Un soldado de cuatro siglos

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Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

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Refinería de Castellón

La refinería de Castellón por fin entro en servicio en verano de 1628, mientras Pedro se encontraba embarcado en la campaña naval de las américas. En ella una gran torre de destilación que llamaba fraccionada, destilaba el aceite de roca dando como producto final cuatro subproductos. Por supuesto una torre de fraccionamiento moderna sería mucho más eficiente separando varios combustibles y gases, pero estos no tendrían utilidad práctica para él, así que era inútil pensar en ellos.

El primer producto destilado, era el alquitrán, denso e inservible que no se evaporaba y quedaba en el fondo de la “olla”. Este alquitrán sería posteriormente empleado para calafatear los bajeles, por lo que era metido en toneles y enviado a puertos de toda España e Italia.

El segundo producto que se obtenía era un aceite mineral que sería utilizado como lubricante para tareas de perforación de metal por medio de mandrinadoras, esas herramientas mecánicas movidas por la acción del agua que perforaban los cañones de bronce que se producían en Valencia. Otro empleo de este aceite mineral eran las prensas hidráulicas que se utilizaban para comprimir el bronce de esos mismos cañones.

El tercer producto era una “parafina” de gran calidad que serviría para alimentar las lámparas o quinqués que se venían fabricando en Valencia desde unos años atrás. El cuarto y último producto eran una suerte de “aceite” sin uso pero muy inflamable que Pedro había ordenado conservar en toneles a la espera de una decisión.

El último era un gas también inflamable que se desaprovechaba al ser quemado al final de la torre, pero que en un futuro quería incluir en sus sistemas de iluminación por gas… solo era necesario que los ingenieros que trabajaban en desarrollar aquella idea tuviesen éxito.


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Venecia, invierno de 1628

Por fin tras años de investigación y tras perder varios agentes por diversas causas, las más por duelos a los que tan aficionados eran en las tierras españolas, los espías del gobierno veneciano habían regresado con los informes sobre los espejos españoles. La tarea no había sencilla pues habían descubierto que el vidrio se fabricaba en un lugar, y desde allí era enviado en secreto a otra fábrica que lo transformaba en espejos.

Esta medida complicaba mucho las cosas. Si querían destruir aquellas fabricas deberían atacar en dos lugares distintos, y si querían la formula o el método de fabricación de los espejos valencianos, deberían convencer a dos artesanos distintos, pues parecía que los de una fábrica no conocían los procesos que se llevaban a cabo en la segunda…

Valencia

En el servicio de seguridad creado por Pedro para proteger sus negocios estaban elaborando un detallado informe. Desde un tiempo atrás sabían que agentes venecianos habían estado merodeando alrededor de las fábricas de vidrio y espejos, sin embargo ahora habían desaparecido por completo. Eso solo podía significar que habían descubierto lo que buscaban o se estaban preparando para algo. Era hora de aumentar la seguridad de las fábricas.

Los agentes que había en ellas, principalmente los dueños de las tabernas y posadas instaladas en cada complejo fabril, fueron puestos en alerta, y se decidió contratar mercenarios alemanes y vigilar a los artesanos por si trataban de sobornarlos. Si Venecia se decidía a actuar estarían preparados…


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Tras regresar a Valencia, Pedro descubrió los avances que había realizado el Consell durante su ausencia. Las muchas obras emprendidas por el consell seguían su camino y ya estaban empezando a buscar nuevos proyectos para destinar aquellos dineros que seguían ingresando de mes en mes.

De todos los proyectos que vio el que más llamo su atención fue un proyecto de reforestación de los montes valencianos. Por lo que parecía los gremios relacionados con el mar y el gremio de madereros, se habían comprendido ya la valía de la escuadra, que el año anterior había capturado varias naves berberiscas y francesas. Sabiendo que sin un adecuado mantenimiento la escuadra fracasaría, y que para ello precisarían de bosques para surtir de madera a la armada, ordenaron plantar veinte mil árboles al año. Para ello utilizarían pinos carrascos, y encinas principalmente, e incluso se hablaba de adquirir bosques en los pirineos y la meseta cantábrica para completar con robles y hayas las maderas que no se producían localmente.

Tras años de titubeos mientras se ponían en marcha, ahora los negocios marchaban viento en popa. Al revisar las cuentas lo sorprendió agradablemente el que las cocinas económicas se estuviesen vendiendo bien y a un precio muy alto, al menos las destinadas al mercado exterior. Esto se debía a que los fundidores extranjeros no habían logrado reproducir la técnica de cera perdida que estaban empleando en el Alto Horno de Sagunto, y siendo un producto exclusivo que quería la nobleza y burguesía de toda Europa, los precios aumentaron hasta los cientos de reales por un modelo básico.

En el puerto la sede de la Compañía estaba finalizada tras cuatro largos años de construcciones, y desde ella se dirigían los destinos de decenas de buques, principalmente de los que hacían el comercio desde Siberia, pero también de los que comerciaban por el Mediterráneo. Ahora sin embargo coordinaría el envío de los primeros mil verdaderos colonos a Siberia, donde habrían de establecerse en la desembocadura del Amur. Así reforzarían aquel puesto de caza avanzado que dos años atrás había rechazado por poco y únicamente gracias a la intervención de un galeón con su artillería, el asalto de bandidos chinos, posiblemente manchúes.

Esta expedición estaría encabezada por los cuatro navíos de la Compañía al mando de Juan de Cereceda, ahora ascendido a Almirante. Con ellos viajarían las familias de los marineros, que habrían de establecerse en la bahía de Subic pues ya que debía depender de la Casa de Contratación, se aprovecharía de las posibilidades que brindaba Castilla. Desde aquella nueva base Juan de Cereceda podría combatir a los holandeses y alejarlos de las aguas filipinas.

Al enviar a Juan de Cereceda a Filipinas perdía a uno de sus mejores colaboradores, pero esperaba que su desempeño en aquellas aguas fuese igualmente bueno y sirviese para acorralar a los holandeses de la VOC, alejándolos de las rutas que la Compañía empleaba en Siberia. Con ellos viajarían ocho galeones y tres urcas que llevarían a los colonos y diversos suministros con destino a la colonia de la desembocadura del Amur. Con ellos llevarían técnicas de cultivo de nuevos alimentos como las patatas, de vital importancia en aquel clima.

Mientras esperaba el fin de la invernada se enfrasco de lleno en varios proyectos de investigación que tenía pendientes. De las Américas le habían llegado varias toneladas de castilla elástica con las que empezó a experimentar de inmediato. En este caso no era difícil pues cualquier persona medianamente bien informada del siglo XXI sabía que el caucho se vulcanizaba por medio del azufre y el calor, por lo que los herreros que trabajaban para él tan solo tuvieron que fabricar prensas de rodillos y un horno con un sistema de prensado por tornillo bastante simple. Con estas dos máquinas no mucho después pudo contar con las primeras telas de caucho, con las que esperaba fabricar impermeables.

Ahora tan solo precisaba un suministro estable de caucho y buscar un emplazamiento para una fábrica en lo regne. Para lo primero dependería de algún potentado con tierras en las Américas, por lo que puso a buscar a varios de los agentes que tenía el gremio de comerciantes. Para lo segundo precisaría una villa real para no estar bajo el control de ningún noble, y perder un par de años en construir unas instalaciones semejantes a las del resto de factorías que había construido con anterioridad.

También tenía una provisión de varias decenas de toneladas de salitre de Chile que quería utilizar como fertilizante. Para ello no dudo en realizar pruebas tanto con salitre puro como con salitre “destilado” con fuego tal y como hacían en Chile, calentándolo en una olla a fuego abierto. Para estos experimentos conto con la ayuda de Sedovigious, quien se convirtió en su jefe de “química”, siendo ayudado por varios alquimistas jóvenes.

Otro grupo de trabajo que actuaba para él era el que trabajaba con la “luz de gas”. Aquellos hombres ya habían logrado construir una lámpara de gas, pero ahora se enfrentaban a nuevos problemas como el que la luz que lograban era muy tenue, o que la producción de tuberías de cobre fundidas era muy laboriosa y artesanal, por lo que no sellaban perfectamente. Eso significaba que tenía que poner a ingenieros y herreros a trabajar en ello, dándoles unas nociones de la “extrusión”, con lo que en unos meses esperaba que lograsen construir tuberías estandarizadas que facilitasen su trabajo.

Mientras tanto en el orfanato se había vacunado a los niños de la viruela utilizando cepas de viruela bovina de ganado de los alrededores. Quince médicos y cirujanos supervisaron la vacunación, realizada con lancetas esterilizadas al fuego, y tomaron nota de los efectos en las semanas siguientes, dispuestos a encontrar las mejores fórmulas para dicha vacunación. Aun había un largo camino por recorrer antes de lograr tener una vacuna que pudiese ser llevada por el Imperio, pero el primer paso había sido dado al convencer al Arzobispo de Valencia de permitir tal experimento. Por fortuna el argumento de “al igual que los soldados entrenan para vencer, el cuerpo puede ser entrenado si antes de luchar con el enemigo verdadero, la viruela, lo hacemos luchar con un entrenador débil como este otro” había calado.

El último campo en el que trabajo aquellos meses fue el de los explosivos…


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“El destructor de ciudades”

Tras pasar la invernada y con los bajeles ya a punto, la armada del Reino de Valencia se dispuso a llevar la guerra una vez más a los predios enemigos, con lo que con un poco de suerte obligaría a estos a solicitar la paz. Para este entonces, Pedro se había desentendido de la suerte de la guerra en el Atlántico donde las intromisiones de Olivares impedían desarrollar una estrategia coherente, centrándose a cambio en el Mediterráneo donde gozaba de libertad de acción.

El año anterior durante su ausencia, las divisiones de jabeques habían logrado mantener la seguridad de las aguas valencianas que tan solo habían sufrido dos intentos de incursión, puestos en fuga por la combinación de torres de vigía y jabeques, logrando capturar tres bajeles berberiscos y uno francés que rindieron buenos dividendos a sus captores. Para Pedro esto demostraba que la Armada que había diseñado era ya autónoma y no dependía de su presencia para funcionar, por lo tanto se planteó llevar a cabo una última campaña antes de dimitir para retirarse al palacio que había construido con todos los lujos y comodidades posibles.

Pero antes Pedro estaba dispuesto a llevar la guerra a los dominios enemigos en la creencia que la mejor defensa era un buen ataque. Si Pompeyo acabo con los piratas por medio de una campaña terrestre, él lo haría destruyendo los puertos desde los que los piratas amenazaban el comercio y las costas españolas, y en un Mediterráneo lleno de enemigos no faltaban objetivos.

De los cuatro enemigos que había mencionado ese invierno al Rey, dos compartían costas en el Mediterráneo, Francia y el Imperio Otomano. Uno la gran amenaza podía ser preocupante en el futuro, y el otro un enemigo en decadencia que podía ser la gran oportunidad actual. Por ello Pedro empezó a planear un ataque contra ambos que convirtiese en la medida de lo posible el Mediterráneo en un lago español. Argel, Trípoli, Bugía, Túnez, o Constantinopla, nidos de piratas berberiscos y otomanos, y Marsella y Tolon, las bases francesas en el Mediterráneo estaban entre sus objetivos inmediatos…y este año caerían…


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El tumulto había provocado que los guardias estuvieran mas distraidos de lo habitual. Una pelea en un figón no era algo insólito, aunque si a esas horas de la madrugada. Varios guardias salieron del Cuerpo de Guardia para investigar.

Aprovechando la oscuridad los dos hombres se acercaron a los andamios que recubrían el edificio. Gracias a ellos pudieron trepar y introducirse por una ventana del tercer piso. Habían memorizado el plano que les había dibujado el hombre que habían asesinado la noche anterior, circulando con rapidez aun a pesar de la oscuridad. llegaron a la antesala que era su objetivo. Tan solo había dos guardias, con una medio pica con una adornada moharra, mas ceremonial que otra cosa, aunque podía herir igual que un arma mucho mas sencilla. No pudieron ni usarla, los dos asesinos portaban sendas pistolas de rueda y el disparo a bocajarro acabó con ellos en un suspiro. Inmediatamente abrieron la puerta y entraron en el despacho. Olivares les miró directamente a la cara, se encontraba cansado de leer documentos pero los disparos le habían despejado. El escribano que se encontraba a su lado sostenía un pliego en las manos. EL primer disparo atravesó el papel y a continuación atravesó al joven que cayó sin emitir un solo ruido. El segundo disparo dio en el pecho al valido que cayó hacía atrás.
Sin perder un instante los dos asesinos tiraron al suelo todas las lamparas que había en el despacho encima de los legajos de la mesa de Olivares, que prendieron con prontitud.

Cumplida su misión se retiraron por donde habían venido.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Los movimientos berberiscos en los días previos habían diseminado los barcos de Su Majestad que se encontraban en el Levante. Por eso, cuando las 4 urcas entraron en el puerto de Mahón se encontraron con la única resistencia del fuerte de San Felipe. Sus cañones hicieron todo el daño posible, pero los bajeles berberiscos eran mas rápidos y sobre todo muy numerosos.

La guarnición y los voluntarios que intentaron defender la ciudad poco pudieron hacer, y tras tres días, los mercenarios alemanes, franceses y suizos, clavaron en lo alto la bandera de las Provincias Unidas.


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La destrucción de Argel, 23 de marzo de 1629

Pese a que Pedro los había advertido de ello y repartido tapones de cera para los oídos, la terrible explosión sobresalto a los presentes en el puente del Real Felipe y seguramente en el resto de la flota. Se trataba posiblemente de la mayor explosión jamás registrada, con más de seis toneladas de explosivo compuesto por nitratos y combustible con un cebo formado por una arroba de nitroglicerina. De hecho tal fue la fuerza de la explosión que pese a la media legua que mediaba entre la explosión y la flota, algunas de las velas de los bajeles se rasgaron al recibir su onda expansiva.

Fabricar aquellos explosivos no había sido difícil. Los nitratos se conocían desde antiguo, y los combustibles eran un deshecho de la destilación de petróleo que en esos momentos no tenían uso, por lo que fue fácil darles ese destino. Tan solo hubo que llevar grandes sacos de nitratos en cajas de latón a bordo de una galera “brulote”, cargar los toneles de combustible, y verterlos en las cajas llenas de nitrato unas horas antes de atacar. Para cuando los voluntarios reunidos a tal efecto llevaron el brulote junto al espigón fortificado del puerto de Argel, los nitratos ya estaban bien empapados por el combustible y eran una bomba de tremenda potencia.

Con la nitroglicerina en cambio hubo que sudar más. No porque no conociese su fórmula, pues su propio nombre da el 80% de ella, sino porque su elaboración era mucho más peligrosa. Conto por lo tanto con la ayuda de Sedovigious y de varios de los ayudantes que ahora trabajaban para él. Por supuesto empezaron mezclando cantidades nimias, una gota de cada, en un intento de evitar accidentes graves. Con ello y con sumo cuidado lograron obtener una producción de unos pocos alumbres de líquido al mes.

—Que las compañías veintiuno y veintidós asalten el fuerte, Señor Sánchez. —Ordeno Pedro a su segundo. —Y que las compañías veintitrés a la veinticinco asalten los buques del puerto para sacarlos a mar abierto.

Durante la hora siguiente los hombres de la 2ª Bandera de Valencia asaltaron el fuerte que protegía el puerto y cuyo muro marítimo había quedado derruido, viéndose un gran boquete en él. En la zona de la explosión tan solo encontraron muertos y moribundos arrastrándose a causa de la terrible explosión. Más difícil fue el resto del fuerte, donde unos aturdidos moros, en algunos casos sordos a causa de la explosión, trataron de resistir. Fue sin embargo inútil. Los soldados habían llegado hasta el fuerte en unas saetias que los dirigieron directamente a la brecha, por la que asaltaron el fuerte solo un cuarto de hora después de la explosión. Poco después del amanecer la fortaleza exterior del puerto estaba en manos españolas.

Mientras tanto otras tres saetías habían llevado al resto de la infantería hasta la entrada del puerto, desde donde soltaron los botes que llevaron a aquellos hombres hasta el interior del puerto. En los minutos siguientes y asaltaron a los bajeles anclados allí tomándolos al abordaje, para a continuación levar anclas y salir de allí. Mientras los argelinos aún estaban tratando de reunirse en la muralla de la ciudad para la lucha, algo que no lograban con toda la presteza necesaria por no ser tropas regulares sino piratas.

A media mañana la flota argelina estaba en manos valencianas, tres mil doscientos ochenta cautivos al remo habían sido liberados de los remos, y Argel estaba indefenso tras la caída de su muralla exterior. Tras acercarse la flota al puerto, Pedro pudo observar como ahora las murallas de la ciudad estaban repletas de defensores, sin embargo Pedro no estaba dispuesto a darles tiempo a recuperarse. Argel debía caer.

—Señor Sánchez, inicie el bombardeo y preparen el segundo brulote. —Ordeno Pedro que pronto comprobó cómo los buques de la flota iniciaban el fuego a máxima elevación, para que sus proyectiles pasasen por encima de las murallas. A esa distancia de más de dos mil varas el hacer puntería con los cañones era inútil, pero este era un bombardeo de saturación que causaba graves daños en los edificios de la ciudad.

Cuando viese que los hombres de las murallas que veían como estaban perdiendo sus casas flaqueaban, Pedro mandaría el segundo brulote para destruir la muralla de la ciudad y abrir una brecha por la que asaltarla…

Argel cayó en una jornada. Las viejas murallas a ras de agua de aquel nido berberisco no fueron capaces de resistir las terribles explosiones provocadas por aquellas armas modernas. Tras las explosiones y con los defensores desconcertados o heridos por las terribles explosiones, los soldados y marineros entraron al asalto por la brecha, apoderándose de las murallas y barriendo sistemáticamente calles y edificios conforme avanzaban hacia el interior de una ciudad cuyos habitantes, aterrados por las horas de bombardeo y las terribles explosiones de los brulotes, huían a la carrera.

En los baños de Argel liberarían a ocho mil seiscientos doce cautivos cristianos, y el saqueo de la ciudad y los alrededores se extendería durante los días siguientes, arrasando la ciudad hasta sus cimientos hasta que partieron de allí de regreso a Valencia. Tales fueron las riquezas que allí lograron que a cada uno de los hombres que participaron en la expedición les correspondieron más de mil ducados de premio, treinta mil en el caso de Pedro, y que el Rey se embolso cuatro millones por los quintos que le correspondían.

Tras regresar a Valencia, donde dejaron las presas y a los cautivos liberados, la flota se rearmo antes de partir, esta vez rumbo al Norte. Pedro sabía que Spinola estaba luchando con esfuerzo contra los franceses en Mantua y estaba dispuesto a acudir en su apoyo atacando Marsella y tal vez Tolon.


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La toma de Marsella, 17 al 25 de de abril de 1629

Tras dejar el botín en Valencia, cuyos almacenes rebosaban con las especias, sedas, el oro y la plata logrados en Argel, la flota partió una vez más, esta vez rumbo norte en busca de Marsella. Para ello tuvieron que navegar al Oeste, pasando por cerca de Menorca sin saber que unos días después la ciudad sería atacada por herejes y sarracenos en una de sus habituales colaboraciones. Unos días después pudieron virar hacia el Norte Noroeste, navegando de ceñida rumbo a Marsella, ciudad a la que llegaron el 11 de junio.

Pedro que llevaba consigo cinco brulotes explosivos se preparó para el ataque. Desde el puente del Real Felipe podía observar como los franceses corrían por el puerto, alarmados ante la presencia de la flota española, cuyos jabeques cayeron con rapidez sobre dos naos francesas que trataban de regresar a puerto rindiéndolas. Sin embargo en esos momentos Pedro estaba más interesado por lo que ocurría en el castillo de If, en la isla de tal nombre cerca de la entrada del puerto.

Allí la guarnición parecía estar en alerta y estaba tomando posiciones en las murallas, pero para su desgracia parecían ser demasiado pocos y de todas formas estaban demasiado alejados, a casi media legua de la entrada del puerto, como para poder intervenir. Por lo tanto la flota rodeo las islas y se aproximó a Marsella anclando a una legua al norte de las islas Friuol.

De inmediato la flota se puso a preparar los brulotes explosivos. Empezaría con dos de ellos, dirigiendo uno contra uno de los pilares que sujetaban la cadena con la que habían cerrado el puerto y el otro brulote debería acabar con el fuerte de Saint Jean, que cerraba la bocana por el lado norte. La dificultad estribaba en alcanzar sus objetivos en esa noche, con la luna en menguante. Consciente de la dificultad, Pedro ordeno a sus dos saetias que se aproximasen a Marsella para bombardearla con sus cañones de proa. Eso sin duda obligaría a los defensores a responder, sirviendo sus fogonazos como guía para los tripulantes de los brulotes.

Estos hombres que eran voluntarios debían llevar las viejas galeras capturadas a los argelinos hacia la entrada del puerto, anclarlas frente a sus objetivos, y prenderles fuego antes de salir de allí a remo. Todo ello rezando porque no hiciesen explosión mientras aún estaban junto a ellas. Por ello a aquellos hombres se les pagaba un privilegio de cien reales por cabeza.

Poco antes del amanecer dos terribles explosiones casi simultáneas, lo que hizo que Pedro sospechase que la galera del fuerte había explotado por simpatía, sacudieron la entrada del puerto. Por desgracia aun hubo que esperar al amanecer para saber si la explosión del pilar del puerto había roto la cadena, por lo que no pudo levar anclas para entrar en el puerto. Pudo eso sí, enviar a las saetías a tomar el fuerte de San Juan, ahora medio derruido por la terrible explosión. Al fin y al cabo con él en sus manos podría cortar la cadena de todas formas.

Al amanecer por fin pudo entrar en el puerto con la flota, haciendo caso omiso a los disparos que se hacían contra él desde la otra orilla. De todas formas la ciudad había sido sacudida por las impresionantes explosiones y sus habitantes huían con rapidez hacia las montañas, sin duda creyendo que el fin del mundo estaba próximo.

Poco después mientras sus marineros se hacían cargo de las decenas de bajeles surtos en el puerto, algunos de ellos dañados por la explosión, él se unía a las tropas para recorrer aquellas calles para tomar la ciudad. La conquista disto mucho de ser un frenesí destructivo o mojado en el alcohol. Pedro había instaurado una férrea disciplina entre aquellos soldados, y avanzaron en formación por las calles de la ciudad, mientras los tiradores ocupaban edificios y controlaban la zona desde sus tejados.

En solo unas horas una ciudad cuyos habitantes huían despavoridos estaba en sus manos, y entonces y solo entonces dio permiso para el saqueo, siempre manteniendo la mitad de las tropas en guardia. Para ello las reglas eran simples. Podían saquearse negocios, y almacenes pero no viviendas particulares o iglesias. En estas, oficiales designados entraban para valorar lo que allí había y solicitar un quinto de su valor a sus dueños, o tomarlo por la fuerza de ser necesario. Solo cuando hubiesen reunido todo el producto del saqueo en un fondo común, se haría la división que como no podía ocurrir de otra manera, tomaría en cuenta a los hombres que permanecerían de guardia.

Durante los días siguientes llegarían a la ciudad dos mil infantes y trescientos jinetes italianos de refuerzo. El día 25 las fortalezas en las islas Frioul se rendirían ante la superioridad de las armas españolas que las sometían a asedio, siendo ocupadas por una guarnición de seiscientos hombres. De las ochenta y siete bajas mortales de las fuerzas españolas en aquella jornada, tres fueron violadores, ejecutados por tal crimen en el muelle ese mismo día tras juicio sumarísimo y enfrente de todas las tropas, formadas para tal ocasión al pie del muelle y en los bajeles del puerto. Tras las ejecuciones la flota regreso a Valencia con sus presas y el botín obtenido, dejando tras de sí una ciudad y unas islas ocupadas con las que tal vez el Rey pudiese negociar con Richellieu.

Ese mismo día caía el castillo de San Felipe en Menorca...


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Abril de 1629. Asedio de Casale, Mantua, Italia.

Espínola miraba las obras de fortificación que rodeaban la ciudad. Defendida por un lado por el río Po, había resistido mas tiempo del previsto. A Dios gracias los franceses tenían problemas de sobra en su costa mediterranea, sino ese viejo zorro de Richeliu podría haber tenido la tentación de intervenir.

Miro a su campamento. Las medidas sanitarias y de higiene que había comenzado e en Flandes se encontraban ahora mas extendidas.No es que sus hombres fueran un dechado de higiene, pero se habían reducido de manera significativa la abundante lista de enfermos. Los cirujanos, médicos y barberos habían adoptado con alegría las "recomendanciones" del Capitán General, y aunque muchos se resistían todavía, otros se lavaban las manos tras defecar y antes de comer.

Pero el problema mas inmediato era el de las murallas de Casale. Sí no quería empantanarse debía hacer algo. Respiró profundamente. Desde el atentado contra Olivares sus continuas exigencias y la multitud de presiones que recibía para apresurarse habían cesado. Libre del agobio de los mensajeros enviados desde Madrid, podía dedicar toda su mente a la tarea. Y algo tendría que hacer.


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Menorca, 19 de mayo

—Señor, no quiero llevaros a engaños. Si se rinden serán tratados como piratas y colgados de una entena hasta que mueran. —Dijo Pedro con decisión.

—No somos piratas, almirante, somos marinos holandeses…

—No señor, no se lleve a engaños, no hace ni un año luche y capture a Piet Hein y a su flota en Matanzas, y fueron tratados como caballeros, pero ustedes han venido a nuestras aguas en compañía de piratas berberiscos, y si vienen con piratas como piratas serán tratados. —Le interrumpió Pedro, quien llevaba bombardeando la ciudadela desde la tarde anterior.

Días atrás al regresar a Valencia, cuyo puerto bullía por la gran cantidad de presas que habían hecho al enemigo en Argel y Marsella, se enteró de la conquista de Menorca por holandeses y berberiscos unos días atrás. Como esa isla cortaba sus líneas comerciales no tuvo más remedio que prepararse, armar la flota de nuevo, posponer el ataque a Bugía, y dirigirse de inmediato a la isla para recuperar aquel puerto.

Nada más llegar a la isla su escuadra bloqueo el puerto dejando a dos urcas holandesas y varios bajeles berberiscos atrapados en su interior. Tras dejar al vicealmirante Iñigo de Urquiza al mando de la flota, Pedro desembarco en compañía de dos banderas al otro lado de la isla, iniciando una marcha sobre el castillo. A bordo de la flota Urquiza, quien ya había servido junto a Francisco de Rivera una década atrás en la jornada de Celidonia mandando la nao Buenaventura, puso bloqueo al puerto pero sin entrar en el radio de alcance de los cañones.

Tres días después las fuerzas desembarcadas llegaban a su objetivo. De inmediato Pedro ordeno la construcción de un campamento fortificado mientras buscaba el emplazamiento ideal para sus cañones. Desde un cerro cercano pudo observar toda la zona con detenimiento con su catalejo. El castillo parecía bien guarnecido, y en el puerto podían verse los trabajos de reparación de dos urcas holandesas y tres jabeques berberiscos, lo que daba buena fe de la defensa del San Felipe.

Llamo poderosamente la atención de Pedro el buen número de cañones que los holandeses y berberiscos tenían en tierra, apuntando a sus fuerzas. Posiblemente se debiese a que los últimos dos días hubiesen estado descargando la artillería de aquellos buques para defenderse mejor, lo que lo ponía en un brete si quería realizar trabajos de zapa para acercarse a los muros…

Pero lo que nadie sabía era que él era un hombre del siglo XXI. Él no precisaría acercarse a unos pocos metros del castillo para instalar morteros de asedio, y si bien había llevado una batería de cañones br de 12 libras, esta era más para su defensa que para el sitio propiamente dicho. Esa misma noche docenas de sus soldados salieron de su campamento con los grandes cohetes que había mandado fabricar en Valencia. Cada uno de ellos llevaba una redoma de agua de muerte. Una formula altamente explosiva e inestable que era colocada con sumo cuidado rodeada de una carcasa de barro repleta de balas de mosquete en la punta del cohete. Cohete que a su vez era instalado en trípode encarado al castillo a una distancia determinada.

Poco después del anochecer el castillo estaba sometido al bombardeo más brutal de toda la historia. Cada pocos segundos un cohete caía sobre el castillo explosionando la redoma y causando graves desperfectos y muchas bajas, continuando el bombardeo hasta el amanecer, cuando los holandeses izaron bandera de parlamento para tratar de negociar la paz…

—Mucho me temo que por nuestra parte no va a haber cuartel ni piedad. Los hombres serán ejecutados como piratas, y los niños púberes capturados como esclavos… —Sentencio Pedro. Esa noche reanudaría los bombardeos, y a la mañana siguiente ordenaría el asalto del castillo si es que quedaba algo por asaltar.


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Tolón, 12 de julio.

Pedro observaba la ciudad con sus astilleros en llamas desde la cofa de la mayor de su nave almiranta, el Real Felipe. Como esperaba la campaña de Menorca le había retrasado en más de un mes que ahora le sería imposible recuperar. Tras el asalto a Marsella sus intenciones iniciales habían sido el continuar con Tolón, sabiendo que ello acabaría con las instalaciones navales francesas en el Mediterráneo. La pérdida de aquellas ciudades sin duda atraería hasta allí al ejército francés que Richelieu había enviado a apoyar los intereses de Carlos de Mantua en Italia, donde puso cerco y tomo la fortaleza de Pinarolo en Saboya, el viejo aliado español.

El Rey Felipe se sintió traicionado por este gesto de una Francia que hasta unos meses atrás había sido aliada de España a cuenta de los hugonotes de la Rochelle, a cuyo asedio España mando una flota de cuarenta navíos para bloquearla. Por desgracia una vez conquistada la díscola ciudad, Richelieu pensó que era el momento de volver sus ojos hacia sus vecinos, atacando el ducado de Saboya sin haber declarado la guerra a España. La reacción de Felipe IV no se hizo esperar, y desde Nápoles y Milán acudieron miles de soldados a Mantua para defender los intereses del Rey, mientras desde Valencia acudía la flota. Pedro estaba dispuesto a arrasar las ciudades francesas del Mediterráneo para forzar a Richelieu a retroceder con su ejército apoyando así a Spinola, quien había asumido el mando en Mantua.

Para su desgracia ahora había dado una de cal y otra de arena. El primer ataque sobre Marsella fue todo un éxito, pero la obligación de acudir posteriormente a Menorca le había retrasado lo suficiente para que aquel ejército retrocediese hasta Tolón, ciudad que ahora estaba bien defendida y que no podía permitirse asaltar. Por ello tuvo que limitarse a lanzar cuatro de sus últimos brulotes explosivos contra los astilleros de la ciudad y sus murallas, que alcanzados por las terribles explosiones se derrumbaron sin remedio. Eso allano el camino a su último brulote, este cargado de alcohol de madera de boj, que prendió fuego a los astilleros extendiéndose por los barrios portuarios de la ciudad.

Debería bastar. No podía seguir allí desperdiciando su precioso tiempo. Al menos había sufrido pocas bajas y a cambio había capturado cuatro pequeños bajeles en las cercanías de aquel puerto que se adivinaba arrasado.


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tercioidiaquez
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Mensaje por tercioidiaquez »

Abril de 1629. Asedio de Casale, Mantua, Italia
Unos cuantos caballeros franceses habían llegado en una barca la noche anterior. Espínola sabía que cuanto mas tiempo pasase empantanado delante de Casale, mas probable sería la llegada de un ejército francés.
El problema era ese dichoso río. Por su lado la muralla era mas baja, pero el cruzarlo con el agua al pecho o mas, sería una carnicería.
-"Diego".
-"Mi General".
-"Debemos hallar cueste lo que cueste un paso por el río.".
Diego pensó que era complicado. Ya habían perdido varios hombres, de día y de noche intentándolo. En ese momento vío una de las meretrices que pululaba por el campamento, mientras tendía ropa recién lavada.
-"Perdonad señora. ¿Donde habeis lavado esa ropa'".
-"¿Donde va a ser?, en el río" contestó entre carcajadas con un fuerte acento italiano.
Diego tuvo una idea.
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Los centinelas apostados en lo alto de la muralla vieron como un grupo de mujeres se acercaban a la orilla. No se les ocurrió dispararlas, a lo mejor, cuando los españoles se replegaran podrían quedarse a esperar a los vencedores....
Las mujeres comenzaron a remojar la ropa cuando un golpe de viento lanzó el sombrero de una de ellas al centro del río. Dando un grito una de las mujeres se introdujo rápidamente en el agua. La corriente no era fuerte, pero cayó varias veces al suelo intentado llegar al sombrero.
Desde ambos bandos los gritos de los soldados jaleaban a la mujer, que tras un rato de circular por el agua se hizo con la prenda de cabeza, entre los aplausos de los asistentes al ver como la meretriz se mojaba.

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-"¿Os habeis fijado?" preguntó la mujer a Diego.
-"Sí, ahora lo tengo claro", dándole una bolsa con monedas a la mujer, esta le respondió "A mas ver" y Diego creyó que no se refería a una nueva misión.
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Con las primeras luces los mercenarios alemanes hicieron toda una demostración de fuerza en la muralla opuesta al río. Mientras, Unos 1500 españoles armados solo con espada, pistola y media pica, cruzaron como energúmenos el sitio del río en el que la mujer había descubierto que solo cubría hasta la rodilla. Lo hicieron en silencio hasta que los primeros disparos de los sitiados les causaron las primeras bajas. Diego y sus hombres marchaban en retaguardia, cubriendo con sus fusiles todo intento de asomar por encima de las almenas para hacer fuego. A pesar de todo no pudieron evitar cierto número de bajas, que los españoles se cobraron en sangre cuando pudieron echar pie en las almenas mediante cuerdas y escalas. Gran parte de la guarnición se encontraba dispersa ante la finta de los alemanes.

Cuando los españoles penetraron en Casale se produjo la persecución de los derrotados, con sumo cuidado, pues Espínola había ordenado que se respetara vida y hacienda de los civiles, pero nada había dicho de los soldados. Y su captura podía suponer un suculento rescate.

En eso estaba Diego y sus hombres cuando se encontró con un grupo de franceses que se les echaron espada en mano. Los fusiles acabaron con los primeros, pero Diego tuvo que tirar de ropera contra uno de ellos.
El gabacho era buen espadachín, fino y cadencioso con estilo, pero Diego no estaba para florituras. Con la izquierda desenfundó la daga con gavilanes, y en cuanto pudo paró una de sus estocadas con ella, giró la muñéca y la arrancó de su mano, mientras con la derecha le lanzaba una estocada a la cara que le hizo un profundo corte. El francés gritó y quedó quieto
Diego le puso el acero en el cuello.
-"Votre nom? monsieur".
-"Rochefort, comte de Rochefort".
¿Rochefort? el nombre le sonaba y no era por el queso. Lo había leído o visto en algún sitio. ¡Claro! ahora lo recordaba
"D´Artcan y los 3 mosqueperros". Al menos podría sacar un pico por el rescate.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por tercioidiaquez »

Palais Cardinal, París.

La figura vestida de la púrpura cardenalicia miró de nuevo la carta que había recibido.
Los holandeses se negaban a una ofensiva general. La imposibilidad de capturar la plata española que hubiera financiado nuevos ataques les obligaba a una "vigilancia armada". No iban a rendirse ni nada parecido, pero bastante tenían con encontrar fondos para el enorme ejército mercenario que se veían obligados a mantener en armas. No, por allí no encontraría Richelieu ningún apoyo salvo que las cosas fueran mal para los españoles en otros lugares. Incluso temían que la osada toma de Menorca, que por un tiempo había proporcionado dinero mediante el acoso al cabotaje español, aunque la mayor parte de los beneficios fue a parar a los berberiscos, se volviera en contra de ellos.

¿Italia? Había enviado algún apoyo, y a uno de sus fieles subordinados para enterarse de primera mano de como marchaban las operaciones. No había recibido noticias, lo que en sí, ya era mala cosa. Si no podía apoderarse del Pinerolo para amenazar el Milanesado español, de poco serviría.

¿El Imperio? Esos Augsburgos apoyarían a sus primos mientras ellos les apoyaran a su vez. No olvidaba el importante contingente de lansquenetes que militaban en el bando español. Si pudiera distraerlos, aliviaría la presión en Italia...¿Pero como? O mejor dicho ¿Quíen?

Solo quedaba una opción.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por Gaspacher »

La toma de Túnez I, agosto/septiembre de 1629

El imprevisto de la caída de Menorca y la necesidad de recuperarla habían trastocado los planes iniciales de la armada, motivo por el que Pedro decidió suprimir el siguiente paso que hubiese sido la toma de Bugía, al Este de Argel. En su lugar la flota salto directamente a Túnez, otro de los grandes nidos berberiscos cuyas naves hostigaban el comercio y depredaban las costas cristianas.

Para ello y tras zarpar de Valencia se dirigieron a la isla de Malta, donde se reunieron con las galeras de “La Religión”, y con la escuadra de Galeras que les servirían de refuerzo en esta empresa. Su objetivo era por supuesto el fuerte de la Goleta, que dominaba el puerto y el acceso de Túnez. Esta fortaleza construida a ras de agua era otro objetivo perfecto para los brulotes explosivos que tanto éxito habían tenido en ataques precedentes.

Una vez más la flota al completo se presentó frente a La Goleta. Esta vez contarían con la ayuda de seis compañías del tercio Nuevo de Nápoles y varias compañías de mercenarios suizos y alemanes, así como dos coronelías de voluntarios italianos aportados por los Virreyes de Nápoles y Sicilia. Tal era la fama de la armada Real en estos momentos que su nombre resonaba en el Mediterráneo y se tomaba por segura cualquier empresa que está acometiese.

Al llegar frente a la Goleta, la flota se desplego para bloquear su puerto, mientras las galeras, transformadas en naves de desembarco se aproximaron a las playas cercanas donde embarrancaron con la bajamar. De inmediato los marineros lanzaron unas rampas de madera preparadas exprofeso en su proa, bajando por ellas los soldados en apretada formación.

En tierra sus capitanes reunieron a los soldados que formaron sus cuadros para preparar su defensa y asegurar sus playas. Poco después los soldados se aproximaron a unos mil cuatrocientos pasos de la fortaleza, desplegándose frente a ella. El sol era abrasador, pero cada soldado había sido provisto de una calabaza llena de vino aguado, y desde varios caramuzales ya se trabajaba en descargar suministros, especialmente agua y vino.

De inmediato y mientras la mitad de los soldados permanecía en guardia, el resto cogieron los picos y palas que habían llevado consigo para empezar a cavar una trinchera. Durante las horas siguientes los hombres cavaron una trinchera de dos varas de ancho por una de longitud, acumulando la tierra tras ellos. Una vez hecho el resto de las tropas se les unieron para cavar nuevas trincheras en los flancos y la retaguardia. El sistema copiado de los romanos no acababa de convencer a Pedro, quien pensó que algún día debería mejorarlo mediante la adición de sacos terreros.

Esa misma noche finalizo el desembarco de los cañones que a la mañana siguiente estaban listos para disparar.


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Mensaje por Gaspacher »

La toma de Túnez I, agosto/septiembre de 1629

—Unos cañones impresionantes, general. —Dijo el general napolitano Jerónimo Caraffa Carraciolo, quien llevaba en los ejércitos del Rey desde los tiempos del viejo Rey Felipe II, habiendo servido en los frentes más importantes de la época y que ahora servia como segundo de Pedro.

—Una tecnología impresionante, general. —Respondió Pedro quien como comandante de la expedición y conforme a las costumbres de la época tenía el mando también en tierra. —Impresionante y secreta pues su modo de fabricación es un secreto bien guardado.

—Lo entiendo, nunca había visto cañones de tamaño alcance y potencia.

—Pues si esto le parece impresionante espere a la noche, general. Cuando caiga la noche los artilleros saldrán al campo en compañía de tropas de cazadores que les proporcionaran seguridad. Allí instalaran las baterías de cohetes para bombardear la fortaleza. Cada cohete lleva una libra y media de pólvora en su cabeza, por lo que daremos un sobresalto a los sarracenos. —Explico Pedro.

Los bombardeos continuaron durante los seis días siguientes. Durante el día los cañones batían las murallas y durante la noche eran los cohetes y en un par de ocasiones los buques de la escuadra los que se sumaban al bombardeo agravando los daños mientras los artilleros descansaban. Al término de aquellos seis días los muros de la fortaleza de la Goleta presentaban ya tres brechas que debía permitir el asalto.

—General Caraffa, asaltaremos el fuerte esta noche. —Dijo Pedro a l general Caraffa.

—Un asalto nocturno es muy peligroso, general. —Respondió el napolitano.

—Lo sé, por eso será un golpe de mano y lo lanzaremos desde el mar simultáneamente desde los frentes exterior e interior. —Dijo refiriéndose a mar abierto y a la laguna interior de Túnez. —Dos fuerzas pequeñas de doscientos hombres cada una que deberán acercarse en silencio y tomar el fuerte por sorpresa.

—Nos verán si tratamos de transportar los botes a la laguna interior, y es una tarea que precisa de varias horas, y si aquellas fuerzas hacen ruido al remar... —Dijo Jerónimo.

—Precisamente por ello no utilizaremos los botes sino las balsas salvavidas, Don Jerónimo, y los remos serán envueltos en cuero para amortiguar el ruido. —Explico Pedro. —Cuando caiga la noche los hombres traerán las balsas al lago interior y bogaran hasta colocarse en posición mientras los cohetes continúan con su bombardeo como todas las noches. Daremos cuatro salvas de tiempo para que los botes se coloquen en su punto de partida, y cuando vean que disparamos la quinta, las fuerzas de ataque iniciaran su aproximación final. Los turcos saben que tardamos entre treinta y cuarenta minutos entre salvas, así que para cuando los nuestros estén llegando al fuerte los turcos deberán estar más preocupados ocultándose a la espera de la siguiente salva que de vigilar los frentes de mar. Esa será nuestra oportunidad.

—Como he dicho, una estrategia muy peligrosa, pero también ofrece una oportunidad de primera magnitud, con el permiso de vuesa merced me uniré a la fuerza de asalto. —Dijo el bravo soldado ofreciéndose voluntario.


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