Isla de Adak
28 de octubre.
13:45 Hora local.
Mount Moffet era una serie de picos que se extendían a lo largo de unos 8 kilómetros al noroeste de la isla de Adak y que con una fuerte pendiente desde el nivel del mar alcanzaba en su punto más alto los casi 1.200 metros de altitud. Sus cumbres solían estar nevadas casi todo el año, y tan solo en el verano dejaba ver sus picos sin el blanco manto. Pero en otoño, la nieve ya hacía acto de presencia, no solo en sus cumbres si no también en sus laderas, aunque todavía de forma irregular.
Y era en Mount Moffet donde el cabo Nikolai Batkin y su batallón se encontraban ahora. Durante los primeros días de su estancia en Adak, él y su pelotón se habían dedicado a labores de rastreo de soldados enemigos al sur de la isla, dando caza a dos de ellos, que fueron a unirse al nutrido grupo de prisioneros americanos que los soviéticos custodiaban en la isla.
Pero desde hacía un par de días el batallón los había reclamado para acelerar las labores de fortificación de Mount Moffet, aunque lo de “fortificar” era más una esperanza que una realidad. Los ingenieros de la brigada y los que habían llegado como refuerzo, estaban trabajando febrilmente, pero no solo en aquella zona, sino principalmente al sur del pueblo y la base de Adak, en las zonas montañosas adyacentes. Habían traído consigo una buena cantidad de explosivos y con la ayuda de alguna maquinaria americana y rusa traída en barco estaban procediendo ha realizar en las montañas, líneas de trincheras, refugios antiaéreos de campaña, nidos de ametralladoras así como establecer toda suerte de obstáculos como algunos campos minados o incluso alambradas.
Pero algo debía haber acontecido para que todo el mundo disponible fuese reclamado para acelerar los trabajos.
Se pensó en la posibilidad de hacer trabajar a los prisioneros, pero el comandante de la guarnición se negó en rotundo. Tenía buenas razones para ello.
La principal labor de Batkin fue cavar en el duro suelo de la tundra para hacer hoyos de tirador, mientras otros ayudaban a tender minas o a colocar bombas trampa. Todos vieron como cuatro piezas de artillería eran llevadas a lo alto de una de las colinas y luego, unos pocos metros detrás se depositaron en unos grandes huecos cavados expresamente para ellas y después fueron cuidadosamente camufladas, a la vez que se elevaban grandes paredes de tierra compacta a su alrededor. Más abajo y más cerca de la base, se situaron algunos morteros, que junto con un pequeño destacamento de paracaidistas con ametralladoras y RPG,s formaban unos puntos fuertes en zonas medianamente defendibles, antes de llegar a la línea de trincheras principales que se extendían, con varios huecos entre ellas, a lo largo de la cadena montañosa, entre 50 y 100 metros por delante de la cresta de la montaña. Mas atrás y ya sobre los picos, se había dispuesto otra línea de trincheras, más precaria todavía en torno a puntos fuertes donde el terreno favorecía a los defensores. También había dado tiempo a medio construir algunos refugios que se suponía deberían resistir el impacto directo de bombas de aviación o proyectiles de artillería, pero eran escasos y a Batkin le parecieron poco seguros. Además de refugios, también servirían de puestos de auxilio para los heridos.
Pues bien, allí se encontraba él y su pelotón. El sargento Tamirov les había contado algunas cosas de las que le contaban a él.
La noticia del hundimiento de una flota enemiga fue una gran alegría para todos, pero cuando al poco tiempo comenzaron a caer bombas sobre ellos, luego ya no pararon, estaba claro que algo no funcionaba. Los cazas propios ya no aparecían en los cielos para defenderlos y aunque la llegada de la flota rusa supuso un gran alivio de ver que no estaban solos, el estado de algunos barcos así como el relato de los marineros y los camaradas que llegaron de refuerzo, hicieron crecer la duda sobre el futuro de su misión en la isla.
El sargento les dijo que en poco tiempo se esperaba que una flota enemiga se aproximase a la isla con intención de desembarcar y reconquistarla, pero que no teníamos que temer nada, ya que la poderosa flota roja y los camaradas de la fuerza aérea la destruirían antes de que se acercasen si quiera - “pero nosotros por si acaso tenemos que seguir cavando”. Aquello bastaba a los miembros del pelotón de Tamirov, que lo conocía bastante bien, para saber que significaba que seguramente deberían pelear por sus vidas.
Ya fuera de oídos indiscretos, el sargento fue informando uno a uno a sus hombres que se preparasen, ya que los americanos iban a desembarcar muy pronto, y que a ellos les había tocado quedarse a defender el punto más alto de la isla, pero una vez los marines americanos pusieran el pie en tierra, estarían aislados del resto de sus compañeros, al sur de la base. El objetivo era sostener aquella posición el máximo tiempo posible para que los americanos no pudieran enviar a aquellos soldados, barcos y aviones a atacar a la “Rodina”, pero el comandante de la brigada, había dejado claro que aquello no era una misión suicida. Deberían luchar hasta la última bala y no ceder fácilmente, pero si se veían superados ampliamente, el jefe de sección tenía la última palabra para rendirse al enemigo. Tamirov dijo que 24 horas sería un buen registro, pero el comandante del batallón esperaba no menos de tres días de dura lucha, lo que dejaba abierta la incertidumbre sobre si rendirse sería considerado traición o no. De todas formas, Batkin pensaba que cuando todo aquello comenzara ya se vería. Él estaba dispuesto a luchar y a vender cara su posición, pero como cualquier persona, no deseaba morir, por mucho que los eslóganes del partido le alentasen a ello para defender la madre Patria. No creía que una vez comenzada la lucha, pudiera escoger mucho, una bala, un trozo de metralla, o cualquier otra cosa podía arrebatarle la vida o amputarle un brazo o dejarlo ciego… eran demasiadas cosas como para pensar en ello. Mejor centrarse en lo inmediato y que pasara lo que tuviese que pasar. Pero no todos pensaban igual. Unos querían rendirse a la mínima oportunidad, visto lo fútil de su resistencia, mientras que otros pensaban matar al menos a 10 norteamericanos antes de caer o rendirse. Era cuestión del carácter de cada uno y del adoctrinamiento recibido.
La mañana había comenzado con un bombardeo aéreo y naval, sobre las cercanías y en el pueblo de Adak, menos en el refugio subterráneo del Hospital y en la Iglesia, que es donde el comandante soviético había concentrado a los prisioneros americanos. Este había comunicado dicha posición vía radio al enemigo, cuando estos llamaron exigiendo la rendición de la guarnición rusa en la isla. Por supuesto se negó, pero dio la posición de los prisioneros para que no sufrieran daño de los propios cañones y bombas americanas.
Al comandante ruso lo movían dos cosas, un trato digno y humanitario que en verdad sentía hacia los prisioneros, y el deseo que cuando sus hombres fueran hechos prisioneros, fueran tratados de igual manera, ya que no albergaba ninguna esperanza de poder vencer en la batalla que se avecinaba. Sabía que estaban solos y sin posibilidad de recibir refuerzos ni ser evacuados.
Los americanos habían bombardeado esas zonas, desconocedores de que las tropas rusas se habían retirado a zonas más defendibles en las montañas del interior de la isla, ya que los Seals y los marines del capitán Petrucci se habían visto obligados a retirarse ante la presión del incesante número de tropas enemigas que iban al sur, y aunque este movimiento si fue comunicado a la flota, no se pudo saber si los soviéticos dejaban soldados para defender la base y el pueblo, ya que los reconocimientos aéreos no dejaban clara la situación de las fuerzas enemigas, así que optaron por curarse en salud y bombardear la costa donde iban a desembarcar la 1ª División de Marines de los Estados Unidos, en la bahía de Kuluk.
P.D. - Mañana más (espero

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