¿Conquista o Reconquista?
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Re: ¿Conquista o Reconquista?
El elemento hispano-godo en Cataluña. Sus relaciones con los francos.
La integración de una zona situada al noreste de los Pirineos en el reino visigodo conservó en ella un elemento humano de esta condición, que más tarde iba a ser fuertemente incrementado por la presencia de los nutridos grupos que huían de la invasión árabe en España (Ver también: “El factor mozárabe como sustrato hispánico”).
Ese elemento visigodo dio nombre a la población de aquellas tierras, que, sin discriminación entre godos y galo-romanos, pasa a ser llamada “la gente de los godos” en las fuentes históricas de la época. Muy pronto esas mismas fuentes empiezan a hablar, por esa región, de “hispani”, y de Hispania, y ello nos obliga a hacernos cuestión de lo que en ella acontece y de cómo esos dos nombres, de gentes uno, de país el otro, son empleados y qué relación tienen con lo que sucederá algunos decenios después en la otra vertiente pirenaica.
Hay que partir del hecho de que esa población, al sufrir la invasión musulmana y soportar después la llegada de los francos, que tratan de cortar militarmente el avance de aquélla, conserva, entre los dos flancos, una actitud de mantenimiento de su propia integridad, la cual se manifiesta en desconfianza y rebeldía contra aquellas dos fuerzas extrañas. Desde el lado franco, los “Annales Laurissenses minores” nos han dejado testimonio de esa inquietud contra los francos, al dar a la presencia de éstos un carácter de imposición. Esos Anales hacen el elogio de los éxitos de Carlos Martel. Su acción la describen, coincidiendo con otras fuentes históricas, como una penetración en tierra extraña: “Gothorum fines penetravit”; allí luchó Carlos Martel contra los sarracenos, destruyó algunas ciudades hasta sus cimientos y despobló la tierra.
Todo esto se pasaba en 732. Algo después, en 740, al dar cuenta los Anales de que el rey franco vivió en paz sus últimos años y murió en esa fecha, añaden que esa tranquilidad fue conseguida sobre “Gothos superatos, Saxones et Frisones subactos, Sarracenos expulsos, Provinciales receptos…” (86). La reacción de los indígenas fue, contra esta presencia franca, la de apoyarse en los árabes, a los que por negociaciones amistosas permitieron entrar en Arles, Avignon, Marsella y otras ciudades.
De esta conducta quedó un lejano recuerdo en la épica francesa, en cuyos cantares se da, como un personaje conocido, el señor meridional que traiciona a los cristianos y favorece a los sarracenos: tal el “Girart de Fraite” (87).
Es cierto que años después se observa un relativo cambio de actitud, cuando el mundo carolingio atrae las miradas de las poblaciones cristianas que sufren la dominación árabe. Entonces son los godos de Narbona los que entregan la ciudad al rey franco, tomándola ellos previamente y matando a los sarracenos que están en su interior. Pero aun entonces lo hacen asegurados de conservar su ley, de modo tal que algún titubeo en ese punto crea serias dificultades y está a punto de impedir que la entrega se efectúe.
Es de interés a este respecto, la narración de la “Crónica de Moissac” (88). Y esta Crónica, en relato mucho más sobrio, nos permite suponer una entrega en forma análoga de la ciudad de Gerona, por los “gerundenses homines” (89). El recuerdo de este episodio se conserva en el “Chronicon Rivipullense”, y la semejanza en los testimonios hace pensar en una dependencia de éste respecto a la “Crónica de Moissac”: “Gerundam civitatem homines tradiderunt rege Karolo” (90).
De estos dos casos cabe desprender un manifiesto espíritu de insumisión a los árabes que lleva a negociar, conservando una posición propia, el apoyo de los francos. Pero, además, esos dos ejemplos nos dicen también que evidentemente quedaban en manos de los indígenas y emigrados del Sur, unas posibilidades de acción que fueron empleadas con eficacia en su momento. Es decir, que un espíritu de rebeldía, una cierta organización y unos medios de acción bélica seguían siendo poseídos por los que habitaban la región.
Está documentada la existencia de personajes que, en las zonas indecisas del norte de la Península o desplazándose entre ambas vertientes de los Pirineos, mantienen una actividad bélica contra los invasores. Sabemos de un “Iohannes Hispanus” que, en diploma de 793-795, recibe, posesiones en tierra narbonense por donación de Carlomagno, en premio a sus constantes correrías contra los sarracenos “in pago Barchinona” (91). Este dato confirma nuestras deducciones en relación con lo que Ermoldo Nigelo, según vamos a ver, cuenta acerca de las luchas de Bera con los sarracenos en la fase comprendida entre la invasión sarracena y el ataque dirigido por los francos.
Otra figura similar a la de Juan Hispano y a la de Bera, es la de otro hispano también, Aznar, más hacia Occidente (92). Y dado el carácter con que estos hechos se presentan, es necesario pensar que tales personajes no eran únicos ni iban solos.
Estos hispanos están, desde el primer momento, desplegando una viva hostilidad contra los sarracenos, frente a los cuales solicitan la ayuda de los reyes francos, aunque después, cuando éstos se aproximan, la inquietud de los hispanos se vuelva contra ellos. Conocido es el caso de Barcelona, que ya citó Gómez Moreno (93). De sentido muy semejante es el ejemplo de Zaragoza, cuya entrega se ofrece al lejano rey Carlos y se le niega, en cambio, cuando, respondiendo a la llamada que se le ha dirigido, el emperador llega a las puertas de la ciudad.
Cualesquiera que sean los detalles coincidentes o discrepantes en los relatos cronísticos que se conservan del episodio, una cosa queda clara, tanto en las fuentes árabes como en las cristianas: el mal recibimiento que, al llegar, se dispensa al emperador, dando lugar al fracaso de la expedición (94). (Es una afirmación infundada de la historiografía oficial, tan desarrollada entre los carolingios, la del monje de Sant Gall en su “De Gestis Karoli Imperatoris”, cuando dice que, atraídos por la magnificencia del glorioso Carlos, los galos, los aquitanos, los alemanes, etc., se preciaban de estar en servidumbre de los francos) (95).
Por otra parte, en la más minuciosa relación de la toma de Barcelona por Luis el Piadoso, contenida en el poema encomiástico sobre los hechos de éste, cuyo autor es conocido por el nombre de Ermoldo el Negro, se dice que entre las tropas del rey franco iban vascos, godos y aquitanos (96). La enumeración coincide en gran parte con la de la ya citada “Crónica Moissiacense” (97). Pero lo que para nosotros tiene particular interés está en que del relato de Ermoldo se deducen dos cosas: primera, que esos godos que vuelven a la conquista de la tierra guardan, como decíamos antes, alguna forma de organización, con un jefe político-militar, porque a esto último equivale el término “príncipe” que el autor emplea al decir que se encontraba en el ejército “Bero princeps ille gothorum” (verso 356).
Se trata del famoso personaje Bera, godo de naturaleza, que, como luego veremos, debió guardar un fuerte sentimiento de independencia, y que, precisamente por ser de antemano el jefe constituido sobre los godos que luchaban frente a Barcelona, fue designado conde de la región una vez conquistada.
La segunda observación que cabe hacer se refiere a que, según el autor, los moros se impresionan al saber que es el rey Luis el atacante y no, como otras veces, el jefe godo solamente, cuya acción hasta entonces siempre habían rechazado aquéllos con su lanza (98). Hasta ahora no sé que nadie haya llamado la atención sobre estos dos pasajes del poema de Ermoldo, que al ser puestos en conexión con los datos anteriores, cobran un particular relieve.
Por consiguiente, si unas gentes que las Crónicas llaman godas y que habrá que considerar más propiamente como naturales del país, con mezcla de hispano-godos e hispano-romanos, refugiados en la zona extrema montañosa, sabemos que desde allí constantemente habían hostigado al invasor árabe y mantenían una cierta organización militar, tomando parte activa en la lucha por la conquista de la ciudad (Barcelona), nada de extraño tiene que, conseguida ésta, fueran ellos los que en ella quedaran. Hemos visto que al frente de la tierra se colocó el llamado por Ermoldo “princeps gothorum”, y a éstos quedó entregada la custodia de la ciudad. El rey Luis regresó a su reino y quedó Bera “ad custodiam relicto cum gothorum auxiliis”, según dice, con referencia al año 805, la “Vita Hludovici Imperatoris” (99).
Adviértase que el término “relicto” da a la forma en que la ciudad les fue dejada casi el sentido de abandonada.
Aludiendo a fecha posterior a la conquista de Barcelona, esos historiadores carolingios, y concretamente la “Vita Ludovici”, vuelven a ocuparse del conde Bera. Acusado de infidelidad (y ello es un claro testimonio de su estado de espíritu) por un individuo llamado Sanila, godo como aquél, se enfrentan ambos en duelo judicial: “cum eodem, secundum legem propriam, utpote quia uterque Gothus erat, equestri praelio congressus est et victus”. También Ermoldo se ocupa del caso: presenta a los dos protagonistas como godos y cuenta que el primero, es decir, el acusado, pidió como merced al rey, puesto que pertenecía a un grupo diferente con usos propios, luchar según su costumbre y con sus armas habituales, “more tamen nostro liceat residere caballum armaque ferre mea” (100); y después de escribir Ermoldo, como cosa extraña, las monturas y armas de los contendientes, declara que esa manera de pelear –“more suo”- era nueva para los francos –“Arte nova Francis antea nota minus” (verso 1.859) (101).
Muy pocos años después, la región barcelonesa se vuelve a inquietar. Se trata de la rebeldía de otro personaje, calificado también de godo, el cual, sintiéndose, como estaba sucediendo con los de Barcelona, extraño a unos y otros, se apoya circunstancialmente en los sarracenos contra los francos. “Aizo Gothus” le llaman los “Anales de Fulda” (102). Y también esta vez “El Astrónomo” nos da unos datos de interés.
Unese a los rebeldes el hijo de Bera, y el emperador envía contra ellos dos condes con los suyos. “Qui precedentes –sigue diciendo la “Vita Ludovici”- iunctis sibi Gothorum Hispanorumque copiis, illorum proterviae pertinaciter restiterunt” (103). Una vez más son las tropas de godos e hispanos las que andan por la tierra, las que habían quedado armadas después de la conquista y, sin duda, ya lo estaban antes, conservando sus hábitos y sus medios de guerra.
Esta noticia toma un sesgo curioso en los “Annales Einhardi”, que refiriéndose a esta sublevación de 827, hablan del abad Helisachar y de medidas “ad sedandos et mitigandos Gothorum atque Hispanorum in illis finibus habitantium animos” (104), población ésta, pues, que no había sido asimilada y mantenía una constante inquietud. Todavía el “Chronicon Fontanellensis”, al ocuparse de una nueva rebelión, referida al año 850, la de Guillermo, hijo del conde Bernardo, hablará de Barcelona, “Gothorum capitalem”, que fue castigada –“subiit paenam”.
Desde antes de la conquista, la línea histórica es clara y continua. Y no nos interesa sólo mostrar la existencia de un sentimiento de independencia –no digamos, en modo alguno, un sentimiento nacional-, (aspecto del que en varias ocasiones se ha ocupado Calmette (105), sino la conservación de leyes y costumbres, modos bélicos, jefes, que son los de la tierra, es decir, toda una realidad de vida humana conjunta a la que precisamente se le da, una y otra vez, el nombre de España.
De todo ello importa destacar esto último, o sea, no tanto la existencia de determinados actos de rebeldía, que se dan en todo el mundo feudal abundantemente, como ese estado de espíritu a que tales actos responden: repulsa de extraños por las gentes que se consideran de la tierra (“El Astrónomo” dice de la rebeldía de Aizón: “contra nos”); tradición en leyes, costumbres, modos guerreros, tradición gótico-hispánica ajena a la de los señores nórdicos; fuerza bélica efectiva del elemento indígena; conservación de jefes y organización propia.
Es curioso observar que, según la “Crónica de Moissac”, el ejército conquistador de Barcelona está constituido por meridionales –tropas de Aquitania, Provenza, Borgoña, Vasconia, Gotia-, los cuales, nos dice la Crónica, llamaron al rey Luis cuando dominaron la ciudad (106).
Vimos que, en la entrega de Narbona a los francos, los indígenas exigieron conservar la ley propia; por otra parte, que Bera, conde de Barcelona, reclama obrar “secundum legem propriam”; sabemos que el mismo Luis el Piadoso, a los mozárabes de Mérida que le piden ayuda, y a los cuales invita a que se le unan, les ofrece que “et non aliam legem, nisi qua ipsi volueritis, vos tenere jubemus” (107). Estas referencias a la ley tienen un alcance mucho mayor del que supondría el valor estrictamente jurídico de la expresión. Los términos “ius” o “lex” equivalen con frecuencia, cuando menos, al conjunto del gobierno y de la vida social. Un pueblo que conserva su ley quiere decir que guarda sus formas sociales propias, mientras que la sumisión plena a otros se expresa con frecuencia diciendo que se sujetó al “ius” o al “lex” de los dominadores. Así, el Biclarense cuenta que, asaltada y sometida por Leovigildo la ciudad de Asidonia (?), “urbem ad Gothorum revocat iura” (108).
En cambio, en la Narbonense y en el noreste de España la conservación, no sólo de las propias leyes, sino del derecho a dárselas autónomamente, fue una situación conseguida con negociaciones y revueltas. Cauvet dio una interesante interpretación de esto y del sentido de la frase “legem suam habere”, que emplea la “Crónica de Moissac”. La “Crónica de Uzès”, que por su fecha avanzada no es muy de fiar en sus datos, pero que sirve para hacernos comprender los conceptos de la época, transforma la antedicha frase de la “Moissiacense” en estos términos, que no dejan lugar a dudas: “demitterent eos regere” (109).
La integración de una zona situada al noreste de los Pirineos en el reino visigodo conservó en ella un elemento humano de esta condición, que más tarde iba a ser fuertemente incrementado por la presencia de los nutridos grupos que huían de la invasión árabe en España (Ver también: “El factor mozárabe como sustrato hispánico”).
Ese elemento visigodo dio nombre a la población de aquellas tierras, que, sin discriminación entre godos y galo-romanos, pasa a ser llamada “la gente de los godos” en las fuentes históricas de la época. Muy pronto esas mismas fuentes empiezan a hablar, por esa región, de “hispani”, y de Hispania, y ello nos obliga a hacernos cuestión de lo que en ella acontece y de cómo esos dos nombres, de gentes uno, de país el otro, son empleados y qué relación tienen con lo que sucederá algunos decenios después en la otra vertiente pirenaica.
Hay que partir del hecho de que esa población, al sufrir la invasión musulmana y soportar después la llegada de los francos, que tratan de cortar militarmente el avance de aquélla, conserva, entre los dos flancos, una actitud de mantenimiento de su propia integridad, la cual se manifiesta en desconfianza y rebeldía contra aquellas dos fuerzas extrañas. Desde el lado franco, los “Annales Laurissenses minores” nos han dejado testimonio de esa inquietud contra los francos, al dar a la presencia de éstos un carácter de imposición. Esos Anales hacen el elogio de los éxitos de Carlos Martel. Su acción la describen, coincidiendo con otras fuentes históricas, como una penetración en tierra extraña: “Gothorum fines penetravit”; allí luchó Carlos Martel contra los sarracenos, destruyó algunas ciudades hasta sus cimientos y despobló la tierra.
Todo esto se pasaba en 732. Algo después, en 740, al dar cuenta los Anales de que el rey franco vivió en paz sus últimos años y murió en esa fecha, añaden que esa tranquilidad fue conseguida sobre “Gothos superatos, Saxones et Frisones subactos, Sarracenos expulsos, Provinciales receptos…” (86). La reacción de los indígenas fue, contra esta presencia franca, la de apoyarse en los árabes, a los que por negociaciones amistosas permitieron entrar en Arles, Avignon, Marsella y otras ciudades.
De esta conducta quedó un lejano recuerdo en la épica francesa, en cuyos cantares se da, como un personaje conocido, el señor meridional que traiciona a los cristianos y favorece a los sarracenos: tal el “Girart de Fraite” (87).
Es cierto que años después se observa un relativo cambio de actitud, cuando el mundo carolingio atrae las miradas de las poblaciones cristianas que sufren la dominación árabe. Entonces son los godos de Narbona los que entregan la ciudad al rey franco, tomándola ellos previamente y matando a los sarracenos que están en su interior. Pero aun entonces lo hacen asegurados de conservar su ley, de modo tal que algún titubeo en ese punto crea serias dificultades y está a punto de impedir que la entrega se efectúe.
Es de interés a este respecto, la narración de la “Crónica de Moissac” (88). Y esta Crónica, en relato mucho más sobrio, nos permite suponer una entrega en forma análoga de la ciudad de Gerona, por los “gerundenses homines” (89). El recuerdo de este episodio se conserva en el “Chronicon Rivipullense”, y la semejanza en los testimonios hace pensar en una dependencia de éste respecto a la “Crónica de Moissac”: “Gerundam civitatem homines tradiderunt rege Karolo” (90).
De estos dos casos cabe desprender un manifiesto espíritu de insumisión a los árabes que lleva a negociar, conservando una posición propia, el apoyo de los francos. Pero, además, esos dos ejemplos nos dicen también que evidentemente quedaban en manos de los indígenas y emigrados del Sur, unas posibilidades de acción que fueron empleadas con eficacia en su momento. Es decir, que un espíritu de rebeldía, una cierta organización y unos medios de acción bélica seguían siendo poseídos por los que habitaban la región.
Está documentada la existencia de personajes que, en las zonas indecisas del norte de la Península o desplazándose entre ambas vertientes de los Pirineos, mantienen una actividad bélica contra los invasores. Sabemos de un “Iohannes Hispanus” que, en diploma de 793-795, recibe, posesiones en tierra narbonense por donación de Carlomagno, en premio a sus constantes correrías contra los sarracenos “in pago Barchinona” (91). Este dato confirma nuestras deducciones en relación con lo que Ermoldo Nigelo, según vamos a ver, cuenta acerca de las luchas de Bera con los sarracenos en la fase comprendida entre la invasión sarracena y el ataque dirigido por los francos.
Otra figura similar a la de Juan Hispano y a la de Bera, es la de otro hispano también, Aznar, más hacia Occidente (92). Y dado el carácter con que estos hechos se presentan, es necesario pensar que tales personajes no eran únicos ni iban solos.
Estos hispanos están, desde el primer momento, desplegando una viva hostilidad contra los sarracenos, frente a los cuales solicitan la ayuda de los reyes francos, aunque después, cuando éstos se aproximan, la inquietud de los hispanos se vuelva contra ellos. Conocido es el caso de Barcelona, que ya citó Gómez Moreno (93). De sentido muy semejante es el ejemplo de Zaragoza, cuya entrega se ofrece al lejano rey Carlos y se le niega, en cambio, cuando, respondiendo a la llamada que se le ha dirigido, el emperador llega a las puertas de la ciudad.
Cualesquiera que sean los detalles coincidentes o discrepantes en los relatos cronísticos que se conservan del episodio, una cosa queda clara, tanto en las fuentes árabes como en las cristianas: el mal recibimiento que, al llegar, se dispensa al emperador, dando lugar al fracaso de la expedición (94). (Es una afirmación infundada de la historiografía oficial, tan desarrollada entre los carolingios, la del monje de Sant Gall en su “De Gestis Karoli Imperatoris”, cuando dice que, atraídos por la magnificencia del glorioso Carlos, los galos, los aquitanos, los alemanes, etc., se preciaban de estar en servidumbre de los francos) (95).
Por otra parte, en la más minuciosa relación de la toma de Barcelona por Luis el Piadoso, contenida en el poema encomiástico sobre los hechos de éste, cuyo autor es conocido por el nombre de Ermoldo el Negro, se dice que entre las tropas del rey franco iban vascos, godos y aquitanos (96). La enumeración coincide en gran parte con la de la ya citada “Crónica Moissiacense” (97). Pero lo que para nosotros tiene particular interés está en que del relato de Ermoldo se deducen dos cosas: primera, que esos godos que vuelven a la conquista de la tierra guardan, como decíamos antes, alguna forma de organización, con un jefe político-militar, porque a esto último equivale el término “príncipe” que el autor emplea al decir que se encontraba en el ejército “Bero princeps ille gothorum” (verso 356).
Se trata del famoso personaje Bera, godo de naturaleza, que, como luego veremos, debió guardar un fuerte sentimiento de independencia, y que, precisamente por ser de antemano el jefe constituido sobre los godos que luchaban frente a Barcelona, fue designado conde de la región una vez conquistada.
La segunda observación que cabe hacer se refiere a que, según el autor, los moros se impresionan al saber que es el rey Luis el atacante y no, como otras veces, el jefe godo solamente, cuya acción hasta entonces siempre habían rechazado aquéllos con su lanza (98). Hasta ahora no sé que nadie haya llamado la atención sobre estos dos pasajes del poema de Ermoldo, que al ser puestos en conexión con los datos anteriores, cobran un particular relieve.
Por consiguiente, si unas gentes que las Crónicas llaman godas y que habrá que considerar más propiamente como naturales del país, con mezcla de hispano-godos e hispano-romanos, refugiados en la zona extrema montañosa, sabemos que desde allí constantemente habían hostigado al invasor árabe y mantenían una cierta organización militar, tomando parte activa en la lucha por la conquista de la ciudad (Barcelona), nada de extraño tiene que, conseguida ésta, fueran ellos los que en ella quedaran. Hemos visto que al frente de la tierra se colocó el llamado por Ermoldo “princeps gothorum”, y a éstos quedó entregada la custodia de la ciudad. El rey Luis regresó a su reino y quedó Bera “ad custodiam relicto cum gothorum auxiliis”, según dice, con referencia al año 805, la “Vita Hludovici Imperatoris” (99).
Adviértase que el término “relicto” da a la forma en que la ciudad les fue dejada casi el sentido de abandonada.
Aludiendo a fecha posterior a la conquista de Barcelona, esos historiadores carolingios, y concretamente la “Vita Ludovici”, vuelven a ocuparse del conde Bera. Acusado de infidelidad (y ello es un claro testimonio de su estado de espíritu) por un individuo llamado Sanila, godo como aquél, se enfrentan ambos en duelo judicial: “cum eodem, secundum legem propriam, utpote quia uterque Gothus erat, equestri praelio congressus est et victus”. También Ermoldo se ocupa del caso: presenta a los dos protagonistas como godos y cuenta que el primero, es decir, el acusado, pidió como merced al rey, puesto que pertenecía a un grupo diferente con usos propios, luchar según su costumbre y con sus armas habituales, “more tamen nostro liceat residere caballum armaque ferre mea” (100); y después de escribir Ermoldo, como cosa extraña, las monturas y armas de los contendientes, declara que esa manera de pelear –“more suo”- era nueva para los francos –“Arte nova Francis antea nota minus” (verso 1.859) (101).
Muy pocos años después, la región barcelonesa se vuelve a inquietar. Se trata de la rebeldía de otro personaje, calificado también de godo, el cual, sintiéndose, como estaba sucediendo con los de Barcelona, extraño a unos y otros, se apoya circunstancialmente en los sarracenos contra los francos. “Aizo Gothus” le llaman los “Anales de Fulda” (102). Y también esta vez “El Astrónomo” nos da unos datos de interés.
Unese a los rebeldes el hijo de Bera, y el emperador envía contra ellos dos condes con los suyos. “Qui precedentes –sigue diciendo la “Vita Ludovici”- iunctis sibi Gothorum Hispanorumque copiis, illorum proterviae pertinaciter restiterunt” (103). Una vez más son las tropas de godos e hispanos las que andan por la tierra, las que habían quedado armadas después de la conquista y, sin duda, ya lo estaban antes, conservando sus hábitos y sus medios de guerra.
Esta noticia toma un sesgo curioso en los “Annales Einhardi”, que refiriéndose a esta sublevación de 827, hablan del abad Helisachar y de medidas “ad sedandos et mitigandos Gothorum atque Hispanorum in illis finibus habitantium animos” (104), población ésta, pues, que no había sido asimilada y mantenía una constante inquietud. Todavía el “Chronicon Fontanellensis”, al ocuparse de una nueva rebelión, referida al año 850, la de Guillermo, hijo del conde Bernardo, hablará de Barcelona, “Gothorum capitalem”, que fue castigada –“subiit paenam”.
Desde antes de la conquista, la línea histórica es clara y continua. Y no nos interesa sólo mostrar la existencia de un sentimiento de independencia –no digamos, en modo alguno, un sentimiento nacional-, (aspecto del que en varias ocasiones se ha ocupado Calmette (105), sino la conservación de leyes y costumbres, modos bélicos, jefes, que son los de la tierra, es decir, toda una realidad de vida humana conjunta a la que precisamente se le da, una y otra vez, el nombre de España.
De todo ello importa destacar esto último, o sea, no tanto la existencia de determinados actos de rebeldía, que se dan en todo el mundo feudal abundantemente, como ese estado de espíritu a que tales actos responden: repulsa de extraños por las gentes que se consideran de la tierra (“El Astrónomo” dice de la rebeldía de Aizón: “contra nos”); tradición en leyes, costumbres, modos guerreros, tradición gótico-hispánica ajena a la de los señores nórdicos; fuerza bélica efectiva del elemento indígena; conservación de jefes y organización propia.
Es curioso observar que, según la “Crónica de Moissac”, el ejército conquistador de Barcelona está constituido por meridionales –tropas de Aquitania, Provenza, Borgoña, Vasconia, Gotia-, los cuales, nos dice la Crónica, llamaron al rey Luis cuando dominaron la ciudad (106).
Vimos que, en la entrega de Narbona a los francos, los indígenas exigieron conservar la ley propia; por otra parte, que Bera, conde de Barcelona, reclama obrar “secundum legem propriam”; sabemos que el mismo Luis el Piadoso, a los mozárabes de Mérida que le piden ayuda, y a los cuales invita a que se le unan, les ofrece que “et non aliam legem, nisi qua ipsi volueritis, vos tenere jubemus” (107). Estas referencias a la ley tienen un alcance mucho mayor del que supondría el valor estrictamente jurídico de la expresión. Los términos “ius” o “lex” equivalen con frecuencia, cuando menos, al conjunto del gobierno y de la vida social. Un pueblo que conserva su ley quiere decir que guarda sus formas sociales propias, mientras que la sumisión plena a otros se expresa con frecuencia diciendo que se sujetó al “ius” o al “lex” de los dominadores. Así, el Biclarense cuenta que, asaltada y sometida por Leovigildo la ciudad de Asidonia (?), “urbem ad Gothorum revocat iura” (108).
En cambio, en la Narbonense y en el noreste de España la conservación, no sólo de las propias leyes, sino del derecho a dárselas autónomamente, fue una situación conseguida con negociaciones y revueltas. Cauvet dio una interesante interpretación de esto y del sentido de la frase “legem suam habere”, que emplea la “Crónica de Moissac”. La “Crónica de Uzès”, que por su fecha avanzada no es muy de fiar en sus datos, pero que sirve para hacernos comprender los conceptos de la época, transforma la antedicha frase de la “Moissiacense” en estos términos, que no dejan lugar a dudas: “demitterent eos regere” (109).
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Re: ¿Conquista o Reconquista?
el nombre de “Gotia”
Algo análogo sucede con el nobre de Gotia. Hay que tener en cuenta que no sólo la denominación de “provintia gothorum”, sino expresamente la de Gotia, se da en fuentes anteriores a esa etapa carolingia, aplicada a toda la Península, comprendida su extensión nord-pirenaica. Así aparece en el mismo Gregorio de Tours, y el hecho es conocido y hace tiempo fue señalado por A. Jacobs en su estudio sobre la Geografía de aquél (69). Ello explica esas formas de “Gothia sive Hispania” y el hecho bien elocuente de que diplomas que empiezan con esa doble mención sigan luego hablando simplemente de “Hispania”, fenómeno correlativo al que se produce con los dos términos de “Goti vel hispani”, como luego veremos.
España se usa como sustituto de Gothia o de Regnum Gothorum. Godo y Español son una misma cosa, a Bera tan pronto se le llama Español como Godo.
Estos dos terminos sirven para los mozarabes y las gentes de los Reinos norteños.
El termino godo lo usarán los cristianos para autodefinirse aun a principios del siglo X (cuando se habla de Gothorum Ovetensium Regnum, reyes godos de oviedo) pero al final quedará reservado para hablar de las gentes que habitaban el Reino godo y de las cuales descienden los Españoles.
Algo análogo sucede con el nobre de Gotia. Hay que tener en cuenta que no sólo la denominación de “provintia gothorum”, sino expresamente la de Gotia, se da en fuentes anteriores a esa etapa carolingia, aplicada a toda la Península, comprendida su extensión nord-pirenaica. Así aparece en el mismo Gregorio de Tours, y el hecho es conocido y hace tiempo fue señalado por A. Jacobs en su estudio sobre la Geografía de aquél (69). Ello explica esas formas de “Gothia sive Hispania” y el hecho bien elocuente de que diplomas que empiezan con esa doble mención sigan luego hablando simplemente de “Hispania”, fenómeno correlativo al que se produce con los dos términos de “Goti vel hispani”, como luego veremos.
España se usa como sustituto de Gothia o de Regnum Gothorum. Godo y Español son una misma cosa, a Bera tan pronto se le llama Español como Godo.
Estos dos terminos sirven para los mozarabes y las gentes de los Reinos norteños.
El termino godo lo usarán los cristianos para autodefinirse aun a principios del siglo X (cuando se habla de Gothorum Ovetensium Regnum, reyes godos de oviedo) pero al final quedará reservado para hablar de las gentes que habitaban el Reino godo y de las cuales descienden los Españoles.
- Rotax
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Re: ¿Conquista o Reconquista?
Hola Magister...
¿Eres José Antonio Maravall?
Saludos
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Nosotros somos los países auténticos, no las fronteras trazadas en los mapas con los nombres de hombres poderosos.
Katharine Clifton en "El paciente Inglés"
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Re: ¿Conquista o Reconquista?
¿O un blogger con el nick Montejurra?, ¿Luis I. Amorós?, ¿E. Monsonis?, etc. Vaya, estimado Rotax, ya has sembrado la duda...
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Re: ¿Conquista o Reconquista?
Si soy Maravall escribiendo desde el más allá jajajaja.
Blogger con el nick Montejurra¿? Esa no la pillo.
Hombre teniendo en cuenta que el mejor del que he hablado es Armando besga no se como no lo habeis mencionado jajaja.
Blogger con el nick Montejurra¿? Esa no la pillo.
Hombre teniendo en cuenta que el mejor del que he hablado es Armando besga no se como no lo habeis mencionado jajaja.
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- Soldado
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Re: ¿Conquista o Reconquista?
O porque no puedo ser Alexander Pierre Bronisch, el escritor de la obra sobre el concepto de España en la historiografía visigoda que se puede descargar en internet?
Muy pocos habeis mencionado!
jeje
Muy pocos habeis mencionado!
jeje
- Rotax
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Re: ¿Conquista o Reconquista?
Magister Militum escribió:Si soy Maravall escribiendo desde el más allá jajajaja.
Blogger con el nick Montejurra¿? Esa no la pillo.
Hombre teniendo en cuenta que el mejor del que he hablado es Armando besga no se como no lo habeis mencionado jajaja.
Lo decía por esto....
http://hispanismo.org/historiografia-y- ... anica.html
Considero poco elegante no citar las fuentes. A algunos nos gusta distinguir entre las aportaciones originales y las citas a expertos, y alguna de sus intervenciones dejan un..., no se como decirlo... "Deja vu clónico" puede ser lo mas adecuado.
No lo tome a mal. Creo que puede convertirse en un estupendo forista, pero sea cuidadoso y no de lugar a impresiones erroneas.
Saludos
Nosotros somos los países auténticos, no las fronteras trazadas en los mapas con los nombres de hombres poderosos.
Katharine Clifton en "El paciente Inglés"
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