Documentos, textos y articulos respecto a la Guerra Civil.

La Guerra de 1936-1939. La República Española, el Ejército Popular y el Nacional. Francisco Franco. España en la Segunda Guerra Mundial. La División Azul.
nou_moles
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Mensaje por nou_moles »

ZULU 031 escribió:Quiero decir, resucitar la guerra como creo que se pretende y para más señas por políticos. En esencia de izquierda undida, erc y otros separatistas y zp con parte del Psoe. Para ellos la guerra: ¡no ha terminado!



Es mucho más sencillo, existe una necesidad de importantes grupos de la sociedad de saber que paso con sus antepasados, pero como esto debe de ser apoyado cuanto menos por el estado de legalidad actual (ya que ya se realiza sin ayuda del estado) es necesario de los políticos y sus partidos para llevar a cabo estas acciones, el problema sucede cuando la derecha dije que eso no se puede hacer, pero sin dar motivos sin dar razones de pro que no, simplemente lo hacen faltando al respeto y es ahí cuando empieza el problema.


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nou_moles
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Mensaje por nou_moles »

Anti-Salas.

(Para leer a Ramón Salas Larrazabal.)



1. Las tesis de Salas en Historia del Ejército Popular de la República.

El principal historiador franquista, verdadero constructor de los mitos bélicos de posguerra fue sin duda el general Ramón Salas Larrazabal, con su extraordinario estudio, "Historia del Ejército Popular de la República", un voluminoso trabajo basado en la exhaustiva lectura de la documentación depositada en los archivos franquistas. Durante un decenio, este historiador leyó y releyó documentos internos del Ejército Popular, y fue sacando sus propias conclusiones. Afortunadamente las expone sin ambages en su conocido prólogo a esta obra y no es necesario leerse los cuatro tomos detenidamente para formarse una idea de lo que el general pretende. Naturalmente que Salas es certero en muchas cuestiones relativas a la constitución, instrucción y materiales del Ejército Popular, y naturalmente, también, que poco podíamos rebatir en las fechas de la publicación del estudio, mediados de los setenta del siglo pasado, con los datos de que disponíamos entonces los aficionados republicanos. No obstante, sabíamos que las cosas no podían ser tan evidentes como Salas las exponía y acompañadas de tan extensa y probatoria documentación. Como le pasaba al mismo Salas cuando empezó su estudio, algo no cuadraba en la historia militar del Ejército Popular, si el ejército rebelde era tan bueno, el republicano tan malo, la superioridad armamentística franquista tan evidente, ¿cómo pudo la República resistir tres largos años? ¿Cómo pudo, incluso, reponerse de tan terribles derrotas, para organizar la inicialmente exitosa ofensiva del Ebro? ¿De qué estaba hecho este ejército tan ineficaz pero tan duro de roer? ¿Qué había pasado en realidad, más allá de la historiografía propagandística franquista que caracteriza el periodo anterior a Salas?

Animado con este noble afán, el infatigable Salas y tras diez años de duro trabajo, llegó a las siguientes conclusiones que estructura en sus siete tesis:

Primera: El día 19 de julio de 1936 el gobierno frentepopulista se vio ante la prueba de una guerra civil porque los sublevados contaban en el país con suficiente audiencia como para quebrantar en alto grado su posición en el poder. En otro caso, los rebeldes no hubieran tenido probabilidad alguna al fracasar el golpe de estado.

Segunda: El gobierno perdió finalmente la partida porque su influencia sobre el país decayó continuamente a lo largo de la guerra al tiempo que crecía en igual medida la de sus enemigos victoriosos.

Tercera: En aquel entonces los medios de hacer y sostener la guerra que existían en el país se repartieron en forma relativamente equilibrada entre los bandos en pugna, como consecuencia lógica de sus igualdad de fuerzas. Las diferencias que se produjeron en la distribución de determinados elementos, permite ponderar aún mejor la equidad que presidió su reparto global. El gobierno consiguió una sustancial ventaja que no hacía sino reflejar la que suponía el disfrute de los resortes del poder.

Cuarta: No solamente el material del ejército y las fuerzas del orden público, fue el que se repartió con equidad; también el personal que habría de servirlo se distribuyó en forma relativamente homogénea.

Quinta: La supuesta superioridad material de Franco, o si se prefiere, la clara inferioridad de los gubernamentales no existió más que como consecuencia muy tardía de las sucesivas derrotas sufridas por el Ejército Popular, muy especialmente en el Norte y en Aragón.

Sexta: La ayuda militar "casi ilimitada" que se dice recibió Franco de Italia y Alemania no llegó a igualar en cantidad al equipo, armamento y municiones, recibido por el Ejército del Frente Popular, de la Unión Soviética o de otros mercados europeos y extraeuropeos.

Séptima: La discordia en el campo republicano no fue un factor con influencia decisiva en la guerra y aun en el caso de que lo hubiera sido, sólo serviría para demostrar la incapacidad de los dirigentes frentepopulistas para dirigir la acción colectiva de sus masas y la ausencia de suficiente atractivo integrador en sus programas.

Estas siete tesis anteriormente expuestas se resumen en que los rebeldes gozaban de superioridad moral, incluso ética, que determinaba de forma decisiva el resultado de la confrontación al reducir la ventaja gubernamental en medios materiales y humanos a una mera cuestión técnica, donde entiende Salas que los rebeldes eran superiores militar y administrativamente. Así que la moral de victoria, la causa de la civilización y el coraje de los rebeldes eliminaron esta asimetría inicial de la superioridad gubernamental, propiciando el curso victorioso e imparable de la irrupción franquista.

Es necesario para confirmar estas tesis, demostrar que los gubernamentales dispusieron de más y mejor material bélico, que despilfarraron sus recursos, que se mostraron incompetentes en su gestión, que gastaron sus recursos de mala manera, incluso deshonesta. Es necesario, igualmente demostrar que, como dice el propio Salas en su prologo que los republicanos tenían "moral quebradiza" (se supone que quería decir con suavidad cobardía), "vitalidad debil", y "calidad defectuosa", suponemos que se refiere a las Fuerzas Armadas de la República, por contra de la extraordinaria calidad del ejército franquista.

Todas estas tesis, como decimos aparecen expuestas en el prólogo del libro citado, pero la lectura detallada deja caer nuevas afirmaciones que hiladas con la narración y el estudio van componiendo otras no menos importantes aseveraciones:

Se ha ensalzado al Jefe del Estado Mayor Central, el general Vicente Rojo sin que en realidad lo merezca. Esta es una tónica perseverante en el libro dónde Salas pretende dar la vuelta a la aceptación generalizada de que Rojo tenía más cabeza para lo militar que Franco pero menos para lo político.

La historia militar de la Guerra Civil estaba tan falsificada (se refiere a la irrupción de historiadores no franquistas y sobre todo hispanistas ingleses y americanos) que Salas afirma que va ser enormemente casuista. Esto es, a los documentos me remito. Loable encono, si no fuera porque el acceso a tales documentos es particular. Es decir, sólo los historiadores franquistas tienen, en ese tiempo, acceso a los archivos militares y de la Guerra Civil. Esto ha traído posteriormente algunas sorpresas con la trascripción que Salas hace de los documentos que ha leído pero que no aporta en facsímil al lector.

Para Salas, la mayoría de lo escrito sobre la GCE hasta la fecha (1977) es superficial, y naturalmente, en el terreno de lo militar, sección materiales, especialmente exagerado. Y es ahí cuando entra él, con su determinación casuística basada en documentos que de momento sólo puede leer él y sus correligionarios, desde luego, ni Tussel, ni Payne, ni Alpert, ni parecidos. Y además, se permite un cierto desdén por la bibliografía (antes de él, claro), dejando quizá en mal lugar a su colega Ricardo de la Cierva, que a ese sí le va la bibliografía. La cosa parece clara, como la bibliografía le contradice innumerables veces, "él tiene un cierto desdén por ella", herejía, asume, que le reprocharán sin duda los eruditos. Pues no, se la reprocharán todos los aficionados. Desde luego, el se conforma con ser veraz, desgraciadamente, eso en historia es pura entelequia, la verdad es el argumento de los malos historiadores, nadie sabe que es la verdad en un hecho histórico, y si un historiador se proclama verdadero, malo, aquí tenemos un propagandista. Desgraciadamente, pero así es, la verdad, en historia, la escriben los vencedores, cual es el caso.

Asume, naturalmente su condición de ex-combatiente franquista (y de la División Azul) par darle vueltas a la objetividad y marearnos para terminar simplemente apelando a la veracidad, rechazar las conclusiones premeditadas, y juramentarse para no manipular los datos para hacerles coincidir con sus opiniones. ¡Qué suerte la de Salas!, después de 10 años de estudio, miles de documentos, y cuatro tomazos, siguió pensando exactamente igual que cuando empezó el estudio, sólo que al fin de su monumental estudio, ya no tenía ninguna duda. Él tenía los datos exactos, la verdad definitiva... (¿Les suena?)

Y todo empezó cuando Salas leyó al sociólogo Raymond Aron que afirmaba con desparpajo que en las guerras civiles la correlación de fuerzas, de normal desfavorable a los rebeldes, puede modificarse esencialmente al hacer intervenir factores psicológicos y morales de una importancia superior a la de los recursos materiales. Lo que puede invertir la relación de fuerzas. Para más acicate para Salas, el señor Arón afirmaba que todo eso estaba muy bien excepto en la guerra civil española, donde la aplastante superioridad material de Franco hacía irrelevante la cuestión moral. Salas reconoce que esto fue un fuerte acicate para descubrir la verdad, o sea que no llevaba ideas predeterminadas, sólo que no le gustaba la aseveración de Aron y se puso a estudiar la guerra civil para descubrir (confirmar, según vemos), que era al revés, la superioridad material era precisamente la de la Republica, pues confirmó tras largos y esforzados trabajos documentales, que los republicanos, entre otras formidable armas, habían recibido mil tanques, casi dos mil cañones, más de mil aviones de combate, etc... Desgraciadamente para la sinceridad de Salas y sus ideas preconcebidas, el dice premeditadas, hoy sabemos que fueron 231 tanques (231/1000), 600 aviones (600/1200), 1000 cañones (1000/2000), etc... O sea, Salas contó de más, y así creyó echar abajo la tesis de Aron y confirmar la suya. El factor moral poco o nada tuvo que ver en la derrota republicana, y claro que hubo desmoralización, sobre todo en la retaguardia, pero la República supo rehacerse de estas crisis morales hasta que ya estuvo completamente derrotada. La batalla del Ebro es el ejemplo palmario de esto, y recordemos además la inicialmente exitosa ofensiva de Extremadura, ¡en 1939! La República, como hemos dicho muchas veces en estas páginas, peleó mientras le quedaron recursos militares. Y a los rebeldes les costo mil días de fuego acabar con ella. No está mal para tener moral quebradiza. Lo que ocurre es que Salas se cree a pie juntillas los tópicos franquistas sobre la contienda.

Colegimos pues que Salas al contrario de lo que dice, ya tenía muy clara la conclusión de su monumental estudio, pero además, erró en la misma probatura de sus tesis, erró en el método y en la forma, dio importancia a las fuentes primarias cuando le convino y las minimizó cuando no le convinieron. Dejó a un lado las fuentes secundarias, como ya hemos dicho, excepto algunas excepciones que le venían al pelo, y todos aquello documentos que podían añadir ciertas dudas a su estudio, fueron dejados atrás. Las pseudohistóricas afirmaciones sobre la moral, la vitalidad y la calidad humana de los republicanos, se encuentran muy lejos del estudio de la historia y se acercan mucho a las patrañas de Lopez Ibor, donde los rojos eran seres maléficos aquejados de frenopatías. La realidad, como veremos en este estudio sobre el EPR, es mucho más simple, y ha quedado prácticamente demostrada con los estudios de historiadores modernos, en relación al material, instrucción y organización, en cuanto al propio EPR, y a los factores externos en cuanto a las posibilidades reales de ganar política y militarmente una guerra civil.

Si nos centramos en los factores militares vemos dos aspectos fundamentales en la valoración de la derrota militar republicana, el aspecto material que se resume en que los rebeldes dispusieron desde el mismo momento de la rebelión hasta el mismo final de la guerra de mejor material y más abundante. Esta afirmación está sobradamente demostrada en la actualidad, tanto en los libros de los historiadores, Howson, Viñas, Aceña, Kowalsky, etc.., como en nuestra propia web en el capítulo de armas para la República. El segundo aspecto es la organización militar, que se resume en que los soldados republicanos no tenían ni mejor ni peor calidad humana, sino una peor organización y burocracia militar. Y si a esto añadimos los factores externos, es decir la pronta ayuda italo-germana a los rebeldes, rápidamente nos damos cuenta de que la República resistió en la medida exacta en que evolucionaron sus apoyos internacionales, y que los rebeldes triunfaron, precisamente, en la misma medida en que disfrutaron de sus apoyos extranjeros.

De modo, que, y antes de iniciar la crítica a las tesis de Salas, podemos resumir que la Republica no perdió la guerra por su quebradiza moral, o por su débil vitalidad, o por su calidad defectuosa, todo lo contrario, a la República le sobraba de las tres cosas, son cuestiones mucho más cotidianas y reales, las que determinaron la derrota militar de la República, tras tres largos años de desesperada lucha (¡atrévanse a negarlo!), y las tres causas principales son:

1.

La pérdida del apoyo de las democracias europeas, sustanciada en la hipócrita política de No Intervención. Una tradición de Francia e Inglaterra, a tenor de lo que ha ocurrido en Bosnia.
2.

La cuestión material y logística. Con una principal ayuda concretada en Rusia, con contrapartidas políticas y con verdaderas dificultades logísticas.
3.

La cuestión organizativa y de instrucción. Con un ejército compuesto de civiles en armas, organizado sobre el papel, mal instruido, y sin apenas asesores.

2.- Crítica a las 7 tesis de Salas.

Salas: tesis primera: El día 19 de julio de 1936 el gobierno frentepopulista se vio ante la prueba de una guerra civil porque los sublevados contaban en el país con suficiente audiencia como para quebrantar en alto grado su posición en el poder. En otro caso, los rebeldes no hubieran tenido probabilidad alguna al fracasar el golpe de estado.

Falacia del antecedente. Es precisamente cuando fracasa el golpe cuando los rebeldes se ven obligados a buscar apoyo social. Los primigenios apoyos de los golpistas eran los clásicos de las asonadas reaccionarias, la oligarquía terrateniente y financiera, la ultraconservadora Iglesia Católica, los grupos ultramontanos y facciosos de toda la vida en España, y la oficialidad africanista y reaccionaria. Eran apoyos muy poderosos pero de escaso calado social. La consolidación de la retaguardia franquista se hace con terror puro y duro, un terror tan efectivo que diluye la calidad del apoyo, convirtiendolos a todos, en puros entusiastas del franquismo. Así que las poblaciones conservadoras de Galicia, Castilla y Navarra, se acuestan, como digo, conservadoras, y se levantan con el brazo en alto, falangistas, carlistas, franquistas, molistas, y lo que venga. Más merito tiene la transformación de la población en Extremadura y Andalucía. La población se acuesta de izquierdas y se levanta de extrema derecha. ¡Extraordinaria transformación política la que se produce en la zona rebelde!

Salas: tesis segunda: El gobierno perdió finalmente la partida porque su influencia sobre el país decayó continuamente a lo largo de la guerra al tiempo que crecía en igual medida la de sus enemigos victoriosos.

Tesis para Pero Grullo. Es muy difícil mantener la influencia sobre el país cuando estas siendo derrotado militarmente. Quizá lo que Salas quiere decir aquí, es que el gobierno republicano perdió la adhesión de muchos republicanos a medida que la cosas se ponían feas. Es este un proceso natural de disolución del estado cuando uno va perdiendo una guerra a muerte. Sin más comentarios.

Salas: tesis tercera: En aquel entonces los medios de hacer y sostener la guerra que existían en el país se repartieron en forma relativamente equilibrada entre los bandos en pugna, como consecuencia lógica de sus igualdad de fuerzas. Las diferencias que se produjeron en la distribución de determinados elementos, permite ponderar aún mejor la equidad que presidió su reparto global. El gobierno consiguió una sustancial ventaja que no hacía sino reflejar la que suponía el disfrute de los resortes del poder.

Salas: tesis cuarta: No solamente el material del ejército y las fuerzas del orden público, fue el que se repartió con equidad; también el personal que habría de servirlo se distribuyó en forma relativamente homogénea.

Radicalmente falsas. Ya hemos dicho en alguna otra parte de esta web, que las tablas de comparación de unidades, materiales y hombres al 18 de julio y que no tengan en cuenta los aspectos cualitativos no pueden ser tenidas en cuenta excepto como mera relación. Las unidades que quedaron con el gobierno, si eran del ejército y en el área de Madrid fueron disueltas la mayoría, decisión rectificada a posteriori, eso sí. Pero además, las unidades que pudiéramos decir quedaron leales sólo pueden valorarse si eran de fuerzas de orden público, y no todas, pues son innumerables los casos de deserciones, incluso en masa, sobre todo de la Guardia Civil. Los oficiales que quedaron en zona gubernamental no fueron integrados en las milicias por evidentes razones políticas. Los soldados, guardias y carabineros, en pequeñas unidades, se integraron en columnas dónde predominaban los civiles en armas, y la organización quedó mayoritariamente bajo mínimos. Todos estos supuestos recursos, si exceptuamos el Servicio de Aviación, flota incluida, no pudieron ser puestos a disposición del gobierno, como lo demuestran los hechos, por la sencilla razón de que no estaban al alcance de su mando, o mejor de los oficiales del Ministerio de la Guerra. La dislocación del estado republicano el mismo 18 de julio hacen irrelevantes todas esas unidades, armas y soldados. Si el gobierno hubiera tenido realmente el mando sobre las unidades militares que quedaron en zona gubernamental, de la misma manera que las que quedaron en zona rebelde, es evidente que la probabilidad de reducir la asonada hubiera sido máxima, por contra del mínimo que realmente aconteció. Es decir, la ventaja inicial de los rebeldes, desde el mismo 18 de julio es que cuentan con unidades completas (excepto los permisos de verano), bajo sus mandos naturales, con su armamento y a disposición militar, es decir con la disciplina propia del ejército. Esta ventaja es básica para entender, la pérdida de Sevilla, Córdoba, Granada y Cádiz. No son las estratagemas de Queipo las que toman Sevilla, Sevilla lo toman el Tercio y los Regulares contra civiles armados de escopetas, días antes o después, eso es irrelevante. Si el gobierno hubiera contado con tropas similares en la zona, Queipo se hubiera ido al garete y hubiera reposado tempranamente en una triste y gris tumba. Así que todos los recursos, ingentes al parecer, que los historiadores franquistas se empeñan en adjudicar al gobierno el 18 de julio, eran sólo sobre el papel. Se encontraban descabezados, desorganizados y muy lejos de los centros de lucha en el Sur que es donde el gobierno comenzó a perder al guerra.

Salas: tesis quinta: La supuesta superioridad material de Franco, o si se prefiere, la clara inferioridad de los gubernamentales no existió más que como consecuencia muy tardía de las sucesivas derrotas sufridas por el Ejército Popular, muy especialmente en el Norte y en Aragón.

Es decir, sólo hasta la pérdida del Norte consiguió Franco superioridad militar, gracias a sus victorias militares. Tampoco podemos aceptarla, y los hechos nos dan la razón. Si la marcha sobre Madrid es la operación militar más importante del verano, y el cerco de Madrid la principal operación del otoño invierno del 36-37, y son en estas operaciones donde la República consigue rehacerse y construir un ejército pese a la pérdida de ingentes territorios, este proceso es exclusivo del frente del Centro. El ejército del Centro ha conseguido parar a los franquistas, pero el Norte, el siguiente objetivo de Franco sigue siendo el punto más débil del dispositivo republicano. La superioridad rebelde en el Norte es aplastante en cuanto a materiales, artillería y aviones, y de nuevo, pues la cosa se repite machaconamente, en la calidad de las unidades. Si el ejercito de Centro está capacitado para la defensa, no así para la ofensiva, como lo demuestra Brunete, que apenas alteró la campaña franquista en el Norte. El Norte se pierde por la abrumadora superioridad naval, aérea y terrestre, más la superior calidad de las unidades rebeldes de choque en liza. Por tanto, la superioridad militar rebelde, en armas, materiales, y unidades de choque, es inicial, permanente y progresa geométricamente a la par que la República pierde recursos. No obstante, sí que es cierto que la República, mejora, perfecciona y organiza un ejército que cada vez más planta cara al rebelde, ayudado de estrategias político militares que tienden a suplir las deficiencias iniciales, y cierto es también, que aunque la máquina militar rebelde va de triunfo en triunfo cada vez le cuesta más batir al gobierno hasta que comienza el principio del fin, significado realmente en las desastrosas retiradas de marzo del 38. Por tanto la formulación correcta, a nuestro entender de esta tesis sería: Los rebeldes siempre contaron con superioridad militar y logística, pero la República supo rehacerse poco a poco hasta poner en pié un ejército con capacidad de resistencia. Cuando el Ejército Popular adquirió está capacidad, la desventaja en recursos era tal, que como mucho se podía aspirar a una paz negociada. Oportunidad que se perdió más que en el Ebro, en los escenarios internacionales de 1938.

Así que en cuestiones de superioridad, afirmamos que los rebeldes no dejaron de crecer nunca, pese a la pérdida de calidad de sus unidades de choque, lo que es del todo natural, Si sus regulares, legionarios y carlistas pierden chance, sus divisiones regladas, como las republicanas, ganan veteranía y pueden ser puestas en línea sin riesgos, al contrario del verano, invierno del 37 donde esto no era posible. Por los que respecta a la República, sus recursos decrecen excepto periodos determinados, pero sus unidades superan sus defectos lentamente hasta que se produce el derrumbe del 38, que es la consecuencia lógica de las penurias materiales, de los defectos estructurales del frente de Este y de la difícil situación política por la que atraviesa el gobierno. Herido de muerte, el Ejército Popular consigue rehacerse, gracias a varios factores decisivos: el cansancio de guerra rebelde, la errónea estrategia franquista (ataque a Valencia) y la política de resistencia del gobierno Negrín, verdadero hito republicano muy poco valorado. Y de ahí, a la mayor confrontación de tropas escogidas de ambos bandos de toda la guerra, la batalla del Ebro, verdadero pulso que la República le echó Franco, y que éste aceptó, sin que realmente estuviera militarmente obligado.

Salas: tesis sexta: La ayuda militar "casi ilimitada" que se dice recibió Franco de Italia y Alemania no llegó a igualar en cantidad al equipo, armamento y municiones, recibido por el Ejército del Frente Popular, de la Unión Soviética o de otros mercados europeos y extraeuropeos.

La más importante de las tesis de Salas, y la más notoriamente errónea. Nos hemos cansado de repetir en esta web, que los rebeldes y los republicanos gastaron prácticamente lo mismo en la adquisición de materiales de guerra. El gobierno a tocateja y los rebeldes en ventajosos créditos, pero que pese a todo hipotecaban las riquezas minerales del país y que tanta importancia tuvieron en la posguerra. El resultado de las compras de materiales de ambos bandos es muy dispar, para un estudio pormenorizado recomendamos Howson "Armas para España" y Aceña "El oro de Berlín y el oro de Moscú", no obstante recordaremos aquí que: "Los gastos monetarios de ambos bandos fueron equiparables, si bien los rebeldes trabajaron fundamentalmente a crédito, en el caso italiano, en bonísimas condiciones. Los republicanos, sin embargo, gastaron, según los estudios publicados, un porcentaje muy alto de sus reservas en sobornos, comisiones, etc... que no se tradujeron directamente en armas (unos 100 millones de dólares de la época), además, las armas que compraron eran más caras y peores que las que Italia y Alemania, principalmente, suministraron a los rebeldes." Pero además, y tan importante como lo anterior, las armas, viejas o nuevas, requieren de instructores. Las diferencias en este aspecto son abrumadoras a favor de los rebeldes. Los instructores rusos, que venían mayoritariamente con una aguda escasez de interpretes, hubieron de ponerse rápidamente a combatir en detrimento de la enseñanza. Los rebeldes disponían de excelentes academias bien dotadas de instructores extranjeros y de interpretes, destacando las de artillería. De modo que la República contó con menos armas, más viejas, salvo excepciones, más caras, y con mala instrucción. Las excepciones, algunos materiales magníficos rusos, carros y aviones, que no fueron relevantes a la hora de equilibrar la balanza, y no tanto por su uso, sino por su demostrada escasez. Los rebeldes recibieron las armas de dos países, Italia y Alemania, más algunas compras no significativas a terceros. Además aprovechaban todo el material capturado a los republicanos, aunque este apartado, frente a lo que se ha dicho, sólo es digno de mención el caso del carro T-26. En el acervo histórico actual, esta cuestión, la de las armas, ya está resuelta, pese a la resistencia de los historiadores y aficionados profranquistas a admitir la realidad que hemos descrito y que el lector puede leer en nuestra página de armas. Desmontar esta tesis es vital para los republicanos, pues en ella se esconde la mano de Salas a la hora de adjudicar a los republicanos, moral quebradiza, débil vitalidad y mala calidad, dado que si tuvieron superioridad en todo, la derrota sólo se explica con las tres frasecitas despectivas con que Salas despacha en realidad la epopeya republicana tras dejarse las cejas en 4000 documentada páginas, pero la paja esconde la grana en este inmenso granero que es el extraordinario estudio (sin duda) "Historia del Ejército Popular de la República".

Resumiendo entonces, afirmamos que la superioridad material además de su aspecto cuantitativo está también directamente determinada por el uso capaz del material, es decir, la instrucción del personal. Ambas cosas estaban a favor de los rebeldes.

Salas: tesis séptima: La discordia en el campo republicano no fue un factor con influencia decisiva en la guerra y aun en el caso de que lo hubiera sido, sólo serviría para demostrar la incapacidad de los dirigentes frentepopulistas para dirigir la acción colectiva de sus masas y la ausencia de suficiente atractivo integrador en sus programas.

Aquí Salas riza el rizo de sus ideas preconcebidas. Tanto si hubo como si no discordia en el campo Republicano, la República fue incapaz porque perdió la guerra y por tanto falló la dirección colectiva de las masas y por supuesto el ideario de los partidos republicanos era claramente inferior al atractivo estilo de vida reaccionario-clerical-militarista que tanto entusiasmaba a las masas que tenían que procurarse un certificado médico cuando por algún motivo, en las obligadas celebraciones fascistas, algún arrebatado participante no podía levantar su brazo por problemas médicos. Esta es la traca final de Salas. Los republicanos a la greña incapaces de conducir a las masas, quizá no tenían su teléfono, y además la promesa de un mundo mejor representada en las múltiples formas que adoptó políticamente en la República no tenían atractivo, sí lo tenía al parecer, la noche negra de muerte, la negra rapacidad de los bárbaros vencedores, la negra capa de los capellanes de los pelotones, la negra vida que se avecinaba, la negra desesperanza del franquismo inacabable. Y me niego a seguir criticando este punto absolutamente vergonzoso para cualquier historiador o aficionado.

Queda pues demostrado, al menos para nosotros, que Raymond Aron estaba en lo correcto al diferenciar la guerra civil española en sus tesis sobre los factores morales en las guerras civiles.


Bibliografia:
http://sbhac.net
http://sbhac.net/Republica/Fuerzas/EPR/AntiSalas.htm


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nou_moles
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PORTAL DEL EXILIO

Mensaje por nou_moles »

http://www.portaldelexilio.org/




Aunque a lo largo de la historia de España ha habido numerosos exilios por razones políticas, el exilio trágico por antonomasia, por encima de todos los demás, ha sido el provocado por la guerra civil de 1936-1939.

La imagen de la última salida, la larga fila de fugitivos llenando las carreteras catalanas hacia la frontera francesa, es la imagen de la mayor tragedia padecida jamás por "una de las dos Españas", expulsada de su patria, aterrorizada por las noticias que llegaban de la feroz represión de los vencedores.

Aquellas interminables filas de fugitivos estaban integradas por unidades del Ejército republicano ya en retirada, por numerosa población civil -mujeres, ancianos, niños-, que llevaban consigo lo que habían podido salvar precipitadamente de sus hogares abandonados. Entre aquellos cientos de miles de republicanos, salían también al exilio las Instituciones democráticas del Gobierno legítimo de la Segunda República.

Se iniciaba un éxodo de dimensiones cuantitativas y cualitativas como nunca hasta entonces se había conocido en la historia de los españoles. Se veían obligados a abandonar España no sólo las autoridades del Régimen republicano y los dirigentes de los diversos partidos políticos y de los sindicatos, así como sus cuadros, también lo hacía un gran número de profesionales -escritores, periodistas, médicos, catedráticos, juristas, farmacéuticos, ingenieros, militares…-, tal vez los más representativos y cualificados de la inteligencia española de la época, fieles a la República.

La aventura de esta España peregrina no terminó oficialmente hasta que iniciada la transición democrática en España tras la muerte de Franco, la nueva Constitución, refrendada por una inmensa mayoría de españoles, puso fin a la realidad y la dialéctica de las dos Españas, iniciándose un periodo de reconciliación y de consenso democrático.

La información sobre el exilio republicano, durante los últimos 25 años de vida democrática española, ha sido notoriamente insuficiente en los medios de comunicación de masas, de modo que la mayoría de la población, especialmente los jóvenes, lo desconocen. Y aunque sigue habiendo sectores que consideran que es preferible no remover un pasado tan trágico porque, dicen, podría reabrir heridas todavía no cicatrizadas, lo cierto es que el medio más eficaz para esa cicatrización es la asunción colectiva del pasado histórico para lo que es indispensable su conocimiento con rigor científico, con talante democrático, con comprensión de las causas políticas y sociales profundas que condujeron desde la sublevación militar de julio de 1936 a la implacable persecución de los españoles leales al legítimo y democrático Régimen republicano. Ha de tenerse muy presente que el exilio republicano es un exilio democrático que supuso un testimonio afirmativo rotundo de la democracia como sistema de gobierno.

Con este Portal en Internet, queremos poner al alcance de todos y de todas, una serie de informaciones, testimonios y contactos que les permitan acceder al complejo mundo del exilio como un hecho integrado y asumido en la más reciente historia de España.

Queremos mantener una memoria viva y permanente (no limitada a un tiempo determinado, en cuanto aprovechamos las oportunidades que nos da la Red), sobre el exilio y sus consecuencias, memoria viva en cuanto el portal se nutrirá no sólo de los materiales aquí expuestos, sino de las aportaciones que en el futuro realicen tanto los investigadores y estudiosos como todas aquellas personas y organizaciones que posean materiales de índole privado, como cartas, fotografías, etc., y que refuercen la idea de que el exilio estuvo, lamentablemente, protagonizado por personas concretas, que tuvieron que dejar atrás toda una vida. Por eso animamos a todas aquellas personas u organizaciones que deseen alojar su material en este portal a ponerse en contacto con nosotros.

No somos los primeros en tratar el exilio a través de la Red, cada vez somos más las organizaciones que estamos en esta tarea. Por ello, gracias a todas aquellas personas e instituciones que han trabajando o están trabajando en mantener vivo el recuerdo de todos los que debieron salir de su país por defender sus ideas, o simplemente por tenerlas.



Ludolfo Paramio
Presidente de la Fundación Jaime Vera




PD: Lo cuelgo aquí y así evito abrir un nuevo post solo para poner esto, y así evitamos sobrecargar el foro.


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Otro año más de Manuel Parra Pozuelo

Mensaje por nou_moles »

Manuel Parra Pozuelo

Otro año más

En memoria de Miguel Hernández en el sesenta y tres aniversario de su muerte, el 28 de marzo de 1942.



Acaba marzo un año más.

Hace ya tanto de aquel amanecer

en que te fuiste.........

Fue en el cuarenta y dos

cuando aún corría la sangre

por campos y por tapias,

cuando estaba la rosa

tronchada junto al mar,

cautiva y desarmada

como hombres y mujeres

que la guerra perdieron.

Ahora todo pasó,

todo es recuerdo,

estético reflejo

que puede ser adorno o bagatela,

con tu nombre titulan

bibliotecas, estudios, y simposios,

y se hacen homenajes.

y se exhuman artículos,

palabras y palabras

que borran previamente

lo que tú nos dejaste,

y quieren ocultarnos tus estrellas,

tu firmamento astral,

tus horizontes glaucos,

tu esperanza irredenta.

Mas nadie ha de cambiar tus voces y tus versos

del lugar en que tú nos los dejaste.

Aunque puedan, Miguel,

turbar las almas

y ocultar las luces

jamás podrán llevarte

lejos de la esperanza

que murió junto al mar

a tantos años.

No han podido, Miguel borrar tus huellas,

imposible les fue comprar tus versos.

Ellos y tú, Miguel, nos acompañan

por más que tanto digan

que pasaste hace mucho,

que puedes ser usado

por todo el que se acerque

con cualquier intención hasta tu tumba.

MANUEL PARRA POZUELO[/b]


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Después del 1 de Abril de 1939:

Mensaje por nou_moles »

Tiempo de Historia nº 41, abril 1978

Después del 1 de Abril de 1939:

Un millón de presos políticos y doscientos mil muertos en España

Eduardo de Guzmán




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VEINTIOCHO meses después de la muerte de Franco seguimos sin conocer cifras oficiales, ni siquiera aproximadas, del número de víctimas ocasionadas por la represión que sigue durante años interminables al final de nuestra dolorosa contienda civil. Es de todo punto evidente que hace años las conoceríamos nosotros y las conocería el mundo entero de no existir —¡todavía hoy!— un propósito firme y deliberado de ocultarlas. En el Ministerio de Justicia o en cualquier otro; en las direcciones generales de Prisiones y Seguridad, en las auditorias de guerra correspondientes a las diversas capitanías generales o en no importa qué archivo o centro burocrático tienen que existir datos concretos sobre el número de detenidos y sancionados en una u otra forma; de los muertos sin juicio previo y de los que fueron condenados a largas penas de reclusión; de los fallecidos en prisión y de los que fueron fusilados o ejecutados en garrote vil en los treinta y seis años transcurridos entre 1939 y 1975.



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UÁNTOS fueron los presos políticos en un dilatado período y a cuántos millones de años alcanzan las penas de reclusión cumplidas en presidios, cárceles, destacamentos penitenciarios, campos de concentración y trabajo, batallones disciplinarios y de fortificaciones?

¿Cuántos perecen de muerte violenta, mueren de inanición o a consecuencia de enfermedades carenciales? ¿Cuántos que oficialmente perecen de «asistolia» mueren víctimas de un interrogatorio, una paliza o un paseo? No lo sabemos con exactitud, pero tenemos el convencimiento profundo de que si fueran tan pocos como han pretendido a lo largo de los años de dictadura y continúan pretendiendo hoy los corifeos del franquismo —que muchas veces pasan por historiadores— hace tiempo que se hubieran hecho públicas las cifras correspondientes. Cuando se tiene tan exquisito cuidado en mantenerlas secretas sólo puede deberse, lógicamente, a un motivo: que las víctimas reales y efectivas superen con creces cuanto se ha dicho dentro y fuera de España, demostrando en forma irrefutable que la llamada Paz de Franco tuvo un extraño parecido con la de los cementerios. Si en la terrible «década ominosa» de Fernando VII, algunos cronistas calculan en cien mil el número de presos, condenados y ejecutados, durante los treinta y cinco años posteriores al triunfo franquista el número de muertos duplica como mínimo aquella cifra y el de presos y perseguidos supera con creces el millón de españoles.


EL MANEJO DE LAS ESTADÍSTICAS

A falta de una estadística completa, veraz, fiable y comprobable de presos, procesados, condenados y ejecutados que ni Franco permitió publicar durante su vida ni sus partidarios publicarán jamás, quienes han calculado las víctimas no sólo de la represión, sino de la terrible catástrofe nacional iniciada el 17 de julio con la sublevación militar de Melilla, suelen basar sus apreciaciones en la disminución sufrida por el total de la población española entre los censos anteriores y posteriores a 1935, apuntando junto al número de muertos y exiliados los que no llegaron a nacer a consecuencia de la situación anormal del país entre 1936 y 1950. Otro cálculo, menos preciso aún, se basa en el número de muertes violentas que aparecen en las estadísticas oficiales, atribuyendo el exceso de los años posteriores al comienzo de la lucha a caídos en los frentes, asesinatos y ejecuciones.


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Pero como las estadísticas se prestan a todo tipo de interpretaciones, discrepan rotundamente los resultados a que unos y otros llegan manejándolas. Así, y concretamente en lo que se refiere a la represión que sigue al final de la guerra, hay quien habla de doscientos mil muertos, otros cifran las ejecuciones en 105.000 y no falta quien con exceso de optimismo desaforado las deja reducidas a 23.000. Personalmente, creo que todos están errados —en menos de la espantable realidad, naturalmente— porque unos y otros olvidan al manejar los resultados que arrojan los diferentes censos un hecho fundamental de los años cuarenta: el racionamiento de la mayor parte de los productos alimenticios, el hambre reinante en la población civil y el estraperlo, generalizado hasta extremos inconcebibles actualmente.

Quienes vivieron aquella etapa trágica de la vida de España no han podido olvidar —transcurridos ya más de treinta años— cuanto entonces acontecía. La posesión de una simple cartilla de racionamiento —con sus menguadas raciones de pan, de aceite, legumbres o arroz— significaba una posibilidad más o menos remota de no pasar demasiada hambre; las familias, todas las familias, defendían con uñas y dientes las que tenían y no daban de baja a ninguno de sus miembros, aunque hubiese cambiado de residencia, estuviese huido, preso o hubiera logrado exiliarse más allá de nuestras fronteras. Había millares de cartillas a las que sacaban el máximo jugo. Si el caciquismo de la Restauración hacía votar a los muertos, el estraperlismo franquista conseguía merced a ellos sostener el más lucrativo de los negocios.


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Existían miles y miles de cartillas falsas o duplicadas que al parecer en los censos de los años cuarenta reducían considerablemente la merma de la población, aminorando por tanto, el número de muertos en la guerra y de fusilados en la prolongada posguerra. Algo semejante sucede con los datos estadísticos acerca de las muertes violentas. Si en cárceles y presidios solían certificarse como infartos o simples asistolias las defunciones por hambre, la resurrección de una vieja ley de 1870 permitía escamotear legalmente el número de ejecuciones. En efecto, una ley liberal y humanitaria que quería evitar a los descendientes de las personas ejecutadas como consecuencia de sus crímenes, la vergüenza de su muerte infamante, disponía textualmente: «El fallecimiento producido por pena capital se inscribirá en virtud del testimonio judicial de la ejecución que hará referencia al parte facultativo de la defunción y se evitará que la inscripción refleje la causa de la muerte».

Esta disposición que tiene fecha de 11 de junio de 1870 cae prácticamente en desuso durante los cincuenta y seis años siguientes. Pero alguien tiene la luminosa idea de resucitarla en la llamada zona nacional en 1936 y así en numerosos registros civiles se inscriben las muertes de muchos fusilados como debidas a simples hemorragias.

Aún así los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística reflejan en los años que siguen a la guerra civil un aumento considerable del número de muertes violentas en España. Mientras en el último año de paz -1935— sólo se producen en el conjunto de la nación 7.289 fallecidos por causas violentas, su número llega a 50.068 en 1939, primer año de la posguerra, bajando en los dos siguientes a 33.384 y 24.754. En la década que va desde 1939 a 1948 el número de muertes violentas consignadas oficialmente en nuestro país es de 196.433. Multiplicando por diez los fallecidos violentamente en 1935, sumarían un total de 72.890. La diferencia entre ambas cifras -123.543 muertos— constituye un buen indicio para calibrar toda la dureza y alcance de la represión franquista en los primeros años de la posguerra.

FRANCISCO FRANCO: «MAS DE 400.000 PROCESADOS»

Pero la represión franquista no termina en 1948, sino que se prolonga veintisiete años más. No olvidemos que una de las últimas decisiones del Caudillo, que provoca enormes protestas en todo el mundo civilizado, es la de fusilar a cinco militantes de ETA y FRAP el 27 de septiembre de 1975. No obstante, aunque las medidas represivas se prolongan tanto como la vida de Franco, sus víctimas disminuyen a medida que pasan los años. Mientras en los seis primeros de la posguerra se producen millares de ejecuciones y en los cinco que les siguen todavía menudean, van siendo más escasas a partir de 1952, aunque no cesan hasta menos de dos meses antes de la fecha de su defunción.

¿Cuántas personas sufren reclusiones más o menos prolongadas durante los treinta y seis años que median entre 1939 y 1975? Tampoco se conocen con exactitud las cifras correspondientes. Entre otras razones, porque muchos que pasaron largas temporadas en campos de concentración y trabajo o en batallones de fortificación y castigo, no figuran en las estadísticas. Según informes de carácter oficial u oficioso en los diez años que siguen al final de las hostilidades, el número de varones presos en cada uno de ellos es el siguiente:


Si en cárceles y presidios solían certificarse como Infartos o simples asistolias las defunciones por hambre, la resurrección de una vieja ley de 1870 permitía escamotear legalmente el número de ejecuciones.


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Reproducimos estos datos a título simplemente indicativo, no porque nos merezcan demasiado crédito. Aparte de que se refieren únicamente a los hombres presos, con total exclusión de las mujeres —que en esos años constituyen parte importante de la población penal— las cifras de 1939 son totalmente inexactas. Como nadie ignora, el 1 de abril de dicho año terminan las hostilidades y se entregan, formados disciplinadamente, la mayoría de los integrantes del Ejército Popular. Suman alrededor de trescientos mil los combatientes que tras rendirse son encerrados en campos de concentración donde pasan semanas o meses antes de ser clasificados, puestos en libertad o reenganchados automáticamente para hacer de nuevo el servicio militar en batallones de fortificaciones. Sólo ellos, que no aparecen como reclusos en las estadísticas oficiales, ya son como mínimo el triple de los 90.413 consignados en 1939.

Incluso prescindiendo de los campos de concentración el número de presos es muy superior al que reflejan las estadísticas. El 31 de diciembre de 1939 funcionan en Madrid las siguientes prisiones: Yeserías, Porlier; Conde de Toreno, Santa Engracia, Torrijos, Duque de Sesto, Ronda de Atocha, Barco, Cisne, Ventas, San Antón, San Lorenzo, Santa Rica, Comendadoras, Claudio Coello y Príncipe de Asturias. Todas se hallan tan abarrotadas que los presos amenazan reventar sus recintos, teniendo muchas veces que dormir amontonados en un espacio de 35 centímetros de ancho por metro y medio de largo. En Yeserías, donde me encuentro pasan de seis mil los reclusos; en Ventas hay más de diez mil mujeres y varios millares más en cada una de las restantes prisiones. Cálculos moderados elevan por encima de setenta mil el número de presos políticos sólo en Madrid, aparte de los fusilados en los ocho meses transcurridos desde que terminaron las hostilidades y los varios millares que, luego de ser condenados en los juicios que se celebran a diario, han sido trasladados a los numerosos penales improvisados en los más diversos puntos de la geografía peninsular. Preciso es hacer constar, por otro lado. que estos setenta mil presos políticos en la ciudad de Madrid, no son los únicos en la provincia. En todas las cabeceras de partido judicial y en distintos pueblos se encuentran asimismo varios millares de hombres, sobre todo en las prisiones de Colmenar, Alcalá de Henares, Aranjuez y El Escorial. Sin lugar a dudas puede asegurarse que sólo por las cárceles madrileñas han pasado en los ocho últimos meses de 1939 un número de presos muy superior a los 90.413 que señalan los datos oficiales y oficiosos. Sin contar, naturalmente, que hay muchos más presos en Cataluña, Valencia, Murcia, el resto de Castilla la Nueva y la parte de Andalucía que permaneció en manos de la República hasta casi el final de la contienda. Ni que en Galicia, el Norte, Aragón, Castilla la Vieja, Extremadura, Andalucía Occidental, Canarias y Baleares hay también millares y millares de encerrados. ¿Puede estimarse exagerado que los treinta y seis años que siguen al final de la guerra civil pasen por cárceles, presidios, destacamentos penitenciarios, campos de concentración y trabajo y batallones de fortificación y castigo mucho más de un millón de españoles?

A quienes la cifra les parezca desmesurada vamos a aportarles una prueba nada sospechosa. Procede del propio don Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, quien en una carta dirigida a don Juan de Borbón el 27 de mayo de 1943, dice textualmente entre otras cosas: «¿Es que no tiene trascendencia para Vuestra Alteza la obra de liquidación del problema de la justicia que da comienzo con más de cuatrocientos mil procesados para acabar a fuerza de generosidad, pero sin claudicaciones, ni mengua de la ejemplaridad, reducido a menos de setenta mil presos, autores principales de crímenes o con gravísimas responsabilidades?». Si pensamos que en los años de guerra y de la inmediata posguerra menos de la mitad de los detenidos llegaban a ser procesados, tendremos que cuando aún faltaban treinta y dos años para el final de su dictadura, Franco admite de manera expresa que fueron cientos de miles los hombres que pasaron por las prisiones de su régimen. ¿Y cuántos de los trescientos treinta mil procesados, que ya no estaban recluidos en mayo de 1943, fueron ejecutados con anterioridad a dicha fecha? Por muy optimistas que queramos ser, forzoso será convenir en que los ejecutados de entre ellos multiplican varias veces las 23.000 víctimas que ahora quieren presentársenos como el total de las ocasionadas por la represión franquista.

200 EJECUCIONES DIARIAS EN MADRID.

Charles Foltz, periodista norteamericano que desempeña la corresponsalía de la Associated Press en Madrid a finales de la segunda Guerra Mundial, autor de un libro titulado « Masquerade in Spain», publicado en Boston en 1948, sostiene que según datos oficiales que le son facilitados en el Ministerio de Justicia madrileño, entre el 1 de abril de 1939 y el 30 de junio de 1944, el número de ejecutados o muertos en las prisiones españolas alcanzaba la cifra de 192.684 personas. Aunque el libro de Foltz sigue sin publicarse en España y la cifra de muertos ha sido negada sistemáticamente por todos los beneficiarios del franquismo, sobran razones para considerarla muy cercana a la verdad. Nos la confirma indirectamente personaje tan poco sospechoso de simpatías hacia los republicanos españoles como el conde Galezzo Ciano, yerno de Mussolini y ministro de Asuntos Exteriores de la Italia fascista. El conde Ciano visita España a mediados de julio de 1939 y, tras recorrer diversas regiones españolas, resume sus impresiones diciendo: «Sería inútil negar, sin embargo, que sobre España pesa todavía un sombrío aire de tragedia. Las ejecuciones son aún muy numerosas; sólo en Madrid, de 200 a 250 diarias; en Barcelona, 150 y 80, en Sevilla que, en ningún momento estuvo en manos de los rojos».

Algo parecido dice, por su parte, el periodista inglés A. V. Philips al ser puesto en libertad en 1940, tras pasar cuatro meses y medio en diversas prisiones madrileñas. Y lo mismo pueden atestiguar los supervivientes de los cientos de miles de reclusos que llenan las cárceles de toda España durante los años 1939, 1940, 1941, 1942 y 1943.


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En Madrid, concretamente, actúan permanentemente cinco consejos de guerra sumarísimos de urgencia, que juzgan entre doscientas y trescientas personas diarias, contra más de la mitad de las cuales solicitan los fiscales la más irreparable de las penas. Durante estos años, e incluso con posterioridad, suele haber un mínimo de tres a cuatro sacas semanales, variando el número de los ejecutados en cada una de ellas. E igual que en Madrid sucede en Barcelona, Valencia, Alicante, Murcia, Albacete, Almería, Jaén o Tarragona. En un clima de angustiosa tragedia. El padre Martín Torrent, capellán de la Modelo de Barcelona, donde se hacinan alrededor de ocho mil presos, puede escribir un folleto titulado: «¿Qué me dice usted de los presos?», editado en Alcalá de Henares en 1942, en el que puede leerse: «¿Cuándo voy a morir? El único hombre que tiene la incomparable fortuna de poder responder a esta pregunta es el condenado a muerte. ¿Es posible conceder una gracia mayor a un alma que atravesó la vida apartada de Dios?».

En cada uno de los múltiples juicios «sumarísimos de urgencia» celebrados a diario en gran número de localidades españolas suelen comparecer entre veinte y sesenta personas, muchas de las cuales no han sido interrogadas por ningún juez ni conocen siquiera el nombre del defensor, al que en ningún caso han designado. Es muy raro que se permita declarar a un solo testigo en el acto de la vista y la suerte de los procesados se dilucida generalmente en menos de tres horas. Aparte de juzgarles por un delito de rebelión militar, que evidentemente no han cometido, se invierten normas jurídicas universales y no es el acusador quien debe probar, sino el acusado el que necesite demostrar su inocencia. Como la simple denuncia se considera prueba suficiente, la demostración de inocencia del inculpado ofrece con frecuencia insuperables dificultades. En efecto, si a uno le acusan de haber matado a un individuo determinado en una fecha y un lugar concretos, el acusado puede probar que no estuvo en dicho lugar en esa fecha o que el presunto asesinado continúa vivo; pero si le culpan de haber matado a veinte personas sin decirle sus nombres ni cuándo, dónde ni cómo perecieron, no tendrá posibilidad alguna de demostrar su inocencia. Y por la absoluta imposibilidad de probarlo en el acto del juicio, millares de inocentes son condenados a muerte y ejecutados. La represión franquista se prolonga con las mismas características durante muchos años.



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No termina, contra lo que algunos pretenden, al final de la segunda guerra mundial, sino que adquiere entonces renovados bríos. Si en los años 42, 43 y 45 se hacen públicos diversos indultos —nunca una amnistía— que liberan, luego de cumplir una serie de trámites, a muchos reclusos que generalmente quedan en prisión atenuada o libertad condicional, con o sin destierro, que puede serles revocada en cualquier instante, los condenados por los llamados delitos posteriores llenan los huecos que pudieran dejar en los penales o ante los pelotones de ejecución. No pocos dirigentes políticos o sindicales pagan con la vida su trabajo en la clandestinidad. Otros, más numerosos aún, purgan sus deseos de libertad con estancias de quince, veinte y hasta veinticinco años en los presidios franquistas.

VEINTE AÑOS DE LUCHA GUERRILLERA

Desde el mismo mes de julio de 1936 y en las regiones dominadas por el fascismo hay grupos obreros y campesinos que se marchan al monte para librarse de los fusilamientos y luchan como pueden contra las fuerzas lanzadas en su persecución. Este movimiento guerrillero, que no cesa un solo momento en los tres años siguientes, se intensifica al final de nuestra contienda civil y alcanza considerables proporciones cuando al término de la segunda guerra mundial los antifascistas españoles abrigan serias esperanzas de que Franco no tardará en seguir la misma suerte de Hitler y Mussolini. Apoyadas, articuladas y dirigidas por las organizaciones clandestinas de resistencia, las partidas guerrilleras se multiplican y actúan en todas las regiones de la nación. Entre 1944 y 1948 el maquis constituye un serio problema para el régimen. Pese a la decisión comunista, anunciada el 1 de diciembre de 1948 por el propio Santiago Carrillo, de que debe abandonarse la lucha guerrillera que considera fracasada, los combates, escaramuzas y emboscadas continúan durante varios años revistiendo especial gravedad. Prueba de ello es el bando que el 1 de febrero de 1951 publica el teniente coronel jefe de la comandancia de la Guardia civil de Granada en que, incitando a la rendición de cuantos aún continúan en la sierra, inserta una lista nominal de 47 integrantes del maquis muertos en combate en dicha provincia durante el año 1950 y otros 16 abatidos en el primer mes de 1951, así como de 15 más que fueron ahorcados en ese mismo tiempo. Setenta y ocho guerrilleros muertos en poco más de un año en una sola provincia, cuando a diario se afirma que hace años que en toda España reina absoluta tranquilidad, demuestra el carácter sangriento de la Paz de Franco tan exaltada por los botafumeiros de su dictadura.


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Para muchos ingenuos que se creen a pie juntillas cuanto afirma la propaganda franquista constituye una sorpresa un artículo publicado en «YA» el 12 de octubre de 1971 por el entonces teniente coronel José María Gárate, adscrito al Servicio Histórico Militar, titulado «Veinte años del hundimiento del maquis» en el que dice, entre otras cosas, hablando del movimiento guerrillero: «La última partida fue aniquilada el 3 de enero de 1960 (lo que indica que no hace veinte años como afirma el título, sino únicamente once en la fecha de publicación del artículo) en San Celoni (Barcelona). Allí murieron sus cuatro miembros y frente a ellos el teniente Fuentes, de la Guardia civil, última víctima de aquel bandolerismo. No hay un balance completo de bajas, pero la Guardia civil tuvo 276 muertos. Los muertos y heridos de los bandoleros fueron más de 5.500, en unas 8.000 acciones terroristas». Un poco más amplios son los datos publicados en un reportaje de «ABC» conmemorando el ciento cincuenta aniversario de la fundación de la Guardia civil en que, limitando su alcance a los nueve años comprendidos entre 1943 y 1952, nos ofrece las siguientes cifras: «Hechos delictivos, 8.275. Bajas de los bandoleros, 5.548. Bajas del Cuerpo, 624. Detenidos como enlaces, cómplices y encubridores, 19.407». Si tenemos en cuenta que la actividad guerrillera dura más de nueve años, puesto que se prolonga hasta 1963, en que son exterminadas las últimas partidas de la guerrilla urbana, y en que además de la Guardia civil participan en su exterminio fuerzas del Ejército, las diferentes policías y numerosos paisanos armados —integrantes de la famosa «contrapartida»— cabe suponer que habría de multiplicarse varias veces las cifras dadas por «ABC. En ese período, por otra parte, se cometen gran número de vergonzosas atrocidades, entre las que sobresalen las del pueblo turolense de Gujar en septiembre de 1947 y la matanza del Pozo Funeres, en la comarca asturiana de Langreo, en el mes de abril de 1948.

ALGUNOS NOMBRES DE FUSILADOS

Cuando el asesinato de García Lorca impulsa a diversos periodistas e historiadores nacionales y extranjeros a investigar sobre el alcance de la represión en Granada durante los primeros meses de la guerra civil, descubren espantados que son muchos millares los granadinos que sin formación de causa ni proceso de ninguna clase son inmolados por la vesania sádica de individuos como el comandante Valdés o el tristemente famoso capitán Rojas, autor en 1933 de la masacre campesina de Casas Viejas. Unos y otros comprueban horrorizados que el número de muertos en la ciudad de Granada es muy superior a todo lo dicho o imaginado. Lo mismo sucede cuando se trata de conocer la verdad de lo ocurrido en Navarra, Valladolid, Burgos, Sevilla y Zaragoza que desde el primer momento estuvieron en manos de los promotores del Alzamiento y en las poblaciones que posteriormente ocupan las fuerzas franquistas como Badajoz, Málaga, Bilbao y Gijón. Como más tarde se sabrá, en todas partes se han limitado a poner en práctica las instrucciones dadas por Mola en una circular del mes de junio de 1936, sembrando el terror para asustar e inmovilizar a sus adversarios.

Pero si en los primeros tiempos no sólo no se oculta el número de ejecuciones, sino que se alardea de ellas, como hace noche tras noche Queipo de Llano a través de la radio, y suelen ser públicos los fusilamientos, dejándose horas y horas los cadáveres sin enterrar para lección y escarmiento- de rojos, posteriormente se ocultan celosamente. Tan celosamente que en este momento, cuando van transcurridos cerca de cuarenta y dos años del comienzo de la guerra, no se ha publicado estadística oficial alguna con el número de fusilados en cualquiera de las ciudades y los pueblos de España en poder del Movimiento desde el comienzo de las hostilidades. La tónica no varía cuando el 1 de abril de 1939 —hace ahora justamente treinta y nueve años— cesan las hostilidades. Lejos de imitar la conducta generosa de los liberales que no toman represalias de ninguna clase al vencer en las tres guerras carlistas del siglo XIX, Franco anuncia que la liquidación de la contienda fratricida «no debe hacerse a la manera liberal con amnistías monstruosas y funestas que más bien son engaño que gesto de perdón». Durante los treinta y seis años que aún dura su vida, Franco cumple al pie de la letra su propósito sin cansarse en ningún momento de firmar sentencias de muerte, añadiendo de su puño y letra en numerosas ocasiones una siniestra coletilla que dice sencillamente: «garrote vil». Es, desde luego, el jefe de Estado español a quien cabe la triste gloria de haber hecho ejecutar a mayor número de compatriotas a lo largo de todos los siglos de la historia nacional.

Aunque la cifra redonda del millón de muertos es puesta en circulación en la zona franquista durante la guerra y al parecer por el primado de España, cardenal Gomá, los partidarios de la pasada Dictadura están empeñados desde hace años en hacemos creer que las víctimas de nuestra contienda no llegaron ni siquiera a una cuarta parte. Es un cínico cambio de postura y actitud sólo comparable al de la exaltación de las venturas de la paz efectuada por quienes desencadenaron la más horrenda de las contiendas civiles y de la convivencia nacional por los que, paralelamente, están desarrollando una cruel y despiadada represión. La verdad, por desgracia, es muy distinta a la que ahora nos pintan. La verdad es que en los treinta y seis años que median entre el 1 de abril de 1939 y el 20 de noviembre de 1975, más de un millón de españoles se ven privados de libertad por motivos políticos y más de doscientos mil de ellos perecen frente a los pelotones de ejecución, Los franquistas que todavía se atreven a negarlo deberían hacer públicas, de una vez para siempre, las cifras auténticas —que indudablemente tienen que estar consignadas en alguna parte— de cuantos pasaron por cárceles, presidios, campos de concentración, destacamentos de trabajo y batallones de fortificaciones y castigo, así como los condenados a muerte, fallecidos en los encierros y muertos en lucha o sin formación de causa en esos siete lustros de intenso dramatismo.

Para facilitar su tarea, podemos facilitarles algunos nombres de los millares y millares de muertos en ese largo período. Entre los militares profesionales pasados por las armas luego del final de guerra —durante ella hubo numerosos ejecutados como demuestran los nombres de los generales Salcedo, Caridad Pita, Romerales, Mena, Gómez Morato, Batet, Núñez del Prado, Campins y el almirante Azarulo— cabe señalar a los generales Aranguren, Escobar y Martínez Cabrera; a los coroneles Burillo, Gallo, Fernández Navarro, Ortega, Menacho, Pérez Salas, Eduardo Medrano y Carlos Cuerda; a los procedentes de milicias con mando de grandes unidades corno Ascanio, Maroto, Sol, Etelvino Vega, Guerrero y Ciriaco; a millares de comisarios entre los que se encuentran Feliciano Benito Anaya, comisario jefe del IV Cuerpo de Ejército y Domingo Girón, comisario de Artillería del Ejército del Centro.

Todavía son más abundantes las personalidades políticas y sindicales que perecen víctimas de la represión. Dos miembros del último Consejo Nacional de Defensa, que renuncian a marcharse, quedándose en Madrid para hacer frente a sus responsabilidades, mueren en la cárcel. Son Julián Besteiro, catedrático de Lógica, diputado socialista y presidente de las Cortes Constituyentes, que perece totalmente abandonado en la Cárcel de Carmona en 1940 y el diputado de Izquierda Republicana y director de «Política», Miguel San Andrés, que fallece en parecidas circunstancias en el Fuerte de San Cristóbal de Pamplona. Otras tres figuras políticas, que contra todas las normas de derecho internacional, son detenidas en Francia y entregadas a la policía española perecen fusilados. Son, concretamente, Luis Companys, presidente de la Generalidad de Cataluña, que tras ser maltratado moral y físicamente en Madrid y Barcelona, es fusilado en Montjuich el 15 de octubre de 1940; Juan Peiró, militante sindicalista y figura destacada de la CNT, que desempeña en guerra la cartera de Industria, que luego de rechazar con airada indignación una propuesta fascista de perdón, es fusilado en Valencia en 1942, y Julián Zugazagoitia, diputado, director de «El Socialista» y ex ministro de la Gobernación que es fusilado en Madrid en octubre de 1940 en unión de Cruz Salido, también entregado por la Gestapo.

Aparte de ellos suman millares los dirigentes de todos los partidos políticos y organizaciones sindicales que en estos años caen bajo las ráfagas de los pelotones de ejecución. Entre los muchos muertos de esta forma pueden señalarse los nombres de Ricardo Zabalza, subsecretario con Largo Caballero y presidente de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra; Carlos Rubiera, diputado socialista y presidente de la Diputación de Madrid; tres miembros de la Junta de Defensa de Madrid de noviembre de 1936, el comunista José Cazorla y el cenetista Mariano García Cascales, fusilados, y el también cenetista Amor Nuño, muerto en la Dirección General de Seguridad; el diputado socialista Mairal, asesinado en Alicante, y el comunista Ortega, fusilado en Madrid, en unión de Eugenio Mesón y un grupo numeroso de compañeros en junio de 1941; el alcalde de Vallecas, Acero; fusilado también en 1940, perece el último gobernador civil republicano de Madrid, José Gómez Osorio, y el último jefe superior de policía, Girauta, que vela por el orden público de la capital en los últimos días de marzo de 1939.

El mismo pelotón que ejecuta a Gómez Osorio, acaba con la vida de un magnífico abogado criminalista, José Serrano Batanero, diputado republicano por Guadalajara y concejal del Ayuntamiento de Madrid. Aunque condenado a garrote vil, como consecuencia de su protesta ante quienes le juzgan por la monstruosidad de las acusaciones lanzadas contra él, Batanero es fusilado en el último momento. No tiene tanta suerte otro gran abogado y escritor, Eduardo Barriobero Herranz, figura venerable del federalismo español, diputado en numerosas legislaturas con la Monarquía y la República, al que agarrotan en Barcelona en 1939. Suerte parecida corren centenares de profesionales del Derecho, magistrados, jueces, catedráticos o simples abogados, cuyo único delito ha sido permanecer fieles al gobierno legal republicano, el 18 de julio de 1936. Son igualmente numerosos los médicos ejecutados en el curso de la terrible represión que sigue al final de la guerra. Aparte de que a muchas de las figuras más prestigiosas de la Medicina española se les impide ejercer su profesión, una mayoría conoce un destino más amargo. Citemos sólo dos casos, aunque podrían citarse muchos más: el doctor González Recatero, jefe de sanidad del Ejército de Levante, al que fuerzan a suicidarse el 16 de junio de 1939 en una comisaría madrileña y el doctor Fernández Gómez, fusilado también en Madrid. Tampoco faltan entre los fusilados ingenieros, arquitectos, físicos y químicos. Son muchos los poetas que, como le sucede a García Lorca en los comienzos de la guerra, perecen en el encierro o frente al pelotón en la Paz de Franco. Conocido es el caso de Miguel Hernández, condenado a muerte en 1940 y muerto en presidio en 1942, víctima del hambre y las penalidades sufridas con ejemplar entereza en diversas cárceles franquistas. ¿No hubiera sido ésta la suerte de Antonio Machado, de no haber logrado trasponer la frontera en febrero de 1939 para morir a los pocos días en Colliure? Pedro Luis de Gálvez, uno de los mejores sonetistas castellanos de todos los tiempos, bohemio impenitente y sablista contumaz, es fusilado en Madrid en 1940. No pocos de los mejores poetas actuales estuvieron a punto de morir y pasaron largos años en presidio, algunos más de veinte años, como Marcos Ana. Otros, Antonio Agraz, por ejemplo, sale de presidio para morir en el Hospital General de Madrid. Un novelista, conocido y famoso en los años treinta, Antonio de Hoyos y Vinent, muere en la cárcel madrileña de Porlier. Otro, más conocido aún, Diego San José, sale de presidio muerto prácticamente.

Pero acaso sean los periodistas los que proporcionalmente tienen mayor número de condenados y muertos en la represión que sigue al final de la contienda. Si alrededor de treinta sólo en Madrid son condenados a muerte, una docena más perecen ejecutados. El primero en caer es Mauro Bajatierra, corresponsal de guerra de «CNT», que el mismo 28 de marzo de 1939 es abatido a tiros a la puerta de su domicilio. A su nombre pronto hay que agregar otros como los de Javier Bueno, presidente de la Asociación de la Prensa; el veterano Augusto Vivero; Navarro Ballesteros, director de «Mundo Obrero», los ya citados de San Andrés, Zugazagoitia y Cruz Salido, Carlos Gómez «Bluff», caricaturista de «La Libertad», Cayetano Redondo, Juan Manuel Valdeón y unos cuantos más —Angulo, Sanchez Monreal, Díaz Carreño y mi propio hermano Ángel— que, dados por desaparecidos en un momento dado, resultó en definitiva que habían sido fusilados.

E. D. G.



Fuente del articulo:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... Guzman.htm


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Re: Objetivo del presidente Manuel azaña de la II Republica

Mensaje por nou_moles »

Claude Auchinlek escribió:Manuel Azaña tenia un objetivo :

-Alargar lo maximo la guerra civil española para que comenzase la segunda guerra mundial i que los paises aliados les ayudaran a ganar la GCE.


Pero yo creo que la podian haber alargado pero debido a la inexperiencia de los efecitivos republicanos en la GCE no pudieron alargarla mas.


Podian haberla alargado si hubiesen tenido mas soldados que voluntarios que constituian una parte de los efectivos republicanos.


Los rebeldes tenian soldados mas experimentados i mas soldados i muy pocos voluntarios.



Eso lo decía el doctor en quimica negrin no azaña.... :wink:


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Los Muertos del "Parte Inglés", en Almería

Mensaje por nou_moles »

Tiempo de Historia nº 46, septiembre de 1978
Los Muertos del "Parte Inglés", en Almería
José Miguel Naveros

La posguerra de España supuso una secuela de represiones. Se condenó por rebeldes a los que no lo fueron. Como testigo y carne de estos hechos uno tiene responsabilidad para juzgarlos históricamente, procurando no obstante olvidarlos. Necesitamos la convivencia pacífica, pero olvidar no significa borrar, y menos tergiversar, unos hechos. Borrar la historia es más difícil que escribirla. La Historia es el carro de la vida -decía Unamuno- y subidos a él vamos.

No voy hacer el estudio histórico de los consejos de guerra instruidos o sentenciados en España, ¡qué impresionante número!, me voy a remitir al de la causa número 1319 de 1941 seguido por adhesión a la rebelión, por auxilio a la rebelión y por infracción a la Ley de Seguridad del Estado. Se abrió este proceso el 28 de abril en Almería, ciudad de tradición inglesa y no poco de ultramar. El hierro, la uva, la almendra, el esparto, la naranja... se exportaban a Inglaterra, países escandinavos, Bélgica, Holanda... Todos los años -dice Jean Sermet- hay que colocar la uva, cosa no siempre fácil de conseguir. Almería tiene los ojos puestos mucho más al otro lado del mundo que en Madrid (1).

En Almería, en este ambiente, alguien coge a diario el "parte inglés", se copia a máquina y se distribuye con precauciones. Este "parte de guerra" se introduce además en la cárcel del Ingenio (antigua fábrica de azúcar) donde hay miles de presos. Se extiende su circulación y, lo de siempre, se denuncia por alguno el hecho. La actuación de las autoridades almerienses lleva a la detención y encausamiento de 100 personas (un número redondo). Se trata, afirman, de un complot contra el Estado. No se puede admitir este "parte"... una ventana abierta a la esperanza.

CIRCUNSTANCIAS POLÍTICAS QUE SE DAN EN ESPAÑA EN ESE MOMENTO.

España siente la tentación de entrar en guerra. Serrano Súñer -el «ministro del Eje»- lo desea así. A partir del 6 de marzo de 1941 y en menos de tres semanas el ejército alemán ocupa Yugoslavia y Grecia (Atenas cae el 27 de marzo). En Cirenaica, las tropas de Rommel lanzan a los ingleses hacia el Nilo después de haber ocupado Bengasi (2). Franco declara el 17 de abril en Madrid: «La paz no existe, la paz es una constante preparación para la guerra ». (Pero es curioso que cuando dice esto Franco acaba de recibir del gobierno de Londres 2.500.000 libras esterlinas para la compra de víveres y materias primas.)

Y es el 28 de abril, en la pequeña ciudad de Almería, a la que descubriera en 1854 Pedro Antonio de Alarcón una gran pátina inglesa (3), donde se descarga el peso de la ley franquista. Hay que dar un ejemplo en esta ciudad que ve acercarse su ruina al no poder exportar su uva -«cosa no siempre fácil de conseguir»- y demás productos. El procedimiento sumarísimo militar dura del 28 de abril, fecha, en que se inicia la causa número 1319/1941, hasta la confirmación de la sentencia y ejecución de ocho acusados, entre ellos una mujer de veinte años, el 11 de agosto de 1942.

En la sentencia, la que tengo a la vista -auque son varias, por ser distintos los casos que se aprecian de complicidad-, se lee en el primer RESULTANDO: «Que el día veintiocho de abril de mil novecientos cuarenta y uno fue descubierta una Organización que funcionaba clandestinamente en Almería de tipo marxista, revolucionario, antifascista de acción y agitación, cuya finalidad y actividades eran la activa propaganda marxista organizada en el sentido de un cambio de régimen en España que habría de traer consigo el triunfo de Inglaterra y Rusia en la guerra actual...». Se da el contrasentido de citar a "Rusia", que cuando la detención de los encartados no está en guerra con el "Eje" y está vigente el pacto germano-soviético. La invasión de las URSS por los alemanes se llevó a cabo el 22 de junio de 1941 Y hay 100 personas detenidas en Almería porque entonces, antes de una guerra, quieren la victoria de un país que no está en guerra.

VIDA EN LA CÁRCEL DE LOS DEL «PARTE INGLES» Y RESONANCIA DEL JUICIO 1319/1941.

Oír los detalles de la estancia en la cárcel de estos encartados es en extremo mortificador. Y no se trata de hacer o intentar hacer un trabajo panfletario. Mal vivieron, para qué decir otra cosa, Pero no les faltó ánimos: en la celda de incomunicados, donde estaban recluidos, aislados del resto de la población penal, estudiaban algunos francés o inglés, otros ejercitaban sus matemáticas o leían historia, y hasta organizaron concursos poéticos. Una muestra de uno de éstos, el hecho en serio (hubo alguno en broma: «Prescripciones del doctor Villa para la lectura de poesías sin excluir la manzanilla»), ilustra este trabajo. El día que se acabaron los interrogatorios, los encausados respiraron, aunque algún tiempo después todos se estremecieron. El periódico «Yugo» de Almería, jueves 14 de mayo de 1942, inserta la ORDEN DE LA PLAZA PARA EL DIA 13 DE MAYO DE 1942: «El próximo día 18, a las nueve horas y en el Salón de Actos de la Escuela de Artes y Oficios de esta capital, se celebrará Consejo de Guerra de Plaza para ver y fallar la causa núm. 1319, tramitada por el procedimiento sumarísimo y ultimada en período plenario por el Alférez e Instructor don Ismael Gómez de las Nievas, contra los encartados siguientes: Joaquín Villaespesa Quintana y dieciocho más, por el delito de Adhesión a la Rebelión; Miguel X. X. y sesenta y seis más, por el de Auxilio a la Rebelión, y Vicente Martínez Alarcón y trece más por infracción de la Ley de Seguridad del Estado. El Coronel Gobernador Militar, Ricardo Alonso Vega». El domingo 17, en el mismo periódico «Yugo» se ilustraba con una nueva ORDEN DE LA PLAZA... Se montaba servicio exterior para garantizar el orden durante el Consejo de Guerra señalado en la Orden de la Plaza del día 13 del actual, para el próximo 18, por un piquete de veinte hombres, al mando de un oficial. El temor entre los encartados y sus familiares es grande: en ningún Consejo de Guerra de los celebrados en Almería se han tomado estas precauciones.

Mientras, en Madrid, los jóvenes antifranquistas se atreven a ir a la Embajada Británica a buscar el Boletín o «parte inglés» que reproduce dos veces al día los comunicados de la BBC. Ese «parte» que en Almería tiene muchas vidas en vilo.

PRIMER «CONSIDERANDO» DE LA SENTENCIA NUM. 1319/1941.

Si el primer RESULTANDO es ejemplar dentro de este proceso, es ejemplar el primer CONSIDERANDO: supone un rumor de pecado mortal al rojo vivo.

«...el primer problema que el presente procedimiento plantea a la apreciación del Tribunal y que ha de resolverse con prioridad, es el de la legislación aplicable, para cuya resolución es precisa tener en cuenta la declaración terminante del Artículo 1.0 del Código Civil al establecer como plazo de entrada en vigor de las leyes el de los veinte días a partir de su publicación en el Boletín Oficial del Estado, si en ellas no se dispusiera lo contrario; la Ley de Seguridad del Estado de 29 de marzo de 1941, publicada en el Boletín del 11 de abril siguiente, con arreglo a la teoría general del precepto citado, no comenzó a regir hasta el 1 de mayo siguiente...». Y se agrega: «...y puesto que en los delitos continuados -como indudablemente lo son los hechos referidos si se llegara a apreciar la existencia de delitos en ellos- tienen por fecha de perpetración la en que son descubiertos, la de 28 de abril de 1941 en que se descubrió la Organización a que se refiere el primer resultando está comprendida entre el 11 de abril en que se publicó la Ley de Seguridad del Estado y los veinte días siguientes, es decir, en la "vacacio legis" o plazo durante el cual la Ley estaba en suspenso por no haber entrado en vigor debiendo en consecuencia ser juzgados los hechos realizados en ese plazo por la legislación anterior, en este caso por los preceptos del Código de Justicia Militar, por el principio de irretroactividad de las Leyes del Artículo 3.0 del citado Código Civil, sin que sea de aplicación a este caso el de retroactividad "pro reo" del 24 del Código Penal...».

A esta sentencia no le falta nada, todo está atado y bien atado, y los condenados a muerte irán a parar al paredón. El paredón, en este caso, una tapia del cementerio de San José de Almería.

EL 11 DE AGOSTO DE 1942.

Para los ocho condenados a muerte y sus familiares, el 11 de agosto fue el día trágico: ocho vidas con plomo en el corazón apagadas para siempre. Almería conoció la noticia el miércoles 12, por el citado diario «Yugo», página final, en un recuadro a la derecha.

«En el día de hoy, dando cumplimiento a la sentencia que dictó en causa número 1319 de 1941 el Consejo de Guerra celebrado el día 18 del pasado mes de mayo, han sido ejecutadas las penas de muerte impuestas a Joaquín Villaespesa Quintana, Encarnación Magaña Gómez, conocida por Encarnación García Córdoba, Cristóbal Company García, Francisco García Luna, Antonio González Estrella, Juan Hernández Granados, Diego Molina Matarín y Francisco Martínez Vázquez, como autores de un delito de adhesión a la rebelión, consistente en la formación de una organización clandestina, de tipo marxista, para la propaganda, la agitación, acción y el socorro rojo. Con ello y con las graves penas de privación de libertad impuestas a los otros procesados, cuya culpabilidad, aunque en menor grado, se demostró en aquella causa, ha quedado liquidado con el sano y justo rigor exigido por los principios en que se basa nuestro Estado, y con la ejemplaridad que reclama el mantenimiento de su seguridad y el respeto a sus leyes, la insensata aventura de quienes no supieron reconocer la generosidad de nuestro Régimen, del que ya habían sido beneficiarios, y olvidando los más sagrados deberes de todo español para la Patria, no vacilaron en laborar contra ella para servir intereses extranjeros.

Almería, 11 de agosto de 1942»(4).

CONCLUSIÓN.

A mí me brotan ahora las palabras, a los treinta y ocho años del juicio y fusilamiento, me pregunto: ¿Por qué se llevó a cabo este proceso? En la España de hoy, sin revancha -lo repito- debieran aclararse ciertos hechos. Sobre la tumba en que se echó a estos siete hombres y a Encarnita -Encarnación Magaña Gómez- no se puede ir a colocar unas flores (salvando el caso del cadáver de Joaquín Villaespesa que se desenterró dos días después por sus familiares), pues sobre ellos se han construido nichos. No puede ni recordarse el nombre de las víctimas.

Pero el hecho es gravísimo... En la sentencia consta: «traer consigo el triunfo de Inglaterra y Rusia»... Y la URSS, entonces, tiene un pacto con Alemania y aún no ha sido invadida por ésta. Y está también ese «considerando» de la sentencia... el de aplicación de retroactividad «pro reo».

Aún viven encartados de este proceso que fueron condenados a treinta años y a otras penas, familiares de los fusilados, amigos y el sacerdote que acompañó en capilla a Joaquín Villaespesa Quintana, compañero suyo de bachillerato, testigos... En Almería no se ha olvidado este proceso y sus víctimas, al que se considera un estigma para la ciudad. Y tiene tres fechas: 28 de abril de 1941, 18 de mayo y 11 de agosto de 1942. Un año y ciento cinco días de dolor, dolor...

(1) Jean Sermet «La España del Sur.

(2) Max Gallo. "Historia de la España Franquista" Ruedo Ibérico. París.

(3) Viaje en galera de "Guadix a Almería", en dos jornadas haciendo noche en "Doña María". Pintura de Almería y sus moradores.

(4) La sentencia se confirmó por la 23 División. Estado Mayor: "...Mandando que se ejecuten las penas capitales impuestas por no ser procedente proponer su conmutación".

Bibligrafia:

http://www.sbhac.net


Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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Francisco Largo Caballero (1869-1946)

Mensaje por nou_moles »

Tiempo de Historia nº 9, agosto 1975
Francisco Largo Caballero (1869-1946)
Pablo Castellano


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En una carta que Francisco Largo Caballero dirigía meses antes de su muerte a un compañero del Partido Socialista Obrero Español, repasando apresuradamente su apasionante biografía, afirmaba, y con razón, que unas memorias completas de sus vivencias y sufrimientos no cabría en una colección de voluminosos ejemplares.


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Y realmente ello es así, pues basta tener que consultar cualquiera de los libros, hoy cada vez más frecuentes, que sobre los cincuenta años primeros de este siglo estudian la historia de nuestro pueblo, para tropezarnos en cada momento, en cada hecho político y social importante, con la referencia obligada a Francisco Largo Caballero, que a lo largo de estos estudios aparece como el líder obrero, el organizador sindical, el luchador revolucionario, el sereno estadista, y en otros muchos casos como el hombre a través del cual quieren explicarse yerros, deformaciones e incluso catástrofes.

Unos quieren presentarle como el oportunista que, camaleónicamente, adoptó su táctica y posiciones a los vientos dominantes, otros como el hombre realista que quiso en cada momento dar la respuesta más adecuada a las necesidades que iban planteando las relaciones entre unas clases y otras y su complicado proceso dialéctico. No han acabado la mayoría de los que están acostumbrados a un pensamiento lineal y dogmático de entender cómo es posible que Francisco Largo Caballero haya sido tanto el principal impulsor de una legislación social que está aún ahí, como ejemplo y antecedente de todo lo que otros quieren hoy atribuirse, y cómo, con ese mismo coraje y tenacidad que alentó toda su actividad, pudo ser al mismo tiempo el impulsor de las más radicales actitudes, que le llevaron a ser frecuentador de banquillos, presidios y objeto de toda clase de persecuciones, no sólo dentro de nuestras fronteras, sino también fuera de ellas.


Su polemizada figura ha despertado todo menos indiferencia. Su independencia de criterio le ha convertido en ese responsable a quien seguir ciegamente, o en ese enemigo a quien tener que alquilar por todos los medios. En muchas de sus cartas y notas se ha dolido, justificadamente, de que uno de los principales núcleos de donde surgiera toda tentativa de descrédito y aniquilación contra él mismo, por envidias, celos, ambiciones y egoísmos de personalidades destacadas, haya sido su propia familia política y sindical.

Por ello a tal extremo ha llegado su discutibilidad, que al lado de cada obra justificativa de sus realizaciones ha surgido siempre la contra-obra impugnadora de las mismas.

Otra vez en Largo Caballero, se ha vuelto a dar esa frecuente división a la que tan mal acostumbrados estamos los españoles, y ese apasionamiento que, superando toda ponderación y términos medios, convierte a quienes le estudian y a quienes le conocieron en largo-caballeristas o anti-caballeristas fanáticos.

Antes de entrar en el modesto e imperfecto intento de dar un breve repaso a las facetas más destacadas de Francisco Largo Caballero, hecho, por una persona que no pudo conocerle y que ha oído de él a través de cuantos con él convivieron y aún hoy siguen entregados a continuar su obra, es conveniente dejar sentado que la historia de Largo Caballero no es otra que la historia del movimiento obrero español en su conjunto, si bien con mayor y lógica enfatización recogida e impulsada en la Unión General de Trabajadores y el Partido Socialista Obrero Español, y que esta historia es llegado el momento de que sea devuelta, no sólo con la preeminente figura de Largo Caballero sino con la de todos aquellos otros que la jalonan, al pueblo español, pues es la parte más sustancial de su patrimonio cultural moderno.

EL ESTUQUISTA

El 15 de octubre de 1869, en la madrileña plaza de Chamberí nació Francisco Largo Caballero, hijo de obreros y para ser obrero. Un cortísimo período de permanencia en una escuela de los Escolapios, de la que salió a los 7 años nada más cumplidos, puede que sea el único período de su vida sin responsabilidad, pues es evidente que cuando desde esa edad comienza, durante los primeros años, el infatigable calvario de la búsqueda del empleo, ya pesaba en él la necesidad de tener que aportar a la escasa caja familiar las monedas semanales que pudieran permitir atender someramente las necesidades de una familia obrera en aquella época.

De oficio en oficio, de la eventualidad al paro, es lógicamente en la actividad de la construcción donde con mayor frecuencia podía asirse cualquier trabajador no especializado, en espera de mejores oportunidades; y estando trabajando así, con una de las llamadas papeletas de parado en la construcción de la carretera de Fuencarral, en 1890, es cuando Largo oye hablar por primera vez de las sociedades de trabajadores, de la fiesta del 1 de Mayo, de la lucha de una clase por su redención y de aquel conjunto de reivindicaciones, que contempladas hoy a la luz de las conquistas realizadas, nos aparece incomprensible pudieran mover atener que luchar por ellas y que hacían de las condiciones de trabajo algo más próximo a la esclavitud que a lo que hoy llamamos relaciones laborales.

Nada más asistir a esa manifestación de mayo de 1890, Largo Caballero ingresa en la Sociedad de albañiles, en uno de sus primeros centros obreros de la calle Jardines, y formando ya parte de ésta pasa a ingresar en la Unión General de Trabajadores, cuando su Sociedad decide confederarse en la misma. Aún no se había constituido la Asociación de Estuquistas, su verdadero oficio, que luego él pudiera organizar dentro de su Sindicato.

Lógicamente, de aquella escuela de socialismo pasaba a los cuatro años a ingresar también en la Agrupación Socialista Madrileña, que casualmente también tenía su sede en otro inmueble de la calle Jardines.


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Su actividad laboral fue constante, compatibilizada con su actividad sindical y política y únicamente cuando hubo de ocupar ya cargos oficiales abandonó el oficio, en el que no sólo encontraba un medio de ganarse la vida, sino que siempre le mantuvo próximo a los problemas de la clase trabajadora, negándose constantemente a abandonar ese carácter obrero y a pasar a ser el político profesional a sueldo o el hombre de organización que funcionalizará en ella su actividad, al modo que las nuevas concepciones han ido imponiendo.

Su ingreso en las Organizaciones Sindicales y Políticas púsole inmediatamente a la cabeza del Movimiento Obrero y vino aparejado con cargos de responsabilidad constantes.

Desde Secretario y Presidente de la Junta Administrativa de la Casa del Pueblo, que él mismo gestionó en su traslado a la calle del Piamonte número 2, desde Vice-Tesorero y Secretario General de la Unión General de Trabajadores; desde Presidente de la Agrupación Socialista Madrileña, Vicepresidente del Comité Nacional del Partido Socialista, hasta Presidente de dicho partido, elegido en el Congreso de 1932, su activismo y su constante capacidad de trabajo no le permitieron jamás ocupar la cómoda situación del militante de carné o del meramente inscrito, frecuentemente acomodado en que otros le resolvieran los problemas.

Y su actividad sindical y política en el seno de esas organizaciones traspasó las fronteras, para ser importante colaborador en la conferencia de Berna de 1919, en el Congreso de Amsterdam de 1920 en que se constituyera la Federación Sindical Internacional, en la primera Conferencia Internacional del trabajo en Washington, acompañado por Fernando de los Ríos y Araquistain. En nombre de la U. G. T., presidió también la delegación española a la Conferencia de la Paz de La Haya, en diciembre de 1922. También fue frecuente su presencia en los Congresos de la Internacional Socialista desde su creación.

Esta actividad política y sindical y estos numerosos cargos fueron desempeñados gratuitamente, salvo cuando exigían una dedicación a actividades e instituciones creadas por las organizaciones sindicales y políticas con financiación autónoma, cual era la dirección o responsabilidad de la Mutualidad Obrera o cuando, como consecuencia, la incompatibilidad con la función profesional era de tal carácter que se privaba al designado para tal fin de todo ingreso.

EL ESTADISTA

«Vigilar permanentemente en los sitios donde se trate algo que directa o indirectamente se relacione con los intereses obreros; abandonar esos sitios es abandonar la defensa de esos intereses en beneficio de los patronos
y dejar el campo libre a toda clase de enemigos». En este texto de Largo Caballero estaba la profunda razón que le llevaba a, en nombre de las organizaciones políticas y sindicales, intentar estar presente en cuantas instituciones sociales y políticas se pudiera estar decidiendo las condiciones de vida del trabajador o queriendo jugar egoístamente con sus intereses, y para Largo Caballero esta obligación no suponía ni colaboración ni entreguismo, ni reforzamiento de unas estructuras burguesas ilegítimas ni absurda creencia en un reformismo paulatino que paliara contradicciones y explotaciones aberrantes; suponía denuncia, enfrentamiento, vigilancia y preparación para, conocida la realidad, poder en cualquier momento dar respuesta a la misma.

Así comienza su carrera política, siendo elegido concejal, en 1910, del Ayuntamiento de Madrid, para cuyo cargo volvió a ser reelegido otras tres veces. En esa línea fue también elegido diputado provincial por un período; fue vocal obrero en el Instituto de Reformas Sociales desde que aquel se fundara y miembro también del Consejo de Trabajo. Y como presidente de la Fundación Socialista «Cesáreo del Cerro», llegó a ser también miembro del Consejo del Banco de España.

En las Cortes hubo también de oírse su voz, como diputado, habiendo sido elegido la primera vez para ocupar un escaño por la provincia de Barcelona y las tres siguientes por la de Madrid.

Por esta experiencia, por la representación de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista Obrero de cuya confianza total gozó, y qué duda cabe que por contar también con la colaboración y la esperanza en él depositada por otras organizaciones, llegó al Consejo de Estado, fue Ministro de Trabajo, Ministro de la Guerra, Presidente del Consejo de Ministros y ocupó incidentalmente la cartera del Ministerio de Estado.

De su permanencia en el Ministerio de Trabajo queda un amplio cuadro de leyes laborales que van desde las asociaciones profesionales, la Ley del Jurado Mixto, la Ley de Delegados de Trabajo, la Ley de Contrato de Trabajo, y la combatida Ley de Términos Municipales, hasta el frustrado proyecto de Ley de cogestión o control obrero, que son el vestigio de lo que expresamente se refleja en el Diario de sesiones de las Cortes constituyentes, cuando en una exposición de motivos o preámbulo Largo Caballero dice al hablar de uno de sus proyectos: «Es la obra de un socialista, pero no es una obra socialista. Es la obra de un socialista con ideales avanzados que colabora desde hace 30 años con las clases capitalistas para arrancarlas gradualmente y por medios legítimos, suministrados por los mismos principios de la economía y derecho que ellos invocan, sus ya imposibles privilegios».


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EL REVOLUCIONARIO

De las muy numerosas detenciones y procesos que a lo largo de su vida van configurando la biografía de una auténtica personalidad revolucionaria, hay una que nada tiene que ver con ese comportamiento político de lucha, pero a la que es necesario referirse dada la frecuencia con que, para desprestigiar y calumniar a los antagonistas políticos, se suelen hacer esta clase de manejos. Me refiero en concreto a la detención que Largo Caballero sufriera, de forma arbitraria e injusta, so pretexto de un posible delito de caza furtiva de conejos en los montes del Pardo, y por el que, sin otra prueba que la venal acusación de un guardia forestal, sufrió varios días de arresto.

Este arresto salía a relucir frecuentemente en boca de sus opositores políticos para tratar con él de hacer desmerecer una vida que vino siempre presidida por la austeridad y por el sacrificio.

El propio Largo Caballero, en una carta fechada el 15 de octubre de 1940 en Trebas-les-Bains (Tarn), al hacer apresurado repaso de sus persecuciones, recuerda haber estado en prisión en 1909, 1911, 1912, 1918, 1930 y 1934. No podía en aquel momento relatar el remate de la carrera penitenciaria, a que le condujeran los odios, con las vicisitudes que posteriormente pasó, en lógica combinación entre la policía francesa colaboracionista, y la Gestapo Alemana, con su estancia en las cárceles francesas de Croch, Limoges Aubusson, Perigueu, Neuilly, y campo de concentración nazi de Oraniemburgo.

Resulta realmente elocuente el que el mismo día en que habían de tomar posesión del cargo de Ministro de Trabajo recibiera una citación de la Jurisdicción Militar acusado de un delito contra la seguridad de la Monarquía.

En 1911 debióse su detención y prisión a la famosa y célebre huelga de albañiles de Madrid, estando recién elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid y posteriormente diputado provincial, como prueba de cuál era la protección e inmunidad de que pudiese gozar o de cuál fuera el contenido colaboracionista de su presencia política en las instituciones locales.

En 1917 el motivo de su detención fue la huelga general de agosto de aquel año, en protesta por la actividad de las llamadas Juntas de defensa del Arma de Infantería.

Esta histórica huelga venía gestándose ya desde que el día 27 de marzo de 1917 el Comité Nacional de la Unión General de Trabajadores y sus delegados regionales se dirigieran en un manifiesto al país, y a cuyo llamamiento se adhirieran, aunque luego se precipitaran en su realización, la C. N. T. y el importante Sindicato Ferroviario de toda España. La represión violenta de lo que estaba llamado a ser una huelga pacífica, correspondió a las fuerzas armadas, y en Bilbao, Asturias, Valencia, Madrid, las ambulancias hubieron de retirar las numerosas víctimas fruto de los enfrentamientos. El Comité de Huelga compuesto por Julián Besteiro Fernández, Francisco Largo Caballero, Daniel Anguiano Mangado y Andrés Saborit Colomer, junto con Gualterio José Ortega, Luis Torren, Mario Anguiano, Manuel Maestre y Abelardo Martínez Salas, hubo de comparecer ante la Jurisdicción Militar para responder de un delito consumado de rebelión común, y pese a la brillante defensa del Capitán D. Ramón Arronte Girón y del Capitán don Julio Mangada, la sentencia del Consejo de Guerra, de 29 de septiembre de 1917, condenaba a los cuatro primeros de ellos a la pena de reclusión perpetua, y al resto a penas de prisión que iban desde ocho años y un día a dos años.

Aprobada por el Capitán General la citada sentencia, inhabilitados a perpetuidad para la obtención de empleos y cargos públicos, desposeídos de los cargos obtenidos por elección popular, privados de todo derecho a pensiones y compensaciones por años de servicio, y hasta expoliado Besteiro de su cátedra, los condenados son trasladados al penal de Cartagena de donde salen en el año 1918, para junto con Prieto, acudir directamente a las Cortes en base a la amnistía que se conquistaba por el movimiento obrero en la calle, respaldándolos al elegirles como sus representantes. A estos cinco diputados socialistas, cuatro ex-presidiarios y un desterrado, uníase, enfermo y precariamente repuesto, Pablo Iglesias que desde su lecho en la calle de Ferraz estaba al lado de ese Comité de Huelga y que en ellos empezaba a percibir la satisfacción de su obra. Pero si hubiera sido poco el rigor de aquella condena, en una sentencia que no hacía la menor referencia directa ni a las peticiones del fiscal ni a las alegaciones de la defensa y que apreciaba delitos y penas distintas de los que el propio Ministerio Público había exigido, el defensor, Capitán Mangada, fue internado correctivamente con quince días de arresto en un castillo, junto al Pirineo.


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En 1930 vuelve a ser detenido Francisco Largo Caballero con motivo de los sucesos de Jaca, lógicamente comprometido en el derrocamiento de la Monarquía y en la lucha por la República. Fue Prieto el encargado por los que se aglutinaban alrededor del llamado pacto de San Sebastián de conseguir la adhesión de Largo Caballero a este intento, y así como Alvaro de Albornoz no consiguió la colaboración y ayuda de Julián Besteiro, Largo Caballero definió rápidamente su posición, entusiasta y activa, formando parte del Comité Revolucionario con el invitante y don Fernando de los Ríos, quedando históricamente estampadas sus firmas en el manifiesto que dicho Comité dirigiera a la población española.

En el folleto que el 1 de agosto de 1945 en Berlin, en el Cuartel General de la Comandancia del Ejército Ruso de la Ocupación, escribió Largo Caballero bajo la rúbrica «Carta a un obrero», nos dice: «Hace algunos años en un mitin celebrado en el Cine Pardiñas de Madrid hablamos Besteiro, Saborit y yo. En mi peroración dije, si me preguntan qué es lo que quiero, contestaré, República, República, República. Hoy si se me hiciera la misma pregunta respondería, Libertad, Libertad, Libertad. Pero libertad efectiva; después ponga usted al régimen el nombre que quiera».

Tan evidente era para Largo Caballero lo que la Monarquía y República suponían para el movimiento obrero, que aquellos seis diputados socialistas dedicaron principalmente su atención, en el Congreso, al famoso debate sobre las responsabilidades de Marruecos, que de forma tan directa afectaban a la corona.

El Comité revolucionario propulsor de la República quedó convertido, el 14 de abril de 1931, en el primer Gobierno provisional, y en el Gobierno definitivo fue Largo Caballero Ministro de Trabajo con Alcalá Zamora.

Como consecuencia de las elecciones de 1933 y la política conservadora «bienio negro», y partiendo siempre de la base de la situación que atravesaba el país, Largo Caballero se tiene que enfrentar seriamente, y de nuevo, con la realización de su vocación revolucionaria. Si en la campaña electoral de octubre de 1933 afirma repetidamente «queremos triunfar empleando la lucha legal» y ve posible la socialización por vía constitucional, a través de la propia constitución que los socialistas habían ayudado a aprobaren 1931, en la que Araquistain había dejado su sello al definir a España como una República de trabajadores de todas clases, y en la que también se habían empezado a poner los hitos que permitieran una política de nacionalizaciones, lo que él consideraba expulsión del Partido Socialista del poder, por defender una República con auténtico sentido social, que buscaba la protección de los trabajadores, y cuyo poder se dedicaba exclusivamente a la persecución de los socialistas y del movimiento obrero, en 1934 debe hablar de la conquista revolucionaria recordando «que la nobleza no abandonó el poder por su propio deseo ante la clase burguesa, sino por la revolución, y la clase burguesa tampoco abandonará este usufructo más que ante la revolución misma». El aumento importante del paro, la inviabilidad de la reforma agraria, el panorama exterior con el fascismo perfectamente asentado y su preparación en nuestro país de forma clara, no permitían pensar en transformaciones por la vía democrática hacia el socialismo, cuando los detentadores del poder utilizaban éste para ir desmontando, con toda clase de arbitrariedades, el poder obrero.

El incremento del peso de las Juventudes Socialistas en el seno del P. S. O. E., opuestas al parlamento estéril, excitadas por la constante violación de la propia legislación social vigente y el importante hecho de que las organizaciones obreras fuesen adquiriendo una formación política teórica marxista, que intuyeron sus fundadores y veteranos pero que no tuvieron ocasión de adquirir en la mayoría de los casos, llevaba lógicamente a las organizaciones de clase a una radicalización.

Nuevamente su participación en la revolución de octubre de 1934 supone para Francisco Largo Caballero el procesamiento y el ingreso en prisión. En este período carcelario coincide en la cárcel con Barbeito, y resulta absuelto de un delito revolucionario por la magnífica defensa que hizo el famoso criminalista y socialista Luis Jiménez Asua.

En este apresurado repaso, de una biografía de rebeldía y combate hemos de hacer un paréntesis, desde las elecciones del Frente Popular hasta la presencia de Largo Caballero en Francia, donde se inicia el último período de persecuciones que aureola su historia. Largo Caballero, perdida la Guerra Civil, llega a Francia enfermo, con una dolencia crónica de carácter circulatorio en una pierna, y pasa a vivir a Albi. Rechaza los ofrecimientos que se le hacen para cruzar el Atlántico, y el día 30 de noviembre de 1940 es «requerido» por el comisario Sr. Guelin para acompañarle a la gendarmería, donde vista su enfermedad, se ordena su internamiento en una clínica, más con carácter de detención que de cuidados. Formulada contra él mismo una demanda de extradición desde España, empieza su recorrido carcelario por las ya citadas prisiones de Aubusson y Limoges, donde coincide con Federica Montseny, para continuar a Perigueux. Tramítase la petición extradictoria en el Palacio de Justicia de Limoges, resultando ésta denegada, pero ello no supone la libertad para Largo Caballero, que a la salida de la vista era nuevamente detenido por la policía para ser, primero, confinado en Vals Les Bains, y entregado luego a la Gestapo alemana y conducido e internado en Oraniemburgo. Su estancia en dicho campo la refleja el propio Caballero al escribir a Prieto a Nueva York diciéndole:


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"Lo más terrible es que los nazis habían llegado a hacer una ciencia y una técnica de la crueldad. Perseguían sistemáticamente la animalización de las gentes a las que consideraban enemigas. En buena parte lograron su propósito. He observado casos de abyección verdaderamente lamentables. El instinto de conservación y el egoísmo empujan a los hombres a situaciones morales y a actitudes que son las que nuestros verdugos buscaban para presentarnos ante el mundo como gentes indeseables. Los que no hemos sucumbido hemos adquirido una experiencia sobre la humanidad que resulta verdaderamente interesante". Fui liberado el 24 de abril por tropas polacas. Me trataron bien. El 15 de mayo pasé a depender del Estado Mayor Ruso. Si no hubo tanta cordialidad como por parte de los polacos, me dispensaron un trato correcto y desde el punto de vista material bueno. Me invitaron a ir a Moscú. Rehusé porque creía que no yendo a Rusia vendría antes a Francia. Luego no ha sido así».

Vuelto a Francia en interminable convalecencia y desesperado intento de recuperación, los cuidados de José Calviño y de su hija Carmen no son suficientes para impedir el inicio de su proceso agónico. Un cólico nefrítico, junto a la enfermedad circulatoria de la pierna, obligan el 9 de febrero de 1946 a internarle en la clínica Lyautey, donde se le ha de extirpar el riñón derecho, y para impedir la inundación de la gangrena que afectaba al pie izquierdo, ha de amputársele la pierna a la altura de la rodilla. El 23 de marzo de 1946 fallece Francisco Largo Caballero y, tras un entierro en auténtico olor de multitud, quedan depositados sus restos en el cementerio parisién de Pére Lachaise frente al muro en que están inhumados los mártires de la comuna de 1871. Pero Francisco Largo Caballero no sólo fue perseguido por aquellos que antagonizaban en ideas políticas e intereses, sino incluso fue objeto de las calumnias, difamaciones y odios de pretendidos correligionarios suyos que, tergiversando la verdad y por intereses personales: habían de rechazar el más firme carácter que poseían contra la hipocresía, el arrivismo, la claudicación y la cobardía moral.

El propio Largo Caballero, en la citada carta de 15 de octubre de 1940, previa a su tortura nazi, se queja amargamente de que «después de la crisis de mayo de 1937 el Gobierno del Sr. Negrín y las ejecutivas del Partido y de la U. G. T., en unión del Partido Comunista, me han seguido persiguiendo en España, hasta el punto de quererme fusilar en unión de mi amigo D. Luis de Araquistain, según testimonio de D. Manuel Azaña en declaración hecha el 5 de septiembre de 1940, y en la emigración en Francia han procurado aislarme todo lo posible».

Y precisamente a esa persecución, no de las fuerzas antagónicas, sino de quienes habían recibido y aprovechado el impulso unitario de Largo Caballero se debió fundamentalmente su defenestración en el año 1937. El incidente con el embajador ruso y con Alvarez del Vayo iniciaba la más contumaz campaña de desprestigio y de calumnias contra el Presidente.del Gobierno, en el que lo que de verdad se debatía era la dirección de la Guerra Civil desde el campo republicano, o el aprovechamiento de esta situación bélica para la hegemonía de un partido y la reducción de aquella confrontación a una probeta más del laboratorio en el que se experimentaban los intereses de las potencias, a enfrentarse en breve plazo, con absoluto desprecio de lo que estaba ocurriendo en la «piel de toro».



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LA POLEMICA

Desde la posición de utilización de la propia legalidad monárquica, del período primorriverista, de la actuación en el Congreso y en el Ministerio de Trabajo, hasta el llamado período de radicalización previo al Frente Popular y responsabilidades durante la Guerra Civil, ningún estadio de la vida política y sindical de Francisco Largo Caballero se ha visto privado de la polémica y la discusión.

Los historiadores y los sociopolíticos suelen generalmente asumir y justificar alguno de sus períodos vitales, rechazando el resto, y quizá porque en el análisis de esta alucinante biografía faltan aún muy importantes datos, no sólo sobre la situación del país, sino también sobre la propia historia de las organizaciones en que Largo Caballero militó y que, sin condicionar sus actitudes, marcaban fundamentalmente sus posiciones ya que al fin y al cabo él estaba obligado en todo momento a cumplir aquellos acuerdos y a realizar aquellos deseos que mayoritariamente surgían de quienes habían depositado en él la confianza.

Pero ha de rechazarse seriamente toda alegación de oportunismo que sobre él quiera volcarse al no entender sus cambios de actitud, que ciertamente no se produjeron en él en exclusiva, sino que también son apreciables en los personajes políticos de aquella época.

Mantener la tesis de un oportunismo largo-caballerista en quien intentó hasta la saciedad utilizar la legalidad y las situaciones de hecho para ir creando y creando nuevas condiciones políticas que permitieran la construcción de la sociedad socialista, por el hecho de que, resultando esto imposible, enarbolara postulaciones más radicales, obligaría a trascender este juicio de oportunismo a otras muchas personalidades que también tienen a lo largo de su historia esa pretendida nota contradictoria.

¿Qué decir entonces de un Besteiro, opuesto a la colaboración republicano-socialista, a la participación en Gobiernos republicanos, participando en el Comité de Huelga del 17, y obligado liquidador de la contienda civil con la Junta de Casado?

¿Qué adjetivo merecerían quienes también, defensores acérrimos de la monarquía, pervivieron durante el período republicano con claras y expresas manifestaciones de adhesión y juramentos de fidelidad, para sublevarse posteriormente contra ella?

Unos y otros, y Largo Caballero entre ellos, fueron protagonistas desde cada campo de una lucha de clases que no se desarrolla ni en campos ni en condiciones favorablemente escogidas, sino en las que la propia realidad determina, y la lógica impone que unos y otros aprovechen cuantas ocasiones se le ofrecen, pretendidamente legalistas y esencialmente revolucionarias o reaccionarias, para defenderlos intereses de explotación o de transformación radical que les guían.

Andrés de Blas Guerrero, en el número 8 de la revista «Sistema», en su trabajo sobre la radicalización de Francisco Largo Caballero que circunscribe al período 1933-1934, sienta como «punto de partida» la negación de un desarrollo coherente del Largo Caballero anterior a la República y Ministro Republicano, al Largo Caballero de octubre de 1934. Parte de conceder una gran importancia al voluntarismo revolucionario del sector izquierdista del P. S. O. E., a la frivolidad como duramente lo enjuicia Malefakis, al excesivo optimismo como subraya Brenan, a la aguda denuncia —por encima de los alegatos de Largo a las leyes científicas del Socialismo— sobre su consideración superficial de la política. Para Andrés de Blas Guerrero, «la colaboración era el único camino coherente que unos hombres con intención revolucionaria y sentido de la realidad económica social y política de la España de los años 30 podían adoptar. La crítica del sector radical del socialismo español debe iniciarse en el punto en que, por causas más o menos comprensibles, se inicia el camino desbordado de la euforia socialista».

Pero tras esta afirmación, Andrés de Blas Guerrero tiene que reconocer que «eran realmente muy poderosas las razones que aconsejaban un alto en la identificación República-socialismo».

Largo Caballero, según nos ha dicho Enrique de Francisco, fue el más resuelto defensor de tal participación, librando batallas por ello con sus propios compañeros de ejecutiva, porque precisamente sabía que aquella realidad económica, social y política le forzaba a no estar ausente bajo ningún concepto en la construcción del nuevo régimen, y ello en nada contradice el que, modificadas las mismas circunstancias en que dicha colaboración se planteara, modificara él a su vez, y no personalmente sino por resolución de sus organizaciones, la posición a adoptar, cuando además aquella República iba convirtiéndose poco a poco, quizás por haber nacido ya así, en un puro instrumento de opresión de la burguesía.


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Este período de presencia, que no de colaboración o creencia, en las instituciones republicanas, es enjuiciado críticamente por Marta Bizcarrondo en su meritoria obra «La crisis socialista en la Segunda República», publicada en la revista del Instituto de Ciencias Sociales de la Diputación de Barcelona, número 21: Para Marta Bizcarrondo, «entre 1933 y 1936 todos los discursos en mítines, actos de propaganda electoral o conmemorativos, de Largo consisten en la constante búsqueda de una respuesta a dos preguntas centrales: ¿por qué se encamina España a una revolución socialista?, ¿por qué no cabe ya esperar reformas sustanciales en un régimen de democracia burguesa? Respuestas que Largo Caballero intentaría adecuar, buscando una estricta fidelidad al marxismo, al nivel de los auditorios a que se dirigen». Sostiene Marta Bizcarrondo que se produce en Largo Caballero una autocrítica, dado que los hechos le han conducido a la conclusión de la impotencia del reformismo, pero yo diría que no tanto de la impotencia del reformismo, sino de la desaparición de las circunstancias en las que aquel reformismo era necesario, conveniente y viable, pero que ya había dejado de serlo. Si Largo Caballero y los militantes del Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores habían pensado que para transformar el régimen económico era necesario llevar a los Municipios, a las Diputaciones, al Congreso cuantos mejores elementos y más preparados se pudiere, nada obstaculizaba que cuando aquellas instituciones hacían del juego democrático o mayoritario un instrumento precisamente para la opresión y aniquilamiento de las organizaciones políticas de clase, se reaccionara radicalmente en la defensa de aquéllas. Y esa radicalización no era la obra voluntarista o caprichosa de un hombre o un líder, sino la respuesta obligada a una situación nacional e internacional que empujaba el proceso tantas veces repetido de una lucha de clases. La llamada «recuperación de la República» no era ya el problema que afectará a socialistas y republicanos, pues lo que se estaba configurando era el serio enfrentamiento entre la democracia y fascismo. En el «Anticaballero» de Coca, se llega a decir que no se podía polemizar contra Largo Caballero basándose en ideas, ya que el ideario de Largo Caballero era inédito para todos y para él mismo, y que lo más que poseía era la dialéctica del oportunismo, creyendo en él los trabajadores ciegamente por haberles prometido su redención a plazo fijo en un zafarrancho definitivo. Estas frases de auténtica demagogia y que realmente se vierten al servicio de los intereses de un sector conservador del Partido Socialista Obrero Español, resultan contestadas con sólo examinar todo ese ideario contenido, apuntando con más o menos profundidad según lo permitían las circunstancias, en el conjunto de leyes que de la mano de Largo Caballero fueron promulgadas y que resultaban violentadas por la Patronal hasta el extremo de que, según el Boletín del Ministerio de Trabajo y Previsión Social, las infracciones patronales constatadas por los inspectores del Ministerio de Trabajo fueran superiores en un 83% a las infracciones de posible comisión obrera.


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Ricardo de la Cierva, en su obra «La Historia perdida del Socialismo Español», tiene que reconocer que Francisco Largo Caballero es uno de los pocos políticos de envergadura que se han dado en la España contemporánea, y comprende que incluso por encima de su propio criterio las condiciones en que se coloca al movimiento obrero y a la izquierda a partir de las elecciones de 1933 no podían tener otra respuesta.

Postular como tesis frente a la llamada radicalización de Largo Caballero, la revolución de octubre de 1934, las elecciones del Frente Popular y el alzamiento
contra la República, la existencia de una posibilidad por mínima que fuera de «recuperar la República», era olvidar o despreciar todos los datos socioeconómicos y políticos que a nivel nacional e internacional marcaban la pauta. El que, por circunstancias de todos conocidas la obra y las tesis políticas de Largo Caballero no hayan sido ampliamente divulgadas, no permite tampoco presentarle como una pura amalgama de actitudes prácticas sin contenido ideal alguno, pues basta repasar sus discursos y los órganos de expresión del Partido Socialista Obrero Español y de la U. G. T. de aquella época, para ver cómo desde «Renovación», «Leviatán», «Claridad», y el propio «El Socialista» se postulaba la transformación de la estructura económica española, con un programa de nacionalizaciones de la tierra, la Banca, la gran industria, oposición a la carrera de armamentos, construcción de escuelas, previsión social, etc. No puede olvidarse que Francisco Largo Caballero, además de haber sido gerente y presidente de la Mutualidad Obrera, fue también presidente de la Cooperación Socialista Madrileña de la que aún quedan vestigios en cuanto a las colonias y residencias construidas por aquélla.

Para la propia Federica Montseny, cuya posición crítica con los socialistas no es necesario recordar y que tenía con Caballero muy considerables discrepancias, Largo Caballero fue siempre un hombre recto, templado. entero, y en todo caso unitario con la mirada puesta exclusivamente en el proletariado.

Ese sentido unitario es el que le permite en la revolución de octubre de 1934 que sean las alianzas obreras las que se adhieran incondicionalmente a su llamamiento, y es también el que desde el verano de 1936 lleva al Gobierno a todas las fuerzas obreras, ordena la nueva vida económica y política de un país en guerra, organiza el Ejército y realmente no culmina su obra porque tal sentido de unión se ve contradicho con la política del Partido Comunista y de miembros de su propia organización.

El ideario de Francisco Largo Caballero se vierte fundamentalmente, escasas fechas antes de su ,muerte, en la ya citada «Carta a un obrero», en la que no queda una parcela de nuestro panorama político sobré el que él errónea o acertadamente, con mayor o menor perfección, no dé prueba de un conocimiento muy serio de la problemática española, siendo fundamentalmente dicha obra un canto a la esperanza para la restauración de aquellas situaciones que cree las más convenientes para su pueblo.

Dice en él textualmente: «Después de muchas y detenidas reflexiones, he adquirido el profundo y firme convencimiento de que para la reconstrucción nacional y la instauración de un régimen efectivamente democrático en el orden político, económico y social, no serán eficaces las fórmulas políticas y económicas indefinidas de antes de la guerra civil; se harán necesarios otros métodos nuevos y enérgicos aplicados gradual e inteligentemente, pero con perseverancia y sistemáticamente».

He de finalizar este imperfecto e insuficiente apunte de recuerdo de una de las más importantes personalidades del socialismo y sindicalismo españoles, lamentando que no se hayá aún devuelto su figura a nuestro pueblo y agradeciendo haber podido aprender algo en la consulta, que quizá no he sabido aprovechar suficientemente, de las citadas obras de Andrés de Blas Guerrero, Marta Bizcarrondo, los trabajos de Luis. García San Miguel, y las conferencias y apuntes de Arsenio Gimeno, los libros de De la Cierva y Saborit y finalmente, el folleto que con motivo de su muerte se publicara por el Partido Socialista Obrero Español en Tolouse en marzo de 1947, sin olvidar tampoco el recuerdo que de Largo Caballero nos han podido transmitir personas allegadas al mismo como don José Calviño, Máximo Rodríguez, y todos aquellos otros cuya enumeración o cita haría interminable este bosquejo.

P. C.


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Mensaje por nou_moles »

Encontré este articulo sobre largo caballero y me acorde de zulu, jejejje, creo recordar que no le caía muy bien en vida y alma largo caballero, que opinas del articulo. :wink:


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Mensaje por ZULU 031 »

nou_moles escribió:Encontré este articulo sobre largo caballero y me acorde de zulu, jejejje, creo recordar que no le caía muy bien en vida y alma largo caballero, que opinas del articulo. :wink:


O el Lenin español, como era más conocido :wink: Lo leere con tranquilidad, que parece haber bastante hoy. También me falta tu artículo anterior y como son todos tan cortitos... :crazy: Ya comentaremos :noda:


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ZULU 031 escribió:
nou_moles escribió:Encontré este articulo sobre largo caballero y me acorde de zulu, jejejje, creo recordar que no le caía muy bien en vida y alma largo caballero, que opinas del articulo. :wink:


O el Lenin español, como era más conocido :wink: Lo leere con tranquilidad, que parece haber bastante hoy. También me falta tu artículo anterior y como son todos tan cortitos... :crazy: Ya comentaremos :noda:



Ya sabia yo que te iba a gustar comentar un articulo sobre Largo.


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Ignacio Hidalgo de Cisneros

Mensaje por nou_moles »

Ignacio Hidalgo de Cisneros

Memorias, vol. IL La república y la guerra de España

Société d'Éditions de la Librairie du Globe, París, 1964. Texto Seleccionado.

Yo tenía la esperanza de que Francia nos permitiría trasladar algunas fuerzas a la zona de Madrid, sobre todo armamento y aviación. Tenía gran interés en impedir que el personal de nuestras Fuerzas Aéreas se dispersase. Por eso comencé las gestiones para que a todos los aviadores los mandasen al aeródromo de Toulouse.

Las autoridades de aviación me prometieron hacer todo lo posible, pero me dijeron que sería más eficaz hacer esta gestión en París.

Salí para la capital de Francia aquella misma noche y permanecí allí dos días, procurando que me autorizasen a trasladar a nuestra zona Centro las fuerzas de aviación que habíamos podido concentrar en Toulouse. Recuerdo que una de las personas que más interés puso en ayudarme fue el ex ministro del Aire, Pierre Cot.

Mi primera visita en París fue, como era lógico, al embajador de España, doctor Pascua. Allí coincidí con los generales Rojo y Jurado, que también venían a verle. Pascua nos recibió atentamente, rogándonos que le esperásemos, pues en aquel momento tenia que ver a un ministro francés. Quedamos en un salón solos, los tres generales. Al poco tiempo llegó el comandante Parra, ayudante de Azaña. Nos preguntó si teníamos algún inconveniente en hablar con el que todavía era presidente de la República, y nos llevó hasta su despacho, donde se hallaba en compañía del ministro Giral.

Azaña nos recibió muy amablemente, hablando con nosotros en un tono familiar, cosa rarísima en él. No creo necesario entrar en pormenores de aquella desagradable entrevista. Pero aunque he procurado ahondar lo menos posible en los errores o faltas de los dirigentes republicanos, no tengo más remedio que referirme a una cualidad negativa de Azaña, que puede aclarar su conducta en aquellas circunstancias.

Yo no sé cuál hubiese sido el comportamiento de Azaña como presidente si hubiese actuado en un período normal, tranquilo, de verdadera paz. De lo que estoy convencido es de que su actuación como jefe del gobierno, y más tarde como presidente de la República durante aquellos azarosos y dramáticos años, fue desastrosa para la causa republicana, por varios motivos, que he procurado exponer a lo largo de estas páginas. Uno de los más importantes, y a él voy a referirme ahora, era su falta de valor físico, que le hacía perder todo control en cuanto creía correr algún peligro.

Esto le hizo pasar durante nuestra guerra momentos muy desagradables, y, en algunos casos, dramáticos. El temor a caer en manos de los fascistas fue para él una verdadera obsesión.

Azaña nos pregunto cómo veíamos la situación después de la pérdida de Cataluña. Naturalmente, nuestras contestaciones fueron bastante crudas. Como he dicho antes, la conversación no tenía nada de oficial ni protocolaria. Azaña, muy hábilmente, había sabido darle un tono de confianza y familiaridad, y se hablaba sin medir las palabras.

Recuerdo que el más pesimista era Jurado. Rojo y yo también reconocíamos que la situación era grave y difícil, pero opinábamos que en la zona Centro podríamos resistir, sobre todo si los franceses nos permitían trasladar refuerzos del ejército que había entrado en Francia desde Cataluña.

Azaña, después de quedarse unos momentos pensando, nos dijo: «Para mí, la opinión de ustedes tiene en estos momentos suma importancia. Es la opinión del jefe del Estado Mayor, del jefe del Ejército de Cataluña y del jefe de la Aviación de la República. Creo que no tendrán inconveniente en darme por escrito las opiniones que han manifestado aquí de palabra.»

Hasta entonces, yo no había sospechado nada. Creía de buena fe que Azaña, aprovechando nuestra presencia en la Embajada, intentaba, cosa natural, enterarse bien de la situación. No se me había ocurrido pensar que hubiese preparado aquella entrevista para sacarnos unos informes con los cuales creía poder justificar su dimisión y salvarse de tener que ir a la zona Centro, como era su obligación. Mas cuando nos pidió el informe por escrito, comprendí inmediatamente su juego, y, sin esperar a que terminase, le dije que yo no podía dar directamente al presidente de la República ningún informe oficial. Que tenía que hacerlo por conducto reglamentario, es decir por conducto de mi jefe inmediato, que era Negrín como ministro de Aviación. Por lo tanto, yo me negaba a darle el in-forme que pedía.

Azaña perdió su amabilidad. La situación se puso violentísima, y yo salí del despacho para ir a dar cuenta al embajador de lo ocurrido.

Pasé, como ya he dicho, dos días en París haciendo todo lo posible para que el gobierno francés nos permitiese trasladar refuerzos a la zona Centro Luego regresé a Toulouse, y en un aparato de la LAPE me trasladé a Madrid.

El mismo día de mi llegada a nuestra capital visité a Negrín, al que expliqué este incidente con Azaña. Nunca recuerdo a Negrín tan indignado, creo que fue la única vez que le he visto fuera de sí. Mandó inmediatamente a Azaña un telegrama, que me enseñó, en el que le hacía responsable de las consecuencias que tendría su conducta, que en aquellos momentos —decía el telegrama de Negrín— era una traición a la Patria.

Efectivamente, las consecuencias no se hicieron esperar. Los gobiernos francés e inglés tomaron como pretexto la dimisión de Araña para reconocer a Franco cuando todavía la República tenía en su poder casi media España y contaba con un gobierno legal que, cumpliendo su deber, había regresado al territorio republicano. (...)

El coronel Casado, jefe del Ejército del Centro, me telefoneó para decirme que necesitaba hablar conmigo y que me invitaba a comer en su puesto de mando, situado en la Alameda de Osuna, una finca de las afueras de Madrid.

Como a mí me interesaba conocer lo que pensaba Casado y el ambiente que reinaba en su Cuartel General acepté la invitación.

Era natural que, desde el primer momento, el tema de nuestra conversación fuese la situación en que se encontraba Madrid y la zona republicana.

Casado estaba muy pesimista y todo su afán era inculcarme su pesimismo, tratando de demostrar que no podíamos hacer nada, militarmente, contra una ofensiva franquista. Después se puso a decirme, aunque con ciertos rodeos, que la mejor solución para nosotros sería hacer una paz honrosa con Franco, en la que no hubiese ni vencedores ni vencidos, paz que permitiría salir de España a todo el que quisiera.

Le contesté que todo lo que me decía era absurdo, pues, conociendo a Franco, era disparatado creerle capaz de hacer la menor concesión.

Casado, que no sé por qué razones pensaba que yo podría estar de acuerdo con él, al ver mi actitud se puso bastante nervioso, queriendo a toda costa convencerme. Me dijo, recalcando mucho las palabras: «No solamente lo que te digo es posible, sino que te puedo asegurar que a los militares de carrera se nos reconocerían los grados. Tengo garantías muy serias de que estas proposiciones serían respetadas.»

Al preguntarle si podía saber quién daba esas garantías, me contestó muy solemnemente que era Inglaterra la que había arreglado hasta el último detalle, y que él mismo había tenido varias entrevistas con el representante inglés, al que Franco había prometido cumplir formalmente estos compromisos, poniendo una sola condición: que prescindiésemos del gobierno republicano y que nosotros, es decir los militares profesionales, nos hiciésemos cargo de la situación y tratásemos directamente con él.

La verdad es que sus palabras me produjeron más asombro que alarma. Pensé que todo lo que me había dicho Casado eran planes suyos más o menos fantásticos, y no un complot en toda regla, a punto de estallar.

Referí esta conversación a Negrín, pero mis informes no fueron todo lo alarmantes que debían haber sido, pues yo estaba convencido de que una sublevación militar capitaneada por Casado y por Miaja era algo tan disparatado que no podía tomarse en serio. Y continué recorriendo los aeródromos, muy preocupado con la ofensiva franquista que yo creía inminente.

Estaba tan ajeno al peligro que por la espalda nos amenazaba que la misma mañana de la sublevación de Casado fui a Valencia para hablar con el general Miaja, jefe militar de la zona republicana.

Encontré su Cuartel General muy agitado. Allí estaban varios jefes militares con mandos importantes. La enigmática actitud de Miaja para conmigo y el ambiente de nerviosismo y de hostilidad contra el gobierno que prevalecía entre los jefes y oficiales que le rodeaban, me dejaron sorprendido y bastante in-quieto. Me di cuenta de que allí se estaba tramando algo turbio, aunque no sospeché que fuese una rebelión armada contra el poder republicano.

La actitud de aquellos militares para conmigo fue extraña. Unos parecían ignorarme, otros me miraban con cierta animadversión, pero nadie hizo nada ni dijo una palabra cuando salí del Cuartel General para tomar el avión y regresar a Albacete. Todavía sigo sin comprender por qué no me detuvieron, pues estaba completamente solo en sus manos.

Al llegar a Albacete, pude localizar por teléfono a Negrín. Le dije que tenía algo urgente que comunicarle, y me mandó que fuese a verle a Elda, un pueblo cerca de Alicante, donde se había instalado provisionalmente.

Puse a Negrín al tanto de lo que pasaba. Esta vez sí le informé alarmado y dando mucha importancia a lo que acababa de presenciar.

Negrín mandó llamar a Miaja. Éste no se presentó. Repitió la llamada con el mismo resultado, y decidió ir él mismo a verle. Yo regresé a Albacete. Cuando llegué al aeródromo, me dieron una nota de Negrín en que me ordenaba volver urgentemente a Elda.

Me imaginé que algo grave había sucedido. Efectivamente, las primeras palabras de Negrin fueron para comunicarme que Casado se había sublevado contra el gobierno, constituyendo una Junta encabezada por Besteiro y titulada «Consejo de Defensa». Me pareció que Negrín estaba tranquilo, aunque se le notaba preocupado. Las noticias que nos llegaban eran todas malas. La mayor parte de las autoridades de la zona se había unido a Casado. El general Miaja llegó a Madrid e inmediatamente habló por radio, diciendo que se sumaba a Casado y poniendo de vuelta y media a Negrin.

En sus alocuciones por «Radio Madrid», Casado y Miaja intentaban justificar su traición con una serie de falsedades absurdas, pero que en aquellas circunstancias eran peligrosas. Aseguraban que Negrín y los comunistas querían implantar una «dictadura bolchevique» para continuar la guerra, sin importarles los miles y miles de españoles que morirían en ella.

Era completamente estúpido pensar que los comunistas querían tomar el poder, cuando sus mejores fuerzas estaban en los campos de concentración franceses, cuando las unidades militares del Centro estaban minadas por la traición, y cuando la propaganda enemiga, aprovechando el cansancio de tres años de guerra, había logrado crear en la retaguardia republicana un peligroso ambiente de capitulación.

Los comunistas españoles nunca pensaron en un golpe de fuerza para tomar el poder, pero, de haberlo pensado, lo hubiesen intentado en 1937, cuando todo les era favorable, y nunca en las circunstancias en que se encontraba la zona republicana del Centro en 1939.

Como puede verse, los nuevos sublevados contra el gobierno de la República fueron muy poco originales. Procedieron como la inmensa mayoría de las personas que se proponen cometer algún acto indigno contra el pueblo. Tales personas, lo primero que hacen para justificar su canallada es decir que son anticomunistas y atacar a los miembros del Partido Comunista, aunque éstos no vengan a cuento para nada en el asunto.

Otro tema importante de sus alocuciones fue prometer una «paz honrosa» con Franco, que terminase de una vez con la pesadilla de la guerra.

Desgraciadamente, los continuos avances del enemigo, la pérdida de Cataluña y, sobre todo, el cansancio de la guerra, produjeron en la zona republicana un estado de ánimo muy propicio para dejarse engañar por cualquier propaganda que ofreciese una salida honrosa de aquella situación.

Si a esto se añade que las unidades más disciplinadas y combativas del Ejército republicano, mandadas por comunistas o por militares fieles a la República, estaban internadas en Francia, después de haberse sacrificado heroicamente, protegiendo la retirada hasta la frontera de más de medio millón de españoles, se podrá comprender el rápido éxito de la rebelión de Casado.

Ignacio Hidalgo de Cisneros, Memorias, vol. IL La república y la guerra de España.


Fuente:
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Mensaje por ZULU 031 »

En cuanto a su nacimiento, procedencia, trabajo, etc., no tengo nada que decir sobre Largo Caballero.

Bautizado por la incomparable máquina de propaganda soviética como "el Lenin español".

Antes de la guerra es Largo el que habla de la dictadura del proletariado

Llevo a toda la nación a un naufragio sangriento. fue Largo responsable como pocos, buscando el socialismo, a bofetadas o a tiros si era menester.

Conforme avanzaba la República y con la ayuda de su mentor Araquistain, teníal un desprecio total por la democracia y un apego por las soluciones violentas.

Mediante decreto y refrendado por el Presidente de la Republica Manuel Azaña, el gobierno presidido por él, autorizada al Ministro de Hacienda, el también socialista Juan Negrín, a trasladar las reservas de oro, plata y papel moneda del Banco de España “al lugar que estime de más seguridad”. El lugar elegido por este triunvirato de la estupidez fue la Unión Soviética. Tan seguro era que del tesoro nunca más se supo.

anteriormente en 1933, Largo Caballero dejaba claro su pensamiento y su "talante democrático" con las palabras: Hemos venido a colaborar a la proclamación de una República para hacer una Constitución…para…poder llegar a nuestras aspiraciones sin violencias grandes, sin grandes derramamientos de sangre…si no nos permiten conquistar el poder con arreglo a la Constitución… tendremos que conquistarlo de otra manera.


Amenazaba a la derecha, en la campaña electoral de noviembre de 1933: ¡Ah esa es la dictadura del proletariado! Pero ¿es qué vivimos en una democracia? Pues ¿qué hay hoy, más que una dictadura de burgueses? Se nos ataca porque vamos contra la propiedad. Efectivamente. Vamos a echar abajo el régimen de propiedad privada. No ocultamos que vamos a la revolución social. ¿Cómo? (Una voz en el público: ‘Como en Rusia´). No nos asusta eso. Vamos, repito, hacia la revolución social…, mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas habrá que obtenerlo por la violencia…, nosotros respondemos: vamos legalmente hacia la revolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil…Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil…No nos ceguemos camaradas. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar. El 19 vamos a las urnas… Más no olvidéis que los hechos nos llevarán a actos en que hemos de necesitar más energía y más decisión que para ir a las urnas. ¿Excitación al motín? No. Simplemente decirle a la clase obrera que debe prepararse… Tenemos que luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución Socialista.

Más ejemplos del tipo de individuo que era: La clase trabajadora se va dando cuenta..., que en el nuevo régimen (República) se encuentra más incómoda que en el antiguo (Monarquía). Porque hablando con franqueza, en la monarquía había un cierto pudor político en algunos hombres, y la pugna entre liberales y conservadores por atraerse a las clases obreras hacía que se dictaran leyes sociales…Porque la democracia burguesa era, en realidad, una dictadura contra la clase obrera. El solo hecho de que no haya una mayoría burguesa en el Parlamento es una dictadura. Al colaborar en el derribo de la monarquía y luego en el gobierno, sabíamos muy bien que la república burguesa no emancipaba económicamente a los trabajadores...El objetivo era el de quitar la venda a la clase trabajadora para que supiera que con la república burguesa no se había de redimir. Y esto lo hemos logrado…El día que lo tengamos el Poder no tendremos titubeos ni dudas. No caeremos en la debilidad en que cayó la República. Y que no nos pidan transigencias ni benevolencias.

Y seguía: los socialistas admitimos la democracia cuando nos conviene... Pues bien, yo tengo que decir con franqueza que es verdad. Si la legalidad no nos sirve, si impide nuestro avance, daremos de lado la democracia burguesa e iremos a la conquista del Poder.


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LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPUBLICA ESPAÑOLA (14 DE ABRI

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Fernando Rincón Salas


LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPUBLICA ESPAÑOLA (14 DE ABRIL DE 1931)

14 abril de 2001

(70 aniversario de la proclamación)

“Cuando traspasaron las puertas del ministerio de la Gobernación y comprobaron atónitos que los guardias civiles en misión de vigilancia se cuadraban en lugar de llevarlos prisioneros, no se lo podían creer. De manera que ya estaba hecho, que la República tantas veces soñada como ideal irrealizable había venido, como la primavera, recordará Antonio Machado, sin saber nadie como ha sido. ‘Por arte de birlibirloque –escribirá en esos días Pedro Salinas-, somos República’.[...] Y es que el poder, por así decir, había venido a las manos, había salido al encuentro, de los republicanos de forma más bien inesperada. Si desde las alturas a las que aquella marea humana les había llevado, miraban hacia atrás, podían aún recordar los tiempos recientes de su insignificancia como fuerza política”[1].

Así, con este apasionamiento, retrata Santos Juliá los hechos que acaecen a las ocho de la noche del 14 de abril de 1931 y de los que son protagonistas los miembros del Comité republicano, revolucionario o Gobierno Provisional de la República, surgidos de la reunión entre los partidos republicanos el pasado 17 de agosto de 1930 y que por fin toman el poder tras las elecciones del 12 de abril, donde el pueblo vota republicano. Toman el poder después de haber pasado por diversos avatares, como el intento fallido de huelga general revolucionaria e insurrección del 15 de diciembre y la encarcelación para unos y la huída para otros al considerarlos responsables de dicha insurrección.
El pacto de San Sebastián.-

El 17 de agosto de 1930 se producía la reunión de los principales partidos y agrupaciones republicanas, en un local de la calle Garibay de San Sebastián. Esta reunión posteriormente se llamó el “Pacto de San Sebastián”. Estuvieron presentes en dicha reunión, Alejandro Lerroux, del Partido Republicano Radical (PRR), aunque en aquel momento representando a la Alianza Republicana; Manuel Azaña, de Acción Republicana (AR), también representando a la Alianza Republicana, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Ángel Galarza, por el Partido Republicano Radical-Socialista (PRRS); Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura, de Derecha Liberal Republicana (DLR); Manuel Carrasco y Formiguera, por Acció Catalana; M. Mallol, por Acció Republicana de Catalunya; Jaume Aiguader, por Estat Català; Santiago Casares Quiroga por la Organización Republicana Gallega Autónoma (ORGA). Como invitados a título individual asistían Felipe Sánchez Román, Eduardo Ortega y Gasset e Indalecio Prieto. Los partidos y agrupaciones[2]

“Estarían representados juntamente por un ‘Comité Ejecutivo de la Conjunción’, encabezado por el moderado Alcalá Zamora de la DLR, y dedicado al derrocamiento directo de la monarquía. Aunque no se firmó ningún documento formal, todos los partidos convinieron en subordinar sus intereses particulares al objetivo común, comprometiéndose también a dar pasos hacia el establecimiento de un amplio sistema de autonomía regional para Cataluña una vez establecida la República.”[3]
Los partidos republicanos en el pacto de San Sebastián.-

Pero detengámonos un momento para hacer una breve reseña de los partidos participantes en el Pacto de San Sebastián. Estuvieron todos los que en aquellos momentos se consideran republicanos y tenían alguna importancia en la sociedad.

Comencemos por la Alianza Republicana y los partidos que la componían. Fue una agrupación de carácter informal, creada en 1926 durante la dictadura del Primo de Rivera (1923-1930). La formaron cuatro agrupaciones o partidos. En primer lugar, el Partido Republicano Radical, de Alejandro Lerroux, político desprestigiado por manejos de oscuros intereses durante años, que representaba el republicanismo histórico. En estos momentos estaba muy lejos de sus años de radicalismo y anticlericalismo, habiéndose convertido, “en una especie de democracia liberal centrista”. En segundo lugar, el Partido Republicano Federal, en estos momentos ya sin contenido y sin mayor importancia. En tercer lugar, la agrupación Acción Republicana, formada en 1925, no constituida como partido hasta 1930 y dirigida por jóvenes intelectuales y profesionales procedentes principalmente del Ateneo de Madrid, entre ellos Manuel Azaña. “Esa nueva organización proponía un tipo de república reformista más radical e izquierdista que el ya anticuado Partido Radical”. Y por último, el Partit Republicà Català[4], de Marcelino Domingo y Lluis Companys, “formado en su origen como ala izquierda del catalanismo político en 1917”[5].

Por enfrentamientos en el seno de la Alianza Republicana, en contra del liderazgo de Lerroux, “algunos de los republicanos más extremistas se escindieron de las demás organizaciones dando lugar a un partido más avanzado, de tipo jacobino, el Partido Republicano Radical Socialista, inspirado sin duda en la terminología francesa de finales de siglo [XIX]”[6]. El nuevo partido es liderado por Álvaro de Albornoz y Marcelino Domingo, este último seguirá también siendo el presidente del Partit Republicà Català, hasta que en diciembre de 1930 se decanta por la política nacional y cede el liderazgo del último a Lluis Companys[7].

Derecha Liberal Republicana, fue formada en 1930 cuando Niceto Alcalá Zamora, “jefe de una rama menor de los antiguos liberales monárquicos”, se declaró republicano y se unió con Miguel Maura, ”hijo del famoso y cuatro veces Primer ministro conservador” Antonio Maura, al también declararse republicano[8].

Acció Catalana se crea en junio de 1922 tras la escisión que provoca en la Lliga Regionalista de Cambó la Conferencia Nacional Catalana convocada por las Juventudes de la Lliga en abril de 1922. En dicha conferencia una serie de ponencias descubren la intención de constituir una agrupación más avanzada doctrinalmente y más radical tácticamente que la Lliga, que si bien es un partido catalanista es de derechas y conservador. Sus líderes serán Rovira i Virgili y Nicolau d’Olwer. Pero a primeros de 1930, ante el desacuerdo en declarar Acció como republicana, Rovira i Virgili abandonará este partido para crear Acció Republicana de Catalunya. Sin embargo no se resigna a la desunión y a mediados de 1930 intentó crear Esquerra Republicana, uniendo el Partit Republicà Català de Companys con Acció Catalana y Acció Republicana, es decir, toda la izquierda laica y catalanista, sin conseguirlo. Un año después de la escisión, en marzo de 1931 volverá a unir de nuevo Acció Catalana y Acció Republicana, creando así un nuevo partido que se llamará indistintamente Partit Catalanista Republicá o Acció Catalana Republicana. Esta unión tiene lugar poco antes de la Conferencia d’Esquerras, ya sin su participación ni la de su nuevo partido, conferencia que dará lugar a Esquerra Republicana de Catalunya[9].

En la misma Conferencia Nacional Catalana que produjo la escisión y creación de Acció Catalana, también se produjo otra escisión, provocada por el rechazo de una enmienda de Francesc Macià para la creación del Estado Catalán[10]. El 22 de julio de 1922 creaba un nuevo partido, Estat Català, de ideología separatista. Después de diversos avatares durante la dictadura de Primo de Rivera, incluyendo el exilio para Macià y el intento de invasión de Cataluña el 30 de octubre de 1926, el 17 y 19 de marzo de 1931 se celebra la Conferencia d’Esquerras, sin Roviria i Virgili y su nuevo partido. Participan Estat Català de Francesc Macià (unido con La Falç de Josep Tarradellas y otros grupos independentistas tres días antes), el Partit Republicá Catalá de Companys y el grupo del periódico L’Opinió de Lluhí Vallescá. Nace así Esquerra Republicana de Catalunya como un nuevo partido y no como una federación de partidos. Tendrá un programa socializante, pero no será socialdemócrata como lo era Estat Català[11].

En cuanto a la ORGA, nace en los meses finales de la Dictadura de Primo de Rivera, cuando nacionalistas gallegos y federales unidos crearon la Organización Republicana Gallega Autónoma (ORGA), cuyas figuras más conocidas fueron Portela Valladares y Casares Quiroga[12].
La colaboración de los socialistas.-

Como acertadamente apunta Tuñón de Lara, la eficacia de la Conjunción Republicana o Comité Republicano, nacido del Pacto de San Sebastián “resultaría harto mermada si no se lograse la colaboración de los dos grandes sectores del movimiento obrero, mucho más enraizados en la opinión y mucho mejor organizados”[13]. Tuñón se refiere al PSOE-UGT y a la CNT. Hay que tener en cuenta que en esta época, los socialistas no eran oficialmente republicanos. Es más, a la UGT se la podría incluso tildar como colaboracionista del régimen del General Primo de Rivera, ya que aunque siempre fueron oficialmente opositores a la dictadura, colaboraron desde el principio, especialmente en aquellas regiones con graves problemas económicos, constituyendo comités paritarios. Incluso cuando se creó el Consejo de Trabajo y tuvo representación en el Consejo de Estado, Largo Caballero fue miembro. Esta colaboración, que causó disensiones dentro de la familia socialista, duró prácticamente hasta el final del régimen, concretamente hasta 1929 cuando ya la dictadura estaba en su ocaso y Primo de Rivera estaba dispuesto a aceptar en el Consejo a 5 representantes de la UGT, propuesta que fue rechazada[14]. Es a partir de aquí y ante la realidad de los hechos, cuando los socialistas empezaron a tener contactos con los republicanos, lo que incluye la asistencia al Pacto de San Sebastián de Indalecio Prieto, aunque a título personal. Finalmente, y tras el mitin republicano de la plaza de toros de Madrid del 28 de septiembre, que constituyó todo un triunfo de los republicanos, la dirección del partido socialista encargó a Julián Besteiro, Fernando de los Ríos y Francisco Largo Caballero, entrevistarse con Azaña y Alcalá Zamora. Finalmente, el 28 de octubre la ejecutiva socialista decide integrarse con el comité republicano, designando a Prieto, Caballero y Fernando de los Ríos para integrarse en el futuro gobierno republicano. A su vez la UGT se compromete a apoyar la proyectada sublevación con una huelga general. El comité republicano, ahora ya con la seguridad que da el apoyo de los socialistas se convierte en el Gobierno Provisional de la República, nombrando Presidente provisional a Alcalá Zamora, ministro de Gobernación a Maura, de Guerra a Azaña, de Estado (Asuntos Exteriores) a Lerroux, etc., cargos que serán respetados tras la proclamación de la República. Sin embargo, el acuerdo con la CNT fue mucho más difícil, consiguiendo tan sólo pactar que era necesaria la república y unas elecciones libres. No obstante, la CNT continuó realizando huelgas y llamamientos por su cuenta, así como teniendo contactos con militares jóvenes para preparar conspiraciones[15]. Parece claro, tal y como denuncia Miguel Maura, que la CNT formó un movimiento paralelo al de la conjunción republicano-socialista[16]. Sin embargo ese acuerdo difuso tubo sus frutos en las elecciones del 12 de abril, en la que no participó, como de costumbre la CNT, pero dejo en libertad a sus seguidores para votar lo que quisieran, lo que supuso más votos para la conjunción republicano-socialista[17].
La sublevación de Jaca.-

Las conspiraciones para derribar al Gobierno Berenguer, tanto las provenientes de la conjunción republicano-socialista, como las de la CNT con militares jóvenes, eran conocidas por el Gobierno, que temía principalmente a estos últimos. Finalmente, los jóvenes capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, sublevaron a la guarnición de Jaca el 12 de diciembre, tres días antes de la fecha en que estaba previsto por el “Gobierno Provisional”, y marcharon sobre Huesca, donde fueron reducidos por las tropas del Gobierno. Nunca se han sabido las razones de este adelanto, pero pudo tener que ver el complicado entramado de conspiraciones entre el comité militar dependiente del Gobierno Provisional, el general Queipo de Llano que, aunque estaba en este comité, también dirigía otro en los que estaban el legendario aviador comandante Ramón Franco y el comandante Díaz Sandino y éstos a su vez tenían conexión con los militares simpatizantes de la CNT que también preparaban una sublevación. El caso es que a pesar del fracaso del 12, el 15 de diciembre Ramón Franco tomó Cuatro Vientos, tal y como estaba previsto, pero al no contar con prácticamente ningún apoyo, huyó a Portugal. En palabras de Payne: “la empresa entera fue un fracaso completo; fueron detenidos algunos miembros del Gobierno Provisional y el resto se escondieron o exiliaron. Galán y García Hernández fueron sometidos enseguida a consejo de guerra y ejecutados”[18]. En efecto, todo fue muy rápido. Ya en la mañana del domingo 14 de diciembre en Huesca se procede al Consejo sumarísimo de guerra, donde Galán y García Hernández son condenados a muerte. A las tres y diez de la tarde fueron fusilados. El Gobierno tenía informaciones de lo que se preparaba para el lunes 15. Ordenó en la mañana del 14 la detención de los líderes republicanos. Se detuvo primeramente a Maura, Alcalá Zamora, Galarza, Albornoz y a Casares. Después a Giral. Largo Caballero y Fernando de los Ríos se presentaron voluntariamente el día 18. Azaña, d’Olwer y otros se escondieron. Prieto y Domingo huyeron al extranjero. Contra Lerroux no hubo orden de detención. El fracaso estaba servido[19].
El gobierno del general Berenguer.-

Berenguer había llegado al gobierno tras la dimisión de Primo de Rivera el 30 de enero de 1930, por el colapso de su Dictadura, principalmente por lo simplista de sus posturas políticas. Colapso que había empezado con una notable decadencia de su gobierno desde mediados de 1928, agravada por su enfermedad, diabetes, que le llevaría a la muerte poco después de la dimisión. Como muy bien expone Genoveva García Queipo de Llano.

“El general Berenguer, que se había significado por su moderada oposición a la Dictadura, era el más liberal de los tres candidatos que Primo de Rivera le había presentado al Rey para sucederle. Cuando anunció sus propósitos de una vuelta a la normalidad constitucional [pisoteada por Primo de Rivera en 1923 con el visto bueno del Rey] fueron muy bien recibidas por la opinión pública, pero desde un primer momento fue posible detectar graves deficiencias en su gobierno. El no era un político y eso hacía prever que la inquina contra el Rey de la ‘vieja política’ perseguida no iba a desaparecer y que el general carecía de la habilidad estratégica necesaria. [...] Ortega y Gasset denunció esta situación [...] en un artículo titulado ‘El error Berenguer’. Decía el filósofo que no es que Berenguer hubiera cometido errores, sino que otros los habían cometido por él al hacerle Presidente del Consejo de Ministros. El ‘error Berenguer’ consistía en tratar de ‘hacer como si aquí no hubiera nada radicalmente nuevo y desde Sagunto, la Monarquía no ha hecho sino especular con los vicios nacionales, arrellanarse en la indecencia nacional’. Ortega decía que ahora el pueblo español había cambiado”[20].

Era evidente que el pueblo no estaba dispuesta a perdonar al Rey su apoyo a la Dictadura de Primo de Rivera, el “aquí no ha pasado nada”, que intenta con Berenguer y continuamos con el sistema de antes de 1923 no era posible. Es esa debilidad de Berenguer como político, junto con la crispación pública y la creciente impopularidad del Rey, lo que le lleva al fracaso, a pesar de la aparente victoria que obtiene tras el desenlace de la conspiración militar de mediados de diciembre. Galán y García Hernández se convierten en mártires y cuando el gobierno anuncia elecciones para el uno de marzo, no solo los republicanos y socialistas, sino la práctica totalidad de los partidos, incluidos constitucionalistas y monárquicos, deciden abstenerse. El Rey y Berenguer acuerdan el fin del gobierno e inician consultas. Se produce en estos momentos uno de los episodios más esperpénticos del final de la Monarquía: el Rey quiere buscar una última posibilidad e intenta un gobierno presidido por Sánchez Guerra, conservador que se había ganado su prestigio con la oposición a la Dictadura y por críticas al Rey, en el que estén incluso los republicanos. Para ello éste se desplaza a la cárcel para ofrecer dos carteras a los miembros del Comité Republicano allí encarcelados, ofrecimiento que lógicamente fue rechazado y que equivalía a reconocerles como el verdadero poder legítimo del país[21].
El gobierno del almirante Aznar.-

Finalmente, tras los manejos urdidos por Romanones, líder del viejo partido liberal, amigo personal del Rey y especialista en manejos caciquiles, el 18 de febrero quedaba formado un nuevo gobierno muy conservador presidido por el almirante Manuel Aznar. En dicho gobierno estaba Berenguer como ministro del Ejército. Este nuevo gobierno no era más que un gobierno de trámite para organizar las elecciones a concejales, diputaciones provinciales y parlamentarias generales que quedan establecidas para el 12 de abril, 3 de mayo y 7 de mayo respectivamente.

Tal y como indica Payne, “la táctica de iniciar el regreso a la normalidad con una elecciones municipales no estuvo bien escogida desde e punto de vista del gobierno, porque la mayor fuerza de los republicanos residía en las ciudades más grandes”[22] y donde la manipulación del voto por los caciques no era posible. Sin embargo el gobierno confiaba en la victoria que le otorgaría el poder en las zonas rurales, éste sí, muy influido por el caciquismo. La campaña electoral se abrió con dos bandos claros, por un lado el republicano de la Conjunción Republicano – Socialista y por otro el monárquico, pero desunidos ya que los antiguos partidos “constitucionalistas” se negaron a aliarse con el partido gubernamental Unión Monárquica Nacional por considerarla muy autoritaria. Tanto los republicanos como los monárquicos, incluyendo algunos ministros, terminaron por dar a estas elecciones un carácter de plebiscito popular sobre la monarquía, que resultó de fatales consecuencias para ésta.
Las elecciones del 12 de abril.-

En medio de graves huelgas y conflictos sociales se abre la campaña electoral, que además coincide con

“El sometimiento a consejo de guerra de Niceto Alcalá Zamora, cabeza del Comité Republicano y del Gobierno Provisional, y de otros cinco miembros que no habían sido capaces de escapar a la detención. Aquel acontecimiento evidenció de modo impresionante la debilidad de los sentimientos monárquicos en los medios de información, entre los intelectuales y entre las clases medias urbanas en general. El presidente del tribunal militar se situó de hecho a favor de su absolución y la sentencia final fue un simple gesto –seis meses. Fue suspendida inmediatamente, dejando en libertad a los acusados. Aquel juicio supuso una abrumadora victoria moral y política para los republicanos y puso la campaña en primer plano”[23].

El domingo 12 de abril se celebraron las votaciones en perfecto orden y sin que se produjeran hechos importantes de reseñar. La participación media fue del 66,9 por ciento. Por la tarde empezaron a llegar los resultados al ministerio de la Gobernación. La desolación se fue apropiando de los ministros a pesar de la tendencia inicial de medir de acuerdo al número de concejales:

De los 81.099 escaños de concejales en 9.259 municipios, los monárquicos ganaron 40.324, los inclasificables, 1.207, los comunistas, 67, los republicanos 34.688 y los socialistas 4.813 escaños. Por tanto la conjunción republicano-socialista no ganó la mayoría absoluta de concejales. Sin embargo esto no refleja la realidad, ya que iguala a los concejales rurales conseguidos con unos pocos cientos de votos, con los urbanos, que necesitan miles de votos. Si nos fijamos en las ciudades, la conjunción republicano-socialista había barrido: 61,6 por ciento frente a sólo el 27 por ciento de los monárquicos: 41 de las 50 capitales de provincia habían votado republicano, también ciudades como Alcoy, Elda, Manzanares, Peñarroya, Almadén, Sabadell, Tarrasa, Irún, Jaca, Cartagena, Úbeda, Linares, Torrelavega, Béjar, Gijón, Mieres, Gandía, las cuencas mineras de Asturias, Vizcaya, Riotinto...[24].

Esa misma noche, el Director de la Guardia Civil, el General Sanjurjo reunido con parte de los ministros en Gobernación, en la Puerta del Sol (Conde de Romanones –Alvaro de Figueroa-, ministro de Estado; Marqués de Hoyos –J.M. de Hoyos y Vinent-, ministro de Gobernación; Juan de la Cierva, ministro de Fomento; Duque de Maura -Gabriel Maura-, ministro de Trabajo), confirmó a éstos que no respondía de la fidelidad de sus hombres[25]: la monarquía estaba sentenciada. Al final de la noche, Romanones, el ministro más influyente del gabinete y amigo personal del Rey, declaró a la prensa que admitía una “derrota monárquica absoluta”[26]. Dámaso Berenguer –Conde de Xauen-, ministro del Ejército, no estaba en la reunión de Gobernación. Pero cuando a las dos de la madrugada fue a verlo Hoyos, le comunicó que había cursado un despacho a todas las capitanías generales que terminaba diciendo “...los destinos de la Patria han de seguir, sin trastornos que la dañen intensamente, el curso lógico que les imponga la suprema voluntad nacional”[27].

Al día siguiente, 13 de abril, Aznar cuando iba de camino a reunirse con los demás ministros, declaró a los periodistas preguntado por la magnitud de la crisis: “¿Puede haber crisis mayor que la de una nación que se acuesta monárquica y despierta republicana?”[28].

El día 13 por la mañana los ministros se reunieron con el Rey y por la tarde ellos solos. Romanones expuso claramente lo que pensaba a sus colegas:

“La fuerza se puede y se debe emplear contra los hechos revolucionarios, pero se carece de fuerza moral para emplearla contra las manifestaciones del sufragio. El máuser [fusil reglamentario de la Guardia Civil y del Ejército] es un arma inadecuada contra el voto”[29].

Todos los ministros estaban de acuerdo en que no había otra salida que la dimisión, salvo dos, de la Cierva y Bugallal, ministro de Economía, que eran partidarios de sacar el ejército a la calle. Ya desde por la mañana Romanones propone al Rey que abandone el país. Gabriel Maura, que es de la misma opinión, le propone que negocie con el Comité Republicano para que el Gobierno convoque elecciones a cortes constituyentes el 10 de mayo[30]. Sin embargo el Rey permanece tranquilo, creyendo que tenía más opciones, mostrándose reacio a abandonar el trono. Posteriormente tras consultas con los militares, éstos le hacen ver que no es posible una defensa de la corona sin causar una guerra civil[31].

Mientras tanto, el Comité Republicano y Gobierno Provisional, estaban reunido en la casa de Miguel Maura. Estaban eufóricos, si bien esperaban obtener buenos resultados en las ciudades mayores, no esperaban esta abrumadora victoria. Decidieron publicar una declaración en la que decían que las elecciones tenían “el valor de un plebiscito” y pedían a la monarquía que “se sometiese a la voluntad nacional”[32]. El júbilo de la multitud es inmenso, por la tarde las calles de Madrid, así como de otras grandes ciudades (Barcelona, Valencia, Zaragoza, Oviedo...) están llenas de gente aclamando a la República. La policía y Guardia Civil estaban desorientados, y prácticamente no intervinieron.
El 14 de abril, la proclamación de la República.-

Al iniciarse el 14 de abril, la situación está en su máximo de tensión: en las primeras horas de la mañana, hacia las seis, los concejales republicanos de Eibar, recién elegidos proclaman la República Española. Esto mismo se repite en otras poblaciones a lo largo de la mañana. Romanones, cada vez más seguro de la posibilidad de un golpe militar, hace llegar una nota al Rey diciéndole que la única solución es salir del país inmediatamente. Al final de la mañana, Romanones y el doctor Marañón, médico personal del Rey, autorizados por el monarca, se entrevistan con Alcalá Zamora en casa de Marañón, para proponerle la formación de un gobierno constitucionalista. Alcalá Zamora se niega y exige que el Rey abandone el país “antes de ponerse el sol”. Así se convino, al igual que el traspaso de poderes, que se realizaría al día siguiente. Mientras se celebraba esta reunión, a la 1:30 de la tarde, el alcalde de Barcelona entregaba el poder municipal a Lluis Companys y otros concejales catalanistas. Éste proclama la República española izando la nueva bandera en el Ayuntamiento. Pero apenas una hora después y desde el Gobierno Civil, Francesc Macià, antiguo líder de Estat Català y líder de Esquerra Republicana de Catalunya, a sus 71 años hará realidad su sueño, desde el balcón afirma: “En nombre del pueblo de Cataluña proclamo el Estado catalán, bajo el régimen de una República catalana que libremente y con una amabilidad completa reclama la colaboración de los demás pueblos de España para crear una Confederación de pueblos ibéricos...”. El mensaje fue trasmitido por radio a toda España[33].

A las tres y media de la tarde, en Madrid, la bandera republicana es izada en el Palacio de Comunicaciones: la red telegráfica ya está en manos republicanas. Madrid sale a las calles y hacia las cuatro y media el entorno de la Puerta del Sol está lleno de gente, desde Cibeles a la Puerta del Sol, por Arenal hasta la plaza de Oriente, por Mayor... Sube la gente desde Lavapiés y los barrios bajos de Atocha. Habituales de los cafés, muchachas de los talleres, soldados, sociedades obreras... La gente porta banderas republicanas. Hay muchas mujeres y muchos jóvenes. El aspecto es más el de una gran fiesta que el de una revolución[34].

El comité republicano, continúa reunido en la casa de Miguel Maura, en la calle Príncipe de Vergara. Según el propio Miguel Maura, el general Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, vestido de paisano, los visitó esa tarde, hacia las cuatro para ofrecer su adhesión y la del cuerpo que dirigía[35].

“A las cinco de la tarde la República se había proclamado ya en Valencia, Sevilla, Zaragoza, San Sebastián, Huesca, La Coruña, Salamanca... Los obreros habían abandonado las fábricas, los estudiantes sus centros docentes, los empleados sus oficinas; en España entera las ciudades estaban ocupadas por las masas. Ningún resorte del Estado monárquico funcionaba ya; hasta el general Mola jefe de la Dirección General de Seguridad decide abandonar; los gobernadores no ofrecía resistencia”[36].

A esta hora se producía una nueva reunión del Gobierno con el Rey en Palacio. Berenguer, ministro del Ejército ya lo da todo por perdido. Gabriel Maura lleva el borrador del texto de renuncia del Rey, el cual, tras intentar una vez más que Melquiades Álvarez formara gobierno sin conseguirlo, acepta marcharse. Parece que la postura del general Sanjurjo al no garantizar la fidelidad de la Guardia Civil, que equivalía a ponerse del lado republicano, fue determinante para que no se intentase la defensa armada[37].

“Nadie pensaba en que fuera posible resistir por la violencia, excepto de la Cierva y el general Cavalcanti, presente en la antecámara, que se ofreció a lanzar varios regimientos a la calle, oferta que fue rechazada por el Rey. Todos discuten y no se llega a ningún acuerdo: Romanones se ocupa de organizar la salida del Rey y, para el día siguiente, la de la Reina y las Infantas, ayudado por el almirante Rivera y el marqués de Hoyos”.[...] [A las ocho y cuarto de la noche,] Alfonso XIII salía de Palacio por la puerta del Campo del Moro, acompañado por el duque de Miranda, en un automóvil que lo llevaría a Cartagena [según Miguel Maura, el coche era conducido por el propio monarca[38]]; allí le esperaba el crucero “Príncipe Alfonso”, en el que haría el viaje hasta Marsella. A la mañana siguiente, la reina Victoria de Battemberg y sus hijos salían por carretera hasta Galapagar, en cuyo apeadero tomarían el tren. El infante don Juan embarcaba en un torpedero en el arsenal de La Carraca (Cádiz), rumbo a Gibraltar”[39].

Finalmente el Rey se ha marchado sin abdicar formalmente.

Tras la postura de fuerza de Alcalá Zamora frente a Romanones y Marañón y los hechos que se van produciendo, que son seguidos puntualmente por el Gobierno Provisional, hacia las seis y media de la tarde éstos deciden salir del domicilio de Miguel Maura y dirigirse a la Puerta del Sol. La caravana de coches que forman se abren camino a duras penas entre la multitud que llena las calles y que los aclaman de forma incesante. Según Maura, “Azaña, que venía con Casares Quiroga en uno de los últimos [coches], iba refunfuñado malhumorado, diciendo que seríamos ametrallados por la Guardia Civil”[40]. Sin embargo Azaña, desgraciadamente mucho más conocido por su mal humor y su altanería y por hablar mal de todos, que por su faceta de gran escritor y por su gran obra política[41], será finalmente la figura más importante de la República, siendo ministro, presidente del gobierno y finalmente presidente de la República. Incluso podríamos decir que por su inteligencia, sentido político e sentimiento de necesidad de servicio al país, a una gran distancia de todos los demás políticos republicanos. Actualmente está considerado como uno de los políticos españoles más grande de todos los tiempos[42]. Finalmente llegan a la Puerta del Sol hacia las 8 de la noche, después de hora y media de lentísimo desplazamiento. Maura, Largo Caballero, Alcalá Zamora y Azaña intentan acceder al palacio de Gobernación por la puerta principal. Según Maura, en un primer momento los Guardias Civiles, vacilantes no les permiten el paso. Maura grita: “paso al gobierno de la República”[43]. Los guardias civiles se apartan, saludan militarmente y presentan armas al nuevo Gobierno. Fernando de los Ríos, Lerroux y Casares entra por la puerta de la calle Correo[44].
El primer Gobierno de la República.-

El nuevo Gobierno provisional celebra ya su primera reunión, que dura hasta la una de la madrugada. Sus miembros, entre los que hay varios juristas, ya tenían preparados los primeros decretos que se publican en La Gaceta el día 15. Así, para no permitir un vacío de poder, el mismo día 14 se promulga un Decreto encomendando a Alcalá Zamora la presidencia del Gobierno Provisional y la Jefatura del Estado. El 15 se publican los Decretos con los nombramientos del Gabinete, el texto del Estatuto Jurídico por el que se regirá el Poder Ejecutivo hasta que se promulgue una nueva Constitución y otro con la amnistía para los delitos políticos[45].

El Gobierno quedó constituido como a continuación detallamos, ordenado por partidos de la derecha a la izquierda. Derecha Liberal Republicana: Presidente, Alcalá Zamora; Gobernación, Miguel Maura. Partido Republicano Radical: Estado, Alejandro Lerroux; Comunicaciones, Diego Martínez Barrio. Partit Republicá Catalá: Economía, Nicolau d’Olwer. Organización Republicana Gallega Autónoma: Marina, Santiago Casares Quiroga. Partido Republicano Radical Socialista: Fomento, Álvaro de Albornoz; Instrucción Pública, Marcelino Domingo. Acción Republicana: Guerra, Manuel Azaña. Partido Socialista Obrero Español: Hacienda, Indalecio Prieto; Justicia, Fernando de los Ríos; Trabajo, Francisco Largo Caballero[46]. La representación parece bastante equilibrada, aunque el ministro catalanista no es del partido mayoritario en ese momento, la Esquerra Republicana de Cataluya, sino del más moderado Partit Republicá Catalá.

La República ha sido finalmente instaurada, el Gobierno Provisional toma el poder sin esperar a que le sea cedido, pero lo hace de una forma totalmente pacífica. La República ha llegado sin ninguna violencia, sin el más mínimo derramamiento de sangre y ha sido más un proceso festivo que un proceso revolucionario. Además llega como resultado de la voluntad popular, reflejado en unas elecciones libres y verdaderamente limpias.

No obstante hubo momentos de peligro. Así también entre las masas ha habido actitudes desde la destrucción de símbolos monárquicos, hasta actitudes amenazadoras. En Madrid, por ejemplo, la estatua de Isabel II fue derribada y llevada hasta el convento de Las Arrepentidas, todo un rasgo de humor negro. Con todo, la noche del 14 al 15 ha sido vista como una de las de más ansiedad. Un grupo de personas con actitud amenazadora se fue congregando ante el Palacio de Oriente, donde tenían que pasar la noche la Reina y las Infantas. Sin embargo jóvenes socialistas de la Casa del Pueblo de Madrid, constituidos como improvisada milicia, con brazaletes rojos, rodearon el Palacio para evitar que los exaltados intentaran saltar a su interior o intentaran destruir lo que consideraban símbolos monárquicos. Además circularon consignas para evitar que la población destruyera propiedades reales indicándoles que por fin eran del pueblo. De hecho la postura de fuerza de Alcalá Zamora exigiendo la inmediata salida del Rey, ha sido interpretada por algunos autores como Gabriel Jackson como el deseo de evitar un posible estallido de violencia[47].

Una de las primeras cosas que era necesario resolver fue el equívoco creado por Macià al haber proclamado la República catalana. Ya en el Pacto de San Sebastián se había dado la importancia que merecía a la cuestión catalana y se había esbozado una solución, ahora era necesario hacer entrar en razón a Macià exigiéndole el respeto a los acuerdos previos. El 17 de abril se trasladaron a Barcelona tres ministros, Domingo, antiguo catalanista, d’Olwer, catalanista moderado, De los Ríos, socialista. Negociaron con Macià el cambio de República catalana por Generalitat catalana, un gobierno autónomo que quedó promulgado por decreto del gobierno central el 21 de abril, y que fue el encargado de proponer el modelo de autonomía y preparar el Estatuto. Para esta negociación contaron con la inestimable colaboración de Companys, segunda figura de la Esquerra que hizo entrar en razón al anciano Macià, Companys fue nombrado Gobernador Civil de Barcelona desde donde colaboró con el gobierno central. Para sellar definitivamente el acuerdo de constitución de la Generalitat, Alcalá Zamora se desplazó a Barcelona el 26 de abril, consiguiendo tanto él como Macià un éxito multitudinario sin precedentes[48].

Este gobierno ciertamente no lo tenía fácil. Además de al problema catalán, que se resolvió satisfactoriamente con la propuesta de un Estatuto de autonomía ese mismo año y su aprobación al siguiente, se enfrentaba a muchos problemas, algunos ya viejos, otros nuevos. En mayo tuvo que declarar el estado de guerra para permitir que el ejército restableciera el orden tras la quema de conventos realizada por grupos de incontrolados. El problema religioso se exacerbó por el desmedido anticlericalismo del parlamento. Además tuvo que expulsar del país al cardenal Segura, esperpéntico personaje y arzobispo primado de Toledo, acusado de evasión de bienes de la iglesia. La posible autonomía vasca se complicaba. El gobierno recibió un proyecto de estatuto de autonomía aprobado en una asamblea de alcaldes nacionalistas vascos y navarros, pero sin el respaldo de los partidos de izquierda, lo que hizo que no fuera posible un acuerdo como en el caso catalán. Tuvo que enfrentarse a las suspicacias de los grandes financieros, asustados por las reformas que se iniciaban, acostumbrados a su dominio absoluto y sin contestación social. Tuvo que iniciar una importante serie de reformas: la reforma militar, muy esperada, la reforma agraria, la reforma laboral. Se tuvo que enfrentar con disturbios obreros y campesinos, fundamentalmente de signo anarquista, que en muchas ocasiones fueron reprimidos con demasiada brutalidad. Y tuvo que convocar elecciones a Cortes que dieran a la República una Constitución[49].
El incompleto cambio republicano.-

Pero sobre todo este gobierno no lo tenía fácil porque en realidad no se produce un completo cambio republicano, ni siquiera el republicanismo es algo que tenga raíces profundas en la población. La República ha llegado como una aclamación popular, con apasionamiento, como un revulsivo a la corrupción del viejo régimen parlamentario, a Alfonso XIII y su complicidad en el establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera en 1923, o a su intento que “aquí no ha pasado nada” con Berenguer y volvamos al viejo sistema parlamentario. Pero realmente no hay en la sociedad un entramado republicano, el republicanismo se ha movido en conferencias, en cafés, en la calle, pero los partidos prácticamente no tienen afiliados ni estructura organizativa.

“Si el estado de la Monarquía se había desplomado, nada permite afirmar que al realizarse el ‘cambio político’del 14 de abril continuase la demolición del viejo edificio y su sustitución por otro cuyos órganos fuesen idóneos para realizar las funciones del Estado republicano.[...]”.

Nos indica atinadamente Tuñón. Y continúa diciendo:

“El Gobierno provisional estaba formado por una mayoría de hombres más duchos en Derecho que en experiencias de la historia, y preocupados por la pureza de las esencias liberales. Lo primero que hicieron fue redactar un Estatuto jurídico; en cambio, los órganos instrumentales de coacción que tiene todo Estado en su aparato, los centros decisorios a nivel intermedio, la vasta escala de puestos de gestión de la administración quedaron, salvo excepciones de orden individual, igual que estaban en la tarde del 11 de abril.[...]. ‘Ideológicamente’ no se vivía un cambio revolucionario, lo que incidía en la práctica del Gobierno provisional. Recompuesto así el aparato estatal, ocurrió que no siempre se aplicaron las decisiones de los supremos órganos decisorios, ya que eran más fuertes las presiones sociales ejercidas desde fuera sobre la administración que el poder decisorio de los órganos políticos supremos sobre ella.

"Vista con perspectivas históricas, la realidad en abril de 1931 es que el cambio de la Monarquía por el Gobierno provisional de la República abría una serie de posibilidades, agudizaba las contradicciones existentes en la sociedad española; todo era posible, pero nada era seguro. El estado de ánimo multitudinario creó una inmensa esperanza de carácter primordialmente emocional; de ahí el extraordinario consenso nacional que se observa en las primeras semanas del régimen republicano (cada cual piensa que la República será tal como él la concibe y que responderá a sus intereses)."[50]

La república instaurada es claramente burguesa. Los partidos republicanos que la sostienen, representan tan sólo a una parte de la clase media, de reducidas dimensiones en estos momentos, compuesta por la pequeña burguesía de propietarios industriales, comerciantes, profesionales liberales, intelectuales y profesores universitarios. Son partidos realmente moderados dentro del espectro político, que van desde Derecha Liberal Republicana, que es una derecha moderada o incluso centro derecha, pasando por el Partido Republicano Radical, un partido centrista en esos momentos, al Partido Republicano Radical Socialista y a Acción Republicana, representantes del centro izquierda, que en1933 de unirán formando Izquierda Republicana. También los partidos regionalistas presentes en el primer gobierno, tanto la ORGA como el Partit Republicá Català son también moderados, tanto en su posicionamiento, centro izquierda el primero y centro el segundo, como en su planteamientos regionalistas. Incluso Esquerra Republicana, que si bien no interviene en el gobierno, es la cabeza visible del gobierno provisional de la Generalitat, es realmente un partido de centro izquierda, que dejó de lado las ideas independentistas de Estat Català para aceptar los planteamientos autonomistas.

La clase alta, pequeña en número pero la verdaderamente poderosa, compuesta por la aristocracia, la oligarquía terrateniente, los grandes propietarios de las tierras, los grandes industriales y los poseedores del gran capital, estaban con los partidos monárquicos, los partidos católicos y los partidos agrarios, todos ellos o abiertamente en contra de la República o cuando menos sin pronunciarse hacia ella, como ocurrió con la Confederación Española de Derechas Autónomás (CEDA) resultado de la unificación en 1933 de los principales partidos católicos y agrarios. Incluso los medianos y pequeños propietarios agrarios castellanos, realmente pertenecientes a la clase media, se encuentran encuadrados aquí.

La gran masa de obreros y campesinos están representados por el socialismo y el anarquismo, estando con estos últimos más de la mitad de los militantes obreros (principalmente de Cataluña) y campesinos (principalmente de Andalucía y Extremadura). Para ellos la República tampoco es un objetivo y hay disparidad de criterios, desde ser vista como un simple medio para conseguir sus fines revolucionarios, hasta una abierta hostilidad hacia ella. El Partido Comunista es un partido ínfimo durante toda la República y sólo toma importancia a partir de 1936, en que debido a su organización y sus relaciones con la Internacional Comunista consigue aumentar su importancia, hasta ser el apoyo fundamental de los gobiernos socialistas que dirigirán la guerra desde el lado de la República, momento en el que se produce el hundimiento de los verdaderos partidos republicanos. De hecho, la colaboración socialista en el primer gobierno de la República, parte del ala más moderada del PSOE, representada por Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, siendo necesaria la presencia del más radical Largo Caballero, para conseguir el consenso de colaboración dentro de las familias socialistas.

La república, pasada la euforia de los primeros momentos, se va a ver siempre sometida a un “sandwich” entre la derecha oligárquica y la izquierda revolucionaria, que la llevará por derroteros no deseados y que terminará desembocando en una brutal guerra civil de nefastas consecuencias para el país.
Bibliografía.-

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- Termes, Josep; “’De la Revolució de Setembre a la fi de la Guerra Civil. 1868-1939)”; Barcelona, Edicions 62, 1999.

- Towson, Nigel (ed.); “El republicanismo en España (1830-1977)”; Madrid, Alianza Editorial, 1994.

- Tuñón de Lara, Manuel; “La II República”; Madrid, Siglo XXI Editores, 1976.
NOTAS:

[1] Santos Juliá; “La experiencia del poder: La izquierda republicana.1931-1933”; en Nigel Towson (ed.); “El republicanismo en España (1830-1977)”; Madrid, Alianza Editorial, 1994. Pag. 165-166.

[2] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Madrid, Siglo XXI Editores, 1976, Vol. 1, pag. 24.

[3] Stanley G. Payne; “La primera democracia española. La Segunda República, 1931-1936”; Barcelona, Ediciones Paidós, 1995, pag. 43.

[4] Y no Partit Catalanista Republicà, como erróneamente dice Payne, véase más adelante que éste se formará en marzo de 1931. Pruebas del error de nomenclatura de Payne: en Josep Termes; “’De la Revolució de Setembre a la fi de la Guerra Civil. (1868-1939)”; Barcelona, Edicions 62, 1999. Pag. 272, y en: Miguel Artola; “Partidos y Programas Políticos, 1808-1936. I. Los partidos políticos”; Madrid, Alianza Editorial, 1991, pag. 568-569.

[5] Los entrecomillados son de: Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 41-42.

[6] Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 42.

[7] Josep Termes; “’De la Revolució de Setembre...”, 1999, pag. 321. Miguel Artola; “Partidos y Programas...”, pag. 569 y 583.

[8] Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 42.

[9] Josep Termes; “’De la Revolució de Setembre...”, 1999, pag. 309, 319 y 321. Miguel Artola; “Partidos y Programas...”, pag. 436, 580-583.

[10] . Miguel Artola; “Partidos y Programas...”, pag. 436.

[11] Josep Termes; “’De la Revolució de Setembre...”, 1999, pag. 317, 321-322.

[12] Miguel Artola; “Partidos y Programas...”, pag. 568.

[13] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 25.

[14] Genoveva García Queipo de Llano; “El reinado de Alfonso XIII. La modernización fallida”; Madrid, Historia 16 – Temas de Hoy, 1996, pag. 120-121.

[15] Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 44-45. Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 26-27.

[16] Miguel Maura; “Así cayó Alfonso XIII”; Barcelona, Ariel, 1968.

[17] Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 47.

[18] Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 45-46.

[19] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 27-36. Eduardo de Guzmán; “1930. Historia política de un año decisivo”; Madrid, Tebas, 1973. Pag. 436-457.

[20] Genoveva García Queipo de Llano; “El reinado de Alfonso XIII...”. Pag. 126-129.

[21] Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox; “España: 1808-1996. El Desafío de la Modernidad”; Madrid, Espasa, 1998. Pag. 252-253. Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 36-38.

[22] Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 47.

[23] Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 47.

[24] Enrique Martínez Ruiz, Consuelo Maqueda, Emilio de Diego; “Atlas Histórico de España II”, Madrid, Istmo, 1999, pag. 164. Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 48. Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 55.

[25] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 55.

[26] ABC (Madrid), 14 de abril de 1931. Cfr. Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 48.

[27] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 55.

[28] Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 48.

[29] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 55.

[30] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 56.

[31] Gabriel Jackson; “La República Española y la Guerra Civil”; México D.F., Editora Americana, 1967. Pag. 32. Emilio Mola Vidal; “Lo que yo supe”: en “Obras completas”; Valladolid, Librería Santarén, 1940.

[32] El Sol, Madrid, 13 de abril de 1931. Cfr. Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 49.

[33] La Vanguardia, Barcelona, 15 de abril de 1931. Cfr. Stanley G. Payne; “La primera democracia...”, pag. 49-50. Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 56-57.

[34] Santos Juliá Díaz; “Madrid, 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de clases”. Madrid, Siglo XXI, 1984. Pag. 11-12.

[35] Miguel Maura; “Así cayó Alfonso XIII”. P. 141-189.

[36] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 57.

[37] Antonio Domínguez Ortiz; “España. Tres milenios de Historia”; Madrid, Marcial Pons, 2000. Pag. 321.

[38] Miguel Maura; “Así cayó Alfonso XIII”. P. 141-189.

[39] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 58.

[40] Miguel Maura; “Así cayó Alfonso XIII”. P. 170.

[41] Véanse los diferentes volúmenes de sus magníficas Memorias, así como su delicada obra literaria y sus obras técnicas en Manuel Azaña Díaz; “Obras Completas”; México, Oasis, 1966-1968.

[42] Es hasta paradójico ver ahora que el que fue satanizado por Franco y su régimen como el arquetipo de “rojo”, “masón” y “enemigo de España”, ahora es reivindicado hasta por la derecha. Ahora todos quieren hacer suyo su legado político y todas las tendencias encuentran que en realidad Azaña defendía las ideas que son las de ellos. Incluso líderes políticos como Felipe González y José María Aznar han hecho declaraciones públicas diciendo que son fervientes admiradores de Azaña, además de apasionados lectores de sus obras. Azaña ha sido posiblemente el político más vilipendiado en la España del siglo XX, tanto por la derecha, desde la más recalcitrante a la más moderada, como por la izquierda, desde la socialista a la anarquista, pasando por la comunista. A este respecto es interesante consultar Alberto Reig Tapia; “Tormento y Éxtasis de Manuel Azaña: del infierno masónico al edén conservador”; en Alicia Alted, Ángeles Egido y M. Fernanda Mancebo (eds.); “Manuel Azaña: Pensamiento y acción”; Madrid, Alianza editorial, 1996.

[43] Miguel Maura; “Así cayó Alfonso XIII”. P. 170.

[44] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 58.

[45] Julio Gil Pecharromán; “La Segunda República. Esperanzas y frustraciones”; Madrid, Historia 16 – Temas de Hoy, 1996. Pag. 6.

[46] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 59.

[47] Gabriel Jackson; “La República Española...”; Pag. 34-35.

[48] Gabriel Jackson; “La República Española...”; Pag. 35. Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 65.

[49] Santos Juliá; ‘Un siglo de España. Política y sociedad”; Madrid, Marcial Pons, 1999. Pag. 74-76.

[50] Manuel Tuñón de Lara; “La II República”; Vol. 1, pag. 61-62.


Fuente:
http://www.sbhac.net


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La última sesión de Cortes de la República

Mensaje por nou_moles »

Tiempo de Historia nº 22, septiembre 1976
La última sesión de Cortes de la República
Dolores Ibarruri

Poco duró la vida normal del Parlamento constituido después de la victoria del 16 de Febrero. La agresividad de las fuerzas derrotadas iba en aumento, a medida que veían consolidarse la unidad de las izquierdas y fortalecerse su voluntad de dar impulso a la revolución democrática que la confabulación reaccionaria durante el bienio negro había paralizado. En el campo y en las ciudades se sentía el enrarecimiento del ambiente. Los sangrientos sucesos de Yeste, en los que resultaron dieciséis campesinos muertos por la Guardia Civil al servicio de los terratenientes, habían estremecido a todo el país. Una interrogación danzaba constantemente ante nosotros. ¿Qué preparan las fuerzas reaccionarias?Gil Robles, en las Cortes, el 16 de junio de 1936...

A mediados del mes de junio se anunció que la CEDA iba a hacer una interpelación al Gobierno sobre el orden público. Para la osadía de los cedistas no había bardas. Era algo realmente intolerable que los culpables del desorden, los que rebajaban los salarios a los obreros de las ciudades y a los obreros agrícolas, la misma gente que azuzaba a la Guardia Civil contra los campesinos hambrientos y profería amenazas diciendo que preferían que las cosechas se perdiesen a pagar los salarios estipulados en las bases del trabajo; quienes armaban mercenarios para asesinar a los hombres conocidos por sus ideas democráticas, se atreviesen a interpelar al Gobierno sobre el orden público.

Sólo podía comprenderse tal atrevimiento cuando se examinaba la posición política de los hombres que figuraban en los partidos que componían el Frente Popular, ya que en la debilidad de éste, estaba la fuerza de sus contrarios. No era un secreto para nadie que ciertos dirigentes republicanos, y aun algunos socialistas, estaban molestos porque los trabajadores planteaban reivindicaciones. Y las frases de Albornoz en Asturias sobre la impaciencia de los presos, se repetían con demasiada frecuencia en las tertulias y en los pasillos del Congreso, en relación con las luchas de los obreros por el aumento del salario, por el mejoramiento de sus condiciones de vida.

Los diputados de la CEDA eran el tercer oído de los terratenientes y capitalistas, que percibían hasta el más débil suspiro de las Magdalenas republicanas y querían apoyarse en ellas para abrir una brecha en el bloque de izquierdas. El anuncio de la interpelación cedista fue como un trallazo asestado en pleno rostro al Gobierno y al Frente Popular. Los derechistas querían ir muy lejos al presentar en el Parlamento su proposición no de ley. Las fuerzas de izquierda se agruparon en torno al Gobierno para la batalla parlamentaria. Aquella tarde del 16 de junio, un mes justo antes de la sublevación, había un ambiente de pelea en el Parlamento español.

Los periodistas y fotógrafos recogían impresiones y hacían fotografías. Todo el mundo tenía la impresión de que aquella sesión parlamentaria sería una sesión histórica. De ella podía salir la derrota del Gobierno, que en aquellos momentos hubiera significado la derrota del Frente Popular, o, por el contrario, la derrota de las fuerzas derechistas, que abiertamente se lanzaban a la ofensiva.

Cada parte contendiente preparaba sus armas; los comunistas nos habíamos reunido a mediodía, y en aquella reunión se acordaron las líneas fundamentales de mi intervención, puesto que era yo quien debía intervenir en el debate en nombre del P.C. Los socialistas habían nombrado a Enrique de Francisco para que interviniese, y los republicanos, a Marcelino Domingo.

Antes de comenzar la sesión, los pasillos y salones de la Cámara parecían una colmena. Idas y venidas, comentarios, augurios, entrevistas, miradas cargadas de odio, sonrisas irónicas, ceños fruncidos, inquietudes, de todo había entre los que se disponían a atacar y los que estaban preparados para la defensa.

A los comunistas, lo que nos preocupaba era que en lugar de ser el Gobierno quien iniciase la ofensiva contra los enemigos de la República, fuesen éstos, envalentonados por la tolerancia de aquél, los que se lanzaran al ataque. Hasta entonces había sido la minoría comunista quien con su firmeza daba un nuevo tono a la Cámara. Aquella tarde nuestras armas iban a medirse con las de nuestros más encarnizados enemigos.

Estaba muy nerviosa, pues comprendía la trascendencia de aquella sesión, en la cual el Partido Comunista iba a ser la fuerza de choque en la lucha contra la CEDA y contra toda la reacción española, representada por sus más destacados jefes, Gil Robles y Calvo Sotelo, que eran los que iniciarían el ataque contra el Gobierno.

Comenzó la sesión aprobándose algunos asuntos de trámite y el primer artículo de un proyecto de ley que modificaba la vieja ley de Orden Público.

Enrique de Francisco.A continuación, el presidente anunció la lectura de una proposición no de ley. Era la proposición de la CEDA pidiendo al Gobierno explicaciones «acerca del estado subversivo en que vive España».

Gil Robles defendió la proposición. Y después de una enumeración de hechos, atribuidos a las fuerzas que componían el Frente Popular, terminaba diciendo que él no quería que se rompiese el Frente Popular porque deseaba que el fracaso arrastrase a todos los partidos que lo integraban, afirmando que «se preparaban ya los funerales de la democracia»...

Después de él intervino Enrique de Francisco, en nombre de la minoría socialista, el cual cortésmente se disculpaba porque, obligado por un penoso deber, se veía forzado, él, tan modesto, a contender con un hombre tan destacado como el «Sr. Gil Robles»...

La intervención del representante socialista dejó fría a la Cámara y llenó de indignación a muchos diputados socialistas, que esperaban una intervención más firme y más política de su representante.

La agresividad del sector derechista crecía a medida que observaba el ambiente de la Cámara.

Por eso, con la intervención del antiguo ministro de la dictadura de Primo de Rivera, Calvo Sotelo, que era una amenaza y un desafío, se creyó que al Gobierno le quedaban pocas horas de vida. En el discurso hábil y demagógico del jefe derechista hubo un cálido elogio para las fuerzas de la CNT, la actuación de cuyos líderes, desde el 16 de febrero, consistía en forma acusadísima en hacer el juego a las derechas.

A Calvo Sotelo contestole de manera cumplida Casares Quiroga, como presidente del Gobierno. Y Casares Quiroga, recogiendo las amenazas del ex ministro de la dictadura, responsabilizó a Calvo Sotelo de las actividades de las fuerzas derechistas contra la República y contra el pueblo.

Casares Quiroga.Después del jefe del Gobierno intervine yo. Puse de manifiesto la maniobra de las derechas que querían presentarse como víctimas, siendo ellas las autoras responsables de los hechos que creaban el desorden y la inquietud. Denuncié los manejos que contra la República se realizaban, así como el contrabando de armas a través de la frontera de Navarra, armas dedicadas a la preparación de un golpe de Estado.

Hice un análisis de los hechos que precedieron a octubre y reivindiqué la memoria de los asesinados por las fuerzas represivas.

Resalté el jesuitismo y la hipocresía de las fuerzas de derechas, que no vacilaban en recurrir a las mentiras más infames, como la de los niños con los ojos saltados, la de las muchachas violadas, «la de la carne de cura vendida a peso» y la de los guardias de Asalto «quemados vivos», para producir en las masas un sentimiento de repulsión hacia el glorioso movimiento insurreccional de Octubre.

Examiné a la luz fría de los hechos las causas que motivaban las huelgas y que producían el estado de inquietud y de intranquilidad en todo el país.

Terminaba mi discurso diciendo: «Ni los ataques de la reacción, ni las maniobras más o menos encubiertas de los enemigos de la democracia, lograrán quebrantar ni debilitar la fe que los trabajadores tienen en el Frente Popular y en el Gobierno que lo representa.

Pero es necesario que el Gobierno no olvide la necesidad de hacer sentir el peso de la ley a aquellos que se niegan a vivir dentro de la legalidad, y que en este caso concreto no son los obreros ni los campesinos.

Si hay generalitos reaccionarios que en un momento determinado, azuzados por elementos como Calvo Sotelo, pueden levantarse contra el Gobierno, hay también soldados heroicos, como el cabo de Alcalá, que pueden meterlos en cintura.La minoría comunista del congreso, con Dolores Ibarruri interviniendo.

Cuando el Gobierno se decida a cumplir más rápidamente que hasta ahora el programa del Frente Popular e inicie la ofensiva republicana, tendrá a su lado a todos los trabajadores dispuestos, como el 16 de Febrero, a aplastar a esas fuerzas y a hacer triunfar una vez más el Bloque Popular.

Dirigiéndome al jefe del Gobierno dije: «Señor Casares Quiroga, para evitar las «perturbaciones» que tanto molestan a Gil Robles y a Calvo Sotelo, para terminar con el estado de desasosiego que existe en España, no basta con hacer responsables de lo que pueda ocurrir a un señor Calvo Sotelo cualquiera, sino que hay que comenzar por encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los bandos del Gobierno.

Hay que encarcelar a los terratenientes que lanzan a la miseria y al hambre a los campesinos; hay que encarcelar a los que con cinismo sin igual, llenos de sangre de la represión de Octubre, vienen aquí a exigir responsabilidades por lo que no se ha hecho.

Y cuando se comience por hacer esta obra de justicia, señores ministros y señor Casares Quiroga, no habrá un Gobierno que cuente con un apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las masas populares de España se levantarán para luchar contra todas esas fuerzas, que, por decoro, no se debiera tolerar que se sentasen ahí.

Mis palabras, expresión de la política y de la posición del Partido Comunista, hallaron una aprobación calurosa en todo el país.

Los acontecimientos se encadenaban con ritmo febril. Las derechas tenían prisa por salir de aquella situación. La tierra les iba faltando bajo los pies y querían despejar la incógnita, terminando de una vez.

Seguían la táctica de atacar, no olvidando el proverbio español de que «el que da primero, da dos veces».

En aquellos días llegó a Madrid el camarada Jesús Monzón, de Navarra, a informar a la dirección del Partido de la situación de aquella región y a denunciar ante el Gobierno las actividades de la reacción Navarra, que a la luz del día se preparaba para la guerra.

En el conjunto de los pueblos de España, Navarra ha sido algo aparte. Constituía una fortaleza de la reacción, para la que no contaba ni la instauración de la República, ni el progreso de España.

En Navarra ha tenido el tradicionalismo reaccionario un baluarte que ha figurado como inaccesible a la democracia, por las debilidades de los diferentes gobiernos republicano-socialistas, que, temerosos de enfrentarse con las fuerzas tradicionalistas, han abandonado en manos de éstas a los obreros y a los campesinos navarros.

Los descendientes de los viejos carlistas vivían en Navarra organizados y encuadrados en los grupos de requetés con una disciplina de hierro , con fanatismo religioso y con jerarquías intocables.

Todo era casi igual que en 1876. Lo único que había cambiado era el armamento. En 1936, los requetés navarros estaban armados no con los viejos fusiles y pistolones enterrados al terminarse la guerra carlista, sino con máuseres y ametralladoras modernas.

Y esa organización militar, medio carlista, medio fascista, hacía constantes ejercicios y prácticas de tiro, desfiles militares y maniobras, que las autoridades toleraban sin tomar ninguna medida para ponerles freno.

Las elecciones en Navarra se realizaron bajo la presión de estas fuerzas. Y a pesar del Frente Popular y de los abnegados esfuerzos de los socialistas y de los comunistas de Pamplona por cambiar la situación, los carlistas continuaban siendo los amos de la región. Al comenzar la sublevación militar fascista, contra los núcleos de demócratas existentes en Navarra se ensañó con salvaje violencia la locura criminal de requetés y fascistas, llenando de dolor y de luto a centenares de familias.

El camarada Monzón llegaba a Madrid en representación del Frente Popular de Navarra, para denunciar los alijos de armas que constantemente se hacían por Vera del Bidasoa y por diferentes puntos del Pirineo Navarro, y a pedir al Gobierno que tomase medidas para cortar los desmanes de los cristeros y el desarme de su organización.

Yo acompañé al camarada Monzón a visitar a Casares Quiroga, el cual, aunque prometió dictar algunas disposiciones, tomó un poco a broma el peligro del fascismo, considerando que los comunistas veíamos fascistas por todas partes.

Con aquel criterio tan irresponsable, dejó que las cosas continuaran como hasta entonces.

Y al estallar la sublevación militar-fascista varios millares de requetés navarros fueron la fuerza de choque del Ejército franquista, sobre todo en el Norte, por negligencia del Gobierno republicano, que no fue capaz de atraerse Navarra al campo de la democracia, ni de poner fuera de combate a los conspiradores y animadores de la sublevación.

La confianza que el Partido Comunista tenía en las masas populares, en los obreros, en los campesinos, en todos los trabajadores, no era compartida por todos los hombres que militaban en los partidos del Frente Popular.

Ante las dificultades que encontraba el Gobierno por el sabotaje económico y político del gran capital, de la alta finanza y de los terratenientes, surgían en el interior del Frente Popular voces pesimistas, agoreras, que tendían a deprimir los espíritus, a paralizar el impulso revolucionario de las masas, a frenar las iniciativas del Gobierno y a crear el clima político propicio para la claudicación ante las derechas.

El Partido Comunista salió al paso de este pesimismo desde las columnas de Mundo Obrero.

...«Es tremendamente infantil —decíamos en el órgano del Partido— la idea de que el enemigo va a dejarse vencer sin ninguna resistencia. Eso, «alarmados» o «alarmistas», había que preverlo. El pánico no ha sido nunca un punto de partida adecuado para llegar a conclusiones justas.

Con serenidad las cosas se ven y se comprenden mejor.

Examinen la situación y reconocerán que no es achacable a los trabajadores, cualquiera que sea su significación, el trastorno que se produce en nuestro camino hacia una España democrática.

Ahí está la política de la reacción y del fascismo, o de las derechas, para hablar su lenguaje, en la calle y en el Parlamento.

Vean los métodos de conspiración que emplean en las finanzas y en los cuartos de banderas. Examinen de dónde parten las provocaciones y el sabotaje al régimen y las agresiones al Frente Popular; de dónde viene ese ruido de espuelas y espadones con que se trata de atenazar los movimientos del Gobierno favorables a las masas populares. El Partido Comunista ha expuesto repetidas veces la imperiosa necesidad que tenemos de dar vida a los Frentes Populares. No nos cansamos de repetir que toda la política actual debe basarse en esos órganos de unidad de todo el pueblo.

Y en este sentido, la Asamblea de Alcaldes y delegados de los Frentes Populares de Jaén es un ejemplo que va a ser seguido en breve por Toledo. Estas asambleas populares son las que señalan el camino a seguir.

El Frente Popular, como célula viva en cada aldea, en cada pueblo, con el Ayuntamiento como órgano ejecutor de esa política y con un programa adecuado a las necesidades de vencer a un enemigo poderoso y organizado. Fl Frente Popular, nacional, parlamentaria y extraparlamentariamente ayudando y empujando al Gobierno a realizar una política económica y social que dé satisfacción a las justas demandas de los trabajadores y masas campesinas y reduzca a polvo los siniestros planes de la reacción.

Si esto se hace, estamos seguros de que esas aves agoreras encontrarán el horizonte más alegre y despejado»...

Cada día aportaba una nueva inquietud. La evasión de capitales desmoronaba la economía del país. Se habían organizado agencias especiales, clandestinas, de evasión de dinero. Centenares de millones de pesetas iban a parar a los bancos franceses, ingleses o suizos. El valor de la peseta sufría bajas constantes y los productos que se adquirían en el extranjero costaban mayores dispendios, reflejándose en un encarecimiento general del coste de la vida y en un empeoramiento de la situación de las clases modestas del país, muy especialmente de los trabajadores.

El Gobierno tuvo un «rasgo» frente a los sembradores del hambre y especuladores de la moneda. Ordenó la detención de una veintena de individuos, complicados en los negocios de la «bolsa negra», y se tomaron algunas medidas para cortar esta sangría de dinero que arruinaba el organismo económico del Estado y llevaba el hambre a las masas.

Cada uno de los españoles que formaba en el Frente Popular o simpatizaba con él, se acostaba pensando qué sorpresa aportaría el nuevo día.Capilla ardiente del teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo

La turbulenta actuación de las derechas conseguía crear tal sensación de inseguridad y de peligro que se deseaba se descorriese la cortina para saber a qué atenerse.

La idea de la resistencia y la defensa ante un posible ataque reaccionario tomaba cuerpo en las masas. En un artículo de Política, órgano de Izquierda Republicana, se escribía el 28 de junio:

«Quien quiera tomar el Poder contra el pueblo ha de disputárselo en la calle al Gobierno legítimo. Y en la calle se encontrará frente al pueblo. Frente a todo el pueblo, porque el Ejército, en su entraña, también lo es...»

En esos días de peligro, se establecieron las bases para la unificación en Cataluña del Partido Comunista Catalán, del Partido Catalán Proletario, Federación Catalana del Partido Socialista Obrero Español y Unión Socialista de Cataluña, que el 21 de julio de 1936 habían de formar el Partido Socialista Unificado de Cataluña, que tanto contribuyó a organizar la resistencia y que con su acertada política minó profundamente las bases del anarquismo en el movimiento obrero catalán.

Chispazos contrarrevolucionarios.

El día 11 de julio, los fascistas valencianos asaltaron el local de Unión Radio de Valencia. Y después de haber cortado los hilos del teléfono, para operar con más tranquilidad, radiaron el siguiente comunicado:

«Unión Radio... Valencia. En estos momentos Falange ocupa militarmente el estudio de Unión Radio. ¡Arriba el corazón! Dentro de unos días la revolución sindicalista estará en la calle. Aprovechamos esta ocasión para saludar a todos los españoles y particularmente a nuestros correligionarios.»

¿Qué hicieron las autoridades ante esto, que era un aviso y una alarmante demostración de la audacia y de los propósitos de los fascistas? Simplemente radiar varias veces el himno de Riego y una alocución del Gobernador de Valencia.

Lo que no hicieron las autoridades, en parte y a su manera, lo hizo el pueblo. El Casino Central de la Derecha Valenciana fue asaltado por las masas, que le prendieron fuego e impidieron que los bomberos actuasen para sofocarlo.
Una enorme multitud se dirigió a la redacción del periódico monárquico La Voz Valenciana con el propósito de hacer allí lo mismo que habían hecho en el Casino de las Derechas, pero la policía lo impidió.

Más tarde, el restaurante «Vodka», lugar donde se reunían los señoritos falangistas, fue ocupado por los obreros y destrozados todos los enseres. La policía detuvo a algunos falangistas sospechosos de ser los autores del asalto a la Radio. En algunas barriadas de las afueras de la capital valenciana fueron incendiados círculos y casinos derechistas, resultando algunas personas heridas.

La respuesta que el pueblo daba a las provocaciones falangistas, era un anuncio de lo que días más tarde iba a ocurrir frente a la sublevación de los militares felones.

En Madrid continuaban desde hacía dos meses la huelga de Calefacción y Ascensores, la de los obreros de la Casa Quirós, de Gal y Floralia y la más importante, la de la Construcción, que englobaba a más de 80.000 obreros y que duraba ya excesivamente por la actitud de la patronal, dispuesta a alimentar y mantener el desasosiego en el país, desacreditar al Frente Popular y llevar la desesperación a los trabajadores.

El Plan de las derechas se perfilaba con nitidez. Los camaradas de Correos interceptaban cartas de provincias dirigidas a gentes de derecha, de Madrid, que decían cosas tan sustanciosas como éstas:

«Como Ud. sabe tengo un revólver «Smith» y yo quiero cambiarle por una buena pistola; porque según se va acercando eso, hay que prepararse con las armas, como lo estamos de corazón todas las derechas, hombres y mujeres.»

En la capital de la República, en algunos centros falangistas y de Renovación Española, fueron descubiertos depósitos de armas, de correajes y de uniformes de la Guardia Civil. El día 12 de julio fue asesinado por los pistoleros falangistas el teniente Castillo, joven oficial de los guardias de Asalto, conocido por sus ideas democráticas y antifascistas.

Ante la agresividad de las derechas, el Buró Político del Partido Comunista celebró una reunión, en la cual examinó la situación y las medidas urgentes que era necesario tomar y publicó una nota protestando contra las provocaciones fascistas, llamando al Gobierno a ser más enérgico contra los enemigos de la República y a las masas, a reforzar la lucha.

«Los elementos reaccionarios y fascistas acentúan la preparación del golpe de fuerza contra las libertades del pueblo —decía la nota del Partido Comunista.

La provocación de Valencia, a la que el pueblo ha respondido con energía y decisión, y el asesinato del teniente Castillo forman parte de su plan siniestro de sembrar la intranquilidad en el país y crear el ambiente propicio para provocar el golpe reaccionario.

Estos hechos llenan de indignación a todos los hombres honrados, que se ven a merced de las pistolas de los asesinos del fascismo.

Nuestro Partido, al mismo tiempo que protesta indignado contra los hechos criminales e invita al Gobierno a tomar medidas contra los enemigos del pueblo, llama a las masas populares de Madrid y de España entera al reforzamiento de la lucha contra el fascismo, contra el terrorismo criminal de estas bandas del crimen.

Todos los ciudadanos honrados, todos los trabajadores deben acudir al entierro del teniente Castillo, asesinado por los bandidos fascistas.

Demostrad que el pueblo está de una manera unánime contra los provocadores reaccionarios, contra sus crímenes y provocaciones.

Comité Central del Partido Comunista de España.»

No se concretó el Partido Comunista a publicar este comunicado. Se puso en relación con las organizaciones obreras del Frente Popular para organizar una acción conjunta, frente a los planes de la reacción.

A la reunión solicitada por nosotros acudieron en representación del Partido Comunista José Díaz y Vicente Uribe; de la Unión General de Trabajadores, Manuel Lois; por la Casa del Pueblo de Madrid, Edmundo Domínguez; por la Federación de Juventudes Socialistas, José Cazorla y Santiago Carrillo, y por el Partido Socialista, Lamoneda, Jiménez de Asúa, Vidarte, Cruz Salido, Prieto, De Gracia, Albar y Bujeda.

Todos los reunidos estaban de acuerdo en reconocer la gravedad del momento y la necesidad de actuar conjuntamente ante cualquier eventualidad.

Se nombró una comisión compuesta por representantes de todas las organizaciones para que fuese a visitar al jefe del Gobierno y ofrecerse para la organización de la defensa del régimen, en el caso de que estallase un movimiento subversivo.

Paralelamente fue publicada por las fuerzas obreras encuadradas en el Frente Popular una nota que decía así:

«Conocidos los propósitos de los elementos reaccionarios, enemigos de la República y del proletariado, las organizaciones políticas y sindicales, representadas por los firmantes, se han reunido y establecido coincidencias absolutas y unánimes para ofrecer al Gobierno el concurso y apoyo de las masas que le son afectas, para todo cuanto signifique defensa del régimen y resistencia contra los intentos que puedan hacerse contra él. Esta coincidencia no es meramente circunstancial; por el contrario, se propone subsistir permanentemente, en tanto que las circunstancias lo aconsejen para fortalecer el Frente Popular y dar cumplimiento a los designios de la clase trabajadora, puestos en peligro por los enemigos de ella y de la República.

Por la UGT, Manuel Lois; por la Federación de Juventudes Socialistas, Santiago Carrillo; por el Partido Comunista, José Díaz; por la Casa del Pueblo, Edmundo Domínguez; por el Partido Socialista, Jiménez de Asúa.»

El Gobierno suspendió algunos periódicos reaccionarios y fueron detenidos grupos de gentes derechistas. A todas luces esto era insuficiente.

El día 13 de julio comenzaron a circular por Madrid los rumores de que Calvo Sotelo, el jefe más destacado de las fuerzas de derecha, había sido muerto.

¿Quién armó la mano homicida? Si en la muerte del Conde de Villamediana pudo decir el poeta que:

«el matador fue Bellido

y el impulso soberano»

en la muerte del jefe de las derechas, la responsabilidad directa era de quienes mantenían y alumbraban en España un clima de odios y de guerra civil. La responsabilidad era, no del Partido Comunista, como calumniosamente han afirmado los franquistas, sino de los que armaban la mano de los asesinos del teniente Castillo, del capitán Faraudo, del señor Pedregal, de los que atentaron contra Jiménez de Asúa y contra Largo Caballero.

Para cada uno de nosotros era evidente que la muerte de Calvo Sotelo no ayudaba a la causa de la República y, en cambio, aportaba nuevos argumentos antidemocráticos al arsenal de la contrarrevolución.Dolores Ibarruri y Jose Diáz, Secretario General del PCE.

Las fuerzas de derecha quisieron hacer de la muerte de Calvo Sotelo una bandera y un ariete contra la República. El Gobierno salió al paso de estos propósitos suspendiendo las sesiones de Cortes durante ocho días, a lo que las derechas se oponían tenazmente.

Cinismo e impunidad.

En la reunión de la Comisión Permanente de las Cortes convocada por el presidente de la Cámara para aprobar la prórroga del estado de alarma en toda España, fueron pronunciados por los representantes de las fuerzas de derecha, especialmente por el conde de Vallellano y por Gil Robles, incendiarios discursos que eran ya la declaración de la guerra civil.

Tan graves eran las afirmaciones que se contenían en el documento que el conde de Vallellano leyó ante la Comisión Permanente de las Cortes, en nombre de las minorías tradicionalistas y de Renovación Española integrantes de lo que se llamaba Bloque Nacional, que el presidente de la Comisión advirtió que las declaraciones que podrían contribuir a enconar los ánimos y exacerbar las pasiones no se publicarían.

En aquella histórica sesión, mientras los representantes de las fuerzas de izquierda trataban de demostrar la responsabilidad de las fuerzas de derecha por el estado de inquietud que existía en el país, llamando a sus representantes a la reflexión, éstos no ocultaban sus propósitos de salirse del marco de la legalidad republicana, anunciando en trenos apocalípticos el estallido del complot que venían preparando desde su derrota en las elecciones de Febrero.

Y como una experiencia política para el futuro, y como una necesidad de profundizar más, y de saber ver a tiempo los cambios que se producen en la correlación de fuerzas en el campo de nuestros adversarios, y afinar nuestra política, quiero recordar el papel que de una manera invariable y un tanto subjetiva continuamos atribuyendo a Gil Robles, viendo en él la cabeza de la conspiración antirrepublicana que estaba en el aire, que se mascaba cuando ya el papel de Gil Robles, sin dejar de ser importante en el campo de las derechas, no era el determinante.

Desde el fracaso de las derechas en las elecciones de Febrero, y aunque esto no se dijese públicamente por los interesados, el papel político de Gil Robles había descendido extraordinariamente. Este no aparecía para la extrema reacción como la figura y el jefe que ella necesitaba.

Y esto era tanto más cierto, cuanto que llevada la lucha política al terreno de la agresión abierta a la República y, con ello, a la guerra civil, no era Gil Robles el más apropiado para dirigir esta lucha, sino un hombre de otro tipo. A Gil Robles no le perdonaban haber abandonado el Ministerio de la Guerra, aunque allá hubiera colocado y dejado los hombres de la conspiración, ni tampoco le perdonaban la derrota de Febrero.

Gil Robles podía ser el hombre de los grandes discursos y de las frases pomposas; el hombre de la reacción y de la política de represión gubernamental. Thiers y Gallifet al mismo tiempo. Pero no el hombre capaz de encabezar y dirigir una sublevación. Y esto no lo ignoraban las fuerzas que estaban tras el jefe de la CEDA.

Fue hacia los militares hacia donde se orientaron las fuerzas derechistas. Y no es casual que fuese un militar quien tuviese en sus manos prácticamente los hilos de la conspiración, aunque en principio no fuese Franco. Este esperaba su hora y cuando ésta llegó, con el apoyo de Hitler, dio de lado a todas las fuerzas políticas de derecha que le respaldaron en la sublevación.

De la noche a la mañana y gracias a la eliminación «milagrosa» de Sanjurjo, Franco pudo nombrarse a sí mismo, con el voto decisivo de Canaris, agente destacado del espionaje alemán, Jefe del Estado y Caudillo de España «por la Gracia de Dios».

Y aunque fue el Partido Comunista el primero en denunciar los criminales manejos de los Franco y compañía, cuya peligrosidad era evidente, quizá no lo percibimos en toda su trágica hondura...

En aquella reunión de la Comisión Permanente de las Cortes, la voz de José Díaz, Secretario del Partido Comunista y diputado por Madrid, se alzó junto a las de los representantes socialistas y republicanos para responder a los discursos cínicos e insolentes de los representantes de las derechas.

«No podéis negar —dijo José Díaz—que estáis organizando complots. Estáis haciendo preparativos para un golpe de Estado, pero ¡tened cuidado! Todos nos hallamos vigilantes a fin de que no podáis llevar a España por el camino de la represión, del hambre y del descrédito. Haremos cuanto sea necesario para que la República no desaparezca de España. Y no consentiremos de ninguna manera que se pierda lo que ha costado tanta sangre y tanto esfuerzo conquistar.»

Ese mismo día, el Buró Político del Partido Comunista publicaba otro comunicado, llamando a todas sus organizaciones a ponerse en relación con las organizaciones regionales, comarcales y locales de Frente Popular para estar preparados ante cualquier eventualidad. El Partido Comunista no echaba en saco roto las amenazas derechistas. Se preparaba para hacerles frente. Estrechaba sus filas, establecía ligazón con otras fuerzas, se ponía al habla con militares leales y reforzaba las milicias obreras y campesinas.

«Los hechos de estos días han demostrado —declaraba el comunicado del Partido Comunista— el alcance de los planes sangrientos de la reacción y del fascismo, como ya nuestro Partido ha venido denunciando desde hace tiempo, en sus intentonas de imponer violentamente su dictadura salvaje y criminal. Frente a esas intentonas, una vez más, las masas populares se han puesto en pie, enérgica y rotundamente, como en el caso de Valencia.»

El día 16 de julio terminaba, con una victoria de los trabajadores, la huelga de los obreros de Calefacción y Ascensores, que había durado setenta y dos días. El mismo día se resolvió también con una victoria la huelga de los obreros de la Madera. En el polvorín contrarrevolucionario la mecha estaba encendida y el estallido era cuestión de unas horas.

D. I.

(Texto perteneciente a las Memorias de Dolores Ibarruri, publicadas —bajo el título «El único camino»— por Colección Ebro).



Fuente:
http://www.sbhac.net/


Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial

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