La aparición de la escuadra británica (1) frente a Fuerteventura fue una sorpresa para el comandante Ballesteros, jefe del batallón de voluntarios nº 35 que guarnecía la isla. Sin duda se habían aproximado durante la noche para aparecer frente a la isla con las primeras luces. Desgraciadamente carecía de artillería de costa que mantuviese a raya a los grandes buques tuvo que contemplar pasivamente como los dragaminas británicos barrían las aguas cercanas a Arrecife durante dos horas en busca de minas protegidos por una poderosa escuadra que bombardeo una gran extensión de las playas orientales y montes aledaños. Por fortuna los defensores ya habían entrado en las casamatas blindadas a la carrera con la primera señal de peligro, lo que les salvo del bombardeo, lamentándose únicamente tres heridos.
Desde sus refugios tan solo pudieron contemplar impotentes las labores de desminado llevadas a cabo por los buques enemigos, y únicamente la destrucción de 4 de estos dragaminas, 3 de ellos a causa de las minas accionadas a distancia, y el ultimo por un choque fortuito con una mina, supusieron un pequeño alivio que retraso unos minutos las operaciones enemigas. La situación era sin embargo angustiosa y era evidente que el desembarco enemigo era cuestión de tiempo.
Con la primera señal de peligro los soldados entraron en las casamatas
Ante la carencia de medios de movilización rápida, Ballesteros se había visto obligado a dispersar sus fuerzas a lo largo de las costas de la isla, de resultas de ello el número de hombres disponibles en cada playa era muy pequeño. De hecho y ante la magnitud de la flota que había frente a ellos eran claramente insuficientes, pues ya podían ver como desde la lejana escuadra se desgajaban varias embarcaciones. Se trataba por supuesto de los remolcadores que colocaban en posición a las barcazas K de desembarco (2). Sin duda cuando los dragaminas finalizasen su labor las tropas enemigas se lanzarían al asalto.
En esa situación tan solo las dos compañías de reserva presentes en Lajares, Tarajalejo, y en el propio Puerto del Rosario le proporcionaban un pequeño alivio. Las fuerzas atacantes eran sin embargo muy superiores, y poco después de las 9 am, cuando los dragaminas hubieron finalizado su tarea siempre bajo la protección de cruceros y destructores, pudieron ver como los remolcadores liberaban las barcazas K que iniciaban su marcha hacia la playa elegida para el ataque. La playa de Sotavento, a unos 15km al sur de Taralejo. Debía movilizar sus reservas hacia ellas, pero debía hacerlo con sumo cuidado si quería evitar que su compañía fuese descubierta por los hidroaviones que sobrevolaban la isla y destruida por los cañones de la escuadra. El paisaje volcánico estaba deforestado y no proporcionaba cobertura ante los aeroplanos por lo que sin duda sería descubierto. Pero si podía utilizar las numerosas quebradas del terreno para protegerse del fuego de artillería.
A las 09:30 con 40 minutos de retraso sobre la hora prevista, las barcazas de desembarco estaban arribando a la playa donde tan solo dos pelotones de infantería se preparaban para resistir el ataque. Las playas estaban sin embargo cubiertas de alambradas, y las posiciones de los defensores eran sólidas y disponían de varias ametralladoras para barrer las playas. Sin duda se cobrarían un alto precio entre los atacantes y tal vez incluso lograsen detenerlos hasta que llegasen las reservas.
Bunker defensivo situado en la playa.
Cuando las barcazas llegaron a unos metros de la costa vararon en la orilla e inmediatamente bajaron las rampas con las que estaban dotadas para facilitar el desembarco. Cada una de las barcazas llevaba 300 hombres protegidos del fuego ligero por un ligero blindaje. Todo cambió cuando los soldados empezaron a desembarcar, en muchas ocasiones con el agua por la cintura. Las tres ametralladoras que protegían esa orilla empezaron a sonar rociando de balas las playas ocasionando decenas de bajas. Pronto decenas de cuerpos flotaban sobre las aguas que se teñían de rojo, mientras en la playa cientos de soldados atrapados por línea tras línea de enmarañadas alambradas, se echaban sobre la fina arena donde trataban de enterrarse para escapar de los disparos.
El ataque había quedado atascado en las playas, pero el vicealmirante Lewis Bayly no estaba dispuesto a desperdiciar la oportunidad de conquistar la isla, por lo que ordeno a sus cruceros y destructores acercarse a las playas para proporcionar apoyo de fuego mientras los acorazados destrozaban toda la zona. Minutos más tarde los cañones barrían las alturas en un intento de acallar las ametralladoras que estaban acabando con los hombres cuando trataban de cortar las alambradas. Dos batallones de infantería y varias unidades de ingenieros habían quedado momentáneamente atrapados en la playa por la acción de las tres ametralladoras que acribillaban la zona de lado a lado una y otra vez, mientras el resto de tiradores eliminaban a aquellos que trataban de cortar los alambres.
En tierra los soldados españoles sobrellevaron como pudieron el bombardeo, alegrándose cuando recibieron la ayuda de una docena de guardias civiles de los puestos de la zona que acudieron armados con sus armas, principalmente fusiles de palanca Winchester (3). Por fortuna para ellos durante esos primeros momentos el fuego de artillería cayó disperso y sin ninguna precisión, pues desde los buques aún no habían localizado las casamatas. Gracias a ello lograrían retener a los atacantes durante casi una hora, sin embargo su suerte estaba acabándose y cuando los hombres desembarcados lograron enlazar con la escuadra serían descubiertos.
Los búnkeres que protegían las playas eran de hormigón armado y estaban mimetizados con el terreno volcánico.
Por fin los cruceros se aproximaron a menos de 1.000 metros de la costa desde donde dispararon en fuego directo a las casamatas blindadas. Sin embargo estas eran muy resistentes, y aguantaron el castigo durante un tiempo. No pudieron sin embargo evitar que decenas de hombres resultaran heridos en su interior. La defensa española hacia aguas y cuando llego la segunda oleada de barcazas a las playas no pudieron evitar que cortasen las alambradas para adentrarse al interior.
A media mañana la infantería canadiense se adentraba en la isla, donde mantuvo combates con las fuerzas del comandante Ballesteros que con sus dos viejos cañones de montaña no logro evitar el avance. Al caer la noche los canadienses habían sufrido 923 bajas incluyendo 569 muertos, pero ya controlaban tres pequeños puertos y era evidente que la conquista de la isla era cuestión de tiempo.
En Tenerife el Almirante Eulate supo de la invasión a primera hora del día, y no tuvo más remedio que ordenar a todos los buques que se dirigiesen a España evitar aquellas islas. Poco después decidiría que los dos cruceros auxiliares que descansaban en el puerto debían desarmarse para utilizar su armamento en las defensas de tierra (4), pues se consideró que no podrían hacerse a la mar hasta dos o tres días después. Demasiado tiempo teniendo en cuenta la poderosa escuadra que operaba en aquellas aguas. Ahora las Canarias habían quedado eliminadas para la dirección de la campaña corsaria. Si tan solo hubiese dispuesto de los submarinos que esperaba para abril…se dijo Eulate.
- Acorazados; Benbow, Emperor of India, Ramillies, y Agincourt.
- Cruceros acorazados; Drake, King Alfred, Leviathan, y Good Hope.
- Destructores; 16 Clase M 2ª flotilla.
- Las Barcazas habían sido remolcadas hasta Tarfaya, donde los buques repostaron y los infantes abordaron las barcazas para la última parte del trayecto.
- Fabricados en España a principios de la década de 1890, hasta que se recibió la maquinaria para los máuser. Estos fusiles serían asignados principalmente a la Guardia Civil.
- Cruceros auxiliares Buenos Aireas y Alfonso XII, 6x152.