un remedo de camaretas-Imagínese, los oficiales en camaretas a estas alturas, ya hablaría un rato con el coronelucho madrileño cuando me lo echase a la cara. Habían hecho una especie de mezcla entre aseo y retrete en el extremo. Los alemanes que nos lo enseñaron se disculparon por lo primitivo de las instalaciones, pero a nosotros no nos importó tanto ¿pensaban que nos íbamos a bañar todos los días? Con lo que llovía si encima nos mojábamos podríamos pillar un buen pasmo.

Fuimos de los primeros en llegar pero por poco. Tras nosotros se instalaron en los demás barracones italianos, rumanos, húngaros, muchos alemanes, franceses y más gente de mal vivir. En uno habían hecho una cantina que sonaba con todas las lenguas habidas y por haber. Aunque debo decir que los españoles nos llevábamos la palma pues con volumen suplíamos el interés de la conversación, profiriendo filosóficas expresiones como «pinta el copón», «arrastro» y «las veinte en pinchos».

Gracias a que oscurecía pronto podíamos visitar ese tugurio, pues pasábamos las horas de luz practicando. Nos habían dejado una carreterita de esas tan típicas francesas, estrechas y bordeadas de árboles —no sé por qué no los talaban, que cualquier día habría una desgracia con algún coche— en la que ensayábamos una y otra vez, venga a subir y bajar. El efecto quedaba algo deslucido porque no era cosa de estropear nuestros ternos de galla con tanta lluvia, y quién más y quién menos, Montes incluido, buscó algo para protegerse. Debió ser el primer desfile en el que los aguerridos soldados en vez de fusiles empuñaban paraguas.



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La espera no fue tal sino maniobras y más maniobras. Mientras Pierrot y un par de compañeros vigilaban la granja y la linde del bosque, los rusos y franceses acampados en la hondonada ensayaban como trabajar juntos. Cada sección rusa fue reforzada con otra de franceses; estos últimos eran antiguos brigadistas que no tenían el mismo entrenamiento pero sí mucha experiencia de combate. Los rusos aportaban la cohesión y eran los que sabían manejar las armas «especiales». De todas maneras los ensayos se hicieron sin fuego real, y más de una vez tuvieron que suspenderse cuando algún inoportuno visitante paseaba por el bosque; todos acabaron odiando a los aficionados a los hongos, que les obligaban a permanecer agazapados en el húmedo suelo.

Cinco días después Jacques —auxiliado por el traductor Yves— anunció que había llegado el momento. Acudieron a la granja por grupos esperando a que un destartalado camión movido por gasógeno los llevase hasta un nuevo bosque. Precedido por un Citroën que comprobaría que los caminos solitarios lo siguiesen siendo.

La sección de Olexiy viajó el segundo día, aumentada por los franceses de alguien que decía llamarse Pierre. La camioneta les zarandeó durante horas, y varias veces tuvieron que detenerse para hacer acopio de leña para la caldera. El ruso se daba cuenta de que los franceses les estaban llevando por caminos en pésimas condiciones, que no pasaban de desamparadas veredas: debían estar cerca del objetivo y la vigilancia sería mayor. Al final llegaron a su destino. Estaba en un bosque que no se parecía en nada a los que habían visto hasta ahora. Ni a los franceses ni mucho menos a los rusos. Era joven y muchos árboles apenas pasaban de plantones que estaban desprovistos de hojas y tenían aspecto enfermizo. Lo más llamaba la atención era el suelo. No era ni el llano de Rusia, ni ondulado como en Francia, sino que estaba taladrado por depresiones cual enfermo de viruela. Zanjas superficiales parcialmente desmoronadas zigzagueaban entre esquirlas de acero y alambres oxidados. Estaban en un antiguo campo de batalla.



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El marinero, alto, rubio y de ojos azules, descendió por la pasarela del Ada Gordon y mostró su cédula de identidad. Un gendarme la examinó con detenimiento y miró fijamente al marinero.

—¿Cómo dices que te llamas?

—Nimeni on Tuomas Riutta, herra Poliisi.

—Si sigues hablando así no te entenderá ni tu padre.

— Anteeksi herrpoliisi, perro yo hablar mal saksalaisesta.

El gendarme se encogió de hombros. Estaba habituado a los marinos fineses con su jerga propia de chinos. A fin de cuentas la cédula estaba bien y coincidía con la lista que le había pasado el sobrecargo. Con gestos le ordenó que abriese el petate: llevaba ropas viejas, un par de botas gastadas envueltas en papel de periódico, un poco de picadura, y dos paquetes de mantequilla que el alemán miró con fruición. El finés se encogió de hombros y uno de los envoltorios desapareció bajo la mesa.

Savely Serguéyevich Tretyakov se perdió en las calles de Lübeck.



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Relato de Federico Artigas Lorenzo

La única alegría de esos días fue que el comandante Don Félix Verdeja volvió a visitarnos. Estuve con él departiendo un buen rato en la especie de choza que pasaba por cantina, un barracón destartalado el en que se colaban todos los vientos y donde ni siquiera tenían vino, aunque sí esa cerveza rubia que tanto gusta a los krauts. Don Félix, que ya le he contado que era un portento, me había tomado aprecio, seguramente porque el hijo de la señora Lorenzo tenía más experiencia con las cafeteras con orugas que el resto del batallón. Estuvimos hablando de lo divino y de lo humano, cada vez con más animación a medida que el dorado contenido de las jarras pasaba directo de gargantas a riñones. O eso me parecía de tantas veces que tuve que salir a la parte de atrás. He de decir que esa cerveza era bastante buena y que no perdía ni un ápice de aroma o color tras el paso por mi querido sistema urinario.

Don Félix había seguido su peregrinación por Europa en busca del tanque con el que equipar a nuestro glorioso ejército. Al principio creyó haberlo encontrado en el Jaguar, un monstruo que iban a fabricar gabachos y espaguetis, pero pensándolo bien le pareció de talla un poco grande para nuestra industria. El Súper Pardillo no le gustaba mucho; a mi tampoco, que ya había escuchado aquello de su blindaje de papel de fumar, que mal casa con un tanque destinado a soportar dimes y diretes mientras apoya a las tropas. Yo ya había visto los fuegos artificiales en los que se convertían los T-26 cuando les metían un buen zurriagazo, tenía las cicatrices de las esquirlas en las que se había transformado la coraza de mi Tejón en Ciudad Rodrigo, y no me hacía gracia que volviese a ocurrir con nuestros tanquistas, entre los que se contaba el que suscribe.

Me dijo Don Félix que se iba para charlar con los italianos. Tan bien como se les daban los cochecitos a juzgar por los Balillas, seguro que podrían diseñarnos un tanquecito chiquitín, lo justo para llevar un cañón pero que pudiese meterse por esa especie de sendas para mulas que pasan por caminos allá en la patria. Aunque me dijo que no volvía a Versalles por eso, sino para enseñarnos unos artilugios que veríamos al día siguiente por la mañana y que resultaron ser proyectiles de cañón. Aparentemente normalitos, pero que llevaban pintadas las letras «HD». Iniciales de «Hohlladung», otra de esas palabrotas de gusto teutón que si me la sueltan a la cara devuelvo un sopapo. Quería decir «carga hueca» y eso no hacía falta que me lo explicasen, que había hecho la ofensiva de Estremoz y la campaña de Lisboa con los cañones sin retroceso.

Don Félix sabía que los cañones de los Súper Pardillos y de los Tejones se quedaban un poco justos frente a los Matilda y Valentina ingleses. Ya, ya un poco, pensé yo; era como la sobrina de mi vecina, que empezó estando un poco embarazada y acabó casándose en misa de cazadores. Llevaba tal bombo que el mosén ni pudo acercarse a pasarle el anillo a la novia y tuvo que tirárselo al vuelo. Así la chica selo pudo plantar al desdichado novio, que a esas alturas estaría lamentando esa nochecita en el pajar y pensando si sería mejor dejar que le plantasen el anillo o esquivar la escopeta del papá de la nena; es que entre las cualidades de la chica estaban su carácter un tanto arisco y sus facciones que recordaban a las de la vaca del tío Servilio.

Mejor dejo al futuro papá y a su vacuna esposa, que si me despisto me voy por os cerros de Úbeda, y vuelvo con lo de los pepinos. Parecía que el remedio para romper tanques estaba en las cargas huecas pero a Don Félix no le acababa de cuadrar. Me estuvo contando no sé qué historias de rotación de los proyectiles —eso ya sabía qué era—, de chorro de gases —también— y de dispersión —un poco menos, que lo de dispersarse era eso de desplegarse en guerrilla que se hacía cuando te empezaban a tirar morterazos pero no sé a qué cuento venía con los antitanques—. La cosa era que no confiaba demasiado en los proyectiles alemanes y había encargado unos cuantos de diseño mejorado con cavidad en forma de tulipa. Le pregunté qué era eso, que mi mamá usaba las tulipas en las lámparas, pero Don Félix se rio y me empezó a contar no sé qué de formas cónicas y parabólicas, vectores que se suman y más cosas que no recuerdo no sé si por si ser muy difíciles, porque la mollera no me llegaba, o porque a esas alturas habían caído cuatro jarras e iba por la quinta. El caso era que se había buscado un lutier —otra cosa que mejor que no me digan a la cara— para que le hiciese una especie de trompeta de cobre que plantó dentro del morro de los pepinos.

De todo esto lo único que entendí era que había que probar los bichos a la primera oportunidad. Pero a saber dónde, que en Versalles teníamos campo de tiro pero en este campamento dejado de la mano de Dios había demasiado guardia con el gatillo fácil. Al final decidimos que los almacenaríamos para después del desfile. Pero en los dichosos barracones tampoco teníamos polvorín: paradas y exhibiciones se hacían sin munición desde que un guardia franchute le había descerrajado medio cargador a Pétain en las tripas —aunque oficialmente había sido un avión inglés, radio macuto proporcionaba detalles truculentos sobre el «incidente»—. Una idea era dejar los pepinos por ahí, en cualquier taquilla, pero ya se sabe que hay mucho malintencionado con mano larga, capaz de llevárselos para usarlos como floreros, y al final los guardamos en el Tejón. Como cualquier tanque que se precie tenía su armarito para meterlos, y además se podía dejar cerrado y con llave, que ya he dicho que el Súper Tejón tenía techo y solo se podía entrar con invitación.

Don Félix vio que en las cajas de urgencia también tenía unas cuantas cintas de balas. Me miró con cara rara, pero yo le expliqué que en este modelo en vez de llevar el fusil de puntería apuntábamos con la ametralladora, y que sin unos cuantos tiros me sentía desnudo. El buen hombre me palmeó la espalda y prometió no decirle nada al tontaina de Montes.



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Perdon Domper, pero la verdad no puedo dejar de decir que es impresionante el relato, te aseguro que imagine toda la situación la cantina, los españoles tomando, el tejon, las balas, etc. La verdad entras en detalles lo justo para que uno este en el lugar y seguir disfrutando la historia. Como espero el final para volver a empezar a leer todo desde el prencipio.
Saludos.


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Panzer 41 Lince

El Panzerkampfwagen 41 Lince (llamado AMX-41 Lynx en Francia, Lince en Italia y España, y Stridvagn 41 en Suecia) fue un tanque ligero diseñado por el grupo Europanzer para sustituir a los tanques Panzer 38 del Ejército Español. Fue utilizado intensamente por el Pacto de Aquisgrán durante la Guerra de Supremacía y en la posguerra participó en varios conflictos coloniales.

Desarrollo y producción

En 1941 el Ejército Español recibió gran cantidad de tanques Panzer 38 checos, algunos nuevos y otros dados de baja por Alemania. Fueron llamados Pardillos y equiparon a varias unidades blindadas. En los combates de Portugal quedaron en evidencia sus limitaciones, tanto por su ligero armamento como por la débil protección. Parte de los Panzer 38 supervivientes fueron rearmados con un cañón de 7,5 cm instalado en una torre abierta (llamados Súper Pardillos). Sin embargo la solución no era por completo satisfactoria por lo ligero del chasis y la mínima coraza. El Ministerio del Ejército empezó a buscar un sustituto que se pudiera construir en fábricas españolas. Skoda propuso el Panzer 41 (VK 30.01), que era un desarrollo del prototipo que había perdido el concurso para el tanque Panther, pero por consejo del comandante Verdeja se acudió a la empresa italiana Ansaldo, que junto con la francesa Renault acababa de formar el grupo Europanzer.

Los requerimientos españoles eran difíciles de cumplir: el nuevo tanque tenía que estar armado con un cañón de 7,5 cm que pudiese utilizarse tanto para la lucha antitanque como para el apoyo táctico. Debía estar mejor protegido que el Panzer 38 y pesar menos de 25 toneladas. Finalmente, la producción en serie tenía que iniciarse antes de un año.

Para conocer las necesidades y capacidades industriales españolas, el equipo diseñador de Ansaldo trabajó en estrecha relación con el comandante Verdeja, inventor del tanque de su mismo nombre. Ansaldo diseñó una versión a escala del tanque Jaguar, con un motor V8 que era un derivado acortado del HS-51 de doce cilindros en V que llevaban los Jaguares franceses. Llevaba la misma transmisión pero con una suspensión simplificada derivada del sistema Horstmann que utilizaban varios tipos de tanquetas inglesas. Esta fue escogida por ser sencilla, fácil de mantener y de reparar, además de tener buenas prestaciones todoterreno. Para mantener el peso dentro de lo especificado la protección del nuevo tanque era limitada, con tan solo 4 cm en el frente y en el escudo de la torre. Como armamento principal se escogió un cañón ligero de 75L39 derivado del cañón checo vz.30 que se iba a fabricar en España bajo licencia.

El prototipo, que fue llamado Lince, fue presentado a las autoridades españolas en febrero de 1942. Fue aceptado con algunas modificaciones, incluyendo el aumento de la coraza, que llegó a 6 cm en la parte superior del glacis y a 7,5 cm en escudo de la torre, elevando el peso del carro hasta las 27 Tn. Afortunadamente tanto la suspensión como la transmisión habían sido diseñadas para admitir pesos de hasta 30 Tn y los cambios no conllevaron retrasos.

Varios ejércitos del Pacto de Aquisgrán se interesaron en el nuevo tanque al considerarlo idóneo para sustituir a los tanques ligeros a los que se encomendaban las misiones de apoyo a la infantería. Mientras que el ejército alemán destinaba a dichas misiones (y también a la lucha contracarro) al StuG, un blindado sin torre derivado del Panzer III, los ejércitos francés e italiano preferían emplear tanques convencionales con armamento en torre. El Lince tenía similar potencia de fuego que el StuG, y aunque la protección era menor, se compensaba por la flexibilidad que suponía disponer de torre giratoria.

Italia solicitó 2.000 unidades para sustituir a los tanques M11, M13 y M14, y Francia otras tantas, que debían reemplazar a los Renault R-35 y Hotchkiss H-35 y H-39. Yugoslavia pidió 400, y Suecia adquirió la licencia de producción, fabricando 600 tanques que llamó Stridvagn 41 que fueron entregados a partir de 1943. También se interesó Finlandia por el Lince, al considerar que el nuevo tanque era ideal para combatir en terrenos difíciles, solicitando 300 unidades adicionales del Stridvagn 41. La industria pesada española, hasta entonces, solo había fabricado pequeñas series de blindados, y aunque había iniciado la fabricación de 1.000 tanques Verdeja (cuya producción se anuló tras finalizar apenas sesenta), no podía afrontar todos los pedidos y tuvo que solicitar la asistencia de Europanzer. Al ser necesaria la participación de buen número de industrias españolas se decidió agruparlas en la empresa Santa Bárbara, que fue admitida como tercer socio en Europanzer.

El desarrollo del prototipo progresó sin problemas, y en agosto de 1942 se inició la producción de una preserie en la factoría Ansaldo de Turín. En noviembre de 1942 empezó la fabricación en la Unión Naval de Levante de Valencia, y seguidamente en la fábrica SOMUA de Saint-Ouen, que pasó a ser la principal línea de producción, ya que la fábrica de Valencia apenas tenía capacidad para las demandas españolas y Ansaldo estaba comprometida con la producción del Jaguar. Los Lince fabricados en Saint-Ouen se distinguen fácilmente por tener la torre fundida. El Lince entró en combate en febrero de 1943, en manos francesas, en la batalla de Dahla.

El Lince era una versión acortada del Jaguar, y era fácil confundirlo con su hermano mayor desde lejos. La placa frontal del chasis tenía una inclinación de 45º, siendo los costados rectos, y en la parte posterior había amplias rejillas de ventilación: en las versiones para operaciones anfibias las rejillas estaban cubiertas, y en su lugar se instaló un esnórquel (un tubo vertical) con un ventilador auxiliar. La torre era hexagonal, y en la parte frontal tenía un escudo troncocónico similar al de los Jaguar con torre Henschel. El comandante disponía de una cúpula Bromberg que daba visibilidad de 360°.

El tanque estaba armado con un cañón de 75L39 sin freno de boca; aunque era un derivado del cañón Skoda vz.30, la recámara fue modificada para poder utilizar la misma munición que el cañón KwK 40 del Pz IV y de las primeras versiones del Jaguar, aunque con casquillos acortados. El Lince disponía de dos ametralladoras MG34, una coaxial con el cañón principal, y otra en el techo para el comandante del carro. Como en el Jaguar, se prescindía del ametrallador de la barcaza, permitiendo disminuir la dotación a cuatro hombres y así aumentar la munición almacenada.

En 1943 se diseñó una versión que mejoraba la capacidad antitanque del Lince. Se sustituyó el cañón por un KwK 40/43 75L46, que se diferenciaba del KwK 40 por su llamativo freno de boca de dos etapas. Se aumentó la protección, que pasó a ser de 7,5 cm en el glacis y de 9 cm en el escudo de la torre, y se reforzó la suspensión. Para compensar el mayor peso del cañón se colocó una gran caja de almacenaje en la parte posterior de la torre. La nueva versión complementó a los Lince de versiones anteriores en los ejércitos español, italiano y francés, y fue suministrada a las unidades de montaña y anfibias alemanas.

La versión definitiva apareció en 1945. Se sustituyó la torre poligonal por una basculante FL-10 provista de un cañón CN-88-44 (Kwk 44 88L52), de 7,5 cm y 52 calibres, con prestaciones comparables al Kwk 43 del Panther. La característica principal era que el cañón tenía un sistema automático de recarga alimentando por dos cargadores cilíndricos, con capacidad para seis disparos cada uno. No solo permitía prescindir de un tripulante, sino que la cadencia de tiro era muy elevada hasta que se gastaba la munición de los cargadores. Se recargaban desde el exterior del tanque, siendo conveniente hacerlo a cubierto. La potencia del cañón lo convirtió en un cazacarros muy peligroso aunque limitado por la escasa protección de la torre. Se construyeron 1.700 unidades, de las que parte fueron tanques Lince 1 reacondicionados. Alemania adquirió 400 para sustituir a los cañones autopropulsados Marder aun en servicio. El ejército francés recibió 600 carros, España 120 e Italia 300. También fueron usuarios del modelo Rumania, Bulgaria y Egipto. Sin embargo apenas llegó a ser empleado en combate, pues fue un desarrollo tardío que se estaba distribuyendo cuando finalizó la Guerra de Supremacía. En la posguerra sustituyó a los de versiones precedentes y fue el más longevo en los ejércitos del Pacto de Aquisgrán.

Se proyectaron versiones especializadas: portador de armas (con obuses de 10,5, 12,2 o 15 cm), cazacarros con cañón 88L70 en casamata abierta, de ingenieros con obús de 10,5 cm, y de recuperación. Ansaldo también construyó un prototipo anfibio al que se le podían acoplar grandes contenedores estancos y un pequeño motor marino. Esas versiones no fueron aceptadas. Hubo modificaciones realizadas en campaña: la infantería de marina adaptó algunos de sus Lince como lanzallamas o barreminas, y a cierto número de Linces de versiones iniciales se les retiró la torre y fueron convertidos en tractores de artillería, en vehículos de recuperación, o en morteros autopropulsados.



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Uso en combate

Las formaciones acorazadas del Pacto de Aquisgrán estaban siendo equipadas con tanques Panzer IV, Panther y Jaguar. El Lince, al contrario, fue distribuido a los batallones de tanques de las divisiones de infantería, de infantería de marina y de montaña. Posteriormente también equipó a brigadas independientes de tanques que apoyaban a la infantería en operaciones de gran envergadura. El peso y dimensiones del Lince, solo algo superior a los del Panzer III, sus anchas orugas que permitían que la presión sobre el terreno fuese baja, y sus excelentes capacidades todo terreno, lo hicieron especialmente adecuado para terrenos agrestes o selváticos o para operaciones anfibias.

El cañón de 7,5 cm disparaba proyectiles explosivos que eran una gran mejoría respecto a los de 3,7 o 4,7 cm de los tanques ligeros a los que sustituía. La coraza frontal oblicua proporcionaba protección suficiente contra armas de infantería y resistía a los cañones antitanque de la época, salvo a los pesados.

Al ser el apoyo de la infantería la misión a la que el Lince estaba destinado se prestó especial atención a la coordinación con unidades terrestres. Se instaló una radio de doble canal que podía utilizar la frecuencia de la infantería o la artillería, y se puso un teléfono exterior en la parte posterior del tanque. Se instalaron raíles que permitían transportar una escuadra de infantería, aunque fuese una táctica desaconsejada ya que los soldados quedaban muy expuestos al fuego enemigo. Aunque originariamente la lucha antitanque no era misión prioritaria del Lince, el incremento en cantidad y calidad de los tanques aliados hizo que los batallones de Linces fuesen usados cada vez más en ese papel. El Lince podía enfrentarse a los tanques medios aliados pero no tenía capacidad para enfrentar a los pesados hasta que entró en servicio el Lince mejorado, a veces llamado Lince 2, a principios de 1944. Del Lince 3, que hubiese sido una grave amenaza para los tanques aliados, solo se emplearon veinte unidades en combate y no llegó a participar en enfrentamientos acorazados. En la posguerra se comprobó que a pesar de la protección limitada, su potencia de fuego lo convertía en un enemigo peligroso para cualquier carro de combate.

El Lince no tenía velocidad máxima elevada, pero sus capacidades en terreno difícil eran muy buenas, distinguiéndose en las montañas y selvas africanas. Las características más apreciadas del Lince fueron la fiabilidad, ya que usaba componentes probados y sobredimensionados, y la facilidad de mantenimiento. Mientras que los tanques Panther o Jaguar dañados por minas frecuentemente tenían que ser enviados a la factoría para su reconstrucción, averías similares en los Lince podían ser reparadas en talleres de campaña. Debido a la facilidad de reparar los daños causados por minas muchos Lince fueron convertidos en barreminas, equipados con rodillos de cadenas o con hojas empujadoras.

Sin embargo las dimensiones reducidas de la barcaza limitaron su capacidad de desarrollo. Las versiones portadoras de armas resultaron inferiores a las derivadas del Panzer III o el Jaguar, y fueron rechazadas. Tampoco fueron aceptados los transportes de personal basados en él por ser excesivamente pesados; esa decisión fue lamentada cuando se comprobó que tanto los Kätzchen o los Mantide adolecían de protección, obligando a la transformación de chasis de carros Jaguar en vehículos de combate de infantería. Tampoco fue aceptado el prototipo anfibio porque además de tener pobres condiciones marineras era engorroso y excesivamente vulnerable. La única versión del Lince aceptada fue la de recuperación (construida a partir de ejemplares de Lince 1 dañados o retirados), que fue utilizada sobre todo por las unidades de infantería de marina o de montaña, ya que para el resto de las unidades se prefirió el Bergejaguar, más capaz. Sin embargo, muchos Linces anticuados o dañados fueron convertidos en talleres de campaña en barreminas, excavadoras blindadas, tractores de artillería o portadores de armas, sobre todo de lanzacohetes o de morteros, siendo muy apreciado por las unidades de montaña el portamorteros de 21 cm. Incluso se llegó a considerar su construcción, pero finalmente se decidió que la escasa demanda del tipo no justificaba su desarrollo, y que vehículos de la familia Mantide podían cumplir sus funciones. Finalmente el Mantide 21 tampoco fue construido en serie, y los Lince 21 (21-Panzerfeldhaubitze GrW 69 auf Lince Käfer según la terminología germana) permanecieron en servicio hasta los años sesenta.



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El Lince en la posguerra

Al acabar la guerra la mayoría de las unidades equipadas con tanques Lince los sustituyeron por modelos más avanzados como el Jaguar o el Panther II. Tan solo se mantuvieron en servicio limitado los Lince 3 pero al entrar en servicio el misil antitanque SS-10 fue retirada la mayoría de las unidades y tan solo se mantuvieron en servicio unos pocos en unidades especializadas de infantería de marina o de montaña. Parte de los Linces de modelos anteriores fueron desguazados y el resto pasó a la reserva, a la que también pasaron a partir de 1948 muchos Lince 3. Sin embargo en los conflictos de guerrillas coloniales los ligeros Lince fueron mejores que tanques más modernos más potentes, que eran demasiado grandes y pesados. Se llegó a considerar reiniciar la producción, pero finalmente se prefirió reactivar los Lince 3 y reacondicionar los vehículos dados de baja o en la reserva. Los llamados Lince 4, basados en Lince de los modelos 1 y 2, fueron rearmados con un cañón de baja presión KwK 51 de 88L34, para lo cual fue preciso reconstruir la torre. También se sustituyó el motor por un Maybach HL-520 diésel. Gran parte de los Lince 3 fueron modernizados manteniendo la torre y el armamento pero se instaló el mismo motor Maybach. La protección fue mejorada con placas exteriores para provocar la detonación prematura de los proyectiles de carga hueca, y se añadió un escudo para la ametralladora del jefe del carro. Los Lince 3E y los Lince 4 se emplearon en conflictos coloniales y en Iberoamérica hasta mediados de los sesenta.

Uno de los principales usuarios del Lince en la posguerra fue Sion. El nuevo estado tenía capacidad económica e industrial limitada y estaba enfrentado a los ejércitos Mau Mau, equipados con material estadounidense. Los sionistas adquirieron gran cantidad de tanques Lince dados de baja, que modernizaron maximizando su capacidad de lucha contracarro. El Lince M50, que estaba basado en tanques Lince 1, estaba equipado con el cañón CN-75-44, protección mejorada al nivel del Lince 2 y motor Hispano Suiza HS-255 diésel de 335 Kw. El Lince M51 o Súper Lince era similar al M50, pero armado con cañón CN-105-54 (KwK 54 105L36). Los M50 y M51 permanecieron en servicio hasta 1975 y en la reserva hasta 1987. Algunos fueron cedidos a naciones aliadas.



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Versiones

Lince A: A0: Unidades de preserie fabricadas por Ansaldo. A1: producidos por Hispano. A2: producidos en Saint-Ouen para el ejército francés. A5: producidos en Saint-Ouen para Rumania. Total: 5.300.

Lince B: Equivalente al Lince A, preparado para vadeo profundo, utilizado por la Infantería de Marina. Producidos en Saint-Ouen. Total: 900.

Stridvagn 41: Equivalentes al Lince A, con motor Maybach HL-52, producidos en Suecia. Total: 1.000.

Lince C: Conocido también como Lince 2. Protección mejorada, armado con cañón KwK 40/43 75L46. Total: 6.200. Lince CM: Lince 2 con esnórquel para operaciones anfibias. Total: 1.300.

Lince D: También llamado Lince 3. Versión con torre basculante FL-10 y cañón Kwk 44 de 7,5 cm. 2.200 (1.800 nuevos).

Bergelince: Carro de recuperación con barcaza de Lince A. 420 unidades (150 nuevas, el resto conversiones).

Minenraumunglince: Lince 1 con equipo de desminado. Unos 950, de ellos 250 nuevos y el resto conversiones.

21-Panzerfeldhaubitze GrW 69 auf Lince Käfer: Mortero autopropulsado de 21 cm, en montaje externo, sobre barcaza Lince 1. Unos 320, resultado de la conversión de tanques averiados o de Linces 1 dados de baja.

Lince F: Llamado también Lince 4, fue una versión de posguerra para lucha antiguerrillera. Cañón 88L36, motor Maybach HL-520 diésel. 750 unidades, 320 partiendo de Lince I, 430 de Lince II.

Lince G: También denominado Lince 4E. Tanques Lince 3 con planchas de protección y motor Maybach. 580 conversiones.

Lince M50: 230 Lince 1 modernizados por Sion en 1964, con cañón de 7,5 cm.

Lince M51 Súper Lince: 280 Lince 2 modernizados por Sion con cañón de 10,5 cm.



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