Luego me entrevisté con el Almirante Urquizo, contándole la masacre de los cristianos cautivos. Su indignación fue tan grande como su cólera. Le pedí que no dejase dormir a la ciudad, que cada minuto un cañón de la flota disparase a cualquier parte de la ciudad, palacete, almacén, tienda, casa, corral o establo, no importaba. Al amanecer, coincidiendo con el bombardeo desde tierra, todos los buques, al unísono, cañonearían la alcazaba por un cuarto de hora.
- Don Francisco, decidme, cómo he de saber la hora a la que vos comenzareis a bombardear?
- Eso es algo que notareis, Almirante. Os juro que lo podréis notar.
- Me intriga la razón por la que las chalupas soltarán vuestros voladores sobre la fortaleza, que ya ha sido domeñada por la flota.
- El fuego griego no se apaga con el agua, más bien al flotar, es llevado por el agua y el incendio se extiende. Si Dios quiere, en algún momento, el fuego ha de llegar a la santabárbara…
- Y la explosión hará que Derna sea un pandemonio.
- Yo no lo quise así, Almirante. Dios sabe que yo no lo quise así.
- Tuvisteis demasiada paciencia. A esa gente hay que tratarla con aspereza.
- Sabias son vuestras palabras, Almirante. Podéis hacerme un favor?
- Decidme.
- Recordáis la bandera de peste?
- La amarilla?
- Esa misma. Podéis hacer varias con los colores invertidos?
- Negra con la cruz amarilla?
- Sí, y hacedla ondear en vuestro navío al lado de vuestra insignia. Y que los principales buques de la flota también la hagan flamear a la vista de todos.
- No sé qué os traéis entre manos, Maestro Cirujano – se permitió sonreír el endurecido almirante valenciano – pero ya he sido advertido que sois hombre de muchas mañas! Ea! Será como vos queréis.
- Si la Dios y la Virgen lo permiten, en el futuro eso ahorrará vidas al reino.
Nuevamente en tierra, ordené que dos de los cañones navales estuviesen bajo mi mando directo, para tomar la mitad poniente de la ciudad incluyendo la alcazaba. El otro, junto con las 4 piezas de campaña de 8 libras estarían al mando de Vinuesa que debería abrir brecha en el muro al este, para luego avanzar hasta la plaza del mercado y la fortaleza. Bajo mi mando también estarían los 4 morteros de 1 libra que Pedro insistió que llevase, los 4 cañones de retrocarga y todos los “voladores”.
La bandera negra, que la gente ya llamaba de “guerra a muerte al infiel” ondeaba en el terraplén bien vista desde Derna.

A su lado, un confalón negro lucía en sobria caligrafía nasji, un texto que era toda una declaración de intenciones: العين بالعين، سن للسن (al-ayn baleine sen lalsen: ojo por ojo, diente por diente).

Sin pausa, dos zigzagueantes trincheras de aproximación, no muy profundas, eran cavadas desde las obras exteriores de nuestro campamento. La idea es que a 50 metros de la muralla se cavase una trinchera paralela al muro, que sería el punto de partida para el asalto.
La cena se pasó apenas se puso el sol, coincidente con el inicio del cañoneo de la flota. Fue una cena no demasiado pesada, bastantes calorías y algo de proteínas: Un potaje de lentejas y cerdo salado, hasta dos repeticiones por cabeza, un vaso de vino por hombre. En la mañana el desayuno seria a pie de trinchera con vino caliente y bollos fritos con dulce de frejol batido. Con la barriga llena, el ánimo era bueno. Mientras el ejército descansaba, los capellanes escucharon las confesiones y los notarios arreglaron testamentos.
Los que no descansarían serían los sitiados. Utilizaría algo de la psicología de Jericó. Hice venir a los tambores de todas las compañías y mientras Derna era castigada desde el mar, el redoble continuado desde las fortificaciones que la sitiaban desde hacía tan poco debía estar poniendo los pelos de punta a todos los que estaban dentro.
https://www.youtube.com/watch?v=6OWGHIB2ZQw
A la luz de una luna en cuarto creciente puse 30 montajes para los cohetes. A 300 metros, cable y medio, debían estar a 60 grados de elevación, 200 cabezas explosivas, 100 incendiarias. En tierra, todo estaba listo.
Fiuuu! Fiuuu! A las diez de la noche, desde las chalupas comenzaron a disparar los cohetes contra la fortaleza, no con mucha puntería, ni tampoco con mucha rapidez, todo hay que decirlo. Prefería una cadencia de tiro lenta, pero sin correr el riesgo de un incendio o peor aún, de una explosión catastrofica que hundiese alguna de nuestras naves. Cada cinco o seis minutos, dos “voladores” salían de la flota rumbo a Derna. Por la distancia, no se escuchaban los gritos, pero al cabo de hora ya se notaban varios incendios en la ciudad, y cuando pasó la medianoche, en la fortaleza había un fuego franco que se veía a desde donde estábamos sin necesidad de anteojos largavista. Fiuuu, fiuuu! Los cohetes seguían cayendo, no pude dejar de sonreir por la ironía que se me pasaba por la cabeza, mientras silbaba the Star-Spangled Banner.
A las cinco de la madrugada, antes del amanecer una atronadora explosión levantó a todo el campamento. La santabárbara de la fortaleza de Derna había volado y la ciudad ardía por sus cuatro costados! Aún en penumbra, ordené a los cañones de a 24 y de a 8 disparar a dos puntos prefijados de la muralla. Brum, brum, brum! Cada uno de los proyectiles sólidos removía parte del lienzo desde los cimientos hasta las almenas, sabía que no tardaría en abrirse brecha. Fue entonces cuando di la orden y 30 cohetes salieron volando casi al unísono hacia su objetivo, pero haciendo una parábola más alta en el cielo. Al cabo de pocos segundos, desde el mar, 70 cañones dispararon sobre la alcazaba, Urquizo entendió bien la señal!
Álvaro se colocó en la trinchera de vanguardia con la gente de la compañía del Hospital y la Reina, una quincena de hombres iban con trajes de peste negros, lo que les daba una apariencia siniestra, atrás los mosqueteros convertidos en granaderos ya con sus mechas encendidas, llevaban bolsas con granadas cerámicas o con botellas incendiarias, y aún más atrás el resto de su batallón aguardaba con los bredas ya calados. En un recodo de las trincheras de aproximación, los morteros afinaban punterías sobre el sector de la muralla batido. Malón, Eustaquio y Juanito, como el resto de músicos de cada una de las compañías, hacían oír el toque de ataque a lo largo de la línea española.
https://www.youtube.com/watch?v=buDrev_52-M
Cuando terminó el cañoneo naval y los todos los voladores habían caído en alguna parte de Derna, las brechas en los muros de la ciudad eran un hecho. Los jenízaros que intentaban parapetarse para repeler nuestro inminente asalto, eran barridos por las granadas de 1 libra que caían desde los morteros a no más de 150 pasos de distancia. Para más inri, desde el terraplén, uno de los cañones de retrocarga tenía el ángulo suficiente como para colocar las 16 esferas de hierro de una onza de la metralla gruesa directamente sobre los infelices que asomasen la cabeza.
Fue entonces cuando escuche a Alvaro gritar “Santiago!” y ser respondido por 700 gargantas “España!” , en una corta carrera los de la compañía llegaron al borde de la brecha con poquísimas bajas que lamentar, pues desde el lado turco los defensores estaban claramente aturdidos y se escuchaban pocos disparos. Los “hombres de la peste” lanzaron sus granadas de capsaicina que una suave brisa llevó hacia los jenízaros, y cuando estos sintieron el ardor en los ojos y garganta, se escucharon gritos de pánico y desconcierto, que Álvaro aprovechó para ordenar que los granaderos entrasen como tromba lanzando granadas y disparando a discreción, con tal ímpetu que en breve, el resto del batallón entraba en Derna por la brecha de poniente.
En el otro sector, más hacia el este, la muralla también fue perforada aunque algo más tarde, mejor! eso ocasionó que la gente de Vinuesa encontrase menos oposición, pues muchos de los defensores habían ido a reforzar la brecha del oeste. Los voluntarios valencianos fueron rápidamente organizados, se dirigen hacia lo que queda de la fortaleza, pero al llegar a la plaza del mercado, encuentran a una nutrida formación de piratas con mosquetes, arcabuces, picas y alfanjes prestos a vender caras sus vidas. Mientras los tambores redoblaban, rápidamente se formaron tres filas, que avanzaron hasta “que vieron el blanco de los ojos del enemigo”. Pum! Los otomanos no supieron contener el fuego, y dispararon una descarga cerrada que fue la que nos causó más bajas ese día, pero mientras recargaban, las tres filas españolas hicieron fuego sucesivamente. Los corsarios, gente de mar que rara había combatido en tierra y nunca en esa forma, dudaron mientras veían caer acribillados a los suyos. Pero Vinuesa, capitán hábil y fogueado, no les dio tiempo a dudar mucho, ordenó una carga con los bredas al frente que deshizo lo que quedaba de los berberiscos como el café caliente deshace un terrón de azúcar!
Yo no podía ver lo que sucedía en el puerto, pero un trozo de infantería de marina y marinería había desembarcado sin oposición y luego avanzó hacia las sórdidas mazmorras berberiscos donde se hacinaban los cautivos cristianos. Allí encontraron a más de seiscientas mujeres jóvenes y niñas, aterrorizadas por lo vivido esa noche y en los meses precedentes. Los hombres de Urquizo ocuparon todos los malecones de embarque y los pocos almacenes portuarios que no habían sido arrasados por el cañoneo o los incendios.
Sí, a primeras horas de la tarde ya era seguro que habíamos vencido y con bajas mínimas, casi no podía creer lo barata que había sido nuestra victoria! Al este de Derna y en las inmediaciones del puerto, el saqueo había comenzado y se llevaba a cabo de manera metódica y dentro de lo que cabe, ordenada: cualquier acto de sangre entre los nuestros se castigaría con la horca. Al oeste de la ciudad, la progresión en la alcazaba se había convertido en una cacería desenfrenada, a los gritos de “sin cuartel”, se unían los ayes de los moribundos, las descargas cerradas que ultimaban los pocos focos de resistencia que quedaban, y la pregunta que todos se hacían a voz en cuello “dónde está el rey moro?” Álvaro y los suyos lo encontraron, desconcertado, sin saber qué hacer, sin atinar a luchar con los jenízaros que le quedaban, intentar huir con sus mujeres, negociar una tregua ahora imposible o tomar un buen veneno que acabe con sus miserias. Cerca de él, también se capturó al kadí local, al imán y al timariot de Quba. El chorbaji de los jenízaros había muerto con buena parte de sus hombres en la brecha, pero el Boluk-bashi de la compañía de guardias de la alcazaba estaba en nuestras manos, y oh, maravilla! también nos pudimos hacer del renegado holandés, del mismísimo Kemal Rais. Se capturó también a poco más de una centena de los yerliyyas de la guarnición local y a menos de esa cantidad de corsarios. La caballería irregular berberisca no asomó ni el morro de un potro durante la semana que estuvimos allí. Permití que los prisioneros se asearan y fueran alimentados; sin embargo, el trabajo incesante de los carpinteros de la flota en la plaza y en el puerto hacía que el trato decente que les obsequiaba (y que no merecían) no los engañase del destino que les tenía reservado: ojo por ojo, diente por diente.