neride escribió:tercioidiaquez escribió:Eso me recuerda en la mili, cuando llamaban familiares al cuartel, preguntando porque se les exigía dinero a los soldados para comprarse X cosas, cuando en realidad se lo pedían a los padres para gastárselo ellos...
Menos lobos, caperucita, que algunos podemos contar otras batallitas...
Todavía recuerdo como el infeliz de mi padre me decía que no me preocupara, que los productos de higiene personal eran cosa de la empresa... Menos mal que no le hice ni caso y opté por buscar el consejo de algunos amigos que habían servido recientemente porque, en el cuartel,
rien de rien. Eso sí, que no se nos olvidara observar las normas de policía personal... Además, las chanclas eran obligatorias para ducharse, por nuestra propia seguridad. Y, por cierto, remojarse no era opcional.
En cuanto al tema de lavar la ropa, era para llorar...
Para los que estábamos sirviendo fuera de la península, con solo tres permisos durante todo el servicio militar, era algo terrible, en especial durante los primeros meses de instrucción. Si uno quería tener la indumentaria en condiciones (y hablo exclusivamente de la militar) tenía que recurrir a lavanderías fuera del cuartel porque la lavandería de tropa parecía no existir para los reclutas. Eso sí, reconozco que de veterano, y con galones, el servicio mejoró una barbaridad.
Algo similar sucedía con la peluquería... Fui testigo de como a un compañero un mando le metía una bronca por raparse la cabeza pero, en vista de como trabajaban algunos en el cuartel, su decisión estuvo más que justificada. A otros nos tocó ir, en la hora de paseo, a una peluquería de caballeros para arreglar el desaguisado... Solo se tomaron cartas en el asunto cuando un subteniente, recién llegado, sufrió el mismo trato.
Por no mencionar lo de las botas, que no se mantenían limpias simplemente escupiendo sobre ellas... Creo que aún conservo la “recomendación” (por escrito) de usar grasa de caballo para mantenerlas en perfecto estado de revista. Y solo teníamos un par... Al menos tuve suerte y me tocaron las buenas, unas Imepiel.
O qué decir de los utensilios que había que llevar obligatoriamente en la mochila durante la instrucción de combate y que teníamos que adquirir nosotros mismos. Algunos eran baratos (alambre, cuerda, cerillas estanqueizadas), pero otros, como la linterna o los útiles de enmascaramiento, no tanto... Si, al menos, hubieran permitido lo de quemar el corcho. Pero claro, que ni se me ocurriera durante la instrucción nocturna...
En lo que a mí respecta, lo único cierto es que durante el primer mes de instrucción todo fueron gastos a cargo del sufrido recluta. Todo gastos y ningún ingreso, porque la empresa tardó en apoquinar la primera paga, y la de entonces no daba ni para pipas.
Saludos cordiales.