Robots antibombas. "Andros", "Mark" y "Mark V-A", apodado "el marciano", son los tres expertos del Ejército en desactivación de explosivos. Hasta ahora, han intervenido cuatro veces este año
GASTÓN PÉRGOLA
No se los ve mucho por las calles de la ciudad. Solo aparecen cuando el riesgo es alto y en ningún caso les tiembla el pulso. Quizás por eso valen entre US$ 300.000 y US$ 500.000. En Uruguay hay tres y están a disposición las 24 horas: son los robots antibombas del Ejército.
Son las 10 de la mañana del domingo 3 de junio. Un peatón que circula por la Ciudad Vieja distingue debajo de un auto estacionado, en Reconquista y Juan Carlos Gómez, algo parecido a una caja, de la que sobresalen varios cables de colores.
Asustado por hecho, el joven se dirige hasta el juzgado de Bartolomé Mitre y Buenos Aires, donde radica la denuncia a los policías de guardia. Al poco rato ya estaba trabajando en el lugar Andros, uno de los tres robots del Ejército que forma parte de la Brigada de Explosivos.
"Esta fue la cuarta intervención que hicimos en lo que va del año. Por suerte, no se los ve mucho por las calles de Montevideo a estos robots", afirma el jefe de la Brigada de Explosivos, teniente coronel José Pioli, con una leve sonrisa.

Además de Andros, también forman parte de la brigada Mark y Mark V-A, este último de menor tamaño y conocido en la interna con el apodo de "el marciano". Fue la última incorporación de la brigada (adquirido en 2008) y su pequeñez es, justamente, su virtud.
"Es más fácil de movilizar, más dócil y es ideal para utilizar en espacios reducidos, como pequeñas habitaciones, corredores o pasillos de aviones. Por eso fue que lo adquirimos", explicó Pioli a El País.
Entre otros trabajos en su haber, "el marciano" fue quien debió movilizar, en 2009, el cuerpo de un asaltante ultimado en la vía pública (Galicia y Río Negro) por sospechar que el delincuente había caído encima de una granada que llevaba consigo, en uno de sus bolsillos.

Para trabajar bajo los estrictos protocolos de seguridad los locales comerciales de la zona fueron evacuados y se prohibió el paso de la gente. Incluso, los vecinos que se asomaban a los balcones eran obligados a entrar nuevamente a sus casas. Luego del arduo y cauteloso trabajo del pequeño robot (que con su único brazo corrió el cuerpo del delincuente) se comprobó que la posible granada era, finalmente, un inhalador para asmáticos.
En la última intervención de la brigada realizada en Ciudad Vieja también se trató de una "falsa alarma". El artefacto simulado tenía en su interior dos pilas unidas en circuito por un cable y un juego de luces. "Era un artefacto simulado, que no tenía explosivos y fue hecho adrede solo para engañar y generar sospechas", describió el teniente coronel, sin sorpresa.

Es que en las últimas dos décadas, según Pioli, ninguno de los procedimientos de desactivación de artefactos sospechosos terminó siendo un dispositivo real, sino que se trató de simulaciones, algunas más elaboradas que otras, pero que merecen la misma atención.

MARCA ACME.
Las cosas que el equipo de esta brigada especializada llegó a ver en el interior de un posible artefacto explosivo son tan ilimitadas como la propia imaginación. Desde pilas, baterías, hasta prendas, luces navideñas, motores de autitos de juguete y velas.
En una ocasión, recuerda Pioli, luego de un arduo trabajo hasta llegar al "aparato sospechoso" y abrirlo, en su interior había un cartel cuya inscripción no pudo evitar quitarle una sonrisa, luego del momento de tensión. El cartelito decía "Marca Acme", en referencia a la empresa ficticia que existe en las caricaturas de El Coyote y el Correcaminos, que hizo famosa a esta marca por sus productos peligrosos y poco reales, que fallaban de forma catastrófica.
Este tipo de situaciones a las que se enfrenta la brigada no debe generar una subestimación a la tarea, aclaró a El País el jefe del equipo, en el que trabajan unas 25 personas entre oficiales y personal subalterno.
"No subestimamos nada. Siempre actuamos de la misma manera... pensando en la peor posibilidad. Tomamos en cuenta que el volumen exterior del artefacto sospechoso está completamente lleno de explosivos en su interior. Tenemos claro que un error que se comete y es el último. Este es uno de los trabajos en el que no se aprende del error", enfatizó Pioli.
Sin embargo, la experiencia y los años de trabajo permiten tener algunas pautas. "La experiencia nos da, por lo menos, nociones. El entorno también se analiza. No es lo mismo si está frente a una embajada o a una casa de un particular. Se trata de buscar todos los elementos posibles para determinar la veracidad de la amenaza. Las embajadas suelen ser un punto fijo", comentó el teniente coronel.

FUNCIONES.
La tarea de estos robots, que según los oficiales de la brigada también son considerados "camaradas", es la de sustituir al ser humano en una tarea de extremo riesgo, como la desactivación de un artefacto explosivo.
Para la tarea cuentan con un sistema de rodamiento que permite sortear diversos obstáculos, como escalones y cordones de vereda, debido a que se van "amoldando" a la superficie que atraviesan. Además tienen un brazo robótico con amplios movimientos, que en posición estirada puede levantar hasta siete kilos, mientras recogido levanta más de 20 kilos. Dos cámaras filmadoras, ubicadas a su frente y costado ofician de "ojos" para el operador que, a distancia (hasta 200 metros), y desde un móvil con comando, dirige al robot hasta el lugar.
LA CIFRA
25 son los efectivos que trabajan en la brigada de explosivos del Ejército, contando a los oficiales y el personal subalterno.
Buenos, bonitos y caros
En la Brigada de Explosivos (dependiente del Servicio de Material y Armamento del Ejército) están a disposición tres robots, de origen estadounidense, y comercializados por una empresa israelí. Su costo ronda entre los US$ 300.000 y US$ 500.000.
Si bien la evolución en tecnología robótica "es constante", desde la brigada aseguran que los robots locales están bien valorados. "No son un Mercedes, pero están bien", bromean los oficiales de la división.
El primero llegó a Uruguay en 1997, el segundo se compró en 2006 y el último, apodado el marciano (el más pequeño), fue adquirido en 2008. "Es necesario ir acompasando la evolución de los terroristas, que también evolucionan. Si bien acá es tranquilo se trata de ir más adelante que ellos", afirmó el jefe de la brigada.
Dirigido a distancia por cable o antena
El equipo de la brigada de explosivos del Ejército está a disposición las 24 horas del día. Cuando se requiere su presencia, un operador, junto a un ayudante de operador y el conductor del móvil en el que se trasladan (con el robot), se dirigen al lugar. Desde ese mismo móvil el operador manejará al robot, a distancia, y a través de un comando que cuenta con diferentes controles y un monitor que va transmitiendo las señales de la cámara instalada en el aparato.
"El operador no tiene por qué estar mirando al robot, porque éste cuenta con cámaras y va trasmitiendo la imagen por donde va. Suple al ser humano tanto en la parte visual como en la parte de movimiento. Todo lo que hace una persona con su brazo, con sus articulaciones y la muñeca, el robot lo puede hacer; giros de pinza y de agarre", afirmó el teniente coronel José Pioli.
El sistema de comando puede ser a través de cable o antena. En ambos casos la distancia máxima hasta la que puede separarse el robot del móvil es de 200 metros. "A más de eso, puede perder la señal. Pero es una distancia más que razonable. Lo recomendable es estar a cien metros", explicó Pioli a El País. Las baterías de estos aparatos funcionan entre tres y cuatro horas.
Sin explayarse demasiado, el oficial indicó que también cuentan con un equipo especial "contra medidas electrónicas", para evitar que el agresor active un artefacto explosivo por control remoto. Y se excusó: "Yo te puedo comentar algunas capacidades técnicas de los robots pero no todas. Nadie da muestras al enemigo de cómo trabaja y con qué recursos cuenta. Si bien acá estamos tranquilos y no pasa nada, tenemos que tener esa disciplina y esa reserva. No nos podemos confiar", remató Pioli.
El País Digital