ESPAÑA, finales de enero de 1898La llegada del acorazado norteamericano Maine a La Habana en un viaje de cortesía no anunciado, era toda una declaración de intenciones del gobierno norteamericano, e incluso más que eso, era un insulto descarado. Una evidente demostración de fuerza ante la decadente España de la restauración.
El Maine entra en La HabanaAunque políticamente el gobierno español trato de responder a la provocación enviando uno de los cruceros acorazados a Nueva York, finalmente se impusieron los criterios militares, concentrándose la escuadra en Cádiz. Allí se realizarían labores de mantenimiento y se les cargarían armas y municiones en espera de acontecimientos.
Si finalmente había guerra, al menos estarían preparados.
LA HABANA, 20 de febrero de 1898La noche del 15 de febrero el Maine hizo explosión misteriosamente dentro del puerto de la Habana.
Tras la explosión del Maine, y tras prestar toda la ayuda posible a los supervivientes, el general Valeriano Weyler había llamado a capitanía al capitán de navío de 1ª Bustamante, comandante de las fuerzas del apostadero, para coordinar las labores defensivas en esa hora tan aciaga. En opinión de muchos, la guerra era ya inevitable, por mucho que McKinley hablase de nombrar una comisión que investigara las causas.
Con una escuadra del apostadero reducida a cañoneros o lanchas de vigilancia, la única posibilidad española pasaba por llevar a cabo una guerra defensiva. Centrando todos los esfuerzos en mantener bajo su control cuantos puertos fuese posible, y proteger desde ellos los buques de suministros que fuesen enviados. Sin duda para ello las minas serían cruciales.
Sin embargo de momento las necesidades se centraban en acumular cuantos suministros fuesen posibles, especialmente no perecederos. Para lo cual se empezaron a adquirir en el continente grandes cantidades de legumbres, carnes y pescados curados, comida en conserva, diferentes tipos de grano para hacer pan, e incluso ganado vivo. Para ello se contaría con la inestimable colaboración del SIM, una vez más, encargada de coordinar los envíos.
En tierra, el Tte Gral Weyler decidió suspender todas las operaciones contra los sediciosos, a excepción de las llevadas a cabo por unidades de guerrilleros o voluntarios. El ejército debía descansar y reponer fuerzas, concentrándose en dos cuerpos de maniobra sitos en La Habana y San Luís, el grueso de las fuerzas. Desde allí, podían responder a cualquier desembarco norteamericano en Cuba con rapidez, y esperaba, eficacia. Por supuesto, el tren de sitio enviado para la ocasión, permanecería en la capital.
No por ello permanecerían ociosas las fuerzas del ejército, pues acometieron tareas de adecuación del terreno. En La Habana, se construirían una serie de fuertes varios kilómetros a su alrededor para su defensa. Destinando el terreno entre estos fuertes y la ciudad a cultivos de alimentos. Mientras, en San Luis, se continuaría con la construcción de los caminos que unían la localidad con Holguín y Guantánamo, toda vez que los 17km de Santiago ya estaban finalizados.
Mientras tanto en el mar, el capitán Bustamante comprobó el estado de los depósitos de carbón destinados a la marina, y bajo personalmente a comprobar el montaje de las minas diseñadas por él mismo años atrás. Esperaba que estas fuesen el arma decisiva en la defensa de la isla.
Ahora era cuestión de esperar.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.