Fuerzas Armadas de Colombia (2010-2014)
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- Sargento Primero
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- Ubicación: Bogotá, Colombia
LA GUERRA EN...EL MAR
POR GERMÁN CASTRO CAYCEDO - EDICIÓN: 83
Todos los que estamos aquí tenemos un perfil psicológico para submarino. Por ejemplo, nadie maneja un estrés excesivo por estar encerrado en un tubo, veinte o cuarenta días
Siete de la mañana.
El sol brilla con intensidad, pero la orden es imaginar que estamos arropados por un manto de niebla que impide ver más allá de unos cuantos metros.
Una vez sueltan los cabos (cables) de amarras de las "bitas" de acero plantadas en el borde del muelle, se escucha la voz del comandante: "Atrás, cuarenta revoluciones".
Tres pitadas: marcha atrás.
—Máquina, cuarenta revoluciones —responden del compartimento de controles y comenzamos a movernos lentamente.
—Para máquinas.
—Máquinas paradas.
Ahora el buque se mueve con la viada (impulso) para caer a babor (girar a la izquierda).
—Centro el timón —ordena el comandante desde el puente.
—Timón al centro —responden de abajo.
—Todo el timón a babor.
—Timón todo a babor.
—Avante, sesenta.
—Sesenta avante.
—Así como va...
—Visibilidad, cien yardas —anuncian.
El buque entra en zafarrancho de baja visibilidad. Periscopios abajo. Toda la información se concentra dentro del submarino y desde allí le aconsejan al comandante —ubicado arriba—, cómo se debe llevar la navegación.
En adelante se escucha una pitada larga cada dos minutos.
El comandante, el oficial de guardia y el vigía que navegan en lo alto de la vela del submarino —el puente—cambian su lenguaje: en adelante se trata de informar al interior del submarino lo que escuchan y observan alrededor. Abajo están activos el radar, el sonar, cuatro secciones, treinta y siete tripulantes formando un equipo que trabaja en forma milimétrica.
—En el mar hay dos tipos de embarcaciones: los blancos y los submarinos.
Y otra sentencia:
—El arma del submarino es la sorpresa.
Unos minutos antes de comenzar a navegar sobre la superficie en busca de mar abierto donde debe realizarse la inmersión, 330 pies de profundidad (unos cien metros) área Zulú, (cercana a Cartagena), los tripulantes de este submarino de 54 metros de largo (se dice eslora), se plantaron en el muelle:
A ti, Oh grande y eterno Dios,
Señor del cielo y del abismo
a quien obedecen los vientos y las olas...
La oración del marino. Luego vino la Cédula de Navegación, es decir la asignación de puestos que debía operar cada uno:
Cjl: Comandante del submarino ARC Tayrona, capitán de Fragata Herney Gutierrez
2Cjl: Segundo comandante, capitán de Fragata Álvaro Medina
Jdi: Ingeniero, capitán de Corbeta José David Espitia
Jdo: Jefe de operaciones capitán de Corbeta Moog, y así, Odet, oficial de la División de electrónica; Odel oficial División de electricidad; Odnyc, oficial de la División de Navegación y Comunicaciones; Odmo, Odayc, Oe, Oc, Oa, Im, Ie... Todo tan sencillo y tan fácil de descifrar como las decenas de válvulas, grifos, escapes, mecanismos, palancas, pértigas, barras, dispositivos, aparatos, llaves, registros, tuberías terminales, turbinas, generadores, máquinas, motores, testigos, pantallas electrónicas, acomodadas con un orden y una disposición inverosímiles en seis metros de anchura (se dice manga). Hacia afuera no se ve absolutamente nada, el submarino es hermético, pero, pese a la estrechez, allí realmente hay orden y espacio para todo, menos para un error.
Y si adentro no se ve nada del mundo exterior tampoco se escucha nada diferente al sonar. Pero es que tampoco se ve más allá de los colores de números, líneas y signos en pantallas y monitores. Para quien no es marino, allí no pasa nada. Parece que el buque estuviera detenido. No hay ningún movimiento, no se aprecia el cabeceo o el balanceo de un buque de superficie. Por los monitores tampoco es posible ver nada del fondo del mar.
Adentro, en cada compartimento, un oficial y un suboficial realizan un chequeo, punto a punto de cada sistema como hacen en los aviones antes de moverlos hacia la pista, ayudándose por una lista realmente larga que permite no olvidar una sola ficha.
Como a otros, vi de cerca al oficial de torpedos recorrer todo su compartimento y constatar muchos, muchos ítems de la lista de verificación: como que el 71 que es el dren de alojamiento de la balsa número uno estuviera cerrado, igual que el dren de alojamiento de la balsa número dos.
—Evacuación tanque de compensación de torpedos, uno, cerrar.
—Cerrado...
—Válvula de mar, tanque de compensación de torpedos y válvula igualadora de los tubos lanzatorpedos, cerrar.
—Cerrado.
Ahora el ingeniero jefe ordena la prueba de vacío. No puede haber un solo haz de luz en las escotillas o en los tubos lanza torpedos, válvulas o cualquier elemento en contacto con el exterior. Todo se hace en segundos pensando en el momento de la inmersión. Se presume que en cualquier instante van a entrar en guerra.
Cinco minutos después se abre la escotilla principal y el segundo comandante reporta:
—Para el señor comandante: bajo cubierta, submarino listo para zarpe.
Y el oficial de guardia que está en el puente con el comandante:
—Sobre cubierta y puente, listo para zarpe.
—Ocupar puestos para zarpe.
La gente tripula los puestos tal como en la Cédula.
—Máquinas listas para propulsar.
—Atrás, cuarenta revoluciones.
—Cuarenta revoluciones atrás...
Jamás había visto una relación humana tan normal en un grupo como en el de este submarino. Es igual en todos, en todo el mundo, explica el comandante. De lo contrario sería un infierno permanecer siquiera un día con su noche moviéndose al lado de otros en un metro de espacio y en el silencio de las profundidades.
Para ser submarinista, el curso inicial, un curso difícil, altamente técnico, científico en algunos aspectos, porque el submarino es una de las armas más complejas del mundo, es el TR-75. Allí han comenzado a compenetrarse todos ellos. Oficiales y suboficiales trabajan siempre en grupo una serie de tareas, un entrenamiento físico muy pesado de horas y horas nadando, cruzando el mar, haciendo labores de alistamiento y estudio, de manera que la misma presión que hay sobre ellos hace que aprendan a conocerse, que sepan hasta dónde va cada uno y hasta dónde van sus compañeros y eso les enseña a trabajar en equipo, a unirse y, ante todo, a respetar los espacios y sus puntos débiles.
—Lo más difícil de manejar en el submarino nosotros lo damos por descontado, porque todos los que estamos aquí embarcados tenemos un perfil psicológico especial.
—Cuando aspiramos a ser submarinistas —dice un oficial—antes que los exámenes de conocimientos, antes de pasar cualquier otra prueba, para nosotros el examen más fuerte y más exigente es el perfil psicológico del submarinista. Todos los que estamos aquí tenemos un perfil psicológico para submarino. Por ejemplo, nadie maneja un estrés excesivo por estar encerrado en un tubo, veinte o cuarenta días. Pienso que eso es lo más difícil de manejar. Una persona que no esté acostumbrada a este ritmo de vida ni al perfil de nuestro trabajo, pienso que sentiría el encierro como un castigo de verdad.
El movimiento del submarino sobre la superficie del océano, bueno, es fatal. Sencillamente fatal porque se trata de un cilindro. Pero una vez comienza la inmersión, comienza la calma y ya en el fondo la quietud es tal que difícilmente se puede calcular que el submarino esté navegando.
Reposo absoluto, diálogos incomprensibles. Los marinos se mueven realmente en centímetros a lo largo de una nave con una distribución tan soberbia como la disciplina y el respeto a bordo.
La cocina es pequeña, se come bien, muy bien. Un poco después del mediodía se ordenó zafarrancho de combate: el submarino se convierte en penumbras, ases de luz roja, medias luces. Estamos en el fondo gracias a las aletas del submarino y al peso de dieciocho toneladas de agua en dos grandes tanques a proa (adelante) y a popa (atrás). Los hombres, concentrados en sus instrumentos desde cuando se inició la navegación parecen vigilarse unos a otros.
—Bueno, digamos que todos se ayudan. No puede ocurrir el menor error.
Se habla con voces muy bajas. El enemigo también posee con qué captar el ruido a bordo, y a eso de las dos y media aquellos diálogos surrealistas adquieren la intensidad de un susurro continuo:
—Señor: tenemos un contacto en marcación dos, siete, uno. Está clasificado como un contacto enemigo. Velocidad del blanco estimada entre los siete y los catorce nudos. El alcance del sonar es de veinte mil yardas. Fue detectado hace un minuto.
—Recibido.
Con el ruido que está escuchando, el sonarista puede saber cuántas aspas tiene el blanco en velocidad (ruido de la máquina).
—Minuto dos: el contacto ha aumentado velocidad a diecisiete nudos, dice una voz.
—Minuto tres: dos, seis, ocho punto cuatro, señala otra.
—Control de tiro alistarse para disparar torpedos uno y dos.
—... dos, seis, siete punto ocho.
—Noventa y cinco segundos. Dos, seis, siete punto tres.
—Recibido.
—Minuto cuatro: dos, seis, siete punto cuatro.
—Interrogativo decibeles del contacto...
—Cincuenta decibeles.
—Comandante, el contacto se sigue acercando. Con el nuevo rumbo debe generar una rata de variación de marcación hacia la izquierda.
Informan que el blanco está haciendo un zigzag para evitar la detección del submarino.
—Dos, seis, siete punto ocho —continúa cantando la voz.
La Flotilla de submarinos en Colombia es una fuerza pequeña en la cual no pasan de doscientos hombres entre oficiales y suboficiales. Una familia en la que todos, no solamente se conocen, digamos, en forma muy íntima, sino conocen también a sus familias, saben de sus hijos. Sus mujeres también se conocen y también parecen una desde aquel día que comenzó el curso en la Escuela.
El zafarrancho
—Para el señor comandante se reporta el ploteo geográfico solución del blanco, así: rumbo dos, cinco, uno. Distancia diez mil quinientas yardas. Velocidad siete nudos. Etb confirmó la velocidad. El ploteo de la proa lynch también confirmaron el rumbo. Introducir los datos en el sistema control de tiro y todos correlacionan con el blanco que estamos traqueando. Solicito autorización para iniciar secuencia de disparo.
—Autorizado, continúe con el disparo.
—Jefe de operaciones alistar torpedo uno y dos para el disparo al contacto número uno.
—Recibido.
—Torpedos uno y dos, listos.
—Cuarenta y cinco segundos: dos, seis, dos punto nueve
—Alistarse para minuto nueve
—Listos para disparo
—Torpedos, abrir tapabocas...
—Señor comandante, tapabocas abiertos.
—Recibido.
Desde cuando se inicia el curso lo que se ve son varios muchachos con esa expectativa de ser submarinistas y poder navegar en una unidad de este tipo, dice el comandante Herney Gutiérrez Guarín, un capitán de Fragata, y luego explica:
—Son dos años metidos dentro del buque conociendo todos los sistemas, válvulas, tuberías, máquinas, y allí empieza uno a tener una amistad muy estrecha con los suboficiales y con los oficiales.
En ese lapso empiezan los compañeros a tener sus novias. Esa primera novia llegó a ser su esposa. Y tuvo después sus hijos y uno va paralelo con ese compañero, ya no en la escuela sino en el mismo buque, de manera que llega uno, digamos como a tener los hijos del compañero, no importa la antigüedad, prácticamente los siente como si fueran sus sobrinos. Hay mucha amistad y respeto. Y lógicamente se respeta la jerarquía de la vida militar.
Estar en este tipo de unidades trabajando, significa una gran compenetración. Es que se necesita ser muy amigos, conocerse mucho y eso lo da el tiempo. Estar metido dentro de un submarino desde hace dieciocho años implica conocerse bien, pero muy bien, no solamente con los compañeros sino con todas sus familias.
—Fuego torpedo uno.
—Torpedo fuera del tubo.
—Torpedo recorriendo distancia de seguridad.
—Recibido.
—Marcación de torpedo, cinco, seis, cayendo a la derecha.
—Recibido.
—Jefe de operaciones verificar adquisición del blanco por parte del torpedo.
—Recibido.
—¿Entrenamiento psicológico? Para estar tanto tiempo en tan pocos metros, tantas personas, sería lógico pensar que sin eso todo el mundo terminaría con los pelos de punta. La convivencia de los seres humanos...
—Eso no sucede. Nunca. Nunca. Creo que en ningún submarino. Mire: en esto ayudan hasta los exámenes físicos y psicológicos a los cuales uno está sometido en forma permanente. En la escuela de submarinos se prepara uno dos años conociendo el buque. Ese conociendo el buque es muy completo y es conocerse uno también. Hasta dónde mi organismo es capaz de hacer algo. Por ejemplo, un entrenamiento físico como salir en la noche y hacer una prueba de supervivencia, le hace ver a uno hasta dónde puede dar su organismo. Son cosas que uno no sabía y cosas que lo ayudan, y le dan calma y lo hacen cada día más prudente...
—Señor comandante, torpedo realizó detección, está actuando por sí solo...
—Señor: el sonar reporta impacto del torpedo en el blanco número uno.
—Recibido.
—Alistar torpedo dos en el tubo dos.
—Tapaboca del tubo lanzatorpedos dos, abierto.
—Fuego
—Señor comandante, torpedo fuera del tubo...
aqui el original: http://www.soho.com.co/zona-cronica/art ... el-mar/332
POR GERMÁN CASTRO CAYCEDO - EDICIÓN: 83
Todos los que estamos aquí tenemos un perfil psicológico para submarino. Por ejemplo, nadie maneja un estrés excesivo por estar encerrado en un tubo, veinte o cuarenta días
Siete de la mañana.
El sol brilla con intensidad, pero la orden es imaginar que estamos arropados por un manto de niebla que impide ver más allá de unos cuantos metros.
Una vez sueltan los cabos (cables) de amarras de las "bitas" de acero plantadas en el borde del muelle, se escucha la voz del comandante: "Atrás, cuarenta revoluciones".
Tres pitadas: marcha atrás.
—Máquina, cuarenta revoluciones —responden del compartimento de controles y comenzamos a movernos lentamente.
—Para máquinas.
—Máquinas paradas.
Ahora el buque se mueve con la viada (impulso) para caer a babor (girar a la izquierda).
—Centro el timón —ordena el comandante desde el puente.
—Timón al centro —responden de abajo.
—Todo el timón a babor.
—Timón todo a babor.
—Avante, sesenta.
—Sesenta avante.
—Así como va...
—Visibilidad, cien yardas —anuncian.
El buque entra en zafarrancho de baja visibilidad. Periscopios abajo. Toda la información se concentra dentro del submarino y desde allí le aconsejan al comandante —ubicado arriba—, cómo se debe llevar la navegación.
En adelante se escucha una pitada larga cada dos minutos.
El comandante, el oficial de guardia y el vigía que navegan en lo alto de la vela del submarino —el puente—cambian su lenguaje: en adelante se trata de informar al interior del submarino lo que escuchan y observan alrededor. Abajo están activos el radar, el sonar, cuatro secciones, treinta y siete tripulantes formando un equipo que trabaja en forma milimétrica.
—En el mar hay dos tipos de embarcaciones: los blancos y los submarinos.
Y otra sentencia:
—El arma del submarino es la sorpresa.
Unos minutos antes de comenzar a navegar sobre la superficie en busca de mar abierto donde debe realizarse la inmersión, 330 pies de profundidad (unos cien metros) área Zulú, (cercana a Cartagena), los tripulantes de este submarino de 54 metros de largo (se dice eslora), se plantaron en el muelle:
A ti, Oh grande y eterno Dios,
Señor del cielo y del abismo
a quien obedecen los vientos y las olas...
La oración del marino. Luego vino la Cédula de Navegación, es decir la asignación de puestos que debía operar cada uno:
Cjl: Comandante del submarino ARC Tayrona, capitán de Fragata Herney Gutierrez
2Cjl: Segundo comandante, capitán de Fragata Álvaro Medina
Jdi: Ingeniero, capitán de Corbeta José David Espitia
Jdo: Jefe de operaciones capitán de Corbeta Moog, y así, Odet, oficial de la División de electrónica; Odel oficial División de electricidad; Odnyc, oficial de la División de Navegación y Comunicaciones; Odmo, Odayc, Oe, Oc, Oa, Im, Ie... Todo tan sencillo y tan fácil de descifrar como las decenas de válvulas, grifos, escapes, mecanismos, palancas, pértigas, barras, dispositivos, aparatos, llaves, registros, tuberías terminales, turbinas, generadores, máquinas, motores, testigos, pantallas electrónicas, acomodadas con un orden y una disposición inverosímiles en seis metros de anchura (se dice manga). Hacia afuera no se ve absolutamente nada, el submarino es hermético, pero, pese a la estrechez, allí realmente hay orden y espacio para todo, menos para un error.
Y si adentro no se ve nada del mundo exterior tampoco se escucha nada diferente al sonar. Pero es que tampoco se ve más allá de los colores de números, líneas y signos en pantallas y monitores. Para quien no es marino, allí no pasa nada. Parece que el buque estuviera detenido. No hay ningún movimiento, no se aprecia el cabeceo o el balanceo de un buque de superficie. Por los monitores tampoco es posible ver nada del fondo del mar.
Adentro, en cada compartimento, un oficial y un suboficial realizan un chequeo, punto a punto de cada sistema como hacen en los aviones antes de moverlos hacia la pista, ayudándose por una lista realmente larga que permite no olvidar una sola ficha.
Como a otros, vi de cerca al oficial de torpedos recorrer todo su compartimento y constatar muchos, muchos ítems de la lista de verificación: como que el 71 que es el dren de alojamiento de la balsa número uno estuviera cerrado, igual que el dren de alojamiento de la balsa número dos.
—Evacuación tanque de compensación de torpedos, uno, cerrar.
—Cerrado...
—Válvula de mar, tanque de compensación de torpedos y válvula igualadora de los tubos lanzatorpedos, cerrar.
—Cerrado.
Ahora el ingeniero jefe ordena la prueba de vacío. No puede haber un solo haz de luz en las escotillas o en los tubos lanza torpedos, válvulas o cualquier elemento en contacto con el exterior. Todo se hace en segundos pensando en el momento de la inmersión. Se presume que en cualquier instante van a entrar en guerra.
Cinco minutos después se abre la escotilla principal y el segundo comandante reporta:
—Para el señor comandante: bajo cubierta, submarino listo para zarpe.
Y el oficial de guardia que está en el puente con el comandante:
—Sobre cubierta y puente, listo para zarpe.
—Ocupar puestos para zarpe.
La gente tripula los puestos tal como en la Cédula.
—Máquinas listas para propulsar.
—Atrás, cuarenta revoluciones.
—Cuarenta revoluciones atrás...
Jamás había visto una relación humana tan normal en un grupo como en el de este submarino. Es igual en todos, en todo el mundo, explica el comandante. De lo contrario sería un infierno permanecer siquiera un día con su noche moviéndose al lado de otros en un metro de espacio y en el silencio de las profundidades.
Para ser submarinista, el curso inicial, un curso difícil, altamente técnico, científico en algunos aspectos, porque el submarino es una de las armas más complejas del mundo, es el TR-75. Allí han comenzado a compenetrarse todos ellos. Oficiales y suboficiales trabajan siempre en grupo una serie de tareas, un entrenamiento físico muy pesado de horas y horas nadando, cruzando el mar, haciendo labores de alistamiento y estudio, de manera que la misma presión que hay sobre ellos hace que aprendan a conocerse, que sepan hasta dónde va cada uno y hasta dónde van sus compañeros y eso les enseña a trabajar en equipo, a unirse y, ante todo, a respetar los espacios y sus puntos débiles.
—Lo más difícil de manejar en el submarino nosotros lo damos por descontado, porque todos los que estamos aquí embarcados tenemos un perfil psicológico especial.
—Cuando aspiramos a ser submarinistas —dice un oficial—antes que los exámenes de conocimientos, antes de pasar cualquier otra prueba, para nosotros el examen más fuerte y más exigente es el perfil psicológico del submarinista. Todos los que estamos aquí tenemos un perfil psicológico para submarino. Por ejemplo, nadie maneja un estrés excesivo por estar encerrado en un tubo, veinte o cuarenta días. Pienso que eso es lo más difícil de manejar. Una persona que no esté acostumbrada a este ritmo de vida ni al perfil de nuestro trabajo, pienso que sentiría el encierro como un castigo de verdad.
El movimiento del submarino sobre la superficie del océano, bueno, es fatal. Sencillamente fatal porque se trata de un cilindro. Pero una vez comienza la inmersión, comienza la calma y ya en el fondo la quietud es tal que difícilmente se puede calcular que el submarino esté navegando.
Reposo absoluto, diálogos incomprensibles. Los marinos se mueven realmente en centímetros a lo largo de una nave con una distribución tan soberbia como la disciplina y el respeto a bordo.
La cocina es pequeña, se come bien, muy bien. Un poco después del mediodía se ordenó zafarrancho de combate: el submarino se convierte en penumbras, ases de luz roja, medias luces. Estamos en el fondo gracias a las aletas del submarino y al peso de dieciocho toneladas de agua en dos grandes tanques a proa (adelante) y a popa (atrás). Los hombres, concentrados en sus instrumentos desde cuando se inició la navegación parecen vigilarse unos a otros.
—Bueno, digamos que todos se ayudan. No puede ocurrir el menor error.
Se habla con voces muy bajas. El enemigo también posee con qué captar el ruido a bordo, y a eso de las dos y media aquellos diálogos surrealistas adquieren la intensidad de un susurro continuo:
—Señor: tenemos un contacto en marcación dos, siete, uno. Está clasificado como un contacto enemigo. Velocidad del blanco estimada entre los siete y los catorce nudos. El alcance del sonar es de veinte mil yardas. Fue detectado hace un minuto.
—Recibido.
Con el ruido que está escuchando, el sonarista puede saber cuántas aspas tiene el blanco en velocidad (ruido de la máquina).
—Minuto dos: el contacto ha aumentado velocidad a diecisiete nudos, dice una voz.
—Minuto tres: dos, seis, ocho punto cuatro, señala otra.
—Control de tiro alistarse para disparar torpedos uno y dos.
—... dos, seis, siete punto ocho.
—Noventa y cinco segundos. Dos, seis, siete punto tres.
—Recibido.
—Minuto cuatro: dos, seis, siete punto cuatro.
—Interrogativo decibeles del contacto...
—Cincuenta decibeles.
—Comandante, el contacto se sigue acercando. Con el nuevo rumbo debe generar una rata de variación de marcación hacia la izquierda.
Informan que el blanco está haciendo un zigzag para evitar la detección del submarino.
—Dos, seis, siete punto ocho —continúa cantando la voz.
La Flotilla de submarinos en Colombia es una fuerza pequeña en la cual no pasan de doscientos hombres entre oficiales y suboficiales. Una familia en la que todos, no solamente se conocen, digamos, en forma muy íntima, sino conocen también a sus familias, saben de sus hijos. Sus mujeres también se conocen y también parecen una desde aquel día que comenzó el curso en la Escuela.
El zafarrancho
—Para el señor comandante se reporta el ploteo geográfico solución del blanco, así: rumbo dos, cinco, uno. Distancia diez mil quinientas yardas. Velocidad siete nudos. Etb confirmó la velocidad. El ploteo de la proa lynch también confirmaron el rumbo. Introducir los datos en el sistema control de tiro y todos correlacionan con el blanco que estamos traqueando. Solicito autorización para iniciar secuencia de disparo.
—Autorizado, continúe con el disparo.
—Jefe de operaciones alistar torpedo uno y dos para el disparo al contacto número uno.
—Recibido.
—Torpedos uno y dos, listos.
—Cuarenta y cinco segundos: dos, seis, dos punto nueve
—Alistarse para minuto nueve
—Listos para disparo
—Torpedos, abrir tapabocas...
—Señor comandante, tapabocas abiertos.
—Recibido.
Desde cuando se inicia el curso lo que se ve son varios muchachos con esa expectativa de ser submarinistas y poder navegar en una unidad de este tipo, dice el comandante Herney Gutiérrez Guarín, un capitán de Fragata, y luego explica:
—Son dos años metidos dentro del buque conociendo todos los sistemas, válvulas, tuberías, máquinas, y allí empieza uno a tener una amistad muy estrecha con los suboficiales y con los oficiales.
En ese lapso empiezan los compañeros a tener sus novias. Esa primera novia llegó a ser su esposa. Y tuvo después sus hijos y uno va paralelo con ese compañero, ya no en la escuela sino en el mismo buque, de manera que llega uno, digamos como a tener los hijos del compañero, no importa la antigüedad, prácticamente los siente como si fueran sus sobrinos. Hay mucha amistad y respeto. Y lógicamente se respeta la jerarquía de la vida militar.
Estar en este tipo de unidades trabajando, significa una gran compenetración. Es que se necesita ser muy amigos, conocerse mucho y eso lo da el tiempo. Estar metido dentro de un submarino desde hace dieciocho años implica conocerse bien, pero muy bien, no solamente con los compañeros sino con todas sus familias.
—Fuego torpedo uno.
—Torpedo fuera del tubo.
—Torpedo recorriendo distancia de seguridad.
—Recibido.
—Marcación de torpedo, cinco, seis, cayendo a la derecha.
—Recibido.
—Jefe de operaciones verificar adquisición del blanco por parte del torpedo.
—Recibido.
—¿Entrenamiento psicológico? Para estar tanto tiempo en tan pocos metros, tantas personas, sería lógico pensar que sin eso todo el mundo terminaría con los pelos de punta. La convivencia de los seres humanos...
—Eso no sucede. Nunca. Nunca. Creo que en ningún submarino. Mire: en esto ayudan hasta los exámenes físicos y psicológicos a los cuales uno está sometido en forma permanente. En la escuela de submarinos se prepara uno dos años conociendo el buque. Ese conociendo el buque es muy completo y es conocerse uno también. Hasta dónde mi organismo es capaz de hacer algo. Por ejemplo, un entrenamiento físico como salir en la noche y hacer una prueba de supervivencia, le hace ver a uno hasta dónde puede dar su organismo. Son cosas que uno no sabía y cosas que lo ayudan, y le dan calma y lo hacen cada día más prudente...
—Señor comandante, torpedo realizó detección, está actuando por sí solo...
—Señor: el sonar reporta impacto del torpedo en el blanco número uno.
—Recibido.
—Alistar torpedo dos en el tubo dos.
—Tapaboca del tubo lanzatorpedos dos, abierto.
—Fuego
—Señor comandante, torpedo fuera del tubo...
aqui el original: http://www.soho.com.co/zona-cronica/art ... el-mar/332
" SI QUIERES LA PAZ, PREPARATE PARA LA GUERRA"
LEY Y ORDEN
LEY Y ORDEN
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- Sargento Primero
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y asi combaten nuestro muchachos en la montaña
cronica de la revista SOHO
LA GUERRA DESDE LA MONTAÑA
POR ALBERTO SALCEDO RAMOS
Veo tropas en formación, veo otro partido de fútbol malísimo, veo muchas botas, y centenares de guantes y pasamontañas. Un recluta hace flexiones de pecho
1. Cuatro ojos, lancero
Los cuatro suboficiales ocupan un rústico mesón rectangular bajo la luz turbia del restaurante. El tema de conversación es el insomnio de los soldados destacados en zonas de conflicto.
El teniente Hernán Ceballos, quien frota el cañón de su fusil con una bayetilla roja, considera inevitable perder el sueño cuando se está en medio de la guerra. Se trata de conservar el pellejo —dice— y para ello lo mejor es mantener los ojos abiertos tanto tiempo como sea posible. Por eso sus tropas no conjugan el verbo "dormir" sino el verbo "descansar". Los cabos José Arturo Pegendino, Waldir Altamar y Ancízar Castro permanecen atentos. El jefe sigue hablando sin dejar de brillar su arma. Lo que más lo desvela, admite, es el temor a pisar alguna de las bombas ocultas que los guerrilleros de las Farc han ido diseminando por el suelo.
El cabo Altamar mueve la cabeza de manera afirmativa. Luego cuenta que hace un año vio caer despedazados a cuatro soldados del Batallón Caicedo, en el Tolima, en medio de un campo minado con nueve cilindros explosivos de veinte libras. Él sobrevivió —explica— porque estaba lo suficientemente retirado del sitio donde ocurrió el estallido. Castro sentencia que nadie se muere el día que no le toca. Y Pegendino se pone a tajar una manzana verde con su navaja suiza.
—Las bombas enterradas son lo peor —dice.
—Lo peor —repite Castro.
Altamar advierte que en el último mes su escuadrón ha desactivado diecséis minas antipersonales sembradas por la guerrilla. El teniente Ceballos suspende la limpieza de su fusil. Entonces mira por primera vez a sus subalternos y dice que, pensándolo mejor, lo más inquietante no son las bombas encubiertas sino el hecho de saberse asediados por insurgentes que jamás plantean la confrontación abierta. Ver al enemigo significa escrutarlo, medirlo, predecir sus pasos. No verlo, en cambio, genera una sensación de zozobra que, según él, es la que produce el insomnio.
La escena transcurre en el Páramo de Sumapaz, en el Batallón de Alta Montaña Número Uno del Ejército colombiano, ubicado a tres mil seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar. El restaurante donde se lleva a cabo la conversación funciona dentro un búnker, en cuyo techo se sienten, a ratos, los arañazos de un viento filoso. Las paredes internas están cubiertas con cobijas térmicas que exhiben el camuflaje característico de los uniformes militares. Afuera, la temperatura es de un grado centígrado, pero aquí adentro nadie parece tiritar de frío. Vistos bajo las lámparas opacas en esta noche de sábado, los cuatro suboficiales lucen un tanto fantasmagóricos.
Si la guerra se disputara de frente —insiste Ceballos— la incertidumbre sería menor. Ignorar dónde se agazapa el adversario es lo que les impone una vigilia permanente. El teniente recuerda que, en la región del Sumapaz, el último combate directo contra las Farc se presentó en julio de 2005. Esa vez, dice, cerca de setecientos subversivos intentaron recuperar a sangre y fuego el terreno perdido cinco años atrás. En la escaramuza murieron cinco guerrilleros, incluido un comandante conocido como 'el Boyaco'. También fueron abatidos un oficial y cinco soldados. Desde entonces los enemigos se volvieron invisibles y se dedicaron a sembrar sus minas antipersonales. Por eso —interviene Castro— toca mirar todo con cuatro ojos.
Ocho horas antes, cuando el fotógrafo Camilo Rozo y yo arribamos al batallón, varios hombres sudorosos, ataviados con camisetas grises y pantalonetas verde oliva, correteaban detrás de un balón. Me impresionó ver la cancha circundada por fusiles, como si los jugadores estuvieran más pendientes de repeler un asalto que de anotar goles. De repente, uno de los futbolistas disparó al arco y la pelota pasó zumbando frente a un recluta que simplemente miraba el partido desde afuera. Alguien gritó a todo pulmón:
—¡Despierto y con cuatro ojos, Murillo!
Y esa es la frase que el cabo Castro, siempre sentencioso, repite ahora, mientras recibe una lonja de manzana verde que le pasa Pegendino.
—¡Cuatro ojos, lancero, cuatro ojos!?
2. El país del nunca jamás
En Fusagasugá, setenta kilómetros al suroeste de Bogotá, funciona el Comando Operativo del Sumapaz. Allí nos suministraron el jeep Mitsubishi en el cual, a las siete de la mañana, comenzamos nuestro periplo. Antes de salir, el coronel Jorge Humberto Jerez nos informó que el recorrido hasta la sede del Batallón de Alta Montaña duraría siete horas, aproximadamente. Y nos impartió algunas instrucciones que él consideró urgentes: usar guantes y bufandas, cubrir el pecho y las fosas nasales, estar siempre dentro de la base militar y evitar los esfuerzos descomedidos. A los primerizos sedentarios como nosotros —nos previno— no les conviene sudar a cuatro mil metros de altura, pues la humedad en la piel aumenta el riesgo de una hipotermia o de un congelamiento de las extremidades.
El coronel se despidió y se fue para el patio a dirigir una revista de armas. En seguida, el soldado Erbin Ramírez, nuestro conductor asignado, encendió el carro. No habíamos avanzado ni tres metros cuando nos mostró su alma con la franqueza más pavorosa.
—Este viaje me preocupa —dijo.
Rozo y yo nos miramos desconcertados. Lo que oímos a continuación fue aún más perturbador.
—Si nos detiene la guerrilla, dicen que son periodistas ecológicos y van a investigar sobre los lagos del páramo. Ah, y yo no soy un soldado sino un chofer contratado por ustedes.
Le respondimos que por nada del mundo nos prestaríamos para esa farsa, ya que pondríamos en peligro nuestro pellejo. La mentira que nos proponía —le explicamos— era pésima. En primer lugar, nosotros no teníamos ni la menor idea acerca de los lagos del páramo. Sí, claro, los nombraban los profesores en las clases de geografía, pero aquello ya era historia patria, pasto de olvido. Hasta la pregunta más elemental sobre el tema nos dejaría en evidencia. En cuanto a Ramírez, su corte de pelo a ras lo delataba a leguas como soldado, por mucho que se hubiera vestido de civil. Más adelante, por cierto, le descubriríamos otras señales inequívocas: el lenguaje lacónico, el ancla tatuada en el antebrazo, la mirada recelosa. Y, sobre todo, su sentido castrense de la subordinación. Cuando Rozo o yo le hablábamos, él nos escuchaba con una compostura excesiva, como si pensara que nosotros, en vez de invitarlo a conversar, estuviéramos transmitiéndole una voz de mando. Sin duda fue por eso que aceptó nuestros argumentos y no volvió a mencionar su descabellada propuesta.
En todo caso, el saber que durante las próximas siete horas seríamos objetivos de guerra resultaba atroz. Nuestra primera revelación había sido apabullante: la guerrilla podía interceptarnos. Ir a bordo de aquel tipo de jeep —tan apetecido en los campamentos guerrilleros de la región— y en compañía de un militar que pretendía hacerse pasar por civil, no mejoraba el panorama.
A lo largo de la travesía, sin embargo, comprendimos que hay más razones para temer. La principal es la escabrosa vía, que al principio tiene curvas —calculo— cada cuatro metros. Algunas de esas curvas son enormes y producen una sensación de vértigo similar a la del bajonazo en la montaña rusa. Después de tres horas se empieza a andar por una trocha polvorienta plagada de escalerillas. El carro salta, los riñones sufren y una nube de tierra descarga toda su furia en nuestros ojos y en nuestras gargantas. A veces la carretera se angosta tanto que escasamente cabe el jeep en el que vamos. Y justo en ese momento se aprecia, bajo la margen derecha, un abismo que hiela la sangre. Luego está el frío, que endurece las manos y hace doler las orejas. Y más allá, la niebla que impide ver los bordes del camino.
Pasando por el Cerro del Gavilán, mientras las llantas se aferraban a la empinada cuesta como las tenazas de un escarabajo, me pregunté si el conflicto que presenciamos a diario en la televisión incluye lo que yo estaba viendo. Nos muestran los cadáveres, cómo no, nos muestran el llanto de los dolientes, nos muestran las cifras, pero jamás nos dejan sentir una atmósfera que vaya más allá de las muertes y los disparos. En otras palabras, nos presentan la balacera y nos ocultan el país que está detrás. El país de los senderos solitarios, de los caseríos de nadie como el que habíamos atravesado minutos atrás, de los pueblos perdidos donde impera la ley del más fuerte. El país que nos queda lejísimos a quienes habitamos en las grandes ciudades, el país de los lagos que solo vemos en las clases de geografía, el país que abandonamos a su suerte para que se lo comieran el hambre, la maleza y los infames de todo pelambre. El país de la gente inerme y asustada como nosotros. El país del nunca jamás.
Al final no nos emboscó la guerrilla ni escuchamos ningún tableteo de metralletas, pero sentimos en carne propia esa zozobra que el teniente Ceballos y sus soldados comentarían horas después, durante la tertulia nocturna en el restaurante.
3. Los otros enemigos
El teniente coronel Antonio Arévalo, comandante del Batallón de Alta Montaña, considera que el frío es, literalmente, uno de sus enemigos más encarnizados.
—Yo digo que la hipotermia es como un problema de orden público, porque nos obliga a sacar algunos hombres del área de combate.
Un poco antes, Arévalo había utilizado una maqueta en alto relieve para explicarme la ubicación exacta del batallón. El punto donde se encuentra la base —dijo, señalando el mapa con un estilógrafo - está a tres mil seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar, pero hay sitios que sobrepasan los cuatro mil metros, en los cuales resulta demasiado difícil respirar y los movimientos se tornan lentos.
Ahora, de pie frente al rancho de tropas donde almuerzan los soldados rasos, Arévalo vuelve a tocar el tema del frío. Nos acompañan el mayor Carlos Triviño y el cabo Sandro Amaya. Arévalo cuenta que, con frecuencia, a sus hombres les toca exponerse a temperaturas bajo cero. Eso genera enfermedades, contratiempos. En el segundo semestre del año pasado, por ejemplo, se presentaron siete casos de hipotermia, dos de congelamiento en los miembros inferiores y uno de pulmonía.
—¿Usted ve esa montaña que está allá? —me pregunta Triviño, mientras señala hacia el frente con el índice derecho.
Cuando le respondo que sí, me informa que la montaña se llama Cerro Piedras, que está a cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar y que es el lugar más frío de todo el páramo. Es un cerro tan frío, agrega, que la laguna que hay en su falda amanece congelada casi todos los días. A menudo, los soldados apostados en ese sector deben romper el hielo a punta de pico y pala, para poder bañarse.
Arévalo, Amaya y Triviño me acompañan a recorrer las instalaciones del batallón. Me muestran las barracas, los morteros, el obús, las ametralladoras, las cananas repletas de municiones, las cercas protegidas con alambres llenos de cuchillas espantosas, las trincheras. Veo tropas en formación, veo otro partido de fútbol malísimo, veo botas, muchas botas, y centenares de guantes y pasamontañas. Un recluta hace flexiones de pecho frente a los pies de un superior que lo reprende. Otro canta una ranchera de Vicente Fernández. Unos metros más allá me presentan a José Bustos García, el soldado que hace cuatro meses estuvo grave a causa de un edema pulmonar. Cuando me da la mano, sonríe.
—Escriba que el frío es lo peor —dice.
Más adelante, cuando emprenda el viaje de regreso, anotaré en mi libreta de apuntes que, durante nuestra estancia en el batallón, la temperatura mínima fue de un grado centígrado. En los amaneceres había trocitos de escarcha enredados entre la hierba y en los atardeceres, una neblina intensa. Por las noches se oían los quejidos del viento gélido. Si uno caminaba a la intemperie, sentía un helaje que dolía en los huesos. Más adelante, digo, anotaré esas impresiones sobre el clima. Ahora le pregunto al teniente coronel qué sentido tiene montar una base militar en este lugar tan remoto. ¿No se supone que el páramo es una reserva natural y que deberíamos aprovecharlo para conocer, por fin, los lagos que solo habíamos visto en los libros de geografía?
Arévalo responde que como la topografía colombiana es tan agreste, tan montañosa, resulta inevitable combatir en las alturas. Y agrega que fue la guerrilla la que convirtió el Páramo de Sumapaz en un escenario de guerra. Antes, según él, las Farc tenían aquí arriba uno de sus frentes.
—Esto funcionaba como una madriguera para esconder a los secuestrados —dice—. Incluso, acá estuvieron algunos ciudadanos importantes negociando la liberación de sus familiares.
Luego sostiene que con el batallón de alta montaña, el Ejército cerró el corredor entre la ciudad de Bogotá y los campamentos de las Farc en el Meta y el Huila. Sin embargo, afirma que se niega a echar las campanas al vuelo: prefiere seguir "despierto y con cuatro ojos", como les exige a sus hombres cada día.
Arévalo calla, se pega el radioteléfono a la oreja izquierda. Luego, mirando hacia el horizonte, confiesa que para él lo más duro es el aislamiento. Aquí arriba se añora con toda el alma el país de la esposa y los hijos, el de la vecina que vende helados de fresa, el del amigo de infancia, el de la tía solterona que canta bajo la ducha, el de los novios que se besan a contraluz, en el atardecer, el del hermano que jamás se afeita el domingo. Pero ese país está lejos y es borroso. Vistos desde el páramo, los seres queridos no son criaturas de carne y hueso sino voces difusas que saludan a través de un chat.
Arévalo adopta ahora un tono más grave y me informa que el hecho de vivir en un lugar tan retirado genera muchos problemas operativos. Los principales son la evacuación de los heridos y enfermos, y los abastecimientos de víveres y combustible. Más adelante, por cierto, el médico del batallón, Alfredo Castañeda, me dirá que la distancia influye también en el índice de venéreas de la tropa. Por razones logísticas, los soldados descansan cada cuatro meses. Muchos, según las palabras textuales de Castañeda, "cuando salen se desahogan con lo primero que se les atraviese", sobre todo en los burdeles, conocidos aquí con el muy gráfico nombre de "chochales". Castañeda precisará que, en ocho meses, ha atendido dos casos de sífilis y varios de condilomas y de gonorrea. A esta última enfermedad los soldados le llaman "gripita militar".
4. Epílogo
Hipotermia, congelamiento, soledad, aislamiento, peligro. Abundan las razones para salir corriendo. Y, sin embargo, ellos siguen allá arriba. ¿Por qué
, les pregunté. Casi todos me respondieron con las mismas palabras calcadas: "patria", "bandera", "libertad". Pero hubo uno, cuya identidad me reservo, que se apartó del coro y reconoció que su motivación principal son los novecientos mil pesos del sueldo.
Justo cuando llegamos a Fusagasugá, recordé su honesta confesión. Mientras nos despedíamos del soldado Erbin Ramírez, pensé en la hipótesis del columnista Antonio Caballero: el conflicto es nuestra principal fuente de empleo. Para mal y para bien. Hasta yo, que me ufano de no haber disparado jamás ni una pistola de juguete, sentía que esta vez no le debía mis honorarios al periodismo sino a la guerra.
http://www.soho.com.co/zona-cronica/art ... ontana/334
cronica de la revista SOHO
LA GUERRA DESDE LA MONTAÑA
POR ALBERTO SALCEDO RAMOS
Veo tropas en formación, veo otro partido de fútbol malísimo, veo muchas botas, y centenares de guantes y pasamontañas. Un recluta hace flexiones de pecho
1. Cuatro ojos, lancero
Los cuatro suboficiales ocupan un rústico mesón rectangular bajo la luz turbia del restaurante. El tema de conversación es el insomnio de los soldados destacados en zonas de conflicto.
El teniente Hernán Ceballos, quien frota el cañón de su fusil con una bayetilla roja, considera inevitable perder el sueño cuando se está en medio de la guerra. Se trata de conservar el pellejo —dice— y para ello lo mejor es mantener los ojos abiertos tanto tiempo como sea posible. Por eso sus tropas no conjugan el verbo "dormir" sino el verbo "descansar". Los cabos José Arturo Pegendino, Waldir Altamar y Ancízar Castro permanecen atentos. El jefe sigue hablando sin dejar de brillar su arma. Lo que más lo desvela, admite, es el temor a pisar alguna de las bombas ocultas que los guerrilleros de las Farc han ido diseminando por el suelo.
El cabo Altamar mueve la cabeza de manera afirmativa. Luego cuenta que hace un año vio caer despedazados a cuatro soldados del Batallón Caicedo, en el Tolima, en medio de un campo minado con nueve cilindros explosivos de veinte libras. Él sobrevivió —explica— porque estaba lo suficientemente retirado del sitio donde ocurrió el estallido. Castro sentencia que nadie se muere el día que no le toca. Y Pegendino se pone a tajar una manzana verde con su navaja suiza.
—Las bombas enterradas son lo peor —dice.
—Lo peor —repite Castro.
Altamar advierte que en el último mes su escuadrón ha desactivado diecséis minas antipersonales sembradas por la guerrilla. El teniente Ceballos suspende la limpieza de su fusil. Entonces mira por primera vez a sus subalternos y dice que, pensándolo mejor, lo más inquietante no son las bombas encubiertas sino el hecho de saberse asediados por insurgentes que jamás plantean la confrontación abierta. Ver al enemigo significa escrutarlo, medirlo, predecir sus pasos. No verlo, en cambio, genera una sensación de zozobra que, según él, es la que produce el insomnio.
La escena transcurre en el Páramo de Sumapaz, en el Batallón de Alta Montaña Número Uno del Ejército colombiano, ubicado a tres mil seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar. El restaurante donde se lleva a cabo la conversación funciona dentro un búnker, en cuyo techo se sienten, a ratos, los arañazos de un viento filoso. Las paredes internas están cubiertas con cobijas térmicas que exhiben el camuflaje característico de los uniformes militares. Afuera, la temperatura es de un grado centígrado, pero aquí adentro nadie parece tiritar de frío. Vistos bajo las lámparas opacas en esta noche de sábado, los cuatro suboficiales lucen un tanto fantasmagóricos.
Si la guerra se disputara de frente —insiste Ceballos— la incertidumbre sería menor. Ignorar dónde se agazapa el adversario es lo que les impone una vigilia permanente. El teniente recuerda que, en la región del Sumapaz, el último combate directo contra las Farc se presentó en julio de 2005. Esa vez, dice, cerca de setecientos subversivos intentaron recuperar a sangre y fuego el terreno perdido cinco años atrás. En la escaramuza murieron cinco guerrilleros, incluido un comandante conocido como 'el Boyaco'. También fueron abatidos un oficial y cinco soldados. Desde entonces los enemigos se volvieron invisibles y se dedicaron a sembrar sus minas antipersonales. Por eso —interviene Castro— toca mirar todo con cuatro ojos.
Ocho horas antes, cuando el fotógrafo Camilo Rozo y yo arribamos al batallón, varios hombres sudorosos, ataviados con camisetas grises y pantalonetas verde oliva, correteaban detrás de un balón. Me impresionó ver la cancha circundada por fusiles, como si los jugadores estuvieran más pendientes de repeler un asalto que de anotar goles. De repente, uno de los futbolistas disparó al arco y la pelota pasó zumbando frente a un recluta que simplemente miraba el partido desde afuera. Alguien gritó a todo pulmón:
—¡Despierto y con cuatro ojos, Murillo!
Y esa es la frase que el cabo Castro, siempre sentencioso, repite ahora, mientras recibe una lonja de manzana verde que le pasa Pegendino.
—¡Cuatro ojos, lancero, cuatro ojos!?
2. El país del nunca jamás
En Fusagasugá, setenta kilómetros al suroeste de Bogotá, funciona el Comando Operativo del Sumapaz. Allí nos suministraron el jeep Mitsubishi en el cual, a las siete de la mañana, comenzamos nuestro periplo. Antes de salir, el coronel Jorge Humberto Jerez nos informó que el recorrido hasta la sede del Batallón de Alta Montaña duraría siete horas, aproximadamente. Y nos impartió algunas instrucciones que él consideró urgentes: usar guantes y bufandas, cubrir el pecho y las fosas nasales, estar siempre dentro de la base militar y evitar los esfuerzos descomedidos. A los primerizos sedentarios como nosotros —nos previno— no les conviene sudar a cuatro mil metros de altura, pues la humedad en la piel aumenta el riesgo de una hipotermia o de un congelamiento de las extremidades.
El coronel se despidió y se fue para el patio a dirigir una revista de armas. En seguida, el soldado Erbin Ramírez, nuestro conductor asignado, encendió el carro. No habíamos avanzado ni tres metros cuando nos mostró su alma con la franqueza más pavorosa.
—Este viaje me preocupa —dijo.
Rozo y yo nos miramos desconcertados. Lo que oímos a continuación fue aún más perturbador.
—Si nos detiene la guerrilla, dicen que son periodistas ecológicos y van a investigar sobre los lagos del páramo. Ah, y yo no soy un soldado sino un chofer contratado por ustedes.
Le respondimos que por nada del mundo nos prestaríamos para esa farsa, ya que pondríamos en peligro nuestro pellejo. La mentira que nos proponía —le explicamos— era pésima. En primer lugar, nosotros no teníamos ni la menor idea acerca de los lagos del páramo. Sí, claro, los nombraban los profesores en las clases de geografía, pero aquello ya era historia patria, pasto de olvido. Hasta la pregunta más elemental sobre el tema nos dejaría en evidencia. En cuanto a Ramírez, su corte de pelo a ras lo delataba a leguas como soldado, por mucho que se hubiera vestido de civil. Más adelante, por cierto, le descubriríamos otras señales inequívocas: el lenguaje lacónico, el ancla tatuada en el antebrazo, la mirada recelosa. Y, sobre todo, su sentido castrense de la subordinación. Cuando Rozo o yo le hablábamos, él nos escuchaba con una compostura excesiva, como si pensara que nosotros, en vez de invitarlo a conversar, estuviéramos transmitiéndole una voz de mando. Sin duda fue por eso que aceptó nuestros argumentos y no volvió a mencionar su descabellada propuesta.
En todo caso, el saber que durante las próximas siete horas seríamos objetivos de guerra resultaba atroz. Nuestra primera revelación había sido apabullante: la guerrilla podía interceptarnos. Ir a bordo de aquel tipo de jeep —tan apetecido en los campamentos guerrilleros de la región— y en compañía de un militar que pretendía hacerse pasar por civil, no mejoraba el panorama.
A lo largo de la travesía, sin embargo, comprendimos que hay más razones para temer. La principal es la escabrosa vía, que al principio tiene curvas —calculo— cada cuatro metros. Algunas de esas curvas son enormes y producen una sensación de vértigo similar a la del bajonazo en la montaña rusa. Después de tres horas se empieza a andar por una trocha polvorienta plagada de escalerillas. El carro salta, los riñones sufren y una nube de tierra descarga toda su furia en nuestros ojos y en nuestras gargantas. A veces la carretera se angosta tanto que escasamente cabe el jeep en el que vamos. Y justo en ese momento se aprecia, bajo la margen derecha, un abismo que hiela la sangre. Luego está el frío, que endurece las manos y hace doler las orejas. Y más allá, la niebla que impide ver los bordes del camino.
Pasando por el Cerro del Gavilán, mientras las llantas se aferraban a la empinada cuesta como las tenazas de un escarabajo, me pregunté si el conflicto que presenciamos a diario en la televisión incluye lo que yo estaba viendo. Nos muestran los cadáveres, cómo no, nos muestran el llanto de los dolientes, nos muestran las cifras, pero jamás nos dejan sentir una atmósfera que vaya más allá de las muertes y los disparos. En otras palabras, nos presentan la balacera y nos ocultan el país que está detrás. El país de los senderos solitarios, de los caseríos de nadie como el que habíamos atravesado minutos atrás, de los pueblos perdidos donde impera la ley del más fuerte. El país que nos queda lejísimos a quienes habitamos en las grandes ciudades, el país de los lagos que solo vemos en las clases de geografía, el país que abandonamos a su suerte para que se lo comieran el hambre, la maleza y los infames de todo pelambre. El país de la gente inerme y asustada como nosotros. El país del nunca jamás.
Al final no nos emboscó la guerrilla ni escuchamos ningún tableteo de metralletas, pero sentimos en carne propia esa zozobra que el teniente Ceballos y sus soldados comentarían horas después, durante la tertulia nocturna en el restaurante.
3. Los otros enemigos
El teniente coronel Antonio Arévalo, comandante del Batallón de Alta Montaña, considera que el frío es, literalmente, uno de sus enemigos más encarnizados.
—Yo digo que la hipotermia es como un problema de orden público, porque nos obliga a sacar algunos hombres del área de combate.
Un poco antes, Arévalo había utilizado una maqueta en alto relieve para explicarme la ubicación exacta del batallón. El punto donde se encuentra la base —dijo, señalando el mapa con un estilógrafo - está a tres mil seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar, pero hay sitios que sobrepasan los cuatro mil metros, en los cuales resulta demasiado difícil respirar y los movimientos se tornan lentos.
Ahora, de pie frente al rancho de tropas donde almuerzan los soldados rasos, Arévalo vuelve a tocar el tema del frío. Nos acompañan el mayor Carlos Triviño y el cabo Sandro Amaya. Arévalo cuenta que, con frecuencia, a sus hombres les toca exponerse a temperaturas bajo cero. Eso genera enfermedades, contratiempos. En el segundo semestre del año pasado, por ejemplo, se presentaron siete casos de hipotermia, dos de congelamiento en los miembros inferiores y uno de pulmonía.
—¿Usted ve esa montaña que está allá? —me pregunta Triviño, mientras señala hacia el frente con el índice derecho.
Cuando le respondo que sí, me informa que la montaña se llama Cerro Piedras, que está a cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar y que es el lugar más frío de todo el páramo. Es un cerro tan frío, agrega, que la laguna que hay en su falda amanece congelada casi todos los días. A menudo, los soldados apostados en ese sector deben romper el hielo a punta de pico y pala, para poder bañarse.
Arévalo, Amaya y Triviño me acompañan a recorrer las instalaciones del batallón. Me muestran las barracas, los morteros, el obús, las ametralladoras, las cananas repletas de municiones, las cercas protegidas con alambres llenos de cuchillas espantosas, las trincheras. Veo tropas en formación, veo otro partido de fútbol malísimo, veo botas, muchas botas, y centenares de guantes y pasamontañas. Un recluta hace flexiones de pecho frente a los pies de un superior que lo reprende. Otro canta una ranchera de Vicente Fernández. Unos metros más allá me presentan a José Bustos García, el soldado que hace cuatro meses estuvo grave a causa de un edema pulmonar. Cuando me da la mano, sonríe.
—Escriba que el frío es lo peor —dice.
Más adelante, cuando emprenda el viaje de regreso, anotaré en mi libreta de apuntes que, durante nuestra estancia en el batallón, la temperatura mínima fue de un grado centígrado. En los amaneceres había trocitos de escarcha enredados entre la hierba y en los atardeceres, una neblina intensa. Por las noches se oían los quejidos del viento gélido. Si uno caminaba a la intemperie, sentía un helaje que dolía en los huesos. Más adelante, digo, anotaré esas impresiones sobre el clima. Ahora le pregunto al teniente coronel qué sentido tiene montar una base militar en este lugar tan remoto. ¿No se supone que el páramo es una reserva natural y que deberíamos aprovecharlo para conocer, por fin, los lagos que solo habíamos visto en los libros de geografía?
Arévalo responde que como la topografía colombiana es tan agreste, tan montañosa, resulta inevitable combatir en las alturas. Y agrega que fue la guerrilla la que convirtió el Páramo de Sumapaz en un escenario de guerra. Antes, según él, las Farc tenían aquí arriba uno de sus frentes.
—Esto funcionaba como una madriguera para esconder a los secuestrados —dice—. Incluso, acá estuvieron algunos ciudadanos importantes negociando la liberación de sus familiares.
Luego sostiene que con el batallón de alta montaña, el Ejército cerró el corredor entre la ciudad de Bogotá y los campamentos de las Farc en el Meta y el Huila. Sin embargo, afirma que se niega a echar las campanas al vuelo: prefiere seguir "despierto y con cuatro ojos", como les exige a sus hombres cada día.
Arévalo calla, se pega el radioteléfono a la oreja izquierda. Luego, mirando hacia el horizonte, confiesa que para él lo más duro es el aislamiento. Aquí arriba se añora con toda el alma el país de la esposa y los hijos, el de la vecina que vende helados de fresa, el del amigo de infancia, el de la tía solterona que canta bajo la ducha, el de los novios que se besan a contraluz, en el atardecer, el del hermano que jamás se afeita el domingo. Pero ese país está lejos y es borroso. Vistos desde el páramo, los seres queridos no son criaturas de carne y hueso sino voces difusas que saludan a través de un chat.
Arévalo adopta ahora un tono más grave y me informa que el hecho de vivir en un lugar tan retirado genera muchos problemas operativos. Los principales son la evacuación de los heridos y enfermos, y los abastecimientos de víveres y combustible. Más adelante, por cierto, el médico del batallón, Alfredo Castañeda, me dirá que la distancia influye también en el índice de venéreas de la tropa. Por razones logísticas, los soldados descansan cada cuatro meses. Muchos, según las palabras textuales de Castañeda, "cuando salen se desahogan con lo primero que se les atraviese", sobre todo en los burdeles, conocidos aquí con el muy gráfico nombre de "chochales". Castañeda precisará que, en ocho meses, ha atendido dos casos de sífilis y varios de condilomas y de gonorrea. A esta última enfermedad los soldados le llaman "gripita militar".
4. Epílogo
Hipotermia, congelamiento, soledad, aislamiento, peligro. Abundan las razones para salir corriendo. Y, sin embargo, ellos siguen allá arriba. ¿Por qué
, les pregunté. Casi todos me respondieron con las mismas palabras calcadas: "patria", "bandera", "libertad". Pero hubo uno, cuya identidad me reservo, que se apartó del coro y reconoció que su motivación principal son los novecientos mil pesos del sueldo.
Justo cuando llegamos a Fusagasugá, recordé su honesta confesión. Mientras nos despedíamos del soldado Erbin Ramírez, pensé en la hipótesis del columnista Antonio Caballero: el conflicto es nuestra principal fuente de empleo. Para mal y para bien. Hasta yo, que me ufano de no haber disparado jamás ni una pistola de juguete, sentía que esta vez no le debía mis honorarios al periodismo sino a la guerra.
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" SI QUIERES LA PAZ, PREPARATE PARA LA GUERRA"
LEY Y ORDEN
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- Andrés Eduardo González
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Saldrá de Japón primer grupo de colombianos afectados por terremoto
Llegarán este fin de semana en un vuelo programado por la Fuerza Aérea, anunció la Cancillería.
Sólo ante un peligro inminente o alerta de evacuación habrá traslado de la Embajada en Tokio, informó la Cancillería en un comunicado.
"La Fuerza Aérea Colombiana está programando un vuelo para el fin de semana que está siendo coordinado por la Embajada, dando prioridad a las personas que más lo necesitan y que tengan sus documentos al día", indicó el Ministerio.
También se programaron varios vuelos en conjunto con el Gobierno de Chile, los cuales trasladarán a quienes deseen dirigirse a ese país.
La Cancillería reiteró que tras el terremoto del pasado viernes, "la Embajada de Colombia en Tokio, en coordinación con el ministerio de Relaciones Exteriores, ha adelantado todas las acciones posibles para contactar a los colombianos residentes en la zona del desastre con el fin de darles el apoyo necesario".
Por otra parte, el Ministerio reiteró que "el Gobierno colombiano confía plenamente en el manejo que el Gobierno japonés le está dando a esta situación y la Embajada se está ciñendo estrictamente a sus orientaciones".
Así las cosas, la embajada colombiana en el país nipón seguirá "funcionando normalmente" y "sólo ante un peligro inminente o una alerta de evacuación del Gobierno japonés se consideraría la posibilidad de trasladar temporalmente el personal diplomático y consular a otro lugar".
REDACCIÓN POLÍTICA
http://www.eltiempo.com/politica/colomb ... _9028225-4
Bien, ¡Júpiter a trabajar!!!...
"En momentos de crisis, el pueblo clama a Dios y pide ayuda al soldado. En tiempos de paz, Dios es olvidado y el soldado despreciado».
- Andrés Eduardo González
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OSPREY escribió:y asi combaten nuestro muchachos en la montaña
cronica de la revista SOHO
LA GUERRA DESDE LA MONTAÑA
POR ALBERTO SALCEDO RAMOS
... Un recluta hace flexiones de pecho...
http://www.soho.com.co/zona-cronica/art ... ontana/334
Ese recluta es digno de admirar. No se cómo le hace para flexionar elo pecho ya que yo solo puedo hacer flexiones de brazos o de piernas.
- Anderson
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Estimados foristas,
Éstas noticias realmente lo llenan a uno de orgullo y amor por las FAS. Vean que bella labor por los más humildes y necesitados:
Link a una Galería de fotos de la actividad: http://oliveremig.viewbook.com/album/salambrina#1
Éstas noticias realmente lo llenan a uno de orgullo y amor por las FAS. Vean que bella labor por los más humildes y necesitados:
En Antioquia
Fuerza Aérea reconstruye escuela destruida por las Farc
En un trabajo conjunto entre la Fuerza Aérea Colombiana (Comando Aéreo de Combate No.5), la Gobernación de Antioquia, la Alcaldía del municipio de San Luis y la empresa privada, los 18 niños de la vereda Salambrina, ubicada en este municipio, pudieron ver como su sueño de estudiar “llegaba desde el aire.”
En el mes de Marzo del 2008, la escuela fue destruida por el noveno frente de las ONT - FARC que delinquía en la zona; con más de 200 kilos de explosivos acabaron con los sueños de estudiar de los niños habitantes de la localidad. Cuatro años después, la escuela aún se encuentra en ruinas, por esa razón el Comando Aéreo de Combate No.5 realiza una operación de carácter humanitario para devolver a los niños un lugar donde aprender y restituir el derecho a la educación.
Las tropas en tierra adscritas al Grupo Mecanizado Juan del Corral, llegaron días antes para asegurar el perímetro. De inmediato se dispuso personal técnico experimentado en transporte de carga del Comando Aéreo de Combate No.5 y los pilotos de la aeronave UH60 Black Hawk FAC 4131, que desde el 7 de marzo 2011 y en coordinación con el Departamento de Acción Integral de la Unidad, realizaron las coordinaciones previas y sobrevuelos que determinarían el conocimiento del área y el planeamiento de la operación. La cual consistió en llevar 2 toneladas de carga, representadas en materiales prefabricados para la construcción de lo que será la nueva escuela de Salambrina.
Por sus características de peso y volumen, la carga no fue transportada dentro de la aeronave, si no, por medio de un gancho de carga, el cual permite el transporte del material cubierto por una malla y suspendida en el aire permitiendo a la aeronave llevarla a su destino final. El lugar donde yacen las ruinas de la escuela, fue donde se desembarcó la ayuda humanitaria.
Además de la reconstrucción del plantel educativo, se dotara la escuela con el mobiliario necesario para su funcionamiento (pupitres, computadores, kits escolares entre otros) donados por la empresa privada Antioqueña que serán parte del futuro escolar de los niños de la vereda Salambrina.
La Fuerza Aérea Colombiana ratifica el compromiso que tiene con las poblaciones más afectadas por la violencia, llevando consigo una mano amiga que ayude a mitigar las necesidades por las que pasan los colombianos víctimas del conflicto armado.
Link a una Galería de fotos de la actividad: http://oliveremig.viewbook.com/album/salambrina#1
Tierra de héroes anónimos y espíritus libres...
- Anderson
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Les dejo también un video de la más reciente operación Mariscal, que dejó seis FARCsantes abatidos luego de un asalto y posterior bombardeo nocturno.
Bogotá D.C., 15 de Marzo de 2011
Ver video Noticias Caracol - Ofensiva de las Fuerzas Militares contra Bloque Oriental de las Farc
http://www.fac.mil.co/?idcategoria=61226
Tierra de héroes anónimos y espíritus libres...
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Juan David escribió:Enrique, que buenas fotos.
Como consejo te recomiendo marcar tus fotos para evitar inconvenientes de plagios!
Saludos.
Las fotos estan en "Navega Nuestro Orgullo" en FB. Un amigo mio es Capitan de Fragata de la Armada nacional; es comandante y piloto de uno de estos Helicopters Bell-412 con Base en Barranquilla
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bueno el niño JUPITER se va Japon......
Este sábado parte avión que traerá 200 colombianos residentes en Japón
Por: REDACCIÓN POLÍTICA | 9:20 p.m. | 16 de Marzo del 2011
Viajarán en el Boeing KC-767, el de mayor capacidad de carga de pasajeros que tiene la Fuerza Aérea.
La aeronave partirá desde la base aérea de Catam el próximo sábado 19 de marzo. Tendrá una duración de 40 horas, contará con dos tripulaciones una de ida y otra de regreso.
El vuelo para repatriar los colombianos había sido anunciado por la Cancillería el miércoles de esta semana. (Otros países también anunciaron salida de sus ciudadanos).
La solicitud de repatriación de los colombiano la hizo la embajada colombiana en Japón al Ministerio de Relaciones Exteriores y se trata de aproximadamente 500 colombianos que quieren regresar, por esta razón la Fuerza Aérea tiene previsto realizar un segundo viaje.
El vuelo tendrá como punto de partida el aeropuerto de Catam, reabastecerá en el aeropuerto de Malambo (Atlántico), luego volará hasta Seattle (EE. UU.) Llegará a Korea para cargar combustible y luego partirá al Aeropuerto de Haneda en Tokio donde recogerá a los colombianos.
También se programaron varios vuelos en conjunto con el Gobierno de Chile, los cuales trasladarán a quienes deseen dirigirse a ese país.
La Cancillería reiteró que tras el terremoto del pasado viernes, "la Embajada de Colombia en Tokio, en coordinación con el Ministerio de Relaciones Exteriores, ha adelantado todas las acciones posibles para contactar a los colombianos residentes en la zona del desastre con el fin de darles el apoyo necesario".
Por otra parte, reiteró que "el Gobierno colombiano confía plenamente en el manejo que el Gobierno japonés le está dando a esta situación y la Embajada se está ciñendo estrictamente a sus orientaciones".
Así las cosas, la Embajada colombiana en el país nipón seguirá "funcionando normalmente" y "sólo ante un peligro inminente o una alerta de evacuación del Gobierno japonés se consideraría la posibilidad de trasladar temporalmente el personal diplomático y consular a otro lugar".
REDACCIÓN POLÍTICA
Este sábado parte avión que traerá 200 colombianos residentes en Japón
Por: REDACCIÓN POLÍTICA | 9:20 p.m. | 16 de Marzo del 2011
Viajarán en el Boeing KC-767, el de mayor capacidad de carga de pasajeros que tiene la Fuerza Aérea.
La aeronave partirá desde la base aérea de Catam el próximo sábado 19 de marzo. Tendrá una duración de 40 horas, contará con dos tripulaciones una de ida y otra de regreso.
El vuelo para repatriar los colombianos había sido anunciado por la Cancillería el miércoles de esta semana. (Otros países también anunciaron salida de sus ciudadanos).
La solicitud de repatriación de los colombiano la hizo la embajada colombiana en Japón al Ministerio de Relaciones Exteriores y se trata de aproximadamente 500 colombianos que quieren regresar, por esta razón la Fuerza Aérea tiene previsto realizar un segundo viaje.
El vuelo tendrá como punto de partida el aeropuerto de Catam, reabastecerá en el aeropuerto de Malambo (Atlántico), luego volará hasta Seattle (EE. UU.) Llegará a Korea para cargar combustible y luego partirá al Aeropuerto de Haneda en Tokio donde recogerá a los colombianos.
También se programaron varios vuelos en conjunto con el Gobierno de Chile, los cuales trasladarán a quienes deseen dirigirse a ese país.
La Cancillería reiteró que tras el terremoto del pasado viernes, "la Embajada de Colombia en Tokio, en coordinación con el Ministerio de Relaciones Exteriores, ha adelantado todas las acciones posibles para contactar a los colombianos residentes en la zona del desastre con el fin de darles el apoyo necesario".
Por otra parte, reiteró que "el Gobierno colombiano confía plenamente en el manejo que el Gobierno japonés le está dando a esta situación y la Embajada se está ciñendo estrictamente a sus orientaciones".
Así las cosas, la Embajada colombiana en el país nipón seguirá "funcionando normalmente" y "sólo ante un peligro inminente o una alerta de evacuación del Gobierno japonés se consideraría la posibilidad de trasladar temporalmente el personal diplomático y consular a otro lugar".
REDACCIÓN POLÍTICA
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- Andrés Eduardo González
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Buena suerte para tu ahijado, estoy convencido que Júpiter hará una gran labor en Japón.
Ampliando un poco la nota que colocaste, pongo esto que salió en el Tiempo:
http://www.eltiempo.com/politica/colomb ... _9028225-4
Es decir, Júpiter no irá tan vacio y es posible que haga otro viaje.
Ampliando un poco la nota que colocaste, pongo esto que salió en el Tiempo:
"La Fuerza Aérea de Colombia (FAC) está preparando un segundo avión para que podamos tener de regreso a todos nuestros compatriotas en el menor tiempo posible", aseguró en comandante de la FAC e general Julio Alberto González Ruíz, quien explicó el cronograma del vuelo que partirá con 17 personas este sábado.
El oficial dijo además que el avión será dotado con médicos y enfermeros para realizar evaluaciones médicas a las personas que recogerán en Tokio y que aprovecharán que el avión irá vació desde Colombia para llevar a Japón yodo, agua y leche en polvo.
http://www.eltiempo.com/politica/colomb ... _9028225-4
Es decir, Júpiter no irá tan vacio y es posible que haga otro viaje.
"En momentos de crisis, el pueblo clama a Dios y pide ayuda al soldado. En tiempos de paz, Dios es olvidado y el soldado despreciado».
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