¿Se juzgo ante el Volksgerichtshof? Thierack era el presidente del propio tribunal Espero que reserves en el futuro a Freisler algo de su agrado.
Domper escribió:Thomas Dehler, actuando como fiscal Max Fechner
Un poco complicado aunque ambos fueran los futuros ministros de justicia de las dos Alemanias: Dehler era abogado y estaba marginado por el gobierno debido a su matrimonio; Fechner era comunista.
Domper escribió:“el de los catorce”
De ellos condenaron a muerte a 5 oficialmente, ¿cuáles?
Me extraña que mezcles a todos y no dejes a algunos como Canaris, Beck, Ley,... en conserva.
El motivo de mi elección de los jueces es sencillo: serían quiénes más motivos tendrían para destruir a los nazis.
Por otra parte, sobre las condenas, nunca está de más mostrar que no se es bárbaro del todo, y que colaborando uno puede conseguir salvar la vida e incluso conseguir un retiro pacífico. Sobre todo con los militares, ya que la posición de la nueva cúpula es delicada y no conviene buscarse excesivas enemistades en las fuerzas armadas.
Heinrich Alfred Hermann Walther von Brauchitsch (4 de octubre 1881 a 12 de diciembre de 1941) fue un mariscal de campo alemán, comandante en Jefe del Ejército alemán durante el primer año de la Guerra de Supremacía, y canciller del Reich de Alemania desde Agosto de 1941 hasta su muerte.
Nacido en una familia aristocrática, Von Brauchitsch se incorporó en 1901 al tercer regimiento de granaderos de la Guardia. Sirvió en el Estado Mayor del XVI Cuerpo, en el de la 34ª División de Infantería y en el del Cuerpo de Reserva de la Guardia participando en las principales acciones del Frente Occidental, entre ellas las batallas de Verdún, Armentiéres, Aisne y el Lys, siendo galardonado con la Cruz de Hierro y con la Orden Casa de Hohenzollern.
Tras el Armisticio se incorporó al ejército de la República de Weimar. En 1933, después de la llegada de Hitler al poder fue nombrado comandante del distrito militar de Prusia Oriental, alcanzando gran popularidad al auxiliar a la población civil afectada por diversas catástrofes naturales. Le disgustaba la ideología nacionalsocialista y tuvo varios enfrentamientos con el gauleiter (gobernador) nazi Erich Koch, y con Heinrich Himmler. Sin embargo, aceptó cuantiosas sumas de dinero de Hitler para solucionar problemas personales. Tras el escándalo Blomberg-Fritsch sustituyó a este último como comandante en jefe del ejército alemán entre 1938 y 1940, supervisando las campañas de Polonia, Noruega y Francia. Tras el la muerte de Hitler y el ascenso al poder de Goering, Von Brauchitsch fue reemplazado por el mariscal Ludwig Beck.
Después del asesinato de Goering lo sucedió en la jefatura de Alemania con el cargo de Reichskanzler (canciller del Reich). Sin embargo su salud había empeorado, reduciendo su influencia y obligándole a depender de sus subordinados. Falleció tras una serie de ataques cardiacos el 12 de enero de 1942, en el Hospital Universitario de la Charité de Berlín.
El general Schellenberg tenía un expediente sobre el mariscal Von Brauchitsch que era de lo más interesante. Von Manstein me lo enseñó, ya que pensaba que si yo iba a tener que actuar como ayudante de la terna (ya que el término triunvirato no gustaba a ninguno de los tres) me convendría conocer a fondo al canciller. Tras echarle un vistazo decidí que no invitaría a Brauchitsch a comer, por mucho abolengo que tuviese su familia.
Nuestro nuevo amigo había servido con distinción en la Gran Guerra como artillero, eso sí, bien alejado de las trincheras. Como yo había sido soldado de Caballería y había oído pasar las balas muy cerca de mi cabeza —y había parado un morterazo con la pierna— me costaba saber cómo podía distinguirse un artillero ¿teniendo buena puntería? ¿manteniendo limpios los cañones? Eran cualidades de agradecer, que a nadie le gustan que le caigan cañonazos de la artillería propia, pero que me parecían muy alejadas del valor que necesita un soldado en las trincheras.
Cuando acabó la Gran Guerra Von Brauchitsch tuvo la suerte de poder seguir en el ejército mientras oficiales mucho más aptos eran expulsados. En los años veinte se mostró como un buen organizador, pero sin más: en los años que hombres como Von Seeckt reformulaban la Wehrmacht y creaban la táctica que llevaría a Alemania a la victoria, a Von Brauchitsch lo que mejor se le daba era conseguir que las tropas desfilasen muy bien vestidas. Pero al hombre volvió a sonreírle la fortuna cuando Hitler llegó al poder. Al dictador le cayó en gracia Brauchitsch e incluso lo apoyó tras una bronca que tuvo con Himmler, que quería sustituir el ejército por sus SS para poder perseguir a gusto a judíos y católicos. Von Brauchitsch echó a los himmlerianos diciendo “no está permitido que los civiles entren en esta área”. Ese detalle hubiese ganado mi simpatía. Lo malo es que le Hitler apoyó no porque le respetase, sino porque lo había comprado: por lo visto lo de la fidelidad conyugal no iba con nuestro amigo, y mantuvo una amante durante años hasta que su esposa se hartó y lo echó de su casa. Brauchitsch necesitaba dinero para el divorcio, y aceptó un cuantioso “donativo” que Hitler entregó de buen grado, sabiendo que así lo tenía bien aferrado.
No fue mal negocio el que hicieron los dos, ya que Brauchitsch solucionó sus problemas económicos y conyugales, y Hitler consiguió un perrito faldero que a veces le plantaba cara en público, supongo que para mantener las formas, pero que luego hacía lo que decía el Führer. Con la inestimable ayuda de Brauchitsch, Hitler pudo quitarse de encima a oficiales incómodos y consiguió llegar a controlar al ejército. Gracias a la ayuda de su mascota Hitler consiguió aguantar durante la crisis de Múnich, cuando varios militares estaban pensando en deponer al Führer antes que desencadenase una guerra. Al resolverse favorablemente la crisis, Von Brauchitsch consiguió su premio: la jefatura del ejército, un cargo para el que no estaba ni por asomo capacitado.
Von Brauchitsch debía haber nacido en jueves, porque cuando empezó la guerra consiguió que otros venciesen por él. Su plan de invasión de Polonia era una porquería, pero los polacos le hicieron el favor de derrumbarse en cuanto vieron a nuestros Panzer. No fue por cobardía, ya que los soldados polacos derrocharon valor. Pero estuvieron tan pésimamente mandados que lo difícil hubiese sido no derrotarles. Animado por el éxito, Von Brauchitsch concibió un plan para invadir Francia que era aun peor, y que consistía en echarnos de morros contra las fortificaciones de los franceses.
Fue entonces cuando mi actual jefe, Von Manstein, propuso una alternativa: el Sichelschnitt o corte de la hoz, según el cual en lugar de atacar frontalmente a las mejores divisiones francesas, las atraeríamos a una trampa en Bélgica, mientras rompíamos el frente por las poco defendidas Ardenas para rodear a los aliados. Pero la genialidad del plan, que recordaba a las mejores campañas de Napoleón, fue demasiado para Von Brauchitsch ni a su protegido Halder, cuya visión estratégica no iba más allá de lanzar a los soldados contra las ametralladoras a pecho descubierto —ellos no, que se quedarían en sus confortables cuarteles generales—. Por eso se apresuraron a relegar a Von Manstein trasladándolo a un importantísimo mando en Silesia, el puesto más alejado del frente francés que encontraron. Afortunadamente, tanto para nuestra patria como para Brauchitsch, Hitler tampoco estaba muy convencido con ese plan del ataque frontal —había luchado en las trincheras y, como dicen nuestros enemigos anglosajones, “había visto el elefante”—. Cuando el Führer supo de la alternativa propuesta por Von Manstein, se la impuso a Von Brauchitsch y Halder. Pero la parejita, aunque tuviese que aceptar el Sichelschnitt, se dedicó a descafeinarlo y a echar el freno a los panzer siempre que podía, viendo amenazas enemigas donde no había sino soldados franceses en desbandada. De ser por ellos nuestros tanques se hubiesen detenido en Arrás y aun seguirían allí. Pero Guderian, el jefe de los panzer, no les hizo mucho caso, y se jugó la carrera lanzándose por su cuenta hacia el mar, consiguiendo cercar en Bélgica a medio millón de soldados enemigos. Cuando Alemania podía conseguir la mayor victoria de la Historia, el inefable Von Brauchitsch corrió al rescate de nuestros enemigos, ordenando detenerse a Guderian y dejando escapar a los ingleses de Dunkerque. Con lo que consiguió arrebatarnos el gran triunfo que hubiese sido el colofón de la campaña de Francia. Hitler hubiese tenido que echarlo a patadas, pero estaba de buenas y pensó que era mejor mantener a su perrito fiel. Incluso le dio tiempo para ascender al mariscalato a Von Brauchitsch en las dos semanas que le quedaban de vida antes que una bomba lo mandase al infierno. Goering, que tenía bastante vista para elegir a sus colaboradores, sustituyó a Brauchitsch por Beck, otro genio militar pero que al menos dejó hacer a Von Manstein. Pero ahora a nuestro buen mariscal le iba a tocar la lotería otra vez.
No estuve en la reunión que la terna tuvo con el pomposo mariscal, pero tuvo que ser de lo más divertida. Von Manstein me ha contado que Brauchitsch se hinchó como un pavo real, pensando que ser canciller era lo mínimo que se merecía. Incluso propuso retomar el título de Führer. Luego empezó a dar órdenes a Von Manstein como si fuese un tenientillo recién estampillado —aunque fuese más antiguo, los dos tenían el mismo grado, y Von Manstein estaba en activo—, despreció a Von Papen por ser un militar que se había pasado a la vida civil, y trató al general Schellenberg como a un lacayo.
Con bueno se había encontrado: el general Schellenberg le bajó los humos sobre la marcha. Le enseñó el dossier que tenía contra él, que incluía de todo: líos de faldas, desfalcos… Le dijo que su papel iba a ser ceremonial y que su único trabajo iba a ser el de posar ante las cámaras, que eso se le daba muy bien, y que como mucho leería algún discurso que le darían ya escrito. Si se atenía a su papel sus apuros económicos se acabarían y además pasaría a la historia como un respetado jefe de estado. Pero si se salía un centímetro del camino marcado saldrían a la luz todos los trapos sucios y lo mejor que podría pasarle es que se pudriera en la cárcel. Von Manstein me ha contado que Von Brauchitsch primero se puso colorado como un tomate, luego blanco como el papel, y tuvo una angina de pecho que casi se lo lleva al otro barrio. Tuvieron que aliviarle, pero sin dejar de recordarle que la jefatura de Alemania era un puesto muy peligroso, y que tenía que portarse bien para tener una vida larga y feliz.
Sebastian Haffner. “El nacimiento de Europa”. Op.cit.
La Terna, como se dio en llamar a los tres hombres que habían conseguido el control de Alemania, eligió como canciller al mariscal Von Brauchitsch, que estaba aureolado por la victoria en la campaña de Francia, aunque el mérito de ese triunfo correspondiese a sus subordinados. Al contrario de lo que suele creerse Von Brauchitsch no era un anciano achacoso, ya que aun no había cumplido los sesenta años cuando fue designado canciller, pero arrastraba una insuficiencia coronaria grave que le causó varias crisis cardiacas durante su corto mandato.
Durante su mandato se produjeron las crisis de Oriente y de Portugal. La crisis de Oriente, causada por la traición del rey Abdalá de Transjordania coincidiendo con una ofensiva británica en Irak, fue casi exclusivamente militar. Sin embargo el desembarco inglés en Portugal no solo supuso una amenaza militar a la estrategia del Pacto de Aquisgrán en el Atlántico, sino un problema político de primer orden que obligó a replantear la política común de la Unión Paneuropea.
Sin embargo Von Brauchitsch no participó en la resolución de estas crisis. Parece que no asistía a las reuniones del gabinete, y mucho menos a la de la Terna. Esta actitud pasiva contrasta con la anterior carrera profesional de Von Brauchitsch, por lo que se ha sospechado que el canciller fue excluido deliberadamente por la Terna y relegado a un papel meramente ceremonial.
No hay indicios claros de la participación de Von Brauchitsch en la conspiración Halder. Es probable que el coronel general Halder, que no solo había sido subordinado del canciller sino que le unía con él una fuerte amistad, tan solo estuviese buscando apoyos para conseguir que el papel de Von Brauchitsch pasase a ser más activo. Sin embargo el 29 de Noviembre Halder fue destituido fulminantemente de sus cargos y confinado en la prisión militar de Spandau. La detención de Halder coincidió con un empeoramiento del estado de salud de Von Brauchitsch, se cree que desencadenado por la publicación en la prensa sueca de un informe sobre sus finanzas particulares. Tras este empeoramiento Von Brauchitsch solo apareció en público en dos ocasiones. El diecisiete de diciembre tuvo una nueva crisis cardiaca que obligó a su ingreso en el Hospital de la Charité de Berlín, en el que fallecería el día 12 del primer mes de 1942.
La sonrisa que adornaba las facciones del escritor mostraba su apego a la buena vida tanto como su corpulencia o los centímetros de más de su cintura. Mientras escribía con letra minúscula, alzó la mano para intentar adherir el mechón de cabellos que intentaba ocultar esas profundas entradas que otras personas llamaban calvicie, pero el rebelde tupé ignoró la gomina y se mantuvo enhiesto. Pero en la soledad de su domicilio poco importaba. Tras finalizar el artículo para el Berliner Morgenpost, compuso una segunda versión para un público más reducido pero también mejor informado.
No hay pruebas que confirmen la hipótesis de la implicación del nuevo grupo de hombres fuertes de Alemania en la ejecución de los dictadores Goering y Mussolini, pero la rapidez con la se han hecho con el control de los recursos del Estado hace sospechar que los planes del o de los asesinos no eran desconocidos para los nuevos hombres fuertes de Alemania. La nueva camarilla está formada por el director de los Servicios de Inteligencia, Walther Schellenberg; el mariscal Eric Manstein, antiguo jefe del ejército de Egipto llamado a Berlín por Goering tras su victoria en Palestina; el ministro de Asuntos Exteriores y antiguo canciller, Franz Von Papen; y un protegido de Hitler, el arquitecto Albert Speer, un antiguo subordinado de Schellenberg. Todo parece indicar que es Schellenberg el nuevo director del régimen, aunque corre el rumor, sin pruebas por ahora, del nombramiento del mariscal retirado Von Brauchitsch como presidente de Alemania.
El nuevo gabinete ha conseguido hacerse con el poder rápidamente y ha arrestado a sus posibles opositores, sobre todo a la antigua cúpula del Partido Nacionalsocialista. También han detenido a varios antiguos jefes del ejército, el anterior director de los servicios de inteligencia, el almirante Canaris, y otros altos cargos de la administración; todos ellos permanecen incomunicados en varias prisiones militares, sin que se sepa cuál va a ser su destino.
Aunque el ascenso del mariscal Von Manstein no ha sido visto por buenos ojos por los sectores más conservadores del ejército, Von Manstein cuenta con el prestigio de sus victorias en África y Oriente, y goza del apoyo del capital industrial, ya que al parecer el nuevo puesto en Berlín de Von Manstein estaba relacionado con la modernización del equipo militar del ejército alemán. Si finalmente Von Brauchitsch es elegido como presidente, probablemente será gracias a un acuerdo que refuerce la posición de Von Manstein ante el ejército.
Tras revisar la nota, el escritor dobló el finísimo papel en el que la había escrito y lo introdujo en el dobladillo de su americana antes de salir a la calle.
Reconozco que lo he escogido por ser un hombre enfermo... exactamente igual de como se escogieron muchos papas: ancianos achacosos que no molestarían mucho.
Entonces sera algún espia imagino, porque un corresponsal escribiendo esas cosas creo que podría correr peligro su vida. Aunque hay que ver cuando lo escribio. Saludos.
Sebastian Haffner. “El nacimiento de Europa”. Op.cit.
El desastre de Palestina hizo reconsiderar al Estado Mayor Imperial las posibilidades de las operaciones en curso en Irak y especialmente en Sudán.
La defensa de Sudán estaba encomendada al recientemente constituido XX Cuerpo de Ejército, bajo el mando del general Platt, que incluía a la 4ª División India, la 11ª División africana, el 44º Royal Tank Regiment (RTR) y unidades menores. Sin embargo tenían que enfrentarse al 10º Ejército italiano, que había sido reforzado por la 8ª División Panzer alemana. Las fuerzas británicas no solo estaban en franca inferioridad numérica, sino que su componente acorazado era mucho más débil que el del Pacto de Aquisgrán: el 44º RTR solo disponía de 40 tanques, de los que la mitad eran carros ligeros de reconocimiento. En un terreno abierto con escasos obstáculos naturales el XX cuerpo corría riesgo de ser desbordado por los tanques del pacto, por lo que tuvo que ceder terreno paulatinamente. El 15 de Agosto la 8ª División Panzer alcanzó la gran curva del Nilo en Korti y se aprestó a recorrer la ruta de Kitchener hacia Jartum, mientras la división acorazada italiana Ariete se dirigía hacia Atbara. Solo las dificultades de suministro limitaban el avance de las formaciones acorazadas de Pacto hacia la capital sudanesa.
A pesar de las dificultades logísticas italogermanas la posición del XX cuerpo era muy comprometida, ya que dependía de una única vía de abastecimiento: el ferrocarril que unía Jartum con Port Sudán, en el Mar Rojo. Tanto el ferrocarril como el puerto estaban dentro del alcance de la aviación del Pacto basada en el Sur de Egipto y en Abisinia, y podía ser cortado por avances desde Atbara en el valle del Nilo, siguiendo la costa del Mar Rojo, o incluso desde Gondar en Abisinia. Si los británicos perdían el ferrocarril o el puerto su única posibilidad estaría en una difícil retirada de casi 1.000 kilómetros por el Nilo Blanco, teniendo que cruzar los pantanos del Sudd antes de llegar a Juba y al ferrocarril de Mombasa.
El escenario era muy parecido al de Palestina: si el Pacto conseguía tomar Port Sudan o si interceptaba el ferrocarril de Jartum al citado puerto el XX cuerpo sería destruido. A pesar de los deseos del Primer Ministro Churchill, que quería conquistar la colonia italiana del África Oriental, el general Alan Brooke juzgó que el riesgo era demasiado grave, y ordenó al general Platt que cediese terreno, agrupándose en Jartum para retirarse posteriormente hacia Port Sudán y Suakim.
En Irak la situación estratégica del XXV cuerpo, la antigua Irakforce, era menos preocupante. Las fuerzas del general Quinan eran importantes: cuatro divisiones de infantería y una brigada acorazada, y se enfrentaban a solo dos divisiones de infantería y una acorazada alemanas. Los suministros llegaban por los cercanos puertos de Basora y de Kuwait, que no corrían peligro inminente de ataques del Pacto. Sin embargo Brooke consideró que este escenario estaba demasiado alejado como para que el envío de refuerzos desde Inglaterra pudiese influir en las operaciones en curso, y decidió encomendar el frente iraquí al ejército de la India y a los de los Dominios.
La renuncia británica a enviar más tropas europeas los teatros de operaciones de Sudán y de Irak hizo que se suspendiese el traslado de formaciones desde Gran Bretaña, especialmente el del Cuerpo de Ejército Canadiense, que quedó disponible para…
