Blas de Lezo
Don Blas de Lezo - Museo Naval de MadridBlas de Lezo y Olavarrieta (Pasajes, Guipúzcoa, 1687-Cartagena de Indias, 1741), almirante español conocido como “patapalo” y también como “mediohombre”, por las muchas heridas sufridas a lo largo de su vida militar, fue uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española. Pocos se acercan a su talento, bravura y genialidad… pocos murieron en un olvido más ingrato.
Pertenecía a una familia con ilustres marinos entre sus antepasados. Con doce años se enroló en la Armada francesa como guardiamarina al servicio del conde de Toulouse, Alejandro de Borbón, hijo de Luis XIV. Unos años después recibió su bautismo (verdaderamente de fuego) en la batalla naval de Vélez-Málaga, donde una bala de cañón fue responsable de la amputación sin anestesia de su pierna izquierda por debajo de la rodilla. Su comportamiento audaz le valió el ascenso a alférez de navío.
Posteriormente participó en otros capítulos de la Guerra de Sucesión donde se enfrentaron españoles y franceses con ingleses y holandeses. En el sitio de Tolón, una esquirla de cañón le arrebató su ojo izquierdo y en el segundo asedio de Barcelona (1714), una bala de mosquete le inutilizó el brazo derecho. Todas estas severas mutilaciones originaron que sus hombres le aplicaran diferentes apelativos como Patapalo o Medio hombre, que acompañaron al bravo marino vasco a lo largo de su carrera profesional. Tuerto, manco y cojo antes de cumplir los 30 años, ya estaba considerado uno de los mejores militares españoles, habiendo alcanzado la graduación de capitán de navío.
Ostentó el mando de diversos convoyes que llevaban socorros a Felipe V, burlando la vigilancia inglesa sobre la costa catalana. Patrulló el Mediterráneo, apresando numerosos barcos ingleses con maniobras a menudo audaces. Al mando de una fragata, apresó once navíos británicos, entre ellos el emblemático Stanhope, buque muy bien armado y pertrechado.
Captura del navio Stanhope por Blas de Lezo (Oleo de Cortellini, Museo Naval, Madrid)En 1723 recibió la misión de limpiar las costas del Pacífico de piratas y corsarios, principalmente británicos y holandeses, tarea que cumplió con gran eficacia. En 1730 regresó a España convertido en general de Marina y asumió el encargo de reclamar a la República de Génova dos millones de pesos pertenecientes a la corona española. No sólo consiguió la preciada fortuna, sino que también obligó a los italianos a rendir homenaje a la bandera española so pena de ser cañoneados desde el mar.
En 1732 capitaneó la expedición militar que reconquistó la perdida ciudad de Orán. Despreciando el peligro, Blas de Lezo y sus buques entraron a fuego sobre las defensas piratas logrando una gran victoria con el hundimiento del buque berberisco.
Estandarte del Teniente General de la Armada don Blas de LezoEn 1737, Sir Andrew Vernon, enterado de que Blas de Lezo se encontraba entre los sitiados de Cartagena, le envió un mensaje desafiante, haciéndole saber que sus días de gloria tocaban a su fin. El guipuzcoano, vacunado contra la altanería británica, le suministró una dosis de bravata española: “Si hubiera estado yo en Portobelo, no hubiera Vd. insultado impunemente las plazas del Rey mi Señor, porque el ánimo que faltó a los de Portobelo me hubiera sobrado para contener su cobardía”.
Seguro de la victoria, Vernon despachó a Inglaterra un barco con la noticia del triunfo y el encargo de acuñar medallas conmemorativas. Tal fijación tenía Vernon por su oponente español que especificó que en las medallas apareciese la escena de Blas de Lezo arrodillado entregándole las llaves de la ciudad:

El 20 de marzo de 1741 la imponente flota de Vernon hacía acto de presencia en la bahía de Cartagena. El almirante inglés ordenó un cañoneo intensivo, día y noche sin dar pausa a los artilleros. La fortaleza de San Luis cayó después de haber recibido 6.068 bombas y 18.000 cañonazos, según apuntó Lezo diligentemente en su diario. No había nada que hacer: el fuego era de tal intensidad que los defensores se replegaron hacia el recinto amurallado.
Eslava ordenó hundir los buques de la Armada que quedaban a flote para dificultar el avance inglés. Vernon se abrió camino y desembarcó. El 13 de abril comenzó el asedio de la ciudad. La situación era desesperada: faltaban alimentos y el enemigo no daba tregua. El 17 de abril la infantería británica estaba ya a sólo un kilómetro del castillo de San Felipe. A esas alturas Blas de Lezo había decidido luchar hasta el final y para ello trazó un ingenioso plan: hizo excavar un foso en torno al castillo para que las escalas inglesas se quedasen cortas al intentar tomarlo. Ordenó cavar una trinchera en zigzag -así evitaría que los cañones ingleses se acercasen demasiado y podría soltarles a la temida infantería española en cuanto reculasen-. Su última artimaña fue enviar a dos de los suyos al lado inglés. Se fingirían desertores y llevarían a la tropa enemiga hasta un flanco de la muralla bien protegido, donde serían masacrados sin piedad.
El plan del general funcionó a la perfección. Los soldados británicos fueron cayendo en todas las trampas. Las escalas se demostraron insuficientes y hubieron de abandonarlas; al replegarse les esperaban los infantes en las trincheras con la bayoneta lista:
“…rechazados al fusil por mas de una hora y después de salido el Sol en un fuego continuo y biendo los enemigos la ninguna esperanza de su intento (…) se pusieron en bergonzosa fuga al berse fatigados de los Nuestros los que cansados de escopetearles se abanzaron a bayoneta calada siguiendolos hasta quasi su campo…”
El descalabro ante el castillo de San Felipe desmoralizó a los ingleses, que, además, habían abierto más frentes de los que podían permitirse. El engreído Sir Andrew Vernon había sido incapaz de vencer a 850 españoles harapientos capitaneados por un anciano tuerto, manco y cojo. El pánico se apoderó de los casacas rojas, que huyeron despavoridos tras la última carga española. Vernon ordenó la retirada. Había fracasado estrepitosamente. Tan sólo acertó a pronunciar, entre dientes, una frase: “God damn you, Lezo!”. Todavía quiso calmar su conciencia con el envío de una última carta: “Hemos decidido retirarnos, pero para volver pronto a esta plaza, después de reforzarnos en Jamaica”. A lo que Lezo respondió con ironía: “Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque esta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres.”
Los ingleses nunca volvieron, ni a Cartagena ni a importunar los puertos del Caribe, que siguieron siendo hispanos hasta que decidieron ser hispanoamericanos. La humillación fue tal que el rey Jorge II prohibió hablar de la batalla y que se escribiesen relatos sobre ella. A Vernon no se le pidieron responsabilidades y a su muerte fue enterrado con honores en la abadía de Westminster.
Blas de Lezo corrió una suerte diferente. Unas fuentes afirman que por las heridas sufridas y otras que por las enfermedades transmitidas tras la matanza, el caso es que en septiembre de 1741 muere en Cartagena de Indias sin recibir sepultura conocida. En un alarde típico de ingratitud que tantan veces habremos visto, España le olvidó.