Bah, aficionados...Habláis de oidas, como siempre.
El arte al servicio del terror
En el bando de los Rojos, durante la Guerra Civil Española, se inauguró una nueva forma de tortura basada en la exposición extrema al arte. Ésta es la historia de cómo obras de artistas reconocidos pueden llegar a destrozar los nervios del ser humano y la delirante propuesta norteamericana de no hacer ni lo uno, ni lo otro, si no todo lo contrario. Acaso de un modo un poco más brutal, Chile tampoco estuvo ajeno a ello.
Los sentidos: vista, olfato, gusto, audición y tacto, son fundamentales para la comprensión y aprehensión del mundo. La falta de uno de ellos, como en el caso de las personas invidentes, puede ser sabiamente suplido por otro: el tacto. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿que pasaría si el hombre fuera privado de todos ellos?, o, si por el contrario, fuera sometido a un exceso de estímulos que terminara desarticulando su armonioso funcionamiento.
Tras la invasión norteamericana a Afganistán, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, un número significativo de seguidores del régimen talibán fueron tomados como rehenes y trasladados a la base militar que el país del norte mantiene en Guantánamo, Cuba. Los rehenes se transformaron en piezas fundamentales en la lucha contra el terrorismo, ya que de acuerdo a los organismos de inteligencia estadounidense conocían información de privilegio y sabían la localización del fugitivo líder de la red Al-Qaeda, Osama bin Laden.
Atónitos apreciamos como estos hombres eran sometidos a nuevos y “revolucionarios” sistemas de tortura, que les impedían ver, oír, oler y desarrollar tanto el gusto como el tacto. Las fotos de agencias internacionales los mostraban arrodillados y completamente cubiertos de máscaras y trajes de color naranja. Los mantenían con vida, pero totalmente inconscientes del tiempo y de lo que los rodeaba. Así pasaban los días, los meses y, no lo sabremos nunca, los años.
En contraposición con la experiencia anterior, la excesiva estimulación de los sentidos también puede convertirse en una efectiva herramienta de tortura. Conocidos son los casos de secuestro en los cuales los plagiadores someten a sus víctimas a interminables jornadas de música y oscuridad, con las consiguientes consecuencias de estrés y desorientación. Basta recordar el secuestro del brasileño Washington Olivetto, exitoso empresario de la publicidad, cuyos nervios fueron destrozados por una interminable seguidilla de discos compactos, que hicieron aun más interminable su penoso cautiverio.
Un mínimo de exposición a los medios de comunicación masivos permite que, hasta aquí, los casos de tortura antes detallados, sean ampliamente conocidos por la gran mayoría de las personas. Sin embargo, ¿qué pasaría si este mismo público se enterara que el arte también ha sido utilizado para amedrentar al ser humano?Los primeros registros de ello se remontan a la Guerra Civil Española, como corrobora el historiador de arte José Milicua, que ha estudiado el tema por años y que ha reparado en un libro publicado en 1939 por R.L. Chacón, llamado “Por qué hice las Chekas de Barcelona. Laurencic ante el consejo de guerra”.La detallada descripción de cómo los entonces comunistas que formaban parte de los llamados rojos (o republicanos que gobernaban el país y contra quienes se alzó Francisco Franco) idearon un sistema de tortura llamado “método psicotécnico”, que utilizaba obras maestras del arte moderno para conseguir la confesión de sus prisioneros, es la tesis principal de la investigación. Con esos fines se manipularon obras de Vassily Kandinsky, Paul Klee, Moholy Nagy, Johannes Itten e incluso la obra maestra del cineasta español Luis Buñuel, “El perro andaluz”.
Las celdas de colores
n mayo de 1938, en plena Guerra Civil Española, cuando el Partido Comunista se hizo con el control de la policía de Barcelona, se comenzaron a construir las cárceles más “exclusivas” de las que se tenga conocimiento en la historia mundial de la tortura. Destinadas a acoger a los más importantes prisioneros del bando contrario al de los republicanos: los nacionalistas, pero también de los grupos anarquistas que hasta el comienzo de la guerra civil habían sido aliados del PC stalinista. Estos reductos, edificados en las cercanías de Barcelona, fueron impulsados por la facción comunista y recibieron el nombre de Chekas o celdas de colores.
De dimensiones minúsculas, que no sobrepasaban los 2 metros de altura, los 1,5 de ancho y los 2 de largo, estos verdaderos antros estaban alquitranados por dentro y por fuera, con el objetivo de que los rayos del sol produjeran en su interior un calor insoportable. El preso, que por las desgracias del destino, no sólo debía soportar el sofocante y tóxico calor, también estaba sometido a una serie de estímulos tanto físicos como sicológicos que le impedían descansar. La tabla destinada para un supuesto reposo estaba inclinada en un 20 por ciento, de modo que se le hiciera imposible dormir, y, si se le ocurría caminar, el suelo presentaba una serie de figuras inspiradas en las obras geométricas de la Bauhaus, que le impedían cualquier tipo de movilidad. Lo único que le restaba era mirar las paredes, una de las cuales era curva y servía de telón para una serie de proyecciones inspiradas en las obras abstractas y circulares de artistas como Kandinsky. Estas obras, al conjuro de una potente luz, simulaban movimiento, “haciendo trizas los nervios de las víctimas” según describe en su libro R.L. Chacón.
El artífice de estas desgarradoras “decoraciones” fue Alfonso Laurencic, un francés de 37 años, de padres austriacos y que finalizada la guerra alegó ser súbdito yugoslavo. Laurencic afiliado en 1933 a la Confederación Nacional del Trabajo, sindicato anarquista, y en 1936 a la Unión General de Trabajadores, sindicato socialista, fue en realidad un doble agente, que se valió de su amplio dominio de idiomas para vender información a ambos bandos. Incluso, cobró altas sumas de dinero para facilitar la salida de la zona roja a pudientes personajes de la época.
Durante el consejo de guerra, que juzgó al ideólogo de “las celdas de colores” y que tuvo lugar el 12 de junio de 1939, Laurencic alegó que había hecho lo que hizo por salvar su pellejo.
Si bien Laurencic ideó este tipo de tortura, “el método psicotécnico” tiene sus raíces en los estudios realizados por Paul Klee, Vassily Kandinsky y Johannes Itten, que profundizaron en la investigación de la sinestesia y los efectos psicológicos del cromatismo. Conocido es que el rojo produce excitación, mientras que el azul ofrece una sensación de relajo.
La conexión entre tortura y arte experimental tiene otro ejemplo en la historia de España. De acuerdo con información de la época, en Murcia se utilizó como instrumento de tortura la más famosa escena de la película “El perro andaluz” de Luis Buñuel. Varios informes aseguran que los detenidos debieron observar en reiteradas ocasiones la secuencia que muestra un enorme ojo humano rajado por una cuchilla de afeitar. La misma escena que provocó las más diversas iras de los detractores de Buñuel y de su socio en aquella ocasión, el artista catalán Salvador Dalí.
Tortura sin arte
En Chile, los informes de la Comisión de Verdad y Reconciliación no consignan alusión alguna a torturas “psicotécnicas” durante el régimen militar de Pinochet, aunque no pocos rememoran que si por algo se caracterizaban los militares no era precisamente por su cercanía con el arte.
“¿Tú crees que los milicos iban a conocer alguna vanguardia de algo y que se les iba ocurrir prepararnos una exposición?’’, pregunta medio en serio, medio en broma, un anónimo preso político de la época, que formara parte de los últimos gobiernos de la Concertación. “No tenían idea de nada. Había mucha incultura en las Fuerzas Armadas por aquel entonces y, claramente, el arte no era una de sus principales preocupaciones’’.
Por regla general, el gobierno del general Pinochet adoptó una conducta muy particular sobre el arte: no sabían qué era ni cómo manejarlo, por ende era peligroso. Se sucedieron así quemas de libros, ridículos y eternos vetos a artistas nacionales y extranjeros y el silenciamiento de muchos que, como Víctor Jara, osaron discrepar con los señores verde olivo.
Viviana Díaz, secretaria general de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, se vale de un claro discurso para condenar los hechos. “Resulta difícil imaginar cómo la mente humana puede utilizar algo tan importante y trascendente como el arte para infligir una tortura psicológica. Uno se pregunta quiénes pueden manipular de tal forma las cosas y transformarlas en herramientas de la crueldad y la aberración”, dice sorprendida.
Para el reconocido artista chileno Sammy Benmayor el tema del arte como tortura es “inimaginable”. “Yo nunca he torturado a nadie con mis obras. Los artistas hacemos nuestro trabajo porque nos gusta y lo que venga después puede ser producto de una manipulación. Todas las cosas pueden utilizarse de una mala manera”, aclara algo incrédulo.
Bien lo explica Benmayor: todo puede desvirtuarse. Las chekas utilizaron el surrealismo y la abstracción geométrica con el propósito de torturar psicológicamente a sus enemigos. Seguramente ninguno de los artistas cuyas obras fueron manipuladas por la perversa mente de Laurencic, alguna vez se imaginó que sus estudios serían utilizados para torturar y dañar. Lo cierto es que lenguajes que para el arte fueron revolucionarios y liberadores se transformaron en verdaderas máquinas de represión y dolor. Con la mente humana no parece haber restricciones.
Por Andrea Hölzel V.
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