Los Mitos de la Guerra del Pacífico (Chile - Perú)
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- Sargento
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No creo ser drástico con Baquedano. Encuentro que hubo escritores demasiado críticos con su mando, por razones políticas principalmente.
De hecho, hemos visto que no fue tan rígido mentalmente como dicen.
Él tuvo que trabajar con lo que tenía, y lo hizo bien. Se le critica el ataque frontal, pero no se me ocurre otra forma de atacar en las batallas en que así lo hizo. No sólo hay que ver el nivel de adiestramiento de nuestra gente; también hay que ver el terreno en que se combatió, y principalmente el terreno que debía recorrerse para intentarse otra cosa. Arenas sueltas, falta de agua, distancias grandes. Demasiados elementos adversos, para una ventaja no demasiado clara en caso de resultar.
Vergara lo veía todo fácil desde su punto de vista. Pero él, al mando de tropas, no siempre mostró buena capacidad. En Tarapacá, pese a que el mando era de Luis Arteaga, también tiene mucha responsabilidad en el desastre.
Hay cosas que me llaman la atención en la guerra. Como la escasa participación que tuvo la caballería. Hizo bien la labor de exploración, pero pocas veces se la utilizó en combate realmente. Germania, Tarapacá, Buenavista, Tacna, Chorrillos, Huamachuco. Cargas de un escuadrón o, a lo sumo, de un regimiento. Algunos años antes, en la guerra de la Triple Alianza, se vieron cargas de 8.000 jinetes de una vez.
Pero en nuestra guerra se usó en pocas cantidades. Tres regimientos (Cazadores, Granaderos y Carabineros de Yungay) y dos escuadrones (General Cruz y General Las Heras) Fueron casi las únicas unidades llevadas al teatro de la guerra, aparte de algunos elementos de los Carabineros de Angol.
¿Escasos recursos en la zona de guerra? Puede ser. Un lío conseguir agua y comida para los caballos en el desierto.
¿Disminución de la efectividad en combate frente a las armas modernas? También puede ser.
De hecho, hemos visto que no fue tan rígido mentalmente como dicen.
Él tuvo que trabajar con lo que tenía, y lo hizo bien. Se le critica el ataque frontal, pero no se me ocurre otra forma de atacar en las batallas en que así lo hizo. No sólo hay que ver el nivel de adiestramiento de nuestra gente; también hay que ver el terreno en que se combatió, y principalmente el terreno que debía recorrerse para intentarse otra cosa. Arenas sueltas, falta de agua, distancias grandes. Demasiados elementos adversos, para una ventaja no demasiado clara en caso de resultar.
Vergara lo veía todo fácil desde su punto de vista. Pero él, al mando de tropas, no siempre mostró buena capacidad. En Tarapacá, pese a que el mando era de Luis Arteaga, también tiene mucha responsabilidad en el desastre.
Hay cosas que me llaman la atención en la guerra. Como la escasa participación que tuvo la caballería. Hizo bien la labor de exploración, pero pocas veces se la utilizó en combate realmente. Germania, Tarapacá, Buenavista, Tacna, Chorrillos, Huamachuco. Cargas de un escuadrón o, a lo sumo, de un regimiento. Algunos años antes, en la guerra de la Triple Alianza, se vieron cargas de 8.000 jinetes de una vez.
Pero en nuestra guerra se usó en pocas cantidades. Tres regimientos (Cazadores, Granaderos y Carabineros de Yungay) y dos escuadrones (General Cruz y General Las Heras) Fueron casi las únicas unidades llevadas al teatro de la guerra, aparte de algunos elementos de los Carabineros de Angol.
¿Escasos recursos en la zona de guerra? Puede ser. Un lío conseguir agua y comida para los caballos en el desierto.
¿Disminución de la efectividad en combate frente a las armas modernas? También puede ser.
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- Sargento
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Analizando las diferentes batallas también podemos ver los distintos criterios, de algunos jefes, puestos en situación de tener que elegir si cumplir una orden o no hacerlo.
Eleuterio Ramírez dice "me mandan al matadero" en Tarapacá, pero no le queda más que atenerse al plan original ya que la batalla no ha comenzado. Y él no puede cambiar algo ya planeado sin motivo.
En cambio Santa Cruz sí se da cuenta de que el plan ha fallado. Que el enemigo ya sabe que están ahí, y que está reaccionando en consecuencia. En esa situación se justificaba que alterara el plan original, ya que este no tenía ninguna posibilidad de realizarse. La sorpresa era fundamental para eso, y ya se había perdido. Él debió usar su artillería de inmediato, para causar confusión y desarticular la reacción enemiga. A la vez que el ruido de los cañonazos avisaría a las otras dos divisiones que el enemigo estaba sobre aviso. Pero se atiene a sus órdenes. No se atreve a tomar la iniciativa. Aunque suene grosero, lo veo como decir "si queda la cagada, que no me echen la culpa...". Ya sabemos que pasó ese día.
Uno que sí se atrevió a desobedecer órdenes, y afortunadamente le resultó, fue San Martín en Arica.
Él tenía la instrucción de, una vez tomado el fuerte del Este, esperar al Buin para atacar el Morro.
La historia dice que alguien gritó "¡Al Morro muchachos...!", y sus soldados se lanzaron a correr. Pero no he encontrado nada oficial sobre ese famoso grito. Nadie lo menciona.
Y el ataque sobre el Morro se ve muy coordinado en el mando de las compañías. Mucho más que si se hubieran lanzado al ataque por su cuenta.
Por lo visto, San Martín se da cuenta de que la 8ª división estaba ya subiendo a reforzar el Morro. Que si esperaba al Buin la defensa sería mucho más dura.
En su parte Solo Zaldívar dice que una vez tomado el fuerte por el primer batallón, San Martín pasa a la carrera con el segundo persiguiendo a los prófugos. Y que cuando encuentran defensa más parapetadas, todo el regimiento se une para atacar el Morro. En ninguna parte se detienen como para esperar al Buin. Sencillamente ven la situación y, usando su criterio, deciden aprovechar la situación táctica creada. Mal que mal el regimiento ya iba embalado, y no lo iban a detener tan fácilmente...
Otro ejemplo de criterio bien usado se produce en Chorrillos. La 2ª división se retrasa, y la batalla empieza por el lado izquierdo. Después de un rato, hay problemas y la reserva tiene que entrar en batalla de inmediato. Entonces Gana, al mando de la 1ª brigada de la 2ª división, hace atacar sus regimientos sin esperar órdenes superiores. Inostroza dice en su novela que habría sido obligado por sus subalternos comandantes de regimiento, pero la historia no dice nada. Y Holley, en su parte, dice que obedeció las órdenes de Gana para iniciar el ataque hacia el punto que el mismo Gana le indicó.
Los partes de Sotomayor y Gana confirman esto, Gana decidió atacar sin esperar las órdenes de hacerlo.
Eleuterio Ramírez dice "me mandan al matadero" en Tarapacá, pero no le queda más que atenerse al plan original ya que la batalla no ha comenzado. Y él no puede cambiar algo ya planeado sin motivo.
En cambio Santa Cruz sí se da cuenta de que el plan ha fallado. Que el enemigo ya sabe que están ahí, y que está reaccionando en consecuencia. En esa situación se justificaba que alterara el plan original, ya que este no tenía ninguna posibilidad de realizarse. La sorpresa era fundamental para eso, y ya se había perdido. Él debió usar su artillería de inmediato, para causar confusión y desarticular la reacción enemiga. A la vez que el ruido de los cañonazos avisaría a las otras dos divisiones que el enemigo estaba sobre aviso. Pero se atiene a sus órdenes. No se atreve a tomar la iniciativa. Aunque suene grosero, lo veo como decir "si queda la cagada, que no me echen la culpa...". Ya sabemos que pasó ese día.
Uno que sí se atrevió a desobedecer órdenes, y afortunadamente le resultó, fue San Martín en Arica.
Él tenía la instrucción de, una vez tomado el fuerte del Este, esperar al Buin para atacar el Morro.
La historia dice que alguien gritó "¡Al Morro muchachos...!", y sus soldados se lanzaron a correr. Pero no he encontrado nada oficial sobre ese famoso grito. Nadie lo menciona.
Y el ataque sobre el Morro se ve muy coordinado en el mando de las compañías. Mucho más que si se hubieran lanzado al ataque por su cuenta.
Por lo visto, San Martín se da cuenta de que la 8ª división estaba ya subiendo a reforzar el Morro. Que si esperaba al Buin la defensa sería mucho más dura.
En su parte Solo Zaldívar dice que una vez tomado el fuerte por el primer batallón, San Martín pasa a la carrera con el segundo persiguiendo a los prófugos. Y que cuando encuentran defensa más parapetadas, todo el regimiento se une para atacar el Morro. En ninguna parte se detienen como para esperar al Buin. Sencillamente ven la situación y, usando su criterio, deciden aprovechar la situación táctica creada. Mal que mal el regimiento ya iba embalado, y no lo iban a detener tan fácilmente...
Otro ejemplo de criterio bien usado se produce en Chorrillos. La 2ª división se retrasa, y la batalla empieza por el lado izquierdo. Después de un rato, hay problemas y la reserva tiene que entrar en batalla de inmediato. Entonces Gana, al mando de la 1ª brigada de la 2ª división, hace atacar sus regimientos sin esperar órdenes superiores. Inostroza dice en su novela que habría sido obligado por sus subalternos comandantes de regimiento, pero la historia no dice nada. Y Holley, en su parte, dice que obedeció las órdenes de Gana para iniciar el ataque hacia el punto que el mismo Gana le indicó.
Los partes de Sotomayor y Gana confirman esto, Gana decidió atacar sin esperar las órdenes de hacerlo.
- Fulvio Boni
- General de Brigada
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- Registrado: 07 Oct 2005, 03:10
Ilam22
escribe:
Cita:
..." Hay cosas que me llaman la atención en la guerra. Como la escasa participación que tuvo la caballería. Hizo bien la labor de exploración, pero pocas veces se la utilizó en combate realmente. Germania, Tarapacá, Buenavista, Tacna, Chorrillos, Huamachuco. Cargas de un escuadrón o, a lo sumo, de un regimiento. Algunos años antes, en la guerra de la Triple Alianza, se vieron cargas de 8.000 jinetes de una vez.
Pero en nuestra guerra se usó en pocas cantidades. Tres regimientos (Cazadores, Granaderos y Carabineros de Yungay) y dos escuadrones (General Cruz y General Las Heras) Fueron casi las únicas unidades llevadas al teatro de la guerra, aparte de algunos elementos de los Carabineros de Angol.
¿Escasos recursos en la zona de guerra? Puede ser. Un lío conseguir agua y comida para los caballos en el desierto.
¿Disminución de la efectividad en combate frente a las armas modernas? También puede ser."
Que te lo voy a negar, como viejo soldado de caballería el tema me es interesante:
Partamos por lo mas importante
A la fecha ya la caballería como arma definitoria de un combate no es viable. Eso desde mucho antes relegada a otras funciones, a causa de la masificación de las armas de fuego, ya en las guerras napoleónicas las cargas de caballería dirigidas contra formaciones de infantería con fin de arrasarlas salvo casos muy aislados no sirven, Quizás sea pertinente recordar las infructuosas cargas de Ney contra la infantería de Wellington en Waterloo, o las cargas de la caballería argentino-chilenas contra la ya derrotada infantería realista en Maipu en su repliegue hacia Lo Espejo que teniendo a un batallón del gran Regimiento Burgos como referente para el resto de los derrotados repelen varias cargas produciendo numerosas bajas entre los atacantes. O el descalabro de la caballería de Baquedano (Padre) en la batalla de Loncomilla frente a la batida infantería de Bulnes que destroza cada una de sus cargas.
Así la caballería pasa a tener otras funciones.
Puede ser devastadora contra un enemigo mal distribuido en el campo en particular aniquiladora con uno que se retira en desorden ( de hecho de no ser por las características topográficas y las cercas de adobe que cortaban el terreno la caballería chilena podría haber casi exterminado a gran parte de las tropas peruanas que se retiraban en desorden de sus líneas en Chorrillos y por supuesto allí estaba el Granaderos N1 de caballería), sus ataque pueden servir para retener un avance enemigo mal ejecutado (ejemplo la carga de Los Granaderos -gran y glorioso regimiento en el que algunos tuvimos el honor de servir mas de 100 años después ... Algún problema? Ha?-) para obligarlos a formar en cuadro y hacerlos blanco de la artillería o permitir el repliegue de la propia infantería como sucede en Tarapaca frente a las tropas de Caceres, o en el campo de la Alianza en Tacna para que la división Amengual lograra reamunicionarse.
- Su función mas común será en ese momento hacer "la descubierta" o reconocimiento
- bien utilizada podía ser muy útil contra las líneas de aprovisionamiento enemigo
- y mas importante quizás lo que hasta el día de hoy le da vigencia al soldado montado a caballo es su función de "infantería montada" que le permite llegar antes que otros a conquistar y defender un terreno determinado ( ejemplo paradigmático; la caballería Unionista en los inicios de la batalla de Getisbourg ¿Se escribe así?, que armados con carabinas Spencer logran mantener a raya a la vanguardia los confederados defendiendo los terrenos altos hasta la llegada del grueso de su ejercito al campo).
El soldado a caballo hoy puede moverse en terrenos en extremo difíciles donde los vehículos motorizados resultan inútiles o poco prácticos, mas velozmente y con mayor carga que sus pares a pie.
dados estos factores que la hacen "no determinante" la caballería en la GdP por parte de Chile no sera muy numerosa, claro reconociendo que la caballería aliada es un autentico desastre, dadas sus malas monturas y la elección extrañísima de sus efectivos ( a lo menos en Perú).
A pesar de que sus funciones principales han cambiado, sigue teniendo la ventaja de la movilidad y gran velocidad, por lo que es ideal para acciones de reconocimiento, ataques sorpresivos.
Acá entra a tallar un poco la experiencia con los animales:
El caballo, en particular el chileno, es una bestia noble de tremendo aguante pero no es una maquina.
-es difícil de transportar por mar con los medios a disposición de entonces.
- Consume grandes cantidades de agua ( a lo menos lo que 5 hombres)
- su alimento debe ser transportado también vía marítima, aun cuando se llega a sectores feraces como Cañete no se puede partir de la base que se va a encontrar alimento ( ni los mandos ni los terratenientes peruanos consideraron nunca necesario hacer tierra quemada ... pero no se podía contar con ello).
En suma se combatió en territorios de escasos medios para la mantención de gran numero de animales ( de hecho las mulas eran muchas mas y en general para el ejercito mas vitales), el uso de la caballería había cambiado tácticamente con el tiempo y dadas las características de las fuerzas enemigas no hacían necesario un numero mayor.
Ahora en otro teatro y otro enemigo a la época posible como Argentina el uso de masas de caballería por ambos lados habría sido una realidad, ya que no solo el terreno sino que la economía y la "cercanía" habría determinado un modo diferente de no solo tácticas sino que de estrategias, conviviendo una guerra "regular" como contra Peru como un conjunto de combates a lo Pehuenche en orden a destruir los medios de producción del contrario.
en todo caso acá hay mucho paño que cortar
saludos
escribe:
Cita:
..." Hay cosas que me llaman la atención en la guerra. Como la escasa participación que tuvo la caballería. Hizo bien la labor de exploración, pero pocas veces se la utilizó en combate realmente. Germania, Tarapacá, Buenavista, Tacna, Chorrillos, Huamachuco. Cargas de un escuadrón o, a lo sumo, de un regimiento. Algunos años antes, en la guerra de la Triple Alianza, se vieron cargas de 8.000 jinetes de una vez.
Pero en nuestra guerra se usó en pocas cantidades. Tres regimientos (Cazadores, Granaderos y Carabineros de Yungay) y dos escuadrones (General Cruz y General Las Heras) Fueron casi las únicas unidades llevadas al teatro de la guerra, aparte de algunos elementos de los Carabineros de Angol.
¿Escasos recursos en la zona de guerra? Puede ser. Un lío conseguir agua y comida para los caballos en el desierto.
¿Disminución de la efectividad en combate frente a las armas modernas? También puede ser."
Que te lo voy a negar, como viejo soldado de caballería el tema me es interesante:
Partamos por lo mas importante
A la fecha ya la caballería como arma definitoria de un combate no es viable. Eso desde mucho antes relegada a otras funciones, a causa de la masificación de las armas de fuego, ya en las guerras napoleónicas las cargas de caballería dirigidas contra formaciones de infantería con fin de arrasarlas salvo casos muy aislados no sirven, Quizás sea pertinente recordar las infructuosas cargas de Ney contra la infantería de Wellington en Waterloo, o las cargas de la caballería argentino-chilenas contra la ya derrotada infantería realista en Maipu en su repliegue hacia Lo Espejo que teniendo a un batallón del gran Regimiento Burgos como referente para el resto de los derrotados repelen varias cargas produciendo numerosas bajas entre los atacantes. O el descalabro de la caballería de Baquedano (Padre) en la batalla de Loncomilla frente a la batida infantería de Bulnes que destroza cada una de sus cargas.
Así la caballería pasa a tener otras funciones.
Puede ser devastadora contra un enemigo mal distribuido en el campo en particular aniquiladora con uno que se retira en desorden ( de hecho de no ser por las características topográficas y las cercas de adobe que cortaban el terreno la caballería chilena podría haber casi exterminado a gran parte de las tropas peruanas que se retiraban en desorden de sus líneas en Chorrillos y por supuesto allí estaba el Granaderos N1 de caballería), sus ataque pueden servir para retener un avance enemigo mal ejecutado (ejemplo la carga de Los Granaderos -gran y glorioso regimiento en el que algunos tuvimos el honor de servir mas de 100 años después ... Algún problema? Ha?-) para obligarlos a formar en cuadro y hacerlos blanco de la artillería o permitir el repliegue de la propia infantería como sucede en Tarapaca frente a las tropas de Caceres, o en el campo de la Alianza en Tacna para que la división Amengual lograra reamunicionarse.
- Su función mas común será en ese momento hacer "la descubierta" o reconocimiento
- bien utilizada podía ser muy útil contra las líneas de aprovisionamiento enemigo
- y mas importante quizás lo que hasta el día de hoy le da vigencia al soldado montado a caballo es su función de "infantería montada" que le permite llegar antes que otros a conquistar y defender un terreno determinado ( ejemplo paradigmático; la caballería Unionista en los inicios de la batalla de Getisbourg ¿Se escribe así?, que armados con carabinas Spencer logran mantener a raya a la vanguardia los confederados defendiendo los terrenos altos hasta la llegada del grueso de su ejercito al campo).
El soldado a caballo hoy puede moverse en terrenos en extremo difíciles donde los vehículos motorizados resultan inútiles o poco prácticos, mas velozmente y con mayor carga que sus pares a pie.
dados estos factores que la hacen "no determinante" la caballería en la GdP por parte de Chile no sera muy numerosa, claro reconociendo que la caballería aliada es un autentico desastre, dadas sus malas monturas y la elección extrañísima de sus efectivos ( a lo menos en Perú).
A pesar de que sus funciones principales han cambiado, sigue teniendo la ventaja de la movilidad y gran velocidad, por lo que es ideal para acciones de reconocimiento, ataques sorpresivos.
Acá entra a tallar un poco la experiencia con los animales:
El caballo, en particular el chileno, es una bestia noble de tremendo aguante pero no es una maquina.
-es difícil de transportar por mar con los medios a disposición de entonces.
- Consume grandes cantidades de agua ( a lo menos lo que 5 hombres)
- su alimento debe ser transportado también vía marítima, aun cuando se llega a sectores feraces como Cañete no se puede partir de la base que se va a encontrar alimento ( ni los mandos ni los terratenientes peruanos consideraron nunca necesario hacer tierra quemada ... pero no se podía contar con ello).
En suma se combatió en territorios de escasos medios para la mantención de gran numero de animales ( de hecho las mulas eran muchas mas y en general para el ejercito mas vitales), el uso de la caballería había cambiado tácticamente con el tiempo y dadas las características de las fuerzas enemigas no hacían necesario un numero mayor.
Ahora en otro teatro y otro enemigo a la época posible como Argentina el uso de masas de caballería por ambos lados habría sido una realidad, ya que no solo el terreno sino que la economía y la "cercanía" habría determinado un modo diferente de no solo tácticas sino que de estrategias, conviviendo una guerra "regular" como contra Peru como un conjunto de combates a lo Pehuenche en orden a destruir los medios de producción del contrario.
en todo caso acá hay mucho paño que cortar
saludos
Última edición por Fulvio Boni el 08 Ene 2012, 08:44, editado 1 vez en total.
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- Sargento
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Eso me gusta. Debates con buen conocimiento.
A propósito de las batallas que mencionas, cada vez que tengo un tiempo veo las escenas de caballería de Waterloo (con Rod Steiger y Christopher Plummer). Nunca antes, y nunca después, se juntaron tantos jinetes y caballos para hacer una película. La escena del ataque de Ney a los cuadros, vista desde arriba, sencillamente magnífica.
Igual veo las escenas de Gettysburg, película de 4 horas, donde sale lo que dices: el uso de la caballería de Budford para garantizar que la Unión controlara las zonas altas del campo de batalla.
Tengo decenas de películas de guerra en DVDs. Si alguien quiere intercambiar, me avisan por MP. (Pasé el aviso... )
El problema mayor que tuvo Perú, para armar su caballería, es que compraba sus caballos en Chile. Incluso volvió a comprar en cuanto acabó la guerra, para la contienda civil que se le venía encima.
Tengo un muy buen documento sobre los caballos del ejército peruano en el siglo XIX. Si les parece, puedo postearlo.
Viendo la historia de nuestra caballería, creo que su momento máximo fue en la batalla de Yungay. Le costó, pero logró liquidar la adversaria. En seguida se fue contra la infantería, y decidió la batalla.
Me parece que el famoso Granaderos también participó en esa batalla.
También tengo la historia del Granaderos en la GdP, ¿interesa?
Saludos.
A propósito de las batallas que mencionas, cada vez que tengo un tiempo veo las escenas de caballería de Waterloo (con Rod Steiger y Christopher Plummer). Nunca antes, y nunca después, se juntaron tantos jinetes y caballos para hacer una película. La escena del ataque de Ney a los cuadros, vista desde arriba, sencillamente magnífica.
Igual veo las escenas de Gettysburg, película de 4 horas, donde sale lo que dices: el uso de la caballería de Budford para garantizar que la Unión controlara las zonas altas del campo de batalla.
Tengo decenas de películas de guerra en DVDs. Si alguien quiere intercambiar, me avisan por MP. (Pasé el aviso... )
El problema mayor que tuvo Perú, para armar su caballería, es que compraba sus caballos en Chile. Incluso volvió a comprar en cuanto acabó la guerra, para la contienda civil que se le venía encima.
Tengo un muy buen documento sobre los caballos del ejército peruano en el siglo XIX. Si les parece, puedo postearlo.
Viendo la historia de nuestra caballería, creo que su momento máximo fue en la batalla de Yungay. Le costó, pero logró liquidar la adversaria. En seguida se fue contra la infantería, y decidió la batalla.
Me parece que el famoso Granaderos también participó en esa batalla.
También tengo la historia del Granaderos en la GdP, ¿interesa?
Saludos.
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- Cabo
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- Registrado: 13 Feb 2009, 17:27
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ilam22 escribió:
Hay cosas que me llaman la atención en la guerra. Como la escasa participación que tuvo la caballería. Hizo bien la labor de exploración, pero pocas veces se la utilizó en combate realmente. Germania, Tarapacá, Buenavista, Tacna, Chorrillos, Huamachuco. Cargas de un escuadrón o, a lo sumo, de un regimiento. Algunos años antes, en la guerra de la Triple Alianza, se vieron cargas de 8.000 jinetes de una vez.
Pero en nuestra guerra se usó en pocas cantidades. Tres regimientos (Cazadores, Granaderos y Carabineros de Yungay) y dos escuadrones (General Cruz y General Las Heras) Fueron casi las únicas unidades llevadas al teatro de la guerra, aparte de algunos elementos de los Carabineros de Angol.
¿Escasos recursos en la zona de guerra? Puede ser. Un lío conseguir agua y comida para los caballos en el desierto.
¿Disminución de la efectividad en combate frente a las armas modernas? También puede ser.
Por el lado peruano te puedo decir que el problema es falta de pastos de calidad para el ganado, un problema que subsiste en la actualidad, no sólo para caballos sino también para ganado vacuno. Si te das cuenta, del lado peruano no habían más de mil jinetes, pero leo que en la guerra de Secesión habían batallas con más de 10 mil y los argentinos a la guerra de la Triple Alianza también llevaron miles de jinetes
Vendo el libro de la Batalla en el Morro Solar de Chorrillos. Cualquier interesado, me escribe un mp
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- Cabo
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HISTORIA GENERAL DEL EJÉRCITO PERUANO
TOMO V
EL EJÉRCITO EN LA REPÚBLICA:
SIGLO XIX
VOLUMEN 2
LOURDES MEDINA MONTOYA
LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL EJÉRCITO: LOGÍSTICA
LOS CABALLOS
Los caballos eran elementos indispensables en todo Ejército de aquel tiempo tanto para el transporte como para el servicio del arma de Caballería. En la Infanterí a, los jefes de batallones tenían derecho a caballo, pero el resto de oficiales no.
Todo oficial de Caballerí a contaba con su caballo. La manutención de este caballo corría a su cargo, y para ello se le otorgaba una bonificación adicional a su sueldo.
El suministro de caballos y mulas fue sumamente importante para el Ejército Libertador; desde Chiclayo se le enviaron caballos y mulas colectadas de entre los vecinos. El departamento de Lambayeque se convirtió en ese tiempo en el principal proveedor de todo tipo de ganado de carga y transporte. Se ponía a venta, además, a todo ganado que no estuviera en buenas condiciones para el servicio en el Ejército y con el producto de esta venta se compraba ganado más apto.
La necesidad de caballos en Lima era apremiante; los españoles se llevaron todos los que había al abandonar la ciudad y a pesar de los envíos que desde el norte se hací a, la necesidad continuó.
El 14 de setiembre, a casi dos meses de la entrada a Lima del Ejército Libertador, San Martín ordenó que en el término de 6 horas todo vecino de la Capital y sus suburbios presentara sus caballos, en el patio principal del Palacio. Se les entregó un recibo por el valor del caballo o caballos entregados, para que una vez acabado el apremio se les devolviera su bestia o el valor de la misma a través de las cajas del Estado. El disgusto y abusos que esta medida originó obligó a San Martí n decretar el 22 de setiembre la devolución de bestias a sus dueños, sin embargo, la recluta de caballos continuó en las provincias.
En los primeros meses de 1822, el gobierno nuevamente solicitó a la población de Lima la entrega de caballos útiles para el Ejército, pero las protestas determinaron rápidamente su devolución, pero se tomó una relación de los dueños y su lugar de residencia.
Las necesidades de la guerra también obligaron al Gobierno a pedir constantemente forraje para los caballos, pese a las protestas de la población por los abusos que tení an lugar. En virtud de ello, el gobierno aprobó el 10 de julio de 1822 un reglamento para distribución de la caballada del Ejército en las haciendas circundantes a la capital hasta un máximo de 9 leguas.
El 07 de setiembre de 1822, el gobierno celebró un contrato con Juan José Usandinaran para la compra en Chile de 300 caballos para ser usados por la primera expedición a intermedios. El precio que se pagó por cada caballo fue de 90 pesos.
Instalado el Congreso Constituyente en setiembre de 1822, una de sus primeras medidas fue abrir una suscripción para donar caballos al Ejército. .
Paralelo a este hecho la Junta Gubernativa (el 02 de octubre) dispuso que en el término de dos días todos los habitantes de Lima que fueran dueños de caballos, presentaran razón específica y detallada del número de animales que poseían. Para ello se formó una comisión compuesta del Alcalde, de primera nominación de un regidor y de un ayudante de la Suprema Junta Gubernativa, quienes se encargaron de tomar estas relaciones y preparar una lista única y pasarla a la Suprema Junta Gubernativa; en esta lista se especificaba el estado del caballo, con el nombre y dirección del dueño.
Los dueños de mulas de tiro y avíos de coche presentaron igualmente relación detallada del número de bestias que poseí an, las que pasaron a disposición del gobierno. Esta medida originó protestas como la del gremio de dueños de recuas de mulas, por lo que a los pocos días, el 8 de octubre, el gobierno dispuso que sólo podí an usarse las recuas particulares en casos de extrema necesidad y que para el servicio ordinario, el arriero a cuyo cargo estaban las mulas del Estado, debía ser quien las proporcionara el Ejército.
A inicios de 1823 comenzaron a llegar a Arica los caballos procedentes de Chile, pero la escasez de dinero en la Tesorerí a de esa zona impidió la cancelación de esa compra, teniéndose que recurrir a Lima para efectivizar el pago.
El 08 de febrero de 1823, la Junta Gubernativa decretó que todo habitante de Lima, excepto los Generales, jefes de cuerpo, edecanes y oficiales de Estado Mayor o Caballerí a, debían entregar sus caballos a una comisión establecida para ese fin y en iguales condiciones a la que se instaló el año anterior. Los dueños recibían las boletas donde se acreditaba el número de caballos entregados, para su posterior reclamo y cuando no fueran necesarios. Igual que el año anterior la Junta ordenó a los dueños de recuas de mulas avíos y tiro ponerlas a su disposición, pero a los pocos días, consideró innecesaria esta medida y dispuso su devolución.
El 12 de febrero, el gobierno fijó que los Generales en campaña dispusieran de los caballos que necesiten para el desempeño de sus funciones, pero estando en servicio de cuartel sólo podían disponer de tres. Los Coroneles y Comandantes de Escuadrón, ya sea en campaña o guarnición, sólo disponían de dos caballos, y uno los demás jefes de Infanterí a y Caballería, oficiales y subalternos de Caballerí a.
El 15 de marzo, Riva Agüero dispuso la devolución de los caballos recaudados por la Junta Gubernativa (decreto del 08 de febrero), y que no se estuviesen usando en el servicio. Las numerosas denuncias sobre el uso, de los caballos por parte de personas particulares, originaron esta decisión.
El 1º de abril, el gobierno de Riva Agüero no tuvo otra alternativa que ordenar la recolección de caballos, por la necesidad que tení a de aumentar la caballada del Ejército, pero esta vez se comisionó a los Comisarios de Barrio y Valle a recoger los caballos de sus zonas, entregando un boleto a los dueños para que cobraran el valor de su animal en las Tesorerías, cuando desearan venderlos, o de lo contrario recuperarlos cuando el gobierno ya no necesitara de ellos. La mayoría de la gente dispuso la venta de sus animales. Este hecho originó que muchos comisarios se apoderaran de los caballos y no los entregaran al Ejército, siendo muy notoria la desproporción que se advirtió entre la caballada del Ejército y los boletos entregados por concepto de compra. El gobierno inmediatamente decretó que en el término de 4 dí as se debí an devolver los caballos al Ejército.
La necesidad de contar con caballos para los servicios, tanto de campaña, guarnición, de la maestranza, fábrica de pólvora y otras dependencias militares, era apremiante.
Al asumir el gobierno, Torre Tagle dispuso igualmente la recolección de caballos para el Ejército, pero como las experiencias anteriores demostraron la poca colaboración de la población. Bolívar dispuso se tomaran medidas drásticas, sobre todo en Lima. Se exigió que todo individuo, sin importar condición, presentara al gobierno mulas y caballos de su propiedad para ser usados en el Ejército, que en cinco meses debía salir en campaña. Bolívar dispuso fuertes multas para quienes no cumplieran estas disposiciones.
Esta medida al parecer no dio los resultados deseados porque en noviembre tuvo que volverse a exigir la entrega al gobierno de todos los caballos que habí a en Lima, excepto los usados por oficiales de caballerí a.
La requisa continuó en todo el paí s pese a las quejas originadas por los abusos.
En enero de 1824, Bolívar ordenó que de Lima, y provincias se recogieran todos los caballos que se encontraban aptos para destinarse a los cuerpos de Caballería del Perú. A lo largo de todo el año llegaron caballos y mulas del norte del país, especialmente de Piura y Trujillo.
Concluida la guerra de Independencia, la costumbre de tomar bestias y caballos de la población continuó dando origen a muchos excesos. Por ello, el gobierno ordenó que el embargo de bestias debía cesar y que cuando el Estado necesitara del servicio de recuas, estas debían ser fletadas por la Prefectura a precios equitativos.
El reglamento de bagaje de 1825 estipuló el número exacto de bestias y caballos que se debía entregar a Generales, jefes, oficiales, subalternos y a los cuerpos del Ejército, y la forma como debía hacerse el pago.
Un regimiento, según el reglamento de 1827, tenía 455 hombres con igual número de caballos y un Escuadrón que se componía de 2 Compañí as con 85 hombres cada una con la misma cantidad de caballos. De esto se deduce, que el Ejército aproximadamente contaba con 900 caballos. No debemos olvidar que en este perí odo el país se encontraba amenazado de guerra.
En 1828, la caballería peruana se componía de los siguientes cuerpos: Regimiento Húsares de Juní n Nº 1, Lanceros del Callao Nº 2, Lanceros de Cuzco Nº 3, Dragones de Arequipa Nº 4.
TOMO V
EL EJÉRCITO EN LA REPÚBLICA:
SIGLO XIX
VOLUMEN 2
LOURDES MEDINA MONTOYA
LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL EJÉRCITO: LOGÍSTICA
LOS CABALLOS
Los caballos eran elementos indispensables en todo Ejército de aquel tiempo tanto para el transporte como para el servicio del arma de Caballería. En la Infanterí a, los jefes de batallones tenían derecho a caballo, pero el resto de oficiales no.
Todo oficial de Caballerí a contaba con su caballo. La manutención de este caballo corría a su cargo, y para ello se le otorgaba una bonificación adicional a su sueldo.
El suministro de caballos y mulas fue sumamente importante para el Ejército Libertador; desde Chiclayo se le enviaron caballos y mulas colectadas de entre los vecinos. El departamento de Lambayeque se convirtió en ese tiempo en el principal proveedor de todo tipo de ganado de carga y transporte. Se ponía a venta, además, a todo ganado que no estuviera en buenas condiciones para el servicio en el Ejército y con el producto de esta venta se compraba ganado más apto.
La necesidad de caballos en Lima era apremiante; los españoles se llevaron todos los que había al abandonar la ciudad y a pesar de los envíos que desde el norte se hací a, la necesidad continuó.
El 14 de setiembre, a casi dos meses de la entrada a Lima del Ejército Libertador, San Martín ordenó que en el término de 6 horas todo vecino de la Capital y sus suburbios presentara sus caballos, en el patio principal del Palacio. Se les entregó un recibo por el valor del caballo o caballos entregados, para que una vez acabado el apremio se les devolviera su bestia o el valor de la misma a través de las cajas del Estado. El disgusto y abusos que esta medida originó obligó a San Martí n decretar el 22 de setiembre la devolución de bestias a sus dueños, sin embargo, la recluta de caballos continuó en las provincias.
En los primeros meses de 1822, el gobierno nuevamente solicitó a la población de Lima la entrega de caballos útiles para el Ejército, pero las protestas determinaron rápidamente su devolución, pero se tomó una relación de los dueños y su lugar de residencia.
Las necesidades de la guerra también obligaron al Gobierno a pedir constantemente forraje para los caballos, pese a las protestas de la población por los abusos que tení an lugar. En virtud de ello, el gobierno aprobó el 10 de julio de 1822 un reglamento para distribución de la caballada del Ejército en las haciendas circundantes a la capital hasta un máximo de 9 leguas.
El 07 de setiembre de 1822, el gobierno celebró un contrato con Juan José Usandinaran para la compra en Chile de 300 caballos para ser usados por la primera expedición a intermedios. El precio que se pagó por cada caballo fue de 90 pesos.
Instalado el Congreso Constituyente en setiembre de 1822, una de sus primeras medidas fue abrir una suscripción para donar caballos al Ejército. .
Paralelo a este hecho la Junta Gubernativa (el 02 de octubre) dispuso que en el término de dos días todos los habitantes de Lima que fueran dueños de caballos, presentaran razón específica y detallada del número de animales que poseían. Para ello se formó una comisión compuesta del Alcalde, de primera nominación de un regidor y de un ayudante de la Suprema Junta Gubernativa, quienes se encargaron de tomar estas relaciones y preparar una lista única y pasarla a la Suprema Junta Gubernativa; en esta lista se especificaba el estado del caballo, con el nombre y dirección del dueño.
Los dueños de mulas de tiro y avíos de coche presentaron igualmente relación detallada del número de bestias que poseí an, las que pasaron a disposición del gobierno. Esta medida originó protestas como la del gremio de dueños de recuas de mulas, por lo que a los pocos días, el 8 de octubre, el gobierno dispuso que sólo podí an usarse las recuas particulares en casos de extrema necesidad y que para el servicio ordinario, el arriero a cuyo cargo estaban las mulas del Estado, debía ser quien las proporcionara el Ejército.
A inicios de 1823 comenzaron a llegar a Arica los caballos procedentes de Chile, pero la escasez de dinero en la Tesorerí a de esa zona impidió la cancelación de esa compra, teniéndose que recurrir a Lima para efectivizar el pago.
El 08 de febrero de 1823, la Junta Gubernativa decretó que todo habitante de Lima, excepto los Generales, jefes de cuerpo, edecanes y oficiales de Estado Mayor o Caballerí a, debían entregar sus caballos a una comisión establecida para ese fin y en iguales condiciones a la que se instaló el año anterior. Los dueños recibían las boletas donde se acreditaba el número de caballos entregados, para su posterior reclamo y cuando no fueran necesarios. Igual que el año anterior la Junta ordenó a los dueños de recuas de mulas avíos y tiro ponerlas a su disposición, pero a los pocos días, consideró innecesaria esta medida y dispuso su devolución.
El 12 de febrero, el gobierno fijó que los Generales en campaña dispusieran de los caballos que necesiten para el desempeño de sus funciones, pero estando en servicio de cuartel sólo podían disponer de tres. Los Coroneles y Comandantes de Escuadrón, ya sea en campaña o guarnición, sólo disponían de dos caballos, y uno los demás jefes de Infanterí a y Caballería, oficiales y subalternos de Caballerí a.
El 15 de marzo, Riva Agüero dispuso la devolución de los caballos recaudados por la Junta Gubernativa (decreto del 08 de febrero), y que no se estuviesen usando en el servicio. Las numerosas denuncias sobre el uso, de los caballos por parte de personas particulares, originaron esta decisión.
El 1º de abril, el gobierno de Riva Agüero no tuvo otra alternativa que ordenar la recolección de caballos, por la necesidad que tení a de aumentar la caballada del Ejército, pero esta vez se comisionó a los Comisarios de Barrio y Valle a recoger los caballos de sus zonas, entregando un boleto a los dueños para que cobraran el valor de su animal en las Tesorerías, cuando desearan venderlos, o de lo contrario recuperarlos cuando el gobierno ya no necesitara de ellos. La mayoría de la gente dispuso la venta de sus animales. Este hecho originó que muchos comisarios se apoderaran de los caballos y no los entregaran al Ejército, siendo muy notoria la desproporción que se advirtió entre la caballada del Ejército y los boletos entregados por concepto de compra. El gobierno inmediatamente decretó que en el término de 4 dí as se debí an devolver los caballos al Ejército.
La necesidad de contar con caballos para los servicios, tanto de campaña, guarnición, de la maestranza, fábrica de pólvora y otras dependencias militares, era apremiante.
Al asumir el gobierno, Torre Tagle dispuso igualmente la recolección de caballos para el Ejército, pero como las experiencias anteriores demostraron la poca colaboración de la población. Bolívar dispuso se tomaran medidas drásticas, sobre todo en Lima. Se exigió que todo individuo, sin importar condición, presentara al gobierno mulas y caballos de su propiedad para ser usados en el Ejército, que en cinco meses debía salir en campaña. Bolívar dispuso fuertes multas para quienes no cumplieran estas disposiciones.
Esta medida al parecer no dio los resultados deseados porque en noviembre tuvo que volverse a exigir la entrega al gobierno de todos los caballos que habí a en Lima, excepto los usados por oficiales de caballerí a.
La requisa continuó en todo el paí s pese a las quejas originadas por los abusos.
En enero de 1824, Bolívar ordenó que de Lima, y provincias se recogieran todos los caballos que se encontraban aptos para destinarse a los cuerpos de Caballería del Perú. A lo largo de todo el año llegaron caballos y mulas del norte del país, especialmente de Piura y Trujillo.
Concluida la guerra de Independencia, la costumbre de tomar bestias y caballos de la población continuó dando origen a muchos excesos. Por ello, el gobierno ordenó que el embargo de bestias debía cesar y que cuando el Estado necesitara del servicio de recuas, estas debían ser fletadas por la Prefectura a precios equitativos.
El reglamento de bagaje de 1825 estipuló el número exacto de bestias y caballos que se debía entregar a Generales, jefes, oficiales, subalternos y a los cuerpos del Ejército, y la forma como debía hacerse el pago.
Un regimiento, según el reglamento de 1827, tenía 455 hombres con igual número de caballos y un Escuadrón que se componía de 2 Compañí as con 85 hombres cada una con la misma cantidad de caballos. De esto se deduce, que el Ejército aproximadamente contaba con 900 caballos. No debemos olvidar que en este perí odo el país se encontraba amenazado de guerra.
En 1828, la caballería peruana se componía de los siguientes cuerpos: Regimiento Húsares de Juní n Nº 1, Lanceros del Callao Nº 2, Lanceros de Cuzco Nº 3, Dragones de Arequipa Nº 4.
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En 1831, Gamarra fijó la fuerza del Ejército en 3,000 plazas en tiempo de paz, pero considerando que la Caballerí a era un arma muy importante en casos de guerra, y que formar un soldado de caballería era muy difícil, decidió mantener en pie la potencialidad de dicha arma; para ello se fijó 640 plazas con igual número de caballos.
Posteriormente, Orbegoso estableció 2,950 plazas en el Ejército en tiempos de paz, correspondiendo a la Caballería un Regimiento y 3 Escuadrones con un total de 620 hombres, con igual número de caballos.
La inestabilidad política del país la mayorí a de las veces impidió el cumplimiento de estas disposiciones. Durante la guerra con la Gran Colombia. las urgencias para el aprovisionamiento de caballos hicieron que el 21 de abril de 1829 se crease un depósito de caballos para la remonta (reemplazo de caballos de la tropa) y la movilidad del Ejército; para ello se decretó que en el departamento de Lima se recolectaran 300 caballos y 200 mulas en forma provisional y con una justa tasación, dándose a cada dueño un billete del crédito nacional, a ser pagado con dinero apenas la situación polí tica lo permitiera. Se enviaron del norte 85 caballos y 59 mulas, de Ica llegaron 41 caballos y 58 mulas para ser utilizadas por el Ejército.
Paralelamente a estas medidas, el gobierno inició la compra de caballos y mulas, así se hizo una contrata para facilitar al Ejército mulas para el transporte y movilidad, porque para ello se contaba sólo con burros y algunas bestias que serví an para dos o tres jornadas y nada más.
Este contratista demoró la entrega y dijo que no podía cumplir con el número fijado para la compra, por lo que el gobierno decidió comprar caballos y mulas en Tucumán, las mismas que llegaron a Puna en julio, trasladándose luego al Cuzco para el engorde, debido a la abundancia de forrajes del departamento.
Las campañas militares de 1828 y 1829 agotaron mucho a los caballos del Ejército Peruano, por lo que el Presidente de ese entonces, Agustí n Gamarra, ordenó en octubre de 1831, la compra de caballos en Chile para la remonta del Ejército, y ordenó poner a la venta más de 100 caballos que habí an hecho las campañas de esos años.
El año de 1833, el gobierno aprobó una contrata para la compra de 600 caballos en Tacna, Moquegua y Camaná y 200 en Salta. De esta manera, el gobierno de Gamarra quiso dotar al Ejército de sus propios caballos para evitarse las requisas.
En provincias continuó el sistema implantado por el reglamento de bagajes que estipulaba que cada pueblo de tránsito debí a dotar a los oficiales de los transportes necesarios para el cumplimiento de sus misiones de servicio. En invierno, todas las bestias entregadas en bagajes a los cuerpos del Ejército y oficiales se poní an en "inverna", se daba cuenta detallada al gobierno del número de caballos y el nombre de sus dueños, para disponer su devolución.
El conflicto de Gamarra y Bermúdez contra Orbegoso en enero de 1834 obligó a la recluta de bestias, las cuales no fueron pagadas por falta de dinero.
Entre enero, febrero y marzo, el gobierno constitucional de Orbegoso, pese a controlar la situación polí tica del paí s, ordenó la requisa de caballos y mulas en La Libertad, Lima, Cañete, Santa y otras provincias para ser utilizadas en las comisiones y servicios del Ejército. Disipadas las amenazas de derrocar al gobierno de Orbegoso, éste ordenó la devolución de todas las bestias.
Muchos jefes y oficiales tenían en su poder caballos que no eran devueltas a sus dueños. Por ello, el gobierno decretó que todo jefe y oficial que mantuviera en su poder bestias recibidas en forma de bagaje tenía que devolverlas a sus dueños, sin ninguna demora.
Esta orden no fue cumplida, por lo que, para solucionar el problema, el gobierno dispuso la inverna de caballos para los servicios de bagajes del Ejército.
En 1835, durante el gobierno de Salaverry, se dispuso la requisa de caballos. En cuatro días del mes de julio se reunieron 150 caballos, según informó el Prefecto de Lima.
En setiembre, la Prefectura de Lima ordenó a los Sub-Prefectos de Canta y Huarochirí reunir 50 mulas y 50 caballos, y entre los hacendados de Lima se dispuso la requisa de 125 caballos.
Mientras duró la guerra contra la Confederación se cometieron también abusos por parte de ambos contendores. La urgencia de colectar movilidad a cualquier precio, motivó la requisa indiscriminada de caballos y mulas por lo que muchos arrieros y abastecedores optaron por esconder sus animales.
En 1838, durante el segundo gobierno de Gamarra, se decretó que ninguna autoridad militar o local podía tomar bestias de ninguna especie para objetos del servicio. Toda persona que por motivo de su trabajo tenía bestias de carga y transporte quedaba en libertad de emplearlas en sus usos particulares y en la seguridad que nadie se las requisaría. En cuanto a las bestias requisadas hubo muchas quejas.
El gobierno restaurador entonces optó por dar garantía a los dueños de que sus animales les serían devueltos y que en adelante el Prefecto pagaría a los propietarios el valor de sus bestias según el resultado de la tasación. Por decreto Supremo publicado por bando se nombró un tasador para la venta de caballos y mulas
Estas medidas fueron cumplidas en Lima pero en provincias y pueblos el acopio de caballos y mulas continuó sin tener consideración a nadie, según ordenó el propio Gamarra. Para evitar estos abusos e intentar dotar al Estado de sus propios medios de transporte y carga, se ordenó la compra de 227 caballos. Para ello se hizo una contrata con Federico Green.
Cuando se ordenaba la requisa o colecta de caballos se exigía que éstos fueran de buena talla, alzada y que gozaran de buen peso, y en caso de enfermarse sólo podían devolverse una vez sanos. Un remedio usual era el "polvo de juanes y matico",
Es necesario aclarar que era muy difícil a un dueño recuperar sus animales o cobrar el importe de su valor pese a tener recibos de ellos. El alto precio de los caballos, la escasez de dinero y la desorganización administrativa polí tica del país no lo permitían.
El precio de un caballo, en la provincia de Chancay por ejemplo, dependía de su tamaño y edad:
Un caballo alazán tostado 40 pesos
Un caballo morcillo 40 pesos
Un caballo bayo encerado 25 pesos
Un caballo castaño cabos negros 25 pesos
Un caballo saíno chorreado 25 pesos
Un caballo saíno frontino 25 pesos
Un caballo tardillo mosqueado 25 pesos
Un caballo almendrado 35 pesos
En 1840, el gobierno peruano mandó comprar en Chile caballos para el Ejército. La compra se efectuó en Valparaí so al comerciante Dionisio de Nordenflic al precio de 70 pesos cada uno, puesto en el Callao. Se mandaron peritos para tasar los caballos y reconocer su estado y calidad.
En 1841, durante los preparativos para una nueva guerra con Bolivia, la Comisaría General fletó al escuadrón de conductores, al contado y a precios a muy altos, bestias para el transporte de los artí culos de guerra.
Para el transporte del equipaje de Gamarra y su comitiva, se emplearon 69 mulas de carga y silla en total.
La Guardia Nacional tomó el control de la ciudad de Lima, al haber salido el Ejército rumbo al sur. Los soldados de la guardia nacional cumplían el servicio con sus propios caballos, los que fueron considerados como del Ejército para el cobro de haberes y su mantenimiento.
La requisa y donación de caballos fue muy dura en todo el país, y pese a que el gobierno ordenó la entrega de recibos, en muchos lugares esta orden no se cumplió. Los caballos entregados al Estado Mayor del Ejército fueron consignados en una lista donde se anotaba el nombre del dueño, las características del caballo, su estatura y marca para su posterior identificación y devolución.
En 1842, durante la invasión boliviana al suelo peruano, la reacción patriótica no se hizo esperar. De todo el país se donaron mulas y caballos para el Ejército peruano.
Sin embargo en los años de graves confrontaciones internas, la requisa de mulas y caballos de parte de los diferentes grupos fue tan intensa, que muchas personas al igual que años anteriores prefirieron esconder sus bestias antes que perderlas. Debemos tener en cuenta que dicho celo se debía a que un caballo costaba entre 25 y 40 pesos, y el precio de una mula era de 80 pesos, lo que era para ese entonces mucho dinero.
Al asumir Castilla la presidencia del paí s en 1845, y estabilizarse la situación política, la remonta del ejército se componí a de 650 caballos para la caballería y la artillería volante.
Para aumentar esta remonta y reemplazar caballos dados de baja, éstos se compraron en Cañete, donde los precios eran más módicos. Pero como el número de caballos ofertados en el paí s era inferior al que se necesitaba, se tuvo que recurrir, como casi siempre, al mercado chileno y argentino.
En marzo de 1852, el gobierno firmó un contrato con José Ormachea para conducir desde Argentina 400 caballos para el Ejército. Los caballos debían ser mansos, de freno y espuela, sanos de pies y cuerpo; su edad debí a oscilar entre 5 y 8 años y debí an tener siete cuartas de vara contadas de la cruz al pelo. El costo era de 36 pesos por caballo.
En 1857 se compraron 450 caballos a un precio de 80 a 100 pesos por unidad. Una junta presidida por el Inspector General del Ejército examinó los caballos y verificó si cumplían los requisitos requeridos, antes de ser dados de alta en el Ejército.
En la Memoria de Guerra de 1860, el Ministro Juan Antonio Pezet dice que el gobierno de Castilla prefirió comprar caballos en el país antes que en el extranjero, pese a que estos últimos eran más baratos, con la finalidad de proteger y fomentar la cría en el país, y porque los caballos peruanos "tienen más vida y mayor resistencia para la fatiga”. Sugirió que en el Ejército mismo se destinara un lugar exclusivamente para la cría de caballos, de donde se sacarían los necesarios para reemplazar los inútiles, y que los hacendados dedicados a esta actividad fueran recompensados con una prima sobre el precio de los caballos que vendí an al Ejército.
Siguiendo estos conceptos, se ordenó la compra de 200 caballos en Lima, 200 en Arequipa y Moquegua. Para ello se formaron diversas comisiones integradas en Lima por el Sub Prefecto del Cercado, un empleado de la Tesorería y un Jefe de caballería nombrado por el gobierno. En los departamentos, el Prefecto reemplazó al Sub Prefecto. La misión de las Comisarí as era revisar el estado y calidad de los animales y tasar su precio de acuerdo con los dueños.
Pero la misión de estas comisiones fue infructuosa porque el número de caballos que se ofrecieron en venta no alcanzó a lo requerido por el Ejército. Tuvo nuevamente que recurrirse a Chile para la compra de caballos. El Ministro de Guerra Nicolás Freyre, en la Memoria de 1862, ratificó una vez más la necesidad que había de fomentar la cría de caballos entre los hacendados, a través de primas y facilidades, porque el caballo peruano era de mejor calidad.
En 1863, el gobierno celebró dos contratos con varios vecinos de la costa norte para la compra de caballos de raza, con la intención de incentivar este ramo, sin embargo, no se pudieron concretar por lo que se compró caballos chilenos a 110 pesos cada uno.
En 1869, los caballos del Ejército se encontraban muy maltratados y estaban en su mayorí a inútiles para el servicio, por lo que se dispuso su total renovación. El gobierno ordenó la compra en Chile de 500 caballos. Para esta tarea se comisionó a un jefe de caballería que tení a que revisar la calidad de caballos. En el presupuesto nacional se fijó la suma de 48,000 pesos para la remonta. Para fomentar la crianza de caballos se compraron 200 en el país.
En el mantenimiento y cuidado de los caballos se poní a mucho esmero. Por el Reglamento Orgánico del Ejército de 1847, se fijó un Mariscal o Herrador Mayor y un maestro sillero en las clases de Sargento Mayor para el Cuerpo de Caballerí a. El Herrador o Mariscal tenía a su cargo ajustar y clavar las herraduras en los cascos de los caballos, marcarlos con el hierro candente para reconocer al cuerpo que pertenecí an, del aposentamiento de los caballos y, en general, del cuidado de las herraduras y clavos.
En la curación de los caballos se usaba aceite de comer, ungüento bacilicón, cebadilla, ungüento amarillo, cardenillo, y polvo de juanes; por lo general, los caballos sufrí an de contusiones.
El control del número de caballos que poseí a un cuerpo era muy estricto. Según el reglamento de contabilidad de 1839, la caballerí a estaba obligada a pasar revista de comisario montada, y si por alguna causa no lo hacía, debí an presentar sus caballos en la revista para ser contados y comprobar el número de los que aparecían en las listas, haciéndolos desfilar de un modo tal que el comisario o encargado de la revista, viera la marca en el cuerpo de cada uno de los caballos.
Cada cuerpo de caballería e infantería poseí a, según los reglamentos, un número fijo de caballos, cuando había excedentes éstos debían ser dados de baja en su cuerpo y traspasados a otro.
Por decreto del 18 de octubre de 1857, el Ministro de Guerra dispuso que de inmediato se proceda a la filiación de los caballos que, de acuerdo a los ordenanzas se hacía en un libro donde se apuntaba el nombre del soldado a quien se asignaba un caballo con sus respectivas reseñas.
El animal asignado a un soldado no podí a ser montado por ninguna otra persona; un jefe u oficial no podía montar un caballo de la tropa, y por reglamento estaban obligados a tener su propio caballo que debía ser comprado y mantenido con su dinero porque recibí an para este fin un sobre sueldo respecto a los demás cuerpos del Ejército.
En 1869, el gobierno ordenó que la totalidad de las caballadas del Ejército fueran puestas a piquete o pesebre por ser más ventajoso y porque el soldado y su caballo debían permanecer constantemente en el cuartel, según normas de la época, para facilitar la instrucción del soldado e incentivar el afecto entre el hombre y el caballo.
Al parecer, la remonta del Ejército no se renovó sino hasta la guerra con Chile en 1879.
Posteriormente, Orbegoso estableció 2,950 plazas en el Ejército en tiempos de paz, correspondiendo a la Caballería un Regimiento y 3 Escuadrones con un total de 620 hombres, con igual número de caballos.
La inestabilidad política del país la mayorí a de las veces impidió el cumplimiento de estas disposiciones. Durante la guerra con la Gran Colombia. las urgencias para el aprovisionamiento de caballos hicieron que el 21 de abril de 1829 se crease un depósito de caballos para la remonta (reemplazo de caballos de la tropa) y la movilidad del Ejército; para ello se decretó que en el departamento de Lima se recolectaran 300 caballos y 200 mulas en forma provisional y con una justa tasación, dándose a cada dueño un billete del crédito nacional, a ser pagado con dinero apenas la situación polí tica lo permitiera. Se enviaron del norte 85 caballos y 59 mulas, de Ica llegaron 41 caballos y 58 mulas para ser utilizadas por el Ejército.
Paralelamente a estas medidas, el gobierno inició la compra de caballos y mulas, así se hizo una contrata para facilitar al Ejército mulas para el transporte y movilidad, porque para ello se contaba sólo con burros y algunas bestias que serví an para dos o tres jornadas y nada más.
Este contratista demoró la entrega y dijo que no podía cumplir con el número fijado para la compra, por lo que el gobierno decidió comprar caballos y mulas en Tucumán, las mismas que llegaron a Puna en julio, trasladándose luego al Cuzco para el engorde, debido a la abundancia de forrajes del departamento.
Las campañas militares de 1828 y 1829 agotaron mucho a los caballos del Ejército Peruano, por lo que el Presidente de ese entonces, Agustí n Gamarra, ordenó en octubre de 1831, la compra de caballos en Chile para la remonta del Ejército, y ordenó poner a la venta más de 100 caballos que habí an hecho las campañas de esos años.
El año de 1833, el gobierno aprobó una contrata para la compra de 600 caballos en Tacna, Moquegua y Camaná y 200 en Salta. De esta manera, el gobierno de Gamarra quiso dotar al Ejército de sus propios caballos para evitarse las requisas.
En provincias continuó el sistema implantado por el reglamento de bagajes que estipulaba que cada pueblo de tránsito debí a dotar a los oficiales de los transportes necesarios para el cumplimiento de sus misiones de servicio. En invierno, todas las bestias entregadas en bagajes a los cuerpos del Ejército y oficiales se poní an en "inverna", se daba cuenta detallada al gobierno del número de caballos y el nombre de sus dueños, para disponer su devolución.
El conflicto de Gamarra y Bermúdez contra Orbegoso en enero de 1834 obligó a la recluta de bestias, las cuales no fueron pagadas por falta de dinero.
Entre enero, febrero y marzo, el gobierno constitucional de Orbegoso, pese a controlar la situación polí tica del paí s, ordenó la requisa de caballos y mulas en La Libertad, Lima, Cañete, Santa y otras provincias para ser utilizadas en las comisiones y servicios del Ejército. Disipadas las amenazas de derrocar al gobierno de Orbegoso, éste ordenó la devolución de todas las bestias.
Muchos jefes y oficiales tenían en su poder caballos que no eran devueltas a sus dueños. Por ello, el gobierno decretó que todo jefe y oficial que mantuviera en su poder bestias recibidas en forma de bagaje tenía que devolverlas a sus dueños, sin ninguna demora.
Esta orden no fue cumplida, por lo que, para solucionar el problema, el gobierno dispuso la inverna de caballos para los servicios de bagajes del Ejército.
En 1835, durante el gobierno de Salaverry, se dispuso la requisa de caballos. En cuatro días del mes de julio se reunieron 150 caballos, según informó el Prefecto de Lima.
En setiembre, la Prefectura de Lima ordenó a los Sub-Prefectos de Canta y Huarochirí reunir 50 mulas y 50 caballos, y entre los hacendados de Lima se dispuso la requisa de 125 caballos.
Mientras duró la guerra contra la Confederación se cometieron también abusos por parte de ambos contendores. La urgencia de colectar movilidad a cualquier precio, motivó la requisa indiscriminada de caballos y mulas por lo que muchos arrieros y abastecedores optaron por esconder sus animales.
En 1838, durante el segundo gobierno de Gamarra, se decretó que ninguna autoridad militar o local podía tomar bestias de ninguna especie para objetos del servicio. Toda persona que por motivo de su trabajo tenía bestias de carga y transporte quedaba en libertad de emplearlas en sus usos particulares y en la seguridad que nadie se las requisaría. En cuanto a las bestias requisadas hubo muchas quejas.
El gobierno restaurador entonces optó por dar garantía a los dueños de que sus animales les serían devueltos y que en adelante el Prefecto pagaría a los propietarios el valor de sus bestias según el resultado de la tasación. Por decreto Supremo publicado por bando se nombró un tasador para la venta de caballos y mulas
Estas medidas fueron cumplidas en Lima pero en provincias y pueblos el acopio de caballos y mulas continuó sin tener consideración a nadie, según ordenó el propio Gamarra. Para evitar estos abusos e intentar dotar al Estado de sus propios medios de transporte y carga, se ordenó la compra de 227 caballos. Para ello se hizo una contrata con Federico Green.
Cuando se ordenaba la requisa o colecta de caballos se exigía que éstos fueran de buena talla, alzada y que gozaran de buen peso, y en caso de enfermarse sólo podían devolverse una vez sanos. Un remedio usual era el "polvo de juanes y matico",
Es necesario aclarar que era muy difícil a un dueño recuperar sus animales o cobrar el importe de su valor pese a tener recibos de ellos. El alto precio de los caballos, la escasez de dinero y la desorganización administrativa polí tica del país no lo permitían.
El precio de un caballo, en la provincia de Chancay por ejemplo, dependía de su tamaño y edad:
Un caballo alazán tostado 40 pesos
Un caballo morcillo 40 pesos
Un caballo bayo encerado 25 pesos
Un caballo castaño cabos negros 25 pesos
Un caballo saíno chorreado 25 pesos
Un caballo saíno frontino 25 pesos
Un caballo tardillo mosqueado 25 pesos
Un caballo almendrado 35 pesos
En 1840, el gobierno peruano mandó comprar en Chile caballos para el Ejército. La compra se efectuó en Valparaí so al comerciante Dionisio de Nordenflic al precio de 70 pesos cada uno, puesto en el Callao. Se mandaron peritos para tasar los caballos y reconocer su estado y calidad.
En 1841, durante los preparativos para una nueva guerra con Bolivia, la Comisaría General fletó al escuadrón de conductores, al contado y a precios a muy altos, bestias para el transporte de los artí culos de guerra.
Para el transporte del equipaje de Gamarra y su comitiva, se emplearon 69 mulas de carga y silla en total.
La Guardia Nacional tomó el control de la ciudad de Lima, al haber salido el Ejército rumbo al sur. Los soldados de la guardia nacional cumplían el servicio con sus propios caballos, los que fueron considerados como del Ejército para el cobro de haberes y su mantenimiento.
La requisa y donación de caballos fue muy dura en todo el país, y pese a que el gobierno ordenó la entrega de recibos, en muchos lugares esta orden no se cumplió. Los caballos entregados al Estado Mayor del Ejército fueron consignados en una lista donde se anotaba el nombre del dueño, las características del caballo, su estatura y marca para su posterior identificación y devolución.
En 1842, durante la invasión boliviana al suelo peruano, la reacción patriótica no se hizo esperar. De todo el país se donaron mulas y caballos para el Ejército peruano.
Sin embargo en los años de graves confrontaciones internas, la requisa de mulas y caballos de parte de los diferentes grupos fue tan intensa, que muchas personas al igual que años anteriores prefirieron esconder sus bestias antes que perderlas. Debemos tener en cuenta que dicho celo se debía a que un caballo costaba entre 25 y 40 pesos, y el precio de una mula era de 80 pesos, lo que era para ese entonces mucho dinero.
Al asumir Castilla la presidencia del paí s en 1845, y estabilizarse la situación política, la remonta del ejército se componí a de 650 caballos para la caballería y la artillería volante.
Para aumentar esta remonta y reemplazar caballos dados de baja, éstos se compraron en Cañete, donde los precios eran más módicos. Pero como el número de caballos ofertados en el paí s era inferior al que se necesitaba, se tuvo que recurrir, como casi siempre, al mercado chileno y argentino.
En marzo de 1852, el gobierno firmó un contrato con José Ormachea para conducir desde Argentina 400 caballos para el Ejército. Los caballos debían ser mansos, de freno y espuela, sanos de pies y cuerpo; su edad debí a oscilar entre 5 y 8 años y debí an tener siete cuartas de vara contadas de la cruz al pelo. El costo era de 36 pesos por caballo.
En 1857 se compraron 450 caballos a un precio de 80 a 100 pesos por unidad. Una junta presidida por el Inspector General del Ejército examinó los caballos y verificó si cumplían los requisitos requeridos, antes de ser dados de alta en el Ejército.
En la Memoria de Guerra de 1860, el Ministro Juan Antonio Pezet dice que el gobierno de Castilla prefirió comprar caballos en el país antes que en el extranjero, pese a que estos últimos eran más baratos, con la finalidad de proteger y fomentar la cría en el país, y porque los caballos peruanos "tienen más vida y mayor resistencia para la fatiga”. Sugirió que en el Ejército mismo se destinara un lugar exclusivamente para la cría de caballos, de donde se sacarían los necesarios para reemplazar los inútiles, y que los hacendados dedicados a esta actividad fueran recompensados con una prima sobre el precio de los caballos que vendí an al Ejército.
Siguiendo estos conceptos, se ordenó la compra de 200 caballos en Lima, 200 en Arequipa y Moquegua. Para ello se formaron diversas comisiones integradas en Lima por el Sub Prefecto del Cercado, un empleado de la Tesorería y un Jefe de caballería nombrado por el gobierno. En los departamentos, el Prefecto reemplazó al Sub Prefecto. La misión de las Comisarí as era revisar el estado y calidad de los animales y tasar su precio de acuerdo con los dueños.
Pero la misión de estas comisiones fue infructuosa porque el número de caballos que se ofrecieron en venta no alcanzó a lo requerido por el Ejército. Tuvo nuevamente que recurrirse a Chile para la compra de caballos. El Ministro de Guerra Nicolás Freyre, en la Memoria de 1862, ratificó una vez más la necesidad que había de fomentar la cría de caballos entre los hacendados, a través de primas y facilidades, porque el caballo peruano era de mejor calidad.
En 1863, el gobierno celebró dos contratos con varios vecinos de la costa norte para la compra de caballos de raza, con la intención de incentivar este ramo, sin embargo, no se pudieron concretar por lo que se compró caballos chilenos a 110 pesos cada uno.
En 1869, los caballos del Ejército se encontraban muy maltratados y estaban en su mayorí a inútiles para el servicio, por lo que se dispuso su total renovación. El gobierno ordenó la compra en Chile de 500 caballos. Para esta tarea se comisionó a un jefe de caballería que tení a que revisar la calidad de caballos. En el presupuesto nacional se fijó la suma de 48,000 pesos para la remonta. Para fomentar la crianza de caballos se compraron 200 en el país.
En el mantenimiento y cuidado de los caballos se poní a mucho esmero. Por el Reglamento Orgánico del Ejército de 1847, se fijó un Mariscal o Herrador Mayor y un maestro sillero en las clases de Sargento Mayor para el Cuerpo de Caballerí a. El Herrador o Mariscal tenía a su cargo ajustar y clavar las herraduras en los cascos de los caballos, marcarlos con el hierro candente para reconocer al cuerpo que pertenecí an, del aposentamiento de los caballos y, en general, del cuidado de las herraduras y clavos.
En la curación de los caballos se usaba aceite de comer, ungüento bacilicón, cebadilla, ungüento amarillo, cardenillo, y polvo de juanes; por lo general, los caballos sufrí an de contusiones.
El control del número de caballos que poseí a un cuerpo era muy estricto. Según el reglamento de contabilidad de 1839, la caballerí a estaba obligada a pasar revista de comisario montada, y si por alguna causa no lo hacía, debí an presentar sus caballos en la revista para ser contados y comprobar el número de los que aparecían en las listas, haciéndolos desfilar de un modo tal que el comisario o encargado de la revista, viera la marca en el cuerpo de cada uno de los caballos.
Cada cuerpo de caballería e infantería poseí a, según los reglamentos, un número fijo de caballos, cuando había excedentes éstos debían ser dados de baja en su cuerpo y traspasados a otro.
Por decreto del 18 de octubre de 1857, el Ministro de Guerra dispuso que de inmediato se proceda a la filiación de los caballos que, de acuerdo a los ordenanzas se hacía en un libro donde se apuntaba el nombre del soldado a quien se asignaba un caballo con sus respectivas reseñas.
El animal asignado a un soldado no podí a ser montado por ninguna otra persona; un jefe u oficial no podía montar un caballo de la tropa, y por reglamento estaban obligados a tener su propio caballo que debía ser comprado y mantenido con su dinero porque recibí an para este fin un sobre sueldo respecto a los demás cuerpos del Ejército.
En 1869, el gobierno ordenó que la totalidad de las caballadas del Ejército fueran puestas a piquete o pesebre por ser más ventajoso y porque el soldado y su caballo debían permanecer constantemente en el cuartel, según normas de la época, para facilitar la instrucción del soldado e incentivar el afecto entre el hombre y el caballo.
Al parecer, la remonta del Ejército no se renovó sino hasta la guerra con Chile en 1879.
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Al declararse la guerra, el gobierno contrató a José B. Montana para la provisión de caballos, la situación se tornó difí cil para el Perú, ya que Chile representaba el principal mercado para la compra de caballos y a lo largo de la república siempre se recurrió a ese país para renovar la remonta de nuestro Ejército.
En estos momentos difí ciles, los caballos peruanos prestaron importantes servicios para nuestro Ejército. El caballo peruano se clasificaba en, nacidos en la costa y nacidos en la sierra. Los nacidos en la costa eran descendientes de los caballos que los españoles trajeran al paí s, en su mayorí a de Córdova y Andalucí a, los que por su origen eran indudablemente árabes. Posteriormente, estos caballos fueron cruzados con caballos de raza inglesa y normanda. El caballo nacido en la sierra era fuerte y resistente. Su movimiento por lo general era el trote, con cuyo aire podía remontar la cordillera. Este tipo de caballo fue el más usado en las campañas, tanto de la Independencia como en la guerra con Chile.
En enero de 1880, se comisionó a Belisario Espinoza para la compra de caballos. Con ese fin se destinaron 150 libras esterlinas. Otro contratista con el que el gobierno celebró trato, fue Luis Mottini y Cía. quien se comprometió a vender 500 caballos a 70 soles de plata cada uno, aparte de 550 mulas a 80 soles de plata cada una. El pago se hizo en libras esterlinas como a todos los pagos de ese entonces (por decreto del 14 de enero de 1880).
Otro contratista de caballos y mulas fue Germán Michelena quien aceptó el pago en billetes fiscales, más no así Manuel Olivero que vendió cada caballo a 8 libras esterlinas. El 30 de diciembre Francisco Martí nez vendió 250 mulas al precio de S/. 120 c/u. Se destinaron a la artillería. Todos los caballos antes de ser dados de alta para el servicio del Ejército eran examinados por una junta especial que, según el reglamento, verificaba su estado, salud, y si estaban en la edad adecuada como para prestar servicio.
Para la campaña de La Breña, los caballos fueron requisados o entregados voluntariamente. El caballo usado en esta campaña fue el caballo serrano adaptado perfectamente a la adversidad de los Andes. Con estos caballos se formó la caballería del Ejército del centro. Especial mención merece el caballo de Cáceres. "El Elegante” a quien el héroe tomó mucho cariño porque numerosas veces salvó su vida y de caer prisionero de los chilenos cuando era seguido tras la batalla de Huamachuco.
En 1883, la casa Grace pasó a ser uno de los principales proveedores de caballos junto al comerciante Francisco Panizo del comercio de Lima. A la casa Grace se le compró 400 caballos y a Panizo 500 caballos y 200 mulas; todos para servicio de Ejército, por lo que debían estar adiestrados para finalidad. El precio de cada caballo era 115 soles de plata puesto en el Callao. Estos caballos fueron traídos de Chile. El Gobierno de Iglesias, pese a la deficiente situación económica suscribió estos contratos para enfrentar al Ejército Constitucional de Cáceres, y mantener así el "orden interno", según se lee en la memoria de guerra 1884. Paradójicamente, un gobierno peruano compra caballos chilenos para enfrentar al Ejército de Cáceres. Todos los caballos del Ejército constitucional fueron obtenidos por donaciones y compras dentro del territorio nacional.
En 1884, el gobierno dispuso que para atender a los gastos que ocasionaba la curación de los caballos en los cuerpos de caballería, se consideraba una partida de 12 soles para cada escuadrón y no los 25 pesos que para todo el regimiento designaba el reglamento.
Ante la necesidad de conservar en mejor estado a los caballos del Ejército, se aprobó la contratación, de Manuel Panizo para inspeccionar, conservar y curar las bestias, por el haber mensual de 50 soles plata, con la condición de poner a su disposición a los mariscales de todos los cuerpos de caballería con sus respectivas herramientas, y se le proporcionara los medicamentos necesarios.
Similar propuesta hizo Marco Amelio Stuard en febrero de 1885, la que fue aceptada. Al asumir la presidencia del país Cáceres en 1886, las compras continuaban pero en menor escala dándose prioridad a la compra de mulas.
La Memoria de guerra de 1890, informa que tanto los cuerpos de caballería como las brigadas de artillería se encontraban a principios de este año desprovistas de la remonta necesaria para el servicio. El gobierno ordenó la adquisición de caballos y mulas para renovar la remonta del Ejército. Se calculó para el presupuesto general, que el deterioro anual de la remonta era del 10%, Y sobre esta base se fijó la partida en dicho presupuesto.
En 1891, la caballerí a peruana se incrementó con 200 nuevos caballos que fueron comprados en Chile a 80 soles c/u, precio promedio. La caballada quedó fijada así en 530 unidades repartidas entre la escolta, a la que se asignó 122 caballos, el regimiento Húsares de Juní n 200 caballos, y los cazadores con 208.
En 1893, el gobierno de Morales Bermúdez celebró un contrato con Medardo Cornejo para que proporcione 250 caballos y 50 mulas para renovar la remonta al servicio del Ejército. Procedentes de Chile, los caballos serían desembarcados libres de derechos de aduana.
La contrata estipuló que los caballos debí an de ser mansos de silla y freno, de 1.45 mts. de alto, y no mayores de siete años. Las mulas serían de silla y de carga, aparte de ser altas, sanas, mansas y robustas. Del cumplimiento de estas condiciones se encargó la junta de reconocimiento que se formó para ese fin. El precio por cada caballo y mula fue de 105 soles c/u.
En diciembre de 1894, el gobierno contrató nuevamente con la casa Grace Brother y Cí a, la compra de 50 caballos al precio de 12 libras esterlinas cada uno, bajo las siguientes condiciones, Los caballos debían tener sus patas sanas estar en "buen estado de gordura", y aparentes para el servicio del Ejército. No debían ser mayores de 10 años, y su altura sería de siete cuartas.
Se estableció una comisión de jefes del arma de caballería para verificar si las condiciones impuestas en los contratos se cumplí an, y verificar si la calidad y estado de las bestias justificaban su precio.
El gobierno de Piérola en 1896, analizó la posibilidad de ejecutar un proyecto destinado a adquirir un fundo rústico en Lima para hacer funcionar un establecimiento de Remonta y Escuela de Caballería, atendiendo así a una aspiración muy sentida dentro del Ejército. Según afirmó el Ministro de Guerra de ese entonces, José Rafael de la Puente, los gastos de adquisición e implementación serían ampliamente compensados a plazo corto por la economía que se tendría en el consumo de forrajes, y con el producto de los cruces destinados a propagar las mejores y más aparentes especies. El Ministro de Guerra opinó que el inmueble más apropiado para realizar el proyectado "Establecimiento de Remonta y Semental" era el ubicado en Cieneguilla, por reunir todas las condiciones que permitía tener también, ahí, anexas las escuelas de Equitación y de Veterinaria.
La intención era incentivar la cría de caballos peruanos para romper la dependencia de los mercados extranjeros, teniendo en cuenta los problemas atravesados en la guerra cuando Chile, nuestro principal proveedor de caballos, se declaró nuestro enemigo, encontrándonos con un Ejército que desde 1869 no renovaba su remonta.
En estos momentos difí ciles, los caballos peruanos prestaron importantes servicios para nuestro Ejército. El caballo peruano se clasificaba en, nacidos en la costa y nacidos en la sierra. Los nacidos en la costa eran descendientes de los caballos que los españoles trajeran al paí s, en su mayorí a de Córdova y Andalucí a, los que por su origen eran indudablemente árabes. Posteriormente, estos caballos fueron cruzados con caballos de raza inglesa y normanda. El caballo nacido en la sierra era fuerte y resistente. Su movimiento por lo general era el trote, con cuyo aire podía remontar la cordillera. Este tipo de caballo fue el más usado en las campañas, tanto de la Independencia como en la guerra con Chile.
En enero de 1880, se comisionó a Belisario Espinoza para la compra de caballos. Con ese fin se destinaron 150 libras esterlinas. Otro contratista con el que el gobierno celebró trato, fue Luis Mottini y Cía. quien se comprometió a vender 500 caballos a 70 soles de plata cada uno, aparte de 550 mulas a 80 soles de plata cada una. El pago se hizo en libras esterlinas como a todos los pagos de ese entonces (por decreto del 14 de enero de 1880).
Otro contratista de caballos y mulas fue Germán Michelena quien aceptó el pago en billetes fiscales, más no así Manuel Olivero que vendió cada caballo a 8 libras esterlinas. El 30 de diciembre Francisco Martí nez vendió 250 mulas al precio de S/. 120 c/u. Se destinaron a la artillería. Todos los caballos antes de ser dados de alta para el servicio del Ejército eran examinados por una junta especial que, según el reglamento, verificaba su estado, salud, y si estaban en la edad adecuada como para prestar servicio.
Para la campaña de La Breña, los caballos fueron requisados o entregados voluntariamente. El caballo usado en esta campaña fue el caballo serrano adaptado perfectamente a la adversidad de los Andes. Con estos caballos se formó la caballería del Ejército del centro. Especial mención merece el caballo de Cáceres. "El Elegante” a quien el héroe tomó mucho cariño porque numerosas veces salvó su vida y de caer prisionero de los chilenos cuando era seguido tras la batalla de Huamachuco.
En 1883, la casa Grace pasó a ser uno de los principales proveedores de caballos junto al comerciante Francisco Panizo del comercio de Lima. A la casa Grace se le compró 400 caballos y a Panizo 500 caballos y 200 mulas; todos para servicio de Ejército, por lo que debían estar adiestrados para finalidad. El precio de cada caballo era 115 soles de plata puesto en el Callao. Estos caballos fueron traídos de Chile. El Gobierno de Iglesias, pese a la deficiente situación económica suscribió estos contratos para enfrentar al Ejército Constitucional de Cáceres, y mantener así el "orden interno", según se lee en la memoria de guerra 1884. Paradójicamente, un gobierno peruano compra caballos chilenos para enfrentar al Ejército de Cáceres. Todos los caballos del Ejército constitucional fueron obtenidos por donaciones y compras dentro del territorio nacional.
En 1884, el gobierno dispuso que para atender a los gastos que ocasionaba la curación de los caballos en los cuerpos de caballería, se consideraba una partida de 12 soles para cada escuadrón y no los 25 pesos que para todo el regimiento designaba el reglamento.
Ante la necesidad de conservar en mejor estado a los caballos del Ejército, se aprobó la contratación, de Manuel Panizo para inspeccionar, conservar y curar las bestias, por el haber mensual de 50 soles plata, con la condición de poner a su disposición a los mariscales de todos los cuerpos de caballería con sus respectivas herramientas, y se le proporcionara los medicamentos necesarios.
Similar propuesta hizo Marco Amelio Stuard en febrero de 1885, la que fue aceptada. Al asumir la presidencia del país Cáceres en 1886, las compras continuaban pero en menor escala dándose prioridad a la compra de mulas.
La Memoria de guerra de 1890, informa que tanto los cuerpos de caballería como las brigadas de artillería se encontraban a principios de este año desprovistas de la remonta necesaria para el servicio. El gobierno ordenó la adquisición de caballos y mulas para renovar la remonta del Ejército. Se calculó para el presupuesto general, que el deterioro anual de la remonta era del 10%, Y sobre esta base se fijó la partida en dicho presupuesto.
En 1891, la caballerí a peruana se incrementó con 200 nuevos caballos que fueron comprados en Chile a 80 soles c/u, precio promedio. La caballada quedó fijada así en 530 unidades repartidas entre la escolta, a la que se asignó 122 caballos, el regimiento Húsares de Juní n 200 caballos, y los cazadores con 208.
En 1893, el gobierno de Morales Bermúdez celebró un contrato con Medardo Cornejo para que proporcione 250 caballos y 50 mulas para renovar la remonta al servicio del Ejército. Procedentes de Chile, los caballos serían desembarcados libres de derechos de aduana.
La contrata estipuló que los caballos debí an de ser mansos de silla y freno, de 1.45 mts. de alto, y no mayores de siete años. Las mulas serían de silla y de carga, aparte de ser altas, sanas, mansas y robustas. Del cumplimiento de estas condiciones se encargó la junta de reconocimiento que se formó para ese fin. El precio por cada caballo y mula fue de 105 soles c/u.
En diciembre de 1894, el gobierno contrató nuevamente con la casa Grace Brother y Cí a, la compra de 50 caballos al precio de 12 libras esterlinas cada uno, bajo las siguientes condiciones, Los caballos debían tener sus patas sanas estar en "buen estado de gordura", y aparentes para el servicio del Ejército. No debían ser mayores de 10 años, y su altura sería de siete cuartas.
Se estableció una comisión de jefes del arma de caballería para verificar si las condiciones impuestas en los contratos se cumplí an, y verificar si la calidad y estado de las bestias justificaban su precio.
El gobierno de Piérola en 1896, analizó la posibilidad de ejecutar un proyecto destinado a adquirir un fundo rústico en Lima para hacer funcionar un establecimiento de Remonta y Escuela de Caballería, atendiendo así a una aspiración muy sentida dentro del Ejército. Según afirmó el Ministro de Guerra de ese entonces, José Rafael de la Puente, los gastos de adquisición e implementación serían ampliamente compensados a plazo corto por la economía que se tendría en el consumo de forrajes, y con el producto de los cruces destinados a propagar las mejores y más aparentes especies. El Ministro de Guerra opinó que el inmueble más apropiado para realizar el proyectado "Establecimiento de Remonta y Semental" era el ubicado en Cieneguilla, por reunir todas las condiciones que permitía tener también, ahí, anexas las escuelas de Equitación y de Veterinaria.
La intención era incentivar la cría de caballos peruanos para romper la dependencia de los mercados extranjeros, teniendo en cuenta los problemas atravesados en la guerra cuando Chile, nuestro principal proveedor de caballos, se declaró nuestro enemigo, encontrándonos con un Ejército que desde 1869 no renovaba su remonta.
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Por fin pude poner una imagen...
En el desaparecido foro batallas.org, Mestizo puso imágenes de uniformes chilenos. Le solicité permiso (hace bastante tiempo ya) para usarlas, así que acá comienzo.
Como dice la imagen, uniforme de paño de tropas de línea en 1879. También el Santiago y Esmeralda usaban este uniforme. Las polainas marcan al 2º de Línea, y en libros peruanos los llaman "zuavos". Otro detalle que marca los uniformes de 1879 son las chaquetas cortas.
En el desaparecido foro batallas.org, Mestizo puso imágenes de uniformes chilenos. Le solicité permiso (hace bastante tiempo ya) para usarlas, así que acá comienzo.
Como dice la imagen, uniforme de paño de tropas de línea en 1879. También el Santiago y Esmeralda usaban este uniforme. Las polainas marcan al 2º de Línea, y en libros peruanos los llaman "zuavos". Otro detalle que marca los uniformes de 1879 son las chaquetas cortas.
Última edición por ilam22 el 11 Ene 2012, 05:35, editado 1 vez en total.
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La Artillería de Marina era una unidad del ejército (en lo administrativo), pero que casi siempre andaba embarcada. Operaban el armamento en los buques. En tierra operaron con algunos cañones (hasta la batalla de Tarapacá), pero después sólo como fuerza de infantería.
Nótese el gorro, similar al de los oficiales de la armada.
Nótese el gorro, similar al de los oficiales de la armada.
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Otra unidad formada por mineros, junto al Atacama, fue el Coquimbo. Los miembros de ambas unidades se llamaban "primos" entre sí.
El uniforme del Coquimbo sí era de mezclilla. Tela usada por gente de escasos recursos en esa época.
Por esto mismo, y a diferencia de los "padrecitos" del Atacama, los del Coquimbo eran llamados "huerfanitos".
El uniforme del Coquimbo sí era de mezclilla. Tela usada por gente de escasos recursos en esa época.
Por esto mismo, y a diferencia de los "padrecitos" del Atacama, los del Coquimbo eran llamados "huerfanitos".
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Esta imagen es una de las más controvertidas.
La primera compañía de este regimiento usó el famoso casco alemán con punta (no recuerdo el nombre alemán...). Pero luego todo el regimiento usó un uniforme que, para mi, no es el de la ilustración. Hay demasiados testimonios que hablan de "los verdes uniformes del Chacabuco".
El historiador Enrique Cáceres pone al Chacabuco con chaqueta y kepí verde, y pantalón blanco. Yo me inclino más por todo verde.
Per, ya que tenemos esta imagen, no perdemos nada con ponerla. Como sea, muestra que no todo el ejército chileno usó el azul y rojo.
La primera compañía de este regimiento usó el famoso casco alemán con punta (no recuerdo el nombre alemán...). Pero luego todo el regimiento usó un uniforme que, para mi, no es el de la ilustración. Hay demasiados testimonios que hablan de "los verdes uniformes del Chacabuco".
El historiador Enrique Cáceres pone al Chacabuco con chaqueta y kepí verde, y pantalón blanco. Yo me inclino más por todo verde.
Per, ya que tenemos esta imagen, no perdemos nada con ponerla. Como sea, muestra que no todo el ejército chileno usó el azul y rojo.
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