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Jefe del grupo aéreo de la Baru cuenta su experiencia en el aire
La majestuosidad de aquel gigante de hierro se metió entre sus ojos esmeralda y sus sueños. Tenía trece años cuando Ronald Suárez se encontró con un avión militar. Era un Hércules de la Fuerza Aérea de Venezuela —hoy Aviación Militar Bolivariana —, una de las aeronaves de carga más populares de las últimas décadas. Por lo menos 50 países han empleado estas moles aladas.
“Nos paseamos por toda la rampa, tuvimos acceso a montarnos en el avión. Me impresionó lo grande que era por dentro. Metieron un jeep y entró sin problemas”. Estudiaba en el colegio San Vicente de Paúl de Maracaibo y luego de esa visita a la Base Aérea General Rafael Urdaneta (Baru), asentada en el municipio San Francisco de Zulia, su vocación como hombre el aire comenzó a germinar.
Entre risas recuerda las exigencias de la escuela militar. Siendo ahora un oficial con 19 años de experiencia comprende la razón de ser de una formación tan rigurosa. “Uno en el aire, estando solo es piloto, copiloto, sobrecargo, mecánico, ingeniero de vuelo. Tienes que tener todas las habilidades para poder cumplir una misión”.
Al enclave militar, con jurisdicción en el Occidente venezolano, regresó años después como piloto de F-16 y más recientemente como tripulante de los aviones Sukhoi de tecnología rusa y los K-8, de manufactura china.
Su perfil se inclinó al manejo de sistemas de caza. Por sus manos han pasado aviones T2-D, empleados en la formación en la escuela de combate; VF5 y F-16. En estas unidades voló nueve años de su carrera.
Fue del primer grupo de pilotos en surcar los cielos venezolanos a bordo de los Sukhoi, aviones de caza cuyo primer lote arribó a Venezuela en 2006.
Su reto más reciente es el manejo de los K-8W chinos. “Es un avión de turbina, muy bueno para entrenamiento, es un avión diseñado básicamente para el entrenamiento del personal que está en transición entre los aviones de hélice a aviones de turbina”. En 2010 llegó el primer grupo de siete aeronaves al país. Luego arribaron los demás para sumar 18 en total. Una se precipitó en Barquisimeto.
Regresó a su tierra para comandar el Grupo Aéreo de Operaciones Especiales número 15 con sede en la Baru. “El Grupo 15 es una unidad que tiene mucha mística”. Está integrado por 200 profesionales. “Nuestra misión es el resguardo de las 250 millas de la frontera de Occidente —unos 1.200 kilómetros de territorio fronterizo entre Venezuela y Colombia—. La agrupación cuenta con diez aviones K-8W y un OV10 Bronco. De estos modelos perdieron dos aeronaves tras el accidente registrado en Maracay el jueves.La tragedia asaltó a los miembros del Grupo Aéreo de Operaciones Especiales número 15 cuando dos aviones Bronco impactaron durante prácticas abordadas en la base aérea Libertador, en Maracay, estado Aragua, previo a un desfile aéreo pautado para el 27 de noviembre. En el siniestro falleció el piloto zuliano mayor José Rafael Marín Barrios. La Fanb decretó tres días de duelo.
Este año se conmemora el 92 aniversario de la Aviación Militar y los 20 años de la rebelión cívico militar del 27 de noviembre de 1992 con actos de Maracay.
¿Que si ha pasado sustos en el aire? De hecho han sido varios. “Uno está en uno de los trabajos con más alto riesgo. Para eso uno se entrena, para ser capaz de enfrentarse al riesgo. Volar es desprenderse de todo lo que lo amarra a uno a tierra. Se corta un suiche de lo que hay en tierra. Al momento de cumplir una misión es meterse en el avión y poder reaccionar en caso que se presente una falla. Todos los pilotos viven cada segundo de su vida al máximo por la conciencia de la vida. Los sustos que uno ha podido pasar en el aire te dan la sensación que tienes otra oportunidad más”.
A Suárez le ha tocado lidiar con momentos en los que la adrenalina se dispara y en los que se toca una delgada línea entre la vida y la muerte.
Para un desfile del 5 de Julio debió aterrizar en Barquisimeto por mal tiempo. “Volaba un F-16 y de pronto se formó el mal tiempo”. “Ese día era el acto de ascensos y no pude llegar”.
En ensayos para un desfile en Los Próceres, Caracas, se toparon con una “nube” de zamuros que se atravesaron en la ruta de unos K-8W. “Pudimos salir airosos”. Ante un incidente “la primera decisión debe ser tratar de solventarlo en el avión. Si no, lo que sigue es buscar un área despoblada para aterrizar”.
Sentir tristeza ante la pérdida de un compañero caído en labores es inevitable. “Sobretodo cuando son personas cercanas, con las que has compartido más tiempo. Si llegas a sentirte mal por la muerte de un compañero aun cuando es parte de los riesgos que como pilotos conocemos”.
En la Baru “la rutina comienza tocando un sistema del avión como el combustible o el oxígeno. Se habla sobre alguna falla que pueda ocurrir y las acciones que uno pueda tomar en el aire. También se hace una verificación del clima, dependemos mucho de la información meteorológica”.
Los hombres del aire no son ajenos al vértigo que puede producir abandonar la comodidad de pisar suelo firme. “Hay pilotos que en sus vuelos de inicio se sienten mal, se marean, y hasta vomitan, sin embargo, se acostumbran a las sensaciones que se perciben estando dentro de un avión en entrenamiento militar, que es muy diferente al entrenamiento que hacen los pilotos civiles”.
Sobre las situaciones que comúnmente se viven en una frontera tan caliente asegura: “Me ha tocado interceptar vuelos ilícitos, que no representan una amenaza, porque no son aviones militares, ni con capacidad de fuego, pero se encuentran violando el espacio aéreo venezolano. En varias oportunidades ha sido necesario apoyar desde el aire en enfrentamientos con irregulares cerca de la frontera, en el occidente y sur del país”
Hay algo de romanticismo en la experiencia de volar. “Uno siente que no hay límites. Para algunos el límite es el cielo, para los pilotos no hay límite. Uno ve lo inmenso que es el cielo y lo pequeño que es uno”. “Muchas personas a lo mejor se ahogan en vaso. Uno aprende a ver el vaso medio lleno y no vacío”.
Para los pilotos el riesgo se convierte en un modo de vida. Esa cercanía con el cielo, con lo intangible, con el infinito azul, los hace estar conscientes de lo pequeños que somos ante la inmensidad del universo, y lo frágiles que podemos ser ante la muerte. Vivir cada segundo como si fuera el último es la consigna.
Fuente: http://m.panorama.com.ve/not.php?id=43995