Cuando Lanusse se negó a colaborar en la caída de Salvador AllendeEn la tarde del 15 de septiembre de 1970, en el cuartel general de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), en Langley, Virginia, su director, Richard Helms, tendió la mano a una figura alta, de pelo cano y gesto severo, a quien había convocado a través del jefe de base de la CIA en Buenos Aires, Tom Polgar.
El visitante era el comandante en jefe del Ejército Argentino, teniente general Alejandro Agustín Lanusse. Once días antes del encuentro, en elecciones libres y democráticas, Chile había elegido como presidente a Salvador Allende, líder de la Unidad Popular: por primera vez en la larga y violenta historia del sur de América Latina, el marxismo llegaba al poder a través de elecciones. Esta afirmación no es antojadiza: pertenece al entonces embajador de Estados Unidos en Chile, Edward Korry y figura en un memorándum que Korry dirigió al Departamento de Estado de su país la misma noche del triunfo de Allende.
Estados Unidos comenzó a conspirar contra el gobierno chileno al día siguiente de electo Allende. Y si once días después, Helms tendía su mano a Lanusse, era porque Allende había ganado las elecciones en Chile. El relato de ese encuentro figura en un magnífico libro que historia las actividades, más bien las chapucerías, de la CIA a lo largo de más de medio siglo: "Legado de cenizas - La historia de la CIA", de Tim Weiner.
El libro revela que Helms, un halcón sospechado de haber encubierto el asesinato de John Kennedy en 1963, pidió a Polgar, un agente de la CIA al que conocía desde los orígenes de la agencia, a finales de la Segunda Guerra Mundial, que abordara "el primer avión hacia Washington y que llevara consigo al jefe de la junta militar argentina, general Alejandro Lanusse".
Dice Weiner en su libro:
"
La tarde del 15 de setiembre, Polgar y Lanusse estaban sentados en la suite del director del cuarteo general de la CIA, aguardando que Helms regresara de una reunión con Nixon y Kissinger. Helms estaba muy nervioso cuando volvió (...) Nixon le había ordenado que organizara un golpe de Estado (...) Helms tenía cuarenta y ocho horas para presentar un plan de ataque a Kissinger y cuarenta y nueve días para detener a Allende. (...) Helms se dirigió al general Lanusse y le preguntó qué querría su junta por ayudar a derrocar a Allende. El general argentino miró fijamente al jefe de la inteligencia estadounidense.
-Señor Helms -le dijo- usted ya tiene su Vietnam; no me haga a mí tener el mío". En setiembre de 1970 Lanusse ya había impreso un giro vital a la dictadura militar encarada en 1966 por el general Juan Carlos Onganía. El golpe con el que Onganía había derrocado al presidente constitucional Arturo Illia había sido bautizado como "Revolución Argentina". No era ni lo uno ni lo otro: Onganía intentaba un "Reich" de veinte años que lo eternizara en el poder.
Lanusse había entendido, a su pesar porque Juan Perón lo había encarcelado por golpista en 1951 cuando era oficial de Granaderos, que la Argentina era ingobernable si no se permitía el retorno de Perón, exiliado en Madrid, y la participación libre y sin proscripciones del partido peronista, prohibido desde 1955. El estallido social conocido como "El Cordobazo" en 1969, y, al año siguiente, el secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, asumido por la guerrilla peronista Montoneros, pero cada vez más sospechado de haber sido impulsado por las huestes del dictador, habían catapultado a Onganía de la Rosada. Gobernaba el país el general Roberto Marcelo Levingston, que sería desalojado del poder en 1971. Fue entonces cuando Lanusse y "mi Ejército", como gustaba definirlo, se impusieron encausar el país hacia la democracia y permitir el retorno de Perón. Todo fue más complejo que este relato que lo sintetiza, pero es imprescindible conocer el contexto en el que Lanusse le dio el portazo al halcón Helms y a la CIA.
Cuando el jefe del Ejército partió hacia Washington, previa escala en Lima, lo hizo apenas un día después de que, en William Morris, fuesen muertos por la policía Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus, dos de los acusados del asesinato de Aramburu. Lanusse disimuló su viaje a Estados Unidos con una excusa que tenía asidero: llevaba a uno de sus hijos, herido grave en un accidente, a un período de recuperación en ese país.
Pero Lanusse calló para siempre su encuentro con Helms: no lo reveló en ninguno de sus tres libros de memorias "Mi testimonio", "Testigo y protagonista" y "Confesiones de un general". Y aún más, Lanusse mintió a los periodistas que, a su retorno, le preguntaron sobre eventuales conversaciones suyas en Washington sobre la situación chilena.
En julio de 1971, casi un año después de la oferta de la CIA, Lanusse, ya presidente de facto, y Allende, presidente de Chile en ejercicio, se encontraron en Salta (ver: "El encuentro..."). No hay registro alguno de que Lanusse le haya revelado a Allende los planes de la CIA. En cambio sí se conoció un diálogo entre ambos mandatarios.
En un momento de la ceremonia de recepción, Lanusse murmuró una queja: "Ya tenemos una falla en el protocolo". Allende miró a uno y otro lado y murmuró: "Yo no veo falla alguna, General". "Bueno -contestó Lanusse- me han puesto a mí a la izquierda y a usted a la derecha". Allende no pudo evitar la carcajada. El 11 de setiembre de 1973, un golpe encabezado por el general Augusto Pinochet derrocó a Salvador Allende, que se suicidó en el Palacio de la Moneda.
Lanusse murió el 26 de agosto de 1996 después de dar fe por escrito en sus libros de los valores de la democracia. En 1985 testificó contra las tres primeras juntas militares del "proceso", por el secuestro y desaparición de Edgardo Sajón, su asesor mientras fue Presidente, y de la diplomática Elena Holmberg.
El encuentro de Salta
Lanusse y Allende se reunieron en Salta el 23 de julio de 1971. No era la primera ni la última vez que se veían. La primera había sido en 1966, cuando Allende fue derrotado por Eduardo Frei. La última, el 25 de mayo de 1973, cuando asumió el gobierno argentino Héctor Cámpora y Allende fue uno de los invitados de honor.
En Salta todo fue cordialidad. Lanusse aprovechó la ocasión para rechazar la política de "fronteras ideológicas" que trazaban con pulso de hierro y desde Washington Richard Nixon y Henry Kissinger, y que en el Cono Sur seguía al pie de la letra el dictador brasileño Garrastazú Médici. El "fin de las fronteras ideológicas" fue una proclama que ni el propio Lanusse creyó, pero que servía para afirmar su estrategia del Gran Acuerdo Nacional que impulsaba hacia Chile, Bolivia y Perú, en manos por entonces de gobiernos populares
"Ninguna nación -dijo Lanusse aquel día- puede sustituir a otra en la determinación de sus propios objetivos y en la búsqueda de los medios más adecuados para alcanzarlos".http://edant.clarin.com/diario/2009/02/ ... 854666.htm