Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Los télex, cada vez más numerosos y acuciantes, en los que se solicitaban órdenes especiales desde todos lados de Alemania para destruir industrias, eran contestados invariablemente con la instrucción de proceder únicamente a paralizarlas.
Al menos podía contar con apoyo al tomar estas decisiones. Mi representante político, el doctor Hupfauer, se había aliado con los secretarios más influyentes con el fin de neutralizar en lo posible la política de Hitler. A su círculo pertenecía también Klopfer,el representante de Bormann. Habíamos conseguido que este último perdiera pie. En cierto modo, sus órdenes caían en el vacío. Tal vez él dominara a Hitler durante aquella última etapa del Tercer Reich, pero fuera del bunker regían otras leyes. Incluso el mismo Ohlendorf, jefe del Servicio de Seguridad de las SS, me aseguró durante el cautiverio que había estado en todo momento al corriente de mis actos, pero que siempre se abstuvo de dar parte.
De hecho, en abril de 1945 tenía la impresión de que, en colaboración con los secretarios, podía conseguir en mi terreno más que Hitler, Goebbels y Bormann juntos.
En el lado militar había entablado buenas relaciones con Krebs, nuevo jefe del Estado Mayor, ya que procedía de la plana mayor de Model; también Jodl, Buhle y Praun, jefe de Transmisiones, se mostraban cada vez más comprensivos conmigo.
Era consciente de que, de haber conocido mis actividades, Hitler habría obrado finalmente en consecuencia. Tenía que partir de la base de que terminaría por atacar. Durante aquellos meses de juego a dos bandas me regí por un principio muy simple: mantenerme en todo momento lo más cerca posible de Hitler. Cualquier intento de alejarme podía ocasionar sospechas y, a la vez, cualquier sospecha que pudiera existir sólo podría ser comprobada o eliminada de cerca. Yo no tenía ninguna propensión al suicidio; me había preparado un refugio de emergencia en un rústico pabellón de caza situado a cien kilómetros de Berlín; además, Rohland me consiguió un alojamiento en uno de los numerosos pabellones de caza del príncipe Fürstenberg.
Me parece que Speer se pone en cierta manera como salvador de Alemania. De la información que nos brinda habrá que saber separar la paja del trigo.
Acá termina el capítulo TIERRA QUEMADA.
El que sigue yo lo titulé: Lo nefasto de Bormman y Göring.
Saludos y MUCHAS FELICIDADES
Al menos podía contar con apoyo al tomar estas decisiones. Mi representante político, el doctor Hupfauer, se había aliado con los secretarios más influyentes con el fin de neutralizar en lo posible la política de Hitler. A su círculo pertenecía también Klopfer,el representante de Bormann. Habíamos conseguido que este último perdiera pie. En cierto modo, sus órdenes caían en el vacío. Tal vez él dominara a Hitler durante aquella última etapa del Tercer Reich, pero fuera del bunker regían otras leyes. Incluso el mismo Ohlendorf, jefe del Servicio de Seguridad de las SS, me aseguró durante el cautiverio que había estado en todo momento al corriente de mis actos, pero que siempre se abstuvo de dar parte.
De hecho, en abril de 1945 tenía la impresión de que, en colaboración con los secretarios, podía conseguir en mi terreno más que Hitler, Goebbels y Bormann juntos.
En el lado militar había entablado buenas relaciones con Krebs, nuevo jefe del Estado Mayor, ya que procedía de la plana mayor de Model; también Jodl, Buhle y Praun, jefe de Transmisiones, se mostraban cada vez más comprensivos conmigo.
Era consciente de que, de haber conocido mis actividades, Hitler habría obrado finalmente en consecuencia. Tenía que partir de la base de que terminaría por atacar. Durante aquellos meses de juego a dos bandas me regí por un principio muy simple: mantenerme en todo momento lo más cerca posible de Hitler. Cualquier intento de alejarme podía ocasionar sospechas y, a la vez, cualquier sospecha que pudiera existir sólo podría ser comprobada o eliminada de cerca. Yo no tenía ninguna propensión al suicidio; me había preparado un refugio de emergencia en un rústico pabellón de caza situado a cien kilómetros de Berlín; además, Rohland me consiguió un alojamiento en uno de los numerosos pabellones de caza del príncipe Fürstenberg.
Me parece que Speer se pone en cierta manera como salvador de Alemania. De la información que nos brinda habrá que saber separar la paja del trigo.
Acá termina el capítulo TIERRA QUEMADA.
El que sigue yo lo titulé: Lo nefasto de Bormman y Göring.
Saludos y MUCHAS FELICIDADES
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LO NEFASTO DE GÖRING Y BORMMAN
En 1941 llegaron al Obersalzberg grandes catálogos, encuadernados en piel marrón, con fotografías de cientos de cuadros que Hitler distribuyó entre sus pinacotecas preferidas, situadas en Linz, Königsberg, Breslau y otras ciudades orientales. Volví a ver estos catálogos durante el proceso de Nuremberg, donde sirvieron como pruebas de la acusación; la mayoría de los cuadros habían sido sustraídos por la delegación deRosenberg en París a judíos residentes en Francia. Hitler respetó las célebres colecciones artísticas nacionales francesas, aunque esta manera de actuar no fue tan desinteresada como podría parecer, pues a veces decía que, cuando se firmara la paz, las mejores piezas del Louvre tendrían que ser entregadas a Alemania como reparación de guerra. Con todo, es verdad que Hitler no hacía uso de su autoridad para fines personales: no se reservó para él ni una sola de las pinturas adquiridas o confiscadas en los territorios ocupados. Por el contrario, para Göring era bueno cualquier medio que le permitiera aumentar, precisamente durante la guerra, su colección de arte. En los salones y estancias de Karinhall, superpuestos en tres o cuatro niveles, colgaban cuadros muy valiosos. Cuando ya no quedó sitio en las paredes, utilizó el techo del gran vestíbulo para integrar en él unaserie de lienzos. Incluso en el dosel de su fastuosa cama había hecho colgar un desnudo femenino de tamaño natural que representaba a Europa. También ejercía como marchante: las paredes de una gran sala del piso superior de su propiedad rural estaban cubiertas de lienzos que habían pertenecido a un conocido marchante holandés, que tuvo que cedérselos a un precio irrisorio tras la ocupación.
Con su característica risa infantil nos contaba que, en plena guerra, vendía estos cuadros a los jefes regionales por un precio muy superior al de mercado, exigiéndoles además un suplemento por el prestigio que, asus ojos, tenía un cuadro procedente de «la famosa colección Göring».
Continuará.
En 1941 llegaron al Obersalzberg grandes catálogos, encuadernados en piel marrón, con fotografías de cientos de cuadros que Hitler distribuyó entre sus pinacotecas preferidas, situadas en Linz, Königsberg, Breslau y otras ciudades orientales. Volví a ver estos catálogos durante el proceso de Nuremberg, donde sirvieron como pruebas de la acusación; la mayoría de los cuadros habían sido sustraídos por la delegación deRosenberg en París a judíos residentes en Francia. Hitler respetó las célebres colecciones artísticas nacionales francesas, aunque esta manera de actuar no fue tan desinteresada como podría parecer, pues a veces decía que, cuando se firmara la paz, las mejores piezas del Louvre tendrían que ser entregadas a Alemania como reparación de guerra. Con todo, es verdad que Hitler no hacía uso de su autoridad para fines personales: no se reservó para él ni una sola de las pinturas adquiridas o confiscadas en los territorios ocupados. Por el contrario, para Göring era bueno cualquier medio que le permitiera aumentar, precisamente durante la guerra, su colección de arte. En los salones y estancias de Karinhall, superpuestos en tres o cuatro niveles, colgaban cuadros muy valiosos. Cuando ya no quedó sitio en las paredes, utilizó el techo del gran vestíbulo para integrar en él unaserie de lienzos. Incluso en el dosel de su fastuosa cama había hecho colgar un desnudo femenino de tamaño natural que representaba a Europa. También ejercía como marchante: las paredes de una gran sala del piso superior de su propiedad rural estaban cubiertas de lienzos que habían pertenecido a un conocido marchante holandés, que tuvo que cedérselos a un precio irrisorio tras la ocupación.
Con su característica risa infantil nos contaba que, en plena guerra, vendía estos cuadros a los jefes regionales por un precio muy superior al de mercado, exigiéndoles además un suplemento por el prestigio que, asus ojos, tenía un cuadro procedente de «la famosa colección Göring».
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Un día, allá por el año 1943, me enteré por los franceses de que Göring presionaba al Gobierno de Vichy para que le cambiase un célebre cuadro del Louvre por unas cuantas pinturas sin valor. Basándome en la idea de Hitler respecto a la inviolabilidad de la colección estatal del Louvre, aseguré al intermediario francés que no tenía por qué ceder a aquella presión y que en caso necesario podía recurrir a mí. Göring renunció a sus deseos. Otro día, en Karinhall, me mostró sin el menor cargo de conciencia el famoso altar de Sterzing que Mussolini le había regalado en invierno de 1940, tras concertar el acuerdo sobre el Tirol meridional. El mismo Hitler se escandalizaba a menudo por los manejos del«segundo hombre» para reunir valiosos bienes artísticos, pero no se atrevió a enfrentarse a él. Hacia el final de la guerra, Göring nos invitó a Breker y a mí a comer en Karinhall,lo que supuso una rara excepción. La comida no fue demasiado fastuosa; lo único que me causó extrañeza fue que al final nos sirvieran a Breker y a mí un coñac corriente, mientras el criado de Göring le servía a él, con cierta solemnidad, de una botella vieja y polvorienta. —Este es sólo para mí —dijo sin el menor embarazo a sus invitados. A continuación se extendió en detalles sobre el palacio francés en el que se había confiscado aquel raro hallazgo. Luego, de un humor excelente, nos mostró los tesoros que se acumulaban en los sótanos de Karinhall. Entre ellos se encontraban valiosísimas obras antiguas procedentes del museo de Nápoles, que habían saqueado antes de la evacuación, a fines de 1943. Con el mismo orgullo de propietario, hizo abrir los armarios para dejarnos contemplar su tesoro de jabones y perfumes franceses, que sin duda le bastaría durante muchísimos años. Para concluir esta exhibición, nos mostró su colección de diamantes y piedras preciosas, cuyo valor ascendía a muchos cientos de miles de marcos. Las compras artísticas de Hitler cesaron en cuanto nombró al doctor Hans Posse,director de la pinacoteca de Dresde, como apoderado para la ampliación de los fondos de la de Linz. Hasta entonces, Hitler había escogido los objetos personalmente, a partir de los catálogos de las subastas. Sin embargo, al designar a dos o tres socios rivales para cada misión había sido víctima de su propio sistema.
Había llegado a ordenar por separado a su fotógrafo Hofmann y a uno de sus marchantes que pujaran sin límite. De este modo, los enviados de Hitler seguían compitiendo entre ellos cuando todos los demás ya se habían retirado, hasta que un día el subastador berlinés Hans Lange me llamó la atención sobre este significativo punto.
Poco tiempo después de haber nombrado a Posse, Hitler le mostró lo que había comprado hasta entonces, incluyendo la colección de Grützner, que guardaba en su refugio antiaéreo. Se colocaron butacas para Hitler, para Posse y para mí, y los cuadros fueron presentados por el personal de servicio de las SS. Hitler elogiaba sus favoritos con los adjetivos de siempre, pero Posse no se dejó impresionar por su posición ni por su cautivadora amabilidad. Rechazó desapasionadamente y con absoluta imparcialidad muchas de aquellas costosas adquisiciones: «Eso no sirve para nada»; «no responde a la categoría que yo pensaba dar a la pinacoteca.» Hitler aceptó sin reparos todas las críticas, como hacía siempre que se encontraba ante un especialista, aunque Posee desechó la mayoría de las obras de la escuela de Munich, tan querida por Hitler.
Estamos hablando de fines de 1943!!!. El VI ejército había sido aniquilado en Stalingrado, Kursk había fracasado, El Afrika Korps había sido destruido en África, los americanos habían conquistado medio Italia y miles de civiles morían a causa de los bombardeos, mientras los jerarcas nazis rapiñaban cuadros y robaban obras de arte. INCREÍBLE.
Continuará.
Había llegado a ordenar por separado a su fotógrafo Hofmann y a uno de sus marchantes que pujaran sin límite. De este modo, los enviados de Hitler seguían compitiendo entre ellos cuando todos los demás ya se habían retirado, hasta que un día el subastador berlinés Hans Lange me llamó la atención sobre este significativo punto.
Poco tiempo después de haber nombrado a Posse, Hitler le mostró lo que había comprado hasta entonces, incluyendo la colección de Grützner, que guardaba en su refugio antiaéreo. Se colocaron butacas para Hitler, para Posse y para mí, y los cuadros fueron presentados por el personal de servicio de las SS. Hitler elogiaba sus favoritos con los adjetivos de siempre, pero Posse no se dejó impresionar por su posición ni por su cautivadora amabilidad. Rechazó desapasionadamente y con absoluta imparcialidad muchas de aquellas costosas adquisiciones: «Eso no sirve para nada»; «no responde a la categoría que yo pensaba dar a la pinacoteca.» Hitler aceptó sin reparos todas las críticas, como hacía siempre que se encontraba ante un especialista, aunque Posee desechó la mayoría de las obras de la escuela de Munich, tan querida por Hitler.
Estamos hablando de fines de 1943!!!. El VI ejército había sido aniquilado en Stalingrado, Kursk había fracasado, El Afrika Korps había sido destruido en África, los americanos habían conquistado medio Italia y miles de civiles morían a causa de los bombardeos, mientras los jerarcas nazis rapiñaban cuadros y robaban obras de arte. INCREÍBLE.
Continuará.
Última edición por Super Mario el 26 Dic 2013, 06:15, editado 1 vez en total.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Para 1944 se habían gastado 36 millones de marcos en contrucción de Bunkers en Rastenburg, 13 millones en los de Pullach, y 150 millones en Bunkers gigantes en Bad Charlottenbrunn. Esas obras habían requerido 257.000 m3 de hormigón y 10.000 tn de acero y 1 millón de horas hombre.
Pero el jerarca de mayor rango que despilfarraba recursos era Göring. En 1941 hizo remodelar en Veldestein (en la Suiza francesa) un castillo como residencia de descanso. Y en 1942 hizo remodelar el castillo de Karinhall e invitó en el otoño a toda la jerarquía nazi y a la cúpula de gobierno a una fiesta inaugural. El ágape fue fastuoso. Mientras nuestros soldados peleaban en Stalingrado por intentar conquistarla, a 3.000km Göring nos mostraba el lujoso mobiliario con que había decorado las habitaciones, exhibía su colección de cuadros, mostraba el pesado cortinado y las suntuosas alfombras, y se pavoneaba con una inmensa araña de cristal.
Inclusive 1 año y medio después, el 12 de enero de 1944, con motivo del cumpleaños de Göring la flor y nata asistió al Palacio de Karinhall. Todos acudimos con los preciosos regalos que él esperaba: cigarros de Holanda, lingotes de oro de los Balcanes, cuadros de Francia y esculturas de gran valor. Göring me había hecho saber que como regalo de cumpleaños le gustaría un monumental busto de Hitler en mármol hecho por Breker. La mesa de regalos estaba ubicada en la gran Biblioteca y Göring se complacía en mostrarla a sus distinguidos invitados. Extendió también sobre la mesa los planos que había preparado su arquitecto sobre una nueva residencia palaciega.
En la mesa suntuosamente dispuesta en espléndido comedor unos criados vestidos con librea blanca sirvieron unos platos no muy abundantes.
… Después de comer los invitados se diseminaron por las amplias estancias de Karinhall. Yo me pregunté cómo haría Göring para mantener ese nivel de vida y pagar todo ese lujo. Tiempo después, Lorenz me contó que era común que botines rapiñados en los países conquistados (jabones, especias, telas, obras de arte, espejos, muebles) fueran entregados a los jerarcas nazis. Inclusive Milch me contó que recibió del mercado negro italiano un vagón lleno, que él decidió repartir entre sus colaboradores de su ministerio y no lucrar con la desgracia ajena.
Luego me enteré que Plagemann (Intendente del Ministerio del Aire) se encargaba de establecer este tipo de negocios con Göring, enviándole productos y objetos de todo tipo desde los países conquistados.
Al principio me molestó que trenes que eran importantes para el envío de pertrechos al frente, se destinaran para ese tipo de negocios ilegales. Pero luego me di cuenta que lo indignante no era el uso del tren, sino el robo y el enriquecimiento ilícito, mientras miles de soldados morían en el frente y millones de civiles se ajustaban el cinturón y sufrían privaciones de todo tipo.
Era tanto el nivel de hipocresía y corrupción que ni yo me había dado cuenta que mis juicios de valores se estaban modificando al no advertir que lo grave era el lucro de la desgracia ajena y no el uso de trenes para ese cometido (que también era indignante, pero en menor medida que el lucro).
Continuará
Pero el jerarca de mayor rango que despilfarraba recursos era Göring. En 1941 hizo remodelar en Veldestein (en la Suiza francesa) un castillo como residencia de descanso. Y en 1942 hizo remodelar el castillo de Karinhall e invitó en el otoño a toda la jerarquía nazi y a la cúpula de gobierno a una fiesta inaugural. El ágape fue fastuoso. Mientras nuestros soldados peleaban en Stalingrado por intentar conquistarla, a 3.000km Göring nos mostraba el lujoso mobiliario con que había decorado las habitaciones, exhibía su colección de cuadros, mostraba el pesado cortinado y las suntuosas alfombras, y se pavoneaba con una inmensa araña de cristal.
Inclusive 1 año y medio después, el 12 de enero de 1944, con motivo del cumpleaños de Göring la flor y nata asistió al Palacio de Karinhall. Todos acudimos con los preciosos regalos que él esperaba: cigarros de Holanda, lingotes de oro de los Balcanes, cuadros de Francia y esculturas de gran valor. Göring me había hecho saber que como regalo de cumpleaños le gustaría un monumental busto de Hitler en mármol hecho por Breker. La mesa de regalos estaba ubicada en la gran Biblioteca y Göring se complacía en mostrarla a sus distinguidos invitados. Extendió también sobre la mesa los planos que había preparado su arquitecto sobre una nueva residencia palaciega.
En la mesa suntuosamente dispuesta en espléndido comedor unos criados vestidos con librea blanca sirvieron unos platos no muy abundantes.
… Después de comer los invitados se diseminaron por las amplias estancias de Karinhall. Yo me pregunté cómo haría Göring para mantener ese nivel de vida y pagar todo ese lujo. Tiempo después, Lorenz me contó que era común que botines rapiñados en los países conquistados (jabones, especias, telas, obras de arte, espejos, muebles) fueran entregados a los jerarcas nazis. Inclusive Milch me contó que recibió del mercado negro italiano un vagón lleno, que él decidió repartir entre sus colaboradores de su ministerio y no lucrar con la desgracia ajena.
Luego me enteré que Plagemann (Intendente del Ministerio del Aire) se encargaba de establecer este tipo de negocios con Göring, enviándole productos y objetos de todo tipo desde los países conquistados.
Al principio me molestó que trenes que eran importantes para el envío de pertrechos al frente, se destinaran para ese tipo de negocios ilegales. Pero luego me di cuenta que lo indignante no era el uso del tren, sino el robo y el enriquecimiento ilícito, mientras miles de soldados morían en el frente y millones de civiles se ajustaban el cinturón y sufrían privaciones de todo tipo.
Era tanto el nivel de hipocresía y corrupción que ni yo me había dado cuenta que mis juicios de valores se estaban modificando al no advertir que lo grave era el lucro de la desgracia ajena y no el uso de trenes para ese cometido (que también era indignante, pero en menor medida que el lucro).
Continuará
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Bormann era el verdadero señor del Obersalzberg. Compró las centenarias haciendas rurales de la zona coaccionando a los propietarios y ordenó demolerlas, e hizo derribar también las numerosas cruces consagradas de los caminos, lo que levantó las protestas de la parroquia. También se adueñó de las zonas forestales del Estado, de modo que el terreno llegó a abarcar una superficie de siete kilómetros cuadrados que se extendía desde una montaña situada casi a 1.900 metros de altura hasta el valle, 600 metros más abajo. La cerca que rodeaba el recinto interior mediría unos tres kilómetros, mientras que la exterior debía de tener unos catorce.
Bormann, sin la menor sensibilidad por la naturaleza virgen, atravesó aquel maravilloso paisaje con una red de carreteras; los senderos del bosque, hasta entonces cubiertos de agujas de abeto, se convirtieron en paseos asfaltados. Con la misma rapidez que en una zona termal que de pronto se pone de moda, fueron surgiendo un cuartel, un garaje, un hotel para los invitados de Hitler, una nueva finca y una colonia para el número cada vez mayor de empleados. Se adosaban barracones a las pendientes de la montaña para alojar a los cientos de obreros de la construcción, los camiones que transportaban los materiales recorrían las carreteras, por las noches se iluminaban las obras artificialmente, pues se trabajaba en dos turnos, y de vez en cuando las detonaciones resonaban por el valle.
En la cumbre de la montaña privada de Hitler, Bormann construyó una casa lujosamente amueblada en estilo transatlántico dotado de cierto aire rural. Se llegaba a ella por una carretera de tendido audaz que desembocaba en un ascensor abierto en la roca. Sólo en aquel acceso a la casa, que Hitler utilizó en contadas ocasiones, Bormann gastó entre veinte y treinta millones de marcos. En el entorno de Hitler había espíritus burlones que comentaban:
—Aquí todo se hace como en una ciudad de buscadores de oro. Sólo que, en vez de encontrar oro, Bormann lo tira por la ventana.
Aunque Hitler lamentaba aquel ajetreo, decía:
—Es cosa de Bormann y yo no me quiero entrometer.
Y en otra ocasión dijo:
—Cuando todo esté terminado, me buscaré un valle tranquilo y volveré a construir una casita de madera como la primera.
Pero aquello no se acababa nunca. Bormann siempre tenía nuevas ideas, y cuando al final estalló la guerra comenzó a construir alojamientos subterráneos para Hitler y su séquito.
La obra gigantesca que se realizó en la montaña, y a pesar de sus críticas ocasionales por todo aquel dispendio, era característica de la transformación que se había operado en el estilo de vida de Hitler, y también de su tendencia a aislarse más y más del resto del mundo. No se puede explicar sólo por su temor a sufrir atentados, pues casi todos los días permitía que miles de personas penetraran en el recinto para expresarle su adhesión. Su escolta consideraba que esto era aún más peligroso que los paseos improvisados por los senderos públicos de montaña.
Continuará.
Bormann, sin la menor sensibilidad por la naturaleza virgen, atravesó aquel maravilloso paisaje con una red de carreteras; los senderos del bosque, hasta entonces cubiertos de agujas de abeto, se convirtieron en paseos asfaltados. Con la misma rapidez que en una zona termal que de pronto se pone de moda, fueron surgiendo un cuartel, un garaje, un hotel para los invitados de Hitler, una nueva finca y una colonia para el número cada vez mayor de empleados. Se adosaban barracones a las pendientes de la montaña para alojar a los cientos de obreros de la construcción, los camiones que transportaban los materiales recorrían las carreteras, por las noches se iluminaban las obras artificialmente, pues se trabajaba en dos turnos, y de vez en cuando las detonaciones resonaban por el valle.
En la cumbre de la montaña privada de Hitler, Bormann construyó una casa lujosamente amueblada en estilo transatlántico dotado de cierto aire rural. Se llegaba a ella por una carretera de tendido audaz que desembocaba en un ascensor abierto en la roca. Sólo en aquel acceso a la casa, que Hitler utilizó en contadas ocasiones, Bormann gastó entre veinte y treinta millones de marcos. En el entorno de Hitler había espíritus burlones que comentaban:
—Aquí todo se hace como en una ciudad de buscadores de oro. Sólo que, en vez de encontrar oro, Bormann lo tira por la ventana.
Aunque Hitler lamentaba aquel ajetreo, decía:
—Es cosa de Bormann y yo no me quiero entrometer.
Y en otra ocasión dijo:
—Cuando todo esté terminado, me buscaré un valle tranquilo y volveré a construir una casita de madera como la primera.
Pero aquello no se acababa nunca. Bormann siempre tenía nuevas ideas, y cuando al final estalló la guerra comenzó a construir alojamientos subterráneos para Hitler y su séquito.
La obra gigantesca que se realizó en la montaña, y a pesar de sus críticas ocasionales por todo aquel dispendio, era característica de la transformación que se había operado en el estilo de vida de Hitler, y también de su tendencia a aislarse más y más del resto del mundo. No se puede explicar sólo por su temor a sufrir atentados, pues casi todos los días permitía que miles de personas penetraran en el recinto para expresarle su adhesión. Su escolta consideraba que esto era aún más peligroso que los paseos improvisados por los senderos públicos de montaña.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
En verano de 1935, Hitler decidió ampliar su modesta casa de montaña para convertirla en el monumental Berghof, un palacio de montaña. El mismo costeó las obras, lo cual no era más que un simple gesto, pues Bormann gastó en las edificaciones adjuntas unas sumas que no tenían ni punto de comparación con las invertidas por Hitler.
Su actividad como constructor en el Obersalzberg no era lo único que unía a Bormann con Hitler; al contrario, supo hacerse también imprescindible como administrador de sus ingresos. Incluso los asistentes personales de Hitler dependían de Bormann, al igual que Eva Braun, según me confesó ella abiertamente, pues Hitler le había encargado que atendiera a sus necesidades, que eran bastante modestas.
Hitler elogiaba la habilidad financiera de Bormann. En una ocasión contó que este, durante el duro año 1932, había conseguido un gran beneficio para el Partido al establecer un seguro obligatorio de accidentes de trabajo. Los ingresos de esta caja auxiliar fueron bastante mayores que los gastos, y el excedente se dedicó a otros fines. También tuvieron su mérito los recursos que ideó, a partir de 1933, para acabar de una vez por todas con las preocupaciones económicas de Hitler. Encontró dos fuentes abundantes: junto con Hofmann, el fotógrafo de Hitler, y su amigo Ohnesorge, ministro de Comunicaciones, se le ocurrió que el hecho de figurar en los sellos de correos generaba unos derechos de imagen que tenían un valor monetario. Aunque este representaba un porcentaje mínimo sobre las ventas, como la efigie de Hitler aparecía en toda clase de valores, terminaron fluyendo a su bolsillo millones de marcos que Bormann se encargaba de administrar.
Por otra parte, Bormann creó la «Contribución Adolf Hitler de la Industria alemana». Los empresarios, que se habían visto muy favorecidos por la prosperidad económica, fueron invitados sin rodeos a demostrar su reconocimiento al Führer por medio de donativos voluntarios. Sin embargo, como otros altos funcionarios habían tenido ya la misma idea, Bormann se hizo con un decreto que le aseguraba el monopolio de aquella clase de donativos, aunque fue lo bastante inteligente para entregar una parte, por «encargo del Führer», a los distintos dignatarios del Partido, y casi todos recibieron gratificaciones procedentes de aquel fondo. A pesar de que estas eran insignificantes respecto al nivel de vida de los jefes nacionales y regionales, Bormann consiguió más poder que algunos cargos de la jerarquía gracias a ellas.
A partir de 1934, con su tenacidad característica, Bormann siguió otro sencillo principio: estar siempre lo más cerca posible de la fuente del favor y de la gracia. Acompañaba a Hitler al Berghof, iba con él de viaje y permanecía a su lado hasta altas horas de la madrugada cuando estaba en la Cancillería. Bormann se convirtió así en un secretario diligente que acabó siendo imprescindible. Parecía mostrarse obsequioso con todos y casi todo el mundo recurría a él, tanto por las prerrogativas que había ido adquiriendo como por la impresión que daba de actuar como intermediario de forma totalmente desinteresada, sólo en beneficio de Hitler. A Rudolf Hess, su inmediato superior, también le resultaba cómodo saber a este colaborador suyo cerca de Hitler.
Ya en aquella época, los que gozaban de algún poder se enfrentaban envidiosos unos a otros, como diadocos que se prepararan para suceder al emperador; muy pronto se produjeron frecuentes luchas entre Goebbels, Göring, Rosenberg, Ley, Himmler, Ribbentrop y Hess por mejorar su posición; únicamente Röhm se había quedado en el camino, y Hess iba a perder pronto su influencia. Sin embargo, ninguno de ellos se dio cuenta del peligro que representaba para todos el infatigable Bormann. Había conseguido que lo consideraran insignificante y había construido su bastión sin que nadie lo notara. Incluso entre tantos dignatarios sin conciencia, Bormann destacaba por su brutalidad y su falta de sentimientos; carente de ninguna clase de formación que le impusiera límites, siempre hacía cumplir lo que Hitler había ordenado o lo que él mismo quería deducir de sus insinuaciones. Subalterno por naturaleza, trataba a sus inferiores como si fueran vacas y bueyes; era un campesino.
Yo evitaba a Bormann; no nos gustamos nunca, aunque nos tratábamos correctamente, tal como lo exigía la atmósfera del Obersalzberg. A excepción de mi propio despacho, nunca proyecté ninguna obra para él.
Continuará.
Su actividad como constructor en el Obersalzberg no era lo único que unía a Bormann con Hitler; al contrario, supo hacerse también imprescindible como administrador de sus ingresos. Incluso los asistentes personales de Hitler dependían de Bormann, al igual que Eva Braun, según me confesó ella abiertamente, pues Hitler le había encargado que atendiera a sus necesidades, que eran bastante modestas.
Hitler elogiaba la habilidad financiera de Bormann. En una ocasión contó que este, durante el duro año 1932, había conseguido un gran beneficio para el Partido al establecer un seguro obligatorio de accidentes de trabajo. Los ingresos de esta caja auxiliar fueron bastante mayores que los gastos, y el excedente se dedicó a otros fines. También tuvieron su mérito los recursos que ideó, a partir de 1933, para acabar de una vez por todas con las preocupaciones económicas de Hitler. Encontró dos fuentes abundantes: junto con Hofmann, el fotógrafo de Hitler, y su amigo Ohnesorge, ministro de Comunicaciones, se le ocurrió que el hecho de figurar en los sellos de correos generaba unos derechos de imagen que tenían un valor monetario. Aunque este representaba un porcentaje mínimo sobre las ventas, como la efigie de Hitler aparecía en toda clase de valores, terminaron fluyendo a su bolsillo millones de marcos que Bormann se encargaba de administrar.
Por otra parte, Bormann creó la «Contribución Adolf Hitler de la Industria alemana». Los empresarios, que se habían visto muy favorecidos por la prosperidad económica, fueron invitados sin rodeos a demostrar su reconocimiento al Führer por medio de donativos voluntarios. Sin embargo, como otros altos funcionarios habían tenido ya la misma idea, Bormann se hizo con un decreto que le aseguraba el monopolio de aquella clase de donativos, aunque fue lo bastante inteligente para entregar una parte, por «encargo del Führer», a los distintos dignatarios del Partido, y casi todos recibieron gratificaciones procedentes de aquel fondo. A pesar de que estas eran insignificantes respecto al nivel de vida de los jefes nacionales y regionales, Bormann consiguió más poder que algunos cargos de la jerarquía gracias a ellas.
A partir de 1934, con su tenacidad característica, Bormann siguió otro sencillo principio: estar siempre lo más cerca posible de la fuente del favor y de la gracia. Acompañaba a Hitler al Berghof, iba con él de viaje y permanecía a su lado hasta altas horas de la madrugada cuando estaba en la Cancillería. Bormann se convirtió así en un secretario diligente que acabó siendo imprescindible. Parecía mostrarse obsequioso con todos y casi todo el mundo recurría a él, tanto por las prerrogativas que había ido adquiriendo como por la impresión que daba de actuar como intermediario de forma totalmente desinteresada, sólo en beneficio de Hitler. A Rudolf Hess, su inmediato superior, también le resultaba cómodo saber a este colaborador suyo cerca de Hitler.
Ya en aquella época, los que gozaban de algún poder se enfrentaban envidiosos unos a otros, como diadocos que se prepararan para suceder al emperador; muy pronto se produjeron frecuentes luchas entre Goebbels, Göring, Rosenberg, Ley, Himmler, Ribbentrop y Hess por mejorar su posición; únicamente Röhm se había quedado en el camino, y Hess iba a perder pronto su influencia. Sin embargo, ninguno de ellos se dio cuenta del peligro que representaba para todos el infatigable Bormann. Había conseguido que lo consideraran insignificante y había construido su bastión sin que nadie lo notara. Incluso entre tantos dignatarios sin conciencia, Bormann destacaba por su brutalidad y su falta de sentimientos; carente de ninguna clase de formación que le impusiera límites, siempre hacía cumplir lo que Hitler había ordenado o lo que él mismo quería deducir de sus insinuaciones. Subalterno por naturaleza, trataba a sus inferiores como si fueran vacas y bueyes; era un campesino.
Yo evitaba a Bormann; no nos gustamos nunca, aunque nos tratábamos correctamente, tal como lo exigía la atmósfera del Obersalzberg. A excepción de mi propio despacho, nunca proyecté ninguna obra para él.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
A mediados de 1943 Himmler me dijo que estaba dispuesto a enfrentar el poderío de los jefes regionales para de una vez por todas terminar con los privilegios y con las trabas burocráticas que aquejaban al tercer Reich.
Pero pronto comprendí que eso también era una quimera, porque a fines de 1943 le envié documentación a Himmler relativa a graves enfrentamientos con los Jefes Regionales, quienes habían desautorizados mis órdenes o directamente las habían ignorado, lo cual había ocasionado pérdidas o retrasos en la producción de armamentos.
Luego de varias semanas recibí la desagradable noticia de que mis críticas habían sido analizadas por Bormann, quien las había desestimados por improcedentes. Inclusive se le había dado la oportunidad a los Jefes Regionales de que se defendieran, quienes se habían encargado de explicar que la desobediencia a mis órdenes era totalmente justificadas, ya que ocasionarían un perjuicio a la sociedad civil, y ellos como delegados del pueblo debían velar por el bienestar de los ciudadanos alemanes.
Así pues Himmler fracasó estrepitosamente en intentar disciplinar a los Jefes regionales y asumir el control administrativo del Tercer Reich. Luego por intermedio de Hanke (jefe de la baja silesia) me contó que Himmler había pretendido atacar la soberanía de varios Jefes Regionales y que le había transmitido órdenes directas a oficiales de las SS, pero que éstos no habían podido doblegar a los Jefes Regionales porque contaban con protección directa del NSDAP.
Unos días después, al enterarse Bormann de la intención de Himmler de avanzar por sobre la autoridad de los Jefes Regionales, intercedió ante Hitler y obtuvo de este una orden que prohibía la intervención de Himmler, lo cual dejó demostrado que ni siquiera las SS podían quebrantar la unión entre el NSDAP y su Führer.
Con el correr de los meses los Jefes Regionales agravarían su radicalismo ideológico y su intransigencia, transformándose en una traba para la producción de armamentos.
… Con el correr de los meses, Bormann se fue transformando en un escollo que por culpa de su ambición personal se encargó de enfrentarme, quizás temeroso de que yo pudiera opacar su poder y su ambición de suceder algún día a Hitler. En la intimidad yo llamaba a Bormann ”el hombre con las tijeras de podar”, pues se dedicaba a impedir que nadie se destacara, y lo hacía con tesón, brutalidad y astucia. Siempre Bormann hizo todo lo que pudo para cercenar mi poder. A partir de octubre de 1943, los Jefes Regionales formaron un frente común contra mí, apoyados por Bormann y autoridades del NSDAP. Tal fue el éxito de sus trabas, que en varias oportunidades de 1944 tuve deseos de renunciar.
La lucha entre Bormann y yo siguió hasta el final de la guerra.
El siguiente capítulo Yo lo titulé INTRIGAS PALACIEGAS y en cierta forma está relacionado con las actitudes de Göring y Bormman.
Continuará.
Pero pronto comprendí que eso también era una quimera, porque a fines de 1943 le envié documentación a Himmler relativa a graves enfrentamientos con los Jefes Regionales, quienes habían desautorizados mis órdenes o directamente las habían ignorado, lo cual había ocasionado pérdidas o retrasos en la producción de armamentos.
Luego de varias semanas recibí la desagradable noticia de que mis críticas habían sido analizadas por Bormann, quien las había desestimados por improcedentes. Inclusive se le había dado la oportunidad a los Jefes Regionales de que se defendieran, quienes se habían encargado de explicar que la desobediencia a mis órdenes era totalmente justificadas, ya que ocasionarían un perjuicio a la sociedad civil, y ellos como delegados del pueblo debían velar por el bienestar de los ciudadanos alemanes.
Así pues Himmler fracasó estrepitosamente en intentar disciplinar a los Jefes regionales y asumir el control administrativo del Tercer Reich. Luego por intermedio de Hanke (jefe de la baja silesia) me contó que Himmler había pretendido atacar la soberanía de varios Jefes Regionales y que le había transmitido órdenes directas a oficiales de las SS, pero que éstos no habían podido doblegar a los Jefes Regionales porque contaban con protección directa del NSDAP.
Unos días después, al enterarse Bormann de la intención de Himmler de avanzar por sobre la autoridad de los Jefes Regionales, intercedió ante Hitler y obtuvo de este una orden que prohibía la intervención de Himmler, lo cual dejó demostrado que ni siquiera las SS podían quebrantar la unión entre el NSDAP y su Führer.
Con el correr de los meses los Jefes Regionales agravarían su radicalismo ideológico y su intransigencia, transformándose en una traba para la producción de armamentos.
… Con el correr de los meses, Bormann se fue transformando en un escollo que por culpa de su ambición personal se encargó de enfrentarme, quizás temeroso de que yo pudiera opacar su poder y su ambición de suceder algún día a Hitler. En la intimidad yo llamaba a Bormann ”el hombre con las tijeras de podar”, pues se dedicaba a impedir que nadie se destacara, y lo hacía con tesón, brutalidad y astucia. Siempre Bormann hizo todo lo que pudo para cercenar mi poder. A partir de octubre de 1943, los Jefes Regionales formaron un frente común contra mí, apoyados por Bormann y autoridades del NSDAP. Tal fue el éxito de sus trabas, que en varias oportunidades de 1944 tuve deseos de renunciar.
La lucha entre Bormann y yo siguió hasta el final de la guerra.
El siguiente capítulo Yo lo titulé INTRIGAS PALACIEGAS y en cierta forma está relacionado con las actitudes de Göring y Bormman.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
INTRIGAS PALACIEGAS DE SPEER , GOEBBELS Y LEY
* INTENTO DE SPEER DE DESPLAZAR A BORMANN Y LAMMERS
El 18 de febrero de 1943, Goebbels pronunció su discurso sobre la «guerra total». No habló sólo a la población, sino también, indirectamente, a las capas dirigentes, que no estaban dispuestas a unirse a nuestros esfuerzos por recurrir de forma radical a todas las reservas de la nación. En el fondo, se trataba de poner a Lammers y a los demás bajo la presión de la calle. Sólo había tenido ocasión de ver a un público tan excitado en los mejores actos de Hitler. De nuevo en su casa, Goebbels, para mi asombro, fue analizando el efecto psicológico de sus aparentes explosiones de emoción, como podría haberlo hecho un actor consumado. Aquella noche se mostró satisfecho con su auditorio. —¿Se ha dado usted cuenta? —me preguntó—. Reaccionaban al más leve matiz y aplaudían justo en el momento adecuado. Ha sido el público políticamente mejor formado que se pueda encontrar en Alemania. Las organizaciones del Partido habían reunido, entre otros, a intelectuales y actores populares, como Heinrich George, cuyas entusiásticas reacciones debían impresionar al pueblo cuando se transmitieran en los noticiarios. Pero el discurso también tenía un objetivo de política exterior, complementando el pensamiento militar de Hitler. Goebbelscreyó que con su discurso había emitido un impresionante llamamiento a las naciones occidentales, a las que invitó a recordar el peligro que representaba para Europa entera la amenaza del Este.
Unos días después se declaró muy satisfecho al comprobar que la prensa occidental comentaba precisamente estas frases de manera aprobadora. Goebbels abrigaba en aquella época la ambición de llegar a ministro de Asuntos Exteriores. Intentó, con toda su elocuencia, predisponer a Hitler contra Ribbentrop, y al principio pareció tener éxito. Al menos Hitler escuchó en silencio sus explicaciones sindesviar, como solía, la conversación hacia temas menos desagradables. Goebbels ya se creía cerca del triunfo cuando Hitler comenzó inesperadamente a elogiar el magnífico trabajo de Ribbentrop y su habilidad para negociar con los «aliados», y terminó afirmando de forma terminante: —Tiene usted un concepto muy equivocado de Ribbentrop. Es uno de los hombres más grandes que tenemos, y llegará el día en que la Historia lo situará por encima de Bismarck. Es más grande que Bismarck. Al mismo tiempo, prohibió a Goebbels que continuara extendiendo sus tentáculos hacia Occidente como había hecho en su discurso del Palacio de Deportes. No obstante, a aquel discurso lo siguió un gesto que contó con el aplauso del pueblo: Goebbels hizo cerrar todos los restaurantes de lujo y los lugares de esparcimiento más caros de Berlín. Göring acudió enseguida a proteger su restaurante favorito, el Horcher; pero cuando aparecieron algunos manifestantes enviados por Goebbels, dispuestos a destrozar los cristales del establecimiento, tuvo que ceder. El asunto originó una grave desavenencia entre ellos. La noche después de que pronunciara su discurso sobre la guerra total hubo muchas personalidades de visita en casa de Goebbels, un palacio que había hecho levantar, poco antes de comenzar la guerra, cerca de la Puerta de Brandenburgo. Entre ellos se hallaban el mariscal Milch, el ministro de Justicia Thierack, el subsecretario del Interior Stuckart y el subsecretario Körner, además de Funk y Ley. Allí se discutió por primera vez una propuesta de Milch y mía: emplear los poderes de Göring como «presidente del Consejo de Ministros para la defensa del Reich» para fortalecer la política interior. Nueve días después, Goebbels nos invitó de nuevo a Funk, Ley y a mí.
El descomunal edificio, con su costosa decoración, causaba ahora una impresión sombría, porque, para predicar con el ejemplo en la «guerra total», Goebbels había hecho cerrar los grandes salones destinados a fines de representación y quitar la mayoría de las bombillas del resto de salas y habitaciones. Se nos invitó a entrar en una de las salas más pequeñas, de entre cuarenta y cincuenta metros cuadrados. Criados vestidos de librea sirvieron coñac francés y té; luego, Goebbels les indicó que nos dejaran solos. —Las cosas no pueden seguir así —empezó—. Nosotros estamos en Berlín, Hitler no se entera de lo que tenemos que decir sobre la situación, y yo no puedo influir en él; ni siquiera puedo exponerle las medidas más urgentes que deben tomarse. Todo pasa a través de Bormann. Tenemos que hacer que Hitler venga a Berlín más a menudo. Goebbels siguió diciendo que la política interior se le había escapado completamente de las manos. Ahora la dominaba Bormann, un hombre que sabía dar a Hitler la sensación de que era él quien seguía llevando las riendas. A Bormann sólo lo movía la ambición, era doctrinario y un gran peligro para toda evolución sensata. En primer lugar había que disminuir su influencia. Muy en contra de su costumbre, Goebbels ni siquiera excluyó a Hitler de sus constataciones críticas: —¡No sólo tenemos una «crisis de jefatura», sino, en sentido estricto, una «crisis del Führer»!
Para él, político nato, era incomprensible que Hitler hubiera abandonado la política, un instrumento tan importante, para ocuparse de ejercer el mando respecto al desarrollo de la guerra, una función en el fondo trivial. Nosotros no pudimos más que asentir; ninguno de los presentes se podía comparar con Goebbels en cuanto a peso político. Su crítica ponía de manifiesto lo que significaba realmente Stalingrado. Goebbels había comenzado a dudar de la buena estrella de Hitler y, por consiguiente, de la victoria, y nosotros con él. Repetí mi propuesta de hacer que Göring desempeñara la función que se había previsto para él al comienzo de la guerra. De hacerlo, habría dispuesto de plenos poderes; incluso tenía el derecho de promulgar leyes sin el consentimiento de Hitler. Con su ayuda podríamos quebrantar la posición de poder de Bormann y Lammers, quienes no tendrían más remedio que someterse a esta instancia, lo que abriría grandes posibilidades. Pero como Göring y Goebbels estaban enemistados por el incidente del restaurante Horcher, los presentes me pidieron que fuera yo quien hablara con él. La elección de este hombre, que llevaba años vegetando en la apatía y el lujo, puede resultar sorprendente para el observador actual, teniendo en cuenta que aquel constituía un último intento de movilizar todas nuestras fuerzas. Pero es que Göring, que no había sido siempre así, conservaba la fama de ser el hombre enérgico e inteligente, aunque violento, que en su día organizó la Luftwaffe y el Plan Cuatrienal. Yo no excluía queGöring, espoleado por una misión, pudiera recuperar algo de su antigua energía irreflexiva. Y si no, pensábamos, el Consejo de Ministros para la Defensa del Reich era el instrumento que nos permitiría adoptar decisiones radicales.
Sólo ahora, al echar una mirada retrospectiva, me doy cuenta de que una merma del poder de Bormann y Lammers apenas habría modificado nada, pues el cambio de rumbo y la intrigas placiegas no deberían haber sido contra Bormann y Lammers, sino directamente contra Hitler, lo cual en ese momento era inconcebible y ninguno de nosotros se hubiera atrevido.
Continuará.
* INTENTO DE SPEER DE DESPLAZAR A BORMANN Y LAMMERS
El 18 de febrero de 1943, Goebbels pronunció su discurso sobre la «guerra total». No habló sólo a la población, sino también, indirectamente, a las capas dirigentes, que no estaban dispuestas a unirse a nuestros esfuerzos por recurrir de forma radical a todas las reservas de la nación. En el fondo, se trataba de poner a Lammers y a los demás bajo la presión de la calle. Sólo había tenido ocasión de ver a un público tan excitado en los mejores actos de Hitler. De nuevo en su casa, Goebbels, para mi asombro, fue analizando el efecto psicológico de sus aparentes explosiones de emoción, como podría haberlo hecho un actor consumado. Aquella noche se mostró satisfecho con su auditorio. —¿Se ha dado usted cuenta? —me preguntó—. Reaccionaban al más leve matiz y aplaudían justo en el momento adecuado. Ha sido el público políticamente mejor formado que se pueda encontrar en Alemania. Las organizaciones del Partido habían reunido, entre otros, a intelectuales y actores populares, como Heinrich George, cuyas entusiásticas reacciones debían impresionar al pueblo cuando se transmitieran en los noticiarios. Pero el discurso también tenía un objetivo de política exterior, complementando el pensamiento militar de Hitler. Goebbelscreyó que con su discurso había emitido un impresionante llamamiento a las naciones occidentales, a las que invitó a recordar el peligro que representaba para Europa entera la amenaza del Este.
Unos días después se declaró muy satisfecho al comprobar que la prensa occidental comentaba precisamente estas frases de manera aprobadora. Goebbels abrigaba en aquella época la ambición de llegar a ministro de Asuntos Exteriores. Intentó, con toda su elocuencia, predisponer a Hitler contra Ribbentrop, y al principio pareció tener éxito. Al menos Hitler escuchó en silencio sus explicaciones sindesviar, como solía, la conversación hacia temas menos desagradables. Goebbels ya se creía cerca del triunfo cuando Hitler comenzó inesperadamente a elogiar el magnífico trabajo de Ribbentrop y su habilidad para negociar con los «aliados», y terminó afirmando de forma terminante: —Tiene usted un concepto muy equivocado de Ribbentrop. Es uno de los hombres más grandes que tenemos, y llegará el día en que la Historia lo situará por encima de Bismarck. Es más grande que Bismarck. Al mismo tiempo, prohibió a Goebbels que continuara extendiendo sus tentáculos hacia Occidente como había hecho en su discurso del Palacio de Deportes. No obstante, a aquel discurso lo siguió un gesto que contó con el aplauso del pueblo: Goebbels hizo cerrar todos los restaurantes de lujo y los lugares de esparcimiento más caros de Berlín. Göring acudió enseguida a proteger su restaurante favorito, el Horcher; pero cuando aparecieron algunos manifestantes enviados por Goebbels, dispuestos a destrozar los cristales del establecimiento, tuvo que ceder. El asunto originó una grave desavenencia entre ellos. La noche después de que pronunciara su discurso sobre la guerra total hubo muchas personalidades de visita en casa de Goebbels, un palacio que había hecho levantar, poco antes de comenzar la guerra, cerca de la Puerta de Brandenburgo. Entre ellos se hallaban el mariscal Milch, el ministro de Justicia Thierack, el subsecretario del Interior Stuckart y el subsecretario Körner, además de Funk y Ley. Allí se discutió por primera vez una propuesta de Milch y mía: emplear los poderes de Göring como «presidente del Consejo de Ministros para la defensa del Reich» para fortalecer la política interior. Nueve días después, Goebbels nos invitó de nuevo a Funk, Ley y a mí.
El descomunal edificio, con su costosa decoración, causaba ahora una impresión sombría, porque, para predicar con el ejemplo en la «guerra total», Goebbels había hecho cerrar los grandes salones destinados a fines de representación y quitar la mayoría de las bombillas del resto de salas y habitaciones. Se nos invitó a entrar en una de las salas más pequeñas, de entre cuarenta y cincuenta metros cuadrados. Criados vestidos de librea sirvieron coñac francés y té; luego, Goebbels les indicó que nos dejaran solos. —Las cosas no pueden seguir así —empezó—. Nosotros estamos en Berlín, Hitler no se entera de lo que tenemos que decir sobre la situación, y yo no puedo influir en él; ni siquiera puedo exponerle las medidas más urgentes que deben tomarse. Todo pasa a través de Bormann. Tenemos que hacer que Hitler venga a Berlín más a menudo. Goebbels siguió diciendo que la política interior se le había escapado completamente de las manos. Ahora la dominaba Bormann, un hombre que sabía dar a Hitler la sensación de que era él quien seguía llevando las riendas. A Bormann sólo lo movía la ambición, era doctrinario y un gran peligro para toda evolución sensata. En primer lugar había que disminuir su influencia. Muy en contra de su costumbre, Goebbels ni siquiera excluyó a Hitler de sus constataciones críticas: —¡No sólo tenemos una «crisis de jefatura», sino, en sentido estricto, una «crisis del Führer»!
Para él, político nato, era incomprensible que Hitler hubiera abandonado la política, un instrumento tan importante, para ocuparse de ejercer el mando respecto al desarrollo de la guerra, una función en el fondo trivial. Nosotros no pudimos más que asentir; ninguno de los presentes se podía comparar con Goebbels en cuanto a peso político. Su crítica ponía de manifiesto lo que significaba realmente Stalingrado. Goebbels había comenzado a dudar de la buena estrella de Hitler y, por consiguiente, de la victoria, y nosotros con él. Repetí mi propuesta de hacer que Göring desempeñara la función que se había previsto para él al comienzo de la guerra. De hacerlo, habría dispuesto de plenos poderes; incluso tenía el derecho de promulgar leyes sin el consentimiento de Hitler. Con su ayuda podríamos quebrantar la posición de poder de Bormann y Lammers, quienes no tendrían más remedio que someterse a esta instancia, lo que abriría grandes posibilidades. Pero como Göring y Goebbels estaban enemistados por el incidente del restaurante Horcher, los presentes me pidieron que fuera yo quien hablara con él. La elección de este hombre, que llevaba años vegetando en la apatía y el lujo, puede resultar sorprendente para el observador actual, teniendo en cuenta que aquel constituía un último intento de movilizar todas nuestras fuerzas. Pero es que Göring, que no había sido siempre así, conservaba la fama de ser el hombre enérgico e inteligente, aunque violento, que en su día organizó la Luftwaffe y el Plan Cuatrienal. Yo no excluía queGöring, espoleado por una misión, pudiera recuperar algo de su antigua energía irreflexiva. Y si no, pensábamos, el Consejo de Ministros para la Defensa del Reich era el instrumento que nos permitiría adoptar decisiones radicales.
Sólo ahora, al echar una mirada retrospectiva, me doy cuenta de que una merma del poder de Bormann y Lammers apenas habría modificado nada, pues el cambio de rumbo y la intrigas placiegas no deberían haber sido contra Bormann y Lammers, sino directamente contra Hitler, lo cual en ese momento era inconcebible y ninguno de nosotros se hubiera atrevido.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Para peor Göring en 1943 ya no gozaba del prestigio y la estima de Hitler. Los ataques masivos de la aviación enemiga, que se habían sucedido de manera continua durante semanas sin encontrar apenas oposición, debilitaron aún más la quebrantada posición de Göring. Cuando se mencionaba su nombre, Hitler se perdía en irritadas acusaciones contra los fallos de la estrategia aérea, y aquel día expresó repetidamente el temor de que si proseguían los bombardeos no sólo llegarían a destruir las ciudades, sino que también podrían infligir un daño irreparable en la moral del pueblo alemán; era víctima del mismo error que cometían los estrategas británicos en los bombardeos del territorio enemigo. Hitler nos invitó a Goebbels y a mí a comer. Resulta curioso que en tales ocasiones no invitara también a Bormann, que de ordinario le resultaba imprescindible; lo trataba como a un simple secretario. Estimulado por Goebbels, se mostró más enérgico y conversador de lo que solía observar en mis visitas al cuartel general. Hitler aprovechó la ocasión para desahogarse, y, como casi siempre, hizo manifestaciones despectivas respecto a casi todos sus colaboradores, a excepción de nosotros, que estábamos presentes.
Después de la comida me pidieron que los dejara solos y pasaron juntos varias horas. No volví a ver a Hitler hasta la hora de la reunión estratégica. Después cenamos los tres juntos. Hitler hizo encender la chimenea. El criado trajo una botella de vino para nosotros y Fachinger para Hitler. Estuvimos reunidos hasta primeras horas de la madrugada en un ambiente distendido, casi agradable. Yo hablé muy poco, pues Goebbels sabía cómo entretener a Hitler; con gran elocuencia, frases brillantes, ironía en el momento adecuado, muestras de admiración allí donde Hitler las esperaba y sentimentalismo cuando la ocasión lo exigía, además de rumores y aventuras amorosas. Lo mezclaba todo magistralmente: teatro, películas y viejos tiempos. Y Hitler, como siempre, pedía a Goebbels que le contara muchas cosas sobre sus hijos; también esta noche las palabras de los pequeños, sus juegos preferidos y sus observaciones muchas veces acertadas lo distrajeron de sus preocupaciones. Cuando Goebbels acertaba a emplear el recuerdo de los viejos tiempos de dificultades y su posterior superación para robustecer la confianza de Hitler en sí mismo y halagar su orgullo, que tan pocas satisfacciones encontraba en la sobriedad del trato militar, Hitler, por su parte, se mostraba agradecido elogiando los servicios prestados por su ministro de Propaganda, con lo que aumentaba a su vez la confianza de este. En el Tercer Reich, la gente gustaba de hacerse alabanzas mutuas y de acreditarse unos a otros sin cesar.
A pesar de todo, Goebbels y yo habíamos acordado mencionar nuestros proyectos para impulsar el Consejo de Ministros para la Defensa del Reich. Ya se había creado un ambiente apropiado para nuestro objetivo, que debía exponerse con mucho cuidado paraque Hitler no lo consideraba una crítica indirecta a su manera de gobernar, cuando aquella situación idílica ante el fuego se vio bruscamente interrumpida por la noticia de que se había lanzado un duro ataque aéreo contra Nuremberg. Como si presintiera nuestros propósitos, o quizá advertido por Bormann, Hitler hizo una escena que pocas veces había tenido ocasión de presenciar. Mandó sacar inmediatamente de la cama al general de brigada Bodenschatz, asistente en jefe de Göring, y lo colmó de durísimos reproches contra el «inepto mariscal del Reich». Goebbels y yo tratamos de calmarlo y finalmente conseguimos que se moderara. Sin embargo, nuestro trabajo preparatorio no nos llevó a ningún sitio; también a Goebbels le pareció aconsejable abandonar el tema por el momento, aunque todas las expresiones de reconocimiento de Hitler hicieron que sintiera muy reforzada su posición política. No volvió a hablar de «crisis del Führer». Al contrario, parecía como si aquella noche hubiera recuperado su antigua confianza en él. Con todo, decidió que la lucha contra Bormann debía proseguir. El 17 de marzo, Goebbels, Funk, Ley y yo nos reunimos con Göring en su palacio de la Leipziger Platz de Berlín.
Göring nos recibió de manera oficial en su despacho, sentado en su butaca estilo Renacimiento tras una mesa descomunal. Los demás nos sentamos frente a él en incómodas sillas. Por el momento, la cordialidad del Obersalzberg había desaparecido; parecía como si Göring hubiera lamentado a posteriores u franqueza. Sin embargo, mientras los demás permanecíamos sentados casi sin hablar, Göring y Goebbels no tardaron en enzarzarse en una conversación en la que pintaron con vivos colores los peligros que suponía el triunvirato que rodeaba a Hitler, perdiéndose en esperanzas e ilusiones sobre nuestras posibilidades de librarlo de su aislamiento. Goebbels parecía haber olvidado por completo el desprecio que Hitler había manifestado hacia Göring unos días antes. Ambos veían la meta ante sus ojos. Göring, alternando como siempre la apatía con la euforia, minimizaba la influencia de la camarilla del cuartel general:
—¡Tampoco tenemos que sobrevalorarlos, señor Goebbels! En realidad, Bormann y Keitel no son sino secretarios del Führer. No sé qué se habrán creído. ¡En cuanto a poder oficial, son unos ceros a la izquierda!
Continuará.
Después de la comida me pidieron que los dejara solos y pasaron juntos varias horas. No volví a ver a Hitler hasta la hora de la reunión estratégica. Después cenamos los tres juntos. Hitler hizo encender la chimenea. El criado trajo una botella de vino para nosotros y Fachinger para Hitler. Estuvimos reunidos hasta primeras horas de la madrugada en un ambiente distendido, casi agradable. Yo hablé muy poco, pues Goebbels sabía cómo entretener a Hitler; con gran elocuencia, frases brillantes, ironía en el momento adecuado, muestras de admiración allí donde Hitler las esperaba y sentimentalismo cuando la ocasión lo exigía, además de rumores y aventuras amorosas. Lo mezclaba todo magistralmente: teatro, películas y viejos tiempos. Y Hitler, como siempre, pedía a Goebbels que le contara muchas cosas sobre sus hijos; también esta noche las palabras de los pequeños, sus juegos preferidos y sus observaciones muchas veces acertadas lo distrajeron de sus preocupaciones. Cuando Goebbels acertaba a emplear el recuerdo de los viejos tiempos de dificultades y su posterior superación para robustecer la confianza de Hitler en sí mismo y halagar su orgullo, que tan pocas satisfacciones encontraba en la sobriedad del trato militar, Hitler, por su parte, se mostraba agradecido elogiando los servicios prestados por su ministro de Propaganda, con lo que aumentaba a su vez la confianza de este. En el Tercer Reich, la gente gustaba de hacerse alabanzas mutuas y de acreditarse unos a otros sin cesar.
A pesar de todo, Goebbels y yo habíamos acordado mencionar nuestros proyectos para impulsar el Consejo de Ministros para la Defensa del Reich. Ya se había creado un ambiente apropiado para nuestro objetivo, que debía exponerse con mucho cuidado paraque Hitler no lo consideraba una crítica indirecta a su manera de gobernar, cuando aquella situación idílica ante el fuego se vio bruscamente interrumpida por la noticia de que se había lanzado un duro ataque aéreo contra Nuremberg. Como si presintiera nuestros propósitos, o quizá advertido por Bormann, Hitler hizo una escena que pocas veces había tenido ocasión de presenciar. Mandó sacar inmediatamente de la cama al general de brigada Bodenschatz, asistente en jefe de Göring, y lo colmó de durísimos reproches contra el «inepto mariscal del Reich». Goebbels y yo tratamos de calmarlo y finalmente conseguimos que se moderara. Sin embargo, nuestro trabajo preparatorio no nos llevó a ningún sitio; también a Goebbels le pareció aconsejable abandonar el tema por el momento, aunque todas las expresiones de reconocimiento de Hitler hicieron que sintiera muy reforzada su posición política. No volvió a hablar de «crisis del Führer». Al contrario, parecía como si aquella noche hubiera recuperado su antigua confianza en él. Con todo, decidió que la lucha contra Bormann debía proseguir. El 17 de marzo, Goebbels, Funk, Ley y yo nos reunimos con Göring en su palacio de la Leipziger Platz de Berlín.
Göring nos recibió de manera oficial en su despacho, sentado en su butaca estilo Renacimiento tras una mesa descomunal. Los demás nos sentamos frente a él en incómodas sillas. Por el momento, la cordialidad del Obersalzberg había desaparecido; parecía como si Göring hubiera lamentado a posteriores u franqueza. Sin embargo, mientras los demás permanecíamos sentados casi sin hablar, Göring y Goebbels no tardaron en enzarzarse en una conversación en la que pintaron con vivos colores los peligros que suponía el triunvirato que rodeaba a Hitler, perdiéndose en esperanzas e ilusiones sobre nuestras posibilidades de librarlo de su aislamiento. Goebbels parecía haber olvidado por completo el desprecio que Hitler había manifestado hacia Göring unos días antes. Ambos veían la meta ante sus ojos. Göring, alternando como siempre la apatía con la euforia, minimizaba la influencia de la camarilla del cuartel general:
—¡Tampoco tenemos que sobrevalorarlos, señor Goebbels! En realidad, Bormann y Keitel no son sino secretarios del Führer. No sé qué se habrán creído. ¡En cuanto a poder oficial, son unos ceros a la izquierda!
Continuará.
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Lo que más parecía inquietar a Goebbels era que Bormann pudiera utilizar su contacto directo con los jefes regionales para organizar en todo el Reich focos de resistencia contra nuestras aspiraciones. Recuerdo cómo intentó movilizar a Ley, en su calidad de jefe de Organización del Partido, contra Bormann, y finalmente propuso que el Consejo de Ministros para la Defensa del Reich gozara del derecho de emplazar a los jefes regionales para pedirles cuentas sobre sus actividades. Propuso que se celebraran reuniones cada semana y, sabiendo que Göring difícilmente acudiría a ellas con tanta frecuencia, añadió que podía hacerse cargo de la presidencia en funciones en el caso deque aquel no pudiera asistir a alguna.
Sin ver sus intenciones, Göring dio su consentimiento. Las viejas rivalidades seguían actuando en la gran lucha por el poder. Hacía ya mucho tiempo que los obreros que Sauckel decía proporcionar a la industria yque solía anunciar a Hitler con pretenciosas explicaciones no concordaban con el número real de trabajadores que había en las fábricas. La diferencia era de unos cientos de miles de personas. Así pues, propuse a nuestra coalición unir las fuerzas para obligar a Sauckel, la avanzadilla de Bormann, a facilitar datos fidedignos. Por orden de Hitler se había construido cerca de Berchtesgaden un gran edificio en estilo rural bávaro para alojar la Cancillería del Reich. Lammers y sus más estrechos colaboradores despachaban en él los asuntos de la Cancillería durante las largas estancias de Hitler en el Obersalzberg. A través del señor de la casa, Lammers, Göring convocó anuestro grupo, junto con Sauckel y Milch, en la sala de reuniones para el día 12 de abrilde 1943. Antes de comenzar la sesión, Milch y yo repetimos a Göring nuestras aspiraciones. El se frotó las manos y dijo:
—¡Ya veréis cómo os lo arreglo!
Pero, sorprendentemente, Himmler, Bormann y Keitel también acudieron a la reunión. Para colmo de desgracias, nuestro aliado Goebbels se disculpó diciendo que poco antes de llegar a Berchtesgaden había sufrido un cólico nefrítico y guardaba cama en su coche especial. Aún hoy sigo sin saber si se debió a su buen olfato.
Aquel día se acabó nuestra alianza. Sauckel puso en duda que faltaran 2. 100. 000 trabajadores, se remitió a los buenos resultados de su trabajo, con el que había cubierto todas las necesidades planteadas, y se mostró colérico cuando le dije que sus cifras no se ajustaban a la realidad.
Milch y yo esperábamos que Göring pidiera aclaraciones a Sauckel y que, acto seguido, lo obligara a modificar su política de reclutamiento de trabajadores. Pero en vez de eso, y para horror nuestro, Göring inició un vivo ataque contra Milch e, indirectamente, contra mí. Dijo que era increíble que Milch causara tales dificultades. ¡Nuestro buen compañero Sauckel, que trabajaba con tanto afán y había logrado tales éxitos. . . ! Desde luego, él le estaba muy agradecido. Milch, sencillamente, se mostraba ciego ante los logros de Sauckel. . . Parecía como si Göring hubiese puesto en el gramófono un disco equivocado. En la larga discusión que siguió sobre los trabajadores que faltaban, cada uno de los ministros asistentes dio su opinión al respecto, aunque no sabían nada del tema. Himmler dijo muy en serio que a lo mejor aquellos cientos de miles de obreros habían muerto. La reunión resultó un fracaso. No sólo no conseguimos poner en claro la cuestión de la mano de obra que faltaba, sino que también fracasó la batalla contra Bormann. Al terminar, Göring me llevó aparte y me dijo:
—Sé que a usted le gusta trabajar con Milch, mi subsecretario. Pero quisiera prevenirlo amistosamente contra él. No es de fiar y, cuando se trata de su propio interés, no respeta ni al mejor de sus amigos.
Informé a Milch de estas palabras enseguida y se echó a reír: —Hace unos días, Göring me dijo exactamente lo mismo de ti.
Leo y releo las jugosas anécdotas que cuenta Speer y cuesta creer el nivel de hipocresía, las intrigas y las actitudes egoístas y miserables de los jerarcas nazis. Alemania se hundía, miles de soldados daban su vida en el frente, la población padecía penurias, pero ellos peleaban por parcelas de poder de un gobierno condenado a muerte. Parecen esos pordioseros que se pelean en un basural por una porción de basura.
Continuará.
Sin ver sus intenciones, Göring dio su consentimiento. Las viejas rivalidades seguían actuando en la gran lucha por el poder. Hacía ya mucho tiempo que los obreros que Sauckel decía proporcionar a la industria yque solía anunciar a Hitler con pretenciosas explicaciones no concordaban con el número real de trabajadores que había en las fábricas. La diferencia era de unos cientos de miles de personas. Así pues, propuse a nuestra coalición unir las fuerzas para obligar a Sauckel, la avanzadilla de Bormann, a facilitar datos fidedignos. Por orden de Hitler se había construido cerca de Berchtesgaden un gran edificio en estilo rural bávaro para alojar la Cancillería del Reich. Lammers y sus más estrechos colaboradores despachaban en él los asuntos de la Cancillería durante las largas estancias de Hitler en el Obersalzberg. A través del señor de la casa, Lammers, Göring convocó anuestro grupo, junto con Sauckel y Milch, en la sala de reuniones para el día 12 de abrilde 1943. Antes de comenzar la sesión, Milch y yo repetimos a Göring nuestras aspiraciones. El se frotó las manos y dijo:
—¡Ya veréis cómo os lo arreglo!
Pero, sorprendentemente, Himmler, Bormann y Keitel también acudieron a la reunión. Para colmo de desgracias, nuestro aliado Goebbels se disculpó diciendo que poco antes de llegar a Berchtesgaden había sufrido un cólico nefrítico y guardaba cama en su coche especial. Aún hoy sigo sin saber si se debió a su buen olfato.
Aquel día se acabó nuestra alianza. Sauckel puso en duda que faltaran 2. 100. 000 trabajadores, se remitió a los buenos resultados de su trabajo, con el que había cubierto todas las necesidades planteadas, y se mostró colérico cuando le dije que sus cifras no se ajustaban a la realidad.
Milch y yo esperábamos que Göring pidiera aclaraciones a Sauckel y que, acto seguido, lo obligara a modificar su política de reclutamiento de trabajadores. Pero en vez de eso, y para horror nuestro, Göring inició un vivo ataque contra Milch e, indirectamente, contra mí. Dijo que era increíble que Milch causara tales dificultades. ¡Nuestro buen compañero Sauckel, que trabajaba con tanto afán y había logrado tales éxitos. . . ! Desde luego, él le estaba muy agradecido. Milch, sencillamente, se mostraba ciego ante los logros de Sauckel. . . Parecía como si Göring hubiese puesto en el gramófono un disco equivocado. En la larga discusión que siguió sobre los trabajadores que faltaban, cada uno de los ministros asistentes dio su opinión al respecto, aunque no sabían nada del tema. Himmler dijo muy en serio que a lo mejor aquellos cientos de miles de obreros habían muerto. La reunión resultó un fracaso. No sólo no conseguimos poner en claro la cuestión de la mano de obra que faltaba, sino que también fracasó la batalla contra Bormann. Al terminar, Göring me llevó aparte y me dijo:
—Sé que a usted le gusta trabajar con Milch, mi subsecretario. Pero quisiera prevenirlo amistosamente contra él. No es de fiar y, cuando se trata de su propio interés, no respeta ni al mejor de sus amigos.
Informé a Milch de estas palabras enseguida y se echó a reír: —Hace unos días, Göring me dijo exactamente lo mismo de ti.
Leo y releo las jugosas anécdotas que cuenta Speer y cuesta creer el nivel de hipocresía, las intrigas y las actitudes egoístas y miserables de los jerarcas nazis. Alemania se hundía, miles de soldados daban su vida en el frente, la población padecía penurias, pero ellos peleaban por parcelas de poder de un gobierno condenado a muerte. Parecen esos pordioseros que se pelean en un basural por una porción de basura.
Continuará.
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Los intentos de Göring para sembrar la desconfianza eran justo lo contrario de lo que habíamos convenido: formar un bloque. Por pura desconfianza, las amistades se consideraban una amenaza. Algunos días después de esta reunión, Milch me dijo que Göring había caído en desgracia porque la Gestapo había obtenido pruebas de su adicción a la morfina. Hacía tiempo que Milch me había hecho notar la dilatación de sus pupilas. Durante el proceso de Nuremberg mi abogado, el doctor Fläschner, me confirmó que era morfinómano desde antes de 1933: él mismo lo había defendido en un proceso incoado contra él por empleo irregular de morfina.
Es probable que los motivos económicos tuvieran que ver con el fracaso de nuestro proyecto de movilizar a Göring contra Bormann, pues, según se desprende de uno de los documentos de Nuremberg, Bormann había entregado a Göring seis millones de marcos procedentes de la “Contribución Adolf Hitler de la Industria alemana”.
Al día siguiente Göring había dispuesto celebrar una conferencia sobre el programa de radares que terminó con un fracaso semejante. De nuevo hizo gala de un espléndido humor y de una actitud mayestática mientras, sin el menor conocimiento del asunto, propinaba una lección tras otra a los especialistas presentes, terminando con una nube de disposiciones. Después de que abandonara la reunión, el trabajo fue mío para remediar todos aquellos desaguisados sin desautorizarlo explícitamente. De todos modos, el episodio fue tan grave que me vi obligado a informar a Hitler, quien convocó en el cuartel general a los industriales del ramo tan pronto como pudo (el 13 de mayo de 1943) con objeto de restablecer el prestigio del Gobierno.
Ahora Bormann tenía más poder. Aunque debía de haberse enterado de mi fracasado intento de destronarlo, como después de todo no podía saber si no llegaría el díaen que pudiera necesitarme, se mostraba muy amable conmigo e insinuó que podía hacer lo mismo que Goebbels: ponerme de su lado. No obstante, el precio me pareció demasiado alto: habría terminado dependiendo de él.
También Goebbels siguió manteniendo un estrecho contacto conmigo, pues todavía teníamos un objetivo común: acaparar todas las reservas nacionales, sin reparar en los medios. Seguro que me mostré demasiado confiado con él; me cautivaban su deslumbrante cordialidad y su impecable comportamiento casi tanto como su fría lógica. Así pues, en apariencia las cosas cambiaron poco. El mundo en que vivíamos nos obligaba a la hipocresía, al disimulo, a la perfidia. Entre rivales pocas veces se decía nada con sinceridad: cualquier palabra podía llegar desvirtuada a oídos de Hitler, con cuya volubilidad se contaba para conspirar; era un juego felino en el que siempre alguien ganaba y alguien perdía. Sin ningún escrúpulo, también yo jugaba a tejer relaciones en aquel teclado disonante.
Algunos meses después del fracaso de nuestros planes me encontré con Himmler en los terrenos del cuartel general. Me dijo sin preámbulos y con voz amenazadora:
—Considero inoportuno que intente usted de nuevo impulsar la actividad del mariscal del Reich.
De todos modos, eso ya no era posible. Göring había recaído en su letargo, esta vez definitivamente. Cuando despertó ya estábamos en Nuremberg.
Acá termina el capítulo de las INTRIGAS PALACIEGAS.
Deseo aclarar que en mi What IF Göring será destituido y ahorcado. En Nüremberg se salvó de ser colgado porque ingirió una cápsula de cianuro. Pero en mi HA yo me encargaré de hacer justicia y ahorcarlo. Luego lo reemplazaré por Milch.
Lo mismo haré con Bormman y lo reemplazaré por Lammers. En el libro "Yo quemé a Hitler" de Erich Kempka, el chofer de Hitler nos cuenta que él vio a Bormman caer muerto luego que una granada rusa impactara contra un tanque en donde ellos se estaban protegiendo la noche del 1 de mayo cuando salieron del bunker luego que Hitler y Eva Braun se suicidaran.
El siguiente capítulo habla de la producción de aviones y del desarrollo y problemas del mítico Me 262.
Saludos y FELICIDADES.
Es probable que los motivos económicos tuvieran que ver con el fracaso de nuestro proyecto de movilizar a Göring contra Bormann, pues, según se desprende de uno de los documentos de Nuremberg, Bormann había entregado a Göring seis millones de marcos procedentes de la “Contribución Adolf Hitler de la Industria alemana”.
Al día siguiente Göring había dispuesto celebrar una conferencia sobre el programa de radares que terminó con un fracaso semejante. De nuevo hizo gala de un espléndido humor y de una actitud mayestática mientras, sin el menor conocimiento del asunto, propinaba una lección tras otra a los especialistas presentes, terminando con una nube de disposiciones. Después de que abandonara la reunión, el trabajo fue mío para remediar todos aquellos desaguisados sin desautorizarlo explícitamente. De todos modos, el episodio fue tan grave que me vi obligado a informar a Hitler, quien convocó en el cuartel general a los industriales del ramo tan pronto como pudo (el 13 de mayo de 1943) con objeto de restablecer el prestigio del Gobierno.
Ahora Bormann tenía más poder. Aunque debía de haberse enterado de mi fracasado intento de destronarlo, como después de todo no podía saber si no llegaría el díaen que pudiera necesitarme, se mostraba muy amable conmigo e insinuó que podía hacer lo mismo que Goebbels: ponerme de su lado. No obstante, el precio me pareció demasiado alto: habría terminado dependiendo de él.
También Goebbels siguió manteniendo un estrecho contacto conmigo, pues todavía teníamos un objetivo común: acaparar todas las reservas nacionales, sin reparar en los medios. Seguro que me mostré demasiado confiado con él; me cautivaban su deslumbrante cordialidad y su impecable comportamiento casi tanto como su fría lógica. Así pues, en apariencia las cosas cambiaron poco. El mundo en que vivíamos nos obligaba a la hipocresía, al disimulo, a la perfidia. Entre rivales pocas veces se decía nada con sinceridad: cualquier palabra podía llegar desvirtuada a oídos de Hitler, con cuya volubilidad se contaba para conspirar; era un juego felino en el que siempre alguien ganaba y alguien perdía. Sin ningún escrúpulo, también yo jugaba a tejer relaciones en aquel teclado disonante.
Algunos meses después del fracaso de nuestros planes me encontré con Himmler en los terrenos del cuartel general. Me dijo sin preámbulos y con voz amenazadora:
—Considero inoportuno que intente usted de nuevo impulsar la actividad del mariscal del Reich.
De todos modos, eso ya no era posible. Göring había recaído en su letargo, esta vez definitivamente. Cuando despertó ya estábamos en Nuremberg.
Acá termina el capítulo de las INTRIGAS PALACIEGAS.
Deseo aclarar que en mi What IF Göring será destituido y ahorcado. En Nüremberg se salvó de ser colgado porque ingirió una cápsula de cianuro. Pero en mi HA yo me encargaré de hacer justicia y ahorcarlo. Luego lo reemplazaré por Milch.
Lo mismo haré con Bormman y lo reemplazaré por Lammers. En el libro "Yo quemé a Hitler" de Erich Kempka, el chofer de Hitler nos cuenta que él vio a Bormman caer muerto luego que una granada rusa impactara contra un tanque en donde ellos se estaban protegiendo la noche del 1 de mayo cuando salieron del bunker luego que Hitler y Eva Braun se suicidaran.
El siguiente capítulo habla de la producción de aviones y del desarrollo y problemas del mítico Me 262.
Saludos y FELICIDADES.
- KL Albrecht Achilles
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Super Mario escribió:Por momentos el Tercer Reich se parece a los países Latinoamericanos....
Venias bien...
Saludos
It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
KL Albrecht Achilles escribió:Super Mario escribió:Por momentos el Tercer Reich se parece a los países Latinoamericanos....
Venias bien...
Saludos
Estimado amigo, yo soy Paraguayo y a lo que me refiero es a lo siguiente:
1) Exceso de empleados públicos que consiguieron su puesto de trabajo no por mérito o capacidad sino porque están afiliados al gobierno de turno.
2) Burocracia invalidante que obstaculiza cualquier trámite en vez de agilizarlo.
3) Corrupción en donde dicha burocracia no sólo ralentiza el proceso productivo, sino que lo encarece.
4) Relación corrupta entre autoridades políticas y empresarios.
5) Distorsión del normal proceso y actividad no sólo de la economía, sino administrativa, política y hasta de la vida en general.
6) Los burócratas y políticos viven en una burbuja de irrealidad, mientras la población civil padece penurias.
7) El poder de dichos políticos los termina corrompiendo, aprovechando una serie de beneficios, privilegios y prebendas, mientras miles de pobres mueren en villas miserias.
8 )Convivencia corrupta entre Justicia y Política, ya que los jueces privilegian a los políticos y los casos de corrupción jamás son castigados, lo que transmite a la población en general una mala enseñanza, ya que ellos se dan cuenta que al corrupto le va bien, mientras que al que trabaja honestamente lo castigan con impuestos distorsivos.
9) Ineficiencia e ineficacia en todos los estamentos de la sociedad y del Estado, desde salud a educación.
Si tú me dices que en tu amada Venezuela no padeces de esos vicios, te envidio. Porque esos 7 puntos que yo explico son padecidos por todos los latinoamericanos, desde México y hasta Argentina.
Yo no puedo imaginarme a un país europeo que arrastre esos vicios. Seguramente habrá casos de corrupción tanto en España como en Polonia, pero no es una CORRUPCIÓN ESTRUCTURAL como en Latinoamérica, sino casos aislados. Encima la corrupción no es castigada, mientras que en Europa cuando se descubre un caso de corrupción, los políticos van presos.
Para graficar lo grave e invalidante que era la burocracia nazi, transcribo del libro de Speer un ejemplo muy ilustrativo:
“El 11 de febrero de 1942 una fábrica de armamentos de Oldenburg pidió un kilo de alcohol a una empresa de Leipzig, que le exigió un formulario de compra del “Ministerio de Monopolio del Reich”. La fábrica de Oldenburg se remitió a este departamento, quien la remitió a la sección económica competente, para que le entregara el documento que certificara la urgencia del pedido. Esta encargó el asunto a la delegación de Hannover, quien exigió una declaración jurada que diera fe que se usaría el kilo de alcohol exclusivamente para fines técnicos. El 19 de Marzo (cinco semanas después del pedido) la oficina de Hannover informó que la solicitud había sido devuelta a la Sección económica de Berlín. El 26 de Marzo la fábrica recibió un escrito de la Sección económica que le indicaba que el pedido había sido aprobado y remitido al “Departamento de Monopolio del Reich”, aunque le indicaba que no era necesario remitirse a sus oficinas para esos asuntos y que en el futuro debía remitirse al Departamento de Monopolio, que era lo que la empresa había hecho al principio. El 30 de marzo se cursó una nueva solicitud al “Departamento de Monopolio”, quien 12 días más tarde informó que se debía especificar la cantidad de alcohol que se consumía por mes, pero que a pesar de ese error, le cedía generosamente el kilo de alcohol a la fábrica de Oldenburg. Luego de ochos semanas de realizado el pedido un empleado fue a recoger el kilo de alcohol a la distribución pertinente, quienes le dijeron que debía presentar un certificado de la “Unidad de alimentación” un organismo agrícola cuya delegación manifestó con firmeza que sólo podía entregar una autorización de alcohol para beber, no para uso técnico. El 18 de abril (casi 10 semanas después) la fábrica de Oldenburg no había recibido al kilo de alcohol a pesar de que lo necesitaba con urgencia. (Qué mejor ejemplo de ineficiencia burocrática. Te juro que es muy parecido a mi país, Paraguay).
…A pesar de todo mi esfuerzo, la burocracia siguió siendo muy grande. Para peor los jerarcas del partido solían intervenir para perturbar a las fábricas de armamentos con pedidos insólitos, que eran aprobados por los burócratas del NSDAP y a espaldas mías. Uno de esos proyectos era por ejemplo la fabricación de lujosos trenes privados para uso personal de Ley, Keitel, Himmler y otros jerarcas nazis. Miles de horas hombres y materias primas muy necesarias para la guerra se desperdiciaban en esos proyectos. Cuando me enteré en 1943 que se estaban fabricando esos trenes sin mi conocimiento, intercedí ante Hitler quien aceptó suspender esos proyectos innecesarios y egoístas.
…A mi modo de ver la movilización de todas las reservas y un sistema austero que evitase el despilfarro de materias primas debía iniciarse de arriba hacia abajo, siendo la cúpula de partido la que debía dar el ejemplo. Inclusive el propio Hitler en su discurso en el Reichstag del 1 de septiembre de 1939, había declarado solemnemente que no había privación alguna que él no estuviera dispuesto a imponerse a sí mismo, al partido y a la nación para salir victorioso de la guerra que él mismo había iniciado.
Sin embargo aún en 1943 muchas autoridades de la NSDAP de distintas regiones de Alemania se resistían a resignar de ciertos beneficios y privilegios de los cuales gozaba los ciudadanos, como las frutas de la región de Hessen, las pieles de Leipzig o los vinos de Bohemia, bajo la excusa que el pueblo estaba sufriendo muchas privaciones, como para seguir quitándole beneficios, esgrimiendo el argumento de que eso podría ocasionar enojo en los ciudadanos y hasta levantamientos civiles. (ACÁ SE DEMUESTRA QUE AÚN EN 1943 LA POBLACIÓN CIVIL GOZABA DE CIERTOS PRIVILEGIOS Y QUE SE PODÍA AJUSTAR AÚN MÁS EL CINTURÓN)
También seguían funcionando algunas industrias de la cristalería o la sedería, con el único fin de brindarles a las esposas de los jerarcas nazis bienes suntuosos, innecesarios para el esfuerzo de guerra, aún cuando la debacle del VI ejército era un fresco y amargo recuerdo y Goebbels había pronunciado su discurso de “Guerra Total”.
Pongo otro ejemplo extraído del libro de Speer de cómo la burocracia sumaba ineficiencia:
Siempre he contado el exceso de burocracia en los ministerios y distintos Gaul que intervenían en el proceso de decisión y organización. Por ejemplo en el Ministerio de armamento cuando asumí en 1942 había 10 veces más personal administrativo que en la PGM, muchos de ellos eran burócratas afiliados al partido nazi que estaban allí nada más que para justificar un sueldo. Me costó mucho romper esa estructura y muchas veces no lo conseguí.
A pesar de todos los progresos técnicos e industriales, la producción de armamento no era comparable a la de la Primera Guerra Mundial ni siquiera en la época de las principales victorias militares, en 1940 y 1941. Durante el primer año de la campaña de Rusia sólo se fabricó la cuarta parte de cañones y munición que en otoño de 1918. Incluso tres años después, en la primavera de 1944, cuando nuestros continuos éxitos nos aproximaron al máximo en la producción de municiones, esta seguía por debajo de la lograda en la Primera Guerra Mundial..., y eso contando con las fábricas de la antigua Alemania, Austria y Checoslovaquia. (INCREÍBLE)
Tras llevar un tiempo luchando contra la típica burocracia alemana, potenciada por el sistema autoritario de gobierno, mi crítica al sistema tutelar fue adquiriendo forma de dogma político que me permitía explicarlo todo: en la mañana del 20 de julio de 1944, unas horas antes del atentado contra Hitler, le escribí una carta en la que le decía que los rusos y americanos obtenían buenos rendimientos gracia a un sistema sencillo y dinámico de toma de decisiones, producción en serie y una organización simple, mientras que por culpa de nuestro sistema anticuado no conseguíamos resultados similares. Esta guerra enfrentaba 2 sistemas: la lucha de nuestro sistema excesivamente meticuloso y trabado, contra el ingenio, la improvisación, practicidad y agilidad de los americanos y soviéticos.
…Tal era así, que en las regiones que conseguí achicar el personal administrativo o romper el sistema burocrático, me gané el resentimiento del NSDAP, quienes por lo bajo me criticaban diciendo que mi sistema de toma de decisiones y producción era juedeo-americano. Inclusive los funcionarios de la burocracia estatal, estancados en su rutina, hablaban de forma despectiva y con ironía sobre un Ministerio “dinámico” o un Ministerio “sin funcionarios” y me acusaban de métodos informales, cuando en la realidad eran métodos creativos, ágiles y veloces que permitían aumentar la producción.
Esos funcionarios que criticaban, eran viejos empleados que habían conseguido su puesto de trabajo gracias a años de militancia en el NSDAP, personas con pocas luces, anquilosados en su rutina, incapaces de distinguir entre lo importante y lo accesorio, o entre lo fundamental y lo trivial.
Debido a que en muchos lugares y oficinas estatales me resultó imposible descabezar a su cúpula o destrabar la burocracia eliminando estamentos superpuestos, decidí nombrar un directivo suplente que se reportaba directamente a mí y que permitía tomar decisiones que se salten los pasos burocráticos y los controles superpuestos.
Esa polémica medida fue motivo de enojo cuando estipulé que los directivos suplentes no tuvieran más de 40 años.
Más claro échale agua.
No me imagino hoy día a la Moderna Alemania con semejante sistema burocrático. Y según lo que cuenta Speer tampoco lo era antes del ascenso del nazismo al poder, porque Speer en su libro nos dice que en la PGM el ministerio de armamentos era más efectivo y eficiente que en la SGM, tenían 10 VECES MENOS PERSONAL!!! y producían más municiones en 1918 que en 1944!!!.
Estimado KL Albrecht Achilles, no fue mi intención herir la suceptibilidad de nadie, pero hay que reconocer que los gobiernos latinoamericanos no son ejemplo ni por asomo de eficiencia burocrática, ni de honestidad. Y cuando leí a Speer me sorprendió que el nazismo padeciera los mismos vicios, tan luego en un país tan estable y prolijo en sus instituciones.
La explicación DE SEMEJANTE DISTORSIÓN es muy sencilla: La culpa era del sistema de gobierno, ya que los nazis eran una horda de inadaptados y gente de poca cultura democrática y civil, muy parecidos a los gobiernos dictatoriales que asolaron a latinoamérica en la década del ´70 y ´80.
Saludos.
- KL Albrecht Achilles
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Estimado Super Mario, no me haga usted caso y continue con los comentarios de Speer, que el hilo esta interesante.
Saludos cordiales
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I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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- Malcomn
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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??
Sumamente interesante todo lo que comentas SuperMario. Solo comentar que en mi opinión desfase con la realidad es producto del momento, es decir, la guerra se esta perdiendo cada día, los soldados mueren, Alemania se desangra y ninguno de sus megalómanos sueños se cumplirá jamás. Eso en el caso de personalidades como Hitler creo que quizás fuese mejor castigo que aquel que pudiera imponerle tribunal alguno. Es fácil ver que la única manera de digerir todo eso es... precisamente negándolo.
Saludos!
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