Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
A las 23:30 la división de Cattaneo navegaba con rumbo este cuando el radiotelémetro del Abruzzi detectó la aproximación de un grupo de buques. Battaglia rompió el silencio radiofónico para informar a Cattaneo, pero este pensó que se trataba de los cruceros de Legnani, que como sabemos estaba a casi veinte millas al este. Como los buques detectados llevaban rumbo de colisión Cattaneo intentó ponerse en contacto con Legnani ordenándole que se apartase; este último recibió el mensaje e informó a Cattaneo que no llevaba rumbo sur sino oeste, pero para entonces ya era demasiado tarde. Durante ese tiempo las dos fuerzas habían seguido aproximándose mientras el Abruzzi, el Garibaldi y el Cervantes punteaban la aproximación de los barcos desconocidos. Finalmente se tocó a zafarrancho de combate cuando la distancia era de solo seis mil metros. El almirante ordenó al capitán de navío Corsi que encendiese las luces de identificación y que se pusiese en contacto con los desconocidos usando la lámpara de señales, pero como tampoco obtuvo respuesta ordenó caer al sur. Es difícil saber si lo hizo porque seguía creyendo que se trataba de Legnani y temía un abordaje, o porque comprendió que se encontraba frente al enemigo. En cualquier caso el Zara apenas había empezado a virar cuando fue iluminado el reflector del Newcastle y sobre el crucero se precipitó un aluvión de proyectiles.
Como podemos imaginar los recién llegados eran los buques de Harwood. El británico, al descubrir al enemigo ordenó a los destructores que lo atacasen con torpedos. El Icarus, el Ilex y el Intrepid lanzaron dieciocho sobre la línea italiana, pero fue entonces cuando el Zara comenzó a virar. Harwood, creyéndose descubierto, ordenó caer a estribor y abrir fuego. El Newcastle lo hizo contra el Zara, el Trinidad contra el Pola y el London disparó contra el Fiume. Los cruceros antiaéreos Euryalus y Hermione, que estaban algo más retrasados, lo hicieron a su vez sobre los dos destructores situados a barlofuego de la línea italiana. Las andanadas sorprendieron a la formación transalpina que se sumió en la confusión. Los destructores Alfredo Oriani y Vizenzo Gioberti sufrieron repetidos impactos y poco después fueron alcanzados por dos torpedos cada uno. En el Oriani detonó el pañol popel y el barco se hundió en apenas treinta segundos con gran pérdida de vidas. El Gioberti se partió, aunque ambas mitades se mantuvieron a flote durante algunos minutos permitiendo que parte de la dotación se pusiese a salvo. Segundos después fue el Zara el que sufrió el impacto de otros dos torpedos; el gran crucero quedó sin energía, plagado de muertos y ardiendo de quilla a perilla. Una andanada del Newcastle que alcanzó el puente de mando acabó con la vida del almirante Cattaneo con la mayor parte de su estado mayor y del capitán Corsi. Aun así la batería secundaria respondió al fuego aunque sin conseguir ningún impacto ya que los artilleros disparaban con puntería local.
El Zara siguió virando, pero sin propulsión y con grandes brechas abiertas en el casco quedó casi aboyado. Para evitarlo el Pola tuvo que efectuar un viraje brusco a babor que hizo que los torpedos dirigidos contra él fallasen; poco después el derrelicto del Zara se interpuso obligando al Trinidad a suspender su fuego. Por entonces el Pola ya había sido alcanzado por al menos veinte proyectiles de quince y diez centímetros. Uno que alcanzó el pañol proel bajo la flotación causó un grave incendio de corditas; afortunadamente el agua que entró a raudales apagó las llamas, no sin que antes abrasasen a la dotación de las dos torres delanteras. El Fiume también se vio obligado a maniobrar bruscamente pero lo hizo a estribor, quedando silueteado por las llamas del Zara y del Pola. El London lo alcanzó repetidamente y momentos después lo hizo un torpedo del Impulsive que hizo que se desprendiese la proa a la altura de la torre A; los restos no se hundieron inmediatamente sino que se mantuvieron a flote unos minutos, golpeando la banda de babor y dañando la hélice de ese lado. La proa aun rindió un último servicio al malogrado crucero porque atrajo el fuego británico, lo que a la postre salvó al Fiume.
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Hasta entonces el combate había sido unilateral, pero entonces los barcos italianos comenzaron a responder al fuego. El destructor Giosué Carducci, que estaba más retrasado, viró a estribor, lanzó tres torpedos y disparó contra el Impulsive. Este hizo lo mismo pero con mayor fortuna y alcanzó repetidamente al Carducci, que fue alcanzado en sus máquinas, quedando sin propulsión. Los torpedos italianos fallaron al Impulsive pero siguieron su curso hacia los cruceros británicos. Para evitarlos el Newcastle y el Trinidad cayeron a estribor; sin embargo el London no recibió la señal y estuvo a punto de abordar al Trinidad, ya que cuando se da el timón a una banda inicialmente el barco se frena y momentáneamente cae a la contraria antes de empezar a girar. El London tuvo que dar atrás toda y virar a babor, dirigiéndose hacia los barcos italianos; tuvo la fortuna de no ser alcanzado por ningún torpedo. La línea británica se rompió ya que el Hermione y el Euryalus siguieron al London. El Hermione confundió al Impulsive con el Carducci y disparó sobre él, siendo seguido por el Euryalus y por el London. Poco después el destructor inglés fue alcanzado por un torpedo del Carducci. Entonces Harwood descubrió que su agrupación estaba disparando contra un destructor propio y ordenó que se detuviese el fuego. Al ver que el Impulsive había sido torpedeado dedujo que había algún destructor italiano en las inmediaciones y temiendo que sus cruceros fuesen alcanzados decidió interrumpir el combate. A fin de cuentas, ya había conseguido su principal objetivo, que no era otro que impedir que los italianos interceptasen a la fuerza de rescate. Además había identificado sus objetivos como cruceros pesados, y como ya sabemos Harwood creía que había acorazados enemigos en el área. Así que el Newcastle puso rumbo norte seguido del Trinidad, el Icarus y el Intrepid. El Ilex recogió a la dotación del Impulsive antes de finiquitarlo con dos torpedos. Sin embargo el crucero pesado London, que como ya hemos visto había tenido que maniobrar para evitar al Trinidad, había perdido a su matalote de proa y navegaba hacia el suroeste convergiendo con la línea italiana, seguido por el Hermione y el Euryalus. Viendo las llamas del Zara los tres cruceros ingleses reiniciaron el fuego, agravando los daños del crucero pesado pero sin sospechar que se acercaba su némesis.
Ya hemos visto que los tres cruceros ligeros que encabezaba el Abruzzi estaban bastante separados del Fiume; parece que en ese momento la distancia era de tres mil metros. Al ver que los tres barcos de Cattaneo eran alcanzados el capitán Battaglia del Abruzzi ordenó dirigirse al 210° verdadero, quedando en un curso más o menos convergente al del London. Battaglia seguía sin hacerse idea clara de lo que ocurría pero fue entonces cuando el London reinició el fuego contra el Zara y encendió su reflector para asegurar la puntería. El Abruzzi lanzó iluminantes e inmedia-tamente después el crucero y su gemelo Garibaldi dispararon con sus veinte cañones de quince centímetros. El débil blindaje del London (apenas cinco centímetros) no pudo resistir el aluvión y en segundos quedó fuera de combate. El destructor Alfieri, situado en la banda de estribor y que hasta entonces no había intervenido en el combate, lanzó seis torpedos al London de los que tres lo alcanzaron. El desventurado buque se hundió en unos minutos entre llamaradas y surtidores de espuma.
A popa del London navegaban los dos cruceros antiaéreos Hermione y Euryalus. Intentaron devolver el fuego pero a su vez pasaron a ser objetivos del español Miguel de Cervantes. Al poco se unieron al combate el Abruzzi y el Garibaldi. Los dos cruceros británicos fueron tocados y, viéndose en inferioridad, rehuyeron el enfrentamiento poniendo rumbo al norte.
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La evacuación
Desde los cruceros de Legnani pudieron verse los fogonazos y el almirante italiano dirigió su proa hacia el combate, pero cuando veinte minutos después dejaron de verse bengalas ordenó invertir el rumbo y volver a su zona de patrulla. Curiosamente no intentó ponerse en contacto con Cattaneo, a pesar que el anterior —que ya no estaba entre los vivos— había roto previamente el silencio radiofónico. Estas vacilaciones resultaron funestas, pues no solo permitieron escapar al Hermione y el Euryalus —por ahora— sino que hicieron que los buques de Dickson cortasen su popa sin ser detectados y pudiesen llegar hasta Gran Canaria sin tener que combatir.
Llegar hasta las tropas asediadas solo era una parte del problema, pues el rápido avance hispanoitaliano había hecho que los dos puertos de Las Palmas (el artificial de la Luz y el natural del Arrecife o de las Canteras) estuviesen dominados por la artillería y patrullados por las lanchas torpederas. Incluso el más alejado del Confital quedaba dentro del alcance visual y por tanto de los cañones, obligando a los británicos a emplear las calas que la acción de las olas habían formado al norte. Se trataba de entrantes abiertos al oleaje de los temporales atlánticos donde había algunas playas de rocas. Intentando facilitar el embarque los ingenieros habían colocado candelas para iluminar los pasos más comprometidos y escalas para descender por los acantilados. Se había intentado construir un embarcadero pero había sido destrozado por el oleaje. Roberts había pensado emplear los botes que habían sido dejados por los convoyes de abastecimiento, pero había pocos disponibles (se trataba de embarcaciones destinadas a ser abandonadas y se habían empleado en ellas materiales de mala calidad) y su traslado a la Isleta resultó difícil. Era imposible hacerlo por tierra y tampoco pudo hacerse por mar durante las horas de luz debido a la actividad de la aviación y la artillería. Tuvieron que partir al oscurecer, pero estaban tripuladas por soldados inexpertos y la navegación rodeando la Isleta y sus esollos era peligrosa incluso para marinos experimentados. Los botes intentaron bordearlos guiados por unas pocas lámparas y el resultado fue el esperable: la mayor parte se extravió y a las calas apenas llegó media docena. De los demás, los más afortunados lograron volver al Confital, pero bastantes fueron lanzados contra las rocas o se perdieron en alta mar. Este desastre es achacable a Roberts, que no había tenido en cuenta que había pescadores y marineros entre los refugiados españoles.
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Cuando los buques de evacuación llegaron a la Isleta y no encontraron los botes tuvieron que lanzar sus propias embarcaciones. Por entonces la península se había llenado de refugiados que escapaban de Las Palmas, no solo civiles sino también soldados separados de sus unidades. Al llegar a las calas empezaron a descender por las escalas pero se encontraron con que el oleaje impedía que los botes se acercasen a tierra. Fue en ese momento cuando un avión de reconocimiento lanzó bengalas y la artillería de largo alcance del Pacto empezó a disparar. Masas humanas saltaron al agua intentando llegar a las lanchas pero pocos lo lograron: los supervivientes recuerdan que la orilla quedó cubierta de cadáveres.
Los tripulantes de los buques de evacuación asistían impotentes al drama. Un par de lanchas que intentaron acercarse se rompieron contra las piedras. Finalmente uno de los destructores lanzó parte de su combustible; aunque significó la muerte para los nadadores que aun resistían hizo que las olas se calmasen y que los botes pudiesen llegar a las escalas. Aun así la evacuación progresó muy lentamente. El destructor Holderness intentó aproximarse a los acantilados para tender un cabo, pero una gran ola lo lanzó contra la costa. Fue este inesperado suceso el que dio alguna oportunidad a los refugiados: aunque la proa del barco quedó clavada contra las rocas la popa seguía flotando. Los ingenieros tendieron una pasarela hasta el desgraciado buque, que pasó a actuar como un pantalán al que los otros destructores podían aproximarse. Los refugiados bajaban por las escalas, recorrían el Holderness y saltaban a los buques de evacuación. Dickson no quiso arriesgar a los minadores, buques mayores y más valiosos. En ellos solo embarcaron los pocos centenares que habían llegado con los botes.
La hora límite se acercaba mientras el tiempo empeoraba. El destructor Beckingham (el antiguo Lamson de la US Navy) tocó un escollo aunque pudo liberarse; Dickson tuvo que ordenar a los destructores que se alejasen de la costa y seguir el reembarque solo con botes. Finalmente a las tres y media de la mañana dio por terminada la operación. El Darligton (el ex USS Whipple) recogió a la dotación del Holderness y después la agrupación se volvió hacia las Azores. Los miles de refugiados que seguían en la Isleta tuvieron que volver a Las Palmas, donde estaban más protegidos de la artillería.
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La persecución
Al amanecer había buques de ambos bandos dispersos por las aguas entre Madeira y las Canarias. Tan solo los cruceros de Harwood se encontraban más allá de las Salvajes, lejos del alcance de lo saviones del Pacto. Por el contrario, cuando amaneció el destructor Beckingham, al que los daños en el casco limitaban la velocidad a diez nudos, aun era visible desde Gran Canaria. Recordemos que las altas montañas junto al mar extendían el horizonte visual, y que los fuertes vientos además de provocar el oleaje que tantos problemas había causado durante la noche habían despejado la atmósfera. Un Dornier 24 español comprobó la identidad del buque y guio a los destructores italianos Corazziere y Fuciliere, que habían sido destacados por Legnani. El Beckingham solo montaba dos cañones de 102 mm y tras un corto y desigual combate se fue a pique con ciento veinte hombres, la mitad refugiados. Otros cuatrocientos supervivientes fueron recogidos por los barcos transalpinos.
La fuerza más potente que quedaba en el área era la de Legnani. Ya hemos visto que el almirante había observado el combate nocturno sin hacerse idea clara de lo que ocurría, y sus desafortunados movimientos le habían impedido detectar a los barcos de Dickson. A las cinco de la madrugada se le informó desde Canarias que varios buques ingleses estaban recogiendo refugiados. En lugar de dirigirse hacia el área destacó a dos destructores para investigar; significó el fin del Beckingham, pero podía haber sido el del Corazziere y el Fuciliere de haberse encontrado con cruceros enemigos. Mientras se mantuvo en su área de patrulla y de nuevo fracasó en detectar el paso de Dickson. Sin embargo la luz del día permitió que desde los barcos de Legnani se avistase a la fuerza de evacuación cuando estaba en las inmediaciones de las islas Salvajes. Los británicos estaban franca desventaja ante los cruceros italianos, que los superaban en potencia de fuego y velocidad. Sin embargo un error de identificación salvó a los ingleses: Legnani confundió a los cuatro cruceros minadores con cruceros pesados ya que llevaban tres chimeneas como los buques de la clase County británica, y el pequeño tamaño de los destructores de evacuación hizo que los minadores pareciesen mayores. Ya hemos visto como un desliz similar hizo creer al difunto Cattaneo que los ingleses tenían portaaviones de flota. Legnani prefirió mantener la distancia y durante treinta minutos los cruceros dispararon inefectivamente contra los barcos de Dickson; llama la atención que el italiano no apreciase por los pequeños piques de los proyectiles británicos que no se enfrentaba a cruceros pesados. Entonces recibió un mensaje desde Tenerife en el que se le informaba que en las cercanías había dos cruceros enemigos dañados y decidió interrumpir el combate.
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Esos dos cruceros eran el Euryalus y el Hermione. Tras el confuso combate de la noche no habían conseguido encontrar a Harwood y habían emprendido el retorno hacia Madeira por su cuenta. El Euryalus había sido alcanzado varias veces (parece que por el Miguel de Cervantes) y solo podía mantener los quince nudos. A la mañana siguiente aun estaban dentro del alcance de los aviones de Canarias, y tras ser detectados por un hidroavión sufrieron un ataque masivo. El Hermione fue alcanzado por dos bombas pero logró mantener la velocidad y escapar. El Euryalus recibió una de media tonelada que rompió el colector principal de vapor a presión. El crucero quedó al garete, lo que en esas aguas casi equivalía al fin. Aunque los maquinistas trabajaron frenéticamente aun no habían conseguido aislar la avería cuando el crucero fue atacado por una docena de Heinkel torpederos. Se trató casi de un ejercicio de tiro y tras ser alcanzado por cuatro torpedos el crucero dio la voltereta y se hundió en apenas cuatro minutos. Justo entonces llegó la agrupación de Legnani, que al ver al Hermione huir intentó darle caza; atrás quedaron los náufragos del Euryalus abandonados a su suerte. Un bote con treinta hombres logró alcanzar la isla Salvaje menor de donde fueron rescatados por hidroaviones franceses una semana después. El submarino español G-3 encontró una balsa con seis supervivientes; el resto de la dotación pereció. Mientras tanto Legnani siguió persiguiendo al Hermione durante dos horas, hasta que juzgó que se estaba alejando demasiado de las bases propias y corría peligro ante los portaaviones ingleses (que como sabemos habían vuelto a las Azores). Entonces interrumpió la caza y puso rumbo a Casablanca.
Más al sur los barcos de Cattaneo también estaban en dificultades. El destructor Carducci tuvo que ser abandonado al amanecer. El crucero Pola pudo volver a Casablanca a pesar de los graves daños. El Fiume flotaba bien pero había perdido la proa y la hélice de babor. Tuvo que ser tomado a remolque por el Garibaldi y navegando de empopada consiguió llegar la cercana Tenerife. Allí se le colocó una proa provisional y dos meses después pudo volver a Italia, donde sus reparaciones durarían dos años. En peor estado estaba el Zara. No solo sus daños eran más graves sino que había perdido a la mayor parte de sus oficiales. Durante doce horas se luchó denodadamente contra el fuego y las inundaciones, pero a mediodía los incendios eran incontrolables y amenazaban el pañol de popa, que no se había conseguido inundar. El oficial con mayor graduación, el teniente de navío Grossi, se vio obligado a dar la pelea por perdida y ordenó el abandono del crucero. Veinte minutos después estalló el pañol popel y el Zara se fue a pique.
El combate conllevó reproches para casi todos los participantes. La marina italiana, a pesar de su gran superioridad, había sufrido pérdidas serias (un crucero pesado y tres destructores, más otros dos cruceros con serios daños) y no había conseguido impedir la llegada del convoy de rescate. El difunto Cattaneo recibió la medalla de oro al valor aunque un informe secreto le responsabilizó del desastre. El contraalmirante Legnani, cuya división apenas había intervenido en los combates y había dejado escapar a la fuerza de evacuación británica, fue relevado de su mando y sustituido por el del mismo cargo Alberto Marenco di Moriondo. Con todo, la principal lección que se obtuvo del combate fue que las marinas del Pacto aun tenían mucho que aprender en lo referente a la coordinación y a los combates nocturnos. Cuando años después se le preguntó al almirante Ciliax (por entonces al frente de la marina del Pacto) que era lo que le había faltado al Pacto en Anaga, respondió que tres cosas: entrenamiento, entrenamiento y entrenamiento. Por parte británica el fracaso de la evacuación junto a la pérdida de dos cruceros y tres destructores hicieron que Harwood y Dickson se uniesen a los marinos cuyas carreras habían naufragado en las Canarias.
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La rendición
Tras el fracaso de Harwood a Roberts no le quedó otra opción que la capitulación. Envió una delegación para que se reuniese con Muñoz Gran-des, el jefe de las fuerzas del Pacto en Canarias, pero el general español rechazó cualquier negociación y dio veinticuatro horas a los británicos para que se rindiesen.
Durante la noche se produjo el postrer intento de rescate. Los sub-marinos L23 y L26 emergieron frente a la playa del Confital, donde debían encontrarse con las embarcaciones que quedaban en la ciudad. La intención era cargar todos los refugiados que cupiesen y remolcar al resto de los botes para alejarlos de la costa. Sin embargo el mando español suponía que los renegados españoles intentarían huir y había preparado un dispositivo para impedirlo: la escuadrilla de lanchas rápidas vigilaba la bahía mientras la artillería disparaba proyectiles iluminantes periódicamente. La luz de las bengalas iluminó varias barcas que fueron atacadas por las lanchas españolas. Casi inmediatamente los submarinos respondieron con sus armas, y en un confuso combate la lancha española LT-22 fue hundida y las LT-24 y LT-25 averiadas. Sin embargo el enfrentamiento cambió de tornas cuando la LT-21 alcanzó con un torpedo al submarino L26, que se hundió en pocos segundos. El L23 consiguió eludir un torpedo pero tuvo que escapar abandonando a los refugiados. En las aguas de la bahía quedaron decenas de botes cargados hasta la regala; la mayor parte fueron apresados en las horas siguientes. Otros intentaron escapar con rumbo a Madeira, pero solo lo lograron dos, un pequeño pesquero y una chalupa marinada por miembros de la Royal Navy. Dos más se tuvieron que refugiar en las Islas Salvajes, donde compartieron el destino de los náufragos del Euryalus: sin agua ni alimentos, solo quedaban vivos la mitad cuando fueron rescatados por hidroaviones franceses. Los demás naufragaron, se perdieron en el océano o fueron hundidos.
En cuanto se observó la salida de las embarcaciones los españoles consideraron que los ingleses no aceptaban las condiciones y se reinició el bombardeo artillero y aéreo. Roberts tuvo que ceder y se rindió tras comu-nicar a Londres que por exigencia española estaba obligado a entregarse con hombres y equipos. Horas después lo hizo la brigada cercada en Gáldar. Aun se produjeron algunos enfrentamientos en Las Palmas y en la Isleta con republicanos españoles que prefirieron luchar hasta el final. Aunque las operaciones de limpieza duraron varios días, el generalísimo Franco ya se había dirigido a los españoles para anunciar la reconquista de las Canarias.
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Siguiendo las instrucciones al día siguiente pedí permiso al regente para tomarme la tarde libre. Mi chófer me llevó al hotel Esplanade, que se había vuelto a poner de moda. Ahí debía encontrarme con Herta, que me esperaría en el bar. Cuando entré vi que a pesar de lo temprano de la hora había mucho público. La mayoría eran militares, casi todos luciendo en sus pantalones las rayas rojas del Estado Mayor. También había unos cuantos civiles con aspecto de nuevos ricos, más algunas aspirantes a actrices que tendían sus anzuelos a la pesca de buenos partidos. Me llamó la atención una mujer despampanante, tan guapa que llamaba la atención de todo el bar. Al mirarla me recordó a Katrin—aun la seguía llamando así en mi cabeza—, es decir a Herta. Entonces descubrí con sorpresa que era ella. Me acerqué y ella me saludó con un deje de tristeza en su voz.
—¿Qué pasa, Roland? ¿No me reconoces cuando visto mi uniforme?
Balbuceé no sé qué pero ella me puso un dedo en los labios—. Ya te dije que no había querido emplear mis armas contigo. Prefería que me conocieses viéndome como me siento y no como soy por fuera. Hoy quería mostrarte el aspecto con el que me ven los demás. Tómame del brazo, por favor, y vamos al tercer piso.
El botones nos abrió el ascensor mirando a Herta con reproche, pensando que era otra buscona de las que infestaban Berlín. Ella se vengó sacudiendo discretamente los hombros para abrir un centímetro el escote y dejar al pobre muchacho babeando; yo le di algunos pfennigs de propina y luego la seguí. Ella tenía la llave de una habitación que estaba vacía. Cerró la puerta tras asegurarse de que el pasillo estaba vacío, revisó que no hubiese nadie en el aseo y corrió las cortinas. Solo entonces golpeó suavemente —no creía que una diosa pudiese hacerlo de otra manera— un panel que resultó ser una puerta de comunicación. Un hombre de edad mediana la abrió.
—Así que usted es el que ha hecho perder el seso a mi Herta. Haga el favor de acompañarme. Aunque supongo que antes querrá despedirse —dijo antes de salir y entornar el panel.
Herta se estrechó conmigo y me besó. No fue como el tórrido de ayer, sino indescriptiblemente tierno. Yo empecé a acariciarla pero ella se separó.
—No, Roland, por favor. Es tu deseo y no el corazón el que te mueve. Ahora quiero que pases y hables con mi jefe —mientras lo decía se arrugaba la ropa y se despeinaba un poco—. Dentro de un rato me iré. Sola. Los de la recepción me mirarán mal y creerán que soy una furcia. Mejor será así. Adiós, Roland.
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Felix Thalberg seguía su rutina diaria, que incluía revisar la jamba de la ventana de la esquina cada vez que salía. Se había convertido en un hábito, como también lo era no ver nada. Por eso se sobresaltó al observar que alguien había grabado un símbolo con un círculo y una cruz. Volvió al edificio y buscó un paraguas de color verdoso, que empuñó con la mano izquierda. No le extrañó que pocos minutos después fuese abordado por un pordiosero que olía a alcohol barato.
—Amigo, ¿tiene un poco de vodka para un muniqués que pasa frío?
Felix tartamudeó antes de decirle—: En mi casa tengo un buen schnapps de manzanas ¿le vale?
—Me gusta más el licor de patata pero tendrá que servir.
Era la respuesta correcta. Félix llevó a Savely a su casa.
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El primer paso ya estaba dado. Herta no se había equivocado con Von Hoesslin. Era ideal para emplearlo como correo: siendo el joven oficial de conocidos antecedentes antinazis, a nadie le extrañaría que se juntase con una chica marcada. Con su edad sería lógico que saliesen por las noches y acudiesen a fiestas. Más importante, Von Hoesslin tenía acceso privilegiado al regente y al mariscal Von Manstein. Aunque lo mejor había sido que la expresión del joven oficial indicaba que creía lo que Gerard le había contado.
Había puesto una «cola» al mayor que, como esperaba, había informado que el oficial estaba bajo vigilancia: resultó que su chófer se reunía periódicamente con uno de los «carteros». Era de esperar; al Director le hubiese extrañado que Schellenberg no tuviese bajo vigilancia a los más allegados al Gabinete, y la mejor manera de hacerlo era mediante el personal de servicio. No era solo el chófer; la Sección descubrió que cuando Von Hoesslin salía siempre había algún cartero que lo seguía de lejos. La vigilancia era un inconveniente pero casi satisfizo al Director, pues de no haber encontrado nada hubiese significado que el oficial era rondado por profesionales. Aun así mantuvo el seguimiento hasta que se aseguró que no hubiese nadie más; al parecer, esos carteros no es que parecieran así de torpes para despistar sino que en realidad no se sabían encontrar el cul* con las dos manos. Pensándolo bien, que el joven oficial fuese seguido por incompetentes era el mejor escenario. Podría organizar los contactos sin que los vigilantes notasen nada raro y Schellenberg seguiría sin saber de las actividades de su subordinado.
Al Gerard le molestaba tener que perder tanto tiempo con ese asunto cuando el Reich estaba bajo la peor amenaza. Los grupos comunistas seguían al acecho, y aunque la Central vigilaba a muchos, casi con seguridad habría otros que habían pasado desapercibidos. Lo malo era que ya habían recibido sus armas y estaban dispuestos a actuar. Como la tensión no se podía mantener indefinidamente quería decir que la crisis era inminente.
Además estaba ese asunto en apariencia menor pero que a Gerard le preocupaba cada vez más. El Alto había vuelto a escurrirse. No le gustaba nada que rondase por Berlín un agente al que no controlaba, pues podía desvelar el tinglado que le había llevado un año montar. Eso, sin tener en cuenta que si Moscú había mandado a un espía con orden de no contactar con las redes ya establecidas era por algo, y ese algo le quitaba el sueño. Al menos, al haber asesinado a la casera el Alto se había hecho vulnerable porque se podía azuzar a la policía contra él. Aparte que habiendo tenido que abandonar su refugio, tenía que buscar otro a toda prisa, y eso limitaría mucho sus opciones. Gerard estuvo pensando un rato antes de llamar al agente encargado.
—Fritz, ¿Habéis sabido algo del Alto?
—Por ahora no. He pasado el aviso a la policía y si sigue por las calles lo encontraremos.
—Por eso no creo que siga rondando por ahí. Seguro que tenía algún plan de emergencia. Piensa: si tú fueses el controlador en Moscú, y tuvieses mucho tiempo ¿qué habrías preparado?
Fritz pensó un momento antes de responder—: Un agente durmiente, señor Director. Alguien que haga vida normal pero esté secretamente comprometido con los comunistas.
—Lo mismo creo yo. Pero esos agentes durmientes, por lo general, han coqueteado con los izquierdistas en su juventud. Habrá que revisar las listas de afiliados del Partido y estudiar a los que lo abandonaron.
—Será una tarea sobrehumana —el partido nazi se había nutrido con masas de antiguos comunistas.
—Para eso están las máquinas.
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Acabado el capítulo 32, alguna simágenes cortesía del compañero reytuerto:
La Royal Navy en la batalla de Mogador
La imagen en DeviantArt; ahí puede verse en la resolución original.
Igual que la batalla de Trafalgar ha sido considerada en cénit de la Royal Navy, la de Mogador fue su nadir, el punto de no retorno tras el cual Inglaterra ya no volvió a contar con el dominio de los mares. La derrota fue consecuencia de las erróneas decisiones tomadas en el periodo de entreguerras.
Al acabar la Primera Guerra Mundial la Royal Navy era la más poderosa del mundo y seguía contando con el «two power standard», es decir, que podía superar a una alianza de la segunda y tercera marina del mundo. Pero tanto Estados Unidos como Japón, que apenas habían intervenido en la Gran Guerra, se lanzaron a una carrera de armamentos navales que Gran Bretaña, que afrontaba una grave crisis económica, no podía mantener. Para impedir una escalada naval las principales potencias marítimas negociaron los tratados de limitaciones navales de Washington y de Londres. Aunque Japón fue la potencia más descontenta con las limitaciones impuestas, la perdedora fue Inglaterra. La Royal Navy tuvo que desguazar a la mayor parte de sus unidades, algunas con menos de diez años de servicio. Aunque la fuerza de acorazados que conservaba tenía pocos años y estaba potentemente armada, solo tres buques eran realmente modernos (el crucero de batalla Hood y los dos acorazados de la clase Nelson), y tan solo los dos últimos incorporaban los últimos adelantos, a pesar de lo cual se consideraron buques deficientes.
Un segundo inconveniente fue que el tratado impuso un tipo de crucero de grandes dimensiones (el crucero tipo Washington o «crucero pesado») del que se construyeron muchas unidades. Eran buques de desplazamiento cercano a los primeros cruceros de batalla pero como ellos, caros y mal protegidos, poco adecuadas para las aguas confinadas europeas. Como resultado la Royal Navy en 1939, aun siendo numerosa, no tenía la abrumadora superioridad del conflicto anterior.
La única ventaja que logró Gran Bretaña fue disponer de más portaaviones que sus rivales ya que las unidades más antiguas fueron consideradas experimentales. Sin embargo, esa ventaja no pudo ser aprovechada por una decisión que en 1918 pareció lógica: la creación de la Royal Air Force, una nueva rama de las fuerzas armadas que agrupó todos los servicios aéreos, incluyendo el naval. Se perdió la gran experiencia que habían acumulado los aviadores navales durante la Gran guerra, ya que en su mayoría prefirieron seguir sus carreras navales . La RAF no tenía experiencia en la guerra aeronaval y equipó los grupos aéreos de los portaaviones con aparatos derivados de tipos terrestres que no dieron buen resultado. Pero el principal problema es que no se llegó a desarrollar una doctrina aeronaval adecuada y, aunque se construyeron varios portaaviones, resultaron inferiores a los de otras potencias. La Royal Navy recuperó en 1937 el control de la aviación naval (que pasó a denominarse Fleet Air Arm) pero no dio tiempo a compensar las deficiencias apreciadas. Como consecuencia los grupos aéreos embarcados británicos que combatieron en Mogador estaban equipados con aviones obsoletos. Además las deficientes tácticas y la obsolescencia de la aviación embarcada habían conllevado graves pérdidas, de tal manera que cuando se produjo la batalla decisiva la Royal Navy ya había perdido la mitad de los portaaviones que tenía al iniciarse la guerra. Solo había entrado en servicio un nuevo buque, el portaaviones ligero Unicorn, pero se trataba de un barco diseñado como portaaviones de mantenimiento (concepto no imitado por otras marinas) que carecía de protección.
El catastrófico curso de las operaciones terrestres en 1940 y 1941 hizo que Inglaterra volviese a afrontar el riesgo de una invasión. Dado que la Royal Navy seguía siendo superior a las marinas combinadas del Pacto de Aquisgrán, el gobierno británico presionó para que se buscase una acción decisiva contra la flota del Pacto de Aquisgrán, intentando repetir una victoria como la de Trafalgar que alejase el peligro de las costas y diese un respiro a Inglaterra. A finales de 1941 se produjeron choques inconclusos como la batalla de San Vicente. Sin embargo, el Pacto de Aquisgrán aprendió mejor las lecciones de la batalla. Los almirantes Marschall (alemán) y Moreno (español) consiguieron atraer a la flota británica a la costa, donde cayó dentro del radio de acción de la aviación terrestre. Solo posteriormente la flota del Pacto actuó contra un enemigo ya muy debilitado.
En Mogador Gran Bretaña perdió buena parte de sus buques más valiosos: dos acorazados modernos (King George V y Duke of York), dos cruceros de batalla (Hood y Renown), dos portaaviones (Indomitable y Unicorn) y dos cruceros pesados (Suffolk y Devonshire). Además la mayor parte de los buques supervivientes sufrió daños de consideración y solo el acorazado Queen Elizabeth pudo reintegrarse a la Home Fleet a los pocos días del enfrentamiento.
Dibujos de Shipbucket cortesía de reytuerto.
La Royal Navy en la batalla de Mogador
La imagen en DeviantArt; ahí puede verse en la resolución original.
Igual que la batalla de Trafalgar ha sido considerada en cénit de la Royal Navy, la de Mogador fue su nadir, el punto de no retorno tras el cual Inglaterra ya no volvió a contar con el dominio de los mares. La derrota fue consecuencia de las erróneas decisiones tomadas en el periodo de entreguerras.
Al acabar la Primera Guerra Mundial la Royal Navy era la más poderosa del mundo y seguía contando con el «two power standard», es decir, que podía superar a una alianza de la segunda y tercera marina del mundo. Pero tanto Estados Unidos como Japón, que apenas habían intervenido en la Gran Guerra, se lanzaron a una carrera de armamentos navales que Gran Bretaña, que afrontaba una grave crisis económica, no podía mantener. Para impedir una escalada naval las principales potencias marítimas negociaron los tratados de limitaciones navales de Washington y de Londres. Aunque Japón fue la potencia más descontenta con las limitaciones impuestas, la perdedora fue Inglaterra. La Royal Navy tuvo que desguazar a la mayor parte de sus unidades, algunas con menos de diez años de servicio. Aunque la fuerza de acorazados que conservaba tenía pocos años y estaba potentemente armada, solo tres buques eran realmente modernos (el crucero de batalla Hood y los dos acorazados de la clase Nelson), y tan solo los dos últimos incorporaban los últimos adelantos, a pesar de lo cual se consideraron buques deficientes.
Un segundo inconveniente fue que el tratado impuso un tipo de crucero de grandes dimensiones (el crucero tipo Washington o «crucero pesado») del que se construyeron muchas unidades. Eran buques de desplazamiento cercano a los primeros cruceros de batalla pero como ellos, caros y mal protegidos, poco adecuadas para las aguas confinadas europeas. Como resultado la Royal Navy en 1939, aun siendo numerosa, no tenía la abrumadora superioridad del conflicto anterior.
La única ventaja que logró Gran Bretaña fue disponer de más portaaviones que sus rivales ya que las unidades más antiguas fueron consideradas experimentales. Sin embargo, esa ventaja no pudo ser aprovechada por una decisión que en 1918 pareció lógica: la creación de la Royal Air Force, una nueva rama de las fuerzas armadas que agrupó todos los servicios aéreos, incluyendo el naval. Se perdió la gran experiencia que habían acumulado los aviadores navales durante la Gran guerra, ya que en su mayoría prefirieron seguir sus carreras navales . La RAF no tenía experiencia en la guerra aeronaval y equipó los grupos aéreos de los portaaviones con aparatos derivados de tipos terrestres que no dieron buen resultado. Pero el principal problema es que no se llegó a desarrollar una doctrina aeronaval adecuada y, aunque se construyeron varios portaaviones, resultaron inferiores a los de otras potencias. La Royal Navy recuperó en 1937 el control de la aviación naval (que pasó a denominarse Fleet Air Arm) pero no dio tiempo a compensar las deficiencias apreciadas. Como consecuencia los grupos aéreos embarcados británicos que combatieron en Mogador estaban equipados con aviones obsoletos. Además las deficientes tácticas y la obsolescencia de la aviación embarcada habían conllevado graves pérdidas, de tal manera que cuando se produjo la batalla decisiva la Royal Navy ya había perdido la mitad de los portaaviones que tenía al iniciarse la guerra. Solo había entrado en servicio un nuevo buque, el portaaviones ligero Unicorn, pero se trataba de un barco diseñado como portaaviones de mantenimiento (concepto no imitado por otras marinas) que carecía de protección.
El catastrófico curso de las operaciones terrestres en 1940 y 1941 hizo que Inglaterra volviese a afrontar el riesgo de una invasión. Dado que la Royal Navy seguía siendo superior a las marinas combinadas del Pacto de Aquisgrán, el gobierno británico presionó para que se buscase una acción decisiva contra la flota del Pacto de Aquisgrán, intentando repetir una victoria como la de Trafalgar que alejase el peligro de las costas y diese un respiro a Inglaterra. A finales de 1941 se produjeron choques inconclusos como la batalla de San Vicente. Sin embargo, el Pacto de Aquisgrán aprendió mejor las lecciones de la batalla. Los almirantes Marschall (alemán) y Moreno (español) consiguieron atraer a la flota británica a la costa, donde cayó dentro del radio de acción de la aviación terrestre. Solo posteriormente la flota del Pacto actuó contra un enemigo ya muy debilitado.
En Mogador Gran Bretaña perdió buena parte de sus buques más valiosos: dos acorazados modernos (King George V y Duke of York), dos cruceros de batalla (Hood y Renown), dos portaaviones (Indomitable y Unicorn) y dos cruceros pesados (Suffolk y Devonshire). Además la mayor parte de los buques supervivientes sufrió daños de consideración y solo el acorazado Queen Elizabeth pudo reintegrarse a la Home Fleet a los pocos días del enfrentamiento.
Dibujos de Shipbucket cortesía de reytuerto.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
La Regia Marina en la batalla de Mogador
La imagnen en DeviantArt. Ahí puede verse a su tamaño real.
La Regia Marina aportó la mayor parte de las unidades que participa-ron en la batalla de Mogador. Al tratarse de unidades concebidas para el reducido Mediterráneo adolecían de autonomía, pero dado que los combates se libraron en aguas próximas a la costa esta limitación no tuvo graves consecuencias. Otra debilidad de los buques italianos era su carencia de equipos electrónicos. Solo dos cruceros ligeros, los Barbiano y Díaz, contaban con radiotelémetros de diseño alemán que acababan de ser instalados. Hubo que integrar a cada uno en una división (las de cruceros de Cattaneo y Legnani) para que pudiesen proporcionar la necesaria vigilancia aérea y de superficie.
Con todo, la mayor deficiencia de los buques italianos ya había sido apreciada en enfrentamientos anteriores como los de Scarpantos, las islas Salvajes o San Vicente. Se trataba de la excesiva dispersión de las salvas de la artillería. Eso hizo que, aparentemente, el fuego italiano desde larga distancia fuese muy preciso al lograr centrar rápidamente al enemigo, pero que luego la tasa de impactos fuese inferior a la de la Kriegsmarine o la Royal Navy. La citada falta de precisión tenía múltiples orígenes. Por una parte, se había primado el alcance de los cañones y al ser las cargas de proyección excesivas los tubos vibraban durante el disparo. Además, para simplificar los mecanismos de las torres los dos cañones estaban en la misma cuna; eso significaba que los tubos estaban muy próximos y que los proyectiles interferían entre sí durante su vuelo. Sobre todo, el factor de mayor importancia fue el deficiente control de calidad de la munición, que tenía pesos o cargas de proyección ligeramente diferentes. El mismo problema aquejó a la artillería terrestre: por ejemplo el obús de 149/19, que era muy similar al alemán sFH18, tenía mayor alcance pero a costa de una precisión escasa.
Para mejorar la precisión se disminuyó la potencia de las cargas y se mejoraron los controles durante la producción. También se modificaron los sistemas de tiro: tras algunas pruebas con inervalómetros se decidió que la única manera de impedir las perturbaciones en vuelo era el fuego por medias salvas, aun a costa de acortar la vida de los montajes. Con todo, estas mejoras no llegaron a tiempo para la batalla de Mogador, ni llegaron a ser suficientemente efectivas. Por ello los cruceros de las clases Condottieri fueron dados de baja en la inmediata posguerra (salvo los dos Abruzzi que fueron modernizados), siendo sustituidos por los más efectivos de la clase Cittá.
En Mogador la escasa precisión disminuyó los logros de la artillería italiana. Aun así, consiguió varios éxitos, sobre todo los hundimientos de los cruceros de batalla Hood y Renown, pero solo a costa del volumen de fuego, con todos los acorazados italianos disparando sucesivamente contra el mismo objetivo.
A pesar de su intensa participación en la batalla, los buques italianos apenas sufrieron daños. Tan solo fueron de importancia en los cruceros Gorizia y Monttecuoli, torpedeados por Albacores y Catalinas, respectiva-mente.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
La Kriegsmarine en la batalla de Mogador
La Kriegsmarine en la batalla de Mogador en DeviantArt con los dibujos a su escala original.
Aunque el número de buques alemanes presentes en la batalla de Mogador fue reducido, tuvieron un papel crucial en la batalla. Tan solo estuvieron presentes siete unidades: tres acorazados (Tirpitz, Bismarck y Gneisenau) y cuatro destructores (Z23, Z26, Z28 y Z29); pocos buques pero potentes y que contaban con los equipos electrónicos más modernos. Participaron en los combates de Esauira y de Alegranza, en los que tuvieron un papel principal. Además participaron cerca de cincuenta submarinos, responsables del hundimiento de un acorazado.
Durante los combates se perdió un destructor, el Z28, tras ser torpedeado por el sumergible británico Ultimatum. Los tres acorazados sufrieron daños de cierta consideración, que no impidieron que siguieen operando pero que obligaron a su reconstrucción un tiempo después.
Como los anteriores, los dibujos son cortesía de reytuerto (muchísimas gracias), y están tomados de http://www.shipbucket.com.
La Kriegsmarine en la batalla de Mogador en DeviantArt con los dibujos a su escala original.
Aunque el número de buques alemanes presentes en la batalla de Mogador fue reducido, tuvieron un papel crucial en la batalla. Tan solo estuvieron presentes siete unidades: tres acorazados (Tirpitz, Bismarck y Gneisenau) y cuatro destructores (Z23, Z26, Z28 y Z29); pocos buques pero potentes y que contaban con los equipos electrónicos más modernos. Participaron en los combates de Esauira y de Alegranza, en los que tuvieron un papel principal. Además participaron cerca de cincuenta submarinos, responsables del hundimiento de un acorazado.
Durante los combates se perdió un destructor, el Z28, tras ser torpedeado por el sumergible británico Ultimatum. Los tres acorazados sufrieron daños de cierta consideración, que no impidieron que siguieen operando pero que obligaron a su reconstrucción un tiempo después.
Como los anteriores, los dibujos son cortesía de reytuerto (muchísimas gracias), y están tomados de http://www.shipbucket.com.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Crucero ligero Miguel de Cervantes
El Miguel de Cervantes en DeviantArt a resolución original.
El crucero Miguel de Cervantes, última unidad de la clase Cervera de cruceros ligeros, fue la única unidad española que participó en la batalla de Mogador, en la que estuvo asignado a la división italiana comandada por el almirante Cattaneo.
Durante la guerra civil española el Cervantes, que había quedado en manos republicanas, no recibió el necesario mantenimiento y en 1939 sus máquinas estaban en mal estado. Durante las obras el buque fue reconstruido casi por completo. Para ello se desmontaron las superestructuras y el armamento principal, que pasó a estar formado por ocho cañones de 15,2 cm en cuatro montajes dobles. Era el mismo que el original pero mejor agrupado; con todo, el no disponer de torres cerradas implicaba un serio inconveniente. El armamento secundario también fue modificado y en lugar de los cuatro montajes simples de 10,2 cm pasó a llevar cuatro cañones SK/C33 en dos torres Dop L C31, desmontadas del acorazado Bismarck. Asimismo se montaron cañones automáticos de 3,7 y 2 cm. La modificación más importante fue la instalación de radiotelémetros y otros equipos electrónicos de origen alemán de manera similar a lo realizado en su gemelo Galicia. Con estos sistemas el Cervantes, a pesar de la obsolescencia de su diseño, se convirtió en «los ojos y los oídos de la flota» ya que solo el acorazado Tirpitz y el destructor Z30 disponían de equipos superiores.
El Cervantes no fue dañado ni en el combate de Mogador ni en las operaciones posteriores en Canarias. Posteriormente se reincorporó a la división de cruceros española, que operó en el Atlántico y en el Índico. Cuando acabó el conflicto el buque estaba en malas condiciones. Se consideró su reconstrucción, pero la del Almirante Cervera había sido cara y solo parcialmente exitosa. Finalmente el crucero fue retirado y desguazado en 1948, tras permanecer tres años amarrado en la base naval de Vigo.
El dibujo es cortesía de reytuerto, y está modificado de http://www.shipbucket.com.
El Miguel de Cervantes en DeviantArt a resolución original.
El crucero Miguel de Cervantes, última unidad de la clase Cervera de cruceros ligeros, fue la única unidad española que participó en la batalla de Mogador, en la que estuvo asignado a la división italiana comandada por el almirante Cattaneo.
Durante la guerra civil española el Cervantes, que había quedado en manos republicanas, no recibió el necesario mantenimiento y en 1939 sus máquinas estaban en mal estado. Durante las obras el buque fue reconstruido casi por completo. Para ello se desmontaron las superestructuras y el armamento principal, que pasó a estar formado por ocho cañones de 15,2 cm en cuatro montajes dobles. Era el mismo que el original pero mejor agrupado; con todo, el no disponer de torres cerradas implicaba un serio inconveniente. El armamento secundario también fue modificado y en lugar de los cuatro montajes simples de 10,2 cm pasó a llevar cuatro cañones SK/C33 en dos torres Dop L C31, desmontadas del acorazado Bismarck. Asimismo se montaron cañones automáticos de 3,7 y 2 cm. La modificación más importante fue la instalación de radiotelémetros y otros equipos electrónicos de origen alemán de manera similar a lo realizado en su gemelo Galicia. Con estos sistemas el Cervantes, a pesar de la obsolescencia de su diseño, se convirtió en «los ojos y los oídos de la flota» ya que solo el acorazado Tirpitz y el destructor Z30 disponían de equipos superiores.
El Cervantes no fue dañado ni en el combate de Mogador ni en las operaciones posteriores en Canarias. Posteriormente se reincorporó a la división de cruceros española, que operó en el Atlántico y en el Índico. Cuando acabó el conflicto el buque estaba en malas condiciones. Se consideró su reconstrucción, pero la del Almirante Cervera había sido cara y solo parcialmente exitosa. Finalmente el crucero fue retirado y desguazado en 1948, tras permanecer tres años amarrado en la base naval de Vigo.
El dibujo es cortesía de reytuerto, y está modificado de http://www.shipbucket.com.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
El Queen Elizabeth tras la batalla de Mogador
El Queen Elizabeth tars la batatta. En la imagen a mayor resolución (visible en DeviantArt) puede apreciarse el resultado de las reparaciones.
El Queen Elizabeth fue el cabeza de una serie de cinco acorazados que tuvieron una destacada actuación durante la Primera Guerra Mundial. Aunque su protección no era tan grande como la de otros acorazados coe-táneos (como el Baden alemán o el New Mexico norteamericano), tenía una velocidad casi comparable a la de los cruceros de batalla de la época. Además el cañón de 15 pulgadas resultó ser una de las armas de ese tipo más efectivas que se hayan construido. Por ello la clase fue retenida en la posguerra y fue elegida para su modernización, mientras que los posteriores de la clase Revenge, mejor protegidos pero más lentos, apenas fueron mejorados.
La modernización implicó casi la reconstrucción del buque. Se instalaron bulges antitorpedos y se mejoró la protección horizontal. Se sustituyó el puente por uno de torre de grandes dimensiones, similar al instalado en los acorazados de la clase Nelson y que se convirtió en la característica de los buques ingleses. Se aumentó la elevación de la batería principal y la secundaria de 15,2 cm fue reemplazada por una bivalente de 11,4 cm montada en torres dobles. La modernización lo convirtió en una unidad mucho más capaz cuya única rémora era la velocidad limitada comparada con la de los acorazados rápidos que ya estaban entrando en servicio. Sin embargo, resultó tan cara que solo el Valiant sufrió una transformación similar. Estaba previsto que solo el Queen Elizabeth y el Valiant seguirían en servicio con la flota, mientras que los acorazados de la clase Revenge, el crucero de batalla Repulse y los tres Queen Elizabeth restantes serían dados de baja a medida que entrasen en servicio los nuevos acorazados de las clases King George V y Lion. Pero hubo que modificar esos planes cuando comenzó la guerra.
Los buques de la clase fuesen empleados intensamente en los combates del Mediterráneo (donde fue hundido el Warspite) y en los del Atlántico. El Queen Elizabeth fue la única unidad de la clase que participó en la batalla de Mogador, pero no estuvo en el combate de Esauira por haberse retrasado a causa de los ataques aéreos. Al día siguiente participó en las fases iniciales del combate de Alegranza, en la que alcanzó al acorazado italiano Duilio en la proa, causando daños leves. Posteriormente recibió una bomba de quinientos kilos que destruyó la torre X; las maniobras que tuvo que realizar para eludir los ataques aéreos le impidieron estar presente en la fase final de la batalla, pudiendo escapar sin más daños.
Tras el combate el Queen Elizabeth fue el único buque de batalla de la Fuerza H que podía seguir operando. Fue enviado a Clydebank para realizar las reparaciones más urgentes, que se redujeron a desmontar los cañones de la torre dañada e instalar armamento antiaéreo adicional. Durante las reparaciones Clydebank fue bombardeado y el Queen Elizabeth fue alcanzado en el combés por una bomba de 250 kg que destruyó la catapulta, por lo que se desmontaron los equipos para manejo de aeronaves y se colocaron más armas antiaéreas automáticas. Las obras se hicieron con tal urgencia que apenas dos semanas después pudo unirse a la Home Fleet.
El Queen Elizabeth tars la batatta. En la imagen a mayor resolución (visible en DeviantArt) puede apreciarse el resultado de las reparaciones.
El Queen Elizabeth fue el cabeza de una serie de cinco acorazados que tuvieron una destacada actuación durante la Primera Guerra Mundial. Aunque su protección no era tan grande como la de otros acorazados coe-táneos (como el Baden alemán o el New Mexico norteamericano), tenía una velocidad casi comparable a la de los cruceros de batalla de la época. Además el cañón de 15 pulgadas resultó ser una de las armas de ese tipo más efectivas que se hayan construido. Por ello la clase fue retenida en la posguerra y fue elegida para su modernización, mientras que los posteriores de la clase Revenge, mejor protegidos pero más lentos, apenas fueron mejorados.
La modernización implicó casi la reconstrucción del buque. Se instalaron bulges antitorpedos y se mejoró la protección horizontal. Se sustituyó el puente por uno de torre de grandes dimensiones, similar al instalado en los acorazados de la clase Nelson y que se convirtió en la característica de los buques ingleses. Se aumentó la elevación de la batería principal y la secundaria de 15,2 cm fue reemplazada por una bivalente de 11,4 cm montada en torres dobles. La modernización lo convirtió en una unidad mucho más capaz cuya única rémora era la velocidad limitada comparada con la de los acorazados rápidos que ya estaban entrando en servicio. Sin embargo, resultó tan cara que solo el Valiant sufrió una transformación similar. Estaba previsto que solo el Queen Elizabeth y el Valiant seguirían en servicio con la flota, mientras que los acorazados de la clase Revenge, el crucero de batalla Repulse y los tres Queen Elizabeth restantes serían dados de baja a medida que entrasen en servicio los nuevos acorazados de las clases King George V y Lion. Pero hubo que modificar esos planes cuando comenzó la guerra.
Los buques de la clase fuesen empleados intensamente en los combates del Mediterráneo (donde fue hundido el Warspite) y en los del Atlántico. El Queen Elizabeth fue la única unidad de la clase que participó en la batalla de Mogador, pero no estuvo en el combate de Esauira por haberse retrasado a causa de los ataques aéreos. Al día siguiente participó en las fases iniciales del combate de Alegranza, en la que alcanzó al acorazado italiano Duilio en la proa, causando daños leves. Posteriormente recibió una bomba de quinientos kilos que destruyó la torre X; las maniobras que tuvo que realizar para eludir los ataques aéreos le impidieron estar presente en la fase final de la batalla, pudiendo escapar sin más daños.
Tras el combate el Queen Elizabeth fue el único buque de batalla de la Fuerza H que podía seguir operando. Fue enviado a Clydebank para realizar las reparaciones más urgentes, que se redujeron a desmontar los cañones de la torre dañada e instalar armamento antiaéreo adicional. Durante las reparaciones Clydebank fue bombardeado y el Queen Elizabeth fue alcanzado en el combés por una bomba de 250 kg que destruyó la catapulta, por lo que se desmontaron los equipos para manejo de aeronaves y se colocaron más armas antiaéreas automáticas. Las obras se hicieron con tal urgencia que apenas dos semanas después pudo unirse a la Home Fleet.
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