El día que se perdió España
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El día que se perdió España
Introducción
Hoy se cumplen trece siglos exactos del comienzo de la batalla más trascendente de la historia de España, la única que cambió de forma duradera su ser. Es muy probable que, pese a su importancia, esta fecha pase desapercibida en los medios de comunicación, en una sociedad como la nuestra, que ha olvidado sus raíces.
¿Qué sabemos de la llamada Batalla de Guadalete, librada tal día como hoy del año 711? Probablemente, que terminó con la victoria de los moros invasores y la desaparición del reino visigodo en España. Y poco más. Sin embargo, las consecuencias de esa batalla (la incorporación de España al mundo islámico y oriental) marcaron profundamente nuestra cultura y forma de ser: desde la legislación hasta el arte, pasando por la toponimia, la gastronomía, la arquitectura, la literatura o la agricultura. Desde 711 hasta 1609 pasaron 9 siglos de presencia musulmana en nuestra patria. Presencia que además fue dominante en buena parte de ese periodo, desde apenas 10 años en Gijón, 50 años en Galicia, 90 años en Barcelona, 100 años en León, 370 años en Toledo, 400 años en Zaragoza, hasta los 525 en Valencia, Sevilla, Murcia o Córdoba, o los 775 en Granada y Málaga. Militarmente sin interés, la batalla de Guadalete tuvo un impacto fundamental en la historia de España y no poco importante en la de Europa.
La Batalla de Guadalete es uno de los episodios más mitificados de nuestra historia, sorprendiendo la escasa y tardía documentación de la que disponemos, causa de los muchos tópicos populares que ha generado. ¿Se sabe, por ejemplo, que es muy probable que en el bando invasor no hubiese ese día ni un solo árabe, y que sin embargo está documentada la presencia de católicos, y de hecho todos los musulmanes de ese ejército habían sido cristianos 10 años antes? ¿O que no se libró junto al río Guadalete, dándosele ese nombre posteriormente por un error de transcripción del árabe? ¿O que, contra lo que dijeron las crónicas posteriores para justificar la derrota cristiana, el ejército godo era muy superior en número? ¿O que entre ambos contendientes se superaron con mucho los 50.000 guerreros, siendo una de las más grandes de su época, y sin embargo duro pocas horas, y hubo (relativamente) pocas bajas? ¿O que el rey Rodrigo planificó la batalla de forma responsable y cauta, y que ni mucho menos desdeñó o infravaloró a su enemigo? ¿O que no estamos seguros de que Don Rodrigo muriese en la batalla, y que no fue “el último rey godo”?
Lo mismo podemos decir de sus consecuencias. ¿Somos conscientes de que las contemporáneas regiones españolas (con sus personalidad, afinidades y rencillas) nacen tras la división territorial y religiosa posterior a esta batalla? ¿O que existen diversas lenguas romances en nuestra patria por esa misma causa? ¿O que las costumbres tan diversas entre el norte y el sur peninsular dependen en gran medida del tiempo pasado bajo la dominación musulmana? ¿O que incluso algo tan aparentemente lejano como la conquista y evangelización de América se hizo con patrones de comportamiento heredados de la lucha contra los infieles?
Los españoles de hoy en día no somos conscientes del trauma que supuso para los cristianos hispanos de los siglos posteriores aquella jornada. Son incontables los recuerdos, cantares o crónicas medievales sobre aquella derrota y aquel reino perdido en todos los reinos del norte, pero principalmente en el de Asturias-León, el cual en el siglo IX trató de asentar su preeminencia sobre todos los cristianos de España reclamando la herencia (en parte real, en parte fabricada) de aquel reino perdido, del que recogió leyes, títulos, honores, organización y una nostálgica imagen idealizada de lo que fue la monarquía goda. El fracaso del reino leonés ante el califato musulmán de Córdoba no hizo desaparecer dicha reivindicación, heredada por los reyes posteriores, entre los que encontramos alusiones explícitas a ese “reino hispano” de los godos, desde Sancho el Mayor de Navarra (que por su origen vascón sería el reino que menor vinculación podría evocar), pasando por los reyes de Aragón y los condes de Barcelona, hasta la toma de Toledo por el rey Alfonso V en 1085, preñada de simbólicos detalles que trataban de afirmar la continuidad entre godos y leoneses como titulares de la corona de España, justificando así el término de Reconquista que se dio a la empresa de expulsar a los musulmanes de la península ibérica. La recuperación de una herencia arrebatada ilegítimamente por los ismaelitas invasores como castigo de Dios a los pecados e incurias de una población representada en sus vicios por sus monarcas y nobles, particularmente el último, el infortunado Don Rodrigo.
La reconquista de un reino cristiano (rico, culto, poderoso) perdido en una aciaga jornada; como decía el romancero medieval, en “el día que se perdió España”. El día de la batalla de Guadalete.
Fuentes
Los últimos años del reino visigodo carecen de fuentes contemporáneas, tanto cristianas como musulmanas. La mención más antigua está recogida en un texto de 741, la llamada Crónica bizantino-árabe, de probable autor oriental, pero es sumamente escueta y se limita a citar la conquista de España por Muza. La primera fuente que la desarrolla es la Crónica Mozárabe, un anónimo de probable autor eclesiástico, escrita en torno al año 754 en Córdoba, y que pretendía ser una continuación de la Crónica de san Isidoro del reino godo. Narra con más detalle los últimos años del reino (elogiando a Vitiza, y considerando el acceso al trono de Rodrigo obra de una revuelta nobiliaria) y la batalla, pero apenas profundiza en los hechos, sacrificando la profusión de datos a la prosa rimada que exhibe y al lamento de la ruina de la nación [1]. Del año 818 es la interesante crónica franca del monasterio aquitano de Moissac, donde por primera vez se cita que la lujuria del rey Vitiza contagió al clero y pueblo, causando la ira de Dios.
Muy posterior es la Crónica de Alfonso III, en sus códices Albeldense y Ovetense, fechada en el año 883, y que presenta un relato mucho más completo y colorido. Por desgracia en él hay recogidas tanto tradiciones auténticas como rumores, añadidos idealistas y políticos e incluso concesiones al lirismo y la experiencia sobrenatural. Es la primera crónica que rehabilita a Rodrigo, considerando su acceso al trono electivo y legítimo.
El rey Alfonso III, su patrocinador, se vinculó conscientemente a los reyes godos para afirmar tanto su derecho al trono ante sus familiares, como la primacía del reino leonés frente a otras monarquías hispanas; él fue el inventor del término “reconquista” a la guerra contra el infiel. Esa voluntad se vio plenamente plasmada en el texto, y no siempre resulta fácil distinguir en él lo genuino de lo añadido. Por ejemplo, incluye la particular interpretación de una profecía de Ezequiel (cap. 38), por la cual la dominación árabe se extinguiría en España a los 170 años de su comienzo. Esa fecha se cumplía exactamente el año de la redacción de esta crónica.
La crónica de Alfonso III será empleada como base para todos los cronicones medievales cristianos, comenzando por un códice de la misma, llamado Sebastianense, inmediatamente posterior, que ya introduce algunas modificaciones tendentes a ensalzar a los godos como reflejo del contemporáneo rey leonés, o la muy próxima Crónica profética, que incide en la conquista musulmana como castigo divino a los pecados de los reyes godos.
De mediados del siglo XI son dos crónicas, la llamada Crónica de Sampiro (obispo de Astorga), que sigue en general a la de Alfonso III, y la Chrónica Gothorum (conocida como Pseudo-isidoriana), que tiene el interés de haber sido escrita en Toledo por un mozárabe, y que cita por primera vez el episodio de la ofensa a la hija del conde don Julián (atribuyéndola a Vitiza), justificando de ese modo la invasión musulmana. Hacia 1125 se escribió la Crónica Silense, en el monasterio de san Isidoro de León. Su autor es indudablemente un mozárabe exiliado, pues muestra un buen conocimiento de las fábulas que sobre la conquista circulaban en el territorio andalusí. Se trata del primer texto que hace un análisis profundo del tema, atribuye definitivamente la pérdida de España a la Providencia, en castigo por los pecados de los hombres, sobre todo los últimos reyes (particularmente muestra una gran inquina hacia Vitiza, mientras cita por vez primera la ascendencia regia de Rodrigo a modo de legitimación). Es también el primero que habla del episodio del vaciamiento de los ojos al padre de Rodrigo, justificando así el encono entre ambas familias. También cita el estupro de Rodrigo como la causa de la traición del conde Julián. Es una desgracia que este texto, tan lejano en el tiempo, beba de fuentes corrompidas y poco fiables, pues por estilo y amenidad, es el primer estudio amplio que hallamos.
La tardía crónica Historia de los hechos de España del navarro Jiménez de Rada (siglo XIII) compendia y resume todas las leyendas y tópicos, tanto cristianos como musulmanes, que han pasado a la cultura popular española sobre el episodio. Concentra sobre Vitiza toda la responsabilidad por la pérdida del reino, por sus vicios personales y sus acciones políticas (venganzas familiares y favor hacia los judíos). Es obvio que la figura del hijo de Egica sufrió un notable deterioro a cada nuevo cronicón que veía la luz, viniendo a ser el responsable máximo de la pérdida del reino para los cristianos medievales. Jiménez de Rada considera que la causa principal, no obstante, era el castigo divino por la violenta y fratricida afición de los visigodos a disputarse el trono por la fuerza, lo que las propias crónicas de la época habían llamado el morbo gotico, y sobre cuyas funestas consecuencias había advertido proféticamente el propio san Isidoro al inspirar el célebre canon 75 del IV concilio de Toledo en 633 [2].
Entre los historiadores árabes el relato de la batalla y la conquista es posterior. Por ejemplo, los primeros autores de finales del siglo VIII y principios del IX (Ben Isa, Bedr, Ajbar Machmua) no citan estos hechos, salvo para decir que los antepasados de sus señores tomaron parte en la ocupación de España junto a Muza (un timbre de alcurnia para los señores musulmanes de Al-Andalus). La primera crónica árabe se debe a Abd al Malik ben Habib, llamado el Solamí (muerto en 854), que cuenta con cierto detalle la campaña musulmana, siendo la fuente en la que beben todos los autores posteriores. De finales del siglo IX es el Libro de las Banderas del persa establecido en Córdoba Mohamed ben Muza ar Razí, tenido por la primera descripción minuciosa de las campañas árabes en la península, pero cuyos fragmentos sobre la misma se han perdido, aunque se cree que fueron empleados por otros historiadores árabes.
Del siglo X son las crónicas de Aben Ayman y el gran Ahmeb ben Mohamed ar Razí, hijo del otro Razí (llamado el “moro Rasis” por los cristianos) que echan mano también de las fuentes latinas que hemos comentado, fijando la imagen legendaria y poética que quedaría en el imaginario árabe sobre la conquista profetizada al rey Rodrigo (la célebre historia de la habitación de los candados), el cual sería castigado por forzar a la hija de don Julián.
De finales del siglo IX es Ibn al Kutiya, descendiente de una nieta de Vitiza, un erudito que dejó escrita una crónica laudatoria de sus antepasados, a los que atribuía el mérito de la conquista árabe, marginando al conde Julián. El mejor de los historiadores árabes es Ibn Hayyan, su crónica de mediados del siglo XI recoge fuentes cristianas, pues sigue la versión viticiana de que Rodrigo no era de estirpe regia (al contrario del resto de historiadores árabes, que afirman la legitimidad de la elección rodriguista). Asimismo, incluye el mito de que el profeta Mahoma había vaticinado la conquista de España un siglo antes.
Podemos ver que con el paso del tiempo, tanto las fuentes cristianas como árabes tienden a ser más ricas, más elaboradas y a unificar en cierto modo su versión (sobre todo culpabilizando a Vitiza, aceptando la historia del estupro de Rodrigo y la traición del conde Julián y los hijos de Vitiza) indudablemente porque con el tiempo van bebiendo unas de otras, incorporando y repitiendo una serie de tópicos que quedarán fijos en la historiografía hasta bien entrado el siglo XIX.
Los preparativos
En un artículo anterior se relató cómo, aprovechando que Rodrigo se hallaba con el ejército real combatiendo a los vascones en Pamplona, el partido vitiziano- muy probablemente su cabeza, el obispo Oppas de Sevilla- por medio de su cliente el conde de Ceuta Urbano Juliano, envió a principios de 711 un mensajero al gobernador de Ifriquiya, Musa ben Nasir, prometiéndole su colaboración si invadía la península.
Musa, que contaba casi 70 años, sabia que era su última oportunidad para engrandecer más su fama como conquistador, ganada en Numidia y Mauritania. Pero el califa Al Walid, receloso de sus éxitos, prohibió que su gobernador emprendiera ninguna campaña en el reino hispano sin su permiso explícito. Sin duda, Musa se sentiría muy frustrado, pero era demasiado astuto y bravo para permitir que la advertencia del califa alterara sus planes. Probablemente la prohibición incluía también a otros nobles, pero eso era indiferente; en cualquier caso Musa no iba a permitir que otro árabe dirigiera su proyecto más ambicioso, llevándose el botín y la gloria. Dado que Al Walid no había puesto objeciones a las razzias efectuadas por sus soldados berberiscos en los años 709 y 710, enviar una nueva expedición- mucho más numerosa- no sería formalmente desobedecer al califa. Así se llevaría a cabo la empresa.
Al frente de la misma, Musa puso a su comandante de mayor confianza, un antiguo esclavo converso al islam (mawla), un berberisco liberto, probablemente de Numidia, conocido por Tarik ibn Ziyad (probablemente un apodo, pues Tarik significa “el golpeador”). Bajo su bandera se alineaban todos los bereberes capturados tras la derrota de la reina Kahina en 703 que se habían acogido a la oferta de Musa de conversión y libertad, enrolándose en un ejército que era más privado del caudillo yemení que oficial del califa. El comandante bereber que pasaría a la historia como conquistador de España apenas llevaba 10 años siendo musulmán, y había tenido anteriormente un nombre cristiano. Como él, prácticamente todo su ejército.
Tarik preparó un contingente calculado en torno a unos 7 a 8000 berberiscos renegados. El conde de Ceuta, Urbano Juliano, que había actuado de enlace con Oppas y los vitizianos, puso a disposición de la expedición sus naves para trasladarla a la península a través del Estrecho de las Columnas de Hércules.
Mientras dejamos a los bereberes embarcando hacia un destino incierto, reflexionemos sobre las expectativas de los protagonistas de este episodio histórico. No cabe ninguna duda de que en la mente de Musa se hallaba ya una expedición de conquista en el reino godo, más allá del tradicional saqueo, y desde luego mucho más allá de las ambiciones de los viticianos. No podemos saber cuál era el alcance exacto de esta conquista en su pensamiento, aunque probablemente lo acontecido en las semanas posteriores a la batalla de Guadalete sería demasiado bueno incluso para sus expectativas más optimistas. Para Oppas y el partido viticiano, los ismaelitas eran un instrumento para lograr expulsar a Rodrigo, y reponer a Agila II, hijo de Vitiza, en el trono que consideraban les pertenecía por derecho. Fácilmente habían confiado en el conde Urbano Juliano para que mediara con los infieles en provecho propio. Este plan no era en absoluto descabellado; con ayuda extranjera habían ascendido al trono reyes tenidos por legítimos como Atanagildo o Sisenando.
¿Y qué pensaba el tercer protagonista? ¿Tenía en mente en aquellos primeros días de la primavera de 711 el papel tan fundamental que había de jugar el conde de Ceuta? ¿Creía sinceramente trabajar en favor de los nietos de su suegro Egica? ¿O tal vez ya había decidido favorecer plenamente los proyectos de su nuevo señor mientras simulaba defender los intereses de los familiares del antiguo? Probablemente sólo Urbano Juliano sabía realmente cuáles eran sus planes.
[1] “¿Quién podrá, pues, narrar tan grandes peligros? ¿Quién podrá enumerar desastres tan lamentables? Pues aunque todos sus miembros se convirtiesen en lengua, no podría de ninguna manera la naturaleza humana referir la ruina de España, ni tantos ni tan grandes males como esta soportó. Pero para contar al lector todo en breves páginas, dejando de lado los innumerables desastres que desde Adán hasta hoy causó, cruel, por innumerables regiones y ciudades, este mundo inmundo, todo cuanto según la historia soportó la conquistada Troya, lo que aguantó Jerusalén, según vaticinio de los profetas, lo que padeció Babilonia, según el testimonio de las Escrituras y, en fin, todo cuanto Roma enriquecida por la dignidad de los apóstoles alcanzó por sus mártires, todo esto y más lo sintió España tanto en su honra, como también de su deshonra, pues antes era atrayente y ahora está desdichada.”
[2] “De aquí procede el que la ira del Cielo haya trocado muchos reinos de la tierra de tal modo que a causa de la impiedad de su fe y sus costumbres, ha destruido a unos por medio de otros. Por lo cual también nosotros debemos guardarnos de lo sucedido a estas gentes para que no seamos castigados con una repentina desgracia de esa clase, no padezcamos pena tan cruel”.
El desembarco
El día 28 de abril de 711 comenzó el paso de las naves invasoras por el estrecho, dando comienzo así a la invasión de España. No se sabe si fue el propio Tarik, o Urbano Juliano, quien decidió que el punto de desembarco sería la peña de Calpe, esto es, la columna de Hércules septentrional. Se trataba de un monte empinado confinado en una estrecha península. Un lugar fácilmente defendible, pero de escasas playas practicables. Fue una decisión excesivamente prudente y que causaría serios contratiempos.
En efecto, las naves ceutíes debían hacer numerosos viajes con pocos hombres que descargaban penosamente en los contados lugares acondicionados para ello, en un proceso interminable. Tarik fortificó de inmediato su campamento en la ladera del monte, pero la lentitud de la operación evaporó rápidamente el efecto sorpresa. El dux visigodo de la provincia Bética, Teodomiro, acudió de inmediato con los pocos hombres que pudo reunir (unos mil) teniendo en cuenta que el ejército se hallaba en el lejano norte. Al ver a los bereberes numerosos y bien atrincherados, se dio cuenta de que no se trataba de una expedición de saqueo como en ocasiones precedentes. De inmediato envió mensajeros rápidos alertando al rey.
Pocos días tardó Rodrigo en enterarse de esta nueva. No se le puede acusar en ningún caso de despreciar o desatender la amenaza. De inmediato suspendió las operaciones contra los vascones, y ordenó al ejército levantar el campamento y dirigirse al sur. Por delante de él envió a marchas forzadas un contingente con un número indeterminado de tropas escogidas para que se enfrentara rápidamente a los invasores. Al frente del mismo puso al hijo de su hermana, un conde al que los cronistas dan los nombres de Sancio (Sancho), Bencio o incluso Eneko. Pocas semanas después (podemos calcular que a finales de mayo o principios de junio) el contingente godo llegaba a las puertas del campamento musulmán y se preparaba para atacar. Dicen las crónicas que los invasores apenas habían podido trasladar 2000 guerreros. Tal vez hubiese tormentas que entorpecieran la operación, pues se antoja un número muy pequeño, incluso con las dificultades logísticas antes citadas. Sea como fuese, la expedición planeada por Musa corrió de inmediato un serio riesgo de acabar al poco de haberse iniciado.
La batalla de Gibraltar
A la vista del enemigo armado hasta los dientes, muchos soldados bereberes, habituados a cómodas razzias de saqueo sobre poblaciones indefensas, se aprestaron a retirarse. Para Tarik, sin embargo, no había opción: el fracaso hubiese supuesto el fin de su carrera militar, y probablemente también el de su cabeza. Reunió a los soldados, les recordó que combatían la guerra santa, la jihad contra el infiel, que Dios no podía abandonarles, y que había que vencer o morir. Asimismo, al igual que haría Hernán Cortés ocho siglos después, ordenó quemar las naves que se hallaban en la playa, acabando con toda opción de huida. Enardecidos por la arenga religiosa y resignados a no tener otra alternativa, los berberiscos se lanzaron a un combate del que poco sabemos. Únicamente que los invasores, superados en número, rechazaron el ataque y derrotaron a los veteranos de Sancio. La primera victoria contra un ejército godo enardeció a los guerreros conversos, ahora convencidos de su victoriosa misión divina. El peñón de Calpe fue rebautizado por los musulmanes como Yebel al Tarik (el monte de Tarik), del cual derivaría el nombre de Gibraltar por el que actualmente se le conoce.
Tarik actuó con presteza, y se dirigió al oeste, conquistando Carteya (cerca del actual san Roque) y tomando un puerto natural excelente en la misma bahía, al que los árabes pusieron el nombre de Al Yazirat al Andalus (la isla de los vándalos). Tal vez este término conservara la memoria popular del lugar desde el que partiera la flota vándala que invadió las posesiones romanas norteafricanas en el año 429. Ahora los bereberes hacían el camino inverso, y era África la que invadía Europa por el mismo punto casi tres siglos después. El puerto conservaría el nombre de Algeciras, y de su topónimo los árabes acabarían nombrando a todas sus posesiones en la península ibérica: Al Andalus.
Con un punto de desembarco mucho mejor, la operación adquirió un nuevo ritmo. En pocos días se completó el traslado de un número de hombres que los historiadores cifran entre 12.000 y 20.000 (mucho más probable la cifra menor). Entre ellos se incorporaron unos 5000 guerreros de la tribu ceutí de Gomera, los deudos de Urbano Juliano (bereberes católicos) que acudieron en virtud de su vasallaje a Musa. No es seguro- aunque sí probable- que el conde de Ceuta los dirigiera personalmente. Tarik estableció su nuevo campamento en Algeciras.
A mediados de junio Tarik ya contaba con todas sus fuerzas para iniciar la campaña. Rodrigo supo las nuevas de la derrota a su llegada a Toledo. No reparó en esfuerzos. Se dirigió con el ejército real (exercitus) a su feudo de Córdoba, lugar que señaló como punto de reunión del ejército de la leva (hostes) del reino, que fue convocado en su totalidad según lo dispuesto en la ley militar de Wamba, modificada por Ervigio. Hacía muchos años que no se producía una leva general en el reino visigodo para combatir a un enemigo extranjero.
La concentración de Córdoba
La pregunta natural que surge es ¿por qué Córdoba, tan lejana al teatro de operaciones? ¿no hubiese sido más natural que el rey convocase al ejército en una ciudad más cercana, como la capital bética, Sevilla? Analizando las razones de esta localización podremos entender mucho acerca de la situación interna del reino visigodo.
En primer lugar, hay que ser conscientes de que la convocatoria de la leva de todo el reino era un proceso lento. Si se realizaba su concentración demasiado cerca del lugar donde se hallaba el enemigo, este podía avanzar con rapidez e ir atacando por separado a los contingentes que acudían, destruyéndolos antes de unirse al ejército real. Hay una tradición asturiana muy posterior a la batalla, que narra que el protospatarius o comandante militar de la provincia de Galecia en aquellos años, llamado Orbita Ferrándiz (al que se hace hijo de un protospatarius llamado Vítulo, citado en los concilios XII a XVI), acudió con las levas de la provincia, pero a mitad de camino conoció el desenlace de la batalla y regresó a su tierra. A similar distancia, o mayor, se hallaban las provincias de Tarraconense y Septimania, regiones populosas que podían aportar muchos más hombres que Galecia, y cuyo concurso era imprescindible. Rodrigo recogió las levas de la Cartaginense y salió de Toledo (por última vez), dirigiéndose a sus feudos de Córdoba, donde el dux Teodomiro le aportaría los hombres de la Bética.
Y es que la segunda razón de que la concentración se hiciese en la plaza fuerte de su familia es que las tropas de Tarraconense y Septimania estaban al mando de duques viticianos (las de Tarraconense, teóricamente al mando de Agila). Lógicamente, no podía esperarse fidelidad o entusiasmo de unos nobles que habían luchado contra el rey apenas un año antes. Rodrigo tenía fundadas dudas en esos contingentes, pero ante una amenaza seria como la de Tarik no podía prescindir de ellos. Era mejor concentrarlos en “territorio amigo”, y nada mejor que la comarca de Córdoba dominadas por su familia. La eventual defensa de Sevilla (pese a ser la sede episcopal de Oppas, el cabeza de los viticianos) estaba segura en manos del fiel Teodomiro.
La veracidad de esta hipótesis la confirman los hechos: las levas del norte tardaron casi un mes en llegar a Córdoba, y acamparon fuera de los muros de la ciudad. No sabemos si los vitizianos recelaban de una emboscada de los chindasvintianos, o si fue el propio Rodrigo el que ordenó esa medida por desconfianza.
Narran aquí las fuentes árabes un episodio curioso que puede arrojar luz al asunto. Cuentan que Rodrigo se presentó en el campamento vestido de púrpura, con una corona de oro y montado en un carro dorado tirado por ocho caballos blancos. De entrada, la interpretación tradicional de este relato (conociendo que las fuentes árabes retratan a Rodrigo como arquetipo de soberbia) es que se trata de una traslación anacrónica del desfile triunfal con el que los emperadores orientales se presentaban a sus tropas, intentando deslumbrarlas y aumentar así su confianza en su comandante. A los musulmanes, que preconizaban la humildad y la confianza en Dios como puntales de su forma de conducirse, estas ceremonias militares bizantinas (heredadas de los emperadores paganos divinizados en vida) les llamaban la atención y les repugnaban por arrogantes e impías. En ese sentido, es posible que el autor de la crónica tratara de equiparar a Rodrigo con los emperadores orientales que, fiados en su gloria terrena, recibían en el campo de batalla el castigo a su soberbia de manos de los “verdaderos creyentes” (cabe la disgresión de recordar que en realidad los romanos de Constantinopla no fueron siempre tan desafortunados y que, de hecho, el imperio oriental sobrevivió al califato árabe).
Sin embargo, antes de aceptar esta explicación, merece la pena hacer una reflexión: el ritual cortesano bizantino había sido introducido en la corte goda por Leovigildo, más de un siglo atrás, y aunque no tengamos antecedentes de un desfile militar similar en los anales hispanos, tal vez no sea descabellado pensar que sí pudo tener lugar. Desde luego, pocos reyes godos habían tenido tanta necesidad de impresionar y alentar a sus tropas como esa mañana en que Rodrigo se presentó en el campamento de los viticianos. Si lo hizo envuelto en púrpura y coronado de oro, sobre un carro precioso, no cabe duda de que tenía buenos motivos para hacerlo.
Aparentemente, no obstante, los temores del rey eran infundados. Las levas del norte se unieron sin tumultos ni rebeldías al resto del ejército, y sus comandantes viticianos simularon una colaboración plena con el monarca, aceptando aparentemente la concordia alcanzada tras su derrota en Sevilla el año anterior. Las crónicas árabes afirman que el ejército cristiano era fuerte en 100.000 hombres, pero esta cifra es probablemente exagerada. Con todo, los historiadores modernos calculan que Rodrigo comandaba unos 40 a 50.000 hombres, número en absoluto desdeñable.
Habiendo hecho todo lo humanamente posible para enfrentarse con garantías a las huestes de Tarik, el monarca emprendió el camino hacia el sur, para enfrentarse con su destino y el de todo su reino.
Frente a frente
Los cristianos avanzaron pasando Sevilla y Asidona (Medina Sidonia). Tarik se puso en marcha con sus berberiscos, y ambos ejércitos acamparon uno en frente del otro el día 19 de julio del año 711.
¿En qué lugar exacto tuvo lugar el encuentro? La Crónica mozárabe le llama la batalla de Transductine Promontorios, en unos ilocalizables “promontorios trasductinos”. Los relatos árabes posteriores le llamaron Waddi Lakka, la “Batalla del Lago”. Los cronistas latinos medievales tradujeron “Waddi Lakka” por “Guadalete”, nombre de un río que nace en Grazalema, pasa por Arcos de la Frontera y desembarca junto al Puerto de Santa María, en la provincia andaluza de Cádiz. No obstante, los terrenos cercanos a ese río no son propicios a un combate multitudinario, ni están cerca de ningunos promontorios, ni se han hallado restos arqueológicos de una batalla. Los expertos contemporáneos han buscado un lago, y tienden a situar esta batalla en la laguna de la Janda (no lejos de Vejer de la Frontera y Barbate, a unos 70 kilómetros al sur del río Guadalete), junto a la cual existen tanto llanos propicios a la lucha como colinas.
La batalla no comenzó de inmediato, antes aún, durante varios días ambos contendientes se limitaron a mirarse frente a frente. Durante el día se sucederían las embajadas, en las que Rodrigo trataría de convencer a los norteafricanos para que se retirasen voluntariamente. Tarik tenía buenos motivos para atender a estas embajadas, aunque no tuviese ninguna intención de llegar a un trato, ya que le interesaba mucho más lo que sucedía por la noche.
En efecto, cuando caía el sol el campo cristiano se animaba enormemente. Los agentes de los viticianos recorrían las tiendas de los soldados y de las levas, sembrando el desánimo. Contaban a los hombres que los bereberes habían venido tan solo a por botín y que una vez obtenido se retirarían, que era absurdo poner en riesgo sus vidas por defender al usurpador, y que era mejor dejar que los musulmanes le matasen en combate y así los godos se librarían de él para recuperar a su rey legítimo. Tales desánimos no solo los sembraban por las tiendas de los de Tarraconense y Septimania, sino también en las de los guerreros de otros nobles no chindasvintianos.
Pero aparte de esta traicionera labor de zapa en retaguardia, Oppas enviaba emisarios al campamento norteafricano para entrevistarse con Tarik, mientras el conde Urbano Juliano ejercía de intermediario. Estos le prometían poner en sus manos al ejército cristiano, pasarse a su bando en pleno combate y entregarle la victoria, a cambio de que favorecieran sus intereses y le ayudaran a coronar de nuevo al joven Agila. Tarik negociaba sin ninguna prisa, sabiendo que la discordia reinaba en el campo de sus enemigos, y que el tiempo corría a su favor.
Los ejércitos
Llegados a este punto, vale la pena recordar cómo combatían godos y bereberes, para hacernos una idea acerca del aspecto que tendría la batalla desde un punto estrictamente militar.
Desde sus orígenes en la orilla meridional del mar Báltico, los godos, como casi todos los germanos, basaron su modo de combatir en la llamada “línea de escudos”: una fila continua de lanceros, en la que cada miembro era protegido por el escudo del compañero derecho, mientras con su escudo protegía a su compañero izquierdo. Era una estructura de defensa frontal muy fuerte, apta para rechazar tanto proyectiles como cargas de caballería, y tenía ventaja defensiva frente al ataque de otra línea de escudos. Existían guerreros germanos especializados en tratar de romper la línea enemiga, con espadas o hachas. Eran la élite de la tribu, hombres gigantes, con buenas armaduras, fama de bravura, terribles tatuajes y habitual consumo de sustancias alcohólicas antes de entrar en combate; pese a su especialización en “romper escudos”, era tarea muy difícil, y con frecuencia infundir terror en la línea enemiga era la clave del éxito para ellos. El papel de este tipo de guerreros, con la cristianización y el contacto con la civilización latina, fue asumido por los nobles y sus paladines, cuyo prestigio social descansaba en buena parte en su valor y habilidad guerrera.
La línea de escudos tenía, no obstante, las desventajas propias de una estructura defensiva poco flexible. Por supuesto, era vulnerable a un ataque por retaguardia, pero esto era infrecuente. Su principal debilidad era la posibilidad de romperla por algún punto: en el momento en que el lancero perdía el apoyo de su compañero de escudo, corría un riesgo cierto de verse superado. Era preciso un alto grado de entrenamiento y valor (que solo se adquiría con la veteranía), para sostener la posición en esas circunstancias. Por ello, la clave de la estrategia goda era lograr romper la línea enemiga en un punto. Teóricamente, los flancos eran los lugares más propicios, pero para lograr envolver a un ejército por el flanco era precisa una coordinación y capacidad táctica de la cual los ejércitos germánicos de la alta edad media estaban muy lejos.
Asociados a la línea de escudos se hallaban unidades tenidas por menos importantes. La infantería ligera había existido desde los primeros tiempos, y estaba formada normalmente por los miembros más jóvenes y más pobres de la tribu. El contacto con hunos y romanos había alentado a los godos a desarrollar y especializar algo más estas unidades, aunque seguían siendo secundarias: los lanzadores de venablos o dardos (que en España eran particularmente hábiles por heredar la rica tradición celtíbera en este formato de combate) eran interesantes, pues podían llegar a atravesar los escudos de la infantería pesada si se acercaban lo suficiente. Para evitarlo existían otras unidades, como los arqueros y los honderos (esta última, típicamente hispana), que les hostigaban antes de llegar a una distancia peligrosa. Todos ellos, por supuesto, combatían con poca o ninguna armadura; en todo caso, de cuero u otros materiales que no limitaran su velocidad y agilidad, su principal arma defensiva.
La caballería nunca tuvo un gran desarrollo entre los visigodos, que jamás aprendieron a combatir a caballo con la maestría de los hunos. Asimismo, España era en aquella época una tierra con escasas cabañas de sementales. Con todo, existían unidades de caballería ligera, aptas para la exploración, para hostigar a la infantería ligera o para perseguir a los enemigos en fuga. Los nobles acudían al combate a caballo, pero desmontaban para luchar, y los equinos quedaban a retaguardia, por si era necesario emplearlos, bien para la huida, bien para la persecución.
Entre los godos, tanto el armamento como la organización era un asunto de índole social. El ejército estaba formado por la unión de las huestes privadas de los nobles, entre los cuales la del rey era solo una más (aunque fuera muy numerosa). Salvo la compañía de los spatharii cubiculum- la guardia real (un cuerpo eminentemente honorario, aunque con una cierta meritocracia)- el resto de combatientes dependían exclusivamente de su señor natural.
Cada noble se rodeaba de una compañía de hombres armados llamados bucelarii o fideles, profesionales de la guerra, bien armados y entrenados, que seguían las órdenes de su señor. En tiempos de paz mantenían el orden y ejecutaban las sentencias de la justicia. En tiempos de guerra, cada noble debía, por ley, añadir a su comitiva un porcentaje determinado de siervos armados a sus expensas, lo que se conocía como la leva (en la época que tratamos, la ley obligaba a llevar una doceava parte de todos los esclavos o clientes). Como es lógico, los aristócratas procuraban levar al menor numero posible de vasallos- solían ser campesinos, y la cosecha se resentía de su ausencia-, y por lo común los armaban insuficientemente. Obviamente, tanto su capacidad combativa como su moral eran muy bajas, y solamente su elevado número (formaban el grueso del ejército) les daba alguna utilidad. La línea solía estar formada por bucelarios y los siervos a los que había alcanzado para lanza y escudo. La infantería ligera estaba formada íntegramente por siervos.
Los bereberes tenían una disposición similar, pero con importantes variaciones. Ante todo, su línea de escudos era menos importante y más débil. Los bereberes solían ir peor armados que los bucelarios godos, aunque su armamento y entrenamiento era más homogéneo. Asimismo, eran todos guerreros curtidos y experimentados, superando en ello a la masa de siervos bisoños reclutados a la fuerza que constituía el grueso del ejército cristiano. Por otra parte, daban más importancia a la infantería ligera (arqueros y jabalineros, y también algunos honderos), y sobre todo, tenían una gran tradición militar en el empleo de la caballería ligera, tanto lanceros como sobre todo lanzadores de venablos montados, arte en que eran los maestros de su época. No hay duda de que en la jornada de Guadalete los berberiscos contaron con más jinetes que los godos. Asimismo, frente a la doctrina de la ruptura de línea germánica, los berberiscos estaban acostumbrados a las tácticas ágiles como la emboscada, la escaramuza, la huida fingida y tantos otros recursos de la guerrilla empleada contra los invasores árabes en las montañas del Atlas unos años antes. Estas características dotaron al ejército de Tarik de una flexibilidad muy superior a la rígida táctica de las tropas de Rodrigo.
La polémica sobre la disposición del ejército de Rodrigo
Entre los godos la disposición del ejército se hacía por grupos nobiliarios por pura economía de medios. Cada hombre estaba acostumbrado a seguir las órdenes de su superior inmediato, el cual obedecía a su señor nobiliario. Tanto la línea como las unidades ligeras se colocaban en función del noble al que sirvieran, y no por ningún plan táctico preconcebido en función del tipo de combate que efectuaran o del armamento o coraza de que dispusieran. Asimismo, dependiendo del peso y amistades del noble, y no del tipo de tropas que aportase, se colocaría más cerca del centro, donde estaba el comandante. Este era otro motivo para que las tácticas complejas estuviesen proscritas: la organización no daba para mucho más que ponerse en fila y trabar combate con el enemigo.
De ahí que la iniciativa táctica favorita de los godos fuese la “ruptura por el centro”, es decir, cargar el peso del combate en el centro de la línea enemiga y tratar de romperla por ahí, dividiéndola en dos. Es por eso que el rey y los principales nobles (sobre todo los familiares y clientes suyos) se situaban en ese punto, acompañados de sus comitivas personales. Cuando combatían entre sí o con los francos, que empleaban una disposición similar, era frecuente que los comandantes se enfrentaran cara a cara en el mismo centro, provocando combates cuasi homéricos entre héroes, que en la edad media fueron tema preferente de los cantares de gesta. El capitán que derrotaba o mataba a su oponente, normalmente lograba romper la línea enemiga y se llevaba la batalla.
Aquí hemos de comentar una crítica que se efectuó posteriormente a Rodrigo. En efecto, cuentan las crónicas cristianas que el rey puso al obispo Oppas y a Sisberto (los hermanos menores del difunto rey Vitiza) al mando de ambas alas de la línea, y critican esta decisión como un exceso de confianza, al darles a sus enemigos políticos el mando de los importantes flancos. Los cronistas juegan con la ventaja de saber de antemano el desenlace. En realidad, y conociendo la forma de combatir de los godos, esta decisión era perfectamente comprensible. Rodrigo no podía prescindir de las levas viticianas por su número, y en aquella época sencillamente era impensable adjudicar su mando a otros nobles de su confianza (recordemos que los ejércitos nobiliarios eran, de facto, privados). El combate se iba a decidir en el centro de la línea, y los flancos eran la parte menos importante del dispositivo, por lo que la eventual falta de combatividad de los viticianos tendría allí menos impacto. Al dividirlos y alejarlos lo máximo posible entre ambos extremos, el monarca creyó así reducir al mínimo los inconvenientes del uso de esas tropas dudosas.
Lo que no esperaba el rey es que los viticianos fueran a hacer algo peor que mostrar escasa combatividad.
Las escaramuzas
El día 24 de julio, tras 5 días de infructuosas negociaciones diurnas y fructuosas conjuras nocturnas, Rodrigo decidió alinear a su ejército y comenzar la batalla. No obstante, hemos de tener en cuenta que para la mentalidad gótica el ataque a una línea enemiga era una empresa difícil y costosa en vidas. Por tanto, primero había que armarse de valor, tratar de reducir la resistencia de los bereberes empleando la infantería ligera, y rezar para que fuesen primero los adversarios los que iniciasen el combate, adquiriendo así ventaja los defensores.
Durante dos días, ambos bandos intercambiaron flechas, dardos, piedras, venablos, insultos y provocaciones, volviendo a su campamento por la noche sin llegar al contacto. Con todos los triunfos en su mano, Tarik no tenía ninguna prisa: su infantería ligera y su caballería se mostró sin duda muy superior a la de los cristianos, y por otra parte, su acuerdo con los viticianos había sido ya cerrado; tendría colaboración entre las filas enemigas cuando llegara el momento. Podía esperar indefinidamente.
Rodrigo, sin embargo, no podía. Seguramente ya le habían llegado rumores del desaliento que cultivaban los viticianos entre todos los hombres del campamento. Si esperaba mucho más, su ejército se habría desbandado antes de entablar combate. Era preciso atacar y obtener una victoria costara lo que costara, para alejar el peligro ismaelita y afirmar su trono ante los suyos.
La traición y la derrota
La mañana del día 26 de julio de 711, Rodrigo colocó su línea de batalla y ordenó el avance. No iban a haber más dilaciones. Era el momento de mostrar el valor godo y expulsar a los infieles de las tierras de España en nombre de Cristo. Junto al rey, en el centro de la línea, se hallarían sin duda sus familiares más cercanos con sus hombres y la guardia real de spatharii (pese a su nombre, eran también lanceros), en la cual, de creer a la tradición del siglo IX, se hallaba el joven Pelayo, hijo del asesinado duque de Galicia Favila. A los lados se hallaban el resto de nobles adictos, tanto menos cercanos en afecto al rey cuanto más alejados de él físicamente. Entre estos estaba el dux de Bética, Teodomiro. Por último, en los extremos, las levas del norte al mando del obispo Oppas (el primer prelado que conocemos que inaugurara la costumbre hispánica medieval de dirigir tropas en combate) y de su hermano Sisberto, cabezas del partido viticiano. Es imposible saber si los hijos de Vitiza- Agila, Olmundo y Ardabasto- se hallaban presentes en la batalla, aunque es posible, pues los godos templaban a sus hijos en el combate desde bien jóvenes.
Tras el preceptivo griterío inicial, los cristianos se lanzaron al ataque y se trabó la lucha mano a mano. Por desgracia, en este punto no hay mucho que podamos contar. Sólo sabemos que, a poco de iniciado el combate, o tal vez sin siquiera haber entrado en él, todas las tropas viticianas de las alas, a una señal de sus comandantes, sencillamente dieron media vuelta y echaron a correr. Al ver esta defección, las tropas inmediatamente contiguas, desalentadas y probablemente afectadas por los rumores de los días previos, desfallecieron y comenzaron también a huir. Apenas iniciada la batalla, la línea goda empezó a derrumbarse como un castillo de naipes, desde las alas hacia el centro.
Allí combatía el rey con sus más afectos, y al poco se encontró que la mayor parte de su ejército estaba huyendo. Peor aún, los bereberes, bien advertidos de lo que iba a suceder, se abstuvieron de perseguir a los que huían- como era costumbre- y efectuaron una impecable maniobra envolvente, rodeando a los leales al rey. En este punto, el valor de Rodrigo resultó fatal. Si hubiese decidido emprender la huida y reorganizar el ejército en otro punto, es posible que la mayor parte de sus hombres se hubiesen podido salvar, así como la autoridad de un monarca para dirigirlos. En cambio, Rodrigo, decidido a no mancillar su honor con una huida (añadamos que su cobardía hubiese sido una buena excusa para destronarle) y tal vez confiando en que si acababa con Tarik y rompía el centro enemigo aun podría alcanzar la victoria, continuó combatiendo con empeño junto a los suyos. Durante varias horas la hueste real luchó con coraje, en inferioridad numérica y rodeados por todas partes, pero al cabo, vista la inutilidad de la resistencia, también ellos comenzaron a huir. La batalla se había perdido.
¿Dónde está el rey?
En este punto consideramos uno de los grandes misterios históricos de España. Sabemos que el duque Teodomiro y Pelayo lograron escapar, pero ¿qué fue del rey Rodrigo, del cual no tenemos ninguna otra noticia fehaciente? La Crónica mozárabe, el texto más antiguo, se limita a decir que la batalla fue “el fin del rey Rodrigo”, sin especificar si murió en ella, o tras su derrota fue destronado, o más bien que desapareció sin dejar rastro. Parece que esa es la conclusión que debemos adoptar, pues en el resto de relatos aparecen diferentes versiones, algunas muy pintorescas. Por ejemplo, una crónica árabe muy posterior dice que Tarik le cortó la cabeza y se la envió a Muza, pero el resto de textos orientales no la recogen. Una crónica cristiana afirma que logró escapar y dirigió la postrer resistencia goda en Mérida y Segoyuela; otra, que huyó para terminar su vida haciendo penitencia por sus pecados y siendo enterrado en Lusitania. La mayoría, en fin, dicen que (al igual que el último emperador de Constantinopla) no se le volvió a ver ni se pudo hallar su cadáver. Todo el recuerdo que dejó fue el de su caballo Orelia, cuyo cadáver fue visto a orillas de un riachuelo cercano. Sin duda, no hubiese escapado muy lejos de ir montado en él.
La persecución
Dado el desarrollo de los hechos, es fácil pensar que, exceptuando el grupo más cercano al rey Rodrigo, la mortandad había sido escasa. El grueso del ejército cristiano escapó hacia el Guadalquivir. Si Tarik había tenido hasta este momento una actitud pasiva, esperando que los acontecimientos le pusieran la victoria en bandeja, mostró de inmediato un gran temple. A marchas forzadas persiguió al ejército cristiano en fuga, pasó de largo Sevilla y alcanzó la ciudad de Astigi (Écija), donde tal vez algún influyente noble del partido rodriguista trataba de recomponer las fuerzas. La ciudad fue tomada, no sabemos en qué circunstancias, y los restos del ejército godo derrotados, perseguidos y definitivamente dispersos. Nada quedó ya del poderoso ejército que levantara Rodrigo. Teodomiro se refugió en sus posesiones en Bastetania, y Pelayo junto a sus familiares en Gijón. No sabemos qué nobles pudieron huir y cuales perecerían; quienes serían capturados y se someterían para obtener la libertad.
Desembozada ya su defección, los viticianos acompañaron y ayudaron al caudillo bereber. Urbano Juliano y Oppas fueron los consejeros evidentes de Tarik, puesto que en lugar de iniciar un plan metódico de conquista de plazas importantes, el berberisco se embarcó en una campaña velocísima por medio de territorio enemigo, persiguiendo unos objetivos políticos muy claros. En primer lugar, remontó el gran río y llegó en agosto a las puertas cerradas de Córdoba, la plaza fuerte de la familia de Rodrigo. La ciudad se resistió y los bereberes le pusieron sitio durante 2 meses, sin lograr su rendición.
En ese momento era ya del dominio público la traición de la familia de Vitiza al rey elegido por los nobles. Aunque no tenemos testimonios directos, por los hechos posteriores podemos deducir qué, mientras en las tierras y posesiones de los viticianos se celebró con júbilo la jornada, el resto de clanes nobiliarios cobró gran aversión a los felones que habían violado el juramento de fidelidad hecho al rey. El obispo Oppas comprobó con preocupación que la mayoría de familias nobles no estaban dispuestas a acatar la natural sucesión en su sobrino Agila, el hijo del rey Vitiza, y preparaban una reunión en Toledo para elegir un nuevo monarca que combatiese a los viticianos y a sus aliados extranjeros. Indudablemente, para los godos había estallado una nueva guerra civil, en la que Tarik y sus berberiscos jugaban un papel aparentemente secundario, como mercenarios de un bando. La preocupante ceguera política y la ignorancia de los nobles hispanogodos, tanto los viticianos como sus rivales, en todo este proceso, muestra el alto grado de egoísmo, desconocimiento de política exterior y autismo de la aristocracia hispanogoda contemporánea. Verdaderamente, como afirmaron las crónicas medievales, la invasión sarracena fue un castigo providencial a los vicios y pecados de los godos. Pronto despertarían de su largo sueño.
La toma de Toledo
Alertados por las noticias de resistencia en muchas partes de España, los viticianos apresuraron a Tarik a dirigirse rápidamente a Toledo para evitar la proyectada reunión de magnates godos. Dejando una fracción de su ejército sitiando Córdoba, el liberto y Urbano Juliano cruzaron Sierra Morena y se dirigieron al norte a finales de octubre de 711. Por delante marchó el obispo Oppas, con la misión de facilitar sus objetivos. La capital era mayoritariamente rodriguista, pero al presentarse tan de improviso el ejército musulmán frente la ciudad indefensa, cundió el miedo. Muchos huyeron, como el metropolitano Sinderedo que marchó a Roma. Otros se dejaron seducir por las promesas del obispo Oppas y pactaron con su facción. Algunos, al fin, intentaron presentar resistencia. Con la colaboración de aquellos unidos al bando viticiano, los judíos de la ciudad (oprimidos por las leyes godas durante casi un siglo) abrieron las puertas y Tarik conquistó Toledo sin lucha el 11 de noviembre de 711. Habían pasado seis meses y medio desde que desembarcara en Gibraltar, y tres y medio desde que venciera a Rodrigo en el Lago de la Janda. Para los parámetros altomedievales, una auténtica guerra relámpago. Su éxito se entiende mejor si somos conscientes de la colaboración fundamental que obtuvo de una parte de los godos.
La pérdida de la capital fue fundamental. A partir de este momento el reino godo entró en un proceso cierto de descomposición, pues los clanes nobiliarios resistentes no encontraron la forma y el lugar para ponerse de acuerdo y elegir otro rey. La ausencia de una dirección firme en la resistencia fue determinante. A partir de ese momento, la lucha contra los invasores se haría de forma dislocada, espasmódica e ineficaz.
Tarik entró en la ciudad y se sentó en el trono de los godos, mientras sus tropas ocupaban todas las puertas y puntos clave de la capital. A las peticiones de Oppas y los viticianos- tal vez aconsejado por Urbano Juliano, que con posterioridad se mostraría el principal consejero de los árabes- rechazó coronar a Agila como rey de España, y se comportó en todo como el conquistador que era. Por ejemplo, saqueó la cámara del tesoro real, tomando las famosas coronas de oro de los reyes visigodos que darían lugar a la leyenda de la habitación de Toledo (probablemente se trataría de coronas votivas) y guardando para sí la más preciada pieza del mismo, la llamada “mesa de Salomón”, un mueble chapado en plata y oro que el emperador Tito había obtenido del saqueo de Jerusalén, y Alarico ganó al conquistar Roma en 410.
La historia no recoge la reacción inmediata de Oppas al ver que sus supuestos colaboradores habían decidido imponer sus propias ambiciones. Mientras permanecía en Toledo tratando de negociar de nuevo con los ismaelitas, ordenó a sus partidarios proclamar a Agila II como rey allí donde gobernaban, tratando de imponer una política de hechos consumados (por ese motivo sería condenado a muerte por Muza un año después, aunque no sabemos si la sentencia llegó a ejecutarse). Tenemos varias monedas del joven Agila acuñadas en diversas ciudades de la parte marítima de la Tarraconense y Septimania (Tarragona, Gerona, Narbona) a partir de finales de 711. La fragmentación y anarquía se apoderaban de España mientras la noticia de que la capital del poderoso reino hispano había caído llegaba a todos los rincones de la península y viajaba hasta el norte de África y Damasco.
Desalentados y traicionados por los judíos (que colaboraron con el invasor), los defensores de Córdoba rindieron la ciudad en diciembre de 711. Fue el primer pacto de vasallaje y tributo a cambio de conservar sus leyes, religión, magistrados y bienes que conservamos entre hispanogodos y musulmanes. A partir de ese momento, atomizada la resistencia hispana, los invasores hicieron rápidos progresos. En 712 Muza cruzó el Estrecho con unos 10.000 árabes. Tanto juntos como por separado, Tarik y Muza emprendieron varias campañas en las que no faltaron resistencias, sitios y batallas, pero sobre todo abundaron rendiciones pactadas. Los árabes obligaron a abdicar a Agila II en 714 y terminaron sus conquistas peninsulares rindiendo Pamplona en 717. Para ese año, los dos conquistadores ya no estaban en España, habían marchado a Damasco a rendir cuentas a Al Walid, acusados de corrupción por haberse quedado con objetos de saqueo que pertenecían por ley al califa.
Conclusiones
La toma de España por el califato árabe fue una de las conquistas más rápidas de la historia antigua; ya vimos que eso fue principalmente posible por la colaboración de parte de la población del reino (viticianos y judíos, aunque por motivos bien distintos). Solo las baldías tierras de vascones, cántabros y astures fueron dejadas de lado, y ciertamente los musulmanes tendrían tiempo de arrepentirse amargamente de esa dejación. Mientras tanto, el territorio ocupado se organizó como un nuevo emirato, el de Al-Andalus, sirviendo de plataforma incluso para un intento de penetración en el corazón de Europa en la década de 720, que tuvo su punto final en la batalla de Poitiers (año 732) en la que fueron vencidos por el mayordomo franco Carlos Martel, hijo de Pepino de Hersital. En la provincia gala de Septimania vivió sus últimos años el reino godo, al ser elevado un oscuro rey llamado Ardo, que gobernaría en Narbona desde 714 hasta 719, cuando fue derrotado y depuesto por los musulmanes. Los condes godos de Carcasona y Nimes se rindieron en 725 poniendo fin al reino visigodo.
En el imaginario de la expansión árabe, la toma del rico reino hispano siempre fue tenida como uno de sus más brillantes episodios, sobre todo porque con el tiempo, el emirato -luego califato- de Al-Andalus fue considerado como un centro de saber, cultura y riqueza con pocos parangones en toda la historia del mundo árabe. Fue el auténtico jardín occidental del islam, y todavía hoy los musulmanes piadosos suspiran por su pérdida (España es el único territorio islamizado que ha abandonado esa fe en todo el mundo).
La población hispanogoda, sojuzgada por un sistema prefeudal con grandes desigualdades, debilitada por hambrunas y plagas, una vez consumada la derrota aceptó con gran mansedumbre el estado de cosas, prefiriendo pactar con los invasores para conservar su fe y costumbres. No pocos nobles godos se sometieron a los musulmanes de buen grado para conservar sus posesiones (comenzando por los viticianos, que acabaron por acatar el dominio califal a cambio de recuperar las 3.000 fincas arrebatadas por Rodrigo a su familia, siendo servidores fieles de los emires de Córdoba). La única excepción fueron los hispanogodos del norte y los vascones.
Los judíos obtuvieron muchas prebendas y la proscripción de las leyes que les impedían practicar su fe, a cambio del apoyo prestado a los conquistadores. Se calcula que hasta finales del siglo VIII la mayoría de la población del emirato era cristiana, pero los hijos de los derrotados se fueron convirtiendo al islam, de forma sincera o interesada, pues de esa forma podían alcanzar cargos oficiales y librarse del pago del impuesto a los infieles. Para el siglo IX la mayoría de la población ya era musulmana, y en el siglo X los cristianos, llamados mozárabes, constituían minorías poco importantes, que acabaron por desaparecer en su mayor parte con las invasiones africanas de almorávides, almohades y benimerines. Estos mozárabes conservaron la memoria del antiguo reino godo, y al hacérseles insoportable la vida bajo el dominio de los emires- por los desprecios y las persecuciones a los que periódicamente eran sometidos-, emigraron en buen número hacia el norte, para vivir en el pujante reino de León, al que aportaron toda su herencia, su espiritualidad, su odio al infiel y su reivindicación de aquel reino godo perdido en la jornada de Guadalete.
Los cristianos de España tardaron casi ocho siglos en recuperar la península de manos de los musulmanes. Fue una empresa titánica, de muchas generaciones, de muchas victorias, derrotas, muertes y lágrimas, que marcó la forma de ser hispana y la visión que de los musulmanes y los norteafricanos (los “moros”) tuvieron en lo sucesivo. Esta empresa no hubiese sido posible sin una gran espiritualidad, y un acendrado sentido de arrepentimiento y penitencia por sus pecados, como se puede ver en época temprana en el discurso que la Crónica de Alfonso III pone en labios del rey Pelayo [3]. El espíritu de Cruzada marcó para siempre a España, con una fe profunda en Jesucristo y una influencia fundamental de la Iglesia y la religión (en la sociedad, en la cultura, en las costumbres, en la política), así como una gran devoción a la Virgen y los santos (como Santiago, acogido como patrón de las Españas durante la fase leonesa de la Reconquista), que alcanzó más allá de la toma de Granada y se proyectó en la gran aventura americana; y que de hecho ha identificado a nuestro pueblo como la gran nación católica de Occidente hasta hace apenas 40 años.
Nada de ello hubiese sucedido de no ser por la jornada aciaga de Guadalete.
[3] Acercóse hasta él el obispo Oppa y le dijo [a Pelayo]: -“No ignoras, hermano, que toda España cuando estaba instituida bajo el régimen de los godos y con su ejército unido, no fue capaz de contener el ímpetu de los ismaelitas. Entonces, ¿cómo podrás defenderte tú en ese agujero de la montaña? Atiende mi consejo y cambia tu ánimo y voluntad, y la paz con los árabes te permitirá muchos beneficios y disfrutar tus bienes”. A lo cual [respondió] Pelayo: -“No haré sociedad ni amistad con los árabes ni me dejaré subyugar por su imperio. ¿Tú no ignoras que la Iglesia de Dios es comparable a la luna que se oculta por un tiempo y luego torna a su primera plenitud? Confiamos por la misericordia Divina en que desde este monte que estás viendo se restaurará y salvará [volverá la salud] a España y al ejército y a la nación de los godos, para que se cumpla en nosotros la palabra profética que dice: -“Los trataré con la vara de sus iniquidades y con el azote de sus pecados, mas no les privaré de mi misericordia”. Y de la misma manera que aceptamos, por merecida, la severidad de la sentencia [igualmente] aguardamos la misericordia, la restauración de la Iglesia, Nación y Reino, y por ello despreciamos a esa muchedumbre de paganos por la que no sentimos ningún temor”. Crónica de Alfonso III (versión ad Sebastianum), acerca de la batalla de Covadonga.
Hoy se cumplen trece siglos exactos del comienzo de la batalla más trascendente de la historia de España, la única que cambió de forma duradera su ser. Es muy probable que, pese a su importancia, esta fecha pase desapercibida en los medios de comunicación, en una sociedad como la nuestra, que ha olvidado sus raíces.
¿Qué sabemos de la llamada Batalla de Guadalete, librada tal día como hoy del año 711? Probablemente, que terminó con la victoria de los moros invasores y la desaparición del reino visigodo en España. Y poco más. Sin embargo, las consecuencias de esa batalla (la incorporación de España al mundo islámico y oriental) marcaron profundamente nuestra cultura y forma de ser: desde la legislación hasta el arte, pasando por la toponimia, la gastronomía, la arquitectura, la literatura o la agricultura. Desde 711 hasta 1609 pasaron 9 siglos de presencia musulmana en nuestra patria. Presencia que además fue dominante en buena parte de ese periodo, desde apenas 10 años en Gijón, 50 años en Galicia, 90 años en Barcelona, 100 años en León, 370 años en Toledo, 400 años en Zaragoza, hasta los 525 en Valencia, Sevilla, Murcia o Córdoba, o los 775 en Granada y Málaga. Militarmente sin interés, la batalla de Guadalete tuvo un impacto fundamental en la historia de España y no poco importante en la de Europa.
La Batalla de Guadalete es uno de los episodios más mitificados de nuestra historia, sorprendiendo la escasa y tardía documentación de la que disponemos, causa de los muchos tópicos populares que ha generado. ¿Se sabe, por ejemplo, que es muy probable que en el bando invasor no hubiese ese día ni un solo árabe, y que sin embargo está documentada la presencia de católicos, y de hecho todos los musulmanes de ese ejército habían sido cristianos 10 años antes? ¿O que no se libró junto al río Guadalete, dándosele ese nombre posteriormente por un error de transcripción del árabe? ¿O que, contra lo que dijeron las crónicas posteriores para justificar la derrota cristiana, el ejército godo era muy superior en número? ¿O que entre ambos contendientes se superaron con mucho los 50.000 guerreros, siendo una de las más grandes de su época, y sin embargo duro pocas horas, y hubo (relativamente) pocas bajas? ¿O que el rey Rodrigo planificó la batalla de forma responsable y cauta, y que ni mucho menos desdeñó o infravaloró a su enemigo? ¿O que no estamos seguros de que Don Rodrigo muriese en la batalla, y que no fue “el último rey godo”?
Lo mismo podemos decir de sus consecuencias. ¿Somos conscientes de que las contemporáneas regiones españolas (con sus personalidad, afinidades y rencillas) nacen tras la división territorial y religiosa posterior a esta batalla? ¿O que existen diversas lenguas romances en nuestra patria por esa misma causa? ¿O que las costumbres tan diversas entre el norte y el sur peninsular dependen en gran medida del tiempo pasado bajo la dominación musulmana? ¿O que incluso algo tan aparentemente lejano como la conquista y evangelización de América se hizo con patrones de comportamiento heredados de la lucha contra los infieles?
Los españoles de hoy en día no somos conscientes del trauma que supuso para los cristianos hispanos de los siglos posteriores aquella jornada. Son incontables los recuerdos, cantares o crónicas medievales sobre aquella derrota y aquel reino perdido en todos los reinos del norte, pero principalmente en el de Asturias-León, el cual en el siglo IX trató de asentar su preeminencia sobre todos los cristianos de España reclamando la herencia (en parte real, en parte fabricada) de aquel reino perdido, del que recogió leyes, títulos, honores, organización y una nostálgica imagen idealizada de lo que fue la monarquía goda. El fracaso del reino leonés ante el califato musulmán de Córdoba no hizo desaparecer dicha reivindicación, heredada por los reyes posteriores, entre los que encontramos alusiones explícitas a ese “reino hispano” de los godos, desde Sancho el Mayor de Navarra (que por su origen vascón sería el reino que menor vinculación podría evocar), pasando por los reyes de Aragón y los condes de Barcelona, hasta la toma de Toledo por el rey Alfonso V en 1085, preñada de simbólicos detalles que trataban de afirmar la continuidad entre godos y leoneses como titulares de la corona de España, justificando así el término de Reconquista que se dio a la empresa de expulsar a los musulmanes de la península ibérica. La recuperación de una herencia arrebatada ilegítimamente por los ismaelitas invasores como castigo de Dios a los pecados e incurias de una población representada en sus vicios por sus monarcas y nobles, particularmente el último, el infortunado Don Rodrigo.
La reconquista de un reino cristiano (rico, culto, poderoso) perdido en una aciaga jornada; como decía el romancero medieval, en “el día que se perdió España”. El día de la batalla de Guadalete.
Fuentes
Los últimos años del reino visigodo carecen de fuentes contemporáneas, tanto cristianas como musulmanas. La mención más antigua está recogida en un texto de 741, la llamada Crónica bizantino-árabe, de probable autor oriental, pero es sumamente escueta y se limita a citar la conquista de España por Muza. La primera fuente que la desarrolla es la Crónica Mozárabe, un anónimo de probable autor eclesiástico, escrita en torno al año 754 en Córdoba, y que pretendía ser una continuación de la Crónica de san Isidoro del reino godo. Narra con más detalle los últimos años del reino (elogiando a Vitiza, y considerando el acceso al trono de Rodrigo obra de una revuelta nobiliaria) y la batalla, pero apenas profundiza en los hechos, sacrificando la profusión de datos a la prosa rimada que exhibe y al lamento de la ruina de la nación [1]. Del año 818 es la interesante crónica franca del monasterio aquitano de Moissac, donde por primera vez se cita que la lujuria del rey Vitiza contagió al clero y pueblo, causando la ira de Dios.
Muy posterior es la Crónica de Alfonso III, en sus códices Albeldense y Ovetense, fechada en el año 883, y que presenta un relato mucho más completo y colorido. Por desgracia en él hay recogidas tanto tradiciones auténticas como rumores, añadidos idealistas y políticos e incluso concesiones al lirismo y la experiencia sobrenatural. Es la primera crónica que rehabilita a Rodrigo, considerando su acceso al trono electivo y legítimo.
El rey Alfonso III, su patrocinador, se vinculó conscientemente a los reyes godos para afirmar tanto su derecho al trono ante sus familiares, como la primacía del reino leonés frente a otras monarquías hispanas; él fue el inventor del término “reconquista” a la guerra contra el infiel. Esa voluntad se vio plenamente plasmada en el texto, y no siempre resulta fácil distinguir en él lo genuino de lo añadido. Por ejemplo, incluye la particular interpretación de una profecía de Ezequiel (cap. 38), por la cual la dominación árabe se extinguiría en España a los 170 años de su comienzo. Esa fecha se cumplía exactamente el año de la redacción de esta crónica.
La crónica de Alfonso III será empleada como base para todos los cronicones medievales cristianos, comenzando por un códice de la misma, llamado Sebastianense, inmediatamente posterior, que ya introduce algunas modificaciones tendentes a ensalzar a los godos como reflejo del contemporáneo rey leonés, o la muy próxima Crónica profética, que incide en la conquista musulmana como castigo divino a los pecados de los reyes godos.
De mediados del siglo XI son dos crónicas, la llamada Crónica de Sampiro (obispo de Astorga), que sigue en general a la de Alfonso III, y la Chrónica Gothorum (conocida como Pseudo-isidoriana), que tiene el interés de haber sido escrita en Toledo por un mozárabe, y que cita por primera vez el episodio de la ofensa a la hija del conde don Julián (atribuyéndola a Vitiza), justificando de ese modo la invasión musulmana. Hacia 1125 se escribió la Crónica Silense, en el monasterio de san Isidoro de León. Su autor es indudablemente un mozárabe exiliado, pues muestra un buen conocimiento de las fábulas que sobre la conquista circulaban en el territorio andalusí. Se trata del primer texto que hace un análisis profundo del tema, atribuye definitivamente la pérdida de España a la Providencia, en castigo por los pecados de los hombres, sobre todo los últimos reyes (particularmente muestra una gran inquina hacia Vitiza, mientras cita por vez primera la ascendencia regia de Rodrigo a modo de legitimación). Es también el primero que habla del episodio del vaciamiento de los ojos al padre de Rodrigo, justificando así el encono entre ambas familias. También cita el estupro de Rodrigo como la causa de la traición del conde Julián. Es una desgracia que este texto, tan lejano en el tiempo, beba de fuentes corrompidas y poco fiables, pues por estilo y amenidad, es el primer estudio amplio que hallamos.
La tardía crónica Historia de los hechos de España del navarro Jiménez de Rada (siglo XIII) compendia y resume todas las leyendas y tópicos, tanto cristianos como musulmanes, que han pasado a la cultura popular española sobre el episodio. Concentra sobre Vitiza toda la responsabilidad por la pérdida del reino, por sus vicios personales y sus acciones políticas (venganzas familiares y favor hacia los judíos). Es obvio que la figura del hijo de Egica sufrió un notable deterioro a cada nuevo cronicón que veía la luz, viniendo a ser el responsable máximo de la pérdida del reino para los cristianos medievales. Jiménez de Rada considera que la causa principal, no obstante, era el castigo divino por la violenta y fratricida afición de los visigodos a disputarse el trono por la fuerza, lo que las propias crónicas de la época habían llamado el morbo gotico, y sobre cuyas funestas consecuencias había advertido proféticamente el propio san Isidoro al inspirar el célebre canon 75 del IV concilio de Toledo en 633 [2].
Entre los historiadores árabes el relato de la batalla y la conquista es posterior. Por ejemplo, los primeros autores de finales del siglo VIII y principios del IX (Ben Isa, Bedr, Ajbar Machmua) no citan estos hechos, salvo para decir que los antepasados de sus señores tomaron parte en la ocupación de España junto a Muza (un timbre de alcurnia para los señores musulmanes de Al-Andalus). La primera crónica árabe se debe a Abd al Malik ben Habib, llamado el Solamí (muerto en 854), que cuenta con cierto detalle la campaña musulmana, siendo la fuente en la que beben todos los autores posteriores. De finales del siglo IX es el Libro de las Banderas del persa establecido en Córdoba Mohamed ben Muza ar Razí, tenido por la primera descripción minuciosa de las campañas árabes en la península, pero cuyos fragmentos sobre la misma se han perdido, aunque se cree que fueron empleados por otros historiadores árabes.
Del siglo X son las crónicas de Aben Ayman y el gran Ahmeb ben Mohamed ar Razí, hijo del otro Razí (llamado el “moro Rasis” por los cristianos) que echan mano también de las fuentes latinas que hemos comentado, fijando la imagen legendaria y poética que quedaría en el imaginario árabe sobre la conquista profetizada al rey Rodrigo (la célebre historia de la habitación de los candados), el cual sería castigado por forzar a la hija de don Julián.
De finales del siglo IX es Ibn al Kutiya, descendiente de una nieta de Vitiza, un erudito que dejó escrita una crónica laudatoria de sus antepasados, a los que atribuía el mérito de la conquista árabe, marginando al conde Julián. El mejor de los historiadores árabes es Ibn Hayyan, su crónica de mediados del siglo XI recoge fuentes cristianas, pues sigue la versión viticiana de que Rodrigo no era de estirpe regia (al contrario del resto de historiadores árabes, que afirman la legitimidad de la elección rodriguista). Asimismo, incluye el mito de que el profeta Mahoma había vaticinado la conquista de España un siglo antes.
Podemos ver que con el paso del tiempo, tanto las fuentes cristianas como árabes tienden a ser más ricas, más elaboradas y a unificar en cierto modo su versión (sobre todo culpabilizando a Vitiza, aceptando la historia del estupro de Rodrigo y la traición del conde Julián y los hijos de Vitiza) indudablemente porque con el tiempo van bebiendo unas de otras, incorporando y repitiendo una serie de tópicos que quedarán fijos en la historiografía hasta bien entrado el siglo XIX.
Los preparativos
En un artículo anterior se relató cómo, aprovechando que Rodrigo se hallaba con el ejército real combatiendo a los vascones en Pamplona, el partido vitiziano- muy probablemente su cabeza, el obispo Oppas de Sevilla- por medio de su cliente el conde de Ceuta Urbano Juliano, envió a principios de 711 un mensajero al gobernador de Ifriquiya, Musa ben Nasir, prometiéndole su colaboración si invadía la península.
Musa, que contaba casi 70 años, sabia que era su última oportunidad para engrandecer más su fama como conquistador, ganada en Numidia y Mauritania. Pero el califa Al Walid, receloso de sus éxitos, prohibió que su gobernador emprendiera ninguna campaña en el reino hispano sin su permiso explícito. Sin duda, Musa se sentiría muy frustrado, pero era demasiado astuto y bravo para permitir que la advertencia del califa alterara sus planes. Probablemente la prohibición incluía también a otros nobles, pero eso era indiferente; en cualquier caso Musa no iba a permitir que otro árabe dirigiera su proyecto más ambicioso, llevándose el botín y la gloria. Dado que Al Walid no había puesto objeciones a las razzias efectuadas por sus soldados berberiscos en los años 709 y 710, enviar una nueva expedición- mucho más numerosa- no sería formalmente desobedecer al califa. Así se llevaría a cabo la empresa.
Al frente de la misma, Musa puso a su comandante de mayor confianza, un antiguo esclavo converso al islam (mawla), un berberisco liberto, probablemente de Numidia, conocido por Tarik ibn Ziyad (probablemente un apodo, pues Tarik significa “el golpeador”). Bajo su bandera se alineaban todos los bereberes capturados tras la derrota de la reina Kahina en 703 que se habían acogido a la oferta de Musa de conversión y libertad, enrolándose en un ejército que era más privado del caudillo yemení que oficial del califa. El comandante bereber que pasaría a la historia como conquistador de España apenas llevaba 10 años siendo musulmán, y había tenido anteriormente un nombre cristiano. Como él, prácticamente todo su ejército.
Tarik preparó un contingente calculado en torno a unos 7 a 8000 berberiscos renegados. El conde de Ceuta, Urbano Juliano, que había actuado de enlace con Oppas y los vitizianos, puso a disposición de la expedición sus naves para trasladarla a la península a través del Estrecho de las Columnas de Hércules.
Mientras dejamos a los bereberes embarcando hacia un destino incierto, reflexionemos sobre las expectativas de los protagonistas de este episodio histórico. No cabe ninguna duda de que en la mente de Musa se hallaba ya una expedición de conquista en el reino godo, más allá del tradicional saqueo, y desde luego mucho más allá de las ambiciones de los viticianos. No podemos saber cuál era el alcance exacto de esta conquista en su pensamiento, aunque probablemente lo acontecido en las semanas posteriores a la batalla de Guadalete sería demasiado bueno incluso para sus expectativas más optimistas. Para Oppas y el partido viticiano, los ismaelitas eran un instrumento para lograr expulsar a Rodrigo, y reponer a Agila II, hijo de Vitiza, en el trono que consideraban les pertenecía por derecho. Fácilmente habían confiado en el conde Urbano Juliano para que mediara con los infieles en provecho propio. Este plan no era en absoluto descabellado; con ayuda extranjera habían ascendido al trono reyes tenidos por legítimos como Atanagildo o Sisenando.
¿Y qué pensaba el tercer protagonista? ¿Tenía en mente en aquellos primeros días de la primavera de 711 el papel tan fundamental que había de jugar el conde de Ceuta? ¿Creía sinceramente trabajar en favor de los nietos de su suegro Egica? ¿O tal vez ya había decidido favorecer plenamente los proyectos de su nuevo señor mientras simulaba defender los intereses de los familiares del antiguo? Probablemente sólo Urbano Juliano sabía realmente cuáles eran sus planes.
[1] “¿Quién podrá, pues, narrar tan grandes peligros? ¿Quién podrá enumerar desastres tan lamentables? Pues aunque todos sus miembros se convirtiesen en lengua, no podría de ninguna manera la naturaleza humana referir la ruina de España, ni tantos ni tan grandes males como esta soportó. Pero para contar al lector todo en breves páginas, dejando de lado los innumerables desastres que desde Adán hasta hoy causó, cruel, por innumerables regiones y ciudades, este mundo inmundo, todo cuanto según la historia soportó la conquistada Troya, lo que aguantó Jerusalén, según vaticinio de los profetas, lo que padeció Babilonia, según el testimonio de las Escrituras y, en fin, todo cuanto Roma enriquecida por la dignidad de los apóstoles alcanzó por sus mártires, todo esto y más lo sintió España tanto en su honra, como también de su deshonra, pues antes era atrayente y ahora está desdichada.”
[2] “De aquí procede el que la ira del Cielo haya trocado muchos reinos de la tierra de tal modo que a causa de la impiedad de su fe y sus costumbres, ha destruido a unos por medio de otros. Por lo cual también nosotros debemos guardarnos de lo sucedido a estas gentes para que no seamos castigados con una repentina desgracia de esa clase, no padezcamos pena tan cruel”.
El desembarco
El día 28 de abril de 711 comenzó el paso de las naves invasoras por el estrecho, dando comienzo así a la invasión de España. No se sabe si fue el propio Tarik, o Urbano Juliano, quien decidió que el punto de desembarco sería la peña de Calpe, esto es, la columna de Hércules septentrional. Se trataba de un monte empinado confinado en una estrecha península. Un lugar fácilmente defendible, pero de escasas playas practicables. Fue una decisión excesivamente prudente y que causaría serios contratiempos.
En efecto, las naves ceutíes debían hacer numerosos viajes con pocos hombres que descargaban penosamente en los contados lugares acondicionados para ello, en un proceso interminable. Tarik fortificó de inmediato su campamento en la ladera del monte, pero la lentitud de la operación evaporó rápidamente el efecto sorpresa. El dux visigodo de la provincia Bética, Teodomiro, acudió de inmediato con los pocos hombres que pudo reunir (unos mil) teniendo en cuenta que el ejército se hallaba en el lejano norte. Al ver a los bereberes numerosos y bien atrincherados, se dio cuenta de que no se trataba de una expedición de saqueo como en ocasiones precedentes. De inmediato envió mensajeros rápidos alertando al rey.
Pocos días tardó Rodrigo en enterarse de esta nueva. No se le puede acusar en ningún caso de despreciar o desatender la amenaza. De inmediato suspendió las operaciones contra los vascones, y ordenó al ejército levantar el campamento y dirigirse al sur. Por delante de él envió a marchas forzadas un contingente con un número indeterminado de tropas escogidas para que se enfrentara rápidamente a los invasores. Al frente del mismo puso al hijo de su hermana, un conde al que los cronistas dan los nombres de Sancio (Sancho), Bencio o incluso Eneko. Pocas semanas después (podemos calcular que a finales de mayo o principios de junio) el contingente godo llegaba a las puertas del campamento musulmán y se preparaba para atacar. Dicen las crónicas que los invasores apenas habían podido trasladar 2000 guerreros. Tal vez hubiese tormentas que entorpecieran la operación, pues se antoja un número muy pequeño, incluso con las dificultades logísticas antes citadas. Sea como fuese, la expedición planeada por Musa corrió de inmediato un serio riesgo de acabar al poco de haberse iniciado.
La batalla de Gibraltar
A la vista del enemigo armado hasta los dientes, muchos soldados bereberes, habituados a cómodas razzias de saqueo sobre poblaciones indefensas, se aprestaron a retirarse. Para Tarik, sin embargo, no había opción: el fracaso hubiese supuesto el fin de su carrera militar, y probablemente también el de su cabeza. Reunió a los soldados, les recordó que combatían la guerra santa, la jihad contra el infiel, que Dios no podía abandonarles, y que había que vencer o morir. Asimismo, al igual que haría Hernán Cortés ocho siglos después, ordenó quemar las naves que se hallaban en la playa, acabando con toda opción de huida. Enardecidos por la arenga religiosa y resignados a no tener otra alternativa, los berberiscos se lanzaron a un combate del que poco sabemos. Únicamente que los invasores, superados en número, rechazaron el ataque y derrotaron a los veteranos de Sancio. La primera victoria contra un ejército godo enardeció a los guerreros conversos, ahora convencidos de su victoriosa misión divina. El peñón de Calpe fue rebautizado por los musulmanes como Yebel al Tarik (el monte de Tarik), del cual derivaría el nombre de Gibraltar por el que actualmente se le conoce.
Tarik actuó con presteza, y se dirigió al oeste, conquistando Carteya (cerca del actual san Roque) y tomando un puerto natural excelente en la misma bahía, al que los árabes pusieron el nombre de Al Yazirat al Andalus (la isla de los vándalos). Tal vez este término conservara la memoria popular del lugar desde el que partiera la flota vándala que invadió las posesiones romanas norteafricanas en el año 429. Ahora los bereberes hacían el camino inverso, y era África la que invadía Europa por el mismo punto casi tres siglos después. El puerto conservaría el nombre de Algeciras, y de su topónimo los árabes acabarían nombrando a todas sus posesiones en la península ibérica: Al Andalus.
Con un punto de desembarco mucho mejor, la operación adquirió un nuevo ritmo. En pocos días se completó el traslado de un número de hombres que los historiadores cifran entre 12.000 y 20.000 (mucho más probable la cifra menor). Entre ellos se incorporaron unos 5000 guerreros de la tribu ceutí de Gomera, los deudos de Urbano Juliano (bereberes católicos) que acudieron en virtud de su vasallaje a Musa. No es seguro- aunque sí probable- que el conde de Ceuta los dirigiera personalmente. Tarik estableció su nuevo campamento en Algeciras.
A mediados de junio Tarik ya contaba con todas sus fuerzas para iniciar la campaña. Rodrigo supo las nuevas de la derrota a su llegada a Toledo. No reparó en esfuerzos. Se dirigió con el ejército real (exercitus) a su feudo de Córdoba, lugar que señaló como punto de reunión del ejército de la leva (hostes) del reino, que fue convocado en su totalidad según lo dispuesto en la ley militar de Wamba, modificada por Ervigio. Hacía muchos años que no se producía una leva general en el reino visigodo para combatir a un enemigo extranjero.
La concentración de Córdoba
La pregunta natural que surge es ¿por qué Córdoba, tan lejana al teatro de operaciones? ¿no hubiese sido más natural que el rey convocase al ejército en una ciudad más cercana, como la capital bética, Sevilla? Analizando las razones de esta localización podremos entender mucho acerca de la situación interna del reino visigodo.
En primer lugar, hay que ser conscientes de que la convocatoria de la leva de todo el reino era un proceso lento. Si se realizaba su concentración demasiado cerca del lugar donde se hallaba el enemigo, este podía avanzar con rapidez e ir atacando por separado a los contingentes que acudían, destruyéndolos antes de unirse al ejército real. Hay una tradición asturiana muy posterior a la batalla, que narra que el protospatarius o comandante militar de la provincia de Galecia en aquellos años, llamado Orbita Ferrándiz (al que se hace hijo de un protospatarius llamado Vítulo, citado en los concilios XII a XVI), acudió con las levas de la provincia, pero a mitad de camino conoció el desenlace de la batalla y regresó a su tierra. A similar distancia, o mayor, se hallaban las provincias de Tarraconense y Septimania, regiones populosas que podían aportar muchos más hombres que Galecia, y cuyo concurso era imprescindible. Rodrigo recogió las levas de la Cartaginense y salió de Toledo (por última vez), dirigiéndose a sus feudos de Córdoba, donde el dux Teodomiro le aportaría los hombres de la Bética.
Y es que la segunda razón de que la concentración se hiciese en la plaza fuerte de su familia es que las tropas de Tarraconense y Septimania estaban al mando de duques viticianos (las de Tarraconense, teóricamente al mando de Agila). Lógicamente, no podía esperarse fidelidad o entusiasmo de unos nobles que habían luchado contra el rey apenas un año antes. Rodrigo tenía fundadas dudas en esos contingentes, pero ante una amenaza seria como la de Tarik no podía prescindir de ellos. Era mejor concentrarlos en “territorio amigo”, y nada mejor que la comarca de Córdoba dominadas por su familia. La eventual defensa de Sevilla (pese a ser la sede episcopal de Oppas, el cabeza de los viticianos) estaba segura en manos del fiel Teodomiro.
La veracidad de esta hipótesis la confirman los hechos: las levas del norte tardaron casi un mes en llegar a Córdoba, y acamparon fuera de los muros de la ciudad. No sabemos si los vitizianos recelaban de una emboscada de los chindasvintianos, o si fue el propio Rodrigo el que ordenó esa medida por desconfianza.
Narran aquí las fuentes árabes un episodio curioso que puede arrojar luz al asunto. Cuentan que Rodrigo se presentó en el campamento vestido de púrpura, con una corona de oro y montado en un carro dorado tirado por ocho caballos blancos. De entrada, la interpretación tradicional de este relato (conociendo que las fuentes árabes retratan a Rodrigo como arquetipo de soberbia) es que se trata de una traslación anacrónica del desfile triunfal con el que los emperadores orientales se presentaban a sus tropas, intentando deslumbrarlas y aumentar así su confianza en su comandante. A los musulmanes, que preconizaban la humildad y la confianza en Dios como puntales de su forma de conducirse, estas ceremonias militares bizantinas (heredadas de los emperadores paganos divinizados en vida) les llamaban la atención y les repugnaban por arrogantes e impías. En ese sentido, es posible que el autor de la crónica tratara de equiparar a Rodrigo con los emperadores orientales que, fiados en su gloria terrena, recibían en el campo de batalla el castigo a su soberbia de manos de los “verdaderos creyentes” (cabe la disgresión de recordar que en realidad los romanos de Constantinopla no fueron siempre tan desafortunados y que, de hecho, el imperio oriental sobrevivió al califato árabe).
Sin embargo, antes de aceptar esta explicación, merece la pena hacer una reflexión: el ritual cortesano bizantino había sido introducido en la corte goda por Leovigildo, más de un siglo atrás, y aunque no tengamos antecedentes de un desfile militar similar en los anales hispanos, tal vez no sea descabellado pensar que sí pudo tener lugar. Desde luego, pocos reyes godos habían tenido tanta necesidad de impresionar y alentar a sus tropas como esa mañana en que Rodrigo se presentó en el campamento de los viticianos. Si lo hizo envuelto en púrpura y coronado de oro, sobre un carro precioso, no cabe duda de que tenía buenos motivos para hacerlo.
Aparentemente, no obstante, los temores del rey eran infundados. Las levas del norte se unieron sin tumultos ni rebeldías al resto del ejército, y sus comandantes viticianos simularon una colaboración plena con el monarca, aceptando aparentemente la concordia alcanzada tras su derrota en Sevilla el año anterior. Las crónicas árabes afirman que el ejército cristiano era fuerte en 100.000 hombres, pero esta cifra es probablemente exagerada. Con todo, los historiadores modernos calculan que Rodrigo comandaba unos 40 a 50.000 hombres, número en absoluto desdeñable.
Habiendo hecho todo lo humanamente posible para enfrentarse con garantías a las huestes de Tarik, el monarca emprendió el camino hacia el sur, para enfrentarse con su destino y el de todo su reino.
Frente a frente
Los cristianos avanzaron pasando Sevilla y Asidona (Medina Sidonia). Tarik se puso en marcha con sus berberiscos, y ambos ejércitos acamparon uno en frente del otro el día 19 de julio del año 711.
¿En qué lugar exacto tuvo lugar el encuentro? La Crónica mozárabe le llama la batalla de Transductine Promontorios, en unos ilocalizables “promontorios trasductinos”. Los relatos árabes posteriores le llamaron Waddi Lakka, la “Batalla del Lago”. Los cronistas latinos medievales tradujeron “Waddi Lakka” por “Guadalete”, nombre de un río que nace en Grazalema, pasa por Arcos de la Frontera y desembarca junto al Puerto de Santa María, en la provincia andaluza de Cádiz. No obstante, los terrenos cercanos a ese río no son propicios a un combate multitudinario, ni están cerca de ningunos promontorios, ni se han hallado restos arqueológicos de una batalla. Los expertos contemporáneos han buscado un lago, y tienden a situar esta batalla en la laguna de la Janda (no lejos de Vejer de la Frontera y Barbate, a unos 70 kilómetros al sur del río Guadalete), junto a la cual existen tanto llanos propicios a la lucha como colinas.
La batalla no comenzó de inmediato, antes aún, durante varios días ambos contendientes se limitaron a mirarse frente a frente. Durante el día se sucederían las embajadas, en las que Rodrigo trataría de convencer a los norteafricanos para que se retirasen voluntariamente. Tarik tenía buenos motivos para atender a estas embajadas, aunque no tuviese ninguna intención de llegar a un trato, ya que le interesaba mucho más lo que sucedía por la noche.
En efecto, cuando caía el sol el campo cristiano se animaba enormemente. Los agentes de los viticianos recorrían las tiendas de los soldados y de las levas, sembrando el desánimo. Contaban a los hombres que los bereberes habían venido tan solo a por botín y que una vez obtenido se retirarían, que era absurdo poner en riesgo sus vidas por defender al usurpador, y que era mejor dejar que los musulmanes le matasen en combate y así los godos se librarían de él para recuperar a su rey legítimo. Tales desánimos no solo los sembraban por las tiendas de los de Tarraconense y Septimania, sino también en las de los guerreros de otros nobles no chindasvintianos.
Pero aparte de esta traicionera labor de zapa en retaguardia, Oppas enviaba emisarios al campamento norteafricano para entrevistarse con Tarik, mientras el conde Urbano Juliano ejercía de intermediario. Estos le prometían poner en sus manos al ejército cristiano, pasarse a su bando en pleno combate y entregarle la victoria, a cambio de que favorecieran sus intereses y le ayudaran a coronar de nuevo al joven Agila. Tarik negociaba sin ninguna prisa, sabiendo que la discordia reinaba en el campo de sus enemigos, y que el tiempo corría a su favor.
Los ejércitos
Llegados a este punto, vale la pena recordar cómo combatían godos y bereberes, para hacernos una idea acerca del aspecto que tendría la batalla desde un punto estrictamente militar.
Desde sus orígenes en la orilla meridional del mar Báltico, los godos, como casi todos los germanos, basaron su modo de combatir en la llamada “línea de escudos”: una fila continua de lanceros, en la que cada miembro era protegido por el escudo del compañero derecho, mientras con su escudo protegía a su compañero izquierdo. Era una estructura de defensa frontal muy fuerte, apta para rechazar tanto proyectiles como cargas de caballería, y tenía ventaja defensiva frente al ataque de otra línea de escudos. Existían guerreros germanos especializados en tratar de romper la línea enemiga, con espadas o hachas. Eran la élite de la tribu, hombres gigantes, con buenas armaduras, fama de bravura, terribles tatuajes y habitual consumo de sustancias alcohólicas antes de entrar en combate; pese a su especialización en “romper escudos”, era tarea muy difícil, y con frecuencia infundir terror en la línea enemiga era la clave del éxito para ellos. El papel de este tipo de guerreros, con la cristianización y el contacto con la civilización latina, fue asumido por los nobles y sus paladines, cuyo prestigio social descansaba en buena parte en su valor y habilidad guerrera.
La línea de escudos tenía, no obstante, las desventajas propias de una estructura defensiva poco flexible. Por supuesto, era vulnerable a un ataque por retaguardia, pero esto era infrecuente. Su principal debilidad era la posibilidad de romperla por algún punto: en el momento en que el lancero perdía el apoyo de su compañero de escudo, corría un riesgo cierto de verse superado. Era preciso un alto grado de entrenamiento y valor (que solo se adquiría con la veteranía), para sostener la posición en esas circunstancias. Por ello, la clave de la estrategia goda era lograr romper la línea enemiga en un punto. Teóricamente, los flancos eran los lugares más propicios, pero para lograr envolver a un ejército por el flanco era precisa una coordinación y capacidad táctica de la cual los ejércitos germánicos de la alta edad media estaban muy lejos.
Asociados a la línea de escudos se hallaban unidades tenidas por menos importantes. La infantería ligera había existido desde los primeros tiempos, y estaba formada normalmente por los miembros más jóvenes y más pobres de la tribu. El contacto con hunos y romanos había alentado a los godos a desarrollar y especializar algo más estas unidades, aunque seguían siendo secundarias: los lanzadores de venablos o dardos (que en España eran particularmente hábiles por heredar la rica tradición celtíbera en este formato de combate) eran interesantes, pues podían llegar a atravesar los escudos de la infantería pesada si se acercaban lo suficiente. Para evitarlo existían otras unidades, como los arqueros y los honderos (esta última, típicamente hispana), que les hostigaban antes de llegar a una distancia peligrosa. Todos ellos, por supuesto, combatían con poca o ninguna armadura; en todo caso, de cuero u otros materiales que no limitaran su velocidad y agilidad, su principal arma defensiva.
La caballería nunca tuvo un gran desarrollo entre los visigodos, que jamás aprendieron a combatir a caballo con la maestría de los hunos. Asimismo, España era en aquella época una tierra con escasas cabañas de sementales. Con todo, existían unidades de caballería ligera, aptas para la exploración, para hostigar a la infantería ligera o para perseguir a los enemigos en fuga. Los nobles acudían al combate a caballo, pero desmontaban para luchar, y los equinos quedaban a retaguardia, por si era necesario emplearlos, bien para la huida, bien para la persecución.
Entre los godos, tanto el armamento como la organización era un asunto de índole social. El ejército estaba formado por la unión de las huestes privadas de los nobles, entre los cuales la del rey era solo una más (aunque fuera muy numerosa). Salvo la compañía de los spatharii cubiculum- la guardia real (un cuerpo eminentemente honorario, aunque con una cierta meritocracia)- el resto de combatientes dependían exclusivamente de su señor natural.
Cada noble se rodeaba de una compañía de hombres armados llamados bucelarii o fideles, profesionales de la guerra, bien armados y entrenados, que seguían las órdenes de su señor. En tiempos de paz mantenían el orden y ejecutaban las sentencias de la justicia. En tiempos de guerra, cada noble debía, por ley, añadir a su comitiva un porcentaje determinado de siervos armados a sus expensas, lo que se conocía como la leva (en la época que tratamos, la ley obligaba a llevar una doceava parte de todos los esclavos o clientes). Como es lógico, los aristócratas procuraban levar al menor numero posible de vasallos- solían ser campesinos, y la cosecha se resentía de su ausencia-, y por lo común los armaban insuficientemente. Obviamente, tanto su capacidad combativa como su moral eran muy bajas, y solamente su elevado número (formaban el grueso del ejército) les daba alguna utilidad. La línea solía estar formada por bucelarios y los siervos a los que había alcanzado para lanza y escudo. La infantería ligera estaba formada íntegramente por siervos.
Los bereberes tenían una disposición similar, pero con importantes variaciones. Ante todo, su línea de escudos era menos importante y más débil. Los bereberes solían ir peor armados que los bucelarios godos, aunque su armamento y entrenamiento era más homogéneo. Asimismo, eran todos guerreros curtidos y experimentados, superando en ello a la masa de siervos bisoños reclutados a la fuerza que constituía el grueso del ejército cristiano. Por otra parte, daban más importancia a la infantería ligera (arqueros y jabalineros, y también algunos honderos), y sobre todo, tenían una gran tradición militar en el empleo de la caballería ligera, tanto lanceros como sobre todo lanzadores de venablos montados, arte en que eran los maestros de su época. No hay duda de que en la jornada de Guadalete los berberiscos contaron con más jinetes que los godos. Asimismo, frente a la doctrina de la ruptura de línea germánica, los berberiscos estaban acostumbrados a las tácticas ágiles como la emboscada, la escaramuza, la huida fingida y tantos otros recursos de la guerrilla empleada contra los invasores árabes en las montañas del Atlas unos años antes. Estas características dotaron al ejército de Tarik de una flexibilidad muy superior a la rígida táctica de las tropas de Rodrigo.
La polémica sobre la disposición del ejército de Rodrigo
Entre los godos la disposición del ejército se hacía por grupos nobiliarios por pura economía de medios. Cada hombre estaba acostumbrado a seguir las órdenes de su superior inmediato, el cual obedecía a su señor nobiliario. Tanto la línea como las unidades ligeras se colocaban en función del noble al que sirvieran, y no por ningún plan táctico preconcebido en función del tipo de combate que efectuaran o del armamento o coraza de que dispusieran. Asimismo, dependiendo del peso y amistades del noble, y no del tipo de tropas que aportase, se colocaría más cerca del centro, donde estaba el comandante. Este era otro motivo para que las tácticas complejas estuviesen proscritas: la organización no daba para mucho más que ponerse en fila y trabar combate con el enemigo.
De ahí que la iniciativa táctica favorita de los godos fuese la “ruptura por el centro”, es decir, cargar el peso del combate en el centro de la línea enemiga y tratar de romperla por ahí, dividiéndola en dos. Es por eso que el rey y los principales nobles (sobre todo los familiares y clientes suyos) se situaban en ese punto, acompañados de sus comitivas personales. Cuando combatían entre sí o con los francos, que empleaban una disposición similar, era frecuente que los comandantes se enfrentaran cara a cara en el mismo centro, provocando combates cuasi homéricos entre héroes, que en la edad media fueron tema preferente de los cantares de gesta. El capitán que derrotaba o mataba a su oponente, normalmente lograba romper la línea enemiga y se llevaba la batalla.
Aquí hemos de comentar una crítica que se efectuó posteriormente a Rodrigo. En efecto, cuentan las crónicas cristianas que el rey puso al obispo Oppas y a Sisberto (los hermanos menores del difunto rey Vitiza) al mando de ambas alas de la línea, y critican esta decisión como un exceso de confianza, al darles a sus enemigos políticos el mando de los importantes flancos. Los cronistas juegan con la ventaja de saber de antemano el desenlace. En realidad, y conociendo la forma de combatir de los godos, esta decisión era perfectamente comprensible. Rodrigo no podía prescindir de las levas viticianas por su número, y en aquella época sencillamente era impensable adjudicar su mando a otros nobles de su confianza (recordemos que los ejércitos nobiliarios eran, de facto, privados). El combate se iba a decidir en el centro de la línea, y los flancos eran la parte menos importante del dispositivo, por lo que la eventual falta de combatividad de los viticianos tendría allí menos impacto. Al dividirlos y alejarlos lo máximo posible entre ambos extremos, el monarca creyó así reducir al mínimo los inconvenientes del uso de esas tropas dudosas.
Lo que no esperaba el rey es que los viticianos fueran a hacer algo peor que mostrar escasa combatividad.
Las escaramuzas
El día 24 de julio, tras 5 días de infructuosas negociaciones diurnas y fructuosas conjuras nocturnas, Rodrigo decidió alinear a su ejército y comenzar la batalla. No obstante, hemos de tener en cuenta que para la mentalidad gótica el ataque a una línea enemiga era una empresa difícil y costosa en vidas. Por tanto, primero había que armarse de valor, tratar de reducir la resistencia de los bereberes empleando la infantería ligera, y rezar para que fuesen primero los adversarios los que iniciasen el combate, adquiriendo así ventaja los defensores.
Durante dos días, ambos bandos intercambiaron flechas, dardos, piedras, venablos, insultos y provocaciones, volviendo a su campamento por la noche sin llegar al contacto. Con todos los triunfos en su mano, Tarik no tenía ninguna prisa: su infantería ligera y su caballería se mostró sin duda muy superior a la de los cristianos, y por otra parte, su acuerdo con los viticianos había sido ya cerrado; tendría colaboración entre las filas enemigas cuando llegara el momento. Podía esperar indefinidamente.
Rodrigo, sin embargo, no podía. Seguramente ya le habían llegado rumores del desaliento que cultivaban los viticianos entre todos los hombres del campamento. Si esperaba mucho más, su ejército se habría desbandado antes de entablar combate. Era preciso atacar y obtener una victoria costara lo que costara, para alejar el peligro ismaelita y afirmar su trono ante los suyos.
La traición y la derrota
La mañana del día 26 de julio de 711, Rodrigo colocó su línea de batalla y ordenó el avance. No iban a haber más dilaciones. Era el momento de mostrar el valor godo y expulsar a los infieles de las tierras de España en nombre de Cristo. Junto al rey, en el centro de la línea, se hallarían sin duda sus familiares más cercanos con sus hombres y la guardia real de spatharii (pese a su nombre, eran también lanceros), en la cual, de creer a la tradición del siglo IX, se hallaba el joven Pelayo, hijo del asesinado duque de Galicia Favila. A los lados se hallaban el resto de nobles adictos, tanto menos cercanos en afecto al rey cuanto más alejados de él físicamente. Entre estos estaba el dux de Bética, Teodomiro. Por último, en los extremos, las levas del norte al mando del obispo Oppas (el primer prelado que conocemos que inaugurara la costumbre hispánica medieval de dirigir tropas en combate) y de su hermano Sisberto, cabezas del partido viticiano. Es imposible saber si los hijos de Vitiza- Agila, Olmundo y Ardabasto- se hallaban presentes en la batalla, aunque es posible, pues los godos templaban a sus hijos en el combate desde bien jóvenes.
Tras el preceptivo griterío inicial, los cristianos se lanzaron al ataque y se trabó la lucha mano a mano. Por desgracia, en este punto no hay mucho que podamos contar. Sólo sabemos que, a poco de iniciado el combate, o tal vez sin siquiera haber entrado en él, todas las tropas viticianas de las alas, a una señal de sus comandantes, sencillamente dieron media vuelta y echaron a correr. Al ver esta defección, las tropas inmediatamente contiguas, desalentadas y probablemente afectadas por los rumores de los días previos, desfallecieron y comenzaron también a huir. Apenas iniciada la batalla, la línea goda empezó a derrumbarse como un castillo de naipes, desde las alas hacia el centro.
Allí combatía el rey con sus más afectos, y al poco se encontró que la mayor parte de su ejército estaba huyendo. Peor aún, los bereberes, bien advertidos de lo que iba a suceder, se abstuvieron de perseguir a los que huían- como era costumbre- y efectuaron una impecable maniobra envolvente, rodeando a los leales al rey. En este punto, el valor de Rodrigo resultó fatal. Si hubiese decidido emprender la huida y reorganizar el ejército en otro punto, es posible que la mayor parte de sus hombres se hubiesen podido salvar, así como la autoridad de un monarca para dirigirlos. En cambio, Rodrigo, decidido a no mancillar su honor con una huida (añadamos que su cobardía hubiese sido una buena excusa para destronarle) y tal vez confiando en que si acababa con Tarik y rompía el centro enemigo aun podría alcanzar la victoria, continuó combatiendo con empeño junto a los suyos. Durante varias horas la hueste real luchó con coraje, en inferioridad numérica y rodeados por todas partes, pero al cabo, vista la inutilidad de la resistencia, también ellos comenzaron a huir. La batalla se había perdido.
¿Dónde está el rey?
En este punto consideramos uno de los grandes misterios históricos de España. Sabemos que el duque Teodomiro y Pelayo lograron escapar, pero ¿qué fue del rey Rodrigo, del cual no tenemos ninguna otra noticia fehaciente? La Crónica mozárabe, el texto más antiguo, se limita a decir que la batalla fue “el fin del rey Rodrigo”, sin especificar si murió en ella, o tras su derrota fue destronado, o más bien que desapareció sin dejar rastro. Parece que esa es la conclusión que debemos adoptar, pues en el resto de relatos aparecen diferentes versiones, algunas muy pintorescas. Por ejemplo, una crónica árabe muy posterior dice que Tarik le cortó la cabeza y se la envió a Muza, pero el resto de textos orientales no la recogen. Una crónica cristiana afirma que logró escapar y dirigió la postrer resistencia goda en Mérida y Segoyuela; otra, que huyó para terminar su vida haciendo penitencia por sus pecados y siendo enterrado en Lusitania. La mayoría, en fin, dicen que (al igual que el último emperador de Constantinopla) no se le volvió a ver ni se pudo hallar su cadáver. Todo el recuerdo que dejó fue el de su caballo Orelia, cuyo cadáver fue visto a orillas de un riachuelo cercano. Sin duda, no hubiese escapado muy lejos de ir montado en él.
La persecución
Dado el desarrollo de los hechos, es fácil pensar que, exceptuando el grupo más cercano al rey Rodrigo, la mortandad había sido escasa. El grueso del ejército cristiano escapó hacia el Guadalquivir. Si Tarik había tenido hasta este momento una actitud pasiva, esperando que los acontecimientos le pusieran la victoria en bandeja, mostró de inmediato un gran temple. A marchas forzadas persiguió al ejército cristiano en fuga, pasó de largo Sevilla y alcanzó la ciudad de Astigi (Écija), donde tal vez algún influyente noble del partido rodriguista trataba de recomponer las fuerzas. La ciudad fue tomada, no sabemos en qué circunstancias, y los restos del ejército godo derrotados, perseguidos y definitivamente dispersos. Nada quedó ya del poderoso ejército que levantara Rodrigo. Teodomiro se refugió en sus posesiones en Bastetania, y Pelayo junto a sus familiares en Gijón. No sabemos qué nobles pudieron huir y cuales perecerían; quienes serían capturados y se someterían para obtener la libertad.
Desembozada ya su defección, los viticianos acompañaron y ayudaron al caudillo bereber. Urbano Juliano y Oppas fueron los consejeros evidentes de Tarik, puesto que en lugar de iniciar un plan metódico de conquista de plazas importantes, el berberisco se embarcó en una campaña velocísima por medio de territorio enemigo, persiguiendo unos objetivos políticos muy claros. En primer lugar, remontó el gran río y llegó en agosto a las puertas cerradas de Córdoba, la plaza fuerte de la familia de Rodrigo. La ciudad se resistió y los bereberes le pusieron sitio durante 2 meses, sin lograr su rendición.
En ese momento era ya del dominio público la traición de la familia de Vitiza al rey elegido por los nobles. Aunque no tenemos testimonios directos, por los hechos posteriores podemos deducir qué, mientras en las tierras y posesiones de los viticianos se celebró con júbilo la jornada, el resto de clanes nobiliarios cobró gran aversión a los felones que habían violado el juramento de fidelidad hecho al rey. El obispo Oppas comprobó con preocupación que la mayoría de familias nobles no estaban dispuestas a acatar la natural sucesión en su sobrino Agila, el hijo del rey Vitiza, y preparaban una reunión en Toledo para elegir un nuevo monarca que combatiese a los viticianos y a sus aliados extranjeros. Indudablemente, para los godos había estallado una nueva guerra civil, en la que Tarik y sus berberiscos jugaban un papel aparentemente secundario, como mercenarios de un bando. La preocupante ceguera política y la ignorancia de los nobles hispanogodos, tanto los viticianos como sus rivales, en todo este proceso, muestra el alto grado de egoísmo, desconocimiento de política exterior y autismo de la aristocracia hispanogoda contemporánea. Verdaderamente, como afirmaron las crónicas medievales, la invasión sarracena fue un castigo providencial a los vicios y pecados de los godos. Pronto despertarían de su largo sueño.
La toma de Toledo
Alertados por las noticias de resistencia en muchas partes de España, los viticianos apresuraron a Tarik a dirigirse rápidamente a Toledo para evitar la proyectada reunión de magnates godos. Dejando una fracción de su ejército sitiando Córdoba, el liberto y Urbano Juliano cruzaron Sierra Morena y se dirigieron al norte a finales de octubre de 711. Por delante marchó el obispo Oppas, con la misión de facilitar sus objetivos. La capital era mayoritariamente rodriguista, pero al presentarse tan de improviso el ejército musulmán frente la ciudad indefensa, cundió el miedo. Muchos huyeron, como el metropolitano Sinderedo que marchó a Roma. Otros se dejaron seducir por las promesas del obispo Oppas y pactaron con su facción. Algunos, al fin, intentaron presentar resistencia. Con la colaboración de aquellos unidos al bando viticiano, los judíos de la ciudad (oprimidos por las leyes godas durante casi un siglo) abrieron las puertas y Tarik conquistó Toledo sin lucha el 11 de noviembre de 711. Habían pasado seis meses y medio desde que desembarcara en Gibraltar, y tres y medio desde que venciera a Rodrigo en el Lago de la Janda. Para los parámetros altomedievales, una auténtica guerra relámpago. Su éxito se entiende mejor si somos conscientes de la colaboración fundamental que obtuvo de una parte de los godos.
La pérdida de la capital fue fundamental. A partir de este momento el reino godo entró en un proceso cierto de descomposición, pues los clanes nobiliarios resistentes no encontraron la forma y el lugar para ponerse de acuerdo y elegir otro rey. La ausencia de una dirección firme en la resistencia fue determinante. A partir de ese momento, la lucha contra los invasores se haría de forma dislocada, espasmódica e ineficaz.
Tarik entró en la ciudad y se sentó en el trono de los godos, mientras sus tropas ocupaban todas las puertas y puntos clave de la capital. A las peticiones de Oppas y los viticianos- tal vez aconsejado por Urbano Juliano, que con posterioridad se mostraría el principal consejero de los árabes- rechazó coronar a Agila como rey de España, y se comportó en todo como el conquistador que era. Por ejemplo, saqueó la cámara del tesoro real, tomando las famosas coronas de oro de los reyes visigodos que darían lugar a la leyenda de la habitación de Toledo (probablemente se trataría de coronas votivas) y guardando para sí la más preciada pieza del mismo, la llamada “mesa de Salomón”, un mueble chapado en plata y oro que el emperador Tito había obtenido del saqueo de Jerusalén, y Alarico ganó al conquistar Roma en 410.
La historia no recoge la reacción inmediata de Oppas al ver que sus supuestos colaboradores habían decidido imponer sus propias ambiciones. Mientras permanecía en Toledo tratando de negociar de nuevo con los ismaelitas, ordenó a sus partidarios proclamar a Agila II como rey allí donde gobernaban, tratando de imponer una política de hechos consumados (por ese motivo sería condenado a muerte por Muza un año después, aunque no sabemos si la sentencia llegó a ejecutarse). Tenemos varias monedas del joven Agila acuñadas en diversas ciudades de la parte marítima de la Tarraconense y Septimania (Tarragona, Gerona, Narbona) a partir de finales de 711. La fragmentación y anarquía se apoderaban de España mientras la noticia de que la capital del poderoso reino hispano había caído llegaba a todos los rincones de la península y viajaba hasta el norte de África y Damasco.
Desalentados y traicionados por los judíos (que colaboraron con el invasor), los defensores de Córdoba rindieron la ciudad en diciembre de 711. Fue el primer pacto de vasallaje y tributo a cambio de conservar sus leyes, religión, magistrados y bienes que conservamos entre hispanogodos y musulmanes. A partir de ese momento, atomizada la resistencia hispana, los invasores hicieron rápidos progresos. En 712 Muza cruzó el Estrecho con unos 10.000 árabes. Tanto juntos como por separado, Tarik y Muza emprendieron varias campañas en las que no faltaron resistencias, sitios y batallas, pero sobre todo abundaron rendiciones pactadas. Los árabes obligaron a abdicar a Agila II en 714 y terminaron sus conquistas peninsulares rindiendo Pamplona en 717. Para ese año, los dos conquistadores ya no estaban en España, habían marchado a Damasco a rendir cuentas a Al Walid, acusados de corrupción por haberse quedado con objetos de saqueo que pertenecían por ley al califa.
Conclusiones
La toma de España por el califato árabe fue una de las conquistas más rápidas de la historia antigua; ya vimos que eso fue principalmente posible por la colaboración de parte de la población del reino (viticianos y judíos, aunque por motivos bien distintos). Solo las baldías tierras de vascones, cántabros y astures fueron dejadas de lado, y ciertamente los musulmanes tendrían tiempo de arrepentirse amargamente de esa dejación. Mientras tanto, el territorio ocupado se organizó como un nuevo emirato, el de Al-Andalus, sirviendo de plataforma incluso para un intento de penetración en el corazón de Europa en la década de 720, que tuvo su punto final en la batalla de Poitiers (año 732) en la que fueron vencidos por el mayordomo franco Carlos Martel, hijo de Pepino de Hersital. En la provincia gala de Septimania vivió sus últimos años el reino godo, al ser elevado un oscuro rey llamado Ardo, que gobernaría en Narbona desde 714 hasta 719, cuando fue derrotado y depuesto por los musulmanes. Los condes godos de Carcasona y Nimes se rindieron en 725 poniendo fin al reino visigodo.
En el imaginario de la expansión árabe, la toma del rico reino hispano siempre fue tenida como uno de sus más brillantes episodios, sobre todo porque con el tiempo, el emirato -luego califato- de Al-Andalus fue considerado como un centro de saber, cultura y riqueza con pocos parangones en toda la historia del mundo árabe. Fue el auténtico jardín occidental del islam, y todavía hoy los musulmanes piadosos suspiran por su pérdida (España es el único territorio islamizado que ha abandonado esa fe en todo el mundo).
La población hispanogoda, sojuzgada por un sistema prefeudal con grandes desigualdades, debilitada por hambrunas y plagas, una vez consumada la derrota aceptó con gran mansedumbre el estado de cosas, prefiriendo pactar con los invasores para conservar su fe y costumbres. No pocos nobles godos se sometieron a los musulmanes de buen grado para conservar sus posesiones (comenzando por los viticianos, que acabaron por acatar el dominio califal a cambio de recuperar las 3.000 fincas arrebatadas por Rodrigo a su familia, siendo servidores fieles de los emires de Córdoba). La única excepción fueron los hispanogodos del norte y los vascones.
Los judíos obtuvieron muchas prebendas y la proscripción de las leyes que les impedían practicar su fe, a cambio del apoyo prestado a los conquistadores. Se calcula que hasta finales del siglo VIII la mayoría de la población del emirato era cristiana, pero los hijos de los derrotados se fueron convirtiendo al islam, de forma sincera o interesada, pues de esa forma podían alcanzar cargos oficiales y librarse del pago del impuesto a los infieles. Para el siglo IX la mayoría de la población ya era musulmana, y en el siglo X los cristianos, llamados mozárabes, constituían minorías poco importantes, que acabaron por desaparecer en su mayor parte con las invasiones africanas de almorávides, almohades y benimerines. Estos mozárabes conservaron la memoria del antiguo reino godo, y al hacérseles insoportable la vida bajo el dominio de los emires- por los desprecios y las persecuciones a los que periódicamente eran sometidos-, emigraron en buen número hacia el norte, para vivir en el pujante reino de León, al que aportaron toda su herencia, su espiritualidad, su odio al infiel y su reivindicación de aquel reino godo perdido en la jornada de Guadalete.
Los cristianos de España tardaron casi ocho siglos en recuperar la península de manos de los musulmanes. Fue una empresa titánica, de muchas generaciones, de muchas victorias, derrotas, muertes y lágrimas, que marcó la forma de ser hispana y la visión que de los musulmanes y los norteafricanos (los “moros”) tuvieron en lo sucesivo. Esta empresa no hubiese sido posible sin una gran espiritualidad, y un acendrado sentido de arrepentimiento y penitencia por sus pecados, como se puede ver en época temprana en el discurso que la Crónica de Alfonso III pone en labios del rey Pelayo [3]. El espíritu de Cruzada marcó para siempre a España, con una fe profunda en Jesucristo y una influencia fundamental de la Iglesia y la religión (en la sociedad, en la cultura, en las costumbres, en la política), así como una gran devoción a la Virgen y los santos (como Santiago, acogido como patrón de las Españas durante la fase leonesa de la Reconquista), que alcanzó más allá de la toma de Granada y se proyectó en la gran aventura americana; y que de hecho ha identificado a nuestro pueblo como la gran nación católica de Occidente hasta hace apenas 40 años.
Nada de ello hubiese sucedido de no ser por la jornada aciaga de Guadalete.
[3] Acercóse hasta él el obispo Oppa y le dijo [a Pelayo]: -“No ignoras, hermano, que toda España cuando estaba instituida bajo el régimen de los godos y con su ejército unido, no fue capaz de contener el ímpetu de los ismaelitas. Entonces, ¿cómo podrás defenderte tú en ese agujero de la montaña? Atiende mi consejo y cambia tu ánimo y voluntad, y la paz con los árabes te permitirá muchos beneficios y disfrutar tus bienes”. A lo cual [respondió] Pelayo: -“No haré sociedad ni amistad con los árabes ni me dejaré subyugar por su imperio. ¿Tú no ignoras que la Iglesia de Dios es comparable a la luna que se oculta por un tiempo y luego torna a su primera plenitud? Confiamos por la misericordia Divina en que desde este monte que estás viendo se restaurará y salvará [volverá la salud] a España y al ejército y a la nación de los godos, para que se cumpla en nosotros la palabra profética que dice: -“Los trataré con la vara de sus iniquidades y con el azote de sus pecados, mas no les privaré de mi misericordia”. Y de la misma manera que aceptamos, por merecida, la severidad de la sentencia [igualmente] aguardamos la misericordia, la restauración de la Iglesia, Nación y Reino, y por ello despreciamos a esa muchedumbre de paganos por la que no sentimos ningún temor”. Crónica de Alfonso III (versión ad Sebastianum), acerca de la batalla de Covadonga.
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Re: El día que se perdió España
El término consitucional con el que se definía el Reino católico de Toledo o el Reino visigodo de España (desde Leovigildo y Recaredo) en los concilios nacionales era "Rex, gens, vel patria gothorum". A pesar de ello desde el III Concilio de Toledo y la unificación de España bajo un sólo reino, otro término simplifica la fórmula constitucional del Reino: España, que en aquella época se escribía Spania. Ya desde el historiador Juan de Biclaro (finales del s.VI) se aprecia esta tendencia y comienza a usar el término España como sinónimo del Reino. Esta tendencia nunca pudo ser la oficial pues el Ducado de la Septimania, en tierra gala seguía estando allí, pero era de uso frecuente entre la población. España era pues la "pars pro toto" de la Patria y a su vez la idea de Patria simplificaba la idea del Rey y su gente (y antiguamente también el tesoro) por lo que España extraoficialmente representaba el todo ideologico del reino.
Esta "gens gothorum" desde el III concilio de Toledo deja de ser un pueblo diferenciado de religión arriana, y pasa a ser un sinónimo de hombre católico libre del reino. Si antes del III concilio los únicos perseguidos eran los godos conversos, después serán los arrianos y los judíos los perseguidos por su confesión religiosa. Esto se debe a la unión de la concepción gérmanica y bajo-imperial romana de pueblo o nación. Para los germanos la "gens" era un Rey que mandaba sobre un pueblo con unas mismas creencias. Y dado que la nueva "gens gothorum" se basaba en el catolicismo y tenía un carácter territorial, siendo todo habitante connacional, este tenía que ser católico.
Esta unión entre gentes romanas y godas en un sólo pueblo con la misma identidad lo dejó reflejado ya San Leandro en la homilía posterior al III Concilio de Toledo, declarando el carácter unificador de la conversión al catolicismo que creó una gens dentro de un reino: "Superest autem ut unanimiter unum omnes regnum effecti tam pro stabilitate regni íerreni quam felicitate regni caelestis Deum precibus adeamus, ut regnum et gens, quae Christum glorificavit in terris, gloriflcetur ab illo non solum in terris, sed etiam in caelis"
El término gothi, pues era usado por todos los católicos integrados en el reino. El etnonimo hispani (español) al igual que pasa con el de España, es usado como sinónimo de Gothi, por la misma razón: por ser España el principal territorio del Reino.
Desde el extranjero la asimilación entre España y español con Reino Godo y gothi, era plena. Asi desde Leovigildo apenas existen embajadas y cartas de los Francos, Borgoñones, Lombardos y Papales que llamen al Rey "Rex gothorum". Si no que le llaman Rex Hispaniae (Rey de España) y a su Reino: Spania.
Es por ello que, en la primera crónica cristiana sobre la caida del Reino: la cronica mozarabe del 754, sólo se llame a Don Rodrigo "Rex Spaniae" y a su reino pérdido España. Una vez caido el Reino y su terminología oficial, sólo en Asturias se recordará la forma "Rex gens vel patria gothorum", la forma popular de denominar al reino será la más usada.
Y esta es la razón por la cual en los inicios de la Reconquista, para los cristianos bajo dominio arabe y los norteños, "España"era su patria perdida la cual en esos momentos era el Reino árabe.
Es significativo como Alfonso III de Asturias, en sus crónicas llama a España al territorio bajo dominio árabe, excluyendo a Asturias de España, pero a su vez en las cartas a los francos se denomina "Rex Hispaniae". Esto se debe a que el quiere recuperar España,es decir el Reino godo, y esta es la denominacion que quiere que reconozcan los francos para mostrar su supremacía.
Pero el termino España, como los terminos de todos los paises, no guardaba una única idea, pues si España hubiera sido solamente la creacion original de los godos, el etnonimo "Español" y el termino "España" puede que hubieran acabado desapareciendo, como asi paso con el termino godo (este etnonimo aun fue usado por los cristianos hasta el s.X, asi los reyes de asturias son llamados en ocasiones "gothorum ovetensium regnum", reyes godos de oviedo, pero con el tiempo acabara siendo el término con el que los españoles del medioevo denominen a sus antepasados).
Es curioso como Beato de Liebana, que vivio en los primeros años del dominio árabe llame a Sant Iacobus (Santiago) cabeza refulgente de España, puede que en esta frase se refiera al Reino pérdido, pero es más probable que se refiera al territorio de España tal y como lo delimitaron los romanos.
Este beato protagoniza diversos enfrentamientos contra los adopcionistas y en las cartas francas se recoge el primer uso del término "nación española" desde época Romana (por ejemplo Lucio Anneo Floro que fue un historiador amigo del emperador Adriano dice en el s.I: "La nación hispana no supo unirse contra Roma. Defendida por los Pirineos y el mar habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso pero mal jerarquizado") en la Alta Edad Media este termino de nación apenas era usado y se preferia el de "gens".
Así en el 782 los francos hablan de las disputas entre obispos españoles: “Felix, natione Hispanus, ab Elipando, Toleti episcopo, per litteras consultus, quid de humanitate salvatoris dei et domini nostri Iesu Christi sentire debret…”
Felix que se dice es de nación española, era el obispo de Urgell, situado en la marca española y fluctuando entre diversos poderes hasta quedar integrado en Catalunya en época de los Reyes Católicos.
Esta doble idea de España como Reino Godo y como el pais creado y delimitado por Roma en base a la peninsula, las islas baleares y en los ultimos años también el norte de marruecos (la Mauritania Tingintana, pero esta región como Española no tuvo mucha continuidad pues tras la caida del imperio las tribus mauritanas y bereberes acabaron con la poblacion romana del lugar, a pesar de ello algunos autores le siguen llamando España) en epoca goda ya existia y asi, a pesar de que España era el Reino godo, cuando se hablaba de la division interna del Reino todavía se distinguian las provincias hispanas de las galas, e incluso debido al reino Suevo, El Reino godo se definia internamente en 3: galicia, españa y galia.
Estas 2 ideas sobre España se mantendrán durante toda la Edad media, así el historiador Diego de Valera en el s.XV habla sobre los reinos, regiones y provincias que ""so la nasción de España se cuentan: la Francia gótica que es Lenguadoque, Narbona, Tolosa, Castilla, León, Aragón, Navarra, Granada, Portugal"
Y a su vez se dice que La galia narbonenese no era parte de España pero si del Reino godo (Regnum Gothorum)”
La idea neogótica de España será la que genere el Imperio Hispanico, que creado como teoría por Alfonso III, tratará de ser llevado a la práctica por Alfonso V de Leon, Sancho III de Pamplona, Alfonso VI de Leon, Alfonso I el Batallador de Aragon y Alfonso VII de Leon, el único que fue coronado formalmente como Emperador de España delante de todos los señores cristianos de España y del sur de Francia que se delcararon vasallos suyos.
La transmision del sentimiento y las tradiciones políticas visigodas, que se perpetuan en todos los reinos norteños (la liturgia visigoda, el derecho godo: el Liber Iudiciorum, en vigencia en algunos aspectos hasta la llegada del derecho moderno en el sXIX,la era hispanica,la antroponimia goda, la Cruz Visigoda emblema de los Reyes de toledo y primer emblema nacional preheraldico de Pamplona y de Oviedo, el Liber Ordum: las tradiciones monarquicas toledanas como el "ordo quando rex cum exercitu ad prelium egreditur) jugará un papel especial en Asturias/Leon asi cuando Fernando I quiere dividir el reino de leon entre sus hijos, para evitarlo Sancho el primogenito argumenta:
"Los Godos antiguamente fizieran su postura entre si que nunca fuesse partido el Imperio de Espanna, mas que siempre fuesse todo de un sennor, et que por esta razón non le debie partir nin podie, pues que Dios lo había ayuntado en él lo mas dello." Et el rey don Fernando dixo entonces que lo non dexarie de facer por esso. Dixol entonces dons Sancho: "vos fazed lo que quisiéredes, mas yo non lo otorgo."
Podría seguir mostrando mil documentes medievales que muestran el mantenimiento de la idea neogótica de España, pero con la frase que Antonio de Nebrija dedicó a los Reyes Católicos es suficiente: “Hispania tota sibi restituta est”. España ha sido restaurada, si en esta frase España fuera un sujeto geografico territorial ¿como iba a ser restituido por unirse políticamente? Es el Reino de España el que ha sido restituido.
Por ello es perfectamente legítimo denominar a la conquista musulmana “La pérdida de España” como asi se sintió por los cristianos desde que acaeció dicha conquista.
Esta "gens gothorum" desde el III concilio de Toledo deja de ser un pueblo diferenciado de religión arriana, y pasa a ser un sinónimo de hombre católico libre del reino. Si antes del III concilio los únicos perseguidos eran los godos conversos, después serán los arrianos y los judíos los perseguidos por su confesión religiosa. Esto se debe a la unión de la concepción gérmanica y bajo-imperial romana de pueblo o nación. Para los germanos la "gens" era un Rey que mandaba sobre un pueblo con unas mismas creencias. Y dado que la nueva "gens gothorum" se basaba en el catolicismo y tenía un carácter territorial, siendo todo habitante connacional, este tenía que ser católico.
Esta unión entre gentes romanas y godas en un sólo pueblo con la misma identidad lo dejó reflejado ya San Leandro en la homilía posterior al III Concilio de Toledo, declarando el carácter unificador de la conversión al catolicismo que creó una gens dentro de un reino: "Superest autem ut unanimiter unum omnes regnum effecti tam pro stabilitate regni íerreni quam felicitate regni caelestis Deum precibus adeamus, ut regnum et gens, quae Christum glorificavit in terris, gloriflcetur ab illo non solum in terris, sed etiam in caelis"
El término gothi, pues era usado por todos los católicos integrados en el reino. El etnonimo hispani (español) al igual que pasa con el de España, es usado como sinónimo de Gothi, por la misma razón: por ser España el principal territorio del Reino.
Desde el extranjero la asimilación entre España y español con Reino Godo y gothi, era plena. Asi desde Leovigildo apenas existen embajadas y cartas de los Francos, Borgoñones, Lombardos y Papales que llamen al Rey "Rex gothorum". Si no que le llaman Rex Hispaniae (Rey de España) y a su Reino: Spania.
Es por ello que, en la primera crónica cristiana sobre la caida del Reino: la cronica mozarabe del 754, sólo se llame a Don Rodrigo "Rex Spaniae" y a su reino pérdido España. Una vez caido el Reino y su terminología oficial, sólo en Asturias se recordará la forma "Rex gens vel patria gothorum", la forma popular de denominar al reino será la más usada.
Y esta es la razón por la cual en los inicios de la Reconquista, para los cristianos bajo dominio arabe y los norteños, "España"era su patria perdida la cual en esos momentos era el Reino árabe.
Es significativo como Alfonso III de Asturias, en sus crónicas llama a España al territorio bajo dominio árabe, excluyendo a Asturias de España, pero a su vez en las cartas a los francos se denomina "Rex Hispaniae". Esto se debe a que el quiere recuperar España,es decir el Reino godo, y esta es la denominacion que quiere que reconozcan los francos para mostrar su supremacía.
Pero el termino España, como los terminos de todos los paises, no guardaba una única idea, pues si España hubiera sido solamente la creacion original de los godos, el etnonimo "Español" y el termino "España" puede que hubieran acabado desapareciendo, como asi paso con el termino godo (este etnonimo aun fue usado por los cristianos hasta el s.X, asi los reyes de asturias son llamados en ocasiones "gothorum ovetensium regnum", reyes godos de oviedo, pero con el tiempo acabara siendo el término con el que los españoles del medioevo denominen a sus antepasados).
Es curioso como Beato de Liebana, que vivio en los primeros años del dominio árabe llame a Sant Iacobus (Santiago) cabeza refulgente de España, puede que en esta frase se refiera al Reino pérdido, pero es más probable que se refiera al territorio de España tal y como lo delimitaron los romanos.
Este beato protagoniza diversos enfrentamientos contra los adopcionistas y en las cartas francas se recoge el primer uso del término "nación española" desde época Romana (por ejemplo Lucio Anneo Floro que fue un historiador amigo del emperador Adriano dice en el s.I: "La nación hispana no supo unirse contra Roma. Defendida por los Pirineos y el mar habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso pero mal jerarquizado") en la Alta Edad Media este termino de nación apenas era usado y se preferia el de "gens".
Así en el 782 los francos hablan de las disputas entre obispos españoles: “Felix, natione Hispanus, ab Elipando, Toleti episcopo, per litteras consultus, quid de humanitate salvatoris dei et domini nostri Iesu Christi sentire debret…”
Felix que se dice es de nación española, era el obispo de Urgell, situado en la marca española y fluctuando entre diversos poderes hasta quedar integrado en Catalunya en época de los Reyes Católicos.
Esta doble idea de España como Reino Godo y como el pais creado y delimitado por Roma en base a la peninsula, las islas baleares y en los ultimos años también el norte de marruecos (la Mauritania Tingintana, pero esta región como Española no tuvo mucha continuidad pues tras la caida del imperio las tribus mauritanas y bereberes acabaron con la poblacion romana del lugar, a pesar de ello algunos autores le siguen llamando España) en epoca goda ya existia y asi, a pesar de que España era el Reino godo, cuando se hablaba de la division interna del Reino todavía se distinguian las provincias hispanas de las galas, e incluso debido al reino Suevo, El Reino godo se definia internamente en 3: galicia, españa y galia.
Estas 2 ideas sobre España se mantendrán durante toda la Edad media, así el historiador Diego de Valera en el s.XV habla sobre los reinos, regiones y provincias que ""so la nasción de España se cuentan: la Francia gótica que es Lenguadoque, Narbona, Tolosa, Castilla, León, Aragón, Navarra, Granada, Portugal"
Y a su vez se dice que La galia narbonenese no era parte de España pero si del Reino godo (Regnum Gothorum)”
La idea neogótica de España será la que genere el Imperio Hispanico, que creado como teoría por Alfonso III, tratará de ser llevado a la práctica por Alfonso V de Leon, Sancho III de Pamplona, Alfonso VI de Leon, Alfonso I el Batallador de Aragon y Alfonso VII de Leon, el único que fue coronado formalmente como Emperador de España delante de todos los señores cristianos de España y del sur de Francia que se delcararon vasallos suyos.
La transmision del sentimiento y las tradiciones políticas visigodas, que se perpetuan en todos los reinos norteños (la liturgia visigoda, el derecho godo: el Liber Iudiciorum, en vigencia en algunos aspectos hasta la llegada del derecho moderno en el sXIX,la era hispanica,la antroponimia goda, la Cruz Visigoda emblema de los Reyes de toledo y primer emblema nacional preheraldico de Pamplona y de Oviedo, el Liber Ordum: las tradiciones monarquicas toledanas como el "ordo quando rex cum exercitu ad prelium egreditur) jugará un papel especial en Asturias/Leon asi cuando Fernando I quiere dividir el reino de leon entre sus hijos, para evitarlo Sancho el primogenito argumenta:
"Los Godos antiguamente fizieran su postura entre si que nunca fuesse partido el Imperio de Espanna, mas que siempre fuesse todo de un sennor, et que por esta razón non le debie partir nin podie, pues que Dios lo había ayuntado en él lo mas dello." Et el rey don Fernando dixo entonces que lo non dexarie de facer por esso. Dixol entonces dons Sancho: "vos fazed lo que quisiéredes, mas yo non lo otorgo."
Podría seguir mostrando mil documentes medievales que muestran el mantenimiento de la idea neogótica de España, pero con la frase que Antonio de Nebrija dedicó a los Reyes Católicos es suficiente: “Hispania tota sibi restituta est”. España ha sido restaurada, si en esta frase España fuera un sujeto geografico territorial ¿como iba a ser restituido por unirse políticamente? Es el Reino de España el que ha sido restituido.
Por ello es perfectamente legítimo denominar a la conquista musulmana “La pérdida de España” como asi se sintió por los cristianos desde que acaeció dicha conquista.
- Almogàver
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Re: El día que se perdió España
No hace mucho leí una nueva teoría, que parece que tiene bastantes adeptos, que defiende que el desembarco de la primera expedición musulmana tuvo lugar en Cartagena y que la batalla de Guadalete pudo tener lugar en Murcia.
Cuando encuentre el artículo lo posteo.
Cuando encuentre el artículo lo posteo.
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- Soldado
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Re: El día que se perdió España
“Es profetizado de muchos siglos acá que no solamente seréis señor de estos reinos de Castilla y Aragón, que por todo derecho vos pertenecen, más avréis la monarchía de todas las Españas e rreformaréis la silla ymperial de la ínclita sangre de los godos donde venís”
- Xent Anset
- Alférez
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El día que se perdió España
Es evidente que la victoria musulmana en la batalla de Guadelete no fue tanto una acción militar como política. Tarik mostró una gran astucia maquiavélica al enterarse muy bien de las desavenencias que existían en el campo cristiano, actuó con sus servicios de inteligencia, que se mostraron muy eficientes, para no solo enterarse de cuales eran los caudillos desafectos al rey Rodrigo sino para ganárselos con promesas de incremento de riqueza y poder. Además, también ejerció gran influencia el vasallaje en que tenían a la población campesina, los siervos, los que luego, incorporados por la leva en el ejército cristiano, muy poco hicieron por luchar contra los árabes; por el contrario, es posible que se alegrasen con la victoria de estos con la esperanza de que eso mejorase su propia situación. La defección de los judíos es más que justificada, pues siendo como lo eran discriminados por los cristianos, ponían toda su esperanza en que con los árabes estarían mejor. Y en fin, Rodrigo le dio más importancia en la batalla a mostar su valor, que a actuar con inteligencia para preservar su vida y la de sus más cercanos familiares y líderes muriendo heroicamente en combate, pero inútilmente. En fin, lo árabes ganaron no por ser mejores en combate sino por ser más maquiavélicos y astutos.
- tercioidiaquez
- Mariscal de Campo
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El día que se perdió España
Tarik mostró una gran astucia maquiavélica al enterarse muy bien de las desavenencias que existían en el campo cristiano, actuó con sus servicios de inteligencia, que se mostraron muy eficientes, para no solo enterarse de cuales eran los caudillos desafectos al rey Rodrigo sino para ganárselos con promesas de incremento de riqueza y poder
Mas bien, son los disidentes visigodos, los que contactan con los árabes.
Además, también ejerció gran influencia el vasallaje en que tenían a la población campesina, los siervos, los que luego, incorporados por la leva en el ejército cristiano, muy poco hicieron por luchar contra los árabes; por el contrario, es posible que se alegrasen con la victoria de estos con la esperanza de que eso mejorase su propia situación
Ese concepto de siervos, es bastante posterior. El ejército visigodo, estaba formado, aparte de las tropas reales, por una "especie" de "regimientos", las "tuifas", que lucharon con bastante eficacia. Pero una parte de esas tropas, se cambia de bando y motiva la derrota.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
- Autentic
- General de Cuerpo de Ejército
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El día que se perdió España
Comparto la opinion.
No es Tarik, y los musulmanes, los que influyen en la desastrosa derrota, sino los Visigodos, sus constantes trifulcas internas, su inveterada costumbre de medrar para conseguir, o evitar que alguien fuera Rey, y sus venganzas internas.
Ese tipo de organización, no podía aguantar en forma alguna, el embate de alguien decidido y cohesionado, que contara ademas con la complicidad de alguien dentro de ella.
Un saludo.
No es Tarik, y los musulmanes, los que influyen en la desastrosa derrota, sino los Visigodos, sus constantes trifulcas internas, su inveterada costumbre de medrar para conseguir, o evitar que alguien fuera Rey, y sus venganzas internas.
Ese tipo de organización, no podía aguantar en forma alguna, el embate de alguien decidido y cohesionado, que contara ademas con la complicidad de alguien dentro de ella.
Un saludo.
El vientre de mi enemigo, sera la unica vaina para mi espada. Salut.
- Almogàver
- General de Brigada
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El día que se perdió España
Cierto, Autentic. Si a ello le sumamos que la población permaneció impasible, no es de extrañar que la conquista musulmana fuese fulminante. Cayó el ejército visigodo y cayó el estado.
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- Sargento Segundo
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El día que se perdió España
Bueno, las estimaciones de los historiadores modernos de los efectivos en Guadalete van de 40.000 visigodos y 15.000 de Tarik de máximo, hasta, según "La conquista árabe, 710–797" (Barcelona: Crítica, 1991), de Roger Collins, de 2.500 hombres de Roderico, contra 1.900 al mando de Tariq. Las deserciones durante la batalla cambiaron la balanza, según parece, en cualquier caso. La verdad es que la nobleza hispanogoda prefirió someterse en masa, salvo Pelayo en Asturias y Pedro en Cantabria, aunque desde hace años cobra firmeza la teoría de considerarlos a ambos originarios de dichas regiones. Quién sabe. ¿alguien tiene la máquina del tiempo? ¿Me la presta?
Cuando un traquio les dijo a los Trescientos que, cuando los arqueros persas disparaban, sus flechas ocultaban el sol, Dienekes comentó, con una carcajada: "Bien. Así lucharemos a la sombra".
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- General de Cuerpo de Ejército
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El día que se perdió España
Estimado Dienekes:
La penetración musulmana para lograr el control absoluto pudo ser más lenta de lo que dicen los libros tradicionales. Además de los núcleos del norte (al que añadiría la Septimania, que resistió unos años más), pudo haber regiones enteras donde se mantuvo un gobierno visigodo relativamente libre, como en Murcia con el dux Teodomiro. Este autonomía se mantuvo durante décadas.
Saludos.
La penetración musulmana para lograr el control absoluto pudo ser más lenta de lo que dicen los libros tradicionales. Además de los núcleos del norte (al que añadiría la Septimania, que resistió unos años más), pudo haber regiones enteras donde se mantuvo un gobierno visigodo relativamente libre, como en Murcia con el dux Teodomiro. Este autonomía se mantuvo durante décadas.
Saludos.
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- Sargento Segundo
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El día que se perdió España
No sé si opinamos igual en el fondo, pero por si acaso me explayo:
Según las líneas de investigación que he seguido, a los musulmanes les preocupó en un principio ocupar las grandes ciudades, y luego seguir las vías romanas. Las tierras más ricas les interesaron para asentarse, y desde luego la nobleza partidaria de Roderico debió sufrir expropiaciones. Si Collins va en lo cierto, sería imposible de controlar directamente todo el territorio con unas tropas tan exiguas. Si aceptamos otras cifras que nos dan las fuentes (Tariq llevaría 7.000 hombres y Musa 18.000 más), tampoco es que sean muy holgadas como para ocupar todo el territorio. Aparte, con un número tan exiguo, es raro que a los bereberes se les asignasen los terrenos más pobres (al norte del Duero), provocando su revuelta años después, si no fuese porque las tierras disponibles a repartir fueran pocas. La mayoría de la población, desde la aristocracia hasta los siervos, aceptó la conquista sin aspavientos ni resistencias numantinas. Ello fue posible porque sólo se les exigió aceptar el statu quo, y no parece que hubiese objecciones. Conservaban sus tierras, su religión, incluso tenían que pagar menos tributos. ¿Qué les importaban ya el reino visigodo?
La cronología de la ocupación de las ciudades es conocida como lenta (tardan un lustro en llegar al Noroeste, y a la Septimania ¿diez años después de Guadalete?). Si te refieres a una ocupación del campo, seguramente se conformaron conque la aristocracia hispanogoda aceptase el cambio político sin hacer acto de presencia.
Teniendo en cuenta que los visigodos tampoco se asentaron más que en algunas regiones puntuales (Campos Góticos, y alguno más), y normalmente se conformaron también con controlar las ciudades, tampoco es de extrañar. En Galecia sólo en Lugo y Bracara hubo presencia visigoda: una especie de virrey y su séquito militar, aunque al principio sí había una guarnición bastante numerosa, aunque en el ámbito arqueológico es muy difícil distinguir lo suevo de lo visigodo; en Asturias y Cantabria quizás sólo en expediciones puntuales, en Vasconia quizá solo en Vitoriacum. Así que tampoco necesaria una ocupación sistemática por parte de los árabes.
Además del "reino" de Tudmir se conocen algunas más (por desgracia muy poco), pero no era lo corriente. Son acuerdos que permiten a algunos miembros de la aristocracia hispanogoda conservar una identidad administrativa sometida al emir (a partir de 756 independiente) de Al-Andalus. Teodomiro firmó el suyo en 713. Más tarde fue suprimida en el contexto turbulento del siglo IX, convirtiéndose en la cora de Tudmir hasta el fin del califato de Córdoba, una simple provincia. Otras entidades autónomas (todas más pequeñas que Tudmir) ni se sabe cuánto tiempo se mantuvieron. Es posible que desapareciesen mucho antes. Pero, ¿era acaso corriente estos tratados o pactos? La verdad es que más bien son excepcionales.
Según las líneas de investigación que he seguido, a los musulmanes les preocupó en un principio ocupar las grandes ciudades, y luego seguir las vías romanas. Las tierras más ricas les interesaron para asentarse, y desde luego la nobleza partidaria de Roderico debió sufrir expropiaciones. Si Collins va en lo cierto, sería imposible de controlar directamente todo el territorio con unas tropas tan exiguas. Si aceptamos otras cifras que nos dan las fuentes (Tariq llevaría 7.000 hombres y Musa 18.000 más), tampoco es que sean muy holgadas como para ocupar todo el territorio. Aparte, con un número tan exiguo, es raro que a los bereberes se les asignasen los terrenos más pobres (al norte del Duero), provocando su revuelta años después, si no fuese porque las tierras disponibles a repartir fueran pocas. La mayoría de la población, desde la aristocracia hasta los siervos, aceptó la conquista sin aspavientos ni resistencias numantinas. Ello fue posible porque sólo se les exigió aceptar el statu quo, y no parece que hubiese objecciones. Conservaban sus tierras, su religión, incluso tenían que pagar menos tributos. ¿Qué les importaban ya el reino visigodo?
La cronología de la ocupación de las ciudades es conocida como lenta (tardan un lustro en llegar al Noroeste, y a la Septimania ¿diez años después de Guadalete?). Si te refieres a una ocupación del campo, seguramente se conformaron conque la aristocracia hispanogoda aceptase el cambio político sin hacer acto de presencia.
Teniendo en cuenta que los visigodos tampoco se asentaron más que en algunas regiones puntuales (Campos Góticos, y alguno más), y normalmente se conformaron también con controlar las ciudades, tampoco es de extrañar. En Galecia sólo en Lugo y Bracara hubo presencia visigoda: una especie de virrey y su séquito militar, aunque al principio sí había una guarnición bastante numerosa, aunque en el ámbito arqueológico es muy difícil distinguir lo suevo de lo visigodo; en Asturias y Cantabria quizás sólo en expediciones puntuales, en Vasconia quizá solo en Vitoriacum. Así que tampoco necesaria una ocupación sistemática por parte de los árabes.
Además del "reino" de Tudmir se conocen algunas más (por desgracia muy poco), pero no era lo corriente. Son acuerdos que permiten a algunos miembros de la aristocracia hispanogoda conservar una identidad administrativa sometida al emir (a partir de 756 independiente) de Al-Andalus. Teodomiro firmó el suyo en 713. Más tarde fue suprimida en el contexto turbulento del siglo IX, convirtiéndose en la cora de Tudmir hasta el fin del califato de Córdoba, una simple provincia. Otras entidades autónomas (todas más pequeñas que Tudmir) ni se sabe cuánto tiempo se mantuvieron. Es posible que desapareciesen mucho antes. Pero, ¿era acaso corriente estos tratados o pactos? La verdad es que más bien son excepcionales.
Cuando un traquio les dijo a los Trescientos que, cuando los arqueros persas disparaban, sus flechas ocultaban el sol, Dienekes comentó, con una carcajada: "Bien. Así lucharemos a la sombra".
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