El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

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UlisesII
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Mensaje por UlisesII »

Si, pero la iperita y la lewisita tienen olor a ajo y el fosgeno a heno cortado o, en altas concentraciones, muy mal oliente, lo que descartaria el indicador que nos dice el maestro domper, pues todos llevamos uno y muy efectivo. Y en los tres casos creo que nos daria tiempo a ponernos las mascaras y no pasarlo excesivamente mal (a recordar Grofaz fue herido en un ataque con iperita). Caso aparte es si nos cae encima la iperita/lewisita sin proteccion. Tal y como dice el maestro seria una experiencia... casi mistica...
Hasta otra.><>


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Domper
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Mensaje por Domper »

Varios gases tóxicos son casi inodoros, o al menos para algunaspersonas, a bajas concentraciones. Además la presencia de dichos productos químicos indica una fisura que puede ser indicio de un posible fallo catasrófico. Es el proceder habitual con gases tóxicos.

Saludos



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Mensaje por UlisesII »

¿Difisgeno? Es inodoro y destruye las mascaras...
Hasta otra.><>


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Mensaje por Domper »

El demonio en la botella

Medianoche


Walter Schellenberg. “Diario de Guerra”. Data Becker GMBH. Berlín, 1957.

“Por la tarde empezaron a llegar noticias confusas desde Palestina.

Poco después del mediodía una gran bomba ha causado daños en nuestras instalaciones en Jerusalén. Ha sido la facción árabe que presidía el Muftí de Jerusalén, una especie de obispo musulmán que estaba resentido contra nosotros. Es probable que el objetivo de los terroristas fuese nuestra comandancia militar o incluso el Statthalter, pero las estrictas medidas de seguridad que Dietrich había impuesto en Jerusalén les han impedido alcanzar su objetivo, y acabaron han acabado su máquina infernal en un control. El comisario Dietrich ha intentado detener al clérigo terrorista, pero el muftí se ha resistido a la policía y ha fallecido. Dietrich está aprisionando a los miembros más prominentes de esa facción árabe. La justicia alemana no será clemente con esos asesinos.

Pero lo de la bomba de Jerusalén pasó casi desapercibido porque a media tarde llegó a Berlín una noticia increíble: el Statthalter había sufrido un atentado. Según los primeros informes, cuando su comitiva viajaba hacia Jerusalén había caído en una emboscada y no había supervivientes.

La noticia me golpeó como si me hubiese caído un muro encima ¿Qué haría Alemania sin su líder? Sin embargo, antes de ordenar el plan de contingencia que se había preparado tras la muerte del Führer y la intentona de Heydrich, preferí asegurarme. Conseguí ponerme en contacto con la base aérea de Lidda, donde había descansado el Statthalter la noche anterior, y tuve la increíble alegría de escuchar su voz. Según me dijo, en la comitiva viajaban el ministro Seyss-Inquart y Muller, el jefe de la Gestapo, que se adelantaron a Jerusalén para preparar la llegada de nuestro guía. Los bandidos terroristas los confundieron con el Statthalter y los atacaron; su coche se incendió y los cadáveres quedaron irreconocibles. La patrulla alemana que llegó poco después al ver los distintivos oficiales creyó que era el coche de nuestro líder y difundió la espantosa pero afortunadamente falsa noticia.

Mientras hablaba con el Statthalter se me ocurrió una idea: la falsa noticia de su muerte podría representar una inmejorable ocasión para conseguir que las alimañas que buscaban la perdición del pueblo alemán asomasen sus repugnantes cabezas. Sugerí al Statthalter que mantuviese en secreto su supervivencia durante unas horas. Yo informaría reservadamente a algunos personajes claves, esperando que las serpientes saliesen de sus agujeros.

No imaginaba que hubiese tantas sabandijas. Alguna la esperaba. Dietrich acababa de detectar un comando inglés en Palestina, y Londres se apresuró a confirmar que el atentado contra el Statthalter había sido obra suya. Simultáneamente su ejército de Irak inició una ofensiva, mostrando que se trataba de un plan cuidadosamente planeado. Alemania sabrá retribuir adecuadamente la perfidia inglesa.

En Palestina se han producido manifestaciones de alborozo, pero no solo en los barrios judíos, que era lo lógico, sino sobre todo en los árabes. El ejército ha tenido que disparar contra los manifestantes. Lo realmente interesante ha sido descubrir otra víbora agazapada: el reyezuelo de Transjordania ha vuelto a cambiar de chaqueta: se ha declarado Emir de los creyentes y ha ordenado detener a nuestra misión en su país. Su defección no pone al ejército de Rommel en situación tan apurada como pudiera parecer, ya que su aprovisionamiento depende ahora de los ferrocarriles sirios, y nuestros destacamentos en la Siria francesa impedirán cualquier veleidad de nuestros renuentes aliados. Poco durará el emirato del traidor.

Esperaba alguna reacción francesa ante la falsa noticia pero no se ha producido. No sé si será por prudencia o porque realmente Laval es nuestro amigo, pero en cualquier caso Alemania estará agradecida. Los italianos tampoco han reaccionado. Deben estar todos en sus hoteles de El Cairo limpiándose el polvo tras lo que ha parecido la cabalgata de un circo y no un desfile triunfal. Se les está bien merecido.

Aquí en Berlín también había ratas esperando su momento. A una de ellas ya la había identificado: mi cordial enemigo Kaltenbrunner que, al creer que nuestro amado líder había fallecido, ha intentado controlar Berlín. Se ha dirigido a la Reichssicherheitshauptamt, donde le esperaban varios policías que también habían pertenecido a las funestas SS, y se ha hecho con el control de la Oficina de Seguridad del Reich. Su primera medida ha sido enviar a la policía para detenerme, pero me he adelantado y cuando la patrulla ha llegado a mi domicilio yo ya estaba en el cuartel general en Bendlerblock. Poco a poco se han ido uniendo a Kaltenbrunneren en la RSHA otras personalidades: prácticamente toda la antigua cúpula del Partido: Frick, Ley, Streitcher, que odiaba al Statthalter desde que este lo apartó por su corrupción. No podía faltar el inefable Alfred Rosenberg. Reunidos en la RHSA no se dieron cuenta que se habían metido en una ratonera. Han empezado a enviar patrullas de la policía a los ministerios y a los cuarteles generales, siguiendo el plan de contingencia preparado para oponerse a un posible golpe de estado militar. Esos inútiles no recordaban que yo era el autor del plan, y me ha resultado muy sencillo frustrarlo.

En primer lugar me he puesto en contacto con el jefe de la Luftwaffe. Von Greim es un ferviente admirador del Statthalter, y ha puesto a mi disposición inmediatamente las formaciones de la Luftwaffe cercanas a la capital. El almirante Marschall también me ha cedido el batallón de guardia que la marina tiene en Berlín.

También he avisado al mariscal Von Manstein para que se uniese conmigo en el cuartel general del ejército. Si no he llamado al mariscal Beck, es porque creía que el prestigio logrado en Palestina por Von Manstein le daba una ascendencia mayor que la de Beck. Ha sido una decisión providencial, porque mientras estaba reunido con Von Manstein ha llegado a Bendlerblock el mariscal Beck, acompañado del mariscal Von Blomberg, y del almirante Canaris, del que no sabía que estuviese en Berlín. La presencia de Beck tenía justificación, pero no la de Blomberg ni tampoco la de Canaris, por lo que al saber de su llegada me he adelantado a preguntarles lo que ocurría. Al verme Beck ha dicho que Goering había muerto, que él era el nuevo líder de Alemania, y que ordenaba mi detención.

Esta tarde ha sido la de las sorpresas, y sorprendido ha quedado Beck y su grupo al ser detenidos por la guardia, a la que Von Manstein había informado de que Goering estaba vivo y que tenían que estar atentos ante la posibilidad de una asonada. Ha sido una pena no haber tenido una cámara para inmortalizar la expresión de Beck cuando le he dicho que el atentado contra el Statthalter había fracasado y que el detenido era él.

Someter la intentona de Kaltenbrunner tampoco ha resultado difícil: no solo conocía sus planes, sino que tenía también otros planes contra aventuras golpistas de las facciones extremistas del Partido. Las patrullas de los policías de Kaltenbrunner se han encontrado con que sus objetivos ya estaban protegidos por paracaidistas y marinos. Cuando los policías han sabido que nuestro guía Goering seguía vivo, se han unido a nuestros hombres y han marchado hacia el RHSA, donde han capturado a Kaltenbrunner y sus compinches sin tener que disparar ni un tiro. He tenido el placer de encerrarlos en los mismos calabozos que a Beck y su pandilla. Tendrán mucho que contarse.”


Tras releer el texto Schellenberg pensó que había introducido suficientes alabanzas como para conseguir el beneplácito del gordo. Dejó el cuaderno dentro de su armario y lo cerró con llave, a sabiendas que a la mañana siguiente sería fotografiado.

El general se asombraba pensando en su suerte. No sólo los ingleses habían acabado con los malditos Seyss-Inquart y Muller, sino que el atentado le había servido para organizar la trampa en la que sus rivales habían caído como tontos. Se respiraría mucho mejor en Berlín sin Kaltenbrunner, Rosenberg y otros de su calaña. Lamentaba lo ocurrido con Beck y Canaris, pero iban a tener que pagar el precio de su ambición.

Ahora tenía que atender a otra cuestión. Un informante acababa de avisar que se estaban enviando a Palestina parte de las reservas de bombas químicas de la Luftwaffe. Alemania, como todos los contendientes, tenía un importante arsenal químico preparado para ser utilizado si el enemigo se adelantaba. Pero Schellenberg odiaba la simple idea de usarlas: los bombarderos ingleses seguían atacando durante las noches las ciudades del Reich, e imaginaba el terrible efecto que tendría sobre los ciudadanos alemanes si cambiaban su ineficaz carga de bombas por gases venenosos.

Por eso le preocupaba el traslado de munición química en avión a Palestina. La urgencia solo podía ser debida a dos causas: podía ser que los ingleses hubiesen usado sus propios gases de guerra, cosa que dudaba, pues no tenía noticias de ello y las ciudades inglesas estaban tan expuestas como las alemanas. Pero también podía ser que alguna autoridad alemana, que en Palestina solo podía ser Goering, quisiese utilizarlas. Schellenberg temía cual iba a ser el objetivo.



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UlisesII
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Mensaje por UlisesII »

Chico... ¡Menuda escarda!


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Mensaje por Gaspacher »

Que te cepilles a Canaris me deja mal sabor de boca... no solo porque no lo veo dando un golpe junto a Beck sino también por su actitud para con España y el nazismo.

En fin...


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por Domper »

El caso de Canaris me hizo dudar en su día. No dudo que le hiciese un favor a España… pero traicionando a su país. Que se la jugase a Dolfi y los suyos, meritorio, pero quien lo paga es el pobre soldado Franz Heinz, que tiene que aguantar en una trinchera los politiqueos de los de arriba.

Si Canaris pensaba que Hitler era una desgracia (en eso estamos de acuerdo) ¿Por qué no le descerrajó un tiro en alguna reunión? Ocasiones tuvo.

Finalmente, no sé lo que haría Canaris, pero participó en varias conspiraciones a partir de ¿1943? En este escenario, más "abierto", y en el que de repente el poder queda vacío ¿se quedaría sentadito en su embajada de Budapest?

Saludos



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Mensaje por kaiser-1 »

Ese es el gran problema de los espías, propios o ajenos: ¿Qué hacer con ellos cuando se desconfía de sus intenciones?. En un estado totalitario la respuesta parece fácil, se les quita de en medio de forma provisional (por si fueran útiles en un futuro, como Canaris en este caso, bien asentado en Budapest con su amigo Horthy recordando viejos e imperiales tiempos) o definitiva (tipo Yazhov tras dejar de ser útil a Stalin). Una sociedad "democrática" se reunirían pruebas contra ellos (reales o no) y se les juzgaría (secretamente pero con todas las garantías teóricas) pudiendo sufrir "accidentes" muy variados y extremadamente perjudiciales para su salud. O, excluyendo las medidas letales, su internamiento como delincuente común acusado de crímenes repugnantes y meterlo con presos comunes (también perjudicial para su salud) o ser enviado como representante de su país a un lugar con tanto interés como Adak (Alaska) para realizar censo de pingüinos o Isla Desolación (Antártida) para contar los esquimales presentes (y sí, se que pingüinos y esquimales están en otros hemisferios) a la espera de que vuelvan a ser útiles y recordarles que sólo son instrumentos que no deciden, sólo transmiten y actúan cuando se les ordena.


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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Mensaje por Gaspacher »

Tal vez pensaba que era todo el regimen nazi el que era una desgracia, y que Hitler solo era una de las cabezas de la hidra...

Y quien sabe, a lo peor el soldado Franz Heinz no era tan inocente como parecia...

Canaris no habia sido enviado de embajador a Francia?? Lo cambiaste por hungria??


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Mensaje por wilhelm »

Una pena lo de Canaris De todas formas, me parece mucha torpeza por su parte, presentarse así de repente sin haber confirmado la información, más teniendo en cuenta que él había trabajado en inteligencia y es de presumir que tuviera experiencia a la hora de trabajar con información y verificar la misma.

En una Alemania con los nazis desalojados del poder podría haber sido un buen jefe de la inteligencia alemana.

Saludos


APVid
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Mensaje por APVid »

Domper escribió:Lamentaba lo ocurrido con Beck y Canaris, pero iban a tener que pagar el precio de su ambición.

Supongo que los pondrán en conserva hasta que el Statthalter vuelva.

En la LTR lo enviaron a su casa bajo custodia, hasta que Himmler (aquí está muerto) convenció a Hitler de enviarlo a Flossenbürg y luego de ejecutarlo al ver que perdían la guerra.
Así pues aún son recuperables según como evolucione todo.

Domper escribió:Ley

¿Pero está lo suficiente sobrio para conspirar?


Domper
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Mensaje por Domper »

Gaspacher escribió:Canaris no habia sido enviado de embajador a Francia?? Lo cambiaste por hungria??


Pues ya ni me acuerdo, ahora lo reviso.

Revisado: Budapest. Lo puse a idea, es un puesto cercano a Berlín y con menor responsabilidad.

Por otra parte, respecto a la capacidad de Canaris: estuvo implicado en diversos complots contra Hitler durante año y medio, pero no tomó ninguna medida decisiva. Eso huele a amateurismo, el mismo del que hizo gala la Abwehr durante la SGM.

Saludos



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Mensaje por Domper »

Capítulo 36. Sorpresas tiene la vida

Noche y niebla

24 de Julio de 1941


La muerte de Muller y de Seyss-Inquart en una emboscada había provocado un acceso de furor en Goering. Se daba cuenta que de haber seguido los planes originales él hubiese estado en ese coche. El ataque solo había sido posible debido a un gravísimo fallo de seguridad, y el responsable iba a ser castigado. Era lamentable que tuviese que ser uno de sus hombres sobre quien recayesen las culpas, pero en las veinticuatro horas que el dictador llevaba en Palestina había visto que la situación estaba fuera de control: aun disponiendo de dos divisiones como fuerza de ocupación los grupos armados habían actuado a su antojo. No solo los judíos disponían de un ejército secreto sino que habían tenido el atrevimiento de intentar asesinarlo: los huesos del Führer debían estar removiéndose en su tumba.

Goering había decidido no entrar en Jerusalén hasta que no se garantizase la seguridad en la ciudad, pero estaba cansado del aeródromo ya que el incesante movimiento de aviones afectaba a su descanso. Se había trasladado al cercano Monasterio de Latrún, del que la comunidad de monjes trapenses había sido apartada. Mientras el dictador presidía la reunión en el austero refectorio del monasterio, en el exterior dos compañías de soldados vigilaban por la seguridad de sus ocupantes.

—Comisario Dietrich, es su turno —dijo Goering.

A Dietrich, que se había codeado con Goering en los años del ascenso del nazismo y que luego había sido general de las SS, le disgustaba su actual subordinación. Pero siendo hombre entregado a su deber procedió a explicar lo sucedido sin mostrar signos de sus sentimientos.

—Statthalter, anteayer recibí un aviso de la Haganá —al ver las caras de extrañeza Dietrich explicó de qué se trataba—. La Haganá es una milicia que los judíos han establecido para defenderse de sus vecinos árabes, que continuamente están atacándoles. La Haganá ha aceptado su oferta, Statthalter, y está colaborando con nosotros, pero entre los judíos hay grupos de exaltados que nos odian. Uno de esos grupos era el Irgún, pero capturamos a la mayoría de sus miembros cuando atacaban una aldea árabe y los ejecutamos. Hay otra facción liderada por un tal Abraham Stern que ha sido la que ha puesto la bomba. Sin embargo el Haganá supo del atentado que preparaban y nos alertó. Tras registrar el hotel encontré una bomba escondida con tal disimulo que mostraba claramente la implicación de parte del personal. He arrestado a los empleados judíos para interrogarlos a fondo, y encontraré a los responsables. Pero el atentado de ayer me ha retrasado.

—¿Qué ocurrió ayer?

—Excelencia, no solo sospechaba de los judíos sino también de las facciones árabes, especialmente de una encabezada por el Muftí de Jerusalén, una especie de obispo musulmán. Había conseguido infiltrar a uno de mis hombres pero desapareció, y hasta ayer no pudo enviarme un aviso —lo que decía Dietrich no era del todo correcto, pero Meister ya no podría hablar—. Alerté al general Von Wiktorin, que reforzó las medidas de seguridad. Un control detuvo unos vehículos sospechosos: eran unos camiones bomba que estallaron mientras los registraba la policía. Hemos perdido a doce hombres, pero dada la potencia del artefacto hubiese podido ser mucho peor. La explosión me confirmó mi primitiva sospecha e intenté detener al Muftí, pero sus guardias dispararon contra nosotros y no pude capturarle con vida. Estoy procediendo a detener a los miembros del clan Husseini, el que lideraba el Muftí.

—¿Clanes dice? —preguntó Goering.

—Excelencia, los árabes de Palestina siguen teniendo una organización tribal, en la que las familias más influyentes se enfrentan buscando el poder. Gran parte de la violencia de las últimas semanas en Jerusalén ha sido causada por el clan Husseini, pero no contra los judíos ni contra nosotros, sino contra otros clanes rivales. El resentimiento del Muftí contra nosotros se debía a que el ejército alemán le impidió seguir con su guerra particular —el comisario aguantó la mirada de Von Tresckow sin pestañear: el coronel había ordenado arrestar al clérigo y Dietrich había dado órdenes de liberarlo.

—Comisario ¿por qué no detuvo antes a ese árabe si sospechaba de él?

—Excelencia, carecía de hombres suficientes para arrestar a todo el clan, a pesar de la colaboración sin reservas del general Von Wiktorin.

—Gracias, comisario. General Von Wiktorin, necesito saber cuál es la situación actual en Jerusalén ¿Es una ciudad segura?

El viejo general se adelantó, se cuadró y respondió—. Statthalter, no puedo darle una certeza absoluta pero Jerusalén está bajo control. He aplicado con todo rigor el decreto del mariscal Kesselring contra los terroristas con buenos resultados. Especialmente, el aniquilamiento del grupo terrorista Irgún en una aldea llamada Deir Yassin, y la destrucción de los poblados de Mozta y Castel, que escondían a terroristas judíos y árabes, ha servido de escarmiento. Tras los atentados de ayer he declarado el toque de queda, que deseo mantener durante la duración de la conferencia, y he tomado la ciudad desplazando un regimiento adicional. He prohibido la circulación por la ciudad sin pases, y hoy en Jerusalén se le pide el Ausweiss hasta a las palomas.

Goering no sonrió con la broma y preguntó—. Se me informó ayer de que la bomba había dañado el hotel donde iba a alojarme.

—Statthalter —siguió el general—, la bomba árabe estalló a varios cientos de metros pero era tan potente que rompió muchos cristales. Además el hotel carece de personal de limpieza ya que no se permite la entrada ni de árabes ni de judíos. Consideré preparar su alojamiento en otro lugar, pero el Rey David sigue siendo el hotel ideal: no solo es el más lujoso de la ciudad sino que está situado en una zona fortificada, es fácil de proteger, y tras los últimos sucesos lo hemos revisado por completo. He puesto a trabajar en el hotel a todos los cristaleros de Palestina, desmontando si es necesario los cristales de otros edificios. Además está llegando el servicio del Hotel Excelsior de Berlín, que el finado doctor Muller ordenó trasladar a Palestina. Su alojamiento estará preparado esta misma noche, si no le importa oír los martillazos de los últimos retoques.

—Gracias, general, pero por ahora seguiré aquí ¿Ha sufrido daños la sede de la conferencia?

—No, Statthalter —siguió Von Wiktorin—. Las sesiones se van a celebrar en a la Hospedería Notre Dame de Jerusalén, que también he ordenado registrar a fondo. Es un edificio magnífico que se encuentra algo alejado del lugar de la explosión de la bomba, por lo que no ha sufrido daños. Sin embargo, tras inspeccionarlo vi que su esplendor arquitectónico no se unía a la comodidad. Por ello he preferido mantener su residencia en el Hotel Rey David, el único lugar de la ciudad adecuado para recibirle.

Goering sonrió por primera vez en el día—. Gracias por su gentileza, general —se dirigió luego al coronel Von Tresckow—. Coronel, dígame lo que sabemos de los asesinos de Muller y Seyss-Inquart ¿Han sido los ingleses?

El general Von Wiktorin se retiró y ocupó su lugar el coronel de Estado Mayor—. Statthalter, lo hemos confirmado casi con total seguridad.

—Explíquese.

—Statthalter, hace una semana un hidroavión italiano descubrió un submarino inglés saliendo de Malta. La marina italiana fue alertada, pero el submarino pudo llegar hace tres días a la costa de Palestina. Allí capturó un pesquero árabe y ordenó a los pescadores que llevasen un comando de doce hombres a tierra. Creemos que luego se dirigió a Haifa, donde hundió un petrolero ruso, para ser hundido a su vez por un destructor italiano, sin que hubiese supervivientes.

—Excelente. Siga, por favor.

—Statthalter, los ingleses sobornaron a los pescadores para que callasen y para garantizar su silencio les prometieron un segundo pago. Como los terroristas no se presentaron, un árabe denunció ayer lo ocurrido, demasiado tarde para capturar al comando. Los italianos pensaron con razón que si los pescadores no habían hablado desde un primer momento eran tan culpables como los demás, y los han detenido. El ejército alemán ha solicitado su entrega.

—¿Qué ocurrió con el comando inglés? —preguntó Goering.

—Solo podemos hacer suposiciones, porque no han dejado muchos rastros. Cruzaron la franja costera, seguramente por la noche y a pie, y se apostaron en la carretera de Jerusalén. Debieron observar la llegada de su avión personal y cuando luego pasó un coche de Alto Mando lo atacaron creyendo que era el suyo. La escolta del coche no tuvo ninguna oportunidad. Pensamos que el comando asesino no sufrió bajas en la emboscada, porque no hemos hallado ni cuerpos ni manchas de sangre. Dejaron gran cantidad de casquillos de munición de factura inglesa y norteamericana.

—¿Han capturado al comando?
—Todavía no, Statthalter, pero no tardaremos. Para facilitar la caza ordené el toque de queda en la región, prohibiendo la salida de la población a los campos, y he pedido a la Luftwaffe que patrulle la zona con todo lo que vuele. Esa medida no podrá impedir que los comandos escapen durante la noche, pero dificultará sus movimientos de día. He ofrecido una recompensa de diez mil marcos por cualquier información que ayude a capturarlos. La codicia impedirá que los ingleses puedan refugiarse en ninguna aldea. Mientras he desplegado dos regimientos en estas posiciones —señaló en el mapa un amplio arco al norte y al sur de Latrún— y he instalado controles en las entradas de las ciudades y en los cruces de carreteras. Además he solicitado al general Messe la cesión de una división italiana para que se una a nuestros hombres en la persecución. También tenemos patrullas intentando seguir su rastro. No escaparán.

—Eso espero. Para terminar ¿cómo sabe que han sido ingleses? Podrían haberse disfrazado.

—Desde luego, Statthalter, pero tenemos otros indicios. No solo los ingleses se han atribuido lo ocurrido con sospechosa velocidad, sino que han atacado simultáneamente en Kenia y en Irak, donde el general Rommel está conteniendo el ataque con facilidad. El análisis de las comunicaciones radiofónicas ha demostrado que desde Chipre se enviaron mensajes de radio, seguidos casi inmediatamente de mensajes radiofónicos desde Londres. El ataque inglés se ha iniciado seis horas después, mostrando signos de una preparación minuciosa. Creemos o que el comando disponía de un equipo de radio portátil, o que desde Chipre estaban espiando nuestras comunicaciones. Cuando en Londres han sabido que el ataque se había producido han ordenado lanzar la ofensiva.

Goering calló un tiempo. Los presentes vieron como el dictador enrojecía de furia.

—Ese maldito Churchill ha pensado que con mi asesinato podría derrotar a Alemania —dijo Goering—. Estoy seguro que es el instigador de los otros atentados. Pero Churchill no me ha atacado a mí sino al Reich, y la venganza del Reich será recordada durante generaciones. Esta noche una ciudad inglesa pagará las consecuencias de la osadía churchilliana. Pero antes los esbirros de los ingleses deben saber que quien alce la mano contra el Reich la perderá. Empezaré aquí, en Palestina. Mariscal Kesselring.

El aludido pasó al frente y se cuadró—. A sus órdenes, Statthalter.

—Lamentablemente usted ha demostrado no estar capacitado para un puesto de responsabilidad. Le relevo del cargo de Gobernador de Palestina, en el que será sustituido provisionalmente por el general Von Wiktorin. El general Rommel se hará cargo de la dirección de las operaciones militares. Usted, Kesselring, embarcará hacia Berlín en el primer avión y pasará a quedar arrestado en su domicilio hasta que un tribunal militar le juzgue. Ahora váyase. No quiero verle ni un minuto más aquí.

Kesselring, cariacontecido, se retiró. Goering siguió:

—Caballeros, los enemigos del Reich asesinaron a nuestro amado Führer y luego han intentado matarme a mí. No volverá a suceder. Proclamo el decreto Noche y Niebla. No habrá ni detención ni juicio para los asesinos. Todos los implicados en los atentados, aunque sea remotamente, desaparecerán. Los pescadores árabes y sus familias. Todo el clan Husseini. Todos los empleados judíos del hotel de Jerusalén. Todos los judíos relacionados con los grupos terroristas… ¿Cómo se llamaban?

—Irgún y grupo Stern, Statthalter —dijo Von Wiktorin.

—Todos los enemigos de Alemania deben desaparecer como si no hubiesen existido. Extinguiré su estirpe, y por ello también desaparecerán sus familias completas hasta la segunda generación.

—¿También los niños, Statthalter? —preguntó el coronel, impresionado.

—Especialmente los niños. No dejaré que transmitan la herencia podrida de sus padres. También se esfumará la población de las aldeas en las que vivan. Todos ellos serán detenidos. Los que se resistan serán ejecutados sumariamente y se hará desaparecer sus cadáveres.

—Statthalter, será imposible preparar instalaciones para tantos detenidos en tan poco tiempo —dijo Von Wiktorin.

—General ¿Quién dice nada de instalaciones? Una alambrada y unas ametralladoras para custodiarlos bastarán. Solo importa que sea en lugares apartados. No se preocupe ni de alimentos ni de nada de eso. Ordene que las detenciones se hagan por la noche. Cuando acabe la conferencia será el momento de arrasar casas y pueblos, y llegará la hora del exterminio. Para todos.

—¿Todos? —preguntó de nuevo el general.

—Todos. Hombres, mujeres y niños. Que quemen los cadáveres y avienten las cenizas. O entiérrenlos. Lo que sea, pero que nadie vuelva a saber nada de ellos. Como si no hubiesen existido.

—Sí, Statthalter.

—Coronel Dinort—ordenó Goering—. Será usted el que se encargue del castigo del pueblo judío. Pero no pagarán sus crímenes con la muerte de una aldea. Creo que hay una gran ciudad judía, Tel no sé qué.

—Tel Aviv, Statthalter.

—¿Hay cristianos o árabes en Tel Aviv?

—Árabes, muy pocos, y casi ninguno cristiano, Statthalter. Es una ciudad habitada casi exclusivamente por judíos. Tan solo hay algunos núcleos árabes al sur de la ciudad.

—Magnífico. He pedido a Berlín un cargamento de bombas de gas, de fosgeno. Será la ocasión para probar su efecto en una ciudad. En cuanto acabe la conferencia y se vayan las delegaciones extranjeras, el general Von Wiktorin enviará tropas para cercar Tel Aviv, que deberán mantenerse a distancia. Entonces los bombarderos de mi Luftwaffe llevarán mi venganza a la raza judía. Noche y niebla caerán sobre los judíos de Palestina.



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Mensaje por UlisesII »

Hola amigos:
Canaris y Beck estuvieron en un tris de dar un golpe de estado en el momento de los sudetes y poco antes de Munich. El asunto estuvo muy avanzado y con contactos con los british, pero éstos en el último momento se echaron atras y prefirieron que Hitler siguiera en el poder. El resto es conocido. Luego durante la guerra, como dice el maestro Domper, tuvo un comportamiento ambiguo, por decirlo suavemente. De hecho tengo pendiente un libro que trata sobre la connivencia entre los servicios secretos aliados y alemanes (entiendase Canaris) durante la II Guerra Mundial. A ver si me lo leo.
Hasta otra. ><>


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APVid
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Mensaje por APVid »

Noche y niebla :desacuerdo:

Ya le toca al gordito, ¿quedaba algún comando para hacer el trabajo?


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