Creo y a mi sabio entender falta una Batalla gloriosa española.
Esta es La Batalla por Cádiz en el 23 de agosto de 1702. Cádiz,
La Numancia Naval como la denomina el Sr. Fernando Díaz Villanueva, paró en seco a una imponente flota anglo-holandesa, formada por casi 80 buques que transportaban a más de 25.000 hombres. La flota la componían 50 navíos de línea, 9 fragatas, 8 bombardas y 12 brulotes, comandados por el almirante británico Sir George Rooke y por vicealmirante holandés Van der Goes.
Y todo ello sin haber declarado España guerra ninguna, ni a Holanda y menos a Gran Bretaña.
Lo único que había y que estaba disponible era una pequeña flota de galeras comandada por el conde
Fernán Núñez que se encontraba fondeada en la bahía al abrigo de los baluartes.
El conde se apresuró a colocar sus galeras en una línea diagonal que iba de los muelles de Cádiz a Puerto Real. Esto imposibilitaba la comunicación entre las tropas de Butler y los buques de Rooke. La potencia de fuego de las defensas costeras y las andanadas desde las galeras mantendrían la flota enemiga a suficiente distancia y disuadirían a Rooke de intentar cualquier maniobra anfibia. En Cádiz, el pequeño ejército de
Villadarias se concentraría en resistir hasta el último hombre mediante ataques puntuales y muy rápidos a la vanguardia inglesa.
Era un plan de defensa sencillo y endiabladamente efectivo. Durante más de un mes, el combinado anglo-holandés trató infructuosamente de acercarse a la ciudad. Rooke, que se las había prometido muy felices y se veía ya convertido en el señor de Cádiz, no atinaba a encontrar el modo de sortear la cortina de fuego que le había tendido el astuto Fernán Núñez. De nada le servían los 50 navíos de línea y las ocho bombardas que había traído desde Inglaterra. Si se acercaba para que sus cañones pudiesen alcanzar las murallas gaditanas, corría el riesgo de perder las naves por el fuego graneado que salía de las galeras.
Pero Rooke no cometió el error que le terminaría costando la batalla en el mar, sino tierra adentro. Visto que Cádiz era inquebrantable por mar, se concentró en someter la indefensa bahía y sus aledaños. Las tropas anglo-holandesas se internaron en pueblos y aldeas para hacerse con provisiones y sembrar el terror con la idea de que esa brutalidad atemorizaría a los rústicos y ablandaría a Villadarias, que permanecía encastillado en Cádiz. Nada más lejos de la realidad. Las violaciones y saqueos de la soldadesca inglesa motivaron que, a sus espaldas, se fueran organizando milicias de jinetes expertos que tendían letales emboscadas a la caballería de Ormond.
El 28 de septiembre, cuando se cumplían ya 35 angustiosos días de sitio, Rooke ordenó recoger a las tropas expedicionarias y desplegar velas hacia mar abierto. Ni con todo a su favor ni con un alarde de fuerza semejante había conseguido rendir a la Numancia del mar.
La flota había quedado en tan mal estado, que tuvo que buscar refugio en la costa portuguesa para reabastecerse y reparar las naves. Luego se dirigiría hacia Lisboa, donde cogería fuerzas para el siguiente asalto, que tendría lugar en Vigo, puerto al que se había dirigido la flota de Indias para desembarcar la plata americana. Ese sería el segundo capítulo de una guerra, la de Sucesión, que imprimió un dramático vuelco a la historia de España, una guerra que empezó en Cádiz
con una victoria a cara de perro, como nos gusta a nosotros, y terminó en Utrecht
con una derrota a cabeza gacha, como les gusta a los franceses. Podría haber sido al revés, pero entonces Cádiz tendría que haberse rendido, y eso, ni ha sucedido...
ni sucederá jamás.
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