Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Aunque la temperatura apenas superaba el punto de congelación el sudor corría por las frentes de los obreros que trabajaban en el glacis. Había sido una tarea ímproba a pesar de la maquinaria, un raro lujo en una Europa en guerra. Primero limpiaron el terreno de matorrales y escombros, luego cavaron zanjas para poner tuberías de drenaje. Después se había colocado una capa de piedras, otra de grava y finalmente de arena y tierra, sobre la que trabajaron las apisonadoras. Sobre el terreno firme se vertió una mezcla de alquitrán y grava.
En los laterales de la explanada los carpinteros martilleaban los maderos de las grandes tribunas. Estaban cubiertas pues el clima en esa ciudad francesa solo se podía calificar de deplorable. El hedor del alquitrán y el mareante olor de la trementina que empleaban los pintores anulaban el aroma de la madera recién cortada.
En la ciudad el palacio ya estaba preparado para la conferencia. Por primera vez en sus muchos siglos de historia el ambiente estaba caldeado gracias a las conducciones tendidas bajo los suelos. Se había recubierto las paredes con paneles y colgaduras con los escudos de los miembros del Pacto. Lo mismo ocurría por toda la localidad: los viejos caserones habían sido remozados para ser residencia de embajadores, y muchos ciudadanos habían puesto en alquiler su vivienda para alojar a la horda de diplomáticos y periodistas que se esperaba. En los alrededores de la ciudad los trabajadores habían dejado grandes barracones que hasta ahora los habían albergado. Ahora los ocupaban los militares que durante el día se afanaban ensayando la gran parada militar.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Las dotaciones descendieron de los cuatro buques atracados, formaron filas y se dirigieron a los dos transportes que les esperaban. Los oficiales, sin embargo, esperaron a la ceremonia. Oficiales con otro uniforme también formaron, se tocaron himnos, se entregó un documento, y finalmente los norteamericanos se alejaron. A un marino siempre le entristece abandonar el barco que les ha albergado; aunque bien pensado, tampoco les molestó mucho dejar atrás a los cruceros Omaha, Memphis, Milwaukee y Richmond.
En cuanto sus antiguos dueños se alejaron una comisión embarcó para estudiar el estado de las unidades. No fue una visita agradable. El problema no era que fuesen feos, sino que parecía que habían sido diseñados por un demente que había entretenido en poner cañones por todas partes sin consideración a minucias como la distribución de masas o los ángulos de tiro. El armamento antiaéreo se reducía a viejos cañones de tres pulgadas, muy eficaces contra los dirigibles. Al menos, los norteamericanos habían instalado algunas ametralladoras pesadas antes de irse. El interior desagradó aun más a los ingleses. La distribución del blindaje podía ser descrita como original, y sobre la resistencia a los daños submarinos solo se podían hacer cábalas; mejor no estar a bordo si alguno de esos cruceros era torpedeado. El óxido y la pintura mal conservada eran señal del escaso interés que la US Navy había prestado a esos deficientes buques. Las máquinas no estaban mucho mejor, y resultaba más que dudoso que los barcos alcanzasen los treinta y cinco nudos de diseño; con suerte, llegarían a los treinta. Sobre el comportamiento en alta mar, buen indicio era como se agitaban con las estelas de los mercantes que atravesaban los Narrows.
Aun así los marinos británicos agradecieron la ayuda. Nadie esperaba que la US Navy se desprendiese de sus cruceros pesados y menos aun de los flamantes cruceros ligeros que acababan de entrar en servicio. Los cuatro Omaha eran mejor que nada, y por malos que fuesen pero podrían hacer buen papel defendiendo las líneas marítimas, que estaban siendo acosadas por los corsarios del Pacto.
Poco después embarcaron sus nuevas dotaciones: marinos británicos y canadienses, más algunos instructores americanos que tenían que enseñarles el funcionamiento de los cuatro nuevos —o viejos— cruceros de la flota.
La cesión de los cruceros solo era el comienzo. Al lado esperaban seis destructores, y ya navegaban hacia Halifax los acorazados Texas y New York, junto con el portaaviones Ranger.
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La importancia del mensaje justificó que se tomasen medidas extraordinarias. Un agente llegó a Zúrich vía Bucarest y Budapest. Como en su cartera solo había documentos mercantiles, superó el escrutinio de los aduaneros sin problemas.
Cuando la estación recibió el escrito, el encargado vio como en cada folio aparecía una firma hasta ahora invisible: había sido hecha con tinta fotosensible, y de haber sido visible cuando se abrió el sobre hubiese significado que los documentos habían sido inspeccionados y seguramente copiados; pero no era así. Seleccionó los folios impares y los entregó al operador, y le ordenó que contestase a Moscú con el código preestablecido. Desde la capital soviética se contestó con un largo mensaje. El operador lo descifró empleando el texto que acababa de recibir y después procedió a cifrarlo de nuevo antes de reenviarlo a las diferentes redes.
En la tosca cabaña construida sobre un antiguo refugio Valery recibió el mensaje. Abrió la novela, buscó las palabras que formarían la clave, pero solo obtuvo un galimatías. Ya sabía lo que significaba: se había modificado la clave. Repitió el procedimiento pero esta vez empezando desde la página diecisiete, y obtuvo el mensaje en claro. Después se fue a hablar con Jacques y con Iván.
Era la prealerta. El siguiente mensaje sería la señal para iniciar la misión.
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De Globalpedia, la Enciclopedia Total
Operación Ériu
La operación Ériu fue una serie de operaciones clandestinas realizadas por unidades alemanas durante la Guerra de Supremacía contra las fuerzas británicas de ocupación en Irlanda del Norte. Para llevarlas a cabo se buscó la cooperación del Ejército Republicano Irlandés (IRA), pues el objetivo no era causar daño a los ingleses sino provocar una ruptura entre Irlanda e Inglaterra que dañase el prestigio internacional de los británicos y deteriorase sus relaciones con los Estados Unidos.
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Antecedentes
Aunque Inglaterra se llamase a sí misma «Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda» existía un hondo resentimiento irlandés hacia los británicos, fruto del trato que los habitantes de la isla habían recibido desde que fue conquistada. A pesar de la derrota militar habían permanecido fieles al catolicismo como muestra de afirmación nacional. Los puritanos británicos respondieron con medidas draconianas, más propias de imperios bárbaros que de una nación que se decía ilustrada. El culmen llegó durante la campaña irlandesa de Cromwell a mitad del siglo XVII, que costó la vida al veinte por ciento de la población irlandesa. Los rebeldes fueron reducidos a la esclavitud, los sacerdotes fueron perseguidos y asesinados, y a los católicos supervivientes se les prohibió poseer tierras, el acceso a la educación o a la política e incluso el vivir en ciudades. Nueve décimas partes de la población quedaron reducidas a la servidumbre y la propiedad de la tierra pasó a unos pocos terratenientes absentistas que ni siquiera visitaban la isla y que obtenían las rentas mediante agentes, habitualmente de religión protestante. Incluso en el siglo XIX, cuando Inglaterra lideraba la Revolución Industrial, los campesinos de Irlanda estaban en situación peor que los siervos rusos: estaban obligados a cultivar las tierras del señor, que producían cereales o ganado para la exportación, y no recibían ningún salario, sino tan solo el permiso para seguir viviendo en sus chabolas y a cultivar las huertas familiares. Como se les expulsaba con cualquier pretexto y sin derecho a compensación no tenían ningún interés en mejorar las técnicas agrícolas. Al contrario, los campesinos demasiado emprendedores eran considerados peligrosos y se les echaba. El gobierno inglés, que se presentaba como adalid de la libertad de los pueblos, no solo toleraba la opresión de Irlanda sino que enviaba el ejército para proteger a los recaudadores y para sofocar los motines, mientras alentaba la llegada de colonos protestantes procedentes de Escocia para que sustituyesen a los díscolos irlandeses.
Una primera advertencia se produjo en 1740, cuando una mala cosecha provocó una hambruna que acabó con la sexta parte de la población. A pesar de ello se hizo poco para modificar la situación, y ni el Acta de Unión de 1801 (por el que se creaba el Reino Unido) ni la ley de emancipación de los católicos cambiaron la marginación y la pobreza de los irlandeses. En los años siguientes la situación se hizo aun más precaria ya que cada vez más tierras se dedicaban a la ganadería (debido al aumento de la demanda en Inglaterra) y los campesinos subsistían con minúsculos huertos en los que se producían casi exclusivamente patatas, el único cultivo que se daba en tierras de mala calidad que producía lo suficiente para subsistir, aunque fuese al borde de la malnutrición.
P.D.: lo que escribo y lo que se escribirá luego es cierto; os recomiendo que cuando vayáis a Irlanda no llevéis banderas inglesas.
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La gran hambruna
A mediados del siglo XIX una plaga produjo una terrible catástrofe. En 1845 llegó a Europa el Phytophthora infestans o tizón de la patata. En Europa, donde se sembraban muchas variedades alternando con otros cultivos, su efecto fue limitado; en Irlanda destruyó las cosechas. Aun así no se presentó repentinamente: el primer año, en 1845, se malogró la tercera parte de la producción, y en 1846 se perdieron tres cuartas partes. Los años siguientes las cosechas fueron malas por falta de patata de siembra y de mano de obra. Hubo tiempo más que suficiente para tomar medidas, pero la respuesta del gobierno inglés fue considerada abominable hasta por los coetáneos. Se negó a prohibir las exportaciones de alimentos (medida que en 1740 había salvado muchas vidas) y envió al ejército para escoltar a los recaudadores y para proteger las exportaciones, ya que durante esos años se siguieron enviando a Inglaterra grandes cantidades de cereales, lácteos y carne. Pero su precio era demasiado elevado para que los campesinos arruinados pudieran pagarlos; de hecho parte de las patatas almacenadas se emplearon como forraje. Además muchos terratenientes aprovecharon para expulsar a los arrendatarios que no podían pagar las rentas para dedicar más tierras a pastos. Al mismo tiempo las élites irlandesas rechazaban las ayudas diciendo que Irlanda era demasiado orgullosa para mendigar.
En 1846 se produjeron las primeras muertes por hambre y 1847 fue el año negro en el que la mortalidad se disparó. El gobierno británico seguía sin actuar; parece que el ministro Russel vio la plaga como una ocasión para deshacerse de los díscolos irlandeses. No fue el único: el Times acusó a los católicos de ser los causantes de la plaga por su haraganería, y los sacerdotes anglicanos predicaron que era un castigo divino a los papistas. Solo ante la presión internacional se enviaron míseras ayudas: la reina Victoria, la mujer más rica de Europa, contribuyó con dos mil libras, apenas la centésima parte de lo que costaba cualquiera de las decenas de buques que la Royal Navy estaba construyendo. La diplomacia británica actuó diligentemente, no para paliar el desastre sino para que nadie contribuyese con cantidades mayores. En total las ayudas enviadas no llegaron ni al 0,1% del producto interior bruto inglés; en esas fechas se destinaron cantidades varias veces mayores a compensar a los propietarios de esclavos jamaicanos. No solo la ayuda fue mínima, sino que se distribuyó casi exclusivamente entre los irlandeses protestantes, que eran descendientes de colonos ingleses y escoceses.
Debido a la funesta actuación británica la plaga de la patata causó la peor hambruna sufrida por Europa en la Edad Moderna. Irlanda perdió entre la cuarta parte y la mitad de su población: murió al menos un millón de personas y otro millón tuvo que emigrar. Poblaciones enteras desaparecieron y la lengua gaélica, la hablada por los campesinos, casi desapareció. En el norte de la isla los protestantes (descendientes de colonos) pasaron a ser mayoría, ya que los campesinos católicos murieron o emigraron.
La de 1847 no fue la última hambruna: en 1879 otra mala cosecha causó una crisis. El gobierno británico actuó con más diligencia que en 1846, sobre todo para no pasar vergüenza ante una opinión internacional ya sensibilizada ante los padecimientos de los irlandeses, aunque de nuevo sus medidas fueron insuficientes. Hubo menos muertes, en parte gracias a los socorros enviados por los irlandeses de Estados Unidos y a que la existencia de líneas ferroviarias permitió enviar alimentos, pero sobre todo a que quedaban pocos irlandeses. Aun así se produjo un pánico que volvió a disparar la emigración.
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La emigración
Las pésimas condiciones de vida habían hecho que cuando se produjo la plaga de la patata ya hubiesen emigrado a América entre un millón y millón y medio de irlandeses. Los desastres de 1847 y 1879 produjeron nuevas oleadas, llegando el éxodo a doscientos cincuenta mil al año. Muchos perecieron en los «barcos ataúdes» de navieras inglesas, en los que las condiciones eran tan malas que la mortalidad fue mayor que en los buques negreros. Parte del éxodo fue a Inglaterra, sobre todo de jóvenes que buscaban salarios con los que alimentar a las familias que quedaban en Irlanda, pero la mayoría fue a América, a Argentina, Canadá y sobre todo a Estados Unidos. Allí se encontraron en un país libre donde las leyes les protegían y tenían derecho al voto. Aun así la larga mano del racismo anglosajón los persiguió ya que las élites protestantes pensaban que esas masas de católicos ignorantes amenazaban la identidad nacional. Paradójicamente lo que lograron fue que al agolparse los emigrantes en barrios marginales mantuvieron la consciencia de su identidad nacional irlandesa. Los matrimonios mixtos no la diluyeron, porque para muchos americanos pasó a ser motivo de orgullo proclamar su origen irlandés. En los años cuarenta aproximadamente el diez por ciento de la población norteamericana decía tener ese origen: había cuatro veces más irlandeses en Estados Unidos que en Irlanda. Dado que la mayoría votaba al partido demócrata, se convirtió en un factor clave en la política norteamericana.
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Resistencia y autonomía
En Irlanda, el desinterés que el gobierno británico mostró ante la catástrofe y la resistencia a aceptar las demandas de los católicos (sobre todo en lo referente a la posesión de la tierra) hizo que los católicos ya no buscasen la comprensión inglesa. El odio y la consciencia de la opresión se plasmaron en el renacimiento gaélico, un movimiento que fue primero cultural y luego político. Pero los protestantes, que seguían gozando del poder, siguieron bloqueando a los católicos. Cuando lograron el voto y parecía que el parlamento inglés tendría que acceder a sus demandas, los protestantes crearon una fuerza paramilitar, la «Ulster Volunteer Force», que no pudo ser disuelta ya que los oficiales británicos que debían hacerlo se amotinaron. Los católicos organizaron los «Óglaigh na hÉireann» (voluntarios irlandeses); siguiendo la tónica habitual, fueron perseguidos por la misma policía que toleraba las milicias protestantes.
Durante la Primera Guerra Mundial el reclutamiento no excluyó a los católicos. Fueron empleados como carne de cañón mientras Inglaterra solo reconocía el valor de la División del Úlster, formada por protestantes. Al ver que a pesar de los sacrificios Londres rechazaba cualquier reforma el malestar se extendió y culminó en el fracasado levantamiento de Pascua de 1916. En 1919, poco después del final del conflicto, los voluntarios irlandeses se agruparon en el IRA (Ejército Republicano Irlandés) y reiniciaron las acciones contra los ocupantes, atacando a policías y militares; los ingleses y las milicias ulsterianas (ahora denominadas Ulster Special Constabulary) respondieron con matanzas de civiles. Aun así la insurrección se extendió y finalmente Londres tuvo que ceder. En 1921 se firmó el tratado angloirlandés que reconocía la autonomía de Irlanda, que no concedía la independencia sino que convertía a Irlanda en un dominio bajo los odiados reyes ingleses. También establecía la separación de los seis condados del norte, en los que los protestantes eran mayoritarios. En esa nueva región inglesa los orangistas (unionistas que se llamaban así por Guillermo III de Orange, que persiguió con saña a los católicos) realizaban demostraciones para provocar a los católicos y luego reprimirlos violentamente, mientras que Irlanda respetaba escrupulosamente a los protestantes que se habían quedado en los condados del sur. El rechazo al tratado llevó a una guerra civil en la que el IRA fue desplazado del poder por el Fianna Fáil de Éamon de Valera; este partido era contrario a la violencia pero seguía siendo nacionalista y antibritánico; solo discrepaba con el IRA en los medios.
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La Guerra de Supremacía y la crisis de Lifford
Para Irlanda la oportunidad llegó con la Guerra de Supremacía. La declaración de neutralidad del presidente irlandés De Valera ofendió a personajes como el Primer Lord del Almirantazgo y futuro primer ministro Churchill, que deseaba contar con los puertos irlandeses; de hecho, el carecer de bases en la costa oeste irlandesa dificultó las operaciones británicas en el Atlántico. Al mismo tiempo el IRA emprendió una campaña terrorista contra los ingleses que causó algunos daños. La policía inglesa respondió contundentemente; parecía que había conseguido derrotar al IRA cuando se produjeron los incidentes entre católicos y orangistas apoyados por el ejército británico que culminaron en la «semana negra de Portadown» y en la incursión realizada por fuerzas inglesas en la ciudad irlandesa de Lifford. Tras la violación de la frontera el presidente De Valera envió una nota exigiendo reparaciones que Churchill ignoró. Poco más necesitaban los irlandeses, y en las principales ciudades se convocaron grandes manifestaciones para exigir al gobierno irlandés que respondiese a la provocación británica.
Parece que si De Valera no declaró la guerra se debió a la indefensión irlandesa, aunque se haya atribuido al secretario de estado norteamericano Cordel Hull el mérito de aplacar la tensión. El presidente Roosevelt tenía presente la importancia del voto irlandés, imprescindible para mantener a los demócratas en el poder. Tras la invasión de Lifford los irlandeses de Estados Unidos se pronunciaron contra los ingleses y llegaron a producirse motines antibritánicos en Boston y Nueva York. Si Roosevelt quería seguir suministrando armas a Inglaterra necesitaba que Irlanda se tranquilizase. Hull prometió a De Valera apoyo económico y puso la flota mercante norteamericana a disposición de Irlanda. Se trataba de una cuestión delicada pues hasta entonces la Royal Navy no permitía que los barcos irlandeses navegasen libremente, sino que antes de recalar debían someterse a inspecciones en puertos ingleses en busca de «contrabando de guerra». Inglaterra aplicaba esa medida a los barcos con bandera de potencias menores, pero no a los norteamericanos o a los soviéticos. En mayo de 1941 Alemania había ofrecido una garantía a la marina irlandesa pero Inglaterra respondió amenazando con considerar buena presa a cualquier barco que no se sometiese a la inspección. Ahora Churchill no se atrevió a ofender a su aliado y los mercantes de bandera norteamericana empezaron a llegar a puertos de Irlanda. Sin embargo no se escapó a irlandeses y alemanes que en realidad muchos se dirigían a Inglaterra haciendo escala en Irlanda para burlar el bloqueo alemán.
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The Great Troubles
Tras la semana negra de Portadown el Úlster se vio envuelto en una guerra no declarada. La incursión de Lifford hizo que miles de voluntarios irlandeses se uniesen al IRA; entre ellos había buen número de oficiales y suboficiales de las Fuerzas de Defensa de Irlanda, el ejército irlandés. Esa misma semana dos arsenales en Dublín y Cork fueron saqueados con la complicidad de sus vigilantes. El renovado IRA comenzó a realizar ataques a lo largo de la frontera entre Irlanda y el Úlster, y algunos comandos se introdujeron en las principales ciudades del norte uniéndose a los voluntarios católicos locales. Como se podía prever la respuesta británica fue salvaje. Tras los primeros choques fue trasladada al Úlster a la 77ª División, una organización territorial recientemente constituida. Esta división fue puesta bajo el mando del general Michael Willoughby, el infame oficial cuyas tropas habían protagonizado los enfrentamientos de Portadown. Poco después se produjo un ataque en Wattle Bridge en el que una bomba mató a cuatro soldados e hirió a seis; como respuesta una unidad británica asesinó a quince detenidos en la cercana cárcel de Lisnaskea. Sucesos similares se repitieron por todo el Úlster. Temeroso de la impresión que se podía causar en Estados Unidos el gobierno inglés ordenó que se respetase a los prisioneros republicanos, pero el único efecto fue que fueran asesinados en cuanto se les capturaba; pocos llegaron a los centros de detención.
Simultáneamente se movilizó la Ulster Special Constabulary, la antigua milicia de voluntarios protestantes. Aunque supuestamente iba a actuar como fuerza auxiliar de los ingleses, en la práctica se dedicó a aterrorizar a la minoría católica. Se asaltaron varias iglesias, se produjeron linchamientos de activistas del IRA y se persiguió a los católicos más significados. Desaparecieron decenas, siendo uno de los más importantes el padre McLaverty, administrador de la diócesis de Down and Connor, cuyos restos aparecieron meses después en una fosa común; fue beatificado en 1953. Bandas orangistas armadas desfilaron amenazadoramente por los barrios católicos, saqueando comercios y tabernas. La respuesta republicana no se hizo esperar y el veintisiete de noviembre una bomba estalló al paso de un desfile en Derry, causando una docena de víctimas mortales. Tras el atentado el primer ministro Churchill declaro al Úlster «zona especial militar» y ordenó que se creasen grandes campos donde miles de católicos fueron internados en condiciones infrahumanas.
De Valera no podía permanecer impasible y el dos de diciembre envió una nota exigiendo la inmediata liberación de los civiles irlandeses. Londres respondió amenazando con ocupar militarmente las regiones fronterizas si Irlanda no controlaba las incursiones del IRA. A Dublín no le quedaron alternativas y el seis de enero declaró que Irlanda pasaba a ser «no beligerante». Cerró el corredor de Donegal a los aviones británicos, prohibió la exportación de alimentos y de materias primas (lo que impidió que los barcos norteamericanos se dirigiesen a Inglaterra tras hacer escala en Irlanda), y ordenó que se internase a los barcos ingleses que no abandonasen los puertos irlandeses antes de cuarenta y ocho horas. De nuevo Churchill actuó desmedidamente, ordenando el traslado al Úlster de dos divisiones más que tomaron posiciones a lo largo de la frontera. Hull tuvo que viajar urgentemente a Londres y a Dublín para evitar el estallido de la guerra.
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Operación Ériu
Para Alemania la crisis entre Irlanda e Inglaterra resultaba una excelente ocasión no solo para atacar a su sempiterno enemigo sino para envenenar las relaciones entre Inglaterra y Estados Unidos. Con esta finalidad se diseñó la operación Ériu. Oficialmente estaba destinada a apoyar a Irlanda, pero en realidad (según documentos recientemente desclasificados) el objetivo era provocar a los británicos y enconar el enfrentamiento entre irlandeses e ingleses.
Se encomendó la dirección de la operación al coronel Erwin von Lahousen, un antiguo hombre de confianza del almirante Canaris. Lahousen planificó una serie de acciones destinadas a apoyar a los republicanos irlandeses, a aumentar la tensión en el Úlster, y sobre todo a incitar la reacción británica. Las diferentes partes de la operación Ériu recibieron los nombres de ciudades irlandesas; parece que se escogieron aposta para dirigir la atención británica contra Irlanda.
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Operaciones Galway I y II
Las operaciones Galway fueron una continuación de las anteriores actividades del Abwehr, ahora integrado en el Nachtenab (Nachrichtenabwehrdienst, es decir, servicio de inteligencia). Estaban dirigidas a estrechar los lazos con el gobierno irlandés (Galway I) y con el IRA (Galway II). Los contactos se produjeron de manera independiente ya que el Fianna Fáil, el partido gubernamental, era rival del Sinn Féil que apoyaba al IRA. El presidente De Valera, que no quería comprometerse todavía, no se reunió con los enviados alemanes, pero sí lo hicieron varios de sus subordinados. Alemania prometió apoyar las reclamaciones irlandesas y proporcionar ayuda militar; a cambio De Valera autorizó a que el servicio de inteligencia irlandés colaborase con el alemán. Esta ayuda tuvo gran importancia porque las redes de espionaje alemán en Inglaterra habían sido desmanteladas por la inteligencia británica; aunque seguían actuando lo hacían bajo control del MI6 británico, proporcionando información adulterada.
Contrariamente a los alemanes, Dublín disponía de información fiable de lo que ocurría en Inglaterra gracias a los emigrantes, que mantenían frecuentes contactos con sus familias incluso tras el bloqueo de los puertos de diciembre de 1941. Además entre los emigrantes había agentes irlandeses que informaban al gobierno (y frecuentemente también al IRA). Gracias a su colaboración el Nachtenab pudo descubrir el engaño británico; a partir de entonces Alemania no solo dispuso de información fiable sino que comparando los informes de las redes infiltradas por los ingleses y los provenientes de los irlandeses se pudieron descubrir engaños británicos referentes al efecto de los bombardeos, a la producción industrial y al despliegue militar.
Al mismo tiempo, agentes de inteligencia germanos contactaron con los dirigentes del IRA Seamus O'Donovan y Charlie Kerins. También se les prometió el apoyo alemán contra Inglaterra, aunque no contra el Fianna Fáil, como deseaba el IRA. La oferta alemana despertó algunos recelos, pero el IRA necesitaba armas y aceptó colaborar con los alemanes. En el Nachtenab se tenía presente que el IRA estaba infiltrado por agentes ingleses, pero se intentó minimizarlo poniendo como condición que los contactos serían con personas o grupos concretos que a partir de entonces actuarían bajo control alemán desligándose de la jerarquía del IRA. Aun así se suponía que Londres sabría pronto de la colaboración entre el Nachtenab y el IRA, se pensó que hasta sería beneficioso ya que provocaría la reacción británica, el objetivo principal de la operación.
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Operación Limerick
Limerick fue un esfuerzo alemán para armar a las fuerzas de autodefensa irlandesas (Limerick I) y al IRA (Limerick II). Alemania disponía de grandes cantidades de armas inglesas y norteamericanas similares a las que empleaban el ejército irlandés y los voluntarios del Úlster; los irlandeses podrían argumentar que se trataba de equipo capturado o adquirido antes de la guerra. Como la larga y sinuosa costa occidental irlandesa era prácticamente imposible de bloquear, a partir de noviembre de 1941 un flujo incesante de armas y de municiones empezó a llegar a la isla. Los equipos destinados al IRA consistían principalmente en armas ligeras (pistolas, fusiles y ametralladoras), municiones y explosivos, que eran transportados por submarinos que trasbordaban su carga a pesqueros irlandeses. Islas como las de Aran o de Lettermore fueron empleadas para los trasbordos aprovechando que en ellas vivían comunidades cerradas en las que resultaba improbable que hubiese espías ingleses. Posteriormente los alemanes se hicieron más atrevidos y el submarino U-180 desembarcó varias toneladas de armas en la bahía de Clew. En su segundo viaje se produjo un serio incidente cuando el cañonero británico HMS Lupin pretendió entrar en la bahía e intercambió disparos con una batería artillera situada en la isla Clare. El U-180 participó en el combate con su cañón y disparando dos torpedos. El Lupin tuvo que retirarse pero horas después volvió acompañado del HMS Bridgewater. Los dos cañoneros entraron en la bahía sin encontrar oposición e inspeccionaron varios pesqueros irlandeses; no encontraron armas ni al U-180, que ya había abandonado el fondeadero, pero detuvieron a los patrones de los barcos acusándoles de espionaje. El gobierno irlandés envió una nota de protesta, que como era de esperar recibió la callada por respuesta; pero tanto la prensa irlandesa como la europea difundieron que la marina británica detenía a súbditos irlandeses en territorio irlandés.
Al mismo tiempo Alemania suministró armas y equipos al ejército irlandés empleando medios de todo tipo. Los grandes submarinos U-116 y U-117 realizaron varias misiones desembarcando su carga en la bahía de Cork. También se estableció un puente aéreo desde Bretaña, aunque los aviones debían dar un rodeo para evitar la costa inglesa. De nuevo fue ocasión para incidentes armados, el peor de los cuales se produjo cuando cuatro Beaufighter destruyeron un Fw 200 en el aeródromo de Bantry. De Valera solicitó a Estados Unidos aviones de caza para defender su espacio aéreo, aunque sin obtener resultado. Entonces Francia suministró una veintena de Curtiss H75 que llegaron en vuelo directo. Los Curtiss irlandeses protagonizaron varios incidentes con aviones ingleses, la mayoría en el corredor de Donegal, y en un combate aéreo librado el dos de febrero fueron derribados un bombardero Welligton y un caza Hurricane a costa de tres Curtiss.
Los suministros con submarinos y aviones, aunque necesarios, no resultaban suficientes porque Irlanda necesitaba material pesado (blindados y artillería) con los que defenderse de una posible invasión inglesa. Hasta entonces no había sido factible transferirlos ya que la Royal Navy vigilaba las costas con patrulleros y cañoneros como los ya citados Lupin y Bridgewater. Sin embargo, la evolución desfavorable de la batalla del Atlántico obligó a los británicos a retirar parte de las fuerzas de vigilancia, y además la campaña emprendida por los submarinos alemanes contra los buques de escolta se extendió a la costa oriental irlandesa, aprovechando que el cierre del corredor de Donegal dificultaba al Coastal Command la vigilancia que realizaban los aviones del Coastal. Inglaterra exigió que se apagasen los faros y las luces de las localidades costeras, aduciendo que servían como referencia a los submarinos, pero Irlanda se negó; es más, en cuanto se supo de la impertinencia británica los patriotas prepararon fogatas por toda la costa que se encendían en cuanto se observaba el paso de cualquier barco inglés (y también de los irlandeses). Un incidente más grave se produjo cuando el cañonero Walney (el antiguo USCGC Sebago, un cúter de los guardacostas británicos que había sido alquilado a la Royal Navy) disparó contra dos pesqueros que le seguían con las luces encendidas. La actividad de los submarinos hizo las aguas irlandesas muy peligrosas, y en poco tiempo fueron hundidos los cañoneros Lupin y Sandwich así como los pesqueros antisubmarinos Baptish, Carey y Hornpipe. Patrullar una costa sin contar con protección aérea resultaba demasiado peligroso y la Royal Navy decidió retirar la vigilancia para no perder más buques. La ausencia de patrullas permitió que los buques de bandera irlandesa Irish Elm, Irish Pine e Irish Fir realizasen varios viajes entre Vigo y Galway, transportando treinta tanques Matilda, otros tantos blindados Bren, cincuenta cañones antitanque, cuarenta cañones de campaña y gran cantidad de municiones. Al ser equipo inglés (capturado previamente por los alemanes) De Valera pudiese desmentir a los británicos, diciendo que el material militar había sido suministrado por Inglaterra y que ahora Churchill acusaba falsamente a Irlanda. Estas declaraciones tuvieron cierto impacto en Estados Unidos y convencieron a parte de la opinión pública de la perfidia inglesa.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Operación Cork
Con las armas llegaron varias docenas de instructores dirigidos por el teniente coronel Von Hippel con la misión de entrenar a los irlandeses. En esta ocasión De Valera rechazó la ayuda, pues no podía admitir abiertamente la colaboración con el Pacto, aunque tampoco impidió que los enviados colaborasen con el IRA. Los hombres de Von Hippel fueron alemanes del regimiento de Brandemburgo, italianos expertos en ataques subacuáticos y españoles veteranos de Canarias. La presencia del teniente coronel Aramburu, el legendario «artista» de Gran Canaria, no ha podido ser confirmada. Les acompañaron traductores que en su mayoría eran argentinos descendientes de emigrantes irlandeses. Los instructores llegaron en los mismos submarinos que los envíos de armas y fueron llevados a los campos de entrenamiento organizados por el IRA, que estaban situados en regiones rurales. Ahí los voluntarios aprendieron tácticas de guerra abierta y de lucha clandestina. A pesar de las precauciones la llegada de los alemanes no pasó desapercibida para los servicios de inteligencia británicos, que contaban con una extensa red en Irlanda. También se apreció que el IRA empezó a actuar en el Úlster con mayor profesionalidad. Especialmente fueron temidas sus bombas, que pasaron de ser cargas explosivas improvisadas a ingenios de gran potencia que solían llevar dispositivos para dificultar su remoción. Los ataques no se limitaron a la policía y el ejército británico sino que también tomaron como objetivo infraestructuras como las esclusas de Toome o el puente ferroviario de Portadown sobre el río Bann.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Operación Derry
Con el apoyo del IRA se ejecutó la operación Derry, que fue uno de los ataques más audaces de los realizados por el Pacto de Aquisgrán en las islas británicas. La ciudad de Belfast, capital del Úlster, había crecido en torno a su puerto y sobre todo alrededor de los grandes astilleros. Destacaban los Harland and Wolff, que a principios de siglo habían construido los tres transatlánticos de la serie Olympic, de los que el segundo, el Titanic, ganaría triste fama. Harland and Wolff también era uno de los principales constructores para la Royal Navy y en el curso de la ya había entregado dos portaaviones.
La misión fue encomendada a seis hombres de la X Flotilla MAS dirigidos por el mayor Teseo Tesei. El submarino Sciré transportó tres «maiale» o cerdos, que era como apodaban los nadadores italianos a sus torpedos humanos por su lentitud. El Sciré penetró en el mar de Irlanda cruzando el estrecho de San Jorge por la noche, siguiendo a un pesquero patroneado por el IRA. Después recorrió el mar de Irlanda barajando la costa irlandesa y consiguió llegar a la bocana del puerto de Belfast sin ser detectado. Los tres torpedos humanos entraron en la rada pero uno sufrió una avería, obligando a que sus dos tripulantes (el subteniente Cella y el sargento Leone) lo hundiesen y alcanzasen la costa a nado. Los otros dos maiale llegaron a los astilleros. Uno (el del mayor Tesei, acompañado por el sargento Pedretti) atacó al crucero ligero Jamaica, que estaba siendo alistado en Belfast. Había sido trasladado para ser finalizado desde Barrow-in-Furness, que estaba expuesto a los bombardeos de la Luftwaffe. El otro (teniente Visintini y sargento Magro) se dirigió contra el petrolero Geo. W. McKnight. La vigilancia en el puerto era escasa y los buzos pudieron colocar sus cargas y escapar. A la mañana siguiente las bombas estallaron. El McKnight, que estaba cargado con gasolina de aviación, se partió por la mitad produciéndose un furioso incendio que afectó a otras naves atracadas, incluyendo la fragata Egret. La bomba de Tesei, por su parte, causó tales daños al casco del crucero Jamaica que tuvo que ser declarado pérdida constructiva local. El tercer torpedo, que tenía un temporizador, estalló poco después en el centro del puerto impidiendo que los británicos pudiesen rescatarlo.
Tras el ataque los cuatro buceadores fueron recogidos por un bote y conducidos a la costa, donde se reunieron con Cella y Leone. Con la ayuda del IRA los seis italianos lograron pasar a Irlanda una semana después. El submarino Scirè también consiguió escapar sin ser detectado. Los británicos pensaron que el ataque se había realizado desde algún pesquero irlandés o desde la costa de Irlanda e incrementaron la vigilancia y las inspecciones, que se produjeron incluso en aguas territoriales irlandesas.
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