Lo de la “Covadonga”
El laconismo abrumador de los partes telegráficos en que las autoridades de Chancay comunicaron la pérdida de la cañonera chilena “Covadonga”, y mas que eso, el deseo de investigar lo ocurrido en el teatro mismo del suceso, nos indujeron á emprender un viajes á dicho puerto, el cual ha realizado en condiciones sumamente desfavorables, debido á la celeridad con que me propuse realizarlo.
Mediante el permiso de nuestro Director, que solo lo obtuve en la mañana de ayer, salí a Piedras Gordas á las 9 a. m., en donde esperaba encontrar un caballo que me condujera al lugar de mi destino; pero como no encontrara ninguna clase de cabalgada, me trasladé a Ancón en carretilla, á fin de obtener lo que más deseaba; mas allí como en Piedras Gordas mis pesquisas fueron inútiles.
No me quedaba, pues, mas recursos que continuar el viaje á pié o regresar a Lima. Opté por lo primero, porque por momentos aumentaba en mí el deseo de llevar á cabo mi proyecto. La tenacidad con que el enemigo trata de destruir la línea y los informes suministrados por pasajeros, me había figurado que aquellos fueran muchos y de consideración, y no tan pocos e insignificantes como lo sea en efecto. Respecto al puente de Pasamayo que los chilenos tratan de destruir á toda costa, nada ha sufrido que comprometa en lo menor su estabilidad y resistencia.
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Desde la cuesta de Ancón hasta el puente ya mencionado, la línea férrea corre sobre un terraplen elevadísimo por el lado del mar, á las orillas del cual, descansa su base formando pequeñas caletas resguardadas por frontones de granito; por el lado opuesto está dominado por el cerro.
Fijando nuestra atención en esas caletas, hemos notado que el mar ha depositado en ellas despojos de un náufragio, como pedazos de arboladura, de botes, de camarotes y varios cajones y barriles, pertenecientes, según creemos, al transporte chileno “Loa”. Y esta creencia la fundamos en el hecho de que no solo allí, sino también en las playas de Chancay y en la caleta de Pescadores que esta situada pocas millas al Norte de este puerto, han varado muchos bultos de viveres y una cajita de roble conteniendo
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En la caleta que esta dominada por la estación ó garita de San Juan, hemos visto una desgraciada mula que ha ido a parar allí, sin daño al parecer, rodando desde la cumbre del cerro, dejando en su descenso, como á la mitad de este la carga que llevara. Mas fácil nos parece recuperar la carga que la mula, pues esta no tiene salida; por el lado del mar las enfurecidas olas no la permiten abrirse paso a nado, y una muralla de arena en forma semi-circular la impide abrirse una salida por el lado de tierra.
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Al llegar a Chancay, mi primer cuidado fue informarme de la residencia de los náufragos, y de todo lo concerniente al suceso; pero quedé sorprendido al saber que, a excepción de 5, todos había sido remitidos á Lima por distinto camino á las 10 p. m. de antier, y que en ese momento, 3 p. m. debían estar próximos á llegar á Piedras Gordas. Contrariando por este incidente, procuré tomar nota de lo ocurrido y buscar un caballo, pues este me habría sido de mucha utilidad; mas, la fortuna se mostró rebelde á mi deseo también esta vez. Comprendiendo que una estadía en Chancay no me convenía de manera alguna, emprendí el regreso como había ido.
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Todo el mundo sabe que la “Covadonga” estuvo a punto de naufragar en la rada de Arica pro efecto de un balazo disparado desde el Morro. Merced á los esfuerzos de sus tripulantes, fue salvada y enviada a Valparaíso para ser reparada por quinta o sexta vez. Dos meses después, el 7 de Agosto, salía de ese puerto al Callao, no solo reparada, sino con una importante mejora en su artillería, que consistía en el aumento de un cañón de largo alcance, que estaba destinado al “Cochrane”, pero que a última hora fue entregado á la “Covadonga”, por razones que sólo el comandante Latorre conoce.
Su travesía duró nueve días, en razón de haberla efectuado solo a la vela, á fin de ejercitar á sus tripulantes, noveles en su mayor parte, en las practicas marineras.
Dos días después de su arribo al Callao, y habiéndosele concedido por cortos momentos el honor de bloquear este puerto, se dirijió al N. á bloquear Ancón, en reemplazo del “Amazonas”, que por entonces hacía ese servicio. Nada notable ofrece su existencia durante el periodo comprendido entre la fecha de su partida á Ancón y el 13 del actual. Unicamente mencionaremos el hecho de que tal vez para introducir variantes en la monotonía de su servicio, se trasladaba frecuentemente a Chancay á relevar á la “Pilcomayo”, mientras esta le hacia un favor idéntico.
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Desde las primeras horas del día 13 se ocupa en cruzar frente al puerto. Así permaneció hasta las 12 m., hora en que su comandante D. Pablo S. Ferrari ordenó que los artilleros ocuparan sus puestos. En conformidad con este órden, penetró al puerto hasta ponerse en situación de ofender la población.
Casi sorpresivamente disparó varias bombas sobre aquella, tres de las cuales cayeron, una en la garita, otra en el Panteón, y la tercera en un corralón perteneciente á un súbdito italiano señor Mineto.
Posteriormente dirijio sus punterías sobre una lancha que estaba anclada cerca del muelle, la que echó pique después de 10 cañonazos.
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Su armamento consistía en lo siguiente:
2 cañones de a 70 rayados, sistema antiguo.
1 id. id. id. moderno.
3 id. 9 id. antiguo.
1 ametralladora francesa.
50 rifles sistema Comblain.
35 sables.
11 hachas.
12 puñales corvos.
12 revólveres.
160 bombas para cañon de á 70 moderno.
60 id. id. id. antiguo.
40 balas rasas id. id. antiguo.
534 libras pólvora en barriles.
18 saquetes id. para el cañón de á 70, moderno.
98 saquetes id. id. antiguo.
21 id. id. id. id.
80 id. id. id. de á 9 id.
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Eran las dos y media de la tarde según unos y las 3 según otros, cuando se sintió á bordo una terrible detonación en el momento en que la “Covadonga” disparaba su último cañonazo sobre tierra.
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A la detonación sucedió la más horrorosa confusión en su entrepuente. Gritos de terror y exclamaciones de delirio, alaridos, aves, todo confundido en un terror lúgubre, se dejó oír por dos o tres minutos. De todos los seres que emitían esas voces, pocos, muy pocos lograron salir á correr desolados por la cubierta, á hacer triste compañía a los que aun buscaban una explicación del suceso ó un madero para salvarse, no una embarcación, porque la única útil de las cuatro que habían á bordo había sido ya ocupado por la oficialidad, que cuchillo ó revólver en mano, la defendían con una energía propia de los piratas argelinos, así como también las pocas salva-vidas disponibles.
Las tres embarcaciones restantes no pudieron servir, porque dos de ellas estaban completamente deterioradas, y la otra había volcado en pedazos, junto con la cocina que, desprendiéndose de su base, por efecto del desprendimiento de la cubierta, saltó llevando á los que en ese momento la ocupaban.
El comandante Ferrari, menos afortunado que su oficialidad, sólo logró asirse á una batayola. Algunos de los tripulantes salvados aseguran haberlo visto pidiendo auxilio; pero nadie se ocupaba de los demás, ni siquiera para oir el ruego invocado en nombre de las cosas mas sagradas; así que fue uno de los primeros en sucumbir por acción de la vorágine, no obstante de haber sido uno de los primeros en arrojarse al mar.
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La inmersión de la nave duró sólo tres minutos. El agua penetrándole por el costado de estribor, la invadió completamente, sentándola sobre la mura del mismo lado, con la proa enfilada con la puntilla, un poco mas inclinada de proa que de popa, dejando visibles solo la braza del juanete.
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Ya hemos descrito muy á la ligera el hundimiento del buque. Ahora pasaremos á ocuparnos de sus tripulantes sobrevivientes. La oficialidad tenía su plan bien meditado y debia ejecutarlo con extricta puntualidad. En posesión del único falucho que existiera en el lugar, se apartó presurosa de allí, rechazando á los infelices que le imploraban auxilio. Pronto se alejó haciendo proa al S. O. En vano la llamaban todos y cada uno de los náufragos. Fue cruel y sorda a todo clamor.
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La capitanía del puerto, impuesta de lo que ocurría en la bahía, ordenó que los matriculados salieran á favorecer a los náufragos. Esto se hizo y con oportunidad.
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Recojidos los mas por las embarcaciones de dicha oficina, y salidos á tierra otros con el auxilio de sus esfuerzos natatorios o mediante un trozo de madera, fueron todos atendidos esmerada y humanitariamente por el vecindario presidido por las autoridades.
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Tampoco queremos narrar las escenas conmovedoras que tuvieron lugar por la presencia de los náufragos, casi desnudos, exámines del cansancio, pronunciando frases de gratitud hácia el Perú por los auxilios prestados en tan supremos y desesperados momentos, y maldiciendo la guerra y sus aterradoras consecuencias. Hay algunos que han expresado eso por escrito.
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Natural era que entre todos los salvados hubieran algunos heridos. Estos fueron socorridos oportunamente con todos los auxilios que requería su lastimoso estado, tanto en lo que respecta á la ciencia como en lo espiritual.
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Una de las primeras personas que acudieron á socorrer con dinero á los prisioneros chilenos, fue la señora á quien la corbeta que bloquea Ancón bombardeó sin la menor compasión. Este es el pago de Chile!
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Para concluir damos á continuación la nómina de los salvados, advirtiendo que entre ellos pocos pasan los 25 años; casi todos tienen 20 ó 22 años; los hay también niños de doce y de 15 años. Entre estos últimos, asi como en los primero hay muchos que han morado entre nosotros antes de la guerra.
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El Corresponsal
Bello
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