7 de marzo. Tulcan. Ecuador.Estaba de vuelta a su puesto de mando, pero antes de volver a sus deberes, quiso tomarse un pequeñísimo descanso. Pese a la oscuridad, el olor a humo que flotaba en el aire y los disparos que todavía retumbaban en las cercanías de la ciudad, el Coronel Marcos Ariza se permitió unos momentos de contemplación. Paseaba con alguno de sus ayudantes entre los jardines del cementerio de la ciudad de Tulcán, unos jardines que hasta hacía bien poco eran una autentica obra de arte y una atracción para los turistas que visitaban la norteña ciudad ecuatoriana. Incluso ahora, chamuscados cuando no ardiendo todavía, Ariza no pudo evitar pensar que aquellos setos de extrañas y hermosas figuras, formas geométricas y bellos arcos que parecían entradas a otro mundo, transportaban al visitante de aquel lugar a un estado casi onírico entre la vigilia y el sueño. Era una autentica lástima que un sitio así hubiese sufrido los rigores del combate y, pensar que habían sido las tropas bajo su mando las que habían combatido en el cementerio, no le ayudaba demasiado.
Al final, recobró el sentido de la realidad que lo traía de nuevo a un terrible mundo sacudido por el conflicto y que, tanto para él como sus hombres, se limitaba a unos pocos kilómetros entre Tufiño y el interior de Tulcán. Salió del cementerio y se dirigió al edificio que había escogido como puesto de mando a la salida del mismo.
Era un edificio de viviendas normal y corriente, ni muy alto ni muy bajo, en definitiva nada llamativo, que era exactamente lo que estaba buscando, y que además había sido evacuado por completo de civiles, lo que le facilitaba mucho la tarea. El Estado Mayor de la 8ª Brigada se había aposentado allí y desde los pisos y las habitaciones ahora vacías, dirigían las operaciones de sus soldados.
El Coronel entró en la vivienda que había escogido como puesto de mando. Nadie se levantó ni le saludo marcialmente. El mismo había dado ordenes de no dejar lo que se estaba haciendo por seguir la cortesía militar durante la el tiempo que durara la lucha. Necesitaba que cada uno estuviera lo más concentrado posible en su cometido, antes que estar atentos a cuando entraba tal o cual mando.
Algunos oficiales se percataron de su entrada y acudieron a hablar con él.
-¿Que tal la reunión, mi Coronel? - quiso saber el Mayor que se encargaba de la logística.
-Bien, bien. Ahora les pasaré un resumen. ¿Como va la cosa por aquí? ¿Que ha pasado en mi ausencia?
-Mi Coronel, ahora la situación es más tranquila, al menos en nuestro sector – dijo el oficial de operaciones haciéndole a continuación un pequeño resumen.
-De acuerdo. Ahora aquí tienen un par de copias del informe que nos ha pasado el Cuartel General de la División. Échenle un vistazo para ponerse al día de todo lo que ha sucedido hoy a nuestro alrededor y tengan una visión de conjunto de toda la operación. Nos reunimos en 30 minutos aquí mismo para discutir nuestras siguientes acciones. Se que ha sido un día duro y es tarde, pero todavía no podemos descansar, tenemos que dejar planificado el día de mañana.
-A la orden – respondieron casi al unísono los oficiales, mientras se dividían en dos grupos para leer lo que les había traído el Coronel.
Ariza se retiró a su habitación, con otra copia del informe. Se sentó en la cama y se encendió un cigarro. En la mesa tenía una botella de aguardiente, de la que se sirvió dos dedos en un pequeño vaso de cristal. Ojeo de nuevo las paginas del dossier. Entonces cerró los ojos y repasó toda la información que le habían trasladado en la reunión en el puesto de mando de la 3ª División en Ipiales.
Desde la toma del puente internacional Rumichaca, los acontecimientos se habían ido desarrollando sin pausas hasta que parecía que por fin, a aquella hora tardía del día 7, la situación comenzaba a tranquilizarse un poco.
Cuando en el sector de la 23ª Brigada, y tras la toma del puente por el 9º Batallón de Infantería, el 3º Grupo de Caballería logró avanzar por la carretera que llevaba a Tulcán y rechazar a las fuerzas mecanizadas que le cerraban el paso, los soldados del 22º Batallón de su 8ª Brigada se acercaban a la ciudad por el oeste, y ya se encontraban a escasos kilómetros, solo retrasado por una resistencia esporadica. Por el este, el 93º Batallón avanzaba en dirección al aeropuerto, al cual le quedaba muy poco para llegar. Para entonces había caído la noche y la situación era bastante confusa. El batallón de infantería ecuatoriano que defendía la zona, desde Tufiño hasta Tulcán y sus alrededores, había recibido bastante castigo y se encontraba disperso y algo desorganizado, y pese a los refuerzos de algunas unidades de caballería y comandos, no podía confiar en defender la toda la ciudad ante fuerzas superiores. El mando ecuatoriano lo debió comprender, y viendo además sus flancos amenazados y la posibilidad de que un gran número de sus hombres quedaran atrapados al norte de la ciudad por las fuerzas colombianas que avanzaban por el este y oeste, decidió retirar sus soldados hasta el centro de Tulcán, para no verse copados y poder reorganizar sus fuerzas. Pero aquello no bastaba si querían detener el avance colombiano, así que llamaron a sus refuerzos.
El comandante de la 1ª División ecuatoriana recurrió a sus reservas más inmediatas. El Grupo de Caballería Blindada 32, con sus tanques AMX-13 y sus AMX-VTT de transporte de personal, avanzaron hacia la ciudad, seguidos por el Batallón de Infantería Blindada número 30. Este último y casi toda la infantería del Grupo de Caballería, se adentró en la ciudad para que sus soldados reforzaran a los restos del Batallón Galo Molina, mientras que los carros de la Caballería, apoyados por los supervivientes del Escuadrón de Caballería Mecanizada del Grupo Yaguachi, que había sido destacado para apoyar la defensa de Tulcán, se dirigían a defender el aeropuerto y el flanco izquierdo de los defensores de la ciudad.
Con fuerzas de ambos bandos en movimiento desde diversos puntos, en la oscuridad y sin tener muy claro quien hacía que y por donde, los combates de la madrugada del día 6 al 7 fueron bastante caóticos.
Cuando las fuerzas colombianas avanzaron por el norte de la ciudad, primero con mucha cautela, reforzada por algunas trampas explosivas y francotiradores que hacían pagar caro cualquier descuido de los atacantes. Pero al poco, quedó claro que las fuerzas ecuatorianas habían abandonado, al menos, el norte de la ciudad, y el avance se aceleró, solo para verse frenado poco después, al llegar a las inmediaciones del centro de Tulcán, cuando la resistencia volvía a endurecerse de nuevo. Los ecuatorianos tenían sus propios problemas, ya que habían tenido que destacar algunos de los refuerzos recién llegados para hacer frente al 22º Batallón colombiano desde el oeste, mientras que se trataba de evacuar de civiles la ciudad lo antes posible. En las confusas refriegas nocturnas, no faltaron los episodios de fuego amigo en ambos bandos, y aunque en general causaron pocas bajas, la sensación de peligro aumentó en el ya de por si complicado ambiente de combate urbano.
Con la llegada del 93º Batallón colombiano al Aeropuerto, los combates se recrudecieron en ese punto. No todos los AMX-13 ecuatorianos habían llegado a su zona de despliegue, y con la llegada del Escuadrón de Caballería Mecanizada desde el noroeste, hubo una pequeña confusión en el Grupo de Caballería, circunstancia que aprovecharon los infantes colombianos para lanzar un decidido ataque y expulsar a los carros de la parte sur del aeropuerto, en gran parte debido a la ausencia de más infantería para enfrentarse a los colombianos.
Los soldados del 22º Batallón colombiano se enfrentaban ya a los defensores de la infantería blindada ecuatoriana en los arrabales de Tulcán, en la carretera que llegaba desde Tufiño.
El cementerio de la ciudad y una pista de atletismo fueron dos de los lugares donde se produjeron los combates más intensos y que durarían hasta bien entrada la mañana. Mientras, y ya clareando el día, las fuerzas colombianas presionaban para tomar el centro de la ciudad con duros combates casa por casa. El mando ecuatoriano no quería meter a sus tanques en la ciudad porque los volvía más vulnerables, y tampoco podía disparar su artillería en apoyo de los defensores, sin reducir a ruinas buena parte de la ciudad, y sobre todo, poner en riesgo la vida de un buen número de civiles que no habían podido ser evacuados y que se veían atrapados entre el fuego de los contendientes. Los colombianos tampoco hacían uso de la artillería dentro de la ciudad, por respeto a la población civil…pero también para no crear un montón de escombros que facilitara la defensa y obstaculizase su avance. Así pues, la lucha por la ciudad se resumió en violentos combates entre infantería de uno y otro bando.
Hacia el mediodía, las fuerzas colombianas ocupaban ya el norte y centro de la ciudad, habiéndose unido el 22º Batallón con el 9º y el 3º Grupo de Caballería, así como una compañía del 93º Batallón desde el este. Pero fue en el sector del aeropuerto defendido ahora por el resto de ese Batallón, donde el 32º Grupo de Caballería contraatacó con sus blindados, un nutrido apoyo de artillería y algo de aviación. El fuego de los obuses, morteros y cohetes ecuatorianos, hizo que algunos soldados colombianos se dispersaran, protegiéndose sobre todo en el interior de la ciudad, donde la artillería enemiga no lanzaba sus proyectiles, pero también por los campos circundantes. Cuando los AMX-13 y otros blindados hicieron acto de presencia, la infantería colombiana trató de recuperar sus posiciones para derrotar el ataque ecuatoriano, pero algunos soldados no llegaron a tiempo, y los que estaban respondiendo al fuego de los tanques, se vieron sorprendidos por el ataque de dos Strikemasters llegados desde lago Agrio que con fuego de cohetes y sus ametralladoras, acosaron a los defensores causando algunas bajas más. Finalmente, superados por la potencia de fuego ecuatoriana, los colombianos tuvieron que retirarse del aeropuerto.
Pero en el interior de la ciudad, los combates proseguían sin tregua. El avance colombiano era lento pero metódico y constante. A media tarde se combatía ya en el tercio sur de Tulcán, donde se dio el único caso de uso de la artillería por parte ecuatoriana, cuando para repeler un asalto colombiano, varios obuses de 155 mm cayeron sobre los soldados enemigos y sus alrededores, en un sector cercano a un parque, que se había confirmado como libre de civiles. La artillería colombiana devolvía poco después el fuego sobre posiciones ecuatorianas en la misma zona. En total, más tarde se contarían 11 muertos y 17 heridos civiles.
Strikemaster de la FAE listo para la acción.
Credito de la lámina: Miguel Diaz. Cuenca/Ecuador.Durante todo el día, en Tufiño, el 5º Batallón de Infantería de Montaña había reforzado su cabeza de puente en torno al pueblo ecuatoriano, y a su vez, se encargaba de mantener el contacto con el 22º Batallón en Tulcan, con patrullas a lo largo de los 15 km de carretera que unía ambas poblaciones y enviando más patrullas al sur de la misma. Los ecuatorianos habían traído tropas del Grupo de Caballería Mecanizada Yaguachi desde el oeste, pero sus fuerzas, que reemplazaron a las del Galo Molina que luchaban allí, tampoco eran lo suficientemente fuertes para amenazar la cabeza de puente o la linea de unión entre Tufiño y Tulcán. Pero esto no quería decir que se hubieran estado quietos, y desde que llegaron a primera hora de la mañana, habían comenzado a hostigar a las fuerzas colombianas, lanzando incursiones y patrullas, sobre todo para interrumpir la carretera o provocar bajas entre los defensores de Tufiño. En uno de esos ataques a la cabeza de puente, dos Tucanos colombianos aparecieron subitamente y lanzaron su carga de bombas sobre las fuerzas ecuatorianas, regresando tan rápido como habían aparecido en dirección al norte, por lo que los soldados ecuatorianos no tuvieron tiempo de disparar ningún misil antiaéreo SA-16.
Patrullas de ambos bandos se encontraban a menudo y comenzaba un tiroteo que bien podía durar unos pocos minutos o unas cuantas horas. Ambos bandos hicieron prisioneros y sufrieron bajas, pero ninguno era lo suficientemente fuerte como para imponerse al otro.
Entre el Aeropuerto y la frontera, algunas unidades de infantería y de retaguardia colombiana, mantenían una ligera vigilancia del terrenos con unas pocas patrullas, observando los combates desde la distancia. Para avanzar por aquella zona, los ecuatorianos necesitarían unas fuerzas de las que de momento carecían o estaban actuando en otro lugar, por lo que con pocas fuerzas colombianas, se podía asegurar aquel sector, aunque para un control más eficaz, se requerirían más tropas si la situación se tornaba más peligrosa.
Cuando cayó la noche y el día 7 iba llegando a su fin, las fuerzas ecuatorianas en Tulcán estaban aferradas a los arrabales del sur de la ciudad y sus zonas circundantes. La artillería ecuatoriana se había visto obligada a retirarse unos kilómetros hacia el sur, así como sus sistemas de defensa aérea. Ya fuera por eso o por que volaban muy bajo, 4 helicópteros artillados abrieron el contraataque colombiano para retomar de nuevo el aeropuerto, seguido de un buen reguero de obuses del 105 para, por último, lanzar un ataque de infantería desde la ciudad con apoyo de algunos blindados del Grupo de Caballería nº 3.
Los blindados ecuatorianos, aunque contaron con algo de apoyo artillero, carecían de la infantería necesaria para consolidar lo ganado y tuvieron que retirarse de nuevo. Pero el mando ecuatoriano se resistía a dejar en manos enemigas el aeropuerto, y al rato cargó con toda su artillería sobre las posiciones colombianas en ese sector, a la vez que se realizaba fuego de hostigamiento de larga distancia por parte de los cañones de 105 mm de los AMX-13. El resultado de todo aquel día de combates en el aeropuerto y sus alrededores, fueron unas instalaciones destrozadas, algunos blindados destruidos y bastantes soldados muertos o heridos, para al final quedar la zona como tierra de nadie.
Tras una jornada de intensa batalla, la ciudad de Tulcán estaba casi completamente bajo el control del Ejército colombiano. En unión con las fuerzas que alargaban el frente hasta Tufiño en el oeste, y la frontera colombiana hacia el este, habían logrado el objetivo de crear una zona de seguridad para que la artillería ecuatoriana tuviera más difícil atacar suelo colombiano. A su vez permitía tener un as negociador en la manga, y elevaba la moral de la tropa y la ciudadanía en unos días especialmente difíciles para el país.
Ahora quedaba terminar de vencer las últimas bolsas de resistencia en la ciudad, reforzar las posiciones, reavituallarse y solicitar refuerzos para cubrir las bajas producidas por el combate. De momento, nadie había hablado de seguir hacia el sur. Avanzar por aquella complicadísima orografía, con muy pocas vías de comunicación capaces de sostener el avance de un ejército moderno, y contra un enemigo decidido, la ofensiva podía convertirse en una pesadilla. Para plantearse algo así, se necesitarían más hombres, armas, suministros, etc...en definitiva un esfuerzo mucho mayor, que el Alto Mando parecía no querer realizar en un Teatro de Operaciones que, al fin y al cabo, era secundario y que en un primer momento se había planteado incluso mantenerlo “congelado”.
Por su parte, el Mando de la 1ª División ecuatoriana, con solo un Grupo de Caballería Blindada en reserva, no se resignaba a aquella situación, y aunque le era prácticamente imposible estirar más a las unidades sobre la frontera común en otros lugares, para poder retirar alguna de ellas y enviarla al sector de Tulcán, si podía reclamar unidades de otras zonas del país. De hecho, en la noche del día 6 se habían cursado ordenes de traer al norte algunas unidades del centro y el sur del país, y tras recibir el visto bueno del Gobierno, previa deliberación de los riesgo y beneficios que ello conllevaba, la 5ª Brigada de la 2ª División, y la 3ª Brigada de la 3ª División, habían comenzado a preparar primero y conducir después, su viaje hacia Tulcán.
Con buena parte de aquellas informaciones en la cabeza, el Coronel Ariza apagó el cigarro que se había consumido casi sin darle ninguna calada, y se dirigió de nuevo a su puesto de mando para debatir con sus subordinados las líneas de actuación de su brigada para la madrugada y el día siguiente.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro