Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
El Capitán Pery en DeviantArt. Como en el anterior caso, la imagen de DeviantArt tiene mejor calidad.
Torpedero Capitán Pery
El Capitán Pery fue la última unidad de la segunda serie de la clase de torpederos García de los Reyes. Esta serie era similar a la anterior, pero había sido encargada a astilleros privados y para facilitar su construcción el casco era remachado y no soldado. Fue preciso aumentar la manga 50 cm y también lo hizo el desplazamiento, que pasó a ser de 1.310 Tn (estándar) y 1.590 Tn a plena carga. La velocidad máxima disminuyó a 27,2 nudos (aunque dependía del estado de las calderas y las turbinas, y hubo unidades que no alcanzaban los 26 nudos). Por desgracia la construcción remachada hizo que la vida operativa de los buques fuese muy corta y poco después del final del conflicto fueron dados de baja.
Durante las fases finales de la Guerra de Supremacía el combate aeronaval adquirió cada vez mayor importancia, y la Armada decidió potenciar la capacidad antiaérea de sus unidades. El Capitán Pery (que llevaba el nombre de un oficial asesinado en el crucero Libertad en 1936), que era la última unidad de la segunda serie, fue modificado durante su construcción sirviendo como prototipo para la conversión de algunas unidades. Para ello se sustituyeron los cañones de 10,5 cm por una batería de tres cañones automáticos Breda «Allargato» de 7,5 cm, complementada por tres montajes cuádruples de 2 cm. También se instalaron radiotelémetros de exploración aérea y de superficie, una dirección de tiro para los cañones Breda, y un lanzacohetes antisubmarino. El aumento de peso obligó a desmontar el montaje triple lanzatorpedos de popa y los cañones de 3,7 cm; aun así fue preciso añadir cuarenta toneladas de lastre.
El Capitán Pery fue entregado en 1944 y actuó como escolta antiaé-reo de la flota en las operaciones en el Atlántico y el Índico. Tras acabar el conflicto su vida operativa fue muy corta pues, como en el resto de las unidades de la segunda serie, su casco remachado estaba en mal estado y se prefirió darlo de baja y emplear sus equipos en la modernización de su gemelo pero perteneciente a la primera serie General García Parreño.
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Tipo 1936b en DeviantArt; de nuevo, la imagen original es de mejor calidad que la reducida para este foro.
Destructores Tipo 1936b
El tipo 1936b fue una serie de ocho destructores construida por Ale-mania durante la Guerra de Supremacía. Se basaban en los tipo 1936a, destructores pesados que por su armamento y desplazamiento eran casi comparables a cruceros ligeros. Los 1936b estaban concebidos como escoltas de la flota y sustituían la potente batería de las series previas por otra optimizada para la defensa antiaérea, formada por tres montajes dobles semiautomáticos MPL/43 de 10,5 cm.
Estos eran una novedad en la Kriegsmarine y en lugar de basarse en los cañones precedentes de similar calibre lo hacían en el Tipo 98 japonés de 100 mm, que fue considerado uno de los más eficaces de la guerra en su papel antiaéreo. Los MPL/43 estaban en una torre cerrada estabilizada en los tres ejes; en la versión MPL/43-2 se abandonó el sistema de regulación de las espoletas al emplearse de proximidad; las torres antiguas fueron modificadas a este estándar. A partir de 1943 se convirtió en el arma antiaérea principal de las flotas del Pacto y equiparon a acorazados, portaaviones, cruceros y destructores. Los 1936b tenían una potente batería antiaérea secundaria con cañones de 3,7 y 2 cm, más un montaje lanzatorpedos cuádruple.
Por desgracia, esta clase de destructores seguía lastrada por las complejos y delicadas calderas de alta presión que empleaba la Kriegsmarine. Aunque en esta clase fueron menos problemáticas que las de los tipos precedentes, siguieron siendo propensas a los fallos.
Los 1936b actuaron como escoltas antiaéreos durante toda la gue-rra, perdiéndose dos unidades por ataques submarinos. Las supervivientes fueron transferidas a las marinas aliadas, recibiendo la Armada Española cuatro ejemplares.
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El Kleber en DeviantArt; se ve mejor aí.
Clase Kleber
Los cuatro destructores pesados de la clase Kleber fueron el equiva-lente de los tipos 1936b, 1942 y 1944 alemanes. Habían sido concebidos como unidades adicionales de la clase Mogador, pero su construcción fue anulada al iniciarse la guerra y fueron desguazados en grada. Tras el acuerdo con Alemania de 1941 se reinició la construcción con un diseño modificado. En esa fase de la guerra era evidente la importancia de la defensa antiaérea de la flota, y los Kleber hubiesen debido llevar cuatro torres dobles bivalentes de 13 cm. Pero su desarrollo resultó más complejo de lo esperado, y finalmente se decidió montar cuatro torres de origen alemán MPL/43-2 de 10,5 cm. Llevaban el cañón 10,5 cm/63 SK C/35, inspirado en el tipo 98 japonés, pero equipado con un sistema de carga semiautomático que permitía alcanzar cadencias de tiro de hasta 20 disparos por minutos. Eran menos eficaces en el tiro de superficie que los cañones de 13 cm, pero como antiaéreos fueron considerados de los mejores de la guerra. Los Kleber montaron torres del tipo 2 que carecía del sistema de regulación de espoletas gracias a la disponibilidad de proyectiles con espoletas de proximidad.
El armamento se completaba con ocho cañones de 3,7 cm y 69 cali-bres M41/3, más dieciséis de 2 cm en cuatro montajes cuádruples. Los Kleber llevaban dos lanzadores triples para torpedos de 550 mm; al ser la misión de estas unidades la defensa de la flota solían llevar torpedos acústicos antisubmarinos. Afortunadamente, el menor peso de los mon-tajes de 10,5 cm respecto a las de 130 mm compensó el elevado peso de las antenas, ya que los Kleber destacaban por sus equipos electrónicos, que eran en parte de origen germano pero muchos de diseño francés, incluyendo los radares de exploración y de dirección de tiro.
Mientras que los Mogador habían sido diseñados para alcanzar velocidades elevadas, los Kleber se modificaron para mejorar sus cualidades marineras y su fiabilidad. La potencia instalada era un 20% inferior a la de los Mogador, y la manga era un metro mayor. Aun así resultaron barcos húmedos e incómodos con mala mar; la experiencia de los Kleber hizo que las posteriores construcciones francesas tuviesen líneas de casco completamente diferentes.
Los Kleber entraron en servicio a partir de 1944, participando en las operaciones navales en el océano Índico. Todos sobrevivieron a la guerra y permanecieron en servicio hasta finales de los años cincuenta.
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Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.
La batalla de Mogador
La noche
Los combates de la tarde se habían saldado con una gran victoria del Pacto: un acorazado enemigo había sido hundido y otros dos dañados seriamente, a costa de daños moderados en los propios. Además Ciliax sabía que los submarinos y los aviones habían causado importantes daños a la flota británica. Con todo el almirante alemán, tras la experiencia de otras acciones, dudaba de los siempre exagerados reportes de los aviadores, y minusvaloró la magnitud de los daños que habían sufrido los ingleses. El error de identificación al confundir al Renown por un acorazado de la clase King George V le reafirmó en sus sospechas, pues los aviadores daban dos acorazados de esa clase como dañados y probablemente hundidos. En realidad, los ataques previos al combate de superficie la Fuerza H habían sido muy efectivos: de los tres portaaviones británicos, el Unicorn había sido hundido y el Victorious, dañado. Además habían sido averiados seriamente los dos gemelos del King George V (uno por un submarino) así como el acorazado Nelson, y con menos gravedad otras unidades. Aun así no era el final. Escuchemos al teniente Campbell:
«Cuando oscureció el capitán Patterson informó al almirante Somerville de las averías del King George V. Al ir en cabeza habíamos atraído el fuego enemigo, pero los daños eran soportables. Nos habían alcanzado con una decena de proyectiles pero la mayoría o habían atravesado las superestructuras (no inofensivamente porque regaron con metralla a los tripulantes en puestos expuestos) o se habían aplastado contra el cinturón blindado. La barbeta de la torre B había sido alcanzada de refilón por un proyectil que atoró la torre, pero se estaba trabajando en liberarla y probablemente volvería a estar en servicio en un par de horas. Teníamos varios compartimentos inundados, y un proyectil sin estallar estaba alojado en el tripe fondo y tendría que esperar a que volviésemos a las Azores para ser retirado. La única avería grave era la de una torre de 5,25 pulgadas que había quedado destruida por un impacto directo».
«El resto de la flota estaba bastante peor. El Hood, el segundo barco de la línea, había sufrido un gran incendio al ser alcanzados los condenados cohetes antiaéreos UP, que aun no se habían retirado, y además un proyectil enemigo había alcanzado una sala de calderas. Entre los daños y la inundación el barco apenas conseguía mantener los veinte nudos, pero lo realmente preocupante era que la coraza se había revelado incapaz de detener los proyectiles enemigos. El tercer buque en la línea, el Rodney, debía haber sufrido aun más porque había perdido sus comunicaciones radiofónicas. Sin embargo había indicado al Hood me-diante la lámpara de señales que podía seguir en la línea. Algo muy necesario porque el cuarto barco, el Renown, había desaparecido con casi toda su dotación. Era la maldición de los cruceros de batalla que ya había acabado con el Renown y con el Repulse, y que planeaba sobre el Hood. Los cruceros pesados también lo habían pasado mal y la situación del Suffolk era desesperada».
«Sin embargo el almirante aun estaba confiado y le dijo al capitán Patterson que se había perdido una batalla pero no la guerra. Era el mo-mento de liderar la retirada para poner a salvo lo que quedaba de la flota. Somerville suponía que Ciliax no se atrevería a perseguirlo de noche, y creíamos que la oscuridad nos protegería de los ataques aéreos. Por des-gracia no sería así».
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Desde el King George V no se había apreciado que la flota del Pacto había invertido su curso tras eludir el ataque de los destructores, y se la suponía con rumbo nordeste, yendo hacia la base naval francesa de Casablanca. Por eso Somerville mantuvo a la Fuerza H hacia el oeste noroeste, con intención de separarse de la flota enemiga para luego arrastrarse hacia Madeira y ampararse con los cazas allí basados. La procesión de buques dañados le ralentizaba. De ellos, el primero en irse al fondo fue el crucero pesado Suffolk. Había perdido la potencia y un gran incendio se extendía hacia los pañoles de popa, que no pudieron ser inundados. A las 23:05 se dio la orden de abandono del buque, que se hundió a las 23:45 tras ser finiquitado por el Punjabi con tres torpedos.
Pocos minutos después la Royal Navy sufrió otra calamidad. Habíamos dejado al acorazado Duke of York renqueando en demanda de las Azores. El gran buque se movía a once nudos por una región infestada de submarinos que intentaban acabar con los buques dañados. Sin saberlo, el acorazado había sido captado por el radiotelémetro del U-215. El sumergible se aproximó sigilosamente y disparó una salva de cuatro torpedos de los que dos estallaron bajo su debilitado casco. Se produjo una inundación incontenible y tres horas después tuvo que ser abandonado. Otros tres submarinos realizaron ataques contra la flota británica pero fueron infructuosos, y el destructor Cossack embistió y hundió al U-438.
No habían acabado las desgracias para la Fuerza H pues la aviación del Pacto demostró su dominio de la noche. Durante los meses previos la Luftwaffe había organizado una escuadrilla de ataque nocturno al mando del capitán Freitag, que ya se había distinguido en Portugal hundiendo un destructor. Tras algunos fallos había conseguido perfeccionar su técnica, consiguiendo hundir al minador Adventure y al destructor Lance. Durante el día la escuadrilla no había participado en la batalla, pero al oscurecer un avión de reconocimiento Dornier la guio hasta el grueso de la flota. Campbell relata el ataque.
«El radar detectó la aproximación de varios aviones enemigos. El capitán Patterson creyó que se trataba de aviones de reconocimiento que volaban bajo para tratar de encontrarnos aprovechando la luz de la luna. Se ordenó a la antiaérea que se aprestase a disparar; justo en ese momento cayeron del cielo tres bengalas verdes (sic) y Patterson ordenó responder con una combinación de luces que un hidro había visto hacia el sur. Previamente el almirante Somerville había insistido que se estuviese atento a las señales luminosas para averiguar los sistemas de identificación nocturna del enemigo. Sin embargo la respuesta que dimos no fue la correcta y el avión enemigo empezó a lanzar bengalas de gran intensidad. Los cañones antiaéreos respondieron, pero entonces nos llegó del cielo un chorro de balas. Era uno de los aviones ametralladores que acosaban a los convoyes a Gran Canaria. Parecería que un acorazado podía reírse de una ametralladora, pero el avieso enemigo buscaba el puente y una ráfaga rebotó cerca de donde nos hallábamos. Luego acertó con otra a un puesto antiaéreo cuya munición se incendió. Patterson ordenó encender los reflectores para acabar con el molesto mosquito, y fue justo entonces cuando el submarino nos torpedeó (sic)».
Como vemos, los británicos no sabían que la escuadrilla de Freitag había depurado su técnica de torpedeo nocturno. También disponían de los torpedos LT 850a, recibidos pocos días antes, con los que lograron dos impactos en el acorazado. El sistema antitorpedos protegió al acorazado y los daños fueron escasos, aunque varios compartimentos del King George V se anegaron causando una escora de 4° que obligó a contrainundar. Minutos después fue el portaaviones Indomitable el alcanzado. Tampoco corría peligro inmediato, pero quedó mermada su velocidad.
Esa noche no solo intervino la aviación del Pacto. Ya se ha relatado que en Madeira había sido desplegada una escuadrilla de hidroaviones Catalina especializados en el torpedeo nocturno. La noche anterior no había conseguido localizar a los italoalemanes, y ahora las maniobras de Ciliax hicieron que de nuevo fallasen en hallar a la flota. En su lugar encontraron a la agrupación de cruceros del contraalmirante Legnani. El crucero Raimondo Montecuccoli fue alcanzado en la proa y su velocidad quedó limitada a 12 nudos, por lo que se dirigió a Agadir escoltado por el destructor Gioberti. A su vuelta los tripulantes de los hidroaviones afirmaron haber atacado a una escuadra de acorazados; hay que tener en cuenta que la silueta de los cruceros de la clase Abbruzzi era muy parecida a la de los acorazados modernizados italianos. Este informe tendría importantes consecuencias la mañana siguiente.
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Más flotadores gracias a reytuerto.
El Oquendo en DeviantArt
Destructores clase Oquendo
Debe tenerse en cuenta que se habla de la historia de los Oquendo en el universo de la ucronia «El Visitante». En la realidad el Oquendo tuvo una historia casi tan desgraciada como la que se relata.
Los destructores de la clase Oquendo constituyen una de las series de buques más desafortunadas de la Armada Española.
Inmediatamente tras el final de la Guerra Civil el almirante Moreno, que desempeñaba la cartera de Marina, ideó un ambicioso plan de expan-sión que incluía, entre otros, la construcción de cuatro acorazados moder-nos y cuatro portaaviones, ocho cruceros, y varias decenas de des-tructores. El proyecto resultaba enormemente ambicioso para las reducidas capacidades tanto económicas como industriales españolas, y la agresión británica que involucró a España en la Guerra de Supremacía obligo a olvidar tan fantasiosos proyectos.
Aun así, la Armada precisaba con urgencia unidades de escolta con mayor capacidad que los cañoneros de la clase Noya o que los torpederos García de los Reyes. Se consideró continuar la serie de los Churruca aunque con armamento modificado, por ser unidades bien conocidas y que estaban dando buen resultado, pero se trataba de un diseño que databa de las postrimerías de la Gran Guerra y la Armada deseaba un tipo más moderno. Además el casco de los Churruca era demasiado pequeño y no podía llevar el potente armamento antiaéreo que se consideraba imprescindible. Hay que tener en cuenta que tras la Guerra Civil la Armada fue de las primeras en considerar que la escolta antiaérea debía ser una de las misiones principales de las nuevas unidades.
Se consideró que se precisaba un destructor pesado similar a los que estaban construyendo las principales potencias. La SECN había ofrecido construir destructores de la clase inglesa Tribal, pero la ruptura con Inglaterra dio al traste con el proyecto, que de todas maneras no era visto con buenos ojos por los marinos españoles. Una comisión dirigida por el almirante Regalado realizó una gira de inspección por los astilleros europeos, y tras descartar los diseños alemanes por ser excesivamente complejos, se decidió por un diseño francés, el del destructor Le Hardi, cuyas máquinas de alta presión, compactas y económicas, resultaban muy atractivas. El diseño español debía estar armado con cuatro torres dobles semiautomáticas de 12 cm que se habían proyectado en el Arsenal de la Carraca, pero su desarrollo se retrasó y acabaron montando las torres dobles de 10,5 cm MPL/43 de origen alemán. Los buques debían llevar otros equipos suministrados por Alemania.
Se solicitaron doce unidades a construir en la factoría Bazán de Car-tagena, y el 10 de julio de 1941, coincidiendo con el quinto aniversario del Alzamiento, se puso la quilla de las tres primeras unidades: D-61 Oquendo, D-62 Roger de Lauria y D-63 Marqués de la Ensenada. Ya durante la construcción se decidió que instalar cuatro torres podría afectar a la estabilidad, y se montaron solo tres, una a proa y dos a popa. Además el buque llevaba cuatro montajes dobles de 3,7 cm, cuatro cuádruples de 2 cm, y ocho tubos lanzatorpedos en dos montajes cuádruples. Sin embargo, durante sus pruebas de mar se comprobó que un erróneo cálculo de la distribución de masas afectaba a la estabilidad del buque, que durante un viraje escoró sin que pudiese recuperarse. Se paralizaron las obras de los buques de la clase, y el Oquendo volvió al astillero, donde con asistencia francesa se redujo el armamento (se sustituyó la torre en posición X de 10,5 cm por otro montaje de 3,7 cm) y se redistribuyeron otros pesos altos, especialmente los relacionados con los sistemas electrónicos. El Oquendo repitió sus pruebas en 1945, y los resultados sin ser espectaculares resultaron al menos aceptables. Las otras dos unidades fueron terminadas según el nuevo diseño. Sin embargo, un segundo problema aquejó a los barcos: la maquinaria de alta presión, que ya era delicada en el diseño original francés, en las unidades españolas fueron una pesadilla debido a la mala calidad de los materiales empleados. Las averías fueron tan frecuentes que los tres barcos fueron llamados «los tres cojos» y no pudieron operar conjuntamente con el resto de la flota del Pacto. Finalmente se decidió anular el resto de las unidades proyectadas y desguazar en grada las otras cinco de las que ya había puesto la quilla, y construir en su lugar el diseño alemán T117 (Flottentorpedoboot 1943), que eran de características muy similares a los Oquendo. A pesar de sus defectos los Oquendo fueron empleados en el Atlántico, perdiéndose el cabeza de serie poco después tras ser torpedeado por el submarino norteamericano Tang. Los otros dos sobrevivieron a la guerra y no fueron retirados hasta 1956, aunque su disponibilidad fue escasa.
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Destructores clase Oquendo
Debe tenerse en cuenta que se habla de la historia de los Oquendo en el universo de la ucronia «El Visitante». En la realidad el Oquendo tuvo una historia casi tan desgraciada como la que se relata.
Los destructores de la clase Oquendo constituyen una de las series de buques más desafortunadas de la Armada Española.
Inmediatamente tras el final de la Guerra Civil el almirante Moreno, que desempeñaba la cartera de Marina, ideó un ambicioso plan de expan-sión que incluía, entre otros, la construcción de cuatro acorazados moder-nos y cuatro portaaviones, ocho cruceros, y varias decenas de des-tructores. El proyecto resultaba enormemente ambicioso para las reducidas capacidades tanto económicas como industriales españolas, y la agresión británica que involucró a España en la Guerra de Supremacía obligo a olvidar tan fantasiosos proyectos.
Aun así, la Armada precisaba con urgencia unidades de escolta con mayor capacidad que los cañoneros de la clase Noya o que los torpederos García de los Reyes. Se consideró continuar la serie de los Churruca aunque con armamento modificado, por ser unidades bien conocidas y que estaban dando buen resultado, pero se trataba de un diseño que databa de las postrimerías de la Gran Guerra y la Armada deseaba un tipo más moderno. Además el casco de los Churruca era demasiado pequeño y no podía llevar el potente armamento antiaéreo que se consideraba imprescindible. Hay que tener en cuenta que tras la Guerra Civil la Armada fue de las primeras en considerar que la escolta antiaérea debía ser una de las misiones principales de las nuevas unidades.
Se consideró que se precisaba un destructor pesado similar a los que estaban construyendo las principales potencias. La SECN había ofrecido construir destructores de la clase inglesa Tribal, pero la ruptura con Inglaterra dio al traste con el proyecto, que de todas maneras no era visto con buenos ojos por los marinos españoles. Una comisión dirigida por el almirante Regalado realizó una gira de inspección por los astilleros europeos, y tras descartar los diseños alemanes por ser excesivamente complejos, se decidió por un diseño francés, el del destructor Le Hardi, cuyas máquinas de alta presión, compactas y económicas, resultaban muy atractivas. El diseño español debía estar armado con cuatro torres dobles semiautomáticas de 12 cm que se habían proyectado en el Arsenal de la Carraca, pero su desarrollo se retrasó y acabaron montando las torres dobles de 10,5 cm MPL/43 de origen alemán. Los buques debían llevar otros equipos suministrados por Alemania.
Se solicitaron doce unidades a construir en la factoría Bazán de Car-tagena, y el 10 de julio de 1941, coincidiendo con el quinto aniversario del Alzamiento, se puso la quilla de las tres primeras unidades: D-61 Oquendo, D-62 Roger de Lauria y D-63 Marqués de la Ensenada. Ya durante la construcción se decidió que instalar cuatro torres podría afectar a la estabilidad, y se montaron solo tres, una a proa y dos a popa. Además el buque llevaba cuatro montajes dobles de 3,7 cm, cuatro cuádruples de 2 cm, y ocho tubos lanzatorpedos en dos montajes cuádruples. Sin embargo, durante sus pruebas de mar se comprobó que un erróneo cálculo de la distribución de masas afectaba a la estabilidad del buque, que durante un viraje escoró sin que pudiese recuperarse. Se paralizaron las obras de los buques de la clase, y el Oquendo volvió al astillero, donde con asistencia francesa se redujo el armamento (se sustituyó la torre en posición X de 10,5 cm por otro montaje de 3,7 cm) y se redistribuyeron otros pesos altos, especialmente los relacionados con los sistemas electrónicos. El Oquendo repitió sus pruebas en 1945, y los resultados sin ser espectaculares resultaron al menos aceptables. Las otras dos unidades fueron terminadas según el nuevo diseño. Sin embargo, un segundo problema aquejó a los barcos: la maquinaria de alta presión, que ya era delicada en el diseño original francés, en las unidades españolas fueron una pesadilla debido a la mala calidad de los materiales empleados. Las averías fueron tan frecuentes que los tres barcos fueron llamados «los tres cojos» y no pudieron operar conjuntamente con el resto de la flota del Pacto. Finalmente se decidió anular el resto de las unidades proyectadas y desguazar en grada las otras cinco de las que ya había puesto la quilla, y construir en su lugar el diseño alemán T117 (Flottentorpedoboot 1943), que eran de características muy similares a los Oquendo. A pesar de sus defectos los Oquendo fueron empleados en el Atlántico, perdiéndose el cabeza de serie poco después tras ser torpedeado por el submarino norteamericano Tang. Los otros dos sobrevivieron a la guerra y no fueron retirados hasta 1956, aunque su disponibilidad fue escasa.
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El día de la batalla había transcurrido sin pena ni gloria. Estábamos chasqueados por no haber participado en los combates, pero el comandante Salvador repetía que hasta el rabo todo es toro y que aun quedaba mucho bacalao que cortar. Luego nos mandó a la cama tras darnos un besito de buenas noches, porque nos quería a la mañana siguiente más frescos que una lechuga. Ya sabía yo de qué iba eso y metí mi corpachón en la piltra para roncar un rato; afortunadamente el hijo de la señora Lorenzo es de los que se duermen a la menor provocación. Tampoco tengo mal despertar —estará mal decirlo pero soy un dechado de virtudes— y el asistente que vino a llamarme consiguió salir con vida de la barraca. Me zampé unas migas que habían hecho con los chuscos de ración, acompañadas de una jarra de café o mejor dicho de achicoria, y fuime para el barracón a escuchar las novedades. Eran muchas y buenas. El comandante nos contó que la tarde anterior nuestros compañeros de Marruecos habían dado un señor repaso a la Royal: según decían, habían hundido a toda la flota inglesa, media norteamericana y la brasileña porque no se había puesto a tiro, que ya puestos pa qué quedarse cortos. Salvador decía que nuestros camaradas de las bombas siempre han sido un tanto fantasiosos, pero que seguramente habíamos herido gravemente a los britanos si no de muerte. Ahora la batalla se había acercado a las Canarias porque nuestra escuadra se prestaba a rematar a los herejes y, por fin, iba a ser nuestro momento. Aun tuvimos que esperar, pero a eso de las nueve nuestros Mochos, sobrecargados con los depósitos de combustible, corrieron por la pista y siguieron al Dornier que nos pastoreó hacia la flota.
Nuestro papel iba a ser proporcionar escolta aérea: los combates del día anterior se habían librado cerca de la costa africana, pero ahora la flota inglesa se retiraba y se acercaba a Madeira, donde los herejes tenían sus propios cazas y bombarderos. Aunque la combinada estaba casi al límite de alcance de los aviones enemigos, los popeyes necesitaban nuestro apoyo por lo que pudiera pasar. El Bacalao nos llevó directamente hacia nuestra flota, que debía estar muy cercana a la enemiga, pues unos tremendos fogonazos nos mostraron que los acorazados disparaban sus cañones. Significaba que solo había unos kilómetros de distancia entre sus buques y los nuestros, y que los camaradas de los bombarderos necesitarían tener mucho cuidado si no querían meterle un tiento al Canarias. Bueno, al Canarias no, que luego supimos que no había participado en la operación, pero me estoy adelantando.
A nosotros también nos habían advertido que el cielo iba a estar más atestado que la Puerta del Sol en Nochevieja y que había que evitar que nos liásemos a mamporros entre amigos. Pero entre tanta animación con aviones de todo tipo y nacionalidad podía colarse un hereje gracioso. Por eso había procedimientos muy estrictos: estaba terminantemente prohibido descender de los cinco mil metros, y los grupos de aviones que llegasen tenían que dar un rodeo sobre un destructor que estaba algo más retrasado para que les echase un ojo. Además tanto nuestra flota como la britana eran vigiladas por aviones propios que también tenían que identificar a cada grupo que llegaba. La única excepción era para nosotros, los de los cazas, que teníamos bula para bajar si perseguíamos a los herejes. Pero bula de las de andar por casa, que nuestros amigos marinos tenían órdenes de disparar contra cualquiera que se acercase sin entretenerse en preguntar. Tan solo se suponía que si estábamos persiguiendo a algún enemigo nuestros camaradas intentarían no darnos. A sabiendas del curioso concepto que tenían de la puntería. A fin de cuentas un crucero con mil tipos a bordo es un poco más valioso que un mocho. Nos encendemos y no sigo por ahí que puede haber menores. Nosotros teníamos instrucciones parecidas, pues debíamos controlar lo que volase e intentar no poner tibios a los nuestros pero ante la duda, a Dios rogando… y dando buenos mazazos.
Fue llegar y besar el santo. La flota nos avisó, seguramente por haberlos visto algún avión de reconocimiento, de la llegada de un grupo que volaba bajo y, para más Inri, venía directamente desde Madeira. Para eso estábamos y Salvador lanzó la escuadrilla en un picado escalofriante, directamente hacia los probables intrusos. Era una maniobra más peligrosa de lo que parece no solo porque nos poníamos al alcance de los cañones de la marina, sino porque los recién llegados iban tan bajos que a poco que nos descuidásemos haríamos una visita a Neptuno con el avión puesto. Pero no había tiempo para filigranas y nos jugábamos la flota. Así que vimos como se acercaba el mar por momentos. Característica que daba mayor emoción es que sin puntos de referencia es difícil valorar la altura, y nuestros altímetros no eran un prodigio de fiabilidad. Solo al bajar de los mil metros elevamos los morros poco a poco hasta volar nivelados, a no más de cien metros de altura y a seiscientos kilómetros por hora. A esa velocidad los enemigos se acercaron como rayos y apenas nos dio tiempo justo de descargar unos cañonazos contra ellos; debieron darse buen susto porque ni llegaron a dispararnos. En cuanto los sobrepasamos tiramos de la palanca, hicimos un viraje de alerones y caímos sobre las seis del contrario; entonces vimos que unos eran bombarderos feos; no tanto como los franceses, luego debían ser herejes por fuerza. Otra buena ráfaga y cada líder de patrulla nos anotamos un avión, a los que se podía sumar el que Salvador —siempre él— se había llevado por delante en la primera pasada.
Entonces se nos echaron encima los aviones de escolta: era la primera vez que yo veía los Beaufighter —traducido al cristiano, algo así como boxeador de cara bonita—, que eran unos bimotores amazacotados que se parecían tanto a los torpederos Beaufort que a primera vista habían pasado desapercibidos. Esos bichos tenían su peligro y liquidaron al punto del comandante sin que los viese venir; por suerte el piloto pudo remontar y saltar del Mocho agonizante. Pero ya sin la sorpresa los ingleses tuvieron que arrostrar nuestra venganza, pues los Beaufighter eran como toros de lidia, peligrosos por delante —pues llevaban una formidable batería de cañones y ametralladoras— pero con la misma agilidad que un Pablo Romero, es decir, ninguna. Bastó con romper y situarnos a sus seis. Además resultó que los pesados cazas enemigos eran mucho más lentos que nuestros aviones y tampoco ascendían bien. Llevaban ametrallador atrás, pero con una especie de escopetilla que no era rival para los cañones de nuestros Mochos. Fue como un ejercitarnos en el campo de tiro y en segundos los ingleses que no estaban en el agua habían salido por pies digo por hélices. Como lo nuestro era proteger la flota volvimos a acosar a los torpederos, aunque estábamos tan cerca que viendo como pasaban los pepinos de la antiaérea tuve mis dudas respecto a quién apuntaban. Algunos Beaufort, que de ese tipo eran los mamarrachos volantes, pudieron lanzar sus torpedos e intentaron volverse. Como si los fuésemos a dejar, que para que se llevasen buen recuerdo los acosamos hasta que la aguja de la gasofa marcó el rojo. En total el comandante Salvador derribó tres más un Beaufighter, y con sus sesenta victorias pasaba a ser uno de los diez mejores cazadores del Pacto. Yo me apunté dos y sumaba ya veinticinco. De propina, por la tarde un hidro Dornier llegó con nuestro camarada derribado, mojado como un pollo pero bastante entero; la excursión a Lanzarote no había terminado nada pero que nada mal.
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Al amanecer la flota abandonó el dispositivo antisubmarino y adoptó otro antiaéreo, con los destructores y los cruceros a los flancos; en esas aguas el peligro submarino era menor pero ya no era tan seguro el apoyo de la aviación terrestre. Por una parte, se corría el riesgo de un ataque aéreo desde los portaaviones británicos, aunque esperábamos que tras los combates del día anterior la aviación naval británica estuviese muy disminuida. Por otra, nos acercábamos a Madeira donde los británicos tenían muchos aviones. Nuestros enemigos estarían encantados de devolvernos la jugada del día anterior y machacarnos con bombas y torpedos. Pero el peligro que corríamos se compensaba con la posibilidad de lograr una gran victoria que pusiese final a la guerra.
La mañana no comenzó mal. Los radiotelémetros siguieron registrando actividad aérea pero prácticamente todos los aviones que veíamos eran nuestros; enemigos tan solo avistamos un par de cuatrimotores de reconocimiento. Al saberse localizado el almirante ordenó que el radiofaro del Tirpitz emitiese a toda potencia: aunque para los ingleses sería más fácil seguirnos, también guiaría hasta nosotros a los aviones de caza basados en Canarias. Apenas una hora después llegó una escuadrilla española de Focke Wulf que procedía de Lanzarote, precedida por un viejo Dornier 17 que empleaban como lazarillo. Un rato después fueron algunos Junkers 88, más adelante Messerschmitt 110 y finalmente más Fw 190. La escolta no era tan nutrida como el día anterior, pero al principio tampoco se materializó la amenaza aérea enemiga. Era indicio de que las cosas no iban nada bien en el bando contrario.
A las nueve de la mañana pudo verse una columna de humo en el horizonte que al poco se tradujo en un portaaviones enemigo al garete. Un crucero intentaba tomarlo a remolque y tres destructores lo escoltaban. He de reconocer su valentía: en cuanto nos divisaron el crucero se interpuso y empezó a hacer fintas mientras los destructores recogían a la dotación del portaaviones. Luego supimos que se trataba del Indomitable, torpedeado durante la noche, y en el que solo quedaba a bordo un trozo de reparaciones. El crucero, que era del tipo Leander, se acercó tanto que llegó a poder disparar contra nosotros antes de recibir una salva bien dirigida. Para entonces ya habían evacuado a la dotación del portaaviones y el valiente crucero consiguió escapar protegido por una columna de humo; ayudó también que Ciliax no quería derrochar munición, que no sobraba tras el choque del día anterior, y ordenó cesar el fuego cuando el crucero quedó semioculto por la humareda. Media hora después sobrepasamos al portaaviones averiado. Viendo que estaba detenido Ciliax pensó en capturarlo, pero desde cerca se apreció que el barco estaba muy escorado y que su fin era cuestión de horas. El destructor Aviere lo finiquitó con tres torpedos.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
No pude ver el final del Indomitable porque la combinada estaba inmersa en otro combate. Seguíamos persiguiendo al crucero, contra el que solo tiraban los cruceros italianos; ya he dicho que Ciliax prefería reservar la munición. No hubo suerte y nuestros aliados no acertaron el barco que escapaba; además fue entonces cuando vimos llegar desde el nordeste a una columna de buques: se trataba de la flota inglesa, que acudía al rescate de sus hermanos heridos. Con un rumbo casi de vuelta encontrada resultaba difícil adivinar de cuántos buques se componía, y Ciliax tomó una decisión conservadora. Ordenó caer al sureste, con un rumbo que al mismo tiempo cortaba la «T» a la flota enemiga, mantuviese las distancias, y nos acercase a la costa marroquí y sus campos de aviación. Los cruceros abandonaron la persecución del inglés y se pusieron en nuestra estela. Fue entonces cuando los ingleses debieron ver que estábamos al completo; en su descargo he de decir que la atmósfera no estaba tan clara como el día anterior porque un viento inoportuno (u oportuno, según como se mire) había empezado a soplar desde el este, cargado de polvo del desierto.
Yo creo que los ingleses pensaban que se iban a encontrar con una escuadra de cruceros, pero al ver la flota de batalla del Pacto se lo pensaron mejor y volvieron grupas para escapar. Mientras viraban pudimos ver los barcos de los que se componía, y como el día anterior no estaban todos: eran dos divisiones, una de cruceros —destacaba la inconfundible silueta de uno de sus cruceros pesados—, la otra con cuatro barcos de batalla: un King George V, el Hood, un tipo Nelson y otro de la clase Queen Elizabeth. Ya no humeaban, pero nos sorprendió que no sobrepasasen los quince nudos. Apenas tuvimos unos instantes para verlos pues al momento sus destructores interpusiesen una cortina de humo.
Salir corriendo ante un animal de presa es una invitación al ataque, y fue lo que hizo el almirante Ciliax. Ordenó aumentar el andar a veintiséis nudos, el máximo de los italianos, y cayó a babor hasta aproar el nornordeste. El rumbo divergía con el del enemigo, que había variado hacia el norte, pero nos alejaba de la barrera de humo y de las sorpresas que pudiera albergar en forma de destructores y torpedos. También permitía que entrase en juego toda la artillería, mientras que los ingleses solo podían disparar con las torres de popa: ocho cañones británicos contra cincuenta y cuatro del Pacto. Según el radiotelémetro del Tirpitz la distancia era de quince mil metros, dentro del alcance de nuestra artillería. Sin embargo Ciliax prefirió ahorrar munición hasta que a las diez y veinte de la mañana, cuando estábamos a 17.000 m, conseguimos bordear el humo y distinguir al enemigo. Volvió a virar a babor para adoptar un rumbo que convergía poco a poco y el Tirpitz hizo fuego contra el buque de cabeza, el del tipo King George V, mientras el Bismarck y el Gneisenau lo hacían contra el Hood, dos acorazados italianos contra el tipo Nelson y el Duilio, el que cerraba la columna, contra el Queen Elizabeth. Los cruceros de ambos bandos se enfrentaron también. Debimos tocar varias veces a los británicos —con mi telescopio me pareció observar dos impactos en el acorazado de cabeza enemigo— porque el almirante inglés debió comprender que siguiendo ese rumbo estaba perdido, e intentó romper el contacto enseñándonos la popa.
Fue justo en ese momento, el crítico de la batalla, el que escogió la aviación de ambos bandos para actuar, y lo hizo casi simultáneamente. Desde Madeira llegaron dos docenas de bimotores enemigos del tipo Beaufort que fueron atacados por cazas Focke Wulf. Como el día anterior el combate fue unilateral, casi todos fueron derribados, y solo unos pocos pudieron acercarse hasta entrar dentro del alcance de mis cañones. La antiaérea hizo caer otros dos, aunque con toda la flota disparando contra los aviones resulta difícil saber si fue mérito de mis cañones. Los cuatro Beaufort supervivientes lanzaron sus torpedos desde lejos, supongo que no por falta de valor sino por creer que de acercarse más los derribarían y habrían caído para nada. Con todo, esquivar cuatro torpedos que llegaban por una banda fue sencillo enseñándoles la popa. Por desgracia la maniobra nos alejó del enemigo al que llegamos a perder de vista. Solo cuando los torpedos agotaron su carrera la flota volvió al norte y a la persecución del enemigo. Los ingleses debían estar pasando sus propias tribulaciones pues decenas de Junkers, Heinkel y Savoia los acosaban desde los cuatro puntos cardinales. Sin embargo, desde la distancia solo veíamos las nubes de humo de la antiaérea sin poder apreciar si nuestros aviadores habían logrado algo.
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Había un indicio de los éxitos logrados por la aviación: la distancia cayó rápidamente indicando que la velocidad del enemigo había disminuido. En veinte minutos estábamos otra vez a tiro y los grandes cañones volvieron a disparar. Esta vez los barcos enemigos parecían haber sufrido muchos daños porque apenas se movían y su fuego era irregular e impreciso. Finalmente los ingleses desistieron: quedarse allí solo serviría para perder buques. Intentando salvar a los buques capitales una flotilla de destructores se lanzó a un gallardo ataque que se enfrentó al fuego de seis acorazados y de media docena de cruceros. Los barquitos enemigos intentaron cubrirse con humo, de tal manera que solo el de cabeza se expusiese al fuego; pero solo duraban unos minutos antes de ser fulminados por nuestros proyectiles. El almirante Ciliax, además, tomó esa medida a la que en su día no se atrevió Jellicoe: en cuanto los ingleses viraron, señal de que ya habían lanzado sus torpedos, ordenó poner proa hacia el enemigo con giros simultáneos. El viraje bastó para que la mayor parte de los peces mecánicos se perdiesen y no fue difícil esquivar a la media docena que estaban mejor apuntados. Después llegó la hora de la matanza.
De los seis destructores solo tres habían conseguido escapar. Otro se hundía, y los dos restantes estaban aboyados. Ciliax les dio un buen resguardo, pues tal vez les quedasen torpedos, y ordenó que fuesen nuestros barcos del mismo tipo los que los finiquitasen. Mientras, la flota siguió persiguiendo al enemigo. Hubo que cruzar otra barrera de humo, algo siempre peligroso como en su día ya había descubierto el Hipper; pero venteábamos la victoria y el almirante Ciliax decidió jugársela; ayudaba que el radiotelémetro no detectaba unidades contrarias. Una vez atravesada la maloliente nube pudimos ver que dos acorazados enemigos se alejaban, pero que el tipo King George V, que estaba muy escorado, y el Hood, cojeaban a menos de diez nudos.
La batalla se reinició. La artillería principal y la secundaria abrieron fuego, los tres barcos alemanes contra el acorazado, los italianos y los cruceros sobre el crucero de batalla. El combate se pareció a los finales del Revenge o del Repulse: el bombardeo los abrumó y apenas pudieron responder; aun así el Gneisenau tuvo que resistir una salva inglesa que lo salpicó con metralla. Los dos buques de batalla enemigos, sabiendo que no podrían escapar, viraron para descubrir toda su batería, pero ya era tarde; para entonces ya habían recibido buen número de proyectiles. Fue primero el Hood el que acusó el castigo: ardió cada vez con más violencia hasta desaparecer en una columna de humo de la misma manera que lo habían hecho tres predecesores suyos en Jutlandia, el Repulse un par de meses antes y hacía apenas doce horas el Renown: habían estallado sus municiones.
El tipo King George V, que resultó ser el cabeza de la serie, fue más resistente y resistió durante una hora y media. Finalmente hubo que rematarlo con torpedos: el alemán Z24 y los italianos Aviere y Ascari le lanzaron quince de los que al menos seis lo alcanzaron. El valiente pero condenado buque se hundió, y noble hasta el final lo hizo adrizado, facilitando el escape de los contados supervivientes. Del King George V pudieron ser salvados setecientos tripulantes entre los que no estaban ni el capitán ni el almirante Somerville, que prefirieron irse con su buque. También pudimos rescatar a casi trescientos náufragos de los destructores, pero solo a veinte del Hood. Fueron nuestros destructores los que efectuaron el deber humanitario porque estábamos demasiado cerca de Madeira y la flota tenía los pañoles casi vacíos. Por eso, en cuanto se hundió el King George V Ciliax puso rumbo a Casablanca, donde entramos poco antes de la puesta del sol.
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Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.
La batalla de Mogador
El combate de Alegranza
Ciliax había interrumpido el combate la noche anterior no para retirarse sino para evitar los encuentros nocturnos, pero quería forzar un nuevo enfrentamiento a la mañana siguiente o, al menos, dar caza a los buques británicos averiados. Por ello, en lugar de seguir el curso de la flota inglesa, prefirió aprovechar la superior velocidad de sus buques para rodear al enemigo por el sur. Además así se acercaba a las bases aéreas propias en las islas Canarias. Guiado por los radiotelémetros (tanto los que embarcaba la flota como los de los aparatos de reconocimiento nocturno) pudo mantener una distancia segura respecto a los ingleses pero sin perder el contacto. Sin embargo Somerville creyó que Ciliax se dirigía hacia Casablanca: el último cambio de rumbo de la flota del Pacto se había producido cuando ya era de noche y no había sido detectado por los buques británicos. Aunque desde sus unidades se captaron las emisiones de los radiotelémetros del Pacto durante toda la noche, debió pensar que provenían de aviones o de buques ligeros. Sin saber que los barcos del Pacto se movían a su izquierda y trataban de adelantarlos, la Fuerza H siguió navegando hacia el oeste, pensando que así se alejaba de los acorazados enemigos.
Se ha criticado que Somerville no emplease sus destructores para atacar a la flota enemiga durante la las horas de oscuridad, pero no tenía suficientes unidades de este tipo. Varios habían sido enviados a escoltar a los barcos dañados, y una flotilla, como ya hemos visto, tuvo que quedarse en las Azores por carecer de fuel. Además se recibió el erróneo informe de los Catalina que ya se ha relatado, según el cual habían atacado a la división de acorazados italianos. Somerville pensó que la flota del Pacto se alejaba de ellos con rumbo hacia Gibraltar o Casablanca, y que estaba a más de doscientas millas al nordeste de su posición.
Antes del amanecer volvieron a despegar los aviones de reconocimiento de ambos bandos; sin embargo la cobertura inglesa, tras las bajas sufridas el día anterior, fue bastante menor. Aun así un avión Halifax descubrió a la escuadra del Pacto cuando ya estaba entrando dentro del alcance de los bombarderos ingleses en Madeira. Sabiéndose localizado el almirante Ciliax ordenó que se emitiesen señales a la máxima potencia para guiar a los cazas de escolta, que esta vez procederían de Lanzarote. En cuanto se consideró protegido de los probables ataques aéreos viró hacia el norte, en dirección a la flota enemiga, para acabar con los barcos ingleses averiados.
El Halifax transmitió el informe a Madeira, que a su vez lo retransmitió a la Fuerza H. Sin embargo, llegó después de otro emitido por un hidro Walrus lanzado por el crucero Gloucester; iba en busca de los dos cruceros pesados dañados cuando avistó «dos acorazados italianos y dos cruceros» a veinte millas del Berwick. Como vemos, se había repetido el error de identificación de la noche. Así que cuando Somerville recibió el informe del Halifax lo malinterpretó, como relata el teniente Campbell:
«Afortunadamente los daños causados por los torpedos no eran excesivamente graves, mostrando la sólida construcción de nuestro acorazado (N. del A.: en el King George V se pensaba que había sido un ataque coordinado entre aviones y submarinos, cuyos torpedos eran más potentes que los aéreos) y pudimos mantener una velocidad de quince nudos; los daños que habíamos sufrido eran un inconveniente pero en la práctica apenas nos ralentizaron porque las averías del Hood y del Rodney también habían afectado a su velocidad. Aun quedaban horas de oscuridad y a media mañana podríamos contar con la sombrilla de los cazas de Madeira».
«A Somerville le preocupaba la suerte de los cruceros pesados. El Suffolk ya se había hundido, pero el Berwick y el Dorsetshire seguían a flote y estaban muy retrasados. Recibimos además un radio desde Madeira según el cual los hidroaviones Catalina habían atacado a tres acorazados italianos a solo treinta millas de la posición de los cruceros. El almirante ordenó a los cruceros que lanzasen sus hidros para localizarlos, y al poco de la amanecida uno del Gloucester avistó a dos acorazados y dos cruceros que estaban a veinte millas de los nuestros y a cuarenta del King George V (N. del A.: mientras que el informe del Halifax tuvo que ser reenviado desde Madeira, el Walrus del Gloucester se comunicaba directamente con la flota por lo que su informe de contacto llegó antes)».
«El avistamiento del Walrus confirmaba el informe de los Catalina: parecía que parte de la flota enemiga había quedado atrás aunque sin alejarse de la costa marroquí. Que solo se hubiesen avistado dos acorazados significaba que el enemigo había sufrido tanto como nosotros. Nuestros cuatro buques de batalla, aun dañados, los superaban con creces. Somerville pensó que los dos cruceros podrían servir de cebo y ordenó que la escuadra invirtiese el rumbo para intentar enfrentarse a los barcos de batalla enemigos, esta vez más lejos de la costa marroquí. Solo el Indomitable debía seguir hacia Madeira, escoltado por los cruceros Ajax y Hermione, y auxiliado por dos destructores».
«Sin embargo al poco llegó un nuevo informe desde Madeira. Un avión había avisado de la presencia de barcos enemigos al sur de nuestra posición. Somerville se encontró ante un dilema: durante la noche ya se habían avistado emisiones y señales luminosas desde ese origen. Pero no parecía probable que el enemigo hubiese dividido sus acorazados en dos grupos, y probablemente los buques avistados eran cruceros y de destructores. Decidió mantener el curso suroeste, pero ordenó al crucero Liverpool que se uniese al grupo del portaaviones Indomitable, y que enviase su hidroavión para confirmar el contacto».
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Ya hemos visto que los barcos situados al este de la Fuerza H perte-necían a la división de cruceros ligeros italianos del contraalmirante Legna-ni. Durante el día anterior la división había prestado protección cercana al convoy (escolta que luego se demostró innecesaria) y durante la noche uno de sus cruceros, el Montecuccoli, había sido torpedeado. Ahora Legnani trataba de incorporarse a la flota con un rumbo que los llevó a encontrarse con dos de los tullidos del día anterior: los cruceros pesados Berwick y Dorsetshire. El primero había hecho reparaciones de emergencia, aislando las pérdidas de vapor, y al ver a los barcos italianos consiguió alcanzar los veinte nudos. Sin embargo el Dorsetshire, que la tarde anterior había sido alcanzado sucesivamente por el Doria y el Duilio, estaba casi al garete. Con esfuerzos ímprobos la dotación consiguió mantener el gran crucero a flote, pero al ver llegar los cruceros italianos el capitán A.W.S. Agar supo que estaba perdido. Ni siquiera podía defenderse porque la escora bloqueaba las torres de 203 mm. Agar ordenó abrir los grifos de fondo y abandonar el buque. El destructor Arrow recogió la dotación y lanzó contra el crucero un torpedo que falló. El Dorsetshire quedó abandonado, muy hundido de proa y con una escora creciente. Treinta minutos después el contraalmirante Legnani ordenó al destructor Granatiere que acabase con el derrelicto; el Dorsetshire aun resistió cuatro torpedos y solo se fue a pique tras ser cañoneado repetidamente. Mientras la división de cruceros siguió persiguiendo al Berwick, que poco después llegó a estar al alcance de sus cañones. Pero cuando todo parecía perdido para el crucero inglés la salvación llegó en forma de los proyectiles de dieciséis pulgadas del Rodney.
Somerville se dirigía hacia la posición del Berwick a quince nudos, la máxima velocidad de sus castigados buques. Para su desgracia estaba experimentando una debilidad de los modernos buques de guerra: aunque estaban sólidamente acorazados, sus equipos electrónicos estaban situados sobre las superestructuras y eran muy vulnerables. Parece que los radares del King George y del Rodney estaban fuera de combate, y solo funcionaba un equipo de detección aérea del Hood. Somerville dependía de sus cruceros, que durante toda la noche habían detectado las emisiones enemigas, aunque sin poder distinguir entre las procedentes de aviones o de barcos. Ahora los había destacado para auxiliar al Indomitable y al Victorious, y solo contaba con la buena vista de sus serviolas. Campbell describe las tribulaciones del almirante británico:
«Ahora sé que el almirante se equivocó, pero habría que haber esta-do en el puente del King George V para entenderlo. Todos estábamos ago-tados y no razonábamos con claridad tras día y medio de tensión y de combates. Señal del estado de Somerville era que siendo de natural reser-vado, esa mañana pidiese consejo repetidamente al capitán Patterson. Aun no sabíamos que el Duke of York acababa de ser hundido, pero bastaba con los desastres del Renown y del Unicorn para afectar nuestro ánimo. Sabíamos que lo crucial era salvar a la flota pero ¿a costa de abandonar a dos valiosos cruceros? Además todos los indicios apuntaban a que la flota enemiga estaba tan mal o peor que la nuestra. El Berwick había indicado que estaba siendo acosado por tres cruceros, que no eran enemigo para los cañones dela flota. Respecto a los barcos que estaban al sur, parecía que se trataba de unidades ligeras; Patterson incluso aventuró que se trataba del convoy enemigo que se dirigía hacia las Canarias. Tampoco temíamos un improbable encuentro con el enemigo, pues estaría disminuido, falto de municiones, y además ya estábamos dentro del alcance de nuestros aviones de Madeira. En esas condiciones si abandonábamos a dos cruceros tan valiosos seríamos tachados de cobardes. Tras deliberar el almirante dijo “ayer perdimos barcos; hoy no vamos a perder el honor” y ordenó que la flota mantuviese el rumbo para auxiliar a los cruceros. Media hora después vimos al Berwick, perseguido por tres cruceros italianos a los que el Rodney ahuyentó».
Afortunadamente para los buques italianos, el fuego del Rodney fue impreciso y solo el Savoia fue ametrallado por los fragmentos de un proyectil que cayó cerca. Legnani invirtió el curso mientras sus destructores tendían una columna de humo. Somerville, que carecía de cruceros, no intentó perseguir a los barcos italianos, sino que invirtió el curso de sus buques para reunirse de nuevo con el Indomitable, pues el Liverpool (que como se ha citado había sido destacado en su auxilio) había comunicado que estaba sufriendo un ataque aéreo.
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Mientras Somerville auxiliaba al Berwick llegó la hora para el Indomi-table. En la semana anterior había sido reforzada la fuerza aérea de Cana-rias con varias escuadrillas alemanas, y antes del amanecer habían despegado en busca de los remanentes de la Fuerza H. Sin embargo el cambio de rumbo de la flota inglesa hizo que los bombarderos no encontrasen a los acorazados británicos; pero en su lugar fue avistado el Indomitable y su escolta. A las ocho de la mañana se inició un ataque masivo y el crucero Liverpool fue alcanzado por una bomba que afectó a las torres de proa; afortunadamente la explosión causó una inundación que apagó el peligroso incendio. Los cruceros Ajax y Hermione no solo consiguieron evitar todos los artefactos aéreos que les lanzaron, sino que lograron derribar siete aviones. Sin embargo el portaaviones sufrió un ataque coordinado y fue alcanzado por dos torpedos y seis bombas. De estas, cuatro fueron detenidas por la cubierta blindada y la quinta, que estalló en la proa, causó destrozos importantes pero no críticos. Sin embargo la última bomba alcanzó el ascensor de proa que se desplomó en el hangar, donde se inició un peligroso incendio. Más grave fue el efecto de los torpedos. Parece que uno alcanzó al Indomitable donde ya había sido tocado la noche anterior, y la explosión causó una gran inundación que dejó al portaaviones sin potencia y con una seria escora. El capitán Morse ordenó que los destructores Decoy y Restingouche recogiesen a la mayor parte de los hombres, quedando solo los trozos de reparaciones y el personal de máquinas. El destructor canadiense Assiniboine se abarloó para proporcionar potencia eléctrica, y el crucero ligero Ajax se preparó para darle remolque.
Los esfuerzos empezaban a dar fruto cuando en el horizonte apareció la flota del Pacto. El Ajax tuvo que picar el remolque y, seguido por Hermione, se interpuso para dar tiempo a que los destructores recogiesen al resto de la dotación del Indomitable. Los dos cruceros, derrochando valor, tendiendo nubes de humo y maniobrando como locos, llegaron a acercarse hasta los quince mil metros y el Ajax incluso alcanzó al Bismarck. Las maniobras de los barcos ingleses confundieron a los apuntadores italoalemanes, que creyeron que disparaban contra un único buque, pero finalmente la suerte se acabó para los valientes cruceros. Un proyectil del Gneisenau alcanzó al Ajax dañando la batería secundaria de estribor. Por fortuna no afectó a la propulsión. Como por entonces la dotación del Indomitable ya había sido rescatada los cruceros y destructores ingleses escaparon protegiéndose con humo. El Restingouche, al que se había encomendado rematar al portaaviones, lanzó tres torpedos de los que dos lo alcanzaron. Pero como en el caso del Dorsetshire el barco se negó a hundirse, y tuvo que ser el destructor italiano Aviere quien acabase con él con otros tres torpedos. Mientras la flota combinada intentó dar caza al Ajax y al Hermione.
Cuenta Campbell:
«Los cruceros italianos escaparon a toda máquina, perseguidos por los proyectiles de casi una tonelada del Nelson. Eran demasiado rápidos para nuestros buques. Como el Berwick ya no corría peligro Somerville ordenó retomar el rumbo noroeste. Estábamos preocupados por el Indomi-table, pues el Liverpool había comunicado que estaban siendo acosados por la aviación alemana. Además, apenas habíamos invertido el curso cuando llegó un mensaje del Ajax que indicaba que combatía con cruceros enemigos. Entre el Liverpool y el Ajax (la artillería del Hermione era mucho menos potente) hubiesen debido bastar para defender al portaaviones, pero las pérdidas del día anterior habían hecho al Indomitable muy valioso. Seguíamos sin noticias sobre la posición de los acorazados del Pacto, que el almirante creía cerca de Casablanca. Esta vez Somerville no dudó y la flota invirtió su curso para auxiliar al Indomitable y a su escolta».
Una de las grandes incógnitas de la batalla es el motivo por el que Somerville buscó repetidamente el combate esa mañana. Ya hemos visto que pensaba que la flota enemiga había sufrido tanto como la suya, y los supervivientes del puente del King George V (Campbell entre ellos) atesti-guaron el Ajax no informó de la presencia de acorazados. Sin embargo el cuaderno de bitácora del crucero recoge que avisó repetidamente que era perseguido por buques de batalla; el autor de estas líneas cree que la pre-mura hizo que los radioperadores cifrasen mal el mensaje. Con todo, es dudoso que la Fuerza H hubiese podido rehuir el combate, pues su veloci-dad era inferior a la de Ciliax. Somerville mantuvo el rumbo suroeste, cre-yendo que podría salvar al Indomitable como ya lo había hecho con el Berwick. Cuarenta minutos después se avistó desde el puente del King George V al Liverpool y luego al Ajax y al Hermione. Detrás llegaban los acorazados del Pacto.
«Ver otra vez al enemigo casi nos alegró: era el momento de la re-vancha. La tarde anterior habían podido emplear el sol poniente en su provecho, pero ahora el astro rey estaba en lo alto y, aunque la calima limitaba el alcance visual a veinte mil yardas, ninguno de los bandos iba a tener ventaja. Sería la artillería la que impusiese su ley, y nuestros buques tenían cañones más potentes y corazas más gruesas que los del enemigo. Sin embargo al estudiar la línea contraria pudimos ver que se seguía componiendo de seis acorazados. En ese momento fue cuando flaqueó el almirante; aun recuerdo su expresión a la vez fatigada y desconsolada. Además el Indomitable ya se había perdido y Somerville juzgó que no ganaría nada en un nuevo combate. Así que ordenó a los destructores que tendiesen una cortina de humo mientras mostraba la popa al enemigo».
Ciliax tampoco sabía en qué estado habían quedado los ingleses y consideró que si Somerville buscaba la batalla era por estar en buena situación, pero en cuanto vio que los ingleses escapaban se decidió. Ordenó rodear la nube de humo por el este (acercándose de paso a la costa marroquí) y a las 11:40 el Tirpitz volvió a avistar al King George V contra el que disparó, dando inicio a la fase final de la batalla de Mogador.
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Un par de errores detectados por los amigos Thomas Pullings y Scheer. Elacorazado que espanta a los cruceros italianos es el Rodney, no el Nelson. Y el crucero mandado por el capitán Agar que acaba siendo hundido es el Devonshire, no el Dorsetshire.
Gracias por la ayuda.
Saludos
Gracias por la ayuda.
Saludos
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Apenas se habían disparado unas salvas cuando la aviación de los dos bandos hizo acto de presencia. Las dos flotas tuvieron que interrumpir el combate, ya que la formación lineal no era la mejor para la defensa antiaérea. Ambas llamaron a sus destructores para adoptar un dispositivo antiaéreo mientras alistaban sus armas automáticas.
Desde Madeira habían despegado varias escuadrillas de bombarderos y torpederos, escoltadas por cazas de largo alcance. Un grupo de Hampden no pudo encontrar a la flota de Ciliax y además fue interceptado por cazas Me 110. Otro de torpederos Beaufort localizó al enemigo e intentó atacar al Tirpitz, que parecía atraer a los aviones enemigos. Los Beaufort llevaban escolta de cazas pesados Beaufighter, pero poco pudieron hacer contra los cazas españoles Focke Wulf (o «Mochos», como se les conocía en nuestra tierra) que los interceptaron. Estaban dirigidos por el comandante Salvador, el máximo as español y uno de los pilotos más descollantes de la guerra. En el combate cayeron la mitad de los cazas británicos y todos los torpederos menos dos, aunque varios de ellos lograron lanzar sus ingenios antes de caer. Ninguno hizo blanco, pero para evadir los torpedos la flota del Pacto tuvo que virar al sureste, separándose de la Fuerza H. Al mismo tiempo que los Hampden y los Beaufort se sacrificaban, una escuadrilla de bombarderos pesados Halifax atacó a los cruceros de Cattaneo (que seguía la estela de los acorazados de Ciliax) pero lanzaron sus bombas desde gran altura y todas fallaron. Un Halifax fue derribado por la artillería antiaérea.
También la aviación del Pacto intervino aunque con mayor contundencia. Un centenar de bombarderos y torpederos tomó como objetivo a los acorazados británicos. Por entonces la proximidad a Madeira había permitido que la RAF enviase sus propios cazas para proteger a Somerville; sin embargo, eran escasos los de largo alcance, que se limitaban a los Beaufighter ya citados y a una escuadrilla de Lockheed Lightning de origen norteamericano. Aunque pocos, bastaron para escoltar a los dos buques más retrasados, el Rodney y el Queen Elizabeth, que consiguieron esquivar todos los torpedos; tan solo el Rodney fue alcanzado por una bomba de media tonelada que destruyó la torre «B». Sin embargo el Hood y el King George V corrieron peor suerte. A causa de los daños previos no superaban los quince nudos y sobre ellos cayó un chaparrón de bombas y torpedos. Por lo menos dos alcanzaron al Hood y tres al King George V. Aun así los barcos se mantenían a flote y, para intentar darles una oportunidad, Somerville ordenó a sus destructores que atacasen a la flota enemiga. Seis se lanzaron contra los acorazados y tuvieron que enfrentarse con una cortina de fuego, procedente no solo de los buques de batalla sino también de los cruceros de Cattaneo. Los destructores Escort, Echo y Esk fueron alcanzados y posteriormente rematados por sus contrapartes italianos. Los otros tres lanzaron sus torpedos y lograron escapar aunque con algunos daños. Fue entonces cuando Ciliax tomó una decisión crucial.
Habitualmente la mejor táctica para evadir torpedos es virar en dirección contraria a la que provienen, normalmente por giros simultáneos. Así la distancia aumenta y, cuando los torpedos llegan a la altura del barco atacado, están al final de su carrera. Siendo la velocidad relativa pequeña (resultado de restar de la velocidad de los torpedos la de los barcos atacados) resulta más sencillo eludirlos; además la turbulencia de las hélices puede contribuir a desviarlos. Pero Ciliax, que se sabía a punto de lograr una victoria decisiva, dio una orden arriesgada: eludirlos por giros simultáneos, pero hacia la flota enemiga. Se trataba de la misma maniobra que en Scarpantos había dado la victoria a Cattaneo, y que Jellicoe no se había atrevido a realizar en Jutlandia. Resultaba más peligrosa pues la velocidad relativa de los torpedos sería muy superior, haciéndolos más difíciles de eludir, por lo que alguno de sus buques podría ser alcanzado. A cambio, al acabar la maniobra la flota estaría más cerca de los tullidos barcos ingleses. Para aminorar el riesgo ordenó que se realizasen dos virajes sucesivos de 45° (en lugar de uno de 90°) y así salirse del previsible curso de las armas enemigas. La maniobra fue afortunada y la mayor parte de los torpedos pasaron lejos de la flota. Solo dos se acercaron al acorazado más retrasado, el Doria, que tuvo que gobernarlos. También el buque insignia de Cattaneo, el crucero pesado Zara, se vio obligado a maniobrar para esquivar otro torpedo.
El premio de la arriesgada maniobra se consiguió cuando los acorazados sobrepasaron el humo lanzado por los destructores y encontraron al Hood y al King George V casi detenidos a quince mil metros de distancia. Los dos barcos ingleses abrieron fuego inmediatamente, mientras que Ciliax ordenó contener el propio pues los pañoles estaban casi vacíos. Durante esa fase el Hood logró alcanzar al Bismarck con tres proyectiles que dejaron fuera de combate la dirección de tiro de popa y atoraron la torre Dora. Pero cuando la distancia fue de solo doce mil metros la flota del Pacto empezó a disparar.
El teniente Campbell cuenta los últimos momentos del King George V.
«Cuando los acorazados enemigos salieron del humo supimos que todo estaba perdido. La línea enemiga estaba formada por nueve buques (N. del A.: Campbell contaba los acorazados de Ciliax y los cruceros de Cattaneo) seguidos por las escuadrillas de destructores. Mantenían la formación como si se tratase de unas maniobras y vistos desde el puente del King George V casi producían admiración».
«Era evidente que el King George V estaba perdido. Aunque el barco se mantenía adrizado, había soportado cuatro torpedos y la inundación progresaba a pesar de los esfuerzos de los trozos de reparaciones. Era el momento de abandonar el barco y salvar la vida, pero significaría condenar al Hood, tal vez incluso al Rodney y al Queen Elizabeth. En ese momento Somerville redimió cualquier error que hubiese podido cometer al ordenar a Patterson que cubriese la escapada del resto de la flota».
«Sin embargo el Hood se nos adelantó y abrió fuego, anotándose varios impactos en un acorazado del tipo Bismarck. El King George V tiró contra el acorazado de cabeza, que comenzó a zigzaguear para esquivar los proyectiles mientras seguía aproximándose. A pesar de estar a tiro la flota enemiga siguió sin responder hasta que la distancia bajó de los bajó de los doce mil metros. Entonces el horizonte se iluminó y un huracán de acero barrió nuestro pobre barco. En la primera andanada la torre B recibió un impacto directo; el grueso acero salvó momentáneamente a sus servidores pero los cañones quedaron inmovilizados. Un segundo proyectil abrió un gran agujero en la banda de babor; después ya fue imposible distinguir las andanadas, pues nuestro acorazado se vio rodeado de piques y casi continuamente los proyectiles se enterraban en las entrañas. Uno atravesó el puente matando al capitán Patterson. Yo caí inconsciente, y cuando me recuperé, vi que el almirante, cuyo uniforme estaba manchado de sangre, miraba fijamente hacia estribor. Hice lo mismo y divisé una enorme nube de humo marrón donde una vez estuvo el Hood».
«Los proyectiles caían como granizo pero el noble buque se negaba a hundirse. Por entonces las máquinas se habían detenido y ya no funcionaba ningún cañón. El almirante, que había tomado el mando del barco, ordenó que se abriesen los grifos de fondo y que se abandonase el buque. Luego nos miró con una mirada de infinita tristeza, y nos dijo “váyanse y salven sus vidas para la patria”. Intentamos convencerlo para que nos siguiese, pero rehusó con una mirada, Mientras abandonaba el puente le escuché musitar “honor, honor, honor”. Ya no volví a verle»
«Al abandonar el puente vi que la artillería enemiga había convertido las entrañas del King George V en un pandemónium de llamas, planchas retorcidas y puntas afiladas. Varios compañeros intentaron atravesarlo; no volví a verles. Yo preferí volver atrás y escapar por el costado de estribor, que quedaba a cubierto de los cañonazos que seguían alcanzando la otra banda. Descendí por un cabo que habían amarrado y no sé cómo llegué a la cubierta. En esa banda la seguridad era solo relativa. Una torre de cinco veinticinco ardía echando humo marrón por cada rendija y periódicamente estallaban dentro las cargas. La cubierta estaba perforada como un colador y los orificios escupían humo y llamas. Además muchos proyectiles enemigos atravesaban las superestructuras y estallaban entre los tripulantes que, ordenadamente, se preparaban para la evacuación. La mayor parte de las balsas estaban deshecha y tuvimos que confiar en nuestros chalecos. Yo esperé hasta que no vi a nadie más en cubierta y, tras saltar al agua, braceé con todas mis fuerzas para no ser arrastrado por la succión del acorazado que se hundía. Estuve casi una hora en el agua hasta que fui recogido por el destructor italiano Aviere».
Aunque el King George V ya no disparaba seguía adrizado y con la bandera en alto, por lo que Ciliax ordenó seguir disparando. Viendo que no se hundía ordenó que los destructores lo finiquitasen. Los destructores Z24, Aviere y Ascari lo alcanzaron con al menos ocho torpedos, y finalmente el acorazado dio la voltereta y se hundió. Afortunadamente las cálidas aguas subtropicales permitieron que se salvasen ochocientos hombres, entre los que no estaban el almirante Somerville o el capitán de navío Patterson. Del Hood solo se pudieron recoger veinte supervivientes.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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