La Campaña Naval de 1814.

Las guerras y conflictos en la región latinoamericana, desde la Conquista hasta las Malvinas y el Cénepa. Personajes y sucesos históricos militares.
Martín Cosentino
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La Campaña Naval de 1814.

Mensaje por Martín Cosentino »

INTRODUCCIÓN

En las historias sobre la guerra de la independencia hispanoamericana, por lo general no se repara lo suficiente acerca de la importancia estratégica de la fortaleza y puerto de Montevideo. Se hace mucho más hincapié en El Callao, por ejemplo. Creo que, en parte, ello se debe a que éste tardó tanto tiempo en caer definitivamente en manos patriotas (recién en 1826) y requirió de numerosos asedios y campañas de escuadras de varias naciones (lo atacaron o bloquearon buques argentinos, chilenos, peruanos y grancolombianos).

Desde ya que El Callao era de mayor tamaño que Montevideo y además pertenecía al Virreinato más importante de la región (el del Perú), pero la importancia estratégica de ambos puertos la considero equivalente. España sostenía su poder naval en Sudamérica sobre tres bases navales de primer orden: El Callao en el Pacífico, Cartagena de Indias en el Caribe (junto con La Habana, pero fuera de nuestro subcontinente) y Montevideo en el Atlántico. La caída de las mismas en manos patriotas era crucial para asegurar la independencia de los respectivos virreinatos en los que estaban situadas y de Hispanoamérica en general.

Este hilo trata de destacar la importancia de la campaña contra una de ellas -Montevideo- tanto por la magnitud de las fuerzas enfrentadas y las acciones que la componen, como por su decisiva trascendencia sobre el curso de la guerra emancipadora. Esta espectacular campaña, como no tuvo a su frente a Bolívar ni a San Martín y como se definió brillantemente en una breve pero intensa ofensiva naval de 70 días en el año 1814 (a solo 4 años de comenzada la guerra continental), queda olvidada frente a las interminables campañas en el Pacífico y el Caribe, que duraron incluso hasta después de Ayacucho.

La toma de una fortaleza naval tan importante como Montevideo, que determinó el fin de la guerra emancipadora en todo un frente, con la rendición de 6.500 soldados realistas y la captura de 500 cañones, 18.000 fusiles, gran cantidad de pólvora, municiones y pertrechos, así como de unas 100 naves entre mercantes y de guerra, son datos que hablan por sí solos y bastan para colocar a este hecho de armas a la altura de las campañas de los Andes y del Perú, tanto por la magnitud de la victoria (en pocas ocasiones se logró semejante resultado material) como por la trascendencia estratégica de la misma a escala continental.

Además, fue la primera victoria concluyente de toda la guerra de independencia hispanoamericana. Por “concluyente”, me refiero a que liquidó todo un frente de lucha, lo cerró, sellando definitivamente la victoria de la causa patriota en el mismo. Hasta 1814 los patriotas de América no habían obtenido semejante victoria, y tardarían varios años en repetir tamaño logro.

La capitulación de todas las fuerzas realistas y la captura íntegra de las mismas (hombres, armas y buques) además de la ocupación en sí misma de la base enemiga y, por si fuera poco, la obtención del dominio naval definitivo en la región mediante el aniquilamiento del poder naval enemigo, son resultados que no se volvieron a dar con frecuencia en forma tan contundente.

Lo apuntado es fácil de comprobar si chequeamos qué otras capitulaciones de ejércitos enteros hubo en toda la guerra desde 1810 hasta 1826. Las hubo, pero nunca tan completas, pues Montevideo fue una victoria “total” tanto terrestre como naval, y reitero, se bastó a sí misma para terminar la guerra en todo un frente bélico.


LA CAMPAÑA NAVAL DE 1814: CARACTERÍSTICAS DEL TEATRO DE OPERACIONES

En primer lugar, cabe analizar la geografía, que impone prioridades y estrategias. El Virreinato del Río de la Plata era quizás el “menos marítimo” de toda la América Española. Sus regiones más pobladas y céntricas eran mediterráneas: el entonces rico Alto Perú (hoy Bolivia) y el Paraguay. Incluso, de las que hoy son provincias argentinas, las más importantes y pobladas-hasta la creación del virreinato en 1776- siempre habían sido las del norte y Córdoba (llamada hasta hoy “la provincia mediterránea”) pues estaban en el “camino del Perú”.

Las comarcas del Virreinato rioplatense con salida al mar eran únicamente Buenos Aires y Montevideo, pero estas capitales ni siquiera se encuentran realmente a orillas del mar abierto, sino del Río de la Plata, un enorme estuario -tan ancho que a simple vista no se ve la orilla opuesta- un “río-mar” o “mar dulce” como lo llamaron en un principio los españoles, formado básicamente por el desagüe de dos grandes afluentes: los ríos Uruguay y Paraná, éste último a su vez alimentado por el río Paraguay. Esos anchos y caudalosos ríos -que en algunos tramos también parecen “mares”- enmarcan la región conocida como Mesopotamia o Litoral.

Toda esta cuenca fluvial será escenario de numerosos combates navales y operaciones militares costeras a lo largo del siglo XIX, tanto en las guerras internacionales como civiles, ya que los puertos de Buenos Aires y Montevideo, y las grandes zonas ganaderas que los rodean, pasarán a ser el centro económico y político de la región, en reemplazo de las provincias del norte.

Pero en 1810 la situación era la descripta más arriba. El inmenso virreinato solo contaba con una angosta salida al mar a través del mal puerto de Buenos Aires, el mejor perono tan cómodo puerto de Montevideo (que al estar “del otro lado” del río no era apropiado para conectar el litoral con las demás provincias), igual que el otro puerto oriental: la pequeña Maldonado y, bien al sur, la minúscula villa de Carmen de Patagones, en la puerta de la Patagonia y a más de 1.000 km. de distancia de Buenos Aires, a merced de los indios, si éstos hubieran querido acabarla. Por último, las remotas, desoladas e ínfimamente pobladas islas Malvinas.

Es de imaginar entonces, que en la región no había casi población marinera. Solamente en las provincias bañadas por los grandes ríos había hombres aptos para tripular las escuadras, pero sus conocimientos se limitaban a la navegación fluvial en pequeñas embarcaciones, nunca mayores a goletas y bergantines. Los hombres del Plata eran bien “de a caballo”, desconocían la vida en el mar y, cuando obligadamente debían vivirla, les repugnaba por ser cosa de gringos. Tan de a caballo era la población rioplatense que incluso costaba formar los batallones de infantería, a los que se destinaban los negros libertos, los presos excarcelados y los soldados de caballería castigados. El gaucho sólo se sentía valorado como soldado en los regimientos y escuadrones de caballería.

No debe engañar a quien mire un mapa de la región, el actual litoral marítimo argentino, de miles de kilómetros de extensión y sembrado de ciudades y puertos. Todos ellos se fundaron hacia fines del siglo XIX y principios del XX. En 1810 toda esa larga costa -que es mayormente patagónica- no estaba bajo el dominio efectivo de España, ni de las autoridades virreinales (incluso ese dominio alrededor de Buenos Aires se limitaba a una angosta y variable franja que a veces no superaba los 100 km.), por lo que las operaciones navales de la guerra de independencia argentina no se desarrollaron en esas extensas costas oceánicas sino en la cuenca del Plata, cuya importancia económica y estratégica se tornó crucial para ambos bandos.

Entonces, el teatro de operaciones de la campaña naval que estudiamos es un amplio pero no muy profundo estuario, el Río de la Plata -de 320 km. de largo por 230 km. de ancho en su desembocadura-alimentado por dos caudalosos afluentes, ríos Uruguay y Paraná, y dominado por las ciudades portuarias de Buenos Aires y Montevideo, enfrentadas a una y otra banda del Plata. Otros puntos estratégicamente claves eran: Colonia del Sacramento, ubicada sobre la costa oriental frente a Buenos Aires; y sobre todo la isla de Martín García, que merece unas líneas aparte por su importancia en la campaña.

La pequeña isla, se encuentra en la boca de los ríos Paraná y Uruguay, es decir, justo donde nace el Río de la Plata, y a un paso de Buenos Aires y Colonia. Era realmente la llave del Plata. Su posesión era decisiva para dominar la navegación por el estuario y controlar el acceso al río Uruguay, que comunica con el Brasil y las Misiones, y al río Paraná, vía de acceso fundamental al Paraguay, las provincias mesopotámicas y el interior argentino.

El Río de la Plata era un teatro de operaciones complejo y difícil, lleno de cambiantes bancos de arena que causaban frecuentes varaduras durante los combates, corrientes traicioneras, mareas, y sus vientos “pamperos” y “sudestadas” que en cuestión de minutos arremeten con violencia, convirtiendo rápidamente una apacible ventisca en un temporal; en fin, un lugar muy peligroso para las naves a vela de la época. Era imposible navegarlo -en paz o en guerra- sin baqueanos expertos en esas aguas y conocedores de los canales que permitían la navegación de naves de mayor calado. En las numerosas batallas navales que se libraron en sus aguas durante el siglo XIX eran tan importantes los almirantes y capitanes como los prácticos.


ANTECEDENTES

En el Virreinato del Río de la Plata, el movimiento juntista (derivado luego en independentista) se inició en el mes de mayo de 1810.
Las campañas militares por tierra comenzaron prácticamente de inmediato, formándose ejércitos patriotas y realistas que ya para octubre de ese año libraron los primeros combates. En cambio, la guerra naval entre 1810 y 1814 fue de menor intensidad, al no contar los patriotas con una escuadra regular y debido a diversos factores propios de la región.
Como decíamos con un compañero forista en otro hilo, es relativamente más fácil y rápido convertir a los hombres en soldados que en marinos, y un ejército puede armarse y pertrecharse con mayor prontitud que una escuadra en condiciones de combatir al enemigo.

En el caso del Río de la Plata, existía una sólida base sobre la cual se formaron los primeros ejércitos patriotas: las milicias creadas para combatir las invasiones británicas de 1806-1807. Desde esas fechas, Buenos Aires se había acostumbrado a adiestrar y equipar unidades militares, que no habían sido disueltas en su totalidad una vez pasado el peligro de una tercera invasión inglesa. Los oficiales y milicianos que habían combatido a los ingleses tres años atrás, serían el núcleo de comandantes y soldados de los ejércitos destinados a derrocar el poder realista.

Pero ello no ocurría en el aspecto naval, como veremos.

Cuando en mayo de 1810 se forma la junta de Buenos Aires, inmediatamente ésta quedó enfrentada a Montevideo, donde se refugió el virrey español y el poder realista. Mientras que los militares y las fuerzas terrestres del Virreinato se dividieron entre el bando patriota y el realista, no sucedió lo mismo con los marinos, casi todos peninsulares, que en su totalidad se opusieron al gobierno patrio y se concentraron en el puerto amurallado de Montevideo, donde por otro lado estaba la mayor parte de la escuadra virreinal. Buenos Aires, de entrada, se quedó sin buques, sin oficiales de Marina y sin tripulaciones. Solo una lancha cañonera, la “Vizcaína”, quedó del lado patriota, siendo inmediatamente rebautizada como “Americana”.

Hasta 1814 los realistas de Montevideo controlaron casi sin oposición las aguas del Plata. En 1811 Buenos Aires formó una pequeña escuadrilla -que debía apoyar al ejército patriota en el Paraguay- compuesta por un bergantín, una goleta y una balandra, tripulada por marineros extranjeros contratados entre las tripulaciones de las naves mercantes que lograban llegar a Buenos Aires burlando el bloqueo realista. Salió a enfrentarla una escuadra española al mando del brillante capitán de fragata don Jacinto de Romarate, que la derrotó completamente en el combate de San Nicolás: los tres buques patriotas fueron capturados. Hay que recordar a este capitán Romarate, que seguirá luciéndose en defensa de la causa realista hasta el fin y junto con Laborde fueron los marinos más capaces y destacados que actuaron en América del lado español en esta larga contienda emancipadora.

Luego de este desastre, Buenos Aires armó algunos otros buques, pero la falta de experiencia naval y -sobre todo- de un almirante, la hizo incapaz de salir a disputar el dominio del Plata a las aguerridas naves hispanas y su agresivo comandante. Mientras los patriotas dominaban por tierra, poniendo sitio a Montevideo tras la decisiva victoria de Artigas en Las Piedras (1811), los realistas prevalecían en las aguas, bloqueando Buenos Aires, (aunque este bloqueo no fue muy efectivo ya que los británicos lo desconocieron). Incluso las naves del Rey llegaron a bombardear la capital del Plata en tres ocasiones, pero sin mayores consecuencias; lejos de causar pánico, la población porteña (así se llama a los nativos de Buenos Aires en el Plata) se divertía con el espectáculo a la vez que tomó más odio a los realistas. Las navecillas patriotas contestaban el fuego amparadas en los bajíos junto al fuerte de Buenos Aires.

Así quedó definida la situación entre 1811 y 1814: los realistas encerrados tras las murallas de Montevideo, que estaba sitiado por el ejército patriota, dominaban el Plata con su escuadra y ese dominio naval les permitía recibir refuerzos militares desde España, así como provisiones y pertrechos desde otros puntos de Hispanoamérica y el Brasil. Cabe aclarar que el Brasil (donde residía la corte portuguesa, que había abandonado la metrópoli ante la invasión napoleónica), era un peligro para la causa patriota en el Plata. Montevideo tenía apoyo del gobierno carioca, ya que la esposa del Rey de Portugal -princesa Carlota Joaquina- era nada menos que la hermana del monarca español Fernando VII, y se barajaba la posibilidad de una invasión portuguesa a la Banda Oriental (Uruguay) desde el Brasil.

En 1811 los portugueses habían invadido la provincia oriental para dar una clara señal a los “facciosos” de Buenos Aires, pero sin acercarse a Montevideo. En cambio, hacia 1814 se temía una invasión a fondo, cosa que finalmente ocurrió (1816) pero ya no para salvar la causa realista sino simplemente con oportunismo expansivo. El Rey portugués, más que ayudar a su cuñado el Rey español, vio el momento justo para concretar el viejo anhelo lusitano de ocupar la Banda Oriental. Pero no nos adelantemos.

Los refuerzos españoles a Montevideo, que entre 1811 y 1812 no habían sido importantes (apenas unos 250 hombres), en 1813 fueron contundentes: ese año entraron al puerto oriental dos buques de guerra y ocho transportes con 158 oficiales y 3.286 soldados, un verdadero ejército en sí mismo para los estándares sudamericanos, que se sumaron a las ya numerosas tropas realistas de Montevideo (otros3.000 hombres). Debe destacarse la procedencia española de aquélla tropa, veterana de la guerra contra Napoleón, ya que en ningún otro teatro de operaciones sudamericano hubo tal concentración de soldados peninsulares. El único atenuante de ese refuerzo realista fue que unos 900 hombres llegaron enfermos por el largo viaje y obviamente no estaban en condiciones de combatir de inmediato.

Entonces, la plaza realista de Montevideo estaba armada con 335 piezas de artillería distribuidas en fuertes y baterías y contaba con más de 6.000 soldados tras sus sólidas murallas. Su fuerte escuadra sumaba otros 1.800 hombres y 200 cañones a la causa del Rey. Tras la separación del caudillo oriental Artigas y sus milicias, debido a su enfrentamiento con el gobierno centralista de Buenos Aires, el ejército patriota que al mando del general Rondeau sitiaba Montevideo, apenas si tenía la mitad de hombres que los sitiados. Era imposible pensar en un asalto terrestre a la formidable plaza.

El “Apostadero Naval de Montevideo”, como se lo llamaba, era la mayor base naval y militar que España tenía en el Atlántico Sur y una de las más importantes de América.

Semejante ejército por el este (con apoyo naval), sumado al ejército real del Perú por el norte y, posiblemente, otro ejército realista desde Chile, más la amenaza portuguesa desde Brasil, colocaban a las Provincias Unidas del Río de la Plata en una situación de asfixia estratégica. El círculo de hierro español podía cerrarse sobre Buenos Aires, poniendo fin a la revolución. Máxime, si se suma el “frente interno” (guerra civil en el litoral entre las provincias federalistas mandadas por Artigas y el gobierno central) y el agotamiento del tesoro: hasta ese inconveniente tenía la causa patriota, casi no había fondos para seguir armando ejércitos. ¿Quién, cómo y con qué podría salvar a la naciente Patria? Desde luego, no fue un solo hombre, pero buena parte de la tarea estaba reservada a un desconocido marino irlandés.

La escuadra española aprovechó su indisputado señorío sobre las aguas y sus importantes refuerzos para realizar varias incursiones (llevando tropas de desembarco) contra las poblaciones y costas de los ríos Paraná (llegando a bombardear la ciudad de Corrientes) y Uruguay, incluso para apropiarse de ganado y abastecer de carne fresca a Montevideo. No obstante, la impunidad de la que los marinos españoles gozaban a bordo se terminaba cuando desembarcaban y eran atacados por partidas patriotas.

El caso emblemático fue el combate de San Lorenzo (febrero de 1813), acción en la que se estrenaron el entonces coronel José de San Martín y su flamante regimiento de Granaderos a Caballo, que esperaron detrás de un convento el desembarco de una fuerte columna realista y los dejaron avanzar lo suficiente para cargarlos violentamente a sable y lanza y correrlos a sus buques luego de producirles cuantiosas pérdidas. Esta acción, hizo cesar los desembarcos realistas en las costas del Paraná, pero el dominio naval no lo podía ganar un regimiento de caballería ni un coronel, hacía falta una escuadra y un almirante.

El combate de San Lorenzo no fue decisivo, se recuerda más que nada por el estreno del Regimiento de Granaderos a Caballo, que ese día inició su espectacular e inigualable actuación en la guerra de la independencia, librando decenas de combates y batallas, desde el Uruguay hasta el Ecuador, pasando por la Argentina, Chile, Bolivia y el Perú (doy los nombres actuales de los países para apreciar la magnitud de sus campañas), la última de las cuales fue la misma batalla de Ayacucho: 12 años, cientos de cargas y miles de kilómetros combatiendo por la libertad de América del Sur.

A comienzos de 1814 la situación de los patriotas rioplatenses no podía ser más angustiosa: en el frente oriental, si bien se mantenía por tierra el sitio de Montevideo, el ejército realista que sostenía esta plaza casi duplicaba a los patriotas que la sitiaban. Mientras que, como se dijo, los realistas se reforzaban y aprovisionaban por mar, el ejército patriota casi no recibía provisiones ni refuerzos, e incluso sufría deserciones, por los siguientes factores: el dominio naval realista impedía aprovisionarse por mar, las arcas de Buenos Aires estaban casi vacías y, para colmo, se estaba gestando la guerra civil entre los bandos federal y centralista (luego unitario), quedando frente a Montevideo sólo las unidades de línea en el ejército patriota mandado por Rondeau, ya que el caudillo oriental don José Gervasio Artigas se había enemistado con el gobierno directorial de Buenos Aires y se había retirado del sitio junto a sus aguerridas milicias, que incluso hostigaban a las tropas sitiadoras y les dificultaban el aprovisionamiento.

En el frente norte, la situación también era preocupante y peligrosa: el ejército patriota mandado por el general Belgrano, pese a su heroísmo, había sido derrotado en el Alto Perú en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma (octubre y noviembre de 1813), sufriendo fuertes pérdidas, y a principios de 1814 retrocedía maltrecho hacia el norte argentino, que pronto sería invadido por el ejército realista del Perú.

En el frente oeste, Chile había sido invadido a su vez por otras tropas realistas procedentes de Lima, y la “patria vieja” chilena terminaría sucumbiendo en Rancagua ese año. En las provincias argentinas limítrofes con Chile prácticamente no había fuerzas que pudieran enfrentar una eventual invasión realista desde los Andes.

En resumen: la causa patriota en el Plata se hallaba amenazada seriamente por los realistas en tres frentes (Montevideo por el este, el Alto Perú al norte y Chile por el oeste), a lo que se sumaba un cuarto frente: el interno, es decir, la guerra civil entre el Directorio de Buenos Aires y las provincias federales del litoral, lideradas por el caudillo oriental Artigas; justamente este cuarto frente venía a complicar el aspecto naval de la guerra independentista, ya que las luchas entre directoriales y federales por entonces se libraron en las provincias litorales. Como si todo ello no fuera suficiente, existía un quinto frente potencial: los portugueses pro-realistas desde el Brasil, que igual que Montevideo también contaban con tropas veteranas de la guerra contra Napoleón.

A ello se sumaba, como se apuntó, la falta de dinero. Y para colmo de males, se preparaba en España la expedición del general Morillo, que al frente de más de 10.000 hombres y por expresa disposición del rey Fernando VII se destinaría a acabar de una buena vez con los rebeldes de Buenos Aires.

¿Puede imaginarse peor situación?

Si todas esas fuerzas enemigas se combinaban para convergir sobre la capital rioplatense, ésta tenía los días contados. La Patria enfrentaba una Hidra multicéfala, pero al ser imposible cortarle todas las cabezas simultáneamente, debía decapitarse la más próxima, con la esperanza de que las demás se apaciguarían un tanto al faltarles la principal.

De todos esos peligros, Montevideo era el más inmediato, por su cercanía a Buenos Aires -centro político, militar y financiero de la revolución- y por ser el lugar de llegada ideal para los refuerzos españoles y el objetivo primordial de una eventual invasión portuguesa. Y la única manera de vencerlo era formando una escuadra que le arrebatara el dominio naval.
En cambio, los frentes norte y oeste estaban a miles de kilómetros de la capital y los avances realistas podían retardarse con guerrillas gauchas (como de hecho se hizo exitosamente en el norte) mientras se rehacían los ejércitos de línea en las ciudades más céntricas. Además, gracias a la inmensidad del territorio, los patriotas argentinos podían usar una “estrategia rusa”, cambiando leguas por tiempo y dejando el vacío a los invasores realistas.

Es decir, que el casi totalmente mediterráneo y poco marinero Virreynato del Río de la Plata dependía fundamentalmente de la guerra naval para salvarse de ser reconquistado por los realistas, ya que ese frente era el más inmediato, el más peligroso y el más decisivo. Una verdadera paradoja histórica, que en realidad viene a demostrar la importancia del poder naval en la historia del Plata.


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KL Albrecht Achilles
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Mensaje por KL Albrecht Achilles »

Un saludo Martin, muy interesante el hilo.
¿Podrias colocar las embarcaciones involucradas en la campaña y sus caracteristicas?.

Saludos :cool:


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Martín Cosentino
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Mensaje por Martín Cosentino »

Estimado KL, mi falta de tiempo libre me estuvo impidiendo seguir con el hilo.

No sólo voy a dar el listado y características de los buques sino que lo hasta ahora publicado es solo la introducción, y me propongo hacer un relato de la campaña en sí y de las acciones navales que la integraron.

Paciencia que el objetivo es analizar esta campaña en todos sus aspectos.

Saludos compañero,


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