Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
La batalla había sido muy costosa para ambos bandos. El Pacto había perdido un crucero ligero, tres destructores, trece torpederos (varios eran destructores ligeros comparables a los Hunt británicos), un buque de desembarco de tanques, media docena de dragaminas y cañoneros, seis submarinos, y varios transportes. Las pérdidas británicas fueron aun peores: dos cruceros, quince destructores, un monitor, cuatro submarinos, y buen número de buques de asalto. En el aire los combates también habían sido duros, costando centenares de aparatos a cada bando.
A pesar de todo, el resultado de la batalla había sido claramente beneficioso para el Pacto de Aquisgrán. Aunque la Kriegsmarine quedó gravemente afectada, y su fuerza de torpederos casi aniquilada, no se trató de una victoria pírrica como la campaña noruega de 1940. La construcción de nuevas unidades progresaba a buen ritmo (durante 1942 se entregaron cinco portaaviones auxiliares, dos cruceros de la clase Amsterdam, ocho destructores del tipo 1936a, uno del 1936b, doce torpederos del tipo 1939 y dos del 1941, y se reincorporó el Emden, convertido en crucero antiaéreo). También se pudo contar con la asistencia italiana: además de los buques que se prestaban a relevar a los germanos en el bloqueo del Atlántico, la Regia Marina trasladó tres flotillas de torpederos al Canal que, junto con los navíos alemanes supervivientes, se hicieron con el control de esas aguas. El resultado fue, por tanto, que la Royal Navy fue expulsada del Canal de la Mancha, donde solo permanecieron fuerzas ligeras. Para terminar de sellar el área, los aviones y las lanchas alemanas sembraron densos campos de minas (muchas del letal tipo EMD) en el Paso de Dover, a donde se trasladó a las escuadrillas de ataque naval nocturno.
También la RAF fue derrotada, no solo por sus pérdidas de aviones y pilotos, sino porque consumió parte del fuel y de las municiones que se reservaban para la invasión. La situación se hizo tan apurada que algunos oficiales propusieron la realización de ataques suicidas, estrellando los cazas menos capaces (como los Hurricane o los Tomahawk) contra los barcos enemigos. De hecho, el crucero Köln estuvo cerca de ser alcanzado por un aparato que cayó a pocos metros de su amarradero, no se sabe si alcanzado por la artillería antiaérea, o porque su piloto pretendía dar ejemplo a sus compañeros.
Posteriormente a la batalla, la isla normanda de Jersey y el archipiélago de las Sorlingas se convirtieron en los bastiones alemanes en el Canal. El que hubiese agentes entre los civiles tuvo consecuencias desastrosas para sus pobladores. Los pocos que no habían sido evacuados fueron deportados, y las Sorlingas se convirtieron en terreno militar, sin ocupación civil estable. Las islas del Canal sufrieron parecida suerte, salvo que fueron repobladas con «alemanes étnicos» procedentes del Este.
Las Sorlingas quedaron irreconocibles tras la batalla. La isla principal, St. Mary, había sido bombardeada tan intensamente que recordaba a los torturados campos de batalla de Verdún. Además, se empleó maquinaria pesada para aplanar el terreno, y la isla quedó convertida en un gran aeródromo, con pistas de hasta 2.300 m de longitud, capaces de admitir aviones pesados. En Tresco había un segundo aeródromo para cazas y aviones ligeros. Además, en St. Agnes y en St. Martin’s se construyeron pistas auxiliares y zonas de aterrizaje para helicópteros. Las islas de Bryher y Tresco quedaron conectadas por una calzada; también se pensó en hacerlo con St. Mary, pero se trataba de una obra de gran envergadura que solo pudo ser finalizada en la posguerra. Asimismo, se dragó y señalizó el canal de acceso a Hugh Harbor; aunque no permitía el paso de grandes unidades, sirvió para que el puerto fuese base de flotillas costeras germanas.
Al mismo tiempo que se construían aeródromos y se mejoraba el puerto, se fortificaron las islas instalando baterías de cañones de costa, incluyendo una pesada de 30,5 cm de origen ruso. Se reforzó la artillería antiaérea, y en las Sorlingas se emplazó una de las primeras baterías de zombis Wasserfall. Como al estar tan cercanas a Inglaterra resultaba muy difícil impedir los ataques aéreos, se construyeron grandes obras de hormigón y se excavaron refugios en la roca granítica, de tal forma que las Sorlingas pasaron a ser conocidas como el Gibraltar de Cornualles.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Affinati E. Regia Marina italiana (1860-1946) (Storia militare). Chillemi. Roma (2009)
El almirante Bergamini y la artillería naval italiana
Durante la Guerra de Soberanía los acorazados de la marina italiana emplearon dos cañones de artillería principal: el 320/44 que llevaban los Cavour y Doria modernizados, y el 380/50 de los Littorio. Las dos piezas eran modernas y tenían buen rendimiento. En realidad, el primero era una reconstrucción de los cañones de 30,5/46 Elswick T y Vickers G de modelo 1909, que habían sido fabricados bajo patente; en los años treinta se modificaron taladrando el tubo para aumentar el calibre del ánima. El segundo (cuyo calibre real era de 38,1 cm) era uno de los cañones navales más potentes, superior a los alemanes y británicos del mismo calibre, aunque el modelo 1934 sufría de un desgaste excesivo, que se corrigió en el modelo 1939 que llevaron los acorazados Roma e Impero, y con los que se rearmó a la primera pareja cuando sus cañones originales se desgastaron.
En las pruebas, ambos cañones se revelaron excelentes. El de 32 cm tenía un poco más de dispersión que el 30,5 original, pero disparaba un proyectil más pesado, casi comparable al de 35,6 cm británico. El de 38 cm fue descrito como «soberbio», aunque posteriormente se ha criticado que, al ser su velocidad inicial muy alta, los proyectiles tenían una trayectoria demasiado tensa y no atacaban las vulnerables cubiertas de protección enemigas, sino la espesa coraza principal.
Sin embargo, cuando la marina italiana participó en la Guerra de Soberanía, los resultados fueron diferentes a lo esperado. En los combates de Calabria y de Cabo Teulada los artilleros italianos lograron centrar a los enemigos, pero no consiguieron impactos. En el de Scarpantos, la tasa de acierto de los cruceros italianos no superó el 4%, y en el de Jaffa los cruceros Bande Nere y Barbiano tuvieron que gastar toda su munición para hundir tres cañoneros. Posteriormente ocurrió lo mismo en los bombardeos navales de Malta y de Creta, donde la artillería del Cesare fracasó repetidamente al intentar poner fuera de combate las posiciones británicas, que tuvieron que ser suprimidas por los destructores desde corta distancia. La experiencia se repitió en las batallas de las Salvajes y de San Vicente. En el combate de Mogador se apreció que el tiro alemán era al menos el doble de preciso que el italiano.
El almirante Bergamini, que había liderado la división italiana de acorazados que había combatido en Mogador y en Islandia, solicitó al de su mismo grado Sansonetti (que mandaba las fuerzas italianas en el Mediterráneo, en lo que realmente era un mando de instrucción) que se repitiesen las pruebas de tiro. De nuevo los resultados fueron buenos, pero Bergamini no quedó conforme y pidió que volvieran a hacerse, pero en condiciones reales. Inicialmente Sansonetti se resistió, aduciendo que resultaría muy costoso. Bergamini tuvo que acudir al almirante de Courten, ministro de marina de Ciano, que tras una tormentosa entrevista accedió a la demanda.
El seis de julio de 1942 una escuadra formada por los acorazados Vittorio Veneto, Doria, Cesare, el crucero pesado Trento y los ligeros Monteccuccoli y Savoia, realizó un ejercicio de tiro en la isla de Pianosa, cercana a Elba. Los resultados fueron descorazonadores: el fuego fue notablemente impreciso, y la dispersión de las salvas llegó a ser de centenares de metros. Fue tan grande que se advirtió que la supuesta puntería italiana en combates como el de Teulada (enfrentamiento en el que se centró al enemigo con la primera salva) se debió a que los proyectiles caían tan espaciados que casi siempre rodeaban al objetivo, aunque posteriormente las probabilidades de alcanzarlo fuesen ínfimas.
En el caso de los cruceros se vio que la dispersión obedecía en buena parte al diseño de las piezas de artillería y de las torres: los cañones eran excesivamente potentes y se desequilibraban al disparar, y estaban montados tan juntos (se había hecho por economía, para que solo se necesitase un mecanismo de elevación) que las vibraciones de un tubo se transmitían al vecino. Por si fuese poco, los proyectiles interferían entre sí en vuelo. Instalando un intervalómetro la mejora fue solo parcial, y finalmente fue necesario reducir las cargas de proyección (disminuyendo el alcance), y disparar por medias salvas, siguiendo la práctica alemana.
Sin embargo, en el caso de los acorazados el problema era otro. Durante las pruebas, las salvas del Cesare habían estado más agrupadas que las del Doria, y se creyó que se debía a las diferencias de los cañones (los del Cesare eran de patente Elswick y los del Doria, Vickers). Sin embargo, en una segunda prueba las salvas del Cesare se dispersaron tanto como las del Doria. Algo similar ocurrió con el Vittorio Veneto, pues sus proyectiles se concentraban más o menos de manera aparentemente aleatoria. Todo apuntaba a la munición.
El almirante Bergamini solicitó una inspección e, incluso antes de recibirse la autorización ministerial, ordenó que se revisase la munición en sus unidades. Los resultados fueron tan alarmantes que de Courten se vio obligado a extender las revisiones a toda la flota, e incluso el ejército tuvo que hacerlo. Resultó que la fabricación de la munición era tan descuidada que había grandes diferencias entre los proyectiles, tanto en peso como en equilibrio. También había mucha variabilidad en las cargas de proyección, no solo en la cantidad de propelente sino en su calidad; algo muy grave porque no solo afectaba a la precisión, sino también a la seguridad en los pañoles de los barcos italianos. Los resultados de las pruebas realizadas por el ejército fueron similares si no peores. Por ejemplo, se vio que la dispersión del obús 149/19 modelo 37, era tres veces mayor que el de la similar pieza alemana leFH 18.
Al comprobarse la mala calidad de las municiones italianas, el almirante de Courten ordenó una investigación que desveló que las fábricas de municiones preparaban series especiales destinadas a las pruebas, mientras que el control de calidad de la munición «normal» era deficiente, cuando se hacía. Para asegurarse de que durante los ensayos se empleaban los proyectiles «especiales», las fábricas sobornaban a los oficiales encargados. El escándalo no podía ocultarse y el primer ministro Ciano ordenó que los responsables fuesen juzgados. Una decena de mandos fueron expulsados de las fuerzas armadas y encarcelados, y también lo fueron empresarios como Agostino Rocca, director de Ansaldo, y Luigi Odero, el director de la empresa Odero-Terni-Orlando. Las empresas también fueron castigadas y tuvieron que ceder un 40% de sus acciones al estado. Además, pasaron al retiro militares como Sansonetti o Cavallero, que no se habían beneficiado del cohecho, pero que tampoco habían realizado sus tareas con el mínimo celo exigible. Por el contrario, fue promocionado el almirante Bergamini. Ya había demostrado su capacidad en las grandes batallas navales del Atlántico, y fueron sus desvelos los que consiguieron destapar el asunto. Inicialmente ocupó el puesto de Sansonetti, pero acabó sucediendo a Riccardi al frente del Estado Mayor de la Regia Marina.
Urgía solventar el problema, ya que la mala calidad de la munición estaba afectando al rendimiento de la marina y del ejército. No podía descartarse la ya fabricada, pues la flota quedaría inerme, ya que la producción de proyectiles pesados era un proceso lento. Bergamini propuso que se renovase la munición existente. Como Breda no había estado implicada en el escándalo, fue la empresa encargada. En una factoría en Génova se desmontaron los proyectiles, se pesaron y se comprobó su equilibrio en una máquina rotatoria. También se revisó el peso y la calidad de la carga explosiva y del propelente. Como se temía, las diferencias eran importantes, y de media alcanzaban el 1,7%. Muchos proyectiles eran defectuosos debido a un torneado inadecuado que hacía que se desequilibrasen durante el tiro.
Aunque hubo que descartar casi un 20% de los proyectiles, el resto de la munición fue renovada y ajustada; aprovechando la revisión, se disminuyó un 15% la carga de proyección; aunque como consecuencia disminuyó el alcance, y fue preciso rehacer las tablas de tiro, los cañones sufrieron mucho menos desgaste y, sobre todo, la trayectoria pasó a ser más curva, lo que significaba que los nuevos proyectiles atacaban las corazas horizontales enemigas, más vulnerables. A partir de noviembre de 1942 empezaron a entregarse partidas de municiones mejoradas, apreciándose desde el primer momento una sustancial mejora en la precisión. El problema de la artillería terrestre fue más complejo, ya que los defectos afectaban también a las piezas y muchas debieron ser reconstruidas.
Con estos cambios la artillería naval italiana, cuyo comportamiento en la primera parte de la guerra había sido mediocre, pasó a ser una de las más precisas del mundo. En el segundo combate de Socotora el acorazado Veneto logró una de las mejores marcas de la guerra al alcanzar al portaaviones norteamericano Hamlin desde 23.000 m con su primera salva, a pesar de disparar sin visibilidad. También la artillería terrestre mejoró en su rendimiento y, cuando incorporó cañones de nuevos modelos, se convirtió en un arma temida por los aliados.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Ya que hemos tenido barquitos, y últimamente no me he prodigado...
Acorazado Andrea Doria
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El Andrea Doria fue la segunda unidad de la clase Duilio de acoraza-dos, que era una mejora de la precedente clase Cesare. El Doria entró en servicio en 1916 y entre 1937 y 1940 fue reconstruido casi por completo. Los dos buques estaban presentes en Tarento; el Duilio sufrió graves ave-rías, pero el Doria no fue alcanzado. Durante los meses siguientes el Doria participó en varios enfrentamientos, incluyendo la batalla de Mogador, en la que hundió al crucero de batalla británico Renown.
Tras el armisticio de 1942 el Doria fue de nuevo modernizado, aun-que en menor grado que el Cavour. Se instalaron equipos electrónicos de origen germano, incluyendo una moderna dirección de tiro controlada por radiotelémetro, y se sustituyeron los cañones antiaéreos de 90 mm, cuyo rendimiento no había sido bueno, por los Breda Allargato de 75 mm; ini-cialmente se había pensado instalar diez cañones, pero el aumento de pesos altos obligó a que finalmente solo se montasen seis. A cambio, se conservaron las cuatro torres triples de 135 mm. También se sustituyeron los cañones de 37 y 20 mm por otros más modernos. La modernización del Doria fue más limitada que la del Cavour, pero tras ella su valor militar fue similar.
El Doria volvió al servicio en 1944 y operó conjuntamente con el Cavour y el Cesare, los otros acorazados modernizados, participando en combates aeronavales y anfibios en el Índico. En el segundo combate de Socotora fue alcanzado por tres bombas que le causaron daños leves. Al finalizar el conflicto pasó a la reserva, siendo vendido para el desguace en 1955.
Acorazado Andrea Doria
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El Andrea Doria fue la segunda unidad de la clase Duilio de acoraza-dos, que era una mejora de la precedente clase Cesare. El Doria entró en servicio en 1916 y entre 1937 y 1940 fue reconstruido casi por completo. Los dos buques estaban presentes en Tarento; el Duilio sufrió graves ave-rías, pero el Doria no fue alcanzado. Durante los meses siguientes el Doria participó en varios enfrentamientos, incluyendo la batalla de Mogador, en la que hundió al crucero de batalla británico Renown.
Tras el armisticio de 1942 el Doria fue de nuevo modernizado, aun-que en menor grado que el Cavour. Se instalaron equipos electrónicos de origen germano, incluyendo una moderna dirección de tiro controlada por radiotelémetro, y se sustituyeron los cañones antiaéreos de 90 mm, cuyo rendimiento no había sido bueno, por los Breda Allargato de 75 mm; ini-cialmente se había pensado instalar diez cañones, pero el aumento de pesos altos obligó a que finalmente solo se montasen seis. A cambio, se conservaron las cuatro torres triples de 135 mm. También se sustituyeron los cañones de 37 y 20 mm por otros más modernos. La modernización del Doria fue más limitada que la del Cavour, pero tras ella su valor militar fue similar.
El Doria volvió al servicio en 1944 y operó conjuntamente con el Cavour y el Cesare, los otros acorazados modernizados, participando en combates aeronavales y anfibios en el Índico. En el segundo combate de Socotora fue alcanzado por tres bombas que le causaron daños leves. Al finalizar el conflicto pasó a la reserva, siendo vendido para el desguace en 1955.
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Acorazado Conte di Cavour
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El Conte di Cavour fue el cabeza de una clase de tres acorazados muy parecidos a los dos Andrea Doria precedentes. Uno de ellos, el Leonardo da Vinci, se hundió durante la Gran Guerra debido a una explosión interna. En los años treinta los dos Doria y los dos Cavour supervivientes sufrieron una modificación radical que los convirtió en acorazados rápidos: se desmontó la torre central, se sustituyeron las máquinas por otras más potentes, se alargó el casco y se reconstruyeron las superestructuras, y se modificó el armamento principal que pasó a ser de diez cañones de 320 mm en dos torres triples y dos dobles. Aun así, seguían siendo buques de diseño anticuado, muy vulnerables a los cañones pesados enemigos, como demostró el combate de Calabria en julio de 1940, cuando un proyectil del Warspite perforó con facilidad la débil cubierta de protección del Giulio Cesare; solo la explosión prematura del proyectil salvó al acorazado.
La noche del 11 de noviembre de 1940 aerotorpederos Swordfish procedentes del portaaviones Illustrious atacaron a la flota italiana surta en la base naval del Tarento. El Cavour derribó un avión británico pero después de que lanzase su torpedo, que estalló bajo la torre «B» destruyendo la bomba de achique de proa. El acorazado sufrió una inundación incontenible y tuvo que ser varado. Inicialmente su salvamento recibió escasa prioridad, pero por insistencia de la Kriegsmarine, que necesitaba el apoyo de la potente marina italiana, fue puesto a flote en febrero de 1941, y trasladado a Trieste para su reparación. Aprovechando las obras se decidió modernizar el buque potenciando su armamento antiaéreo. Se des-montaron los cañones de 120 mm y 100 mm instalando en su lugar diez cañones automáticos Breda Allargato de 75 mm. También se montaron cañones Oto-Bofors de 40 mm y Breda de 20 mm. El Cavour recibió los equipos electrónicos más modernos, similares a los instalados en el cruce-ro antiaéreo Etna. Con estos cambios volvió al servicio en diciembre de 1943, uniéndose a la quinta división de acorazados. En 1945 fue alcanzado por dos bombas y un torpedo durante la batalla aeronaval de Socotora, sufriendo importantes daños; solo con el apoyo de dos remolcadores de altura consiguió llegar al puerto de Massawa. Fue trasladado a Trieste, pero las obras se suspendieron al finalizar el conflicto. En 1947 fue vendido para su desguace.
Se agradecerá la visita a DeviantArt, donde podrán encontrar muchas imágenes y texto adicional.
https://www.deviantart.com/yqueleden/ga ... -visitante
Saludos
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El Conte di Cavour fue el cabeza de una clase de tres acorazados muy parecidos a los dos Andrea Doria precedentes. Uno de ellos, el Leonardo da Vinci, se hundió durante la Gran Guerra debido a una explosión interna. En los años treinta los dos Doria y los dos Cavour supervivientes sufrieron una modificación radical que los convirtió en acorazados rápidos: se desmontó la torre central, se sustituyeron las máquinas por otras más potentes, se alargó el casco y se reconstruyeron las superestructuras, y se modificó el armamento principal que pasó a ser de diez cañones de 320 mm en dos torres triples y dos dobles. Aun así, seguían siendo buques de diseño anticuado, muy vulnerables a los cañones pesados enemigos, como demostró el combate de Calabria en julio de 1940, cuando un proyectil del Warspite perforó con facilidad la débil cubierta de protección del Giulio Cesare; solo la explosión prematura del proyectil salvó al acorazado.
La noche del 11 de noviembre de 1940 aerotorpederos Swordfish procedentes del portaaviones Illustrious atacaron a la flota italiana surta en la base naval del Tarento. El Cavour derribó un avión británico pero después de que lanzase su torpedo, que estalló bajo la torre «B» destruyendo la bomba de achique de proa. El acorazado sufrió una inundación incontenible y tuvo que ser varado. Inicialmente su salvamento recibió escasa prioridad, pero por insistencia de la Kriegsmarine, que necesitaba el apoyo de la potente marina italiana, fue puesto a flote en febrero de 1941, y trasladado a Trieste para su reparación. Aprovechando las obras se decidió modernizar el buque potenciando su armamento antiaéreo. Se des-montaron los cañones de 120 mm y 100 mm instalando en su lugar diez cañones automáticos Breda Allargato de 75 mm. También se montaron cañones Oto-Bofors de 40 mm y Breda de 20 mm. El Cavour recibió los equipos electrónicos más modernos, similares a los instalados en el cruce-ro antiaéreo Etna. Con estos cambios volvió al servicio en diciembre de 1943, uniéndose a la quinta división de acorazados. En 1945 fue alcanzado por dos bombas y un torpedo durante la batalla aeronaval de Socotora, sufriendo importantes daños; solo con el apoyo de dos remolcadores de altura consiguió llegar al puerto de Massawa. Fue trasladado a Trieste, pero las obras se suspendieron al finalizar el conflicto. En 1947 fue vendido para su desguace.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Acorazado Roma
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El Roma fue el tercer acorazado de la clase Littorio. Su construcción, así como la del cuarto de la serie, el Impero, fue ordenada en 1937 debido al aumento de las tensiones internacionales. En su diseño se aprovechó la experiencia adquirida con los dos precedentes, y se modificó la proa para darle mayor francobordo (en sus dos gemelos había resultado ser excesivamente húmeda) y se modificaron las líneas de la popa para disminuir su resistencia al avance.
Los primeros meses de guerra mostraron las deficiencias de los buques de guerra italianos. Algunas iban a ser difíciles de solventar: por ejemplo, la protección submarina, que estaba basada en el «cilindro Pugliese», había fallado en Tarento. Por desgracia ese defecto no podía remediarse ya que tanto el Roma como el Impero habían sido botados, y la sustitución del sistema antitorpedos hubiese requerido la reconstrucción de los cascos. Las únicas modificaciones en este sentido fueron el refuerzo de los mamparos transversales y longitudinales junto al sistema antitorpedos. También se había instalado la artillería principal, aunque no era del modelo 1934 sino del 1939 que sufría menor desgaste. Aun así su dispersión era excesiva, pero el problema pudo remediarse mejorando el control de calidad de la munición.
Los principales cambios afectaron al armamento antiaéreo. Originalmente debieran haber llevado doce cañones antiaéreos de 90 mm. Aunque se trataba de un cañón potente y preciso, sus montajes eran muy complejos, propensos a las averías, y no podían seguir a los aviones torpederos volando a baja altura, la principal amenaza para los acorazados. Se decidió sustituirlos por los nuevos cañones automáticos Breda Allargato de 75 mm. El Roma montó el modelo 1942, que contaba con un regulador automático de espoletas, pero el sistema fue desmontado cuando a mediados de 1943 se dispuso de proyectiles con espoleta de proximidad. Se desembarcaron los cañones de 120 mm (destinados a disparar proyectiles iluminantes; en su lugar se diseñó un proyectil especial para los cañones de 152 mm) y los de 37 mm (que eran de carga manual y muy poco eficientes); estos últimos fueron sustituidos por catorce montajes dobles Oto-Bofors de 40 mm. Estos cañones se basaban en planos suecos y habían sido seleccionados como armamento secundario para la flota. El Roma también llevaba diez montajes cuádruples de 20 mm.
La principal modificación, sin embargo, fue la sustitución de sus equipos electrónicos. Dado que las obras estaban demasiado avanzadas y no se quiso demorarlas, se montaron en un mástil situado a popa; posteriormente la disposición se mostró inconveniente ya que el puente producía ángulos ciegos y las delicadas antenas estaban expuestas a los humos dela chimenea. Aun así, se trataba de los sistemas más potentes montados en un buque italiano que multiplicaban la capacidad del Roma.
El acorazado fue finalizado en marzo de 1942, aunque tuvo que volver al astillero para solucionar algunos defectos. En noviembre de 1943 se unió a la flota, formando una división de acorazados junto a los recién reparados Italia (antiguo Littorio) y Vittorio Veneto. El Roma actuó como buque insignia hasta que fue sustituido en 1944 por su gemelo Impero, que había sufrido modificaciones aun más radicales.
El Roma operó tanto en el Atlántico como en el Índico, aunque su misión principal fue proporcionar escolta a los grupos de portaaviones del Pacto. En la batalla de Socotora sus cañones lograron derribar ocho aviones norteamericanos. Durante el conflicto no fue nunca alcanzado por el enemigo, y tras finalizar pasó a la reserva en 1949. Se consideró reactivarlo para emplear su poderosa artillería en el apoyo de operaciones terrestres, pero por desgracia los tubos de los cañones estaban muy gastados. Se estudiaron planes para convertirlo en lanzamisiles, pero era un barco excesivamente grande con una dotación muy numerosa, y su conversión costaría más que construir un buque especializado. Finalmente se decidió mantenerlo en la reserva hasta que en 1961 fue dado de baja, vendido y desguazado.
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El Roma fue el tercer acorazado de la clase Littorio. Su construcción, así como la del cuarto de la serie, el Impero, fue ordenada en 1937 debido al aumento de las tensiones internacionales. En su diseño se aprovechó la experiencia adquirida con los dos precedentes, y se modificó la proa para darle mayor francobordo (en sus dos gemelos había resultado ser excesivamente húmeda) y se modificaron las líneas de la popa para disminuir su resistencia al avance.
Los primeros meses de guerra mostraron las deficiencias de los buques de guerra italianos. Algunas iban a ser difíciles de solventar: por ejemplo, la protección submarina, que estaba basada en el «cilindro Pugliese», había fallado en Tarento. Por desgracia ese defecto no podía remediarse ya que tanto el Roma como el Impero habían sido botados, y la sustitución del sistema antitorpedos hubiese requerido la reconstrucción de los cascos. Las únicas modificaciones en este sentido fueron el refuerzo de los mamparos transversales y longitudinales junto al sistema antitorpedos. También se había instalado la artillería principal, aunque no era del modelo 1934 sino del 1939 que sufría menor desgaste. Aun así su dispersión era excesiva, pero el problema pudo remediarse mejorando el control de calidad de la munición.
Los principales cambios afectaron al armamento antiaéreo. Originalmente debieran haber llevado doce cañones antiaéreos de 90 mm. Aunque se trataba de un cañón potente y preciso, sus montajes eran muy complejos, propensos a las averías, y no podían seguir a los aviones torpederos volando a baja altura, la principal amenaza para los acorazados. Se decidió sustituirlos por los nuevos cañones automáticos Breda Allargato de 75 mm. El Roma montó el modelo 1942, que contaba con un regulador automático de espoletas, pero el sistema fue desmontado cuando a mediados de 1943 se dispuso de proyectiles con espoleta de proximidad. Se desembarcaron los cañones de 120 mm (destinados a disparar proyectiles iluminantes; en su lugar se diseñó un proyectil especial para los cañones de 152 mm) y los de 37 mm (que eran de carga manual y muy poco eficientes); estos últimos fueron sustituidos por catorce montajes dobles Oto-Bofors de 40 mm. Estos cañones se basaban en planos suecos y habían sido seleccionados como armamento secundario para la flota. El Roma también llevaba diez montajes cuádruples de 20 mm.
La principal modificación, sin embargo, fue la sustitución de sus equipos electrónicos. Dado que las obras estaban demasiado avanzadas y no se quiso demorarlas, se montaron en un mástil situado a popa; posteriormente la disposición se mostró inconveniente ya que el puente producía ángulos ciegos y las delicadas antenas estaban expuestas a los humos dela chimenea. Aun así, se trataba de los sistemas más potentes montados en un buque italiano que multiplicaban la capacidad del Roma.
El acorazado fue finalizado en marzo de 1942, aunque tuvo que volver al astillero para solucionar algunos defectos. En noviembre de 1943 se unió a la flota, formando una división de acorazados junto a los recién reparados Italia (antiguo Littorio) y Vittorio Veneto. El Roma actuó como buque insignia hasta que fue sustituido en 1944 por su gemelo Impero, que había sufrido modificaciones aun más radicales.
El Roma operó tanto en el Atlántico como en el Índico, aunque su misión principal fue proporcionar escolta a los grupos de portaaviones del Pacto. En la batalla de Socotora sus cañones lograron derribar ocho aviones norteamericanos. Durante el conflicto no fue nunca alcanzado por el enemigo, y tras finalizar pasó a la reserva en 1949. Se consideró reactivarlo para emplear su poderosa artillería en el apoyo de operaciones terrestres, pero por desgracia los tubos de los cañones estaban muy gastados. Se estudiaron planes para convertirlo en lanzamisiles, pero era un barco excesivamente grande con una dotación muy numerosa, y su conversión costaría más que construir un buque especializado. Finalmente se decidió mantenerlo en la reserva hasta que en 1961 fue dado de baja, vendido y desguazado.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Los tres mensajes anteriores (como podrá adivinarse por el color de la letra) están fuera de la "línea canónica" y pueden ser modificados. Ahora volvemos a la historia.
Savely tomó aire y empezó a exhalarlo con suavidad, mientras acariciaba el gatilllo. No apretaba, sino que tiraba con suavidad, mientras mantenía centrada cruz de la mira telescópica; pero un instante antes de disparar se interpuso un ayudante. El tirador contuvo su indignación; tantas horas apostado para nada. Mantuvo la calma esperando volver a tener un disparo seguro, pero no tuvo ocasión, y su objetivo montó en el coche oficial.
Dos veces lo había visto, pero ninguna había podido disparar. La primera, el coche estaba en medio y apenas había podido avistar su nuca, un blanco demasiado pequeño a esa distancia. El momento hubiese sido cuando el automóvil regresó y abrieron la puerta, pero se cruzó ese imbécil.
Hoy no iba a tener más oportunidades. Como no tenía objetivo fatigarse, Savely se tumbó en la cama del dormitorio y pensó en sus órdenes. Si no conseguía matar antes de tres días, tenía que arriesgarse a salir, para buscar nuevas instrucciones.
Savely tomó aire y empezó a exhalarlo con suavidad, mientras acariciaba el gatilllo. No apretaba, sino que tiraba con suavidad, mientras mantenía centrada cruz de la mira telescópica; pero un instante antes de disparar se interpuso un ayudante. El tirador contuvo su indignación; tantas horas apostado para nada. Mantuvo la calma esperando volver a tener un disparo seguro, pero no tuvo ocasión, y su objetivo montó en el coche oficial.
Dos veces lo había visto, pero ninguna había podido disparar. La primera, el coche estaba en medio y apenas había podido avistar su nuca, un blanco demasiado pequeño a esa distancia. El momento hubiese sido cuando el automóvil regresó y abrieron la puerta, pero se cruzó ese imbécil.
Hoy no iba a tener más oportunidades. Como no tenía objetivo fatigarse, Savely se tumbó en la cama del dormitorio y pensó en sus órdenes. Si no conseguía matar antes de tres días, tenía que arriesgarse a salir, para buscar nuevas instrucciones.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Antes de salir del palacio Kurland, Vasili Alekseevic Koshelev cambió su traje mal cortado por otro que no desmerecía en nada a los lucidos por los burgueses de Under der Linden. Vasili prefería la ropa alemana a la rusa, pero jamás se atrevería a lucirla en la embajada, ya que las noticias que llegaban de Moscú decían que no eran buenos momentos para alardear de ternos fascistas. El padrecito estaba dando suelta a su frustración destruyendo enemigos del pueblo; lo malo era que con tanto enemigo liquidado, pronto no quedaría pueblo. Vasili no quería aparentar costumbres burguesas que lo descalificasen como pueblo, pues sabía que su cargo en la NKVD no le libraba de sospechas.
Al agente no le agradaba la caterva de sátrapas sanguinarios que oprimía la patria, pero había aprendido a callar. Como hijo de un guardia rojo el estado le había abierto sus puertas, y había aprovechado las oportunidades que se le ofrecieron. No por ambición personal. Como todos, deseaba poder y fortuna, pero no era tal apetito el que le empujaba. Vasili era un patriota, con mayúsculas. Su padre había muerto luchando para acabar con la servidumbre y el atraso que oprimía a la Rodina. Que su memoria hubiese sido traicionada por criminales bestiales disfrazados de revolucionarios, no quitaba nada a su sacrificio. La Rodina, la patria de los rusos, era lo único por lo que valía la pena luchar. Aunque esa lucha significase tener que destruir a Alemania.
Alemania, la vieja y nueva enemiga, pensaba mientras tatareaba «¡Levántate, pueblo ruso!», la canción de Prokopiev con la que el héroe Alexander Nevsky animaba a combatir contra los caballeros teutónicos. Esa música era la más apropiada para acabar con el enemigo que otra vez había puesto sus ojos en el este. El gabinete proclamaba su amistad con Moscú, pero el agente sabía que todo era fachada, y que el ejército alemán se movía hacia los Balcanes con la intención de arrebatar Ucrania a la Rodina. Ya había sucedido durante la generación anterior, la de su padre. La guerra con los alemanes había hecho caer a los odiados zares, pero solo para desencadenar una orgía de sangre y muerte. No ocurriría si dependía de Vasili, que no iba a dejar que Alemania volviera a herir a su patria. Cumpliría con su deber, pero por la patria, y no por el ogro rojo ni por sus esbirros. Iba a seguir el ejemplo del gran Alexander, que hizo paces con los tártaros para poder aniquilar a los teutones. También llegaría el momento para los criminales del Kremlin, pero hasta entonces, el enemigo era Alemania.
No era sencillo. En Berlín había más policías que farolas, y demasiadas veces había vuelto a la embajada con la sensación de ser seguido; a esas alturas, Vasili sabía que había que atender a los instintos. Con los alemanes tras su sombra no era nada fácil moverse, y menos si sus ayudantes eran incompetentes como el inútil de Grigori. Ese imbécil se paseaba pro Berlín tan pancho, sin tomar ninguna precaución, creyendo que los alemanes se creían el cuento de que auxiliaba al agregado cultural. Cumpliendo sus supuestas funciones, se pasaba horas y más horas por los museos, sin notar que llevaba detrás una cola más larga que el vestido de boda de la zarina. Vasili había renunciado a encargarle trabajo serio, y lo enviaba solo a contactar con redes que sospechaba que estaban infiltradas. Así el tipo se entretenía y, de paso, los informes que mandaba a Moscú se hacían leguas de la competencia de Vasili. Por suerte, las meteduras de pata de Grigori se habían producido cuando la red ya estaba organizada, pero Vasili no llegaba a todo, y menos teniendo que controlar al tapado. Eso significaba que no podía buscar nuevos confidentes.
Sin embargo, la incompetencia de Grigori le ofrecía otra posibilidad contra Alemania. El mentecato ni se había dado cuenta que le habían metido una carta en el bolsillo. Seguramente había sido en el U-Bahn; igual daba. Ya se imaginaba que la inteligencia alemana sabía que sus cargos de agregado comercial y de ayudante cultural no describían sus verdaderas ocupaciones. La nota le citaba en un rincón de Berlín, y le pedía que se asegurase de ir solo. A eso se iba a dedicar durante la hora siguiente. El U-Bahn iba a ser su herramienta.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
El general Schellenberg le había reiterado la orden de no molestar a los rusos, instrucción que Gerard sabía traducir: algo se cocía. Por desgracia, le pillaba en mal momento, corto de personal y con la Sección reorganizándose. Gerard seguía lamentando haber tenido que sacrificar a Herta; antes o después iba a tener que llamarla.
Aunque tuviese pocos recursos, los iba a emplear. Ordenó que se intensificase la vigilancia sobre los soviéticos, aunque fuese descuidando a los carteros o a los plutócratas nostálgicos del nazismo. No olvidó decir que era prioritario que nadie sospechase. Los seguimientos se harían desde lejos, con la máxima discreción aunque, eso sí, los agentes tenían que estar preparados por si intentaban despistarlos. Al menos Leimbach había tenido buena idea, y había disfrazado a varios de sus agentes de mensajeros. Por Berlín pululaban todo tipo de uniformados en motocicletas, y con sus cascos y antiparras, resultaba imposible diferenciar unos de otros. Circulando por las avenidas no llamarían la atención. Tan solo tendrían que tener la precaución de no entrar en callejas, sino esperar en las bocacalles. Gerard aplaudió la ocurrencia de Leimbach y la perfeccionó, ordenando que en las motos se instalasen radioteléfonos que les permitiesen estar en contacto e irse turnando; al menos, la Agencia tenía la ventaja de poder acceder a la mejor tecnología de Alemania, incluyendo los nuevos equipos miniaturizados basados en lifenes.
No habían pasado ni cuarenta y ocho horas desde la orden de Schellenberg cuando Leimbach llamó al Director por teléfono: Johan había salido de la embajada y se había metido en una boca del U-Bahn. La persecución había empezado.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Capítulo 46
Quien se venga después de la victoria es indigno de vencer.
Voltaire
Néstor González Luján. Op. cit.
Los preparativos para la invasión de Inglaterra
La estrategia ideada por el mariscal Von Manstein en el verano de 1940 había proporcionado enormes victorias para Alemania. El éxito era mayor del esperado: aunque inicialmente se pretendía conquistar Egipto y el Canal de Suez, Alemania y sus aliados habían conseguido expulsar a los británicos de gran parte de África y de Asia, de las Canarias e incluso del Atlántico. Sin embargo, el objetivo inicial del plan, llevar a Inglaterra a la mesa de negociaciones, no se había conseguido. Parecía que la única manera de acabar con la guerra era invadir las islas inglesas.
Hasta el verano de 1940, el Estado Mayor alemán no había contemplado la necesidad de un desembarco en Inglaterra, ya que los estudios previos a la guerra no preveían la participación británica en el conflicto, y durante los primeros meses se creyó que pedirían la paz en cuanto se derrotase a Francia. Los planes se trastocaron cuando el Primer Ministro Churchill consiguió alentar a su nación para que resistiese.
El ejército británico, aparentemente moderno pero anclado en tradiciones y ceremonias de otros tiempos, no era enemigo para el alemán. Había sido derrotado en Bélgica y, como se ha dicho, volvería a serlo en África, Oriente y en Portugal. Aun así, los ingleses podían reírse de los pánzer alemanes desde el otro lado del Canal de la Mancha, sabedores de que los alemanes no tenían medios para cruzarlo. La Kriegsmarine, que en 1939 aun seguía sin ser ni la sombra de lo que había sido la Hochseeflotte, tras la campaña de Noruega había quedado reducida a un puñado de cruceros y de torpederos.
Aunque la Kriegsmarine hubiera tenido la potencia que en su día gozó la marina del Káiser, tampoco se podía emprender la invasión, ya que no había suficientes embarcaciones de asalto, ni siquiera alistando las fluviales alemanas y de los países ocupados. Tras un enfrentamiento entre el ejército y la marina que se saldó con el relevo del mariscal Keitel y del almirante Raeder, el Statthalter Goering renunció a la invasión y, en su lugar, optó por la «estrategia periférica», es decir, por hacer la guerra al imperio británico en ultramar. Aun así, no se abandonaron los preparativos, sino que se mantuvieron para obligar a los británicos a retener importantes fuerzas en la metrópoli. No eran figurados, sino reales, por si el asalto era necesario en el futuro, y en un plazo no muy largo se consiguió reunir una fuerza anfibia de apreciable tamaño.
En el verano de 1940 Alemania no solo carecía de buques de desembarco, sino que tampoco tenía experiencia en tales operaciones. La invasión de Noruega se había realizado transportando tropas de asalto en los buques de guerra, y los soldados desembarcaron con pequeñas lanchas, con los botes de los barcos, o directamente en los muelles. Resultó un éxito, pero a pesar de la casi total indefensión noruega los alemanes sufrieron pérdidas graves, incluyendo el novísimo crucero pesado Blücher, otros dos cruceros y la mitad de la fuerza de destructores. Un asalto similar contra Inglaterra era impensable salvo que se consiguiese capturar un puerto, algo improbable incluso con el apoyo de los paracaidistas. Más adelante, las destrucciones realizadas por los británicos en Alejandría, Haifa, Malta y Lisboa hicieron evidente que, aunque se consiguiese conquistar algún puerto, llevaría semanas o meses reparar las destrucciones y limpiarlo de trampas explosivas. Por otra parte, los desembarcos italianos y franceses en Malta, Creta, Chipre, y en el Mar Arábigo demostraron que se podían realizar operaciones anfibias sin disponer de puertos, si se disponía de medios adecuados.
El Grossadmiral Marschall encomendó al almirante Otto Schniewind la preparación de un desembarco directamente en las playas. Aunque se siguió planeando la toma por asalto de algún puerto, las fuerzas desembarcadas tenían que ser capaces de tomar y de mantener una cabeza de playa con sus propios medios. Para conseguirlo se necesitaban embarcaciones especializadas que Alemania tenía que construir o transformar.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Casi nadie en Berlín sabía de la gran batalla que se había librado en el Atlántico, ya que los noticieros y loa partes radiados solo hablaban de las incursiones de la Luftwaffe sobre Londres, o de las hazañas de los submarinos. Salvo los militares más encumbrados, o los que tenían sus puestos en cuarteles generales, prácticamente nadie conocía que las flotas del Pacto estaban librando la batalla decisiva. Por eso los berlineses se sorprendieron al escuchar una salva de veintiún cañonazos, seguidos por el repique de las campanas.
En el palacio de Schönhausen vibraron las grandes cristaleras. Por un momento, el Grossadmiral Marschall tuvo que esperar a que cesase la algarabía. Si estaba en el palacio era porque había pedido audiencia, justamente para dar cuenta al regente del resultado de la batalla.
—Alteza…
—Quedamos el otro día que éramos compañeros de armas ¿no? Pues sin ceremonias, por favor.
—Tienes razón. Amigo mío, las noticias son magníficas. Ciliax lo ha hecho mejor que bien y ha derrotado estrepitosamente a los ingleses.
—¿Ha acabado con ellos?
—Tanto como eso no, pero casi —dijo el almirante—. Hemos hundido dos de sus acorazados, todos sus portaaviones, tres cruceros, y una docena de barcos de escolta. Más adelante te concretaré las cifras exactas, que aun no conozco; pero son lo de menos. Lo realmente importante es que hemos aniquilado el convoy enemigo. Los marinos ingleses debieron saber que no tenían nada que hacer porque muchos mercantes han arriado la bandera y ahora navegan hacia puertos españoles. Hemos conseguido un botín que haría soñar a Barbanegra.
—No sabes cómo me alegro. Te ruego que felicites a tus hombres. También me gustaría conocer al almirante Ciliax en cuanto sea posible.
—Cuando vuelva a puerto le pediré que se acerque a Berlín, y tú mismo le impondrás la condecoración que se ha ganado.
—Ya tiene la cruz de caballero ¿verdad?
—Sí, con las hojas de roble. Habrá que resucitar la Blauer Max.
—Me parece una excelente idea que propondré a Speer en cuanto pueda. Condecorar con «Pour le mérite» a Ciliax será un placer doble. Siempre es gratificante premiar a un héroe, y más con la orden que siempre ha adornado a los titanes alemanes. Me pareció lamentable su abolición ¿Cuándo podré imponérsela?
—Tendrás que esperar un poco. La Combinada sigue en el mar, intentando destruir los otros convoyes. No creo que lo consiga, pues según los aviones de reconocimiento los ingleses se están dispersando. La verdad, tampoco importa mucho que hundamos unos cuantos mercantes más. Lo crucial es que los ingleses no han conseguido romper el bloqueo, y tras las pérdidas que han tenido, ya no podrán hacerlo. Están perdidos.
Vi como Von Lettow trababa saliva. Hasta ahora habíamos logrado muchas victorias, pero los ingleses siempre se habían recuperado. Pero ahora, por fin, teníamos el final a la vista.
—¿Estás seguro de lo que dices? —Dijo el regente—. No me gustaría hacerme ilusiones.
—Están acabados. Ni reuniendo todos los barcos que les quedan, ni siquiera con los que les van a regalar los americanos, conseguirán romper el bloqueo. Aun pueden dar guerra, y ahora mismo se están librando combates muy duros en el Canal de la Mancha. Da igual, porque poco influirán en el curso de la guerra. Lo importante no es que pierdan o reconquisten un par de islitas, sino que hemos terminado con el abastecimiento de Inglaterra. Con su isla bloqueada no podrán aguantar. Si son sensatos, se rendirán. Si no lo son, pasarán hambre, y este próximo verano les invadiremos.
—¿No dijiste el otro día que no teníamos medios para invadir Inglaterra?
—No los teníamos mientras la Royal Navy siguiera en pie. Pero ahora todo ha cambiado. Por primera vez en siglos, es la marina británica la que tiene que esconderse. Aunque seguimos un poco justos de fuerza, he ordenado a mi Estado Mayor que se reúna con sus colegas de la Wehrmacht para completar los planes de la invasión.
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Estaba por hacer un comentraio y se me ha ido pasando por alto: En la ultima entrega de Agosto se lee que luego de la conquista de las Sorlingas se habilitaron zonas de aterrizaje para helicopteros. Me llama la atencion porque en las primeras entregas al comienzo de la operacion aqui conversamos al respecto y ante mi sugerencia de usar algun prototipo de el Drache se llego a la conclusion de que aun adolecian de muchas fallas y que el Fifi aun no estaba listo, ¿cambio algo mientras se desarrollaba la toma de las islas?.Domper escribió: ↑29 Ago 2021, 16:24Las Sorlingas quedaron irreconocibles tras la batalla. La isla principal, St. Mary, había sido bombardeada tan intensamente que recordaba a los torturados campos de batalla de Verdún. Además, se empleó maquinaria pesada para aplanar el terreno, y la isla quedó convertida en un gran aeródromo, con pistas de hasta 2.300 m de longitud, capaces de admitir aviones pesados. En Tresco había un segundo aeródromo para cazas y aviones ligeros. Además, en St. Agnes y en St. Martin’s se construyeron pistas auxiliares y zonas de aterrizaje para helicópteros.
viewtopic.php?f=21&t=37847&start=2790Domper escribió: ↑11 Jun 2020, 09:26Estuve en su día mirando fechas. En la primavera del 42 solo había tres prototipos, de los que dos estaban en la fábrica cuando fue destruida por los aliados; es probable que aun estuviesen haciendo modificaciones en ellos. Sobre todo, la capacidad del Drache era muy reducida, y las Sorlingas estaban en el límite de alcance, volando con depósitos auxiliares y sin apenas carga. Es posible que se pruebe algún prototipo (ya veremos más adelante), pero era una misión que le venía grande.
Aparte que el Drache, con esa configuración... Se me antoja muy sensible a mínimas diferencias entre los rotores. No es casual que no haya ningún aparato de producción de ese tipo. Si están en la línea axial (como los CH-46 o CH-47) producirán asimetrías más fáciles de corregir.
Saludos
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Una cosa que el Drache estuviera muy verde, otra que se quisiera ensayar (por ejemplo, ver si podía sobrevolar el Canal) y su posible utilidad ¿no?
Saludos
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¿Estas cosas no deberían ir en los comentarios? Esto es el hilo de la historia...
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Crisis. El Visitante, tercera parte
ì]
Previamente a la guerra ya se habían diseñado varios tipos de lanchas de desembarco que, por desgracia, habían sido pensadas para operaciones fluviales o en las lagunas costeras del Báltico, y no para el tormentoso Atlántico. Aun así, su construcción recibió prioridad, pero como la industria naval germana estaba sobrecargada, la primera Marinefährprahm (equivalente a las LCT aliadas) no estuvo disponible hasta noviembre de 1940. Según los cálculos más optimistas, se iba a tardar entre año y medio y dos años en construir una fuerza capaz de desembarcar un cuerpo de ejército en Gran Bretaña. Obviamente, era un plazo inasumible. Se necesitaba una fuerza anfibia no solo para que la amenaza de invasión fuese creíble, sino para aprovechar cualquier oportunidad que se pudiera presentar, como pudiera ser una crisis política inglesa. Debido a la urgencia, la Kriegsmarine tuvo que convertir todo tipo de unidades de origen civil.
Durante los últimos años el transporte por ferrocarril y por carretera había adquirido mayor importancia que el fluvial y por canales; aun así, en Europa Occidental aun quedaban gran número de gabarras que podían ser transformadas en lanchas de desembarco. Inicialmente se modificaron embarcaciones de modelos variopintos, pero las pruebas revelaron sus malas condiciones marineras, que las hacían incapaces de enfrentarse no ya a una tormenta, sino al oleaje habitual del Canal de la Mancha. Finalmente, se devolvió la mayoría a sus propietarios, y la Kriegsmarine solo retuvo las setecientas que consideró más adecuadas, a las que equipó con una rampa abatible que se lanzaba por la proa. Posteriormente y con la intención de mejorar su comportamiento en alta mar, se elevaron las amuras. Según el tamaño de las gabarras, fueron clasificadas como «Peniche» o A1 (hasta cuarenta metros de eslora y trescientas sesenta toneladas de carga), y «Kampine» o A2 (unos cincuenta metros y seiscientas veinte toneladas). Al ser producto de la modificación de embarcaciones fluviales, estaban propulsadas por motores de escasa potencia. En algunas fueron sustituidos; aun así, las formas del casco dificultaban la navegación por aguas abiertas, que tendría que hacerse al remolque. Como los remolcadores fluviales tampoco podían resistir el oleaje, hubo que modificar cierto número de pesqueros para que actuasen como remolcadores de fortuna. Estaban armados con ametralladoras, cañones de 2 cm o morteros de 8 cm, y en algunos casos se instalaron motores procedentes de los remolcadores fluviales, de camiones o de pequeñas locomotoras.
En diciembre de 1940 ya estaban disponibles varios centenares de transbordadores, barcazas y remolcadores. Como las condiciones meteoro-lógicas hacían imposible el desembarco hasta el verano siguiente, buena parte de las embarcaciones (las de menor tamaño, que podían navegar por los canales interiores franceses) fueron trasladadas al Mediterráneo e incorporadas a la «piccola marina» del almirante italiano Brivonesi, encargada de transportar los suministros necesarios para el avance por Egipto y Palestina. También fueron empleadas en el Nilo y, posteriormente, en los grandes ríos rusos, siendo sustituidas en el Canal de la Mancha por nuevas construcciones, más aptas.
[/i]
Previamente a la guerra ya se habían diseñado varios tipos de lanchas de desembarco que, por desgracia, habían sido pensadas para operaciones fluviales o en las lagunas costeras del Báltico, y no para el tormentoso Atlántico. Aun así, su construcción recibió prioridad, pero como la industria naval germana estaba sobrecargada, la primera Marinefährprahm (equivalente a las LCT aliadas) no estuvo disponible hasta noviembre de 1940. Según los cálculos más optimistas, se iba a tardar entre año y medio y dos años en construir una fuerza capaz de desembarcar un cuerpo de ejército en Gran Bretaña. Obviamente, era un plazo inasumible. Se necesitaba una fuerza anfibia no solo para que la amenaza de invasión fuese creíble, sino para aprovechar cualquier oportunidad que se pudiera presentar, como pudiera ser una crisis política inglesa. Debido a la urgencia, la Kriegsmarine tuvo que convertir todo tipo de unidades de origen civil.
Durante los últimos años el transporte por ferrocarril y por carretera había adquirido mayor importancia que el fluvial y por canales; aun así, en Europa Occidental aun quedaban gran número de gabarras que podían ser transformadas en lanchas de desembarco. Inicialmente se modificaron embarcaciones de modelos variopintos, pero las pruebas revelaron sus malas condiciones marineras, que las hacían incapaces de enfrentarse no ya a una tormenta, sino al oleaje habitual del Canal de la Mancha. Finalmente, se devolvió la mayoría a sus propietarios, y la Kriegsmarine solo retuvo las setecientas que consideró más adecuadas, a las que equipó con una rampa abatible que se lanzaba por la proa. Posteriormente y con la intención de mejorar su comportamiento en alta mar, se elevaron las amuras. Según el tamaño de las gabarras, fueron clasificadas como «Peniche» o A1 (hasta cuarenta metros de eslora y trescientas sesenta toneladas de carga), y «Kampine» o A2 (unos cincuenta metros y seiscientas veinte toneladas). Al ser producto de la modificación de embarcaciones fluviales, estaban propulsadas por motores de escasa potencia. En algunas fueron sustituidos; aun así, las formas del casco dificultaban la navegación por aguas abiertas, que tendría que hacerse al remolque. Como los remolcadores fluviales tampoco podían resistir el oleaje, hubo que modificar cierto número de pesqueros para que actuasen como remolcadores de fortuna. Estaban armados con ametralladoras, cañones de 2 cm o morteros de 8 cm, y en algunos casos se instalaron motores procedentes de los remolcadores fluviales, de camiones o de pequeñas locomotoras.
En diciembre de 1940 ya estaban disponibles varios centenares de transbordadores, barcazas y remolcadores. Como las condiciones meteoro-lógicas hacían imposible el desembarco hasta el verano siguiente, buena parte de las embarcaciones (las de menor tamaño, que podían navegar por los canales interiores franceses) fueron trasladadas al Mediterráneo e incorporadas a la «piccola marina» del almirante italiano Brivonesi, encargada de transportar los suministros necesarios para el avance por Egipto y Palestina. También fueron empleadas en el Nilo y, posteriormente, en los grandes ríos rusos, siendo sustituidas en el Canal de la Mancha por nuevas construcciones, más aptas.
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En efecto asi es, estoy totalmente de acuerdo y eso fue precisamente lo que sugeri y tu dijiste que era una "mision que le venia grande", por una cantidad de factores que describiste en detalle. Por eso es confuso que ahora hagan zonas de aterrizaje, dando a entender al lector desprevenido que siempre se penso en su uso.
Saludos
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