Relato. "1989. La Campaña del Golfo"
- flanker33
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24 de junio
Habían pasado ya 5 días desde el inicio de las operaciones militares a gran escala contra Irán, y el capitán Nizayi se podía considerar un hombre afortunado. En tan corto espacio de tiempo había logrado tres victorias sobre aviones persas. La primera fue incluso antes del propio inicio de las hostilidades, cuando un Phantom de reconocimiento de la Iriaf, sobrevoló la frontera sovieticó-iraní dos horas antes del inicio de las operaciones. Nizayi, que estaba de mal humor por haber sido designado para cubrir el servicio de alerta en tierra y no estar en la primera oleada de ataques, fue dirigido para que abatiera al aparato enemigo, al cual y después de una interceptación a toda velocidad que derivó en una persecución “en caliente”, logró derribar con uno de sus R-73. El segundo fue el siguiente día de guerra, cuando escoltaba a unos Su-17 de ataque, y en una de las escasas ocasiones en que los persas intentaron oponerse a un ataque aéreo soviético, consiguió derribar a otro Phantom con un R-27 en un encuentro frontal.
La última victoria la había conseguido al tercer día, cuando su escuadrilla recibió ordenes de interceptar aparatos enemigos que salían desde la castigada base aérea de Mashhad y que estaban volando hacia el sur del país, para refugiarse de los ataques aéreos soviéticos y huir de las tropas terrestres que estaban a punto de ocupar la base. Nizayi, en una rápida pasada en vuelo rasante, logró derribar con fuego de cañón a un F-5 que acababa de despegar. Aquella tercera victoria le supuso una medalla y una felicitación personal de su comandante de operaciones.
El quinto día de la guerra, su escuadrilla compuesta de 4 aparatos y con indicativo “Verde” patrullaba al sur de Mashhad, a unos 5.000 metros de altitud sobre las vanguardias blindadas terrestres que se adentraban en Irán y que habían tomado posesión del inicio de la carretera que les debía conducir a Bandar-e-Abbas en el estrecho de Ormuz. Según los informes no parecía que la fuerza aérea iraní fuera a hacer acto de presencia, y aunque la campaña de sus aliados iraquíes no estaba deparando demasiados éxitos, al menos mantenían ocupados a los imperialistas americanos lejos de su ofensiva contra Irán, aunque pese a todo no había que bajar la guardia.
El Mig-29 volaba de una manera fantástica y estaba encantado de poder pilotarlo en aquel día con un despejado cielo azul de verano. La moral era alta en su regimiento por los éxitos logrados en la campaña, en la que tan solo debían lamentar la perdida de un compañero por la acción de un SAM Hawk enemigo, aunque se habían perdido otros dos aparatos, uno por fuego amigo de un misil antiaéreo y otro por un accidente durante un despegue, pero por fortuna no hubo victimas mortales.
-Líder Verde de Centinela. Adelante.
-Centinela, aquí Líder Verde.
-Líder Verde, tenemos varios contactos en el radar de largo alcance. Copie. Altitud 12.000, rumbo 350, velocidad 805, distancia a su posición 95. Se catalogan como hostiles. La escuadrilla Azul se designa como apoyo.
Nizayi copiaba los datos en su piernografo mientras situaba mentalmente la amenaza. Iban a estar solo durante un rato, ya que Azul debía de llegar desde bastante distancia.
-Recibido. Solicito vector de interceptación.
-Rumbo 185. Altitud 12.000. Velocidad 730. Tengan cuidado hay algunos bastante grandes.
“Bombarderos” pensó el capitán soviético, y los demás debían ser la escolta. Estos objetivos podían ser los más importantes desde que se iniciara el conflicto para él, o mejor dicho, de toda su carrera.
Nizayi tenía razón. Seis grandes bombarderos B-52 habían despegado hacia varias horas desde la base de Diego García en el Índico, y sobre el Golfo de Omán se había reunido con su escolta, ocho cazas Tomcat para la defensa aérea y dos aviones Prowler para la guerra electrónica y la supresión de defensas antiaéreas, todos ellos provenientes del portaaviones “Ranger” situado al sureste de las costa omanies.
Los Mig-29 soviéticos ascendieron y se dirigieron al rumbo ordenado, encendiendo sus radares de tiro N-019 en modo de búsqueda cuando recibieron la indicación de su control de tierra para minimizar las posibilidades de ser detectados. Aunque en realidad aquella táctica no tenía mucho sentido en aquel momento ya que los F-14 americanos los tenían en sus radares desde hacía bastante rato, y lo único que evitó fue que los aparatos rusos fueran clasificados como Mig-29 hasta ese momento.
Cuando los pilotos de ambos bandos estaban preparándose para el lanzamiento de misiles de medio alcance, los radares de los Mig,s quedaron cegados por una cortina de “niebla electrónica” producida por los EA-6B.
“Mierda” pensó el Líder Verde. “Nos están bloqueando los radares”. Entonces se decidió por lo único que podía hacer.
-Escuadrilla Verde, aumenten velocidad. Formación defensiva abierta y atentos a los misiles enemigos. Disparen en cuanto puedan.
-Recibido – respondieron sus tres compañeros.
Minimizando el tiempo que tardarían sus radares en perforar aquella barrera electrónica, aumentaba sus posibilidades de disparar y derribar a los enemigos, siempre y cuando sobreviviesen a la primera salva de misiles.
Verde Dos fue el primero en divisar las estelas de humo de los misiles Sparrow que se acercaban a ellos.
-¡Ahí vienen, al frente y en altura!
-¡Evadir, evadir! ¡Ahora!
Los cuatro aparatos comenzaron una serie de maniobras bruscas a la vez que soltaban “chaff”.
Con dos misiles por cada objetivo, los Tomcats se querían asegurar un buen porcentaje de impactos, y lo consiguieron. Sendos Migs fueron abatidos, mientras que Nizayi y Verde Tres tuvieron algo más de suerte al conseguir esquivar a sus robóticos atacantes.
A unos 18 km, por fin el radar de los Fulcrum pudo atravesar la barrera de los Prowler y consiguieron blocar a un par de F-14 disparando rápidamente dos R-27 contra la primera escuadrilla de cuatro cazas americanos. Estos lograron evadir los misiles, pero en sus maniobras habían deshecho su formación, con lo que cuando llegaron a distancia de disparo frontal de sus misiles IR, aquello se convirtió en un tremendo lío. Las estelas de los misiles y aviones se cruzaron en el aire y un Tomcat cayó abatido por el R-73 de Verde Tres mientras Nizayi realizaba un giro de alta energía para situarse en posición de disparo contra otro Tomcat. Gracias a su sistema de puntería integrado en el casco, pudo disparar otro misil contra un caza americano sin haber “cogido la cola” del mismo. Pero tampoco esta vez hubo suerte, el piloto naval era bueno y sabía lo que hacía. En ese momento y cuando Líder Verde intentaba volver a conseguir un blocaje, Verde Tres emitió una llamada de ayuda.
-¡Tengo a dos en mi cola y no puedo deshacerme de ellos! ¡Necesito ayuda ahora!
Nizayi disparó otro misil contra su blanco con un angulo excesivo, pero al menos confiaba en que serviría para mantenerlo ocupado mientras él acudía en ayuda de su compañero.
-¡Voy en tu ayuda! - y viendo a Verde Tres por debajo de él y cruzando de derecha a izquierda le dijo – Vira a la derecha con un fuerte giro...¡ahora!
Su compañero obedeció y los cazas americanos le siguieron, colocándose en una excelente posición para el disparo de Nizayi. Con un blocaje perfecto, el capitán disparó su último misil R-73 que impactó en su objetivo, destruyéndolo completamente, a la vez que su pareja se apartaba de allí a toda velocidad. Pero la alegría no duró demasiado. Cuando Verde Tres intentaba unirse a Nizayi, fue alcanzado por un misil que venía de abajo, del Tomcat que Líder Verde había intentado derribar sin éxito en dos ocasiones. Nizayi no vió ningún paracaídas abrirse.
Evaluó rápidamente la situación. Se había quedado sin misiles y estaba solo contra dos aparatos enemigos (los otros cuatro Tomcats restantes estaban dirigiéndose a interceptar a la escuadrilla Azul que se aproximaba a una velocidad cercana a la del sonido) y con muy poco combustible. Era el momento para salir de allí sin deshonor.
Miró a su alrededor y no pudo ubicar a uno de los F-14, mientras que el otro venía directo hacia él a bastante velocidad desde abajo. Nizayi también aumentó la suya al enfilarlo y descender hacia él, para que no tuviera tiempo ni espacio de disparar otro misil de corto alcance. Ambos aviones se cruzaron y dispararon sus cañones pero sin que ningún proyectil se aproximara al otro aparato.
El soviético siguió descendiendo para ganar velocidad, a la vez que reducía potencia para ahorrar combustible. Viró hacia el norte y buscó salir de aquella batalla aérea. Los Tomcats, que tampoco iban muy bien de combustible, prefirieron quedarse cerca de los B-52 a los que tenían que proteger y a los que la marcha de los otros cuatro F-14 para enfrentarse con la escuadrilla Azul, los había dejado sin cobertura.
En la segunda refriega aérea, lo soviéticos perdieron dos Mig,s mientras que lograron abatir un F-14. Pero los cazas americanos habían conseguido su objetivo, llevar a los bombarderos sanos y salvos hasta donde debían lanzar sus bombas. Los Prowlers lanzaron tres misiles HARM contra otros tantos radares de dirección de tiro que detectaron en tierra, mientras que sus potentes equipos ECM se activaban y bloqueaban cualquier intento de “enganchar” a los bombarderos por parte de otros posibles radares que aparecieran.
Con 51 bombas de 374 kg con cabezas de guerra de 183 kg de alto explosivo por bombardero, en unos pocos segundos, 306 bombas con más de 9 toneladas de alto explosivo llovió sobre las cabezas de los soldados del regimiento de vanguardia de la 36º División Motorizada que abría la marcha del Ejército soviético hacia el sur. En general los tanques no sufrieron muchas perdidas, pero los BTR y sobre todo los vehículos sin ningún blindaje fueron hechos añicos, y muchos soldados resultaron muertos o heridos. En la práctica, aquél ataque aéreo sirvió para dañar gravemente a un regimiento motorizado a la vez que impuso un retraso de más de 12 horas en el avance del 1º Ejército de armas combinadas. Pero principalmente sirvió para que los soviéticos y sus generales supieran que los americanos entraban en escena en aquel escenario y que no iban a quedarse de brazos cruzados viendo como sus enemigos avanzaban hacia el interior de Irán.
El capitán Nizayi logró aterrizar en su base con los tanques de combustible exhaustos y rápidamente se interesó por el desarrollo de la batalla. Se enteró que de los pilotos de las dos escuadrillas del 115º Regimiento de la Guardia que se habían enfrentado a los americanos en los cielos iraníes, tres resultaron muertos, otro fue capturado por los iraníes y un último, cayo sobre fuerzas propias que lo enviarían a la base lo antes posible. Aquello, unido a la perdida de 5 cazas en un solo día, fue un duro golpe para Nizayi y sus colegas, y al veterano capitán, ni tan solo haber logrado derribar a un caza americano le alivió su pesar.
Habían pasado ya 5 días desde el inicio de las operaciones militares a gran escala contra Irán, y el capitán Nizayi se podía considerar un hombre afortunado. En tan corto espacio de tiempo había logrado tres victorias sobre aviones persas. La primera fue incluso antes del propio inicio de las hostilidades, cuando un Phantom de reconocimiento de la Iriaf, sobrevoló la frontera sovieticó-iraní dos horas antes del inicio de las operaciones. Nizayi, que estaba de mal humor por haber sido designado para cubrir el servicio de alerta en tierra y no estar en la primera oleada de ataques, fue dirigido para que abatiera al aparato enemigo, al cual y después de una interceptación a toda velocidad que derivó en una persecución “en caliente”, logró derribar con uno de sus R-73. El segundo fue el siguiente día de guerra, cuando escoltaba a unos Su-17 de ataque, y en una de las escasas ocasiones en que los persas intentaron oponerse a un ataque aéreo soviético, consiguió derribar a otro Phantom con un R-27 en un encuentro frontal.
La última victoria la había conseguido al tercer día, cuando su escuadrilla recibió ordenes de interceptar aparatos enemigos que salían desde la castigada base aérea de Mashhad y que estaban volando hacia el sur del país, para refugiarse de los ataques aéreos soviéticos y huir de las tropas terrestres que estaban a punto de ocupar la base. Nizayi, en una rápida pasada en vuelo rasante, logró derribar con fuego de cañón a un F-5 que acababa de despegar. Aquella tercera victoria le supuso una medalla y una felicitación personal de su comandante de operaciones.
El quinto día de la guerra, su escuadrilla compuesta de 4 aparatos y con indicativo “Verde” patrullaba al sur de Mashhad, a unos 5.000 metros de altitud sobre las vanguardias blindadas terrestres que se adentraban en Irán y que habían tomado posesión del inicio de la carretera que les debía conducir a Bandar-e-Abbas en el estrecho de Ormuz. Según los informes no parecía que la fuerza aérea iraní fuera a hacer acto de presencia, y aunque la campaña de sus aliados iraquíes no estaba deparando demasiados éxitos, al menos mantenían ocupados a los imperialistas americanos lejos de su ofensiva contra Irán, aunque pese a todo no había que bajar la guardia.
El Mig-29 volaba de una manera fantástica y estaba encantado de poder pilotarlo en aquel día con un despejado cielo azul de verano. La moral era alta en su regimiento por los éxitos logrados en la campaña, en la que tan solo debían lamentar la perdida de un compañero por la acción de un SAM Hawk enemigo, aunque se habían perdido otros dos aparatos, uno por fuego amigo de un misil antiaéreo y otro por un accidente durante un despegue, pero por fortuna no hubo victimas mortales.
-Líder Verde de Centinela. Adelante.
-Centinela, aquí Líder Verde.
-Líder Verde, tenemos varios contactos en el radar de largo alcance. Copie. Altitud 12.000, rumbo 350, velocidad 805, distancia a su posición 95. Se catalogan como hostiles. La escuadrilla Azul se designa como apoyo.
Nizayi copiaba los datos en su piernografo mientras situaba mentalmente la amenaza. Iban a estar solo durante un rato, ya que Azul debía de llegar desde bastante distancia.
-Recibido. Solicito vector de interceptación.
-Rumbo 185. Altitud 12.000. Velocidad 730. Tengan cuidado hay algunos bastante grandes.
“Bombarderos” pensó el capitán soviético, y los demás debían ser la escolta. Estos objetivos podían ser los más importantes desde que se iniciara el conflicto para él, o mejor dicho, de toda su carrera.
Nizayi tenía razón. Seis grandes bombarderos B-52 habían despegado hacia varias horas desde la base de Diego García en el Índico, y sobre el Golfo de Omán se había reunido con su escolta, ocho cazas Tomcat para la defensa aérea y dos aviones Prowler para la guerra electrónica y la supresión de defensas antiaéreas, todos ellos provenientes del portaaviones “Ranger” situado al sureste de las costa omanies.
Los Mig-29 soviéticos ascendieron y se dirigieron al rumbo ordenado, encendiendo sus radares de tiro N-019 en modo de búsqueda cuando recibieron la indicación de su control de tierra para minimizar las posibilidades de ser detectados. Aunque en realidad aquella táctica no tenía mucho sentido en aquel momento ya que los F-14 americanos los tenían en sus radares desde hacía bastante rato, y lo único que evitó fue que los aparatos rusos fueran clasificados como Mig-29 hasta ese momento.
Cuando los pilotos de ambos bandos estaban preparándose para el lanzamiento de misiles de medio alcance, los radares de los Mig,s quedaron cegados por una cortina de “niebla electrónica” producida por los EA-6B.
“Mierda” pensó el Líder Verde. “Nos están bloqueando los radares”. Entonces se decidió por lo único que podía hacer.
-Escuadrilla Verde, aumenten velocidad. Formación defensiva abierta y atentos a los misiles enemigos. Disparen en cuanto puedan.
-Recibido – respondieron sus tres compañeros.
Minimizando el tiempo que tardarían sus radares en perforar aquella barrera electrónica, aumentaba sus posibilidades de disparar y derribar a los enemigos, siempre y cuando sobreviviesen a la primera salva de misiles.
Verde Dos fue el primero en divisar las estelas de humo de los misiles Sparrow que se acercaban a ellos.
-¡Ahí vienen, al frente y en altura!
-¡Evadir, evadir! ¡Ahora!
Los cuatro aparatos comenzaron una serie de maniobras bruscas a la vez que soltaban “chaff”.
Con dos misiles por cada objetivo, los Tomcats se querían asegurar un buen porcentaje de impactos, y lo consiguieron. Sendos Migs fueron abatidos, mientras que Nizayi y Verde Tres tuvieron algo más de suerte al conseguir esquivar a sus robóticos atacantes.
A unos 18 km, por fin el radar de los Fulcrum pudo atravesar la barrera de los Prowler y consiguieron blocar a un par de F-14 disparando rápidamente dos R-27 contra la primera escuadrilla de cuatro cazas americanos. Estos lograron evadir los misiles, pero en sus maniobras habían deshecho su formación, con lo que cuando llegaron a distancia de disparo frontal de sus misiles IR, aquello se convirtió en un tremendo lío. Las estelas de los misiles y aviones se cruzaron en el aire y un Tomcat cayó abatido por el R-73 de Verde Tres mientras Nizayi realizaba un giro de alta energía para situarse en posición de disparo contra otro Tomcat. Gracias a su sistema de puntería integrado en el casco, pudo disparar otro misil contra un caza americano sin haber “cogido la cola” del mismo. Pero tampoco esta vez hubo suerte, el piloto naval era bueno y sabía lo que hacía. En ese momento y cuando Líder Verde intentaba volver a conseguir un blocaje, Verde Tres emitió una llamada de ayuda.
-¡Tengo a dos en mi cola y no puedo deshacerme de ellos! ¡Necesito ayuda ahora!
Nizayi disparó otro misil contra su blanco con un angulo excesivo, pero al menos confiaba en que serviría para mantenerlo ocupado mientras él acudía en ayuda de su compañero.
-¡Voy en tu ayuda! - y viendo a Verde Tres por debajo de él y cruzando de derecha a izquierda le dijo – Vira a la derecha con un fuerte giro...¡ahora!
Su compañero obedeció y los cazas americanos le siguieron, colocándose en una excelente posición para el disparo de Nizayi. Con un blocaje perfecto, el capitán disparó su último misil R-73 que impactó en su objetivo, destruyéndolo completamente, a la vez que su pareja se apartaba de allí a toda velocidad. Pero la alegría no duró demasiado. Cuando Verde Tres intentaba unirse a Nizayi, fue alcanzado por un misil que venía de abajo, del Tomcat que Líder Verde había intentado derribar sin éxito en dos ocasiones. Nizayi no vió ningún paracaídas abrirse.
Evaluó rápidamente la situación. Se había quedado sin misiles y estaba solo contra dos aparatos enemigos (los otros cuatro Tomcats restantes estaban dirigiéndose a interceptar a la escuadrilla Azul que se aproximaba a una velocidad cercana a la del sonido) y con muy poco combustible. Era el momento para salir de allí sin deshonor.
Miró a su alrededor y no pudo ubicar a uno de los F-14, mientras que el otro venía directo hacia él a bastante velocidad desde abajo. Nizayi también aumentó la suya al enfilarlo y descender hacia él, para que no tuviera tiempo ni espacio de disparar otro misil de corto alcance. Ambos aviones se cruzaron y dispararon sus cañones pero sin que ningún proyectil se aproximara al otro aparato.
El soviético siguió descendiendo para ganar velocidad, a la vez que reducía potencia para ahorrar combustible. Viró hacia el norte y buscó salir de aquella batalla aérea. Los Tomcats, que tampoco iban muy bien de combustible, prefirieron quedarse cerca de los B-52 a los que tenían que proteger y a los que la marcha de los otros cuatro F-14 para enfrentarse con la escuadrilla Azul, los había dejado sin cobertura.
En la segunda refriega aérea, lo soviéticos perdieron dos Mig,s mientras que lograron abatir un F-14. Pero los cazas americanos habían conseguido su objetivo, llevar a los bombarderos sanos y salvos hasta donde debían lanzar sus bombas. Los Prowlers lanzaron tres misiles HARM contra otros tantos radares de dirección de tiro que detectaron en tierra, mientras que sus potentes equipos ECM se activaban y bloqueaban cualquier intento de “enganchar” a los bombarderos por parte de otros posibles radares que aparecieran.
Con 51 bombas de 374 kg con cabezas de guerra de 183 kg de alto explosivo por bombardero, en unos pocos segundos, 306 bombas con más de 9 toneladas de alto explosivo llovió sobre las cabezas de los soldados del regimiento de vanguardia de la 36º División Motorizada que abría la marcha del Ejército soviético hacia el sur. En general los tanques no sufrieron muchas perdidas, pero los BTR y sobre todo los vehículos sin ningún blindaje fueron hechos añicos, y muchos soldados resultaron muertos o heridos. En la práctica, aquél ataque aéreo sirvió para dañar gravemente a un regimiento motorizado a la vez que impuso un retraso de más de 12 horas en el avance del 1º Ejército de armas combinadas. Pero principalmente sirvió para que los soviéticos y sus generales supieran que los americanos entraban en escena en aquel escenario y que no iban a quedarse de brazos cruzados viendo como sus enemigos avanzaban hacia el interior de Irán.
El capitán Nizayi logró aterrizar en su base con los tanques de combustible exhaustos y rápidamente se interesó por el desarrollo de la batalla. Se enteró que de los pilotos de las dos escuadrillas del 115º Regimiento de la Guardia que se habían enfrentado a los americanos en los cielos iraníes, tres resultaron muertos, otro fue capturado por los iraníes y un último, cayo sobre fuerzas propias que lo enviarían a la base lo antes posible. Aquello, unido a la perdida de 5 cazas en un solo día, fue un duro golpe para Nizayi y sus colegas, y al veterano capitán, ni tan solo haber logrado derribar a un caza americano le alivió su pesar.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
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25 de junio
La habitación era amplia y muy luminosa, pero pese a los esfuerzos de sus ayudantes todavía no estaba lo suficientemente organizada para servir de despacho al general Aleyev. Se había acomodado en un sillón rojo de piel con ruedas tras una pequeña mesa de despacho, que bien pudiera haber sido la de un vulgar oficinista de aquel edificio gubernamental que ahora servía de Cuartel General Avanzado soviético en Tabriz. Ya pensaría en aquello más tarde, cuando la guerra le dejara un minuto para pensar en la decoración y la organización de su despacho, ya que aquel día, como todos desde que comenzara la guerra, no había tenido un segundo para nada que no fuera dirigir y organizar la ofensiva de su Ejército sobre Irán. En ese momento un coronel le había hecho entrega de un informe recién llegado desde un lugar en las montañas a unos 65 kilómetros al sureste de Tabriz, sobre la carretera nacional 2.
-¿Otra vez?
-Lo siento general – dijo el interlocutor de Aleyev, un coronel de Operaciones de su Cuartel General.
-¿Que daños ha sufrido el convoy?
-Importantes según las primeras estimaciones, pero esperamos a tener un informe más detallado.
-¿Y que puñetas a salido mal esta vez?
-No lo sabemos, no hemos podido averiguar todavía como se ha reunido una congregación de enemigos tan numerosa sin que haya sido descubierta por nuestras unidades y helicópteros de reconocimiento.
El general se giró dándole la espalda a su interlocutor y se cayo. El coronel estaba inquieto ante el repentino silencio de su superior, y tenía razones para estarlo. Aleyev estaba enfadado de veras. Desde que había llegado a Tabriz hacía 24 horas, parecía como si todo fueran malas noticias. Aquel era el tercer convoy logístico importante con destino a las tropas de vanguardia que sufría un ataque en los últimos dos días. Los iranies habían cambiado de táctica y ahora ya no se enfrentaban con las desorganizadas fuerzas que podían reunir para frenarlos, si no que esas fuerzas se habían volatilizado de repente, facilitando su avance. Pero entonces comenzaron los ataques contra sus lineas de suministros, que si bien se habían producido desde casi el primer momento, ahora eran algo organizado y a mayor escala, resultando bastante más peligrosos y dañinos. Habían adoptado medidas, pero el montañoso terreno y el conocimiento que tenía el enemigo de él jugaba en su contra. Aquello comenzaba a traerle oscuros recuerdos de Afganistán. Debía ser más drástico si quería que sus fuerzas siguiesen avanzando a buen ritmo.
Y además había otra cosa que le preocupaba. Aquel cambio de estrategia por parte de sus enemigos, también tenía otra vertiente. Sus aviones y satélites de reconocimiento confirmaban que las unidades militares más poderosas que les quedaban al enemigo, así como las unidades desperdigadas y los nuevos reclutas se estaban reuniendo en torno a tres grandes áreas, que curiosamente coincidían con los objetivos principales de la campaña de Irán: Teheran, el Khuzestan y sus pozos petrolíferos y los alrededores del estrecho de Ormuz.
Aleyev pensaba que era una buena jugada. Aquellas zonas todavía estaban a una buena distancia de las tropas soviéticas y tardarían bastantes días en llegar, lo que permitiría a las tropas enemigas recuperarse y atrincherarse para ofrecer una batalla importante, mientras que sus soldados y milicianos que estaban cerca de los soviéticos y sus ejes de avance, se convertían en una fuerza irregular para hostigar su retaguardia y destruir sus suministros. Sin duda debía de quedar algún general con buenas ideas en el estado Mayor iraní, ya que cada vez que pensaba en ello, más le parecía que era la mejor opción para sus enemigos, y un quebradero de cabeza para él.
Era la hora de tomar medidas.
-Escúcheme atentamente coronel.- Este dio un respingo ante la voz de su general. - Quiero que el regimiento de reserva de paracaidistas que está en Bakú comience a desplegarse en nuestra ruta principal de suministros. Busquen emplazamientos que permitan la mejor observación y defensa de los pasos de montaña y las zonas más susceptibles de ser utilizadas para las emboscadas enemigas. El batallón helitransportado de la reserva táctica lo trasladaremos a Tabriz para que su tiempo de reacción sea menor, y quiero que toda la 46º División de Fusileros Motorizados se dedique en exclusiva a proporcionar seguridad a nuestra linea de suministros. Y que un regimiento de las divisiones de reserva hagan la misma tarea en los ejes secundarios.
Aquello le haría perder una división entera que avanzaba tras las unidades de vanguardia, pero habida cuenta del plan enemigo y la resistencia encontrada, pensó que era mejor que sus divisiones estuvieran en las mejores condiciones para cuando tuvieran que combatir en serio.
El coronel tomaba nota en su libreta.
-¿Algo más mi General?
-Si, incrementen los vuelos de reconocimiento de los helicópteros. Voy a pedir más artillados a Moscú, y que los Sujoi 25 se dediquen principalmente a apoyar este cometido hasta que lleguemos a donde nos esperan nuestros enemigos.
-Así se hará.
Y cuando el coronel ya se retiraba, Aleyev llamo su atención.
-Coronel, avise a Yuzov, quiero que sus chicos se vuelquen en esto. - Aleyev esperaba que los Spetznats volvieran a jugar un importante papel en aquella situación. - Y espero que este sea el último ataque importante a mis suministros ¿entendido?
-Por supuesto mi General – y dándose media vuelta, el coronel salio rápidamente de la habitación para no volver a ser el blanco de las iras de su general.
Aleyev pulso el botón del interfono que tenía en la mesa y que solo parecía funcionar una vez de cada tres. Tuvo suerte y a la segunda llamada la voz de su ayudante apareció al otro lado del aparato.
-¿Mi general?
-Localicen al general Demko. Tengo que hablar con él.
-A la orden.
Mientras esperaba, Aleyev reviso los mapas que le habían pasado donde mostraban actualizadas las posiciones de sus fuerzas terrestres en Irán. Su esfuerzo principal avanzaba a buen ritmo y sus avanzadillas habían llegado a las afueras de Miyaneh sin encontrar demasiada resistencia ni sufrir muchas bajas, pero todavía quedaban casi 300 kilómetros para unirse al 9º Ejército de armas combinadas que si bien había cosechado buenos progresos en su avance por la costa, ahora se encontraba estancado luchando en los montes Elburz a lo largo del paso del río Sefid-Rud. Después quedarían más de 100 kilómetros para llegar a Teheran, y aunque la desaparición de las formaciones iraníes del campo de batalla facilitaban el avance de sus tropas y mejoraba la cantidad de kilómetros avanzados por día, debido a las dificultades logísticas al alejarse de sus bases cada vez más y al ataque de sus lineas de comunicación, Aleyev estimó en al menos cinco o seis días lo que tardaría en llegar con fuerza a la capital enemiga, a donde seguramente llegarían antes el 5º ejército de la Guardia que avanzaba desde el este y que se encontraba a tan solo 270 km de Teheran. Una vez rodeada la capital por 4 ejércitos, se procedería a su asalto, y aunque una lucha en una gran ciudad y sus alrededores nunca era plato de buen gusto para ningún ejército, la dirección política de Moscú lo había dejado bien claro, Teheran debía caer lo antes posible. Utilizaría todo el poder de fuego con que contaba, que era bastante, pero la lucha sería muy dura contra aquellos fanáticos religiosos. En las estimaciones de su plan original hablaba de entre 3 y 6 días para la toma de la capital. Ahora tenía bastantes dudas, y una semana le parecía lo más razonable que se podría tardar en conquistarla, pero como iban con algo de adelanto respecto a su calendario previsto, tampoco le parecía un obstáculo insalvable. Una vez alcanzado ese objetivo, sus fuerzas se dividirían de nuevo para conquistar el centro y el sur del país, ayudando al 2º Ejército de armas combinadas, que había alcanzado la frontera iraquí hacia pocas horas avanzando por las estribaciones occidentales de los montes Zagros, y al 1º Ejercito de armas combinadas que avanzaba por el este del país hacia el sur, en busca ambos de sus objetivos finales en al Khuzestan y el estrecho de Ormuz respectivamente.
Diez minutos después, su jefe de Estado Mayor aparecía por la puerta de su despacho y sacó a Aleyev de sus pensamientos.
-Siéntate Vasily – le dijo amablemente a su viejo amigo.
Demko tomó asiento delante de su superior y esperó a que él iniciase la conversación.
Aleyev sacó un papel y se lo pasó. Demko lo leyo superficialmente, ya que sabía de lo que se trataba. Era el informe de la VVS sobre una batalla aérea ocurrida el día anterior y en el que por primera vez en su Teatro de Operaciones, los americanos habían metido sus narices. En otro informe se detallaban los daños sufridos por las tropas de tierra por el bombardeo americano.
-¿Y bien? ¿Que piensas que debemos hacer al respecto?
-Creo que el plan iraquí es una buena opción por el momento.
Demko se refería a la propuesta de sus aliados iraquies de lanzar una ofensiva terrestres con sus tropas hacia el interior de Arabia Saudí, con el que creían que podrían vencer a los americanos y a sus aliados en una importante batalla terrestre. “La madre de todas las batallas” según el florido lenguaje de los militares iraquíes. Pero había un pequeño inconveniente. Necesitaban el dominio del aire, o por lo menos, negárselo a los imperialistas para que tuvieran posibilidades de éxito, y es que sus aliados árabes habían sufrido una dura lección en los cielos los primeros días de la guerra. En las primeras 48 horas de la misma, la Fuerza Aérea iraquí lanzó una serie de ataques para obtener la superioridad aérea, pero el resultado fue desastroso. Con casi 120 aviones destruidos, entre ellos varios de los aviones más modernos de su inventario y mucho de sus mejores pilotos, las operaciones aéreas iraquies habían caído en picado y prácticamente se habían restringido a misiones de defensa aérea sobre objetivos estratégicos, mientras que varias de sus bases eran bombardeadas y sus estructura de mando y control destruida sistemáticamente. Ahora reclamaban ayuda a los soviéticos para poder realizar su ofensiva terrestre.
-Si, también he pensado lo mismo. De todas formas, los iranies no nos están planteando dificultades en el aire, por lo que prescindir de unos cazas y SAM,s no supondría una perdida importante si mantenemos a los americanos ocupados en Arabia.
-Correcto. Si les atacamos allí no podrán molestarnos aquí.
-Esa es la idea, y además ayudamos a nuestros aliados y quien sabe, a lo mejor incluso logran derrotar a los imperialistas.
Demko lanzó una mirada de incredulidad a Aleyev.
-Nunca se sabe viejo amigo, nunca se sabe. Según los informes de inteligencia, nuestros valerosos aliados tienen una importante ventaja numérica.
Demko mantuvo la mirada de incredulidad. - Has leído como yo los informes sobre la guerra contra Irán. Si no pudieron con los persas con toda la ventaja que tenían, ¿quieres que venzan a los americanos y sus aliados? ¿Estás seguro?
-Mantengamos la esperanza. Y en último caso, mientras sirvan a nuestros intereses, ya me bastará. ¿Tienes la lista que te pedí?
-Aquí está. - Sacó un papel de su bolsillo. Era un listado con las unidades de cazas y de cohetes antiaéreos que deberían ser enviadas a Iraq en los próximos días.
Aleyev lo leyó y asintio.
-Me parece bien. No creo que tengamos problemas, pero de todas formas, voy a solicitar algunos escuadrones del mando de defensa aérea para que colabore en nuestra defensa por si acaso.
-Muy previsor.
-Desde luego. El Partido y el Pueblo soviético me han encomendado una misión y pienso cumplirla, sin riesgos innecesarios y llevando de vuelta a casa a la mayor parte posible de nuestros hombres.
Demko, hombre parco en palabras asintió y espero que Aleyev continuara.
-Bien, creo que por el momento es suficiente. No he tomado nada desde el desayuno y mis tripas rugen como las de un lobo. Vamos Vasily, comamos algo y luego nos reuniremos con el Estado Mayor para seguir conduciendo esta guerra.
Ambos hombres salieron de la habitación y de dirigieron al comedor de oficiales.
La habitación era amplia y muy luminosa, pero pese a los esfuerzos de sus ayudantes todavía no estaba lo suficientemente organizada para servir de despacho al general Aleyev. Se había acomodado en un sillón rojo de piel con ruedas tras una pequeña mesa de despacho, que bien pudiera haber sido la de un vulgar oficinista de aquel edificio gubernamental que ahora servía de Cuartel General Avanzado soviético en Tabriz. Ya pensaría en aquello más tarde, cuando la guerra le dejara un minuto para pensar en la decoración y la organización de su despacho, ya que aquel día, como todos desde que comenzara la guerra, no había tenido un segundo para nada que no fuera dirigir y organizar la ofensiva de su Ejército sobre Irán. En ese momento un coronel le había hecho entrega de un informe recién llegado desde un lugar en las montañas a unos 65 kilómetros al sureste de Tabriz, sobre la carretera nacional 2.
-¿Otra vez?
-Lo siento general – dijo el interlocutor de Aleyev, un coronel de Operaciones de su Cuartel General.
-¿Que daños ha sufrido el convoy?
-Importantes según las primeras estimaciones, pero esperamos a tener un informe más detallado.
-¿Y que puñetas a salido mal esta vez?
-No lo sabemos, no hemos podido averiguar todavía como se ha reunido una congregación de enemigos tan numerosa sin que haya sido descubierta por nuestras unidades y helicópteros de reconocimiento.
El general se giró dándole la espalda a su interlocutor y se cayo. El coronel estaba inquieto ante el repentino silencio de su superior, y tenía razones para estarlo. Aleyev estaba enfadado de veras. Desde que había llegado a Tabriz hacía 24 horas, parecía como si todo fueran malas noticias. Aquel era el tercer convoy logístico importante con destino a las tropas de vanguardia que sufría un ataque en los últimos dos días. Los iranies habían cambiado de táctica y ahora ya no se enfrentaban con las desorganizadas fuerzas que podían reunir para frenarlos, si no que esas fuerzas se habían volatilizado de repente, facilitando su avance. Pero entonces comenzaron los ataques contra sus lineas de suministros, que si bien se habían producido desde casi el primer momento, ahora eran algo organizado y a mayor escala, resultando bastante más peligrosos y dañinos. Habían adoptado medidas, pero el montañoso terreno y el conocimiento que tenía el enemigo de él jugaba en su contra. Aquello comenzaba a traerle oscuros recuerdos de Afganistán. Debía ser más drástico si quería que sus fuerzas siguiesen avanzando a buen ritmo.
Y además había otra cosa que le preocupaba. Aquel cambio de estrategia por parte de sus enemigos, también tenía otra vertiente. Sus aviones y satélites de reconocimiento confirmaban que las unidades militares más poderosas que les quedaban al enemigo, así como las unidades desperdigadas y los nuevos reclutas se estaban reuniendo en torno a tres grandes áreas, que curiosamente coincidían con los objetivos principales de la campaña de Irán: Teheran, el Khuzestan y sus pozos petrolíferos y los alrededores del estrecho de Ormuz.
Aleyev pensaba que era una buena jugada. Aquellas zonas todavía estaban a una buena distancia de las tropas soviéticas y tardarían bastantes días en llegar, lo que permitiría a las tropas enemigas recuperarse y atrincherarse para ofrecer una batalla importante, mientras que sus soldados y milicianos que estaban cerca de los soviéticos y sus ejes de avance, se convertían en una fuerza irregular para hostigar su retaguardia y destruir sus suministros. Sin duda debía de quedar algún general con buenas ideas en el estado Mayor iraní, ya que cada vez que pensaba en ello, más le parecía que era la mejor opción para sus enemigos, y un quebradero de cabeza para él.
Era la hora de tomar medidas.
-Escúcheme atentamente coronel.- Este dio un respingo ante la voz de su general. - Quiero que el regimiento de reserva de paracaidistas que está en Bakú comience a desplegarse en nuestra ruta principal de suministros. Busquen emplazamientos que permitan la mejor observación y defensa de los pasos de montaña y las zonas más susceptibles de ser utilizadas para las emboscadas enemigas. El batallón helitransportado de la reserva táctica lo trasladaremos a Tabriz para que su tiempo de reacción sea menor, y quiero que toda la 46º División de Fusileros Motorizados se dedique en exclusiva a proporcionar seguridad a nuestra linea de suministros. Y que un regimiento de las divisiones de reserva hagan la misma tarea en los ejes secundarios.
Aquello le haría perder una división entera que avanzaba tras las unidades de vanguardia, pero habida cuenta del plan enemigo y la resistencia encontrada, pensó que era mejor que sus divisiones estuvieran en las mejores condiciones para cuando tuvieran que combatir en serio.
El coronel tomaba nota en su libreta.
-¿Algo más mi General?
-Si, incrementen los vuelos de reconocimiento de los helicópteros. Voy a pedir más artillados a Moscú, y que los Sujoi 25 se dediquen principalmente a apoyar este cometido hasta que lleguemos a donde nos esperan nuestros enemigos.
-Así se hará.
Y cuando el coronel ya se retiraba, Aleyev llamo su atención.
-Coronel, avise a Yuzov, quiero que sus chicos se vuelquen en esto. - Aleyev esperaba que los Spetznats volvieran a jugar un importante papel en aquella situación. - Y espero que este sea el último ataque importante a mis suministros ¿entendido?
-Por supuesto mi General – y dándose media vuelta, el coronel salio rápidamente de la habitación para no volver a ser el blanco de las iras de su general.
Aleyev pulso el botón del interfono que tenía en la mesa y que solo parecía funcionar una vez de cada tres. Tuvo suerte y a la segunda llamada la voz de su ayudante apareció al otro lado del aparato.
-¿Mi general?
-Localicen al general Demko. Tengo que hablar con él.
-A la orden.
Mientras esperaba, Aleyev reviso los mapas que le habían pasado donde mostraban actualizadas las posiciones de sus fuerzas terrestres en Irán. Su esfuerzo principal avanzaba a buen ritmo y sus avanzadillas habían llegado a las afueras de Miyaneh sin encontrar demasiada resistencia ni sufrir muchas bajas, pero todavía quedaban casi 300 kilómetros para unirse al 9º Ejército de armas combinadas que si bien había cosechado buenos progresos en su avance por la costa, ahora se encontraba estancado luchando en los montes Elburz a lo largo del paso del río Sefid-Rud. Después quedarían más de 100 kilómetros para llegar a Teheran, y aunque la desaparición de las formaciones iraníes del campo de batalla facilitaban el avance de sus tropas y mejoraba la cantidad de kilómetros avanzados por día, debido a las dificultades logísticas al alejarse de sus bases cada vez más y al ataque de sus lineas de comunicación, Aleyev estimó en al menos cinco o seis días lo que tardaría en llegar con fuerza a la capital enemiga, a donde seguramente llegarían antes el 5º ejército de la Guardia que avanzaba desde el este y que se encontraba a tan solo 270 km de Teheran. Una vez rodeada la capital por 4 ejércitos, se procedería a su asalto, y aunque una lucha en una gran ciudad y sus alrededores nunca era plato de buen gusto para ningún ejército, la dirección política de Moscú lo había dejado bien claro, Teheran debía caer lo antes posible. Utilizaría todo el poder de fuego con que contaba, que era bastante, pero la lucha sería muy dura contra aquellos fanáticos religiosos. En las estimaciones de su plan original hablaba de entre 3 y 6 días para la toma de la capital. Ahora tenía bastantes dudas, y una semana le parecía lo más razonable que se podría tardar en conquistarla, pero como iban con algo de adelanto respecto a su calendario previsto, tampoco le parecía un obstáculo insalvable. Una vez alcanzado ese objetivo, sus fuerzas se dividirían de nuevo para conquistar el centro y el sur del país, ayudando al 2º Ejército de armas combinadas, que había alcanzado la frontera iraquí hacia pocas horas avanzando por las estribaciones occidentales de los montes Zagros, y al 1º Ejercito de armas combinadas que avanzaba por el este del país hacia el sur, en busca ambos de sus objetivos finales en al Khuzestan y el estrecho de Ormuz respectivamente.
Diez minutos después, su jefe de Estado Mayor aparecía por la puerta de su despacho y sacó a Aleyev de sus pensamientos.
-Siéntate Vasily – le dijo amablemente a su viejo amigo.
Demko tomó asiento delante de su superior y esperó a que él iniciase la conversación.
Aleyev sacó un papel y se lo pasó. Demko lo leyo superficialmente, ya que sabía de lo que se trataba. Era el informe de la VVS sobre una batalla aérea ocurrida el día anterior y en el que por primera vez en su Teatro de Operaciones, los americanos habían metido sus narices. En otro informe se detallaban los daños sufridos por las tropas de tierra por el bombardeo americano.
-¿Y bien? ¿Que piensas que debemos hacer al respecto?
-Creo que el plan iraquí es una buena opción por el momento.
Demko se refería a la propuesta de sus aliados iraquies de lanzar una ofensiva terrestres con sus tropas hacia el interior de Arabia Saudí, con el que creían que podrían vencer a los americanos y a sus aliados en una importante batalla terrestre. “La madre de todas las batallas” según el florido lenguaje de los militares iraquíes. Pero había un pequeño inconveniente. Necesitaban el dominio del aire, o por lo menos, negárselo a los imperialistas para que tuvieran posibilidades de éxito, y es que sus aliados árabes habían sufrido una dura lección en los cielos los primeros días de la guerra. En las primeras 48 horas de la misma, la Fuerza Aérea iraquí lanzó una serie de ataques para obtener la superioridad aérea, pero el resultado fue desastroso. Con casi 120 aviones destruidos, entre ellos varios de los aviones más modernos de su inventario y mucho de sus mejores pilotos, las operaciones aéreas iraquies habían caído en picado y prácticamente se habían restringido a misiones de defensa aérea sobre objetivos estratégicos, mientras que varias de sus bases eran bombardeadas y sus estructura de mando y control destruida sistemáticamente. Ahora reclamaban ayuda a los soviéticos para poder realizar su ofensiva terrestre.
-Si, también he pensado lo mismo. De todas formas, los iranies no nos están planteando dificultades en el aire, por lo que prescindir de unos cazas y SAM,s no supondría una perdida importante si mantenemos a los americanos ocupados en Arabia.
-Correcto. Si les atacamos allí no podrán molestarnos aquí.
-Esa es la idea, y además ayudamos a nuestros aliados y quien sabe, a lo mejor incluso logran derrotar a los imperialistas.
Demko lanzó una mirada de incredulidad a Aleyev.
-Nunca se sabe viejo amigo, nunca se sabe. Según los informes de inteligencia, nuestros valerosos aliados tienen una importante ventaja numérica.
Demko mantuvo la mirada de incredulidad. - Has leído como yo los informes sobre la guerra contra Irán. Si no pudieron con los persas con toda la ventaja que tenían, ¿quieres que venzan a los americanos y sus aliados? ¿Estás seguro?
-Mantengamos la esperanza. Y en último caso, mientras sirvan a nuestros intereses, ya me bastará. ¿Tienes la lista que te pedí?
-Aquí está. - Sacó un papel de su bolsillo. Era un listado con las unidades de cazas y de cohetes antiaéreos que deberían ser enviadas a Iraq en los próximos días.
Aleyev lo leyó y asintio.
-Me parece bien. No creo que tengamos problemas, pero de todas formas, voy a solicitar algunos escuadrones del mando de defensa aérea para que colabore en nuestra defensa por si acaso.
-Muy previsor.
-Desde luego. El Partido y el Pueblo soviético me han encomendado una misión y pienso cumplirla, sin riesgos innecesarios y llevando de vuelta a casa a la mayor parte posible de nuestros hombres.
Demko, hombre parco en palabras asintió y espero que Aleyev continuara.
-Bien, creo que por el momento es suficiente. No he tomado nada desde el desayuno y mis tripas rugen como las de un lobo. Vamos Vasily, comamos algo y luego nos reuniremos con el Estado Mayor para seguir conduciendo esta guerra.
Ambos hombres salieron de la habitación y de dirigieron al comedor de oficiales.
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flanker33 escribió:Muchas gracias solrac1.
El siguiente capitulo va a ser moderadamente largo y a lo mejor tardo un poco...Patience is a virtue.
Saludos.
Ars longa, vita brevis.
Saludos
It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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KL Albrecht Achilles escribió:
Ars longa, vita brevis.
Saludos
Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra
Ya está, al final ha quedado un poco más recortado de lo que pensaba en un principio, pero tampoco es cuestión de ser cansino.
Respecto al capitulo de hoy es un poco violento y con escenas algo fuertes, así que, aconsejado por mi asesor legal incluyo esta advertencia:
ÉSTE CAPÍTULO CONTIENE PASAJES QUE PODRÍAN HERIR LA SENSIBILIDAD DEL LECTOR
Saludos.
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28 de junio.
Quedaban treinta minutos para aterrizar en Jartum, la capital de Sudan cuando mi mente volvió hacia Brasil y mis contactos con los rusos. Fueron dos encuentros, el último más provechoso y útil, ya que fue donde recibí toda la información, documentación, contactos y dinero que había solicitado. Pero mi mente, al acercarme de nuevo a un país árabe tras tanto tiempo fuera, me llevaba a la primera reunión que había tenido con aquel tipo del KGB en Río de Janeiro.
Aquel dossier sobre mí que dejó encima de la mesa era bastante completo. Siempre me sorprendido como los espías saben casi todo de casi de todo el mundo. Desde mi fecha de nacimiento, mi nombre, mi familia hasta las fechas y algunos detalles profesionales. Otros no los sabían, por supuesto, aunque sabían lo suficiente de mis planes e intenciones y que estaba muy motivado para llevarlos a cabo, y eso era todo lo que necesitaban saber. Rememoré como había llegado a aquel punto, y mis recuerdos se fueron a buscar aquel caluroso día de otoño en que ingresé en el ejército saudí. Recordé con claridad como desde el principio destaque sobre el resto de mis compañeros. Física y mentalmente era más fuerte y ágil que todos mis compañeros y la milicia se me daba asombrosamente bien. No tardaron mucho en ofrecerme avanzar en mi carrera militar y pronto me vi de voluntario en las tropas paracaidistas. Siempre me gustó lo de saltar al vacío y disfrutar de la sensación de velocidad y libertad hasta que se abría el paracaídas. Fueron buenos tiempos, de los que además guardo un grato recuerdo por ser la época en la que contraje matrimonio con mi amada esposa Nadia. Luego llegó el ascenso a sargento y lo que me pareció la lógica evolución, el paso a las fuerzas especiales. Aquello me llevó durante unos meses a Inglaterra, donde yo y otros nuevos reclutas recibimos instrucción por parte del SAS antes de volver a Arabia Saudí donde acabamos nuestro entrenamiento con los mandos locales y profesores extranjeros contratados. Aquello fue el principio del infierno, aunque claro, yo no lo supe hasta bastante tiempo después.
-Señores pasajeros estamos a punto de aterrizar en Jartum. Por favor coloquen sus asientos en posición vertical y abróchense los cinturones...
La sensual voz de la azafata de Air Algerie repetía el mensaje en francés, árabe e inglés.
En cuanto aterrizamos y recogí mi equipaje, pasé el control de aduanas sin el más mínimo problema. Los pasaportes y la documentación que me habían facilitado los soviéticos en Brasil eran de primera calidad. Para superar aquel control, como para entrar en Argel procedente de Brasil, utilicé la identidad de un profesor universitario de la universidad de Argel doctorado en arqueología, que viajaba por el mundo realizando trabajos de campo e investigación. Si bien dada la situación bélica en el Golfo, el control fue estricto, no me pusieron ningún problemas más allá de advertirme de la situación y que tuviera cuidado si viajaba a los países de la zona. “Cuidado deberán tener ellos cuando llegue allí” recuerdo que pensé, pero naturalmente no dije nada.
Volver a estar tan cerca de mi patria después de aquellos años, fue doloroso, pero no más que los recuerdos y aquellos eran los que mantenían la llama de mi venganza incandescente.
Cogí un taxi al salir y le pedí al taxista que me llevara a uno de los barrios periféricos de la ciudad. Me iba a alojar en un hotel barato y discreto, lejos del centro y de la gente. A medida que cruzábamos la ciudad, y aunque aquella ciudad era diferente de las de Arabia Saudí, el haber llegado a un país árabe, más cerca de mi casa de lo que había estado en años y entre musulmanes como yo, me hacía sentir sensaciones contradictorias, de dolor pero también de alivio. Para bien o para mal, la suerte estaba echada, dentro de unos días todo habría acabado para mi.
Nos adentramos por un populoso y pobre barrio de la ciudad cuando al pasar por uno de los habituales mercadillos al aire libre, mi mente y mi corazón sufrieron un vuelco. Allí, al lado de un puesto de verduras estaba una niña, más o menos como aquella otra niña que cambió mi vida.
Mi mente volvió al pasado, a cuando después de haber acabado el entrenamiento en las fuerzas especiales y tras un año de servicio, en el que nació mi primer hijo, y debido a mi alta calificación y lealtad al mando, fui destinado a una unidad especial que dependía directamente del Servicio General de Inteligencia.
Me dijeron que iba a servir a mi país capturando terroristas y enemigos del estado. Nuestra misión fue perseguir a aquellos indeseables dentro y fuera de nuestras fronteras, y lo hicimos bien, aunque por supuesto, todo ello de una forma opaca, por no llamarlo clandestina. Dentro de Arabia Saudí, no hubo muchos problemas, algún anarquista/comunista con ganas de exportar la revolución a mi amada Patria...unos locos que no nos dieron ningún problema. También algunos activistas radicales islámicos que amenazaban con volver a repetir lo de la Meca en el 79 y que fueron más difícil de localizar y capturar. Pero el final era siempre el mismo. Si se defendían, no teníamos muchos miramientos y muchos acabaron en una fosa en algún lugar perdido del desierto. Si los capturábamos con vida, su destino era invariablemente alguna de las “cárceles negras” que habían repartidas por el país. Al menos nosotros no nos encargábamos de aquello. Unos tipos con cara de enterradores y más musculo que cerebro se los llevaban. Nunca más se volvía a saber de ellos. Aquellas cárceles eran “agujeros legales” donde no existía otra ley que la de los servicios secretos y la familia real, y en la que en última instancia, el Rey o el Príncipe heredero tenían la última palabra sobre la vida o la muerte de un internado allí.
Pero comenzamos a salir al extranjero en busca de nuestros objetivos. Primero a países árabes cercanos y luego a occidente. Algunos objetivos eran como los que habíamos neutralizado en Arabia Saudí, pero luego fuimos tras otros tipos de perfiles: nacionales que pertenecían a clanes que habían criticado a la familia real, chiitas que pedían mejoras para su minoría y personas “liberales” que expresaban ideas de reformas democráticas en el país. En general personas que habían tenido que exiliarse y cuya peligrosidad residía en el cuestionamiento que suponían sus ideas de la perpetuación en el poder de la familia real saudí, los Al-Saud. Por supuesto todo aquello lo supe también después, aunque ya en aquella época comenzaba a hacerme preguntas que no tenían una fácil respuesta, o al menos una que calmara mi conciencia debidamente.
Quizás fueron aquellas dudas, advertidas por mis mandos, las que sirvieron para que cambiara de ocupación. Recibí un curso de escolta de personalidades de manos de asesores británicos y americanos, y me dijeron que tenía cualidades, que podía llegar alto, quizás a la escolta privada del Príncipe heredo o incluso del mismísimo Rey, si me mantenía leal con el país, sus instituciones y a la familia real. Pero mi primer destino fue menos importante. El príncipe Ghaleb era un alto funcionario del gobierno provincial de Asir, al suroeste del país, un miembro de segunda fila de la familia real, uno de los muchísimos príncipes de los Saud que controlaban el país y su administración.
Me trasladé con mi familia a Abha, la capital de la provincia y donde residía el príncipe. Eramos seis escoltas personales, trabajando por parejas en turnos de ocho horas, mientras que otros dos se encargaban de la seguridad de su familia, además de varios policías que custodiaban su casa.
El príncipe era un hombre de unos cuarenta y muchos años, arrogante, caprichoso y despiadado según pude comprobar al poco tiempo de trabajar para él. Y tenía una debilidad, las muchachas jovencitas. Fui testigo al menos una docena de veces de como se encaprichaba de una chica, ya fuera en una fiesta, en el trabajo o en la calle. Entonces el procedimiento era siempre el mismo. Se lo comunicaba a su ayudante personal, un baboso cuyo único mérito era adular hasta el paroxismo a su amo, y que se dirigía a la joven en cuestión, y en nombre del príncipe le invitaba a una fiesta en su palacio. Normalmente esa era la primera fase. Algunas chicas se impresionaban y caían en la trampa rápidamente, otras se hacían más de rogar y entonces el ayudante tenía que pasar a la segunda fase, la adulación y la promesa de recompensas para ella y su familia. Con aquello solía bastar para la mayoría de mujeres, pero si era necesario, aquel cabrón llegaba a la tercera fase que consistían en veladas (o no tan veladas) amenazas, dependiendo de la posición social de la chica.
Y fue un día como aquel cuando su vida cambió. Estaba de servicio y viajaba al lado del conductor del coche oficial que llevaba al príncipe y a su ayudante de vuelta a casa, desde el trabajo y por un barrio humilde de la ciudad. No vi a la chica hasta que el príncipe hizo detenerse y retroceder al conductor. Era la chica más joven en la que se había fijado el príncipe, debía de tener no más de 13 años. Nunca lo llegue a saber.
El adulador salió del vehículo y comenzó el ritual. Pero para mi sorpresa, a veces la gente más humilde es la que tiene más dignidad, y la madre de la niña la escondió y comenzó a gritar para llamar la atención de los transeúntes. El baboso volvió rápidamente al interior del coche visiblemente contrariado. El príncipe ordeno seguir el camino con un gesto de enfado que no le había visto antes.
Todo los acontecimientos se precipitaron al llegar la noche. Ghaleb se dirigió a una de las habitaciones que tenía en el sótano de su palacete, aquella que destinaba a sus encuentros con las chicas a las que “convencía”, mientras que su familia, sus dos mujeres y sus tres hijos vivían en la segunda planta. Como me pidió y era costumbre en aquellos casos, yo debía mantenerme en la puerta mientra el y la chica pasaban la noche. Pero aquella noche no había ninguna chica en la habitación. El príncipe entró y cerró la puerta.
Poco después lo comprendí. Por el auricular, el jefe de seguridad me informó que iban a llegar unos hombres con “algo” para el príncipe. Debía permitirles el paso y cerrar la puerta cuando ellos salieran. Después actuar como era usual.
Escalera abajo aparecieron dos tipos con pinta de matones arrastrando de los brazos a una niña con una bolsa en la cabeza. Llevaba el mismo vestido que por la tarde y se la oía sollozar bajo la bolsa. Me aparté y abrí la puerta. Me sentí que colaboraba con algo aberrante y el estomago se me revolvió. Pero no hice nada. Los dos matones salieron de la habitación solos y se marcharon.
Durante unos minutos no oí nada, después los lloros de la muchacha subieron en intensidad y entonces comenzaron los golpes y las risas de aquel sádico. Me sorprendí a mi mismo con los puños y la mandíbula apretados hasta el límite. Pero entonces sucedió. Primero el grito de dolor del príncipe, y luego otros gritos histéricos llamándome. Por instinto y entrenamiento, saqué la pistola y entre rápidamente en la habitación. Allí estaban. La niña, en la cabecera de la cama, estaba desnuda y con el cuerpo y la cara llena de moratones y con sangre en varias zonas de su pequeño cuerpo. Temblaba de miedo. Vi como agarraba con fuerza un objeto punzante, posiblemente uno de esos alfileres largos con que las mujeres se recogen el pelo. También había sangre en el alfiler, pero no era suya, si no del príncipe Ghaleb. Aquel cabrón se había encontrado con que una cría, apenas una niña, le había clavado aquel artilugio en el estómago y ahora sangraba y chillaba como un cerdo a los pies de la enorme cama.
“Mátala” “Mata a esta puta” “Me ha querido matar” me dijo. Aquellas palabras todavía resuenan en mi cabeza día y noche.
Yo tenía la pistola empuñada pero no apuntaba a la niña, no podía. ¿como iba a dispararle? Imposible. Impensable. Y sin embargo, cuantas veces, a tenor de lo que pasó después, he pensado en que quizás hubiera sido mejor apretar el gatillo. Y cuantas veces me he odiado por pensarlo.
El sádico príncipe, con un semblante de odio profundo ante mi titubeo, se me acercó y me quitó la pistola. No se lo impedí. Pero si que actué cuando vi que aque maníaco iba a disparar a la niña. Sin pensarlo, le cogí la muñeca y aplicándole una llave que le hizo gritar aún más de dolor, soltó el arma. En aquel momento entró el jefe de seguridad empuñando una pistola. Me dijo que me apartara del príncipe y que pusiera las manos en la cabeza. No reaccioné como hubiera debido, otro de mis tantos errores aquel día. Obedecí. Ghaleb recogió mi pistola y me la puso delante de la cara. “Maldito loco, ¿como has osado tocarme? ¿como te has atrevido a parar mi justa mano de la venganza y dañarme? Eres hombre muerto ¿lo sabes, verdad?”
En aquel momento pensé que había llegado mi hora, pero vi como en los ojos de aquel maníaco se encendía un brillo sádico que me erizó la piel. De repente volvió la pistola contra la chica y descargó las 10 balas del cargador en su pequeño cuerpo. Me quedé petrificado. Aparecieron cuatro policías de su guardia y el asesino les ordenó que me detuvieran en una celda y que luego limpiaran todo aquello.
Estaba totalmente abatido. Aquello no parecía estar pasándome. Se suponía que era un militar profesional preparado para todo, pero aquella situación me sobrepaso de tal manera que no supe reaccionar, ni bien ni mal.
Los policías me condujeron a una celda de una comisaría cercana. Aquella fue mi mejor oportunidad. Si no hubiera estado bloqueado, debería haberme deshecho de aquello policías y escaparme, pero no lo hice. Al cabo de una hora llegaron cuatro matones. Me atacaron con bastones eléctricos y aunque reaccione por automatismos, no estuve a la altura. Solo pude reducir a dos de ellos antes de que los otros consiguieran alcanzarme. Entonces me propinaron una soberana paliza. La más dura que recibí nunca en mi vida. Casi morí allí. Perdí el conocimiento.
Era por la mañana cuando recuperé el conocimiento. Enfrente mio estaba el asesino. Mi primera reacción fue abalanzarme hacia él para matarlo, pero obviamente, un cobarde como aquel no se plantaba delante de otro hombre sin antes haberse asegurado que no podría hacerle daño ni responder a sus golpes. Estaba esposado a una argolla en la pared y tenía los pies atados.
“Me alegro que sigas vivo. Te necesito así. Tengo grandes planes para ti, ¿sabes? Nos veremos dentro de poco, mientras tanto disfruta del viaje.”
Dos tipos como los que yo mismo había visto cuando les entregaba a terroristas, se acercaron a mi y me sujetaron. Uno me inyectó algo y en unos segundo volví a caer inconsciente.
Cuando desperté pensé que me había quitado los ojos. Todo estaba oscuro, muy oscuro. Era imposible ver nada. Pasó más de treinta minutos hasta que mis ojos se acostumbraron y pude intuir algo gracias a la escasisima luz que se filtraba por los marcos de la puerta. Tanteé, palpé, andé y al final pude descubrir que me encontraba en una habitáculo de unos dos por dos, de piedra viva muy desgastada, sin ninguna sola abertura y con una puerta metálica cerrada a cal y canto. Su único “mobiliario” era un agujero en una esquina destinado a hacer las necesidades fisiológicas y que originaba un espantoso olor. Por fin conocía como era una celda de una “prisión negra”.
No supe cuanto tiempo había pasado desde que me drogaron, ni en que lugar estaba. Había varias de aquellas prisiones a lo largo de todo el país. Algunas eran recientes, pero la mayoría, y las que estaban en regiones remotas del país como aquella en la que creía estar, debían datar de principio de siglo, posiblemente de los años 20 o 30.
Pasaron varias horas en los que no paré de darle vueltas a la cabeza sobre lo que había ocurrido, sobre la niña, su muerte y en la situación en la que yo mismo me encontraba inmerso. Sin duda el príncipe asesino deseaba venganza, por lo que seguramente creía que era una afrenta personal gravísima. Mi vida corría peligro. En aquel lugar, podían pegarme un tiro o algo peor y nunca nadie se enteraría jamas, pero era una ley no escrita, que en aquellos infestos agujeros solo podía decidir sobre la vida de los reos el Rey o en su defecto el Príncipe heredero. Una vez conocí al Príncipe heredero, y me felicitó por el resultado de una misión. Mi comandante, cuando me destinó al empleo de guardaespaldas me dio a entender que el propio Príncipe se había interesado en mi para formar parte de su escolta personal en un futuro. Aquello me hacía mantener una mínima esperanza sobre su vida. A lo mejor quedaba todo en algunas palizas más y varias semanas o meses allí, y luego algún licenciamiento, pero sabía que eran ilusiones. Nadie iba a una “prisión negra” por algo que se podía hacer en una prisión común. Lo más posible, era que si salvaba la vida, me pasase años, quizás toda la vida en aquel lugar. De repente me vino a la mente mi familia, mi hermosa y joven mujer y mi pequeño hijo. ¿Que sería de ellos? ¿Como iban a vivir? ¿Que les dirían sobre mi desaparición? Me dí cuenta de lo grave de todo aquello, no tanto por mi, que en poco tiempo había comenzado a aceptar un destino horrendo, posiblemente por la sensación de culpabilidad que me ahogaba, sino por mi familia. Seguí pensando en aquello, y de pronto sentí que no podía rendirme. Tenía que intentar escapar de allí para volver con mi familia y escapar del país. Era la única esperanza...pero nadie escapaba jamas de una “cárcel negra”, o al menos eso me dijeron siempre. Quizás me habían mentido. Me puse a repasar las posibles opciones y a refrescar mi entrenamiento de evasión y escapada. En ello estaba cuando oí ruido al otro lado de la puerta. Un pequeño agujero se abrió en la puerta y entro algo de luz. Me acerque con cautela y cuando mi vista se acostumbro a aquel incremento luminoso, me atreví a mirar. Lo que vi a continuación me dejo helado. Lo recordaré el resto de mi vida. Allí estaba el asesino, de pie, a tres metros enfrente de la puerta, con aquella mirada de sádico brillo.
“Querido Waleed, tengo una sorpresa para ti. Seguro que te alegrarás” me dijo. Alargó su mano. Apareció uno de aquellos carceleros con cara de enterrador que sujetaba por un brazo a una mujer desnuda y terriblemente magullada. Cuando la cogió Ghaleb y le dio la vuelta, creí morir. “Nadia” grité. Ella miró en dirección a la puerta como si no entendiera hasta que de pronto lo comprendió todo. Mi mujer, mi joven y frágil mujer. La rabia y la ira me invadió. “¿Que le has hecho asesino?” “Monstruo” recuerdo haber gritado entre otras cosas. Él asesino la dejó ir y Nadia se abalanzó contra la puerta. Por un momento creí que la podría tocar, sentir su aliento. Ella no dijo nada, solo comenzó a llorar. Acto seguido vi una resplandeciente y afilada hoja de cuchillo en el cuello de mi amada. “Ella se ha portado muy bien conmigo, pero ahora es el momento de decirle adiós, Waleed, ella tiene que irse”. “Noooooooo” grité. “No puedes hacer eso. No tienes permiso”. El sádico se rió a carcajada batiente mientras apretaba más el cuchillo sobre la garganta de Nadia. “¿Acaso crees que no estoy autorizado a hacer esto?” volvió a reírse. “¿Piensas que a mi Rey o al Príncipe heredero les importáis tu o tu familia? Nosotros somos la familia real, y no toleramos que ninguno de nuestros siervos nos agredan. Si no actuáramos así, no llevaríamos tantos años en el poder ¿No crees? Por supuesto que lo que voy a hacer está aprobado y refrendado. Y voy a disfrutarlo hasta el último instante” y al acabar de decir esto, de un rápido movimiento degolló a mi esposa. No gritó, simplemente se llevó las manos a la garganta mientras la sangre y la vida se le escapaban. No dejó de mirarme hasta que murió.
Grite, pataleé, golpeé la puerta, las paredes, me destroce los nudillos. No lo recuerdo con claridad.
“Llevaros a esta zorra y traerme al niño”. Aquello no podía ser, tenía que ser una pesadilla. “Mira Waleed, tu hijo a venido a verte”. Abdul apenas tenía 4 años. Volví a mirar por la mirilla y vi a mi hijo, nervioso, con miedo, lloriqueando y llamando a su madre. Aquel monstruo sacó una pistola y se la puso en la cabeza a Abdul. El pequeño no la veía al estar encima suyo. “Corre Abdul, corre, vete de aquí” dije sin darme cuenta que aquello no era posible. El pequeño comenzó a gritar al oír a su padre y quiso avanzar hacia la puerta, pero el príncipe lo retuvo por su bracito y le descerrajo un tiro en la cabeza. Me quedé con la mirada fija en el cuerpo sin vida de mi pequeño hijo. Comencé a llorar sin poder remediarlo. Caí al suelo cuando se lo llevaron.
“¿Waleed, te ha gustado el espectáculo? Vamos, no seas así. Ahora si querías actuar ¿verdad? Cuando has visto a tu familia en peligro te hubiese gustado matarme ¿verdad? Y sin embargo, cuando yo estaba en peligro no fuiste capaz de disparar a aquella puta. Pues enterate, yo era mucho más importante que tu familia, tu deber era protegerme y obedecerme, pero no lo hiciste. Y si solo se hubiese quedado en eso, solo tu hubieses pagado por ello, pero cometiste el error de tu vida al atacarme.” Yo ya apenas lo escuchaba, pero si pude entender sus últimas palabras. “Espero que pienses sobre lo que ha pasado hoy aquí. Volveré dentro de unos día y entonces saldaremos tu deuda”. Por unos instantes había fantaseado con la posibilidad de que me matara rápidamente, en aquel preciso momento, pero aquella bestia era un sádico monstruoso. Me iba a dejar vivir más tiempo para que me destrozara por dentro. Y eso fue lo que me sucedió.
Durante no se cuanto tiempo después de aquellos terribles y dramáticos hechos, me hundí. Me rompí, me doblegue a la rabia, la impotencia, la tristeza sin fondo, en definitiva, se me murió el alma. Intenté suicidarme, pero no me habían dejado nada más que unos calzoncillos, una camiseta y unos pantalones de presidiario y nada con lo que poder hacerme daño. Lo intenté de todas formas. Me tiré contra la pared, contra la puerta, intenté darme cabezazos contra la pared con la intención de romperme la columna vertebral, pero lo único que conseguí fue un tremendo dolor de cabeza y una buena brecha en la frente. Así que allí, tumbado en el suelo de aquella apestosa celda, cubierto de sangre, tuve que tomar una decisión. Esperar el fin de mis días entre la desesperación y dejar que aquel asesino maníaco se saliera con la suya, o borrarle aquella asquerosa risa de su boca y rebanarle el cuello...venganza. Allí tumbado, una gran parte de mi murió. Otra se transformó en algo aún más oscuro que aquella maldita celda. Y tomé una determinación. Tardé unas horas en recuperarme, trazar el plan que me guiaría durante el resto de mi vida y reunir el valor suficiente para llevarlo a cabo después de aquel horrendo día.
Recuerdo que urdí una patraña para conseguir que el carcelero abriese la puerta. Le dije que le tenía que contar algo sobre la seguridad del príncipe y que si no se lo decía, el seria el responsable si el pasaba algo a su excelencia. Le comencé a inundar con fechas, nombres y lugares extraños. Por suerte para mi, los carceleros eran escogidos por su crueldad y su fuerza física y no por su inteligencia. Al principio no pareció creerme, pero con todas mis habilidades de persuasión, logré que abriera la puerta para que le escribiera lo que le estaba contando y que el mismo se lo llevara a sus superiores, y así poder apuntarse un tanto ante el príncipe.
En el mismo momento que abrió la puerta, su suerte estaba echada. El mismo lápiz que me traía para escribir acabo alojado en su cerebro al que llegó desde su nuca. Le cogí las llaves y comencé a buscar la salida. Por suerte aquella cárcel era muy antigua, y no tenía nada parecido a puertas con cerraduras electrónicas centralizadas ni cámaras de seguridad, simplemente tuve que buscar la llave adecuada para abrir las puertas que me encontré en mi huida. Oí a otros presos en diferentes celdas, pero no podía hacer nada por ellas. Quizás algún día, pero no en aquel momento.
Por suerte no encontré guardias hasta que llegue al exterior. Un desolado patio bordeado por grandes muros de piedra desgastada y múltiples puertas y galerías de acceso a los calabozos.
En una de aquellas puertas y cerca mio estaban varios de aquellos grotescos guardias en lo que parecía ser una especie de gran garita. Había dos coches todo terreno. Uno estaba a mi lado, justo mostrándome su maletero, mientras que el otro estaba algo más lejos. Escuche como dos de aquellos carceleros se despedían hasta mañana de sus compañeros. Debían de haber acabado el turno. Tomé una rápida decisión. Con cautela pero con agilidad y rapidez, abrí el maletero del todoterreno y me metí dentro, aunque con bastantes dificultades por lo pequeño del habitáculo. Estaba abierto, ya que no había razón para cerrarlo en aquel lugar. Recé con todas mis fuerzas para que aquellos dos cogieran aquel vehículo. Mis plegarias fueron escuchadas. Salimos de la prisión tras pasar un pequeño puesto de vigilancia donde no pusieron ningún impedimento, simplemente se limitaron a despedirse..
Una vez fuera, estuvimos recorriendo caminos y carreteras durante casi una hora, hasta que llegamos a un pueblo o una ciudad pequeña. Detuvieron el coche en un parking subterráneo y salieron del coche. Cuando me aseguré que no me verían u oirían, salí del maletero y los seguí hasta que entraron en un apartamento en la primera planta de un bloque residencial que parecía estar bastante poco habitado. Llamé a la puerta, y en el momento que uno de ellos la abrió, y aunque no lo sabían en aquel momento, ambos estaban muertos. A uno le partí el cuello rápidamente, pero al otro lo mantuve con vida un rato más, para torturarlo y sacarle algo de información. ¿Cual era aquel lugar? ¿Donde estaba la cárcel de donde habían salido? ¿Cuanto dinero tenían? ¿Donde estaba su documentación? ¿Tenían armas? Tras acabar con su vida, busque algo de ropa y recogí su dinero, la documentación de uno de ellos, al que más me podía parecer y una pistola.
Bajé al parking y subí al coche. Me encontraba en el pueblo de Sabt Alulayah, a casi 200 kilómetros de Abha, donde se encontraría aquel brutal asesino que era el príncipe Ghaleb. Acaricié la idea de ir hasta allí para tomarme mi venganza, pero no, aquello hubiese sido un error. Seguramente a aquella hora, ya sabrían que había huido, y la seguridad del príncipe se habría triplicado, si es que seguía en la ciudad y no se había marchado. No, tenía que pensar con la cabeza. Había pensado un plan para llevar a cabo la venganza en aquella oscura celda y me ceñiría a él, y para hacerlo debía sobrevivir y ello pasaba por huir del país.
Conducí durante un buen rato, siempre en dirección a la costa oeste, hacia el Mar Rojo. Cuando llegue al pueblo costero de Al Qunfudhah tenía el deposito de combustible vacío, pero al menos llegue sin contratiempo y sin encontrarme ningún control policial como temía.
Era de noche y pronto amanecería. Al alba los pescadores saldrían a faenar. Me dirigí al bullicioso puerto pesquero y busque un barco lo suficientemente grande como para que pudiese cruzar el Mar Rojo, pero también destartalado como para que no llamara la atención y que su dueño no pudiese renunciar a una dinero extra. Al segundo intento conseguí que un capitán me aceptara para llevarme hasta la costa de Sudán. El viaje fue largo y yo estaba muy cansado, pero no quise dormirme ni bajar la guardia, quizás aquellos marineros se les pasara por la cabeza la idea de arrojarme por la borda después de haberme robado todo lo que llevaba. Me recosté sobre una pared del puente con la pistola agarrada bajo la chaqueta que llevaba.
Al final, logré acabar en un pequeño puerto natural de la costa sudanesa, donde me desembarcaron tras pagar lo convenido y que ascendía a la mitad de lo que les había cogido a los dos carceleros.
A partir de aquel momento, tuve que organizarme con lo mejor que mis conocimientos y entrenamiento me habían preparado.
Contacté con el mercado negro local una vez llegue a Jartum, y con algo de dinero e intimidación logré hacerme con un pasaporte falso bastante pasable. Para conseguir más dinero para un billete de avión tuve que robar en un algunas tiendas durante unos días. Ya había decidido a donde iba a ir, y lo hice casi por eliminación. No debía quedarme cerca de Arabía Saudí ni en ningún país musulmán donde los servicios de inteligencia lo tendrían más fácil para seguir mi pista y capturarme. En occidente tampoco era posible, por la connivencia entre sus espías y los saudíes, y viajar al bloque comunista estaba descartado, seguramente no me creerían y me enviarían a alguna otra oscura prisión. Decidí que Sudamérica era la mejor opción, a bastante distancia y sin ningún país musulmán por la zona. Mi aspecto árabe podía ser un problema para pasar desapercibido, pero en todos los países suele haber una comunidad árabe donde ocultarse al menos durante un tiempo.
A la semana de mi huida, finalmente compre un billete para abandonar Sudan y dirigirme a Ciudad de México, con escala en Argel. Una vez allí, no fue difícil comenzar a trabajar para ganarme la vida, dadas mis especiales “habilidades” y la situación que atravesaba el continente. Necesitaba dinero, mucho dinero para poder llevar mi venganza a cabo, y tiempo para planificarla adecuadamente. Y tras varios años, de repente, llegó aquella guerra en el Golfo Pérsico, y los soviéticos, interesados en que pusiera en práctica mi plan de venganza, del que debían haberse enterado, no se como, me lo pusieron en bandeja facilitándome enormemente las cosas.
El taxista me saco de mis pensamientos cuando me tuvo que gritar tres veces para avisarme que habíamos llegado. Acabó su discurso sobre lo complicado de la situación política local y los rumores sobre un golpe de estado en el país, mientras sacaba el equipaje del maletero. Le pague y entre en el hotel. El final se acercaba.
Quedaban treinta minutos para aterrizar en Jartum, la capital de Sudan cuando mi mente volvió hacia Brasil y mis contactos con los rusos. Fueron dos encuentros, el último más provechoso y útil, ya que fue donde recibí toda la información, documentación, contactos y dinero que había solicitado. Pero mi mente, al acercarme de nuevo a un país árabe tras tanto tiempo fuera, me llevaba a la primera reunión que había tenido con aquel tipo del KGB en Río de Janeiro.
Aquel dossier sobre mí que dejó encima de la mesa era bastante completo. Siempre me sorprendido como los espías saben casi todo de casi de todo el mundo. Desde mi fecha de nacimiento, mi nombre, mi familia hasta las fechas y algunos detalles profesionales. Otros no los sabían, por supuesto, aunque sabían lo suficiente de mis planes e intenciones y que estaba muy motivado para llevarlos a cabo, y eso era todo lo que necesitaban saber. Rememoré como había llegado a aquel punto, y mis recuerdos se fueron a buscar aquel caluroso día de otoño en que ingresé en el ejército saudí. Recordé con claridad como desde el principio destaque sobre el resto de mis compañeros. Física y mentalmente era más fuerte y ágil que todos mis compañeros y la milicia se me daba asombrosamente bien. No tardaron mucho en ofrecerme avanzar en mi carrera militar y pronto me vi de voluntario en las tropas paracaidistas. Siempre me gustó lo de saltar al vacío y disfrutar de la sensación de velocidad y libertad hasta que se abría el paracaídas. Fueron buenos tiempos, de los que además guardo un grato recuerdo por ser la época en la que contraje matrimonio con mi amada esposa Nadia. Luego llegó el ascenso a sargento y lo que me pareció la lógica evolución, el paso a las fuerzas especiales. Aquello me llevó durante unos meses a Inglaterra, donde yo y otros nuevos reclutas recibimos instrucción por parte del SAS antes de volver a Arabia Saudí donde acabamos nuestro entrenamiento con los mandos locales y profesores extranjeros contratados. Aquello fue el principio del infierno, aunque claro, yo no lo supe hasta bastante tiempo después.
-Señores pasajeros estamos a punto de aterrizar en Jartum. Por favor coloquen sus asientos en posición vertical y abróchense los cinturones...
La sensual voz de la azafata de Air Algerie repetía el mensaje en francés, árabe e inglés.
En cuanto aterrizamos y recogí mi equipaje, pasé el control de aduanas sin el más mínimo problema. Los pasaportes y la documentación que me habían facilitado los soviéticos en Brasil eran de primera calidad. Para superar aquel control, como para entrar en Argel procedente de Brasil, utilicé la identidad de un profesor universitario de la universidad de Argel doctorado en arqueología, que viajaba por el mundo realizando trabajos de campo e investigación. Si bien dada la situación bélica en el Golfo, el control fue estricto, no me pusieron ningún problemas más allá de advertirme de la situación y que tuviera cuidado si viajaba a los países de la zona. “Cuidado deberán tener ellos cuando llegue allí” recuerdo que pensé, pero naturalmente no dije nada.
Volver a estar tan cerca de mi patria después de aquellos años, fue doloroso, pero no más que los recuerdos y aquellos eran los que mantenían la llama de mi venganza incandescente.
Cogí un taxi al salir y le pedí al taxista que me llevara a uno de los barrios periféricos de la ciudad. Me iba a alojar en un hotel barato y discreto, lejos del centro y de la gente. A medida que cruzábamos la ciudad, y aunque aquella ciudad era diferente de las de Arabia Saudí, el haber llegado a un país árabe, más cerca de mi casa de lo que había estado en años y entre musulmanes como yo, me hacía sentir sensaciones contradictorias, de dolor pero también de alivio. Para bien o para mal, la suerte estaba echada, dentro de unos días todo habría acabado para mi.
Nos adentramos por un populoso y pobre barrio de la ciudad cuando al pasar por uno de los habituales mercadillos al aire libre, mi mente y mi corazón sufrieron un vuelco. Allí, al lado de un puesto de verduras estaba una niña, más o menos como aquella otra niña que cambió mi vida.
Mi mente volvió al pasado, a cuando después de haber acabado el entrenamiento en las fuerzas especiales y tras un año de servicio, en el que nació mi primer hijo, y debido a mi alta calificación y lealtad al mando, fui destinado a una unidad especial que dependía directamente del Servicio General de Inteligencia.
Me dijeron que iba a servir a mi país capturando terroristas y enemigos del estado. Nuestra misión fue perseguir a aquellos indeseables dentro y fuera de nuestras fronteras, y lo hicimos bien, aunque por supuesto, todo ello de una forma opaca, por no llamarlo clandestina. Dentro de Arabia Saudí, no hubo muchos problemas, algún anarquista/comunista con ganas de exportar la revolución a mi amada Patria...unos locos que no nos dieron ningún problema. También algunos activistas radicales islámicos que amenazaban con volver a repetir lo de la Meca en el 79 y que fueron más difícil de localizar y capturar. Pero el final era siempre el mismo. Si se defendían, no teníamos muchos miramientos y muchos acabaron en una fosa en algún lugar perdido del desierto. Si los capturábamos con vida, su destino era invariablemente alguna de las “cárceles negras” que habían repartidas por el país. Al menos nosotros no nos encargábamos de aquello. Unos tipos con cara de enterradores y más musculo que cerebro se los llevaban. Nunca más se volvía a saber de ellos. Aquellas cárceles eran “agujeros legales” donde no existía otra ley que la de los servicios secretos y la familia real, y en la que en última instancia, el Rey o el Príncipe heredero tenían la última palabra sobre la vida o la muerte de un internado allí.
Pero comenzamos a salir al extranjero en busca de nuestros objetivos. Primero a países árabes cercanos y luego a occidente. Algunos objetivos eran como los que habíamos neutralizado en Arabia Saudí, pero luego fuimos tras otros tipos de perfiles: nacionales que pertenecían a clanes que habían criticado a la familia real, chiitas que pedían mejoras para su minoría y personas “liberales” que expresaban ideas de reformas democráticas en el país. En general personas que habían tenido que exiliarse y cuya peligrosidad residía en el cuestionamiento que suponían sus ideas de la perpetuación en el poder de la familia real saudí, los Al-Saud. Por supuesto todo aquello lo supe también después, aunque ya en aquella época comenzaba a hacerme preguntas que no tenían una fácil respuesta, o al menos una que calmara mi conciencia debidamente.
Quizás fueron aquellas dudas, advertidas por mis mandos, las que sirvieron para que cambiara de ocupación. Recibí un curso de escolta de personalidades de manos de asesores británicos y americanos, y me dijeron que tenía cualidades, que podía llegar alto, quizás a la escolta privada del Príncipe heredo o incluso del mismísimo Rey, si me mantenía leal con el país, sus instituciones y a la familia real. Pero mi primer destino fue menos importante. El príncipe Ghaleb era un alto funcionario del gobierno provincial de Asir, al suroeste del país, un miembro de segunda fila de la familia real, uno de los muchísimos príncipes de los Saud que controlaban el país y su administración.
Me trasladé con mi familia a Abha, la capital de la provincia y donde residía el príncipe. Eramos seis escoltas personales, trabajando por parejas en turnos de ocho horas, mientras que otros dos se encargaban de la seguridad de su familia, además de varios policías que custodiaban su casa.
El príncipe era un hombre de unos cuarenta y muchos años, arrogante, caprichoso y despiadado según pude comprobar al poco tiempo de trabajar para él. Y tenía una debilidad, las muchachas jovencitas. Fui testigo al menos una docena de veces de como se encaprichaba de una chica, ya fuera en una fiesta, en el trabajo o en la calle. Entonces el procedimiento era siempre el mismo. Se lo comunicaba a su ayudante personal, un baboso cuyo único mérito era adular hasta el paroxismo a su amo, y que se dirigía a la joven en cuestión, y en nombre del príncipe le invitaba a una fiesta en su palacio. Normalmente esa era la primera fase. Algunas chicas se impresionaban y caían en la trampa rápidamente, otras se hacían más de rogar y entonces el ayudante tenía que pasar a la segunda fase, la adulación y la promesa de recompensas para ella y su familia. Con aquello solía bastar para la mayoría de mujeres, pero si era necesario, aquel cabrón llegaba a la tercera fase que consistían en veladas (o no tan veladas) amenazas, dependiendo de la posición social de la chica.
Y fue un día como aquel cuando su vida cambió. Estaba de servicio y viajaba al lado del conductor del coche oficial que llevaba al príncipe y a su ayudante de vuelta a casa, desde el trabajo y por un barrio humilde de la ciudad. No vi a la chica hasta que el príncipe hizo detenerse y retroceder al conductor. Era la chica más joven en la que se había fijado el príncipe, debía de tener no más de 13 años. Nunca lo llegue a saber.
El adulador salió del vehículo y comenzó el ritual. Pero para mi sorpresa, a veces la gente más humilde es la que tiene más dignidad, y la madre de la niña la escondió y comenzó a gritar para llamar la atención de los transeúntes. El baboso volvió rápidamente al interior del coche visiblemente contrariado. El príncipe ordeno seguir el camino con un gesto de enfado que no le había visto antes.
Todo los acontecimientos se precipitaron al llegar la noche. Ghaleb se dirigió a una de las habitaciones que tenía en el sótano de su palacete, aquella que destinaba a sus encuentros con las chicas a las que “convencía”, mientras que su familia, sus dos mujeres y sus tres hijos vivían en la segunda planta. Como me pidió y era costumbre en aquellos casos, yo debía mantenerme en la puerta mientra el y la chica pasaban la noche. Pero aquella noche no había ninguna chica en la habitación. El príncipe entró y cerró la puerta.
Poco después lo comprendí. Por el auricular, el jefe de seguridad me informó que iban a llegar unos hombres con “algo” para el príncipe. Debía permitirles el paso y cerrar la puerta cuando ellos salieran. Después actuar como era usual.
Escalera abajo aparecieron dos tipos con pinta de matones arrastrando de los brazos a una niña con una bolsa en la cabeza. Llevaba el mismo vestido que por la tarde y se la oía sollozar bajo la bolsa. Me aparté y abrí la puerta. Me sentí que colaboraba con algo aberrante y el estomago se me revolvió. Pero no hice nada. Los dos matones salieron de la habitación solos y se marcharon.
Durante unos minutos no oí nada, después los lloros de la muchacha subieron en intensidad y entonces comenzaron los golpes y las risas de aquel sádico. Me sorprendí a mi mismo con los puños y la mandíbula apretados hasta el límite. Pero entonces sucedió. Primero el grito de dolor del príncipe, y luego otros gritos histéricos llamándome. Por instinto y entrenamiento, saqué la pistola y entre rápidamente en la habitación. Allí estaban. La niña, en la cabecera de la cama, estaba desnuda y con el cuerpo y la cara llena de moratones y con sangre en varias zonas de su pequeño cuerpo. Temblaba de miedo. Vi como agarraba con fuerza un objeto punzante, posiblemente uno de esos alfileres largos con que las mujeres se recogen el pelo. También había sangre en el alfiler, pero no era suya, si no del príncipe Ghaleb. Aquel cabrón se había encontrado con que una cría, apenas una niña, le había clavado aquel artilugio en el estómago y ahora sangraba y chillaba como un cerdo a los pies de la enorme cama.
“Mátala” “Mata a esta puta” “Me ha querido matar” me dijo. Aquellas palabras todavía resuenan en mi cabeza día y noche.
Yo tenía la pistola empuñada pero no apuntaba a la niña, no podía. ¿como iba a dispararle? Imposible. Impensable. Y sin embargo, cuantas veces, a tenor de lo que pasó después, he pensado en que quizás hubiera sido mejor apretar el gatillo. Y cuantas veces me he odiado por pensarlo.
El sádico príncipe, con un semblante de odio profundo ante mi titubeo, se me acercó y me quitó la pistola. No se lo impedí. Pero si que actué cuando vi que aque maníaco iba a disparar a la niña. Sin pensarlo, le cogí la muñeca y aplicándole una llave que le hizo gritar aún más de dolor, soltó el arma. En aquel momento entró el jefe de seguridad empuñando una pistola. Me dijo que me apartara del príncipe y que pusiera las manos en la cabeza. No reaccioné como hubiera debido, otro de mis tantos errores aquel día. Obedecí. Ghaleb recogió mi pistola y me la puso delante de la cara. “Maldito loco, ¿como has osado tocarme? ¿como te has atrevido a parar mi justa mano de la venganza y dañarme? Eres hombre muerto ¿lo sabes, verdad?”
En aquel momento pensé que había llegado mi hora, pero vi como en los ojos de aquel maníaco se encendía un brillo sádico que me erizó la piel. De repente volvió la pistola contra la chica y descargó las 10 balas del cargador en su pequeño cuerpo. Me quedé petrificado. Aparecieron cuatro policías de su guardia y el asesino les ordenó que me detuvieran en una celda y que luego limpiaran todo aquello.
Estaba totalmente abatido. Aquello no parecía estar pasándome. Se suponía que era un militar profesional preparado para todo, pero aquella situación me sobrepaso de tal manera que no supe reaccionar, ni bien ni mal.
Los policías me condujeron a una celda de una comisaría cercana. Aquella fue mi mejor oportunidad. Si no hubiera estado bloqueado, debería haberme deshecho de aquello policías y escaparme, pero no lo hice. Al cabo de una hora llegaron cuatro matones. Me atacaron con bastones eléctricos y aunque reaccione por automatismos, no estuve a la altura. Solo pude reducir a dos de ellos antes de que los otros consiguieran alcanzarme. Entonces me propinaron una soberana paliza. La más dura que recibí nunca en mi vida. Casi morí allí. Perdí el conocimiento.
Era por la mañana cuando recuperé el conocimiento. Enfrente mio estaba el asesino. Mi primera reacción fue abalanzarme hacia él para matarlo, pero obviamente, un cobarde como aquel no se plantaba delante de otro hombre sin antes haberse asegurado que no podría hacerle daño ni responder a sus golpes. Estaba esposado a una argolla en la pared y tenía los pies atados.
“Me alegro que sigas vivo. Te necesito así. Tengo grandes planes para ti, ¿sabes? Nos veremos dentro de poco, mientras tanto disfruta del viaje.”
Dos tipos como los que yo mismo había visto cuando les entregaba a terroristas, se acercaron a mi y me sujetaron. Uno me inyectó algo y en unos segundo volví a caer inconsciente.
Cuando desperté pensé que me había quitado los ojos. Todo estaba oscuro, muy oscuro. Era imposible ver nada. Pasó más de treinta minutos hasta que mis ojos se acostumbraron y pude intuir algo gracias a la escasisima luz que se filtraba por los marcos de la puerta. Tanteé, palpé, andé y al final pude descubrir que me encontraba en una habitáculo de unos dos por dos, de piedra viva muy desgastada, sin ninguna sola abertura y con una puerta metálica cerrada a cal y canto. Su único “mobiliario” era un agujero en una esquina destinado a hacer las necesidades fisiológicas y que originaba un espantoso olor. Por fin conocía como era una celda de una “prisión negra”.
No supe cuanto tiempo había pasado desde que me drogaron, ni en que lugar estaba. Había varias de aquellas prisiones a lo largo de todo el país. Algunas eran recientes, pero la mayoría, y las que estaban en regiones remotas del país como aquella en la que creía estar, debían datar de principio de siglo, posiblemente de los años 20 o 30.
Pasaron varias horas en los que no paré de darle vueltas a la cabeza sobre lo que había ocurrido, sobre la niña, su muerte y en la situación en la que yo mismo me encontraba inmerso. Sin duda el príncipe asesino deseaba venganza, por lo que seguramente creía que era una afrenta personal gravísima. Mi vida corría peligro. En aquel lugar, podían pegarme un tiro o algo peor y nunca nadie se enteraría jamas, pero era una ley no escrita, que en aquellos infestos agujeros solo podía decidir sobre la vida de los reos el Rey o en su defecto el Príncipe heredero. Una vez conocí al Príncipe heredero, y me felicitó por el resultado de una misión. Mi comandante, cuando me destinó al empleo de guardaespaldas me dio a entender que el propio Príncipe se había interesado en mi para formar parte de su escolta personal en un futuro. Aquello me hacía mantener una mínima esperanza sobre su vida. A lo mejor quedaba todo en algunas palizas más y varias semanas o meses allí, y luego algún licenciamiento, pero sabía que eran ilusiones. Nadie iba a una “prisión negra” por algo que se podía hacer en una prisión común. Lo más posible, era que si salvaba la vida, me pasase años, quizás toda la vida en aquel lugar. De repente me vino a la mente mi familia, mi hermosa y joven mujer y mi pequeño hijo. ¿Que sería de ellos? ¿Como iban a vivir? ¿Que les dirían sobre mi desaparición? Me dí cuenta de lo grave de todo aquello, no tanto por mi, que en poco tiempo había comenzado a aceptar un destino horrendo, posiblemente por la sensación de culpabilidad que me ahogaba, sino por mi familia. Seguí pensando en aquello, y de pronto sentí que no podía rendirme. Tenía que intentar escapar de allí para volver con mi familia y escapar del país. Era la única esperanza...pero nadie escapaba jamas de una “cárcel negra”, o al menos eso me dijeron siempre. Quizás me habían mentido. Me puse a repasar las posibles opciones y a refrescar mi entrenamiento de evasión y escapada. En ello estaba cuando oí ruido al otro lado de la puerta. Un pequeño agujero se abrió en la puerta y entro algo de luz. Me acerque con cautela y cuando mi vista se acostumbro a aquel incremento luminoso, me atreví a mirar. Lo que vi a continuación me dejo helado. Lo recordaré el resto de mi vida. Allí estaba el asesino, de pie, a tres metros enfrente de la puerta, con aquella mirada de sádico brillo.
“Querido Waleed, tengo una sorpresa para ti. Seguro que te alegrarás” me dijo. Alargó su mano. Apareció uno de aquellos carceleros con cara de enterrador que sujetaba por un brazo a una mujer desnuda y terriblemente magullada. Cuando la cogió Ghaleb y le dio la vuelta, creí morir. “Nadia” grité. Ella miró en dirección a la puerta como si no entendiera hasta que de pronto lo comprendió todo. Mi mujer, mi joven y frágil mujer. La rabia y la ira me invadió. “¿Que le has hecho asesino?” “Monstruo” recuerdo haber gritado entre otras cosas. Él asesino la dejó ir y Nadia se abalanzó contra la puerta. Por un momento creí que la podría tocar, sentir su aliento. Ella no dijo nada, solo comenzó a llorar. Acto seguido vi una resplandeciente y afilada hoja de cuchillo en el cuello de mi amada. “Ella se ha portado muy bien conmigo, pero ahora es el momento de decirle adiós, Waleed, ella tiene que irse”. “Noooooooo” grité. “No puedes hacer eso. No tienes permiso”. El sádico se rió a carcajada batiente mientras apretaba más el cuchillo sobre la garganta de Nadia. “¿Acaso crees que no estoy autorizado a hacer esto?” volvió a reírse. “¿Piensas que a mi Rey o al Príncipe heredero les importáis tu o tu familia? Nosotros somos la familia real, y no toleramos que ninguno de nuestros siervos nos agredan. Si no actuáramos así, no llevaríamos tantos años en el poder ¿No crees? Por supuesto que lo que voy a hacer está aprobado y refrendado. Y voy a disfrutarlo hasta el último instante” y al acabar de decir esto, de un rápido movimiento degolló a mi esposa. No gritó, simplemente se llevó las manos a la garganta mientras la sangre y la vida se le escapaban. No dejó de mirarme hasta que murió.
Grite, pataleé, golpeé la puerta, las paredes, me destroce los nudillos. No lo recuerdo con claridad.
“Llevaros a esta zorra y traerme al niño”. Aquello no podía ser, tenía que ser una pesadilla. “Mira Waleed, tu hijo a venido a verte”. Abdul apenas tenía 4 años. Volví a mirar por la mirilla y vi a mi hijo, nervioso, con miedo, lloriqueando y llamando a su madre. Aquel monstruo sacó una pistola y se la puso en la cabeza a Abdul. El pequeño no la veía al estar encima suyo. “Corre Abdul, corre, vete de aquí” dije sin darme cuenta que aquello no era posible. El pequeño comenzó a gritar al oír a su padre y quiso avanzar hacia la puerta, pero el príncipe lo retuvo por su bracito y le descerrajo un tiro en la cabeza. Me quedé con la mirada fija en el cuerpo sin vida de mi pequeño hijo. Comencé a llorar sin poder remediarlo. Caí al suelo cuando se lo llevaron.
“¿Waleed, te ha gustado el espectáculo? Vamos, no seas así. Ahora si querías actuar ¿verdad? Cuando has visto a tu familia en peligro te hubiese gustado matarme ¿verdad? Y sin embargo, cuando yo estaba en peligro no fuiste capaz de disparar a aquella puta. Pues enterate, yo era mucho más importante que tu familia, tu deber era protegerme y obedecerme, pero no lo hiciste. Y si solo se hubiese quedado en eso, solo tu hubieses pagado por ello, pero cometiste el error de tu vida al atacarme.” Yo ya apenas lo escuchaba, pero si pude entender sus últimas palabras. “Espero que pienses sobre lo que ha pasado hoy aquí. Volveré dentro de unos día y entonces saldaremos tu deuda”. Por unos instantes había fantaseado con la posibilidad de que me matara rápidamente, en aquel preciso momento, pero aquella bestia era un sádico monstruoso. Me iba a dejar vivir más tiempo para que me destrozara por dentro. Y eso fue lo que me sucedió.
Durante no se cuanto tiempo después de aquellos terribles y dramáticos hechos, me hundí. Me rompí, me doblegue a la rabia, la impotencia, la tristeza sin fondo, en definitiva, se me murió el alma. Intenté suicidarme, pero no me habían dejado nada más que unos calzoncillos, una camiseta y unos pantalones de presidiario y nada con lo que poder hacerme daño. Lo intenté de todas formas. Me tiré contra la pared, contra la puerta, intenté darme cabezazos contra la pared con la intención de romperme la columna vertebral, pero lo único que conseguí fue un tremendo dolor de cabeza y una buena brecha en la frente. Así que allí, tumbado en el suelo de aquella apestosa celda, cubierto de sangre, tuve que tomar una decisión. Esperar el fin de mis días entre la desesperación y dejar que aquel asesino maníaco se saliera con la suya, o borrarle aquella asquerosa risa de su boca y rebanarle el cuello...venganza. Allí tumbado, una gran parte de mi murió. Otra se transformó en algo aún más oscuro que aquella maldita celda. Y tomé una determinación. Tardé unas horas en recuperarme, trazar el plan que me guiaría durante el resto de mi vida y reunir el valor suficiente para llevarlo a cabo después de aquel horrendo día.
Recuerdo que urdí una patraña para conseguir que el carcelero abriese la puerta. Le dije que le tenía que contar algo sobre la seguridad del príncipe y que si no se lo decía, el seria el responsable si el pasaba algo a su excelencia. Le comencé a inundar con fechas, nombres y lugares extraños. Por suerte para mi, los carceleros eran escogidos por su crueldad y su fuerza física y no por su inteligencia. Al principio no pareció creerme, pero con todas mis habilidades de persuasión, logré que abriera la puerta para que le escribiera lo que le estaba contando y que el mismo se lo llevara a sus superiores, y así poder apuntarse un tanto ante el príncipe.
En el mismo momento que abrió la puerta, su suerte estaba echada. El mismo lápiz que me traía para escribir acabo alojado en su cerebro al que llegó desde su nuca. Le cogí las llaves y comencé a buscar la salida. Por suerte aquella cárcel era muy antigua, y no tenía nada parecido a puertas con cerraduras electrónicas centralizadas ni cámaras de seguridad, simplemente tuve que buscar la llave adecuada para abrir las puertas que me encontré en mi huida. Oí a otros presos en diferentes celdas, pero no podía hacer nada por ellas. Quizás algún día, pero no en aquel momento.
Por suerte no encontré guardias hasta que llegue al exterior. Un desolado patio bordeado por grandes muros de piedra desgastada y múltiples puertas y galerías de acceso a los calabozos.
En una de aquellas puertas y cerca mio estaban varios de aquellos grotescos guardias en lo que parecía ser una especie de gran garita. Había dos coches todo terreno. Uno estaba a mi lado, justo mostrándome su maletero, mientras que el otro estaba algo más lejos. Escuche como dos de aquellos carceleros se despedían hasta mañana de sus compañeros. Debían de haber acabado el turno. Tomé una rápida decisión. Con cautela pero con agilidad y rapidez, abrí el maletero del todoterreno y me metí dentro, aunque con bastantes dificultades por lo pequeño del habitáculo. Estaba abierto, ya que no había razón para cerrarlo en aquel lugar. Recé con todas mis fuerzas para que aquellos dos cogieran aquel vehículo. Mis plegarias fueron escuchadas. Salimos de la prisión tras pasar un pequeño puesto de vigilancia donde no pusieron ningún impedimento, simplemente se limitaron a despedirse..
Una vez fuera, estuvimos recorriendo caminos y carreteras durante casi una hora, hasta que llegamos a un pueblo o una ciudad pequeña. Detuvieron el coche en un parking subterráneo y salieron del coche. Cuando me aseguré que no me verían u oirían, salí del maletero y los seguí hasta que entraron en un apartamento en la primera planta de un bloque residencial que parecía estar bastante poco habitado. Llamé a la puerta, y en el momento que uno de ellos la abrió, y aunque no lo sabían en aquel momento, ambos estaban muertos. A uno le partí el cuello rápidamente, pero al otro lo mantuve con vida un rato más, para torturarlo y sacarle algo de información. ¿Cual era aquel lugar? ¿Donde estaba la cárcel de donde habían salido? ¿Cuanto dinero tenían? ¿Donde estaba su documentación? ¿Tenían armas? Tras acabar con su vida, busque algo de ropa y recogí su dinero, la documentación de uno de ellos, al que más me podía parecer y una pistola.
Bajé al parking y subí al coche. Me encontraba en el pueblo de Sabt Alulayah, a casi 200 kilómetros de Abha, donde se encontraría aquel brutal asesino que era el príncipe Ghaleb. Acaricié la idea de ir hasta allí para tomarme mi venganza, pero no, aquello hubiese sido un error. Seguramente a aquella hora, ya sabrían que había huido, y la seguridad del príncipe se habría triplicado, si es que seguía en la ciudad y no se había marchado. No, tenía que pensar con la cabeza. Había pensado un plan para llevar a cabo la venganza en aquella oscura celda y me ceñiría a él, y para hacerlo debía sobrevivir y ello pasaba por huir del país.
Conducí durante un buen rato, siempre en dirección a la costa oeste, hacia el Mar Rojo. Cuando llegue al pueblo costero de Al Qunfudhah tenía el deposito de combustible vacío, pero al menos llegue sin contratiempo y sin encontrarme ningún control policial como temía.
Era de noche y pronto amanecería. Al alba los pescadores saldrían a faenar. Me dirigí al bullicioso puerto pesquero y busque un barco lo suficientemente grande como para que pudiese cruzar el Mar Rojo, pero también destartalado como para que no llamara la atención y que su dueño no pudiese renunciar a una dinero extra. Al segundo intento conseguí que un capitán me aceptara para llevarme hasta la costa de Sudán. El viaje fue largo y yo estaba muy cansado, pero no quise dormirme ni bajar la guardia, quizás aquellos marineros se les pasara por la cabeza la idea de arrojarme por la borda después de haberme robado todo lo que llevaba. Me recosté sobre una pared del puente con la pistola agarrada bajo la chaqueta que llevaba.
Al final, logré acabar en un pequeño puerto natural de la costa sudanesa, donde me desembarcaron tras pagar lo convenido y que ascendía a la mitad de lo que les había cogido a los dos carceleros.
A partir de aquel momento, tuve que organizarme con lo mejor que mis conocimientos y entrenamiento me habían preparado.
Contacté con el mercado negro local una vez llegue a Jartum, y con algo de dinero e intimidación logré hacerme con un pasaporte falso bastante pasable. Para conseguir más dinero para un billete de avión tuve que robar en un algunas tiendas durante unos días. Ya había decidido a donde iba a ir, y lo hice casi por eliminación. No debía quedarme cerca de Arabía Saudí ni en ningún país musulmán donde los servicios de inteligencia lo tendrían más fácil para seguir mi pista y capturarme. En occidente tampoco era posible, por la connivencia entre sus espías y los saudíes, y viajar al bloque comunista estaba descartado, seguramente no me creerían y me enviarían a alguna otra oscura prisión. Decidí que Sudamérica era la mejor opción, a bastante distancia y sin ningún país musulmán por la zona. Mi aspecto árabe podía ser un problema para pasar desapercibido, pero en todos los países suele haber una comunidad árabe donde ocultarse al menos durante un tiempo.
A la semana de mi huida, finalmente compre un billete para abandonar Sudan y dirigirme a Ciudad de México, con escala en Argel. Una vez allí, no fue difícil comenzar a trabajar para ganarme la vida, dadas mis especiales “habilidades” y la situación que atravesaba el continente. Necesitaba dinero, mucho dinero para poder llevar mi venganza a cabo, y tiempo para planificarla adecuadamente. Y tras varios años, de repente, llegó aquella guerra en el Golfo Pérsico, y los soviéticos, interesados en que pusiera en práctica mi plan de venganza, del que debían haberse enterado, no se como, me lo pusieron en bandeja facilitándome enormemente las cosas.
El taxista me saco de mis pensamientos cuando me tuvo que gritar tres veces para avisarme que habíamos llegado. Acabó su discurso sobre lo complicado de la situación política local y los rumores sobre un golpe de estado en el país, mientras sacaba el equipaje del maletero. Le pague y entre en el hotel. El final se acercaba.
"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
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Definitivamente mi eficiencia laboral disminuye por estos relatos jejeje, pero como trabajo en un banco español y estoy leyendo relatos de un español pues se compensa no?
Y tus templos, palacios y torres se derrumben con hórrido estruendo, y sus ruinas existan diciendo: De mil héroes la Patria aquí fue.
- brenan
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Isra999 escribió:Definitivamente mi eficiencia laboral disminuye por estos relatos jejeje, pero como trabajo en un banco español y estoy leyendo relatos de un español pues se compensa no?
Como sea uno cuyo logotipo es una llama roja, te vas a enterar pedazo de gandul. A leer a casa
Es broma, pero que sepas que en ese caso trabajarias para mi en cierta manera, asi que cuando trabajes un poco, entre lectura y lectura, pon interes en hacerlo bien que saldremos benficiados los dos , tú y yo
Flanker sigue , porfa, que ya no me quedan uñas , joer
De noche todos los gatos son pardos. Menos los negros, que no se ven
VAE VICTIS
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- Isra999
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brenan escribió:Isra999 escribió:Definitivamente mi eficiencia laboral disminuye por estos relatos jejeje, pero como trabajo en un banco español y estoy leyendo relatos de un español pues se compensa no?
Como sea uno cuyo logotipo es una llama roja, te vas a enterar pedazo de gandul. A leer a casa
Es broma, pero que sepas que en ese caso trabajarias para mi en cierta manera, asi que cuando trabajes un poco, entre lectura y lectura, pon interes en hacerlo bien que saldremos benficiados los dos , tú y yo
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Jajaja, entonces no me preocupo, trabajo en el azulito, así que a seguir leyendo, ... antes de que descubran este hobby
Y tus templos, palacios y torres se derrumben con hórrido estruendo, y sus ruinas existan diciendo: De mil héroes la Patria aquí fue.
- Chechitar_1985
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- flanker33
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Muchas gracias por vuestros comentarios
Pues va a ser verdad eso que dicen los artistas que se consideran recompensados con el aplauso del público
Estoy en ello, pero también ando medio liado con otro articulillo de corte histórico, y no puedo prometer plazos de entrega
Saludos.
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Flanker sigue , porfa, que ya no me quedan uñas , joer
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