Un soldado de cuatro siglos

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Gaspacher
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Dunkerque, 2 de julio

Tras regresar de sus ejercicios matutinos, Pedro se reunió con Francisco de Melo para dirigirse a la iglesia, donde asistirían al oficio religioso. Al entrar en la iglesia Pedro no pudo dejar de observar un panfleto apoyado descuidadamente sobre un banco que recogió con curiosidad.

—Esos panfletos llevan apareciendo a lo largo y ancho de Flandes desde unos años atrás. —dijo Melo al ver la cara de extrañeza del marqués del Puerto. —En ese en concreto hablan de la quema de mujeres en Alemania y ha causado mucho revuelo…incluso varios comerciantes alemanes han tenido que ser protegidos por el ejército para evitar su linchamiento.

—Los linchamientos rara vez empiezan espontáneamente. ¿Alguien sabe cómo empezaron? —preguntó Pedro.

—Algunos párrocos han sido excesivamente vehementes en sus sermones. —respondió Melo.

—Entonces debemos hablar con los obispos para que los controlen. Los tumultos son algo que no podemos permitir.

—Don Pedro, vuesa excelencia debe saber tan bien como yo que no será fácil tratar con la Iglesia.

—Lo sé, Don Francisco, pero no podemos permitir que solivianten el pueblo. Además no tenemos por qué actuar sin pensar. En el peor de los casos identificaremos a los sacerdotes problemáticos y solicitaremos a los obispos su traslado a lugares en los que no puedan causar problemas, tal vez incluso a nuestras filas.

—Sacerdotes en los tercios. —río Melo por lo bajo. —Desde luego allí podrán salvar muchas almas. —Cuando salieron de la iglesia Pedro no pudo sino dejar de notar que varios de los feligreses recogían los panfletos al salir.

—No deberíamos negociar con el enemigo, mi señor. —dijo el general Melo una vez fuera de la iglesia. —Acabáis de asestar un golpe demoledor al enemigo, es hora de atacar con fuerza.

—Don Francisco, hemos logrado una victoria, pero seguimos atrapados entre tres enemigos. El primero de ellos al norte, esta resguardado tras sus murallas y puede hacernos perder mucho tiempo y fuerzas en penosos asedios. El segundo de ellos a oriente, tiene un ejército pequeño pero muy profesional, con buenos comandantes y un rey de reconocido ímpetu. Y por último al sur de aquí están los franceses, con un ejército que nos triplica en número. Sino reducimos el número del enemigo, acabaran aplastándonos entre ellos.

—No creo que los suecos se muevan contra nosotros. —dijo Melo. —Su objetivo siempre ha sido el Imperio.

—Es cierto, pero la mera amenaza sobre el imperio nos perjudica enormemente, cortando nuestras vías de suministros y refuerzos. Tened por seguro que si es necesario, estoy dispuesto a entrar en el Imperio para acabar con Gustavo y los suyos.

—Apartar el ejército de Flandes sería una temeridad, Don Pedro.

—Lo sé, de momento tan solo es una posibilidad, pero espero que os deis cuenta de mi resolución para acabar con este estancamiento general de una vez por todas. —dijo Pedro. —En breve os detallare mis órdenes, de momento sabed que vamos a construir dos grandes bases de suministros con las que sostener las operaciones, ya sea en el norte, como en el sur, en Francia. El Cardenal-Infante fracaso en su ataque a Paris a causa de la falta de suministros, y no permitiremos que tal cosa vuelva a ocurrir…

—Esos almacenes serán vulnerables.

—Perded cuidado, los fortificaremos. —dijo Pedro. —Además en cada uno de ellos construiremos un palomar, así dispondremos de palomas mensajeras que apoyaremos con un sistema de torres de telégrafo óptico que recorra todo Flandes.

—Eso será mucho dinero, Don Pedro. —dijo Francisco de Melo abriendo exageradamente los ojos. —muchísimo dinero, y las pagas de los hombres…

—Don Francisco, deje vuesa merced que yo me preocupe del dinero…

Esa misma tarde Pedro acudió a pasar revista a las tropas que Melo había traído consigo, aprovechando para repartir las pagas que se les debía y que habían viajado con el convoy de socorro. También paso revista a la artillería del ejército de Flandes, dos docenas de buenos cañones de bronce. Sin embargo no pudo dejar de advertir que sus cureñas habían quedado terriblemente anticuadas.

—¡Don Alfredo! ¡Don Alfredo! —llamó a voces a su maestro carpintero, para decirle cuando llegó. —Don Alfredo, necesitamos cureñas modernas para esta artillería. No podemos permitirnos continuar con armas no modernizadas en servicio.

—Me pondré con ello de inmediato, mi señor. —respondió el carpintero.


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El soldado español de la guerra franco-española de 1640. A Palacios.

…a cada soldado se le entregaban tres uniformes de “campaña”, de un color marrón-verdoso o caqui compuestos de pantalón y chaqueta, y cuatro camisas blancas. Su equipo se completaba con un par de botas de cuero con cuatro pares de calcetines, dos pares de alpargatas para el campamento, y un sombrero de fieltro de ala ancha o chambergo. Como única prenda de abrigo se entregaba un grueso jersey de lana, aunque entre las fuerzas desplegadas en Flandes también se entregaron capotes de lona de castilla para combatir las frecuentes lluvias de la zona.

En cuanto a su equipo, este constaba de un saco petate para campaña que servía para transportar su equipo personal con la impedimenta de la compañía. Una mochila de cordura y cuero, facilitaba el transporte de su equipo de campaña, que consistía en; un saco de dormir llamado de oruga, los más estaban rellenos de lana y algodón, pero los oficiales y algunos soldados afortunados, sobre todo los desplegados en Flandes, solían adquirir sacos de pluma, mucho más calientes y aislantes. Dos mantas de lana y una esterilla que servía de aislante, completaban el equipo de cama.

Dentro del propio equipo se repartían gabatas y cantimploras de madera o latón, en ocasiones sustituidas por la sempiterna bota, y un juego de platos y cubiertos para la alimentación del soldado. Con ello por primera vez se tomaba la logística como un elemento indispensable a la hora de mantener al soldado en campaña. Una cartuchera de cuero rectangular con tapa que debía llevarse a la cadera derecha, y un morral que iba a la espalda, debajo de la mochila. Por ultimo una navaja que hacía las veces de herramienta para todo y servía tanto para alimentarse como para aflojar tornillos o cortar tela.

Más interesante era el equipo de combate. Este constaba de un mosquete ligero modelo 1632, con cuchillo de combate, también llamado Breda o Bayoneta. Uno de los mayores contrastes con los años precedentes era la desaparición de las espadas roperas como arma del infante, sin embargo al igual que ocurría con las corazas, se siguió haciendo la vista gorda cuando los soldados las adquirieron por su cuenta.

El equipo se completaba con los utensilios de mantenimiento del mosquete como rascador, un bloque de madera que servía para preparar la munición y almacenarla en la cartuchera dispuesta para su uso. Una lata de grasa para el mosquete, herramientas para desmontar el cañón y el rastrillo, extractor de baquetas y pedernales de repuesto, y una aguja para mantener abierto el oído del mosquete libre de residuos de pólvora. Para fabricar las balas se disponían de unas tenazas esféricas y de un rascados para alisarlas. Junto a estas, un cuerno de pólvora que sería sustituido paulatinamente por una petaca de latón, y un embudo que servía para confeccionar los cartuchos.

Dieciséis soldados formaban un pelotón al mando de un sargento o cabo 1º. Cada pelotón estaba dividido en dos escuadras al mando de sendos cabos, y cada una de estas escuadras recibía una tienda de campaña de lona de castilla elástica...


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Archivo General de la Armada, legajo XXXI, correspondencia entre Don Pedro Llopis, marqués del Puerto, y Don Ignacio de Otamendi, ingeniero general de la armada.

…Estimado amigo, no voy a hablaros en este momento del caos de la batalla que libramos en las islas Frisias. Baste decir en estos momentos, que nuestros hombres lucharon con valor y fiereza para llevarnos a la victoria.

Quiero por el contrario comentaros algunos aspectos que vi durante la batalla, especialmente los referidos a los magníficos navíos que estáis construyendo y que tan buenos resultados nos han dado. Aunque no sufrimos muchas muertes, muchos de nuestros hombres si resultaron heridos, lo más por las astillas que se desprendían a causa de los cañonazos del enemigo. Por fortuna nuestros cirujanos son los mejores que puedan existir. Un problema el de las astillas, contra el que la única medida de defensa posible es el anudar las hamacas sobre la madera, de forma que estos absorban el impacto de aquellos astillazos.

Por este motivo me gustaría que estudiaseis la forma de impedir o al menos reducir el peligro de loas astillazos. He pensado en que una posibilidad sería el revestir el interior de los navíos de tela de vulcano. Esta al ser flexible pero dura, podría impedir el desprendimiento de los astillazos al quedarse las astillas pegadas a la tela. Incluso podía reforzarse la tela de vulcano con una malla de alambre para aumentar su resistencia a los desgarros. Por supuesto esto aumentaría el peso de los navíos, pero como nuestra artillería es mucho más ligera, y a falta de hacer los cálculos necesarios sobre la distribución de pesos, debería ser posible.

Es prioritario para la Armada lograr un blindaje contra los astillazos. Bien de los dos modos que he mencionado, con tela de vulcano ya sea en interior del navío, ya entre sus cuadernas y el forro exterior, o bien de cualquier otra forma que idee vuesa merced.

Por favor, no perdáis tiempo y no tengáis reparo en solicitar cuantos fondos preciséis, pues repito una vez más que lo considero de la máxima importancia…


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Amberes, 2 de julio

—¡La flota española está bloqueando nuestros puertos! ¡Ayer capturaron un filibote que traía madera y cobre de Suecia, y hace cuatro días uno que traía pieles y trigo desde Riga. ¿Qué pensáis hacer para romper el bloqueo? —preguntaron a gritos.

—¡Los buques que capturaron y su artillería están siendo desmontados en Dunquerque!

—¡Sí, y tienen tantos Herring buss que los han tenido que varar en las playas de los alrededores! —gritó otra voz. —¡Nuestros pescadores están retenidos en la ciudad, y el arenque lo venden los españoles! ¡Tromp debe ser sometido a juicio!

—¿Habéis tomado alguna medida para reforzar nuestras fortalezas en tierra? —quiso preguntar otro. —¡Su nuevo general, el Lobo, es conocido por capturar ciudades y fortalezas en cuestión de días cuando deberían haber resistido meses!

Como el estatúder había previsto, las derrotas en el mar habían supuesto un duro golpe y como le gustaba decir, alborotado el gallinero. Por desgracia todas las apreciaciones que se oían, tenían un viso de verdad en ellas. Era cierto que el bloqueo de sus costas les estaba perjudicando mucho, y que varios comerciantes desprevenidos, habían sido capturados por los bloqueadores ante sus propios ojos. Unas capturas que sumadas a las de los Herring Buss sin duda alimentarían las arcas del ejército español durante meses, al mismo tiempo que les privaban a ellos de una buena fuente de financiación.

En el propio puerto de Dunkerque los españoles estaban desmontando varios de los buques que habían capturado el mes anterior, suponía que por haber quedado demasiado dañados, aunque había oído que varios de sus grandes cañones habían sido agrupados para formar un grupo de artillería de asedio. ¿Significaría eso que iban a utilizar cañones de 32 libras como artillería en tierra? Sin duda era preocupante, aunque por lo que había escuchado de él, se ajustaba al carácter del nuevo comandante español a quien llamaban el Lobo por su apellido. Con un suspiro se levantó de la silla, y gritó para hacerse oír.

—¡Señores, SEÑORES! —gritó con fuerza hasta que las voces se acallaron para escuchar lo que tenía que decirles. —El Lobo nos ha escrito una misiva, dice estar dispuesto a reunirse con nosotros para acordar una tregua si regresamos a las fronteras anteriores a la reanudación de las hostilidades. —eso por supuesto desató un nuevo griterío.

—¿Y devolverles nuestras conquistas?...

—¡Si viene a la ciudad estudiara nuestras defensas para conquistarla con más facilidad!

—¡Inaceptable!...


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Mientras trataba de negociar una tregua con las Provincias Unidas para ganar un poco de tiempo, Pedro se enfrentaba a la necesidad de convertir a aquellos soldados de los tercios, acostumbrados a tácticas de formaciones en cuadro y con mangas de arcabuceros y mosqueteros, en un ejército moderno basado en el mosquete. Una difícil tarea que tuvo que acometer con sumo cuidado, pues un paso en falso hubiese podido significar quedarse sin ejército frente a fuerzas muy superiores en número.

Pensando en mantener sus fuerzas en el mejor estado posible, escogió seis tercios para su transformación en unidades modernas, dos españoles, dos italianos, y los dos últimos valones. Serían las primeras unidades a transformar, mientras el resto del ejército mantenía sus viejos modelos, constituyendo la fuerza principal en aquellos momentos.

En primer lugar reunió a los oficiales de los tercios creando tres compañías de instrucción, a las que agregó un buen número de soldados veteranos que fueron ascendidos a sargento o cabo. Durante los tres meses siguientes todos ellos realizarían su entrenamiento básico del soldado. Durante las mañanas a primera hora, dos horas de entrenamiento físico y de combate cuerpo a cuerpo, que consistía en carreras por las playas del norte, y lucha tanto sin armas como con espada, lanza y otras armas.

Cumplido este entrenamiento y tras un descanso de una hora pasaron a realizar maniobras de orden cerrado durante tres horas. En ellas aprendían a marchar al son del tambor, a realizar giros cerrados tanto en marcha como en parado, a realizar variaciones para tomar una nueva dirección durante la marcha, siempre con el objetivo de mantener una cerrada cohesión de las unidades, que así no podrían ser destruidas por un ataque de caballería.

Por fin por la tarde, tras dos horas destinadas a la alimentación y al descanso, los soldados podían relajarse asistiendo a clases en las que los instructores les enseñaban tácticas modernas; marchar al paso, cambio de columna a línea, reformaciones de línea o en cuadro para hacer frente a la caballería, disparar por pelotones, disparo en salvas cerradas o por filas, en fin, todo lo necesario para que llegado el caso, pudiesen sobrevivir en el campo de batalla y llevar a sus fuerzas a la victoria. También asistían a clases de armamento, en las que se les enseñaba a manejar y mantener sus mosquetes y las nuevas armas, así como el empleo del nuevo sistema de señales, y otros aspectos de la guerra moderna.

Esta rutina que duraba de lunes a sábado tan solo era interrumpida para realizar un ejercicio de tiro y una marcha semanal. Estas marchas que empezaron por ser de tres leguas, pronto fueron aumentando la distancia con el fin de alcanzar las diez leguas a final de su instrucción. Incluso en algunos casos realizarían marchas forzadas para recorrer doce leguas o incluso más.

En unos meses, antes de la llegada del invierno, aquellos hombres serían enviados de nuevo a sus unidades para instruir al resto de soldados, siendo sustituidos en la escuela por los oficiales de otros seis tercios, que a su vez antes de primavera serían sustituidos a su vez. Solo que esta vez no serían seis, sino doce, pues se consideraba que para entonces los primeros seis tercios ya habrían terminado su entrenamiento moderno, y esto era toda una garantía para que el ejército no fuese sorprendido a medio entrenar.

Sí, sin duda el próximo verano al menos la mitad del ejército habría sido reformado a las nuevas tácticas, y para el invierno del 43 todo el ejército de Flandes se habría convertido en una máquina de combate capaz de arrasar a sus enemigos…a menos claro, que los franceses y holandeses se moviesen antes. Sabía que debía encontrar la forma de impedir tal cosa. Si tan solo pudiese establecer una tregua con los holandeses…


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Valencia julio de 1642

—¡Alteza, alteza! estamos llegando a la ciudad. —Una insistente llamada a la puerta despertó al archiduque de su sueño, la ligera duermevela que le permitía su enfermedad, el mal de barco. El viaje en barco había sido una pesadilla entre mareos y vómitos que le impidieron descansar adecuadamente entre aquellas estrecheces. Ahora por fin estaban llegando a la ciudad de Valencia, desde la que debería trasladarse a Madrid para entrevistarse con el rey de las Españas, su tío Felipe IV.

Con un suspiro se lavó la cara y subió a cubierta. Aún faltaban un par de horas para el amanecer cuando vio la ciudad por primera vez.

—¿La ciudad está en llamas? —preguntó asombrado a causa de la luz que iluminaba el horizonte.

—No, alteza, son las luces de la ciudad. Todas sus calles están permanentemente iluminadas durante la noche. —explicó el capitán genovés del galeón que le estaba trasladando. —Es impresionante, ¿Verdad? No tengáis cuidado, llegaremos a la ciudad a media mañana. —dijo antes de alejarse dando órdenes a su tripulación.

—Había escuchado hablar de esto, pero escuchar de ello y verlo es muy diferente. —dijo el duque a su criado…
Apenas pasaban las diez de la mañana cuando al mismo tiempo que una galera tomaba a remolque a su galeón, para llevarlo al interior del puerto. Por lo que el capitán le contó, la galera debía haberse comunicado con rapidez con el puerto pues menos de dos minutos después, los cañones de la fortaleza empezaron a disparar para dar la bienvenida al archiduque de Austria Fernando IV, hijo de Fernando III, Emperador del Sacro Imperio.

El puerto estaba repleto de galeones, repartidos por sus muelles o fondeados en un lugar apartado. No era difícil ver como decenas, tal vez cientos de estibadores se empleaban a fondo para cargar o descargar los galeones, llevando las mercancías a los grandes almacenes situados cerca de los muelles. Lo que más le sorprendió fue sin embargo, el bullicio del puerto. Sobre todo el procedente de las tabernas que había a pie de muelle, donde podía verse a muchos marineros descansando frente a jarras de bebida en mesas colocadas bajo grandes pérgolas en frente de la fachada de las tabernas.

El galeón fue hábilmente colocado junto a un muelle al que amarró, con sus costados protegidos por extraños sacos de voluminoso aspecto pero que parecían pesar muy poco. Desde el momento en el que amarró hasta que pudieron extender una pasarela entre el muelle y la cubierta, solo pasaron unos minutos. Una compañía de soldados con sus uniformes azules y fajín rojo, formaba al pie del muelle en recias filas, dando muestras de una gran disciplina. —¡Presenten… armas! —sonó la voz del oficial que comandaba aquella fuerza, dando paso a los enérgicos movimientos de los soldados que colocaron sus mosquetes sobre el hombro izquierdo.

—¡Bienvenido, Alteza! Soy el coronel Fajardo, comandante del puerto. Espero que haya tenido un viaje tranquilo y sin sobresaltos, el virrey le espera en la ciudad. —le explico el comandante de la guardia. Segundos más tarde un carruaje le trasladaba a la ciudad, seguido por una escolta de veinte jinetes. Durante todo el trayecto no pudo dejar de contemplar las calles adoquinadas perfectamente limpias, pero sobre todo, las grandes grúas de madera y metal, usadas por todas partes para la construcción, muy diferentes a las que él conocía.

—Alteza, ¿deseáis un poco de tiempo para tomar un baño antes de acudir a ver a su excelencia el Virrey? —preguntó el coronel.

—¿Un baño? He oído que ahora los baños son muy habituales en España. —respondió el archiduque. —¿El virrey Don Rodrigo se ofenderá si acudo así?

—Por supuesto que no, alteza. Su excelencia sabe que acabáis de desembarcar y que no tendréis vuestro equipaje con vos. Lo mencionaba por vuestra propia comodidad.

—Sí, eso puede ser un problema…—dijo Fernando pensativo mientras miraba al coronel. —Pero mejor llevadme ahora al baño y ya solucionaremos lo de las ropas. Tal vez pueda comprar algunas. El corte de las vuestras parece interesante…


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La Haya, 18 de julio de 1642

—¿No pretenderéis aceptar la propuesta española? —preguntó la mujer apretando con fuerza la carta que acababa de leer. —Si os convertís al catolicismo nunca…

—¡Madre! Nos ofrece su ayuda para reclamar los predios de padre con una mera conversión.

—¿Decís que Heidelberg bien vale una misa? Es indigno de vos.

—Solo digo que deberíamos hablar con el Lobo, nos ha ofrecido negociar en Bruselas y nos ofrece salvoconducto hasta allí.

—Negociad si queréis, pero sabed que renegare de cualquiera de mis hijos que se convierta al catolicismo. —dijo la mujer ante sus hijos reunidos a su alrededor.

—Lo sabemos, madre, siempre nos decís lo mismo…—dijo el hombre mirando a sus hermanos.

—La guerra con España parece eternizarse, y acaban de derrotar a la neerlandesa por lo que ahora bloquean sus puertos. Sabéis tan bien como yo que el rey Carlos está fuertemente presionado por el parlamento en Inglaterra. El año pasado tuvo que ejecutar a su mano derecha por voluntad del parlamento, y la rebelión en Irlanda ha tomado nuevas fuerzas.

Una vez más España está logrando una posición de fuerza, eso dará nuevos ánimos al Emperador, y nosotros seguiremos en el exilio. No perdemos nada por hablar con el Lobo. En el peor de los casos nos quedaremos como estábamos.


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Kronborg, 21 de julio

La flota se deslizaba lentamente frente a la fortaleza de Kronborg para entrar en el báltico sin que nadie de la guarnición se atreviese a mover un dedo. Las dos docenas de cañones que artillaban la fortaleza parecían totalmente ridículos frente al millar de cañones que aquella flota debía artillar, la mitad de ellos en la banda de estribor que miraba hacia la fortaleza. Por fortuna las portas permanecían cerradas, pero nadie dudaba que tras ellas, había cientos de cañones preparados por si era necesario combatir para forzar el paso.

—¿Qué hacemos? —preguntó un oficial. —No creo que se avengan a pagar por cruzar el estrecho…

—¡Dejadlos pasar! —respondió el comandante. —De todas formas no creo que lleven ninguna carga comercial…

—Sí, esos solo llevan cañones y soldados. —dijo el oficial mientras contemplaba por enésima vez a aquella flota, que navegaba formando una larga hilera.

La Escuadra Blanca de la Armada española supero sin dificultad el estrecho de Oresund. Ahora había una flota católica en un mar dominado por estados protestantes, y pronto iban a dejar hacer sentir su poder. A bordo del navío Bahama, el almirante Don Enrique Benavides la Cueva y Bazán, respiro con tranquilidad por primera vez. Había temido que los daneses tratasen de impedir su paso, pues tenía órdenes estrictas para no causar una guerra con los neutrales daneses. Por fortuna habían superado el estrecho, y ahora podían lanzarse a depredar aquel mar. Su primer objetivo, el lugar en el que Gustavo Adolfo desembarcó en Alemania años atrás, Peenemünde.

Durante los próximos dos meses dejaría sentir el poder de su escuadra en aquel mar. Sus hombres estaban cansados pero con la moral bien alta. Habían podido descansar una semana en Dunkerque. Un tiempo en el que habían aprovechado para abastecer sus navíos antes de reemprender la campaña. Una campaña que prometía abundantes botines…

Lisboa

—Vuestro antiguo amigo ha llegado a Flandes, y lo ha hecho en fuerza, destruyendo la flota holandesa. —dijo el nuevo monarca. —Creí que el rey Felipe lo enviaría a por nosotros.

—Yo también lo creí así. Esto ha sido un error, ahora disponemos de tiempo para afianzar nuestras defensas. Debéis prepararlas, si viene Don Pedro…

—Lo sé, ¿Sabéis como le llaman en Europa?

—Sí, Llopís, el Lobo, el nombre le va bien. Cuando venga a por nosotros vendrá como un lobo, tenedlo por seguro, y no se detendrá hasta acabar con nuestra familia. Él mismo menciono algo así en una ocasión. Estábamos jugando al ajedrez, no creo que llegase a imaginar esta situación, pero me dijo que él era un animal de presa, que destrozaría a todo enemigo que el rey Felipe le indicase.

—Entonces debemos prepararnos, esperemos que los holandeses le entretengan lo suficiente, al fin y al cabo Flandes ha sido la tumba de muchos generales…


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Durante las semanas siguientes a su llegada, Pedro se empleó a fondo para preparar el ejército para nuevas campañas. En primer lugar puso al día los pagos a los soldados del ejército de Flandes, utilizando parte del oro que había llevado consigo. Al mismo tiempo se hizo público un edicto, mediante el cual ser ofrecía a todo católico la oportunidad de alistarse en el ejército español, ofreciéndose no solo un sueldo, sino también la entrega de tierras en las Indias al término de un servicio de armas de veinte años.

Mientras tanto los ingenieros que habían llegado con la flota se dirigieron a sus nuevos destinos. Un equipo de ingenieros se dirigió al sur de Chimnay, junto al nacimiento del río Oise. Aquel punto había sido elegido para construir una gran fortaleza que habría de convertirse en la base de operaciones de su ejército. Por ello se construirían grandes graneros, almacenes para los alimentos, y unas caballerizas con las que servir al ejército.

Una segunda fortaleza similar a la primera habría de construirse al norte de Maastricht, junto al río Mosa. Serían las dos primeras de una serie de fortalezas de nuevo cuño que pretendían modernizar las defensas de Flandes, ya no con un cariz puramente defensivo, sino como parte de un planteamiento claramente ofensivo. Pronto miles de trabajadores empezaron a trabajar en aquellas nuevas fortalezas, poniendo en juego toda la experiencia acumulada en las décadas precedentes, incluyendo construcciones civiles como el puerto y las presas de Valencia.

—El ejército actual es insuficiente para derrotar al enemigo. —explicó Pedro. —Necesitaremos sesenta mil hombres en tres cuerpos de maniobra. Para ello debemos adoptar una actitud defensiva en Flandes mientras realizamos los preparativos. Eso no significa que vayamos a permanecer ociosos. Vamos a emplearnos a fondo para reformar el ejército, y mientras tanto vamos a realizar movimientos tácticos limitados para mejorar nuestras posiciones.

Nuestro primer objetivo será el ducado de Lorena. Es un objetivo sencillo, la población aún es leal a su Duque en el exilio y los franceses no tendrán apoyos, por lo que no podrán fortificarse. Atacaremos con rapidez y decisión para expulsarlos, y con ello amenazaremos las fuerzas que tienen en el Franco Condado, que también tendrá que ser evacuado. Con un solo movimiento desmontaremos todo el flanco del ejército francés, a la vez que amenazamos las posiciones suecas en el Palatinado.

—Eso podría atraer a los suecos sobre Lorena. —comentó el general Melo.

—Eso espero. A estas horas los efectos de la presencia de nuestra flota en el báltico ya deben estar dejándose sentir. La falta de suministros y refuerzos no tardara en poner nerviosos a más de un comandante enemigo...

No quiero equívocos, la única forma de salir con bien de esta, es eliminar a nuestros enemigos uno a uno. Y de los tres enemigos que podemos enfrentar aquí, franceses, holandeses y suecos, los últimos son más débiles. Si derrotamos su ejército, infringiéndoles una derrota considerable, se acabó todo para ellos. No tienen capacidad para organizar un segundo ejército, pero precisamos destruirlos.


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Mensaje por Gaspacher »

El uniforme español sería bastante similar a estos con algunas salvedades. Botas en lugar de zapatos, y sombrero chambergo con pluma como era típico en la primera mitad del XVII

http://1.bp.blogspot.com/-C0jBbwQK7Gw/U ... IA0006.jpg

Los colores también cambiarían un poco, siendo un caquí más o menos como este

La lamina procede de http://miniaturasmilitaresalfonscanovas ... %20%20XVII

En cuanto a la panoplia de enseres del soldado, parte de ella (sobre todo la relacionada con las armas), puede verse

http://www.eborense.es/sdr_Cantabria_1809_panoplia.jpg
http://www.eborense.es/soldados1808_pg_ ... linea.html

Cambian los uniformes, y se añaden enseres como las mochilas, petates, etc.


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Dunkerque

Miles de mosquetes de horquilla y arcabuces permanecían apoyados en las paredes mientras dos maestros armeros los repasaban pacientemente. Eran las armas de las unidades que permanecían en instrucción según el nuevo modelo. Armas que ahora serían destinadas a la venta, tal vez al rey de Inglaterra, que ahora se estaba enfrentando a su propio parlamento en una guerra civil.

En algún lugar de la costa sueca

Una persecución se estaba dando frente a la costa sueca, al alcance de la vista de quien quiera que pudiesen verla desde allí. Un filibote navegaba a todo trapo en un intento de ganar puerto, mientras era perseguida por una zabra en la que ondeaba la enseña española. Por desgracia para la nave sueca, la zabra resultó ser más rápida, y no mucho después alcanzó al filibote y lo obligo a detenerse tras hacer uso de su artillería.

La zabra corsaria San Ignacio acababa de capturar un mercante sueco cargado de lona de Riga y miel. Dos productos que alcanzarían un buen precio cuando los vendiesen.

Puerto de Gdansk

El navío Águila acababa de entrar en el puerto junto a dos mercantes capturados los días anteriores. Su comandante, el capitán de navío Bastida, esperaba poder vender los buques y sus cargas en el propio puerto. Siempre sería más sencillo transportar la plata que le diesen por ellas que tener que convoyar las cada vez más numerosas presas que se estaban haciendo.

A unas yardas de allí, el capitán Johansoon decidió quedarse en puerto. No estaba dispuesto a hacerse a la mar mientras la escuadra española permaneciese en aquellas aguas. Prefería perder los beneficios de ese año que arriesgarse a ser capturado y perder su forma de vida, su filibote y la carga que este transportaba. Ahora solo quedaba lamentarse y rezar por que los españoles se fuesen algún día, cuanto más pronto mejor…

Vilna

—Voy a alistarme en el ejército español. —dijo un mozo animadamente en la universidad.

—Tú te has vuelto loco. —respondió uno de sus compañeros desatando las carcajadas de los presentes.

—Reíros todo lo que queráis ¿Cuál es mi futuro aquí? ¿Estudiar y vivir una vida gris como escribiente o entrar en la Iglesia? Tengo tres hermanos mayores, así que mis esperanzas de heredar o conseguir un buen matrimonio son escasas. El ejército español paga bien, hay muchas posibilidades de saqueo, y a los veinte años de servicio entrega tierras a los veteranos en las Indias como parte de su licencia.

—He oído que son veinticinco años, no veinte. —sonó una voz en los dormitorios.

—Para los católicos son veinte años. Los veinticinco son para los herejes, aunque he oído que si los católicos extienden aún más su servicio llegando a los veinticinco años, al finalizar se les entregan más tierras. —cuando dijo esto, los ojos de varios de los presentes brillaron con avaricia.

En una playa de Cornwall

Miles de mosquetes de horquilla y arcabuces eran descargados en la playa desde un galeón español. Armas desechadas por el ejército tras la adopción de los nuevos modelos de mosquetes, que ahora eran vendidas en Europa con el fin de lograr unos reales adicionales con los que mantener su ejército. Eran decenas de miles de mosquetes procedentes de los arsenales, ahora desechados, e incluso armas de factura francesa e italiana capturadas en las campañas italianas.

Sin embargo no todas las armas serían vendidas en Inglaterra o Polonia. Muchas serían enviadas de contrabando a Irlanda, donde servirían para armar a los católicos irlandeses durante su revuelta.

Norte de Valencia

La milicia Efectiva al completo se había reunido en el norte del reino de Valencia por la que suponía la amenaza francesa. Treinta mil franceses habían entrado ya en Cataluña uniéndose a las milicias catalanas, lo que suponía un ejército de cincuenta a sesenta mil hombres en Cataluña, y cada día aumentaba su número conforme los franceses enviaban más y más refuerzos.

La situación era sin duda angustiosa. Todos sabían que Richelieu quería capturar Valencia y sus riquezas, pues con ellas podría financiar la guerra durante años. El oro del Real Banco San Vicente Ferrer, y de las cajas de ahorros y montes de piedad aparecidos la última década supondrían con facilidad millones de ducados. Y tan importantes como el oro, eran las factorías establecidas en el reino. Factorías en las que podría capturar las formulas del vidrio, de los espejos, de la porcelana, y de tantas y tantas maravillas que podrían relanzar la economía francesa a la vez que acababan con el monopolio de estas que tenía el reino de Valencia. Todo ello sin olvidar las riquezas de burgueses y nobles valencianos y sus opulentos palacios en los que era fácil encontrar las más finas riquezas.

Con todo esto encima de la mesa no era extraño que los franceses hubiesen convertido Valencia en su objetivo principal, y precisamente por ello las milicias se habían concentrado en el Maestrazgo para acabar con la amenaza. Tres regimientos de infantería de línea con nueve mil infantes, entrenados en las nuevas tácticas, la totalidad de los disponibles en la Milicia Efectiva. Junto a ellos cuatro batallones de voluntarios, uno de ellos el de cazadores del Maestrazgo, soldados que con sus mosquetes rallados y sus uniformes y boinas verdes, actuaban en orden abierto aprovechando el terreno para totalizar los doce mil infantes.

El ejército se completaba con su regimiento de caballería de la milicia y cuatro escuadrones de voluntarios formados por los gentileshombres del reino. En total mil seiscientos cuarenta jinetes, la mitad de ellos coraceros y el resto de caballería ligera. Por ultimo dos grupos de artillería que totalizaban los cuarenta y ocho cañones, la mitad de a doce y el resto de a ocho libras.

Un gran ejército que esperaba a que el Virrey nombrase un general…


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tercioidiaquez
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Puerto de Valencia
Al bajar del barco Diego se dio cuenta de la importancia que había cobrado Valencia. Moderna y próspera sin duda era ya un motor y aun mas lo sería, de la economía y el desarrollo de España en un futuro, si no la ocupaban los franceses.

Se dirigió al palacio que le habían designado como su sede, de su recién nombrado cargo de Maestre de Campo General y Veedor de las Reales Milicias del Reino de Valencia.

Su llegada había causado asombro y gritos de emoción, no por él, sino por los dos regimientos de mogataces a caballo. En una comarca como la levantina, que había sido presa en múltiples ocasiones de ataques desde el norte de África, para evitar tumultos, había propagado antes de su llegada de lo que se conocían como "moros buenos". Sus blancas prendas, ágiles caballos y exóticas armas (alfanjes y espingardas, que pronto buscaría sustituir) le recordaron a lo que años después se conocería como "la Guardia Mora de Franco". Con una amarga sonrisa pensó que esperaban haber cambiado la historia lo suficiente para que no fuera mas que un recuerdo.

Al entrar en la habitación que le esperaban los notables, recibió su informe. Poco mas de 14000 hombres con sus mogataces.
Diego se dirigió a un enorme mapa que detallaba todo la comarca valenciana.
- La tarea es complicada. Bien. ¿Ideas?
-Debemos guarnecer el Ebro. Su ancho será nuestra ventaja. - Quien lo dijo fue uno de los comandantes de las Milicias.
-Eso sería lo normal, es cierto. Por eso no lo haremos. Es lo que ellos harían. ¿Cúal es vuestro nombre?
- Gaspar de Llopis.
- Bien Gaspar. Conocéis el Reino y a nuestras tropas, y también a los franceses. ¿No es así?
- Cierto es. He combatido contra ellos. Alguna vez incluso con ellos. -Añadió con una sonrisa.
- Desde hoy seréis el Oficial de los Espías del ejército. Vuestra tarea es pensar como un francés, decirme lo que harías si estuvierais al mando del ejército y por donde atacaríais y hacia donde. Para mañana quiero un informe detallado de las fuerzas del enemigo y de por donde vendrán. ¿Sin duda tenéis contactos en Cataluña?
- Desde luego.
Diego prosiguió con el reparto de tareas, nombró al Maestre de Campo mas antiguo como su "Oficial de Batalla". El sería el que una vez oídos los informes del Oficial de los Espías propondría las líneas de actuación del ejército propio.
También el Oficial de vivanderos que se encargaría de conseguir y distribuir todo lo que necesitaran las tropas.
-Bien, ya teneis vuestras tareas. Mañana quiero saber lo que el enemigo puede hacer y lo que podemos hacer nosotros, así que pasado mañana iniciamos el movimiento.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
Gaspacher
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Mensaje por Gaspacher »

Agosto, cerca de Nancy

El general Llopis recorrió el campo de batalla, si es el lugar merecía tal nombre. Poco más que un camino en el que una compañía de cazadores a caballo había sorprendido a una columna de soldados franceses que marchaban, emboscándolos y acribillándolos a balazos. De resultas de ello más de cien cuerpos quedaron jalonando el camino, y otros trescientos hombres, que se habían desbandado, habían sido capturados a lo largo de las horas siguientes, muchos de ellos heridos. Eran esos hombres que ahora esperaban en un pueblo cercano los que interesaban verdaderamente al general español.

—¿Irlandeses o suizos? —preguntó el general cuando llego al lugar para reunirse con el comandante de la caballería, el general Antonio Sancho Dávila de Toledo y Colonna.

—Suizos, mi general. —respondió con presteza el general Dávila.

—En ese caso podemos emplearlos, Don Antonio. Averiguad si son católicos o luteranos. Si son católicos ofrecedles entrar en una de nuestras compañías, no en Flandes, por supuesto, su honor no lo permitirá, pero si en Italia o la propia España. Y si son luteranos, bien pueden ser enviados a los presidios africanos, allí siempre son necesarios los buenos soldados. —ordenó Pedro, a quien un pasquín clavado en la puerta de la iglesia local llamó la atención.

—Como deseéis, mi general, aunque no entiendo como accedió su majestad a incluir herejes en sus ejércitos. —dijo Antonio.

—Yo le convencí, Don Antonio. Le explique que era mejor que esos herejes muriesen por España y la verdadera religión a que lo hiciesen matando a buenos católicos.

—Eso lo entiendo, pero darles tierras al licenciarse…

—Bueno, los romanos hacían algo parecido al dar la ciudadanía a sus auxiliares. Además, sepa vuesa merced que lo de darles tierras tiene truco. ¡Ojo! No me refiero a que les vayamos a maltratar, faltaría más. Simplemente vamos a darles tierras según un plan muy metódico. —explicó Pedro. —los herejes serán enviados a comunidades católicas en las que estarán aislados de sus correligionarios y bajo el control de nuestros sacerdotes. Con el tiempo, al estar dentro de ese mundo católico, tal vez logremos que algunos de ellos vuelvan al redil de la fe católica.

—¿De verdad queremos tal cosa, mi general? —dijo Dávila observando el pasquín que Pedro estaba mirando. —Vi ese pasquín al llegar al pueblo. Hace menos de semana y media los calvinistas quemaron viva a una mujer acusada de brujería a menos de diez jornadas de aquí…¡Son mil veces peores que la inquisición!

—¿Tan cerca? —preguntó Pedro mientras pensaba. La campaña de propaganda emprendida años atrás en España parecía haber tomado vida propia. Claramente este pasquín no había formado parte de dicha campaña pues era demasiado reciente, y eso solo podía significar que ahora había gentes que, aleccionadas por aquella propaganda sin saberlo, expandían las e incluso creaban noticias sobre la barbarie luterana y calvinista por su propia iniciativa. —¿Solo diez jornadas?

—Sí, esa población está a media jornada de Heidelberg.

—La capital del palatinado…la zona en la que opera de Guébriant.

—Así es, mi general. Los franceses tienen un ejército al mando del conde Jean Baptiste Budes de Guébriant.

— Creo que nunca oí hablar de él. ¿Quién es ese tal de Guébriant? ¿Sabemos cuántos hombres tiene su ejército?

—Sabemos poco de él, mi general. Participó en la ocupación del franco condado y en algún que otro asedio, y el año pasado libró una batalla que acabo en tablas cerca de Ratisbona. El rey le concedió el bastón de mariscal este mismo año para que comandase la invasión Baviera junto a los suecos.

—¡Jod..! —medio maldijo Pedro antes de callar. —Nihil novum sub sole…Veo que todo sigue igual, en lugar de darle más tropas a un general, lo ascienden pensando que eso será suficiente para ganar…En fin, mientras sea el enemigo quien actúe así no me quejare. Proseguid, por favor, don Antonio.

—Su ejército es muy pequeño, menos de veinte mil hombres en realidad, y solo la mitad serán franceses o mercenarios a su servicio. El resto son principalmente alemanes.

—En ese caso no estamos en mala situación. Hemos pillado a los franceses con el pie cambiado, no esperaban que los atacásemos en Lorena y sus guarniciones están demasiado repartidas y podemos darles una lección. stá bien. Ahora quiero hablar con el sacerdote de esta iglesia. —dijo Pedro, quien no tardó en reunirse con el cura local. Fue así como se enteró que había sido el propio sacerdote quien había escrito el pasquín, afectado por las palabras de un buhonero que llegó al pueblo procedente de Heidelberg, que era quien lo había presenciado todo.

—Lo he decidido, Don Antonio, entraremos en el Palatinado e iremos a por ellos, quiero llegar a esta villa y capturar a todos sus habitantes para juzgarlos por asesinato. Dejemos que esos herejes prueben la justicia española…


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Mensaje por Gaspacher »

Serie Felipe IV, temporada 6 capítulo 16.

Noche en un bosque/en una tienda de campaña
Los oficiales españoles están de pie alrededor de una mesa iluminada por un quinqué sobre la que descansa un mapa. El comandante español está inclinado sobre él, pasando su mano sobre el mapa mientras parece murmurar para sí mismo.
  • Idiáquez
    Los franceses han fortificado su campamento, mi general. No parecen querer moverse, y aún menos atacar.
  • Dávila.
    Es posible que esperen refuerzos. Si han enviado mensajeros a buscar ayuda, los suecos están a varias jornadas al este de aquí. Si el rey Gustavo decide acudir en ayuda del francés, podría estar aquí en diez o doce días. Tendremos que atacar antes para acabar con los franceses.
  • Idiáquez
    Eso será una sangría. Atacar esas posiciones fortificadas costara ríos de sangre.
  • Fernández
    Podríamos atacar desde este flanco. Estaremos apoyados por el bosque, y atacamos con fuerza podremos tomar el campo francés.
  • Idiáquez
    No podemos permitirnos sufrir las bajas que ese ataque nos ocasionaría. En el mejor de los casos sería una victoria pírrica. Ganaríamos contra los franceses, pero nos quedaríamos inermes si los suecos deciden venir.
  • Llopis
    Señores, hay más de una forma de despellejar un conejo. En lugar de atacar vamos a desgastar al enemigo hasta que deseen haberse rendido.
    Idiáquez, tomareis vuestro tercio y avanzareis hasta este punto, pero no ataquéis. Limitaos a esperar mientras os protegéis de los disparos holandeses. Vuestra misión será el constituir una reserva tras la que nuestros cazadores se puedan refugiar si los franceses realizan una salida.


Señalando un punto en el mapa para indicar las ordenes a sus comandantes.
  • Torralba, cogeréis las compañías de cazadores y las llevareis tan cerca del campo enemigo como sea posible. Vamos a destrozar al enemigo.
Exterior / amanecer
Cientos de soldados franceses permanecen agachados tras un terraplén con empalizada que les sirve de protección. Aquí y allá soldados caídos y lastimosos quejidos dan fe de la dureza del combate. Los soldados franceses cargan sus mosquetes y cañones y disparan una y otra vez por encima de la empalizada. Mientras tanto en el campo, los soldados españoles se mueven por el bosque en parejas, permaneciendo siempre agachados mientras buscan el mejor lugar para disparar o recargan sus armas.
  • Soldado 1
    Palencia, tienes uno a tu izquierda.
Mientras muerde un cartucho y recarga su mosquete.
  • Soldado 2
    Lo veo, es mío. Prepárate para moverte, cambiaremos de posición en cuanto dispare.
Mientras apunta cuidadosamente al soldado francés que parece estar dirigiendo el fuego de un cañón. Momentos después suena un disparo, y el francés es alcanzado en el pecho y cae. en todo el campo se repiten escenas similares, en algún lugar un soldado herido se retira apoyado en uno de sus compañeros.

Exterior / mañana
El maestre de campo Idiáquez observa todo con un catalejo desde lejos. La fortificación enemiga está siendo atacada por los cazadores, que la hostigan desde hace horas, obligando a los franceses a responder con descargas de cañones y mosquetes que no parecen capaces de acabar con los dispersos cazadores. Cuando Idiáquez mira a su alrededor puede ver a los soldados de su tercio tirados en el suelo. Algunos de ellos duermen a pierna suelta apoyados en cualquier piedra del camino. Otros juegan a los dados o a las cartas, otros comen sus raciones, y algunos incluso leen para amenizar la espera. Un movimiento llama la atención de Idiáquez.
  • Idiáquez
    ¡Sargento mayor! ¡Todo el mundo en pie y a formar! Preparaos para el combate, la caballería enemiga está saliendo, y nuestros cazadores precisaran refugiarse en nuestro cuadro.
  • Sargento Mayor
    ¡Si mi comandante! ¡EN PIE Y A FORMAR! ¡EN PIE Y A FORMAR! ¡RÁPIDO, EN PIE Y A FORMAR! ¡ARRIBA CABALLEROS, HA LLEGADO LA HORA DE GANARSE EL JORNAL! ¡EN PIE Y A FORMAR! ¡PICAS AL FRENTE, MOSQUETES EN LOS FLANCOS!


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Mensaje por tercioidiaquez »

En algún lugar de la actual provincia de Castellón.

El campamento estaba en silencio, roto por las voces quedas de los centinelas, algún piafar de caballo y poco mas.
Ya era tarde pero los oficiales de lo que ya se conocía como Estado Mayor del Real Ejército de Valencia se encontraba reunido en una tienda, lonas bajadas para que no saliera la luz y dos guardias en la puerta.

-Entonces, no contamos con refuerzos.
-No señor. Desde la Corte no se atreven a desguarnecer Zaragoza.
-¿Aunque se pierda Valencia y su potencial industrial? Dijo con desgana alguien.
.Me temo que piensan que si cae Zaragoza luego los franceses avanzaran hacia Madrid. Es difícil, pero comprensible.
-Así que estamos solos me temo-dijo Diego. Bien Llopis, decidme, que hará el francés.
- Mis agentes en Cataluña me dicen que ya muchos se arrepienten de haberse unido a Richelieu. Sus medidas han sido bastante centralizadoras para el gusto de los catalanes, pero no espereis que se cambien de bando. No habrá ningún levantamiento proespañol en Cataluña, al menos mientras los franceses dispongan de buenas y surtidas tropas.
Con todo, eso le obligará a dejar algunos hombres por allí, "por si acaso", sobre todo en guarniciones y puertos. También dejará un cuerpo de observación hacia Aragón. Yo calculo que vendrán a por nosotros con unos 30 o 40000 hombres.
- Son menos de los esperados-exclamó Melchor de Robles, recién nombrado "Oficial de Batalla".
-Y con todo nos siguen superando por mucho expresó Diego.-Proseguid Llopis.
- Vendrán por la costa, no se atreverán a ir por las montañas, demasiado tiempo y su tren de asedio les limita los movimientos. La costa es más fértil, pueden abastecerse mejor.
-Pero deberán reducir las ciudades que se encuentren.
-Si, pero su jefe, un tal Condé, es brillante. No es ningún timorato. Me temo que lo que no pueda ocupar con rapidez lo bloqueará y proseguirá con el resto del ejército. Eso le restará fuerzas, muy posiblemente deje bloqueando las ciudades unos cuantos de sus batallones, algún escuadrón suelto y la mayoría de los voluntarios catalanes que se le han unido. No son muchos, mas bandoleros que soldados, pero allí si le pueden dar utilidad, saqueando los arrabales.
-Bien. Debemos "jalonar" su movimiento. Vais a emplear para ello a los mogataces por el llano y los cazadores del Maestrazgo por lo quebrado. Conocen la zona y se mueven igual que si fuera a caballo. Por cierto, quiero que intenten entrar en el campamento enemigo y cojan cualquier papel que encuentren.


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