El Quinto Infierno - La vida de Lucio Cornelio Sila

[Ookami]

Mmmm...gracias, Valerio. El de Siracusa lo buscaré sin dudar, ya que no soy muy romanófilo (¡¡¡de los suppli, el guanciale y porcini sí!!!) pero sí filoheleno como Scpio y sin duda me gustará ya que suelo ser muy tontito con las inexactitudes históricas. Siempre pienso que si un ignorante como yo las encuentra, un verdadero erudito se habrá de desesperar.

Lo buscaré en español, ya que perdí muchísimo nivel de lengua italiana. De hecho L´impero dei draghi fue el último libro que me leí en ese idioma en el 2006 y ahora se me hace más pesado hasta que leer en inglés.

[jorge ferraro]

Por separado, mujeres y hombres hacían uso de los baños públicos.

Se trataba de una actividad, además de higiénica, social.




La siguiente es una de las tantas referencias a los mismos extraída de "El Quinto Infierno":

Unos pasos más arriba, agradecida por encontrarlo abierto, entró en el baño de mujeres de la fuente del León. Dejó su ropa a una esclava siria y ella le entregó una toalla.

Luego, sumergió el cuerpo en el agua fría y estregó su espalda enérgicamente contra el piso de piedra. Boca abajo, sintiendo que sus nalgas se congelaban, repitió la operación tratando de no rasparse los senos. Temblorosa, con los labios morados, salió de la pequeña pileta, se envolvió en el paño de lino y caminando en punta de pie regresó al vestuario.

Mientras se secaba, se detuvo por un momento y con la boca entreabierta reparó en el grafito: “Aquí jodí con Antusa. Ursa”. La sensación de vergüenza le devolvió el calor. La esclava tocó su hombro y le retornó la ropa. Más allá de su obligación, la sierva había quitado de los zapatos las plumas pegadas con barro, salidas del relleno de la pelota de los niños.

La madre de Sila le entregó medio as, el doble del coste del servicio, y le regresó la toalla. Con el rostro encendido en rubor, salió del baño de mujeres y cruzó la calle. La lluvia había cesado.

[jorge ferraro]

La fotografía corresponde al sitio denominado la Rostra, en el Foro romano, tal como hoy se encuentra.

El nombre se debe a que ese espacio, reservado para los oradores, estaba decorado con los mascarones de proa de los barcos capturados al enemigo. Los "rostros" que se colocaban en la proa de las naves.





En el siguiente extracto de "El Quinto Infierno" se menciona aquel emblemático lugar.


"Ilusionada, luego del diálogo con Apio, Clitumna tomó rumbo apresuradamente hacia el Cuppedenis, el mercado más lujoso de Roma.

Al atravesar el Foro recordó que, como toda romana respetable, debía cubrirse otra vez la testa. En ese instante, la sensación de que acababa de enterrar su virtud para siempre la abochornó.

Aturdida por la turbación, no reparó en el hombre de negro que arengaba apasionadamente a un grupo de ciudadanos bajo los espolones de la Rostra."

[jorge ferraro]

El montañoso país de los ligures estaba poblado por un conjunto de tribus, asentadas desde los Alpes hasta los Apeninos, que mantenían desde tiempos remotos un permanente estado de guerra contra Roma.

En una oportunidad, 600 ab urbe condita, los ligurinos atacaron la Galia Cisalpina y no bien llegaron las primeras noticias a la ciudad, el Senado envió al cónsul Quinto Opimio a reprimirlos.

Opimio, al parecer, cumplió eficientemente con la misión encomendada pues, directamente, los aplastó. Por esa acción el Cónsul adquirió inmensa auctoritas; sin embargo, el descubrimiento de las minas de oro en el país de los tauriscos , ocurrida también durante su gestión, ensombreció el final de su mandato y el de su colega consular.

En aquella época, los medios de pago entre las comunidades del mundo conocido eran el oro y la plata. Para hacer más sencilla la administración del Estado, los romanos habían fijado legalmente la relación del valor entre ambos metales, pero en las operaciones regidas por contrato, el deudor no podía elegir con cuál de los dos cancelaría su obligación: debía respetar el indicado en el convenio.

Esto le otorgaba al sistema económico y financiero de la República una rigidez excesiva, más aún al extenderse el comercio marítimo, ya que los comerciantes preferían llevar oro a bordo, para hacer sus transacciones, debido a que el metal amarillo ocupaba menos espacio de carga dentro de sus naves.

Al poco tiempo de hallado el yacimiento taurisco, la relación de cambio entre el oro y la plata varió a favor de la plata en un tercio, lo cual generó una crisis que causó estragos.




Veintitrés años después, otro Opimio, Lucio, uno de los acérrimos enemigos de los Graco, hizo acuñar una moneda para recordar la victoria de su padre en la Galia Cisalpina.

[jorge ferraro]

Lucio y Metrobio ingresaron en el baño público para hombres del Argileto, ubicado detrás de la basílica Emilia. La instalación sanitaria era limpia y menos hedionda que cualquiera de las del Subura debido a que estaba construida sobre la Cloaca Máxima, mantenida por esclavos del pueblo que casi nunca se metían en las colectoras secundarias.

A la primera hora, las quince tazas colocadas en tres filas dispuestas en forma de “U” estaban ocupadas por romanos que dejaban sus viviendas para iniciar su día de mercado.

La Cloaca Máxima, mandada a construir por el rey Tarquino el Mayor, unos cuatrocientos años antes, no solamente había liberado a los romanos de la inmundicia sino que permitió disecar vastas superficies de terrenos pantanosos que fueron utilizadas en el desarrollo urbanístico, en especial el área ocupada por el Foro, cuyo subsuelo era atravesado por esta obra de saneamiento ambiental en su sector central.





Para no aburrirse durante el tiempo que permanecía sentado en su taza, Lucio trataba de descubrir quién de sus ocasionales compañeros de baño era financiero; las casas de cambio, los bancos y las financieras pululaban en el Argileto y particularmente en el clivus Argentario. Con disimulo, si creía haber encontrado a uno, se lo señalaba a Metrobio.

El primer indicio se manifestaba cuando el individualizado, al levantarse, colocaba la mano en su vientre para evitar que de entre los pliegues de la toga, las llaves cayesen al suelo. La confirmación venía cuando, al salir, tomaba de la repisa sus tablillas enceradas de registro, las cuales sólo ellos no abandonaban ni para ir a ese lugar. Con una mirada astuta, Lucio le indicaba a Metrobio su acierto.

[jorge ferraro]

Durante la monarquía, Roma había organizado su ejército a la griega, en falanges integradas por cinco clases de combatientes, agrupados según su nivel económico.

La primera clase, los más ricos, se armaba como los hoplitas, con lanza, espada, coraza, grebas y escudo redondo. Pero las cuatro restantes, es decir, el grueso de las fuerzas, combatían con disímil y menor armamento.

Los indigentes, aquellos que no pertenecían a ninguna clase, llamados proletarios, iban a la guerra sin armadura y sencillamente cargaban piedras para arrojárselas al enemigo.

Cuando el rey Tarquino fue expulsado, se estableció la República del Senado y el Pueblo romano o Senatus populusque Romanus (S.P.Q.R.). Inmediatamente, la mayor parte de la primera clase de ciudadanos abandonó la metrópoli junto a su ex soberano, lo que hizo necesario reestructurar las fuerzas militares. En consecuencia, el sistema griego fue dejado de lado para siempre y, para reemplazar a la falange, nació el mayor y más potente agrupamiento táctico de fuerzas terrestres, capaz de ser empleado, bajo un comando único, en cualquier teatro de operaciones: la legión.





A cada cónsul le correspondían dos legiones, que se armaban para una campaña específica, y como cada legión, formada por cuatro mil quinientos hombres, era una unidad táctica, el hecho de conducir más de una significaba, para su comandante, la capacidad de desarrollar maniobras de nivel estratégico.

No obstante, para integrar sus unidades militares Roma continuó con la costumbre de dividir a los ciudadanos en clases. Éstos, ingresaban en la fuerza a través del reclutamiento militar.

[jorge ferraro]

La pedagogía en "El Quinto Infierno, la vida de Lucio Cornelio Sila"

Grecia había entrado en decadencia y la mayoría de sus antiguas, en otra época florecientes ciudades, estaban ahora casi despobladas, como Corinto, que atestiguaban en ruinas los otrora años de esplendor. Siglos de guerras, saqueos y rencillas habían empobrecido definitivamente al país y sólo Atenas mantenía medianamente el orgullo de los viejos tiempos.








Por eso era común que aquellos griegos que tenían la suerte de dominar un oficio o contar con una buena formación, se vendieran motu proprio como esclavos.

Los hermanos Rossio, hijos y nietos de libreros, se situaron a la cabeza del negocio de los manuscritos mediante la compra de esclavos griegos que, amén de copistas, fuesen calígrafos y pintores. Tenían su local instalado en un solar del Argileto contiguo a la basílica más antigua de Roma, la Porcia.

Durante los períodos de inflación, guerras o crisis económica, a los Rossio se les dificultaba mantener su elenco de escribas. Por eso, para sortear estos imponderables, la familia había acondicionado un cuarto al fondo del taller de copiado, donde los esclavos griegos podían ejercer por su cuenta el “arte de educar a un niño” o, dicho de otra forma, “la pedagogía”.

[jorge ferraro]

Los últimos cinco días, Sila los había pasado de juerga en el Vaticano y la noche previa a los disturbios había dormido en compañía de una deslumbrante tejedora egipcia. La extranjera poseía un tallercito para fabricar mantas, dentro de su casucha de la colina trastiberina.





El Patricio la había persuadido de ir a la cama con el argumento de que ambos aguardaran placenteramente el año nuevo egipcio. Por eso, luego de haber compartido con ella los placeres de Venus, para no defraudarla, esperó la aurora y recién después se marchó a dormir a su apartamento.