GUAHÁN, 14 de noviembre de 1898Las fuerzas del general Wesley Merrit estaban en problemas. Diversas partidas de guerrilleros continuaban activas en la isla, lo que imposibilitaba el seguir la campaña en otras islas. Había que mantener una guarnición en la isla y acabar con la resistencia de una vez por todas. Aun peor, durante los diez últimos días, un tirador español había abatido a sendos soldados en la propia Apra. Siempre un único disparo sobre un soldado cualquiera, no importaba que fuese oficial o soldado raso. Sonaba un seco disparo, y uno de los soldados caía abatido. Luego se hacia el silencio hasta el día siguiente.
De nada habían servido las batidas para encontrarlo. Tras cada disparo la artillería bombardeaba la zona desde la que, creían podían haber partido los disparos en esa ocasión, pues el tirador parecía cambiar de posición tras cada disparo. Igualmente, las ametralladoras y los fusileros regaban la jungla con cientos de disparos, siempre sin ningún resultado. Igualmente, cientos de hombres, se adentraban en la jungla, y buscaban a conciencia por la zona, y nada. Siempre volvían con las manos vacías.
Para el soldado Moreno Antich, los últimos días habían supuesto un desafío más, algo a lo que ya estaba acostumbrado tras los encuentros de las semanas anteriores con los norteamericanos. En Libugo, se había encontrado con el cabo Sancho, un turolense del maestrazgo, considerado uno de los mejores tiradores de la compañía. Para asombro suyo, el uniforme de Sancho casi había desaparecido casi por completo, según parecía, desgarrado semanas atrás, el cabo había sustituido o más bien reforzado gran parte del uniforme por medio de un saco de arpillera, cuidadosamente recortado y cosido sobre este con hilo de palomar. Lo mejor de todo era que como resultado, el cabo era casi invisible a menos que se moviera.
(1) Por este motivo poco después el propio Moreno conseguía su propia arpillera y empezaba a cubrir su uniforma con ella. Incluso se apoderaron de otros dos sacos para cubrir con ellos su torso y cabeza. Solo cuando hubieron acabado se dirigieron a las posiciones enemigas. El cabo Sancho tenía un plan.
Al llegar a ellas, siempre moviéndose durante la noche, inspeccionaron los alrededores del puerto con sumo cuidado. La distancia era grande
(2), más de 400 metros, pero ambos eran buenos tiradores y estaban preparados para realizar su trabajo. El primer día desde el puesto de observación elegido, inspeccionaron detalladamente una zona que ya conocían seleccionando varios puestos de tiro, haciendo especial hincapié en que no fuesen demasiado evidentes. Aprovecharon también para cavar varios refugios cuidadosamente camuflados con ramas entrelazadas, o agrandar grietas naturales para dicho fin.
El segundo día ya en uno de dichos puestos el cabo selecciono cuidadosamente un blanco, un soldado que estaba cuidando varias monturas a lo lejos, en las afueras de Piti. Se tomó su tiempo y apunto cuidadosamente, era imperativo no fallar pues no habría segunda oportunidad. La distancia era grande, más de 600 metros. Debido a esto cuando Sancho disparo, los soldados norteamericanos observaron cómo caía su compañero incluso antes de oír el seco estampido del disparo.
Tras unos minutos de desconcierto, decenas de soldados salieron en busca del tirador. No sirvió de nada. Sancho y Moreno se habían quedado pegados al terreno, perfectamente camuflados. En alguna ocasión los norteamericanos pasaron muy cerca de ellos, pero no advirtieron su presencia.
Al caer la noche los tiradores cambiaron de posición, mientras aprovechaban para hacer sus necesidades y alimentarse. Al día siguiente le tocaba disparar a Moreno, quien abatiría a un ranchero. Era suficiente. El cabo Sancho tras mucho sopesarlo lo había decidido. Un muerto al día. Solo uno. Era muy simple, pero brutalmente efectivo.
Los soldados norteamericanos sabían que los tiradores estaban allí, en alguna parte. Al principio reaccionaron con miedo, se ocultaban y esperaban no ser los elegidos. Para cuando acabo la segunda semana, tomaban casi como una fiesta el momento en el que, abatido uno de sus compañeros, podían salir a campo abierto sin miedo. Psicológicamente, el regimiento de voluntarios de california, estaba al borde del colapso.
- La arpillera atrapaba la tierra e incluso pequeñas briznas de vegetación, y presentaba un aspecto irregular, similar al del terreno.
- Recordemos que, Polavieja había despejado una amplia zona de tiro.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.