El País en Bancarrota

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de guiner
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Mensaje por de guiner »

MedalOfHorror escribió:En mi acerbo cultural la palabra imbéciles seguida de gilip@||as es una falta de respeto considerable, no sé si me explico


Caballero, ¿quien ha soltado tamaños adjetivos soeces, ruines y mezquinos?... :militar4:

Por cierto, le voy a traducir uno de los más finos por si se le cruza algún italo-bellaco: "testa di cazzo"... :ojos:

Si es que me estáis volviendo un grosero... :pena:


MedalOfHorror
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Mensaje por MedalOfHorror »

Valerio escribió:
MedalOfHorror escribió:En mi acerbo cultural la palabra imbéciles seguida de gilip@||as es una falta de respeto considerable, no sé si me explico


Caballero, ¿quien ha soltado tamaños adjetivos soeces, ruines y mezquinos?... :militar4:


No le decía ya que si soltaba lo que tenía que soltar...iba a faltar o no?

Valerio escribió:Por cierto, le voy a traducir uno de los más finos por si se le cruza algún italo-bellaco: "testa di cazzo"... :ojos:


non mi rompere i coglioni, estimado que yo soy doctor honoris causa en isultinaje internacional, se empieza por "pezzo di merda" seguido de "vaffanculo, vai a farti dare nel cul*" y acabando por cosas más bestias acabadas en "mignotta", etc.

[youtube]9JhuOicPFZY[/youtube]

:cool2:


carlos perez llera
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Mensaje por carlos perez llera »

Valerio escribió:
MedalOfHorror escribió:sin faltarle al respeto a 6 millones y medio de personas


¿Esos 6 millones y medio de personas se han ganado su respeto?, caballero.

¡ Ojo ! y no hablemos tan a la ligera de respeto.

Es como si yo me meto con todos los chinos y tenga VM por seguro que no les voy a faltar al respeto. :cool2:

El respeto es un concepto abstracto que según el acerbo cultural se puede ver de una forma o de otra.

No se si me explico. :explica1:

MedalOfHorror escribió:Eso de saltar ya no...


Frío, frío...[ Imagen ]

Pués ya me contará con los tornos de las narices... :guino:
saludos


simplemente, hola
Vael
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Mensaje por Vael »

carlos perez llera escribió:Pués ya me contará con los tornos de las narices... :guino:
saludos

Conociendo al segurata de turno o/y al de la taquilla o siendo familia directa de un trabajador de metro. :cool2:


carlos perez llera
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Mensaje por carlos perez llera »

Esa parte me cuadra más..pero vamos...te puede valer en una estación y me da en la nariz..que Valerio no va por ahí...
cordiales saludos


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Luis M. García
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Mensaje por Luis M. García »

La cosa está en arrimar la delantera a la retaguardia Carlitos y ya sabes que a Valerio le encanta la ambigüedad.... :green:

Saludos.


Qué gran vasallo, si hubiese buen señor...
carlos perez llera
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Mensaje por carlos perez llera »

ya quisiéramos ligar con tías los demás, la mitad que él...jejejeje :guino:
adelantar la delantera a la retaguardia??
Macho..explícate que no me entero...
entrar 2 en un torno??..
cordiales saludos


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emanuel
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Mensaje por emanuel »

Muy facil querido carlitos:"Adelantar la delantera a la retaguardia"
O arrimar la delantera a la retaguardia de tu projima.

saludos :risa2: :risa2: :risa2:


Shema Israel...
Florencio
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Mensaje por Florencio »

Interesante artículo, matizable, pero, por desgracia, firmaría una buena parte del mismo.

http://politica.elpais.com/politica/201 ... 45267.html

Las élites “extractivas” »
Una teoría de la clase política española
Los partidos han generado burbujas compulsivamente
César Molinas 10 SEP 2012 - 01:34 CET



En este artículo propongo una teoría de la clase política española para argumentar la necesidad imperiosa y urgente de cambiar nuestro sistema electoral para adoptar un sistema mayoritario. La teoría se refiere al comportamiento de un colectivo y, por tanto, no admite interpretaciones en términos de comportamientos individuales. ¿Por qué una teoría? Por dos razones. En primer lugar porque una teoría, si es buena, permite conectar sucesos aparentemente inconexos y explicar sucesos aparentemente inexplicables. Es decir, dar sentido a cosas que antes no lo tenían. Y, en segundo lugar, porque de una buena teoría pueden extraerse predicciones útiles sobre lo que ocurrirá en el futuro. Empezando por lo primero, una buena teoría de la clase política española debería explicar, por lo menos, los siguientes puntos:

1. ¿Cómo es posible que, tras cinco años de iniciada la crisis, ningún partido político tenga un diagnóstico coherente de lo que le está pasando a España?

2. ¿Cómo es posible que ningún partido político tenga una estrategia o un plan a largo plazo creíble para sacar a España de la crisis? ¿Cómo es posible que la clase política española parezca genéticamente incapaz de planificar?

3. ¿Cómo es posible que la clase política española sea incapaz de ser ejemplar? ¿Cómo es posible que nadie-salvo el Rey y por motivos propios- haya pedido disculpas?

4. ¿Cómo es posible que la estrategia de futuro más obvia para España -la mejora de la educación, el fomento de la innovación, el desarrollo y el emprendimiento y el apoyo a la investigación- sea no ya ignorada, sino masacrada con recortes por los partidos políticos mayoritarios?

En lo que sigue, argumento que la clase política española ha desarrollado en las últimas décadas un interés particular, sostenido por un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del interés general de la nación. En este sentido forma una élite extractiva, según la terminología popularizada por Acemoglu y Robinson. Los políticos españoles son los principales responsables de la burbuja inmobiliaria, del colapso de las cajas de ahorro, de la burbuja de las energías renovables y de la burbuja de las infraestructuras innecesarias. Estos procesos han llevado a España a los rescates europeos, resistidos de forma numantina por nuestra clase política porque obligan a hacer reformas que erosionan su interés particular. Una reforma legal que implantase un sistema electoral mayoritario provocaría que los cargos electos fuesen responsables ante sus votantes en vez de serlo ante la cúpula de su partido, daría un vuelco muy positivo a la democracia española y facilitaría el proceso de reforma estructural. Empezaré haciendo una breve historia de nuestra clase política. A continuación la caracterizaré como una generadora compulsiva de burbujas. En tercer lugar explicitaré una teoría de la clase política española. En cuarto lugar usaré esta teoría para predecir que nuestros políticos pueden preferir salir del euro antes que hacer las reformas necesarias para permanecer en él. Por último propondré cambiar nuestro sistema electoral proporcional por uno mayoritario, del tipo first-past-the-post, como medio de cambiar nuestra clase política.
La historia

Los políticos de la Transición tenían procedencias muy diversas: unos venían del franquismo, otros del exilio y otros estaban en la oposición ilegal del interior. No tenían ni espíritu de gremio ni un interés particular como colectivo. Muchos de ellos no se veían a sí mismos como políticos profesionales y, de hecho, muchos no lo fueron nunca. Estos políticos tomaron dos decisiones trascendentales que dieron forma a la clase política que les sucedió. La primera fue adoptar un sistema electoral proporcional corregido, con listas electorales cerradas y bloqueadas. El objetivo era consolidar el sistema de partidos políticos fortaleciendo el poder interno de sus dirigentes, algo que entonces, en el marco de una democracia incipiente y dubitativa, parecía razonable. La segunda decisión, cuyo éxito se condicionaba al de la primera, fue descentralizar fuertemente el Estado, adoptando la versión café para todos del Estado de las autonomías. Los peligros de una descentralización excesiva, que eran evidentes, se debían conjurar a partir del papel vertebrador que tendrían los grandes partidos políticos nacionales, cohesionados por el fuerte poder de sus cúpulas. El plan, por aquel entonces, parecía sensato.

Pero, tal y como le ocurrió al Dr. Frankenstein, lo que creó al monstruo no fue el plan, que no era malo, sino su implementación. Por una serie de infortunios, a la criatura de Frankenstein se le acabó implantando el cerebro equivocado. Por una serie de imponderables, a la joven democracia española se le acabó implantando una clase política profesional que rápidamente devino disfuncional y monstruosa. Matt Taibbi, en su célebre artículo de 2009 en Rolling Stone sobre Goldman Sachs “La gran máquina americana de hacer burbujas” comparaba al banco de inversión con un gran calamar vampiro abrazado a la cara de la humanidad que va creando una burbuja tras otra para succionar de ellas todo el dinero posible. Más adelante propondré un símil parecido para la actual clase política española, pero antes conviene analizar cuáles han sido los cuatro imponderables que han acabado generando a nuestro monstruo.

En primer lugar, el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas, ha creado una clase política profesional muy distinta de la que protagonizó la Transición. Desde hace ya tiempo, los cachorros de las juventudes de los diversos partidos políticos acceden a las listas electorales y a otras prebendas por el exclusivo mérito de fidelidad a las cúpulas. Este sistema ha terminado por convertir a los partidos en estancias cerradas llenas de gente en las que, a pesar de lo cargado de la atmósfera, nadie se atreve a abrir las ventanas. No pasa el aire, no fluyen las ideas, y casi nadie en la habitación tiene un conocimiento personal directo de la sociedad civil o de la economía real. La política y sus aledaños se han convertido en un modus vivendi que alterna cargos oficiales con enchufes en empresas, fundaciones y organismos públicos y, también, con canonjías en empresas privadas reguladas que dependen del BOE para prosperar.

En segundo lugar, la descentralización del Estado, que comenzó a principios de los 80, fue mucho más allá de lo que era imaginable cuando se aprobó la Constitución. Como señala Enric Juliana en su reciente libro Modesta España, el Estado de las autonomías inicialmente previsto, que presumía una descentralización controlada de “arriba a abajo”, se vio rápidamente desbordado por un movimiento de “abajo a arriba” liderado por élites locales que, al grito de “¡no vamos a ser menos!”, acabó imponiendo la versión de café para todos del Estado autonómico. ¿Quiénes eran y qué querían estas élites locales? A pesar de ser muy lampedusiano, Juliana se limita a señalar a “un democratismo pequeñoburgués que surge desde abajo”. Eso es, sin duda, verdad. Pero, adicionalmente, es fácil imaginar que los beneficiarios de los sistemas clientelares y caciquiles implantados en la España de provincias desde 1833, miraban al nuevo régimen democrático con preocupación e incertidumbre, lo que les pudo llevar, en muchos casos, a apuntarse a “cambiarlo todo para que todo siga igual” y a ponerse en cabeza de la manifestación descentralizadora. Como resultante de estas fuerzas, se produjo un crecimiento vertiginoso de las Administraciones Públicas: 17 administraciones y gobiernos autonómicos, 17 parlamentos y miles -literalmente miles- de nuevas empresas y organismos públicos territoriales cuyo objetivo último en muchos casos, era generar nóminas y dietas. En ausencia de procedimientos establecidos para seleccionar plantillas, los políticos colocaron en las nuevas administraciones y organismos a deudos, familiares, nepotes y camaradas, lo que llevó a una estructura clientelar y politizada de las administraciones territoriales que era inimaginable cuando se diseñó la Constitución. A partir de una Administración hipertrofiada, la nueva clase política se había asegurado un sistema de captura de rentas -es decir un sistema que no crea riqueza nueva, sino que se apodera de la ya creada por otros- por cuyas alcantarillas circulaba la financiación de los partidos.

En tercer lugar, llegó la gran sorpresa. El poder dentro de los partidos políticos se descentralizó a un ritmo todavía más rápido que las Administraciones Públicas. La idea de que la España autonómica podía ser vertebrada por los dos grandes partidos mayoritarios saltó hecha añicos cuando los llamados barones territoriales adquirieron bases de poder de “abajo a arriba” y se convirtieron, en la mejor tradición del conde de Warwick, en los hacedores de reyes de sus respectivos partidos. En este imprevisto contexto, se aceleró la descentralización del control y la supervisión de las Cajas de Ahorro. Las comunidades autónomas se apresuraron a aprobar sus propias leyes de Cajas y, una vez asegurado su control, poblaron los consejos de administración y cargos directivos con políticos, sindicalistas, amigos y compinches. Por si esto fuera poco, las Cajas tuteladas por los gobiernos autonómicos hicieron proliferar empresas, organismos y fundaciones filiales, en muchas ocasiones sin objetivos claros aparte del de generar más dietas y más nóminas.

Y en cuarto lugar, aunque la lista podría prolongarse, la clase política española se ha dedicado a colonizar ámbitos que no son propios de la política como, por ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivo, el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Banco de España, la CNMV, los reguladores sectoriales de energía y telecomunicaciones, la Comisión de la Competencia… El sistema democrático y el Estado de derecho necesitan que estos organismos, que son los encargados de aplicar la Ley, sean independientes. La politización a la que han sido sometidos ha terminado con su independencia, provocando una profunda deslegitimación de estas instituciones y un severo deterioro de nuestro sistema político. Pero es que hay más. Al tiempo que invadía ámbitos ajenos, la política española abandonaba el ámbito que le es propio: el Parlamento. El Congreso de los Diputados no es solo el lugar donde se elaboran las leyes; es también la institución que debe exigir la rendición de cuentas. Esta función del Parlamento, esencial en cualquier democracia, ha desaparecido por completo de la vida política española desde hace muchos años. La quiebra de Bankia, escenificada en la pantomima grotesca de las comparecencias parlamentarias del pasado mes de julio, es sólo el último de una larga serie de casos que el Congreso de los Diputados ha decidido tratar como si fuesen catástrofes naturales, como un terremoto, por ejemplo, en el que aunque haya víctimas no hay responsables. No debería sorprender, desde esta perspectiva, que los diputados no frecuenten la Carrera de San Jerónimo: hay allí muy poco que hacer.
Las burbujas

Los cuatro procesos descritos en los párrafos anteriores han conformado un sistema político en el que las instituciones están, en el mal sentido de la palabra, excesivamente politizadas y en el que nadie acaba siendo responsable de sus actos porque nunca se exige en serio rendición de cuentas. Nadie dentro del sistema pone en cuestión los mecanismos de capturas de rentas que constituyen el interés particular de la clase política española. Este es el contexto en el que se desarrollaron no sólo la burbuja inmobiliaria y el saqueo y quiebra de la gran mayoría de las Cajas de Ahorro, sino también otras “catástrofes naturales”, otros “actos de Dios”, a cuya generación tan adictos son nuestros políticos. Porque, como el gran calamar de Taibbi, la clase política española genera burbujas de manera compulsiva. Y lo hace no tanto por ignorancia o por incompetencia como porque en todas ellas captura rentas. Hagamos, sin pretensión alguna de exhaustividad, un brevísimo repaso de las principales tropelías impunes de las últimas dos décadas: la burbuja inmobiliaria, las Cajas de Ahorro, las energías renovables y las nuevas autopistas de peaje.

La burbuja inmobiliaria española fue, en términos relativos, la mayor de las tres que estuvieron en el origen de la actual crisis global, siendo las otras dos la estadounidense y la irlandesa. No hay duda de que, como las demás, estuvo alimentada por los bajos tipos de interés y por los desequilibrios macroeconómicos a escala mundial. Pero, dicho esto, al contrario de lo que sucede en EE UU, las decisiones sobre qué se construye y dónde se construye en España se toman en el ámbito político. Aquí no se puede hablar de pecados por omisión, de olvido del principio de que los gestores públicos deben gestionar como diligentes padres de familia. No. En España la clase política ha inflado la burbuja inmobiliaria por acción directa, no por omisión ni por olvido. Los planes urbanísticos se fraguan en complejas y opacas negociaciones de las que, además de nuevas construcciones, surgen la financiación de los partidos políticos y numerosas fortunas personales, tanto entre los recalificados como entre los recalificadores. Por si el poder de los políticos –decidir el qué y el dónde- no fuese suficiente, la transmisión del control de las Cajas de Ahorro a las comunidades autónomas añadió a los dos anteriores el poder de decisión sobre el quién, es decir, el poder de decisión sobre quién tenía financiación de la Caja de turno para ponerse a construir. Esto supuso un salto cualitativo en la capacidad de captura de rentas de la clase política española, acercándola todavía más a la estrategia del calamar vampiro de Taibbi. Primero se infla la burbuja, a continuación se capturan todas las rentas posibles y, por último, a la que la burbuja pincha… ¡ahí queda eso! El panorama, cinco años después del pinchazo de la burbuja, no puede ser más desolador. La economía española no crecerá durante muchos años más. Y las Cajas de Ahorro han desaparecido, la gran mayoría por insolvencia o quiebra técnica. ¡Ahí queda eso!

Las otras dos burbujas que mencionaré son resultado de la peculiar simbiosis de nuestra clase política con el “capitalismo castizo”, es decir, con el capitalismo español que vive del favor del Boletín Oficial del Estado. En una reunión reciente, un conocido inversor extranjero lo llamó “relación incestuosa”; otro, nacional, habló de “colusión contra consumidores y contribuyentes”. Sea lo que sea, recordemos en primer lugar la burbuja de las energías renovables. España representa un 2% del PIB mundial y está pagando el 15% del total global de las primas a las energías renovables. Este dislate, presentado en su día como una apuesta por situarse en la vanguardia de la lucha contra el cambio climático, es un sinsentido que España no se puede permitir. Pero estas primas generan muchas rentas y prebendas capturadas por la clase política y, también hay que decirlo, mucho fraude y mucha corrupción a todos los niveles de la política y de la Administración. Para financiar las primas, las empresas y familias españolas pagan la electricidad más cara de Europa, lo que supone una grave merma de competitividad para nuestra economía. A pesar de esos precios exagerados, y de que la generación eléctrica tiene un exceso de capacidad de más del 30%, el sistema eléctrico español ostenta un déficit tarifario de varios miles de millones de euros al año y más de 24.000 millones de deuda acumulada que nadie sabe cómo pagar. La burbuja de las renovables ha pinchado y… ¡ahí queda eso!

La última burbuja que traeré a colación, aunque la lista es más larga (fútbol, televisiones…), es la formada por las innumerables infraestructuras innecesarias construidas en las últimas dos décadas a costes astronómicos para beneficio de constructores y perjuicio de contribuyentes. Uno de los casos más chirriantes es el de las autopistas radiales de Madrid, pero hay muchísimos más. Las radiales, que pretendían descongestionar los accesos a Madrid, se diseñaron y construyeron haciendo dejación de principios muy importantes de prudencia y buena administración. Para empezar, se hicieron unas previsiones temerarias del tráfico que dichas autopistas iban a tener. En la actualidad el tráfico no supera el 30% de lo previsto. Y no es por la crisis: en los años del boom tampoco había tráfico. A continuación ¿incomprensiblemente? el Gobierno permitió que los constructores y los concesionarios fuesen, esencialmente, los mismos. Esto es un disparate, porque al disfrazarse los constructores de concesionarios mediante unas sociedades con muy poco capital y mucha deuda, se facilitaba que pasara lo que acabó pasando: los constructores cobraron de las concesionarias por construir las autopistas y, al constatarse que no había tráfico, amenazaron con dejarlas quebrar. Los principales acreedores eran ¡oh sorpresa! las Cajas de Ahorro. Los más de 3.000 millones de deuda nadie sabe cómo pagarlos y acabarán recayendo sobre el contribuyente pero, en cualquier caso, ¡ahí queda eso!
La teoría

Termino aquí la parte descriptiva de este artículo en la que he resumido unos pocos “hechos estilizados” que considero representativos del comportamiento colectivo, no necesariamente individual, y esto es importante recordarlo, de los políticos españoles. Paso ahora a formular una teoría de la clase política española como grupo de interés.

El enunciado de la teoría es muy simple. La clase política española no sólo se ha constituido en un grupo de interés particular, como los controladores aéreos, por poner un ejemplo, sino que ha dado un paso más, consolidándose como una élite extractiva, en el sentido que dan a este término Acemoglu y Robinson en su reciente y ya célebre libro Por qué fracasan las naciones. Una élite extractiva se caracteriza por:

"Tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio".

"Tener el poder suficiente para impedir un sistema institucional inclusivo, es decir, un sistema que distribuya el poder político y económico de manera amplia, que respete el Estado de derecho y las reglas del mercado libre. Dicho de otro modo, tener el poder suficiente para condicionar el funcionamiento de una sociedad abierta -en el sentido de Popper- u optimista -en el sentido de Deutsch".

"Abominar la 'destrucción creativa', que caracteriza al capitalismo más dinámico. En palabras de Schumpeter "la destrucción creativa es la revolución incesante de la estructura económica desde dentro, continuamente destruyendo lo antiguo y creando lo nuevo". Este proceso de destrucción creativa es el rasgo esencial del capitalismo.”Una élite extractiva abomina, además, cualquier proceso innovador lo suficientemente amplio como para acabar creando nuevos núcleos de poder económico, social o político".

Con la navaja de Occam en la mano, si esta sencilla teoría tiene poder explicativo, será imbatible. ¿Qué tiene que decir sobre las cuatro preguntas que se le han planteado al principio del artículo? Veamos:

La clase política española, como élite extractiva, no puede tener un diagnóstico razonable de la crisis. Han sido sus mecanismos de captura de rentas los que la han provocado y eso, claro está, no lo pueden decir. Cierto, hay una crisis económica y financiera global, pero eso no explica seis millones de parados, un sistema financiero parcialmente quebrado y un sector público que no puede hacer frente a sus compromisos de pago. La clase política española tiene que defender, como está haciendo de manera unánime, que la crisis es un acto de Dios, algo que viene de fuera, imprevisible por naturaleza y ante lo cual sólo cabe la resignación.
La clase política española, como élite extractiva, no puede tener otra estrategia de salida de la crisis distinta a la de esperar que escampe la tormenta. Cualquier plan a largo plazo, para ser creíble, tiene que incluir el desmantelamiento, por lo menos en parte, de los mecanismos de captura de rentas de los que se beneficia. Y eso, por supuesto, no se plantea.
¿Pidieron perdón los controladores aéreos por sus desmanes? No, porque consideran que defendían su interés particular. ¿Alguien ha oído alguna disculpa de algún político por la situación en la que está España? No, ni la oirá, por la misma razón que los controladores. ¿Cómo es que, como medida ejemplarizante, no se ha planteado en serio la abolición del Senado, de las diputaciones, la reducción del número de ayuntamientos…? Pues porque, caídas las Cajas de Ahorro -y ante las dificultades presentes para generar nuevas burbujas- la defensa de las rentas capturadas restantes se lleva a ultranza.
Tal y como establece la teoría de las élites extractivas, los partidos políticos españoles comparten un gran desprecio por la educación, una fuerte animadversión por la innovación y el emprendimiento y una hostilidad total hacia la ciencia y la investigación. De la educación sólo parece interesarles el adoctrinamiento: las estridentes peleas sobre la Educación para la Ciudadanía contrastan con el silencio espeso que envuelve las cuestiones verdaderamente relevantes como, por ejemplo, el elevadísimo fracaso escolar o los lamentables resultados en los informes PISA. La innovación y el emprendimiento languidecen en el marco de regulaciones disuasorias y fiscalidades punitivas sin que ningún partido se tome en serio la necesidad de cambiarlas. Y el gasto en investigación científica, concebido como suntuario de manera casi unánime, se ha recortado con especial saña sin que ni un solo político relevante haya protestado por un disparate que compromete más que ningún otro el futuro de los españoles.

La teoría de las élites extractivas, por lo visto hasta aquí, parece dar sentido a bastantes rasgos llamativos del comportamiento de la clase política española. Veamos qué nos dice sobre el futuro.
La predicción

La crisis ha acentuado el conflicto entre el interés particular de la clase política española y el interés general de España. Las reformas necesarias para permanecer en el euro chocan frontalmente con los mecanismos de captura de rentas que sostienen dicho interés particular. Por una parte, la estabilidad presupuestaria va a requerir una reducción estructural del gasto de las Administraciones públicas superior a los 50 millardos de euros, un 5% del PIB. Esto no puede conseguirse con más recortes coyunturales: hacen falta reformas en profundidad que, de momento, están inéditas. Se tiene que reducir drásticamente el sector público empresarial, esa zona gris entre la Administración y el sector privado, que, con sus muchos miles de empresas, organismos y fundaciones, constituye una de las principales fuentes de rentas capturadas por la clase política. Por otra parte, para volver a crecer, la economía española tiene que ganar competitividad. Para eso hacen falta muchas más reformas para abrir más sectores a la competencia, especialmente en el mencionado sector público empresarial y en sectores regulados. Esto debería hacer más difícil seguir creando burbujas en la economía española.

La infinita desgana con la que nuestra clase política está abordando el proceso reformista ilustra bien que, colectivamente al menos, barrunta las consecuencias que las reformas pueden tener sobre su interés particular. La única reforma llevada a término por iniciativa propia, la del mercado de trabajo, no afecta directamente a los mecanismos de captura de rentas. Las que sí lo hacen, exigidas por la UE como, por ejemplo, la consolidación fiscal, no se han aplicado. Deliberadamente, el Gobierno confunde reformas con recortes y subidas de impuestos y ofrece los segundos en vez de las primeras, con la esperanza de que la tempestad amaine por sí misma y, al final, no haya que cambiar nada esencial. Como eso no va a ocurrir, en algún momento la clase política española se tendrá que plantear el dilema de aplicar las reformas en serio o abandonar el euro. Y esto, creo yo, ocurrirá más pronto que tarde.

La teoría de las élites extractivas predice que el interés particular tenderá a prevalecer sobre el interés general. Yo veo probable que en los dos partidos mayoritarios españoles crezca muy deprisa el sentimiento “pro peseta”. De hecho, ya hay en ambos partidos cabezas de fila visibles de esta corriente. La confusión inducida entre recortes y reformas tiene la consecuencia perversa de que la población no percibe las ventajas a largo plazo de las reformas y sí experimenta el dolor a corto plazo de los recortes que, invariablemente, se presentan como una imposición extranjera. De este modo se crea el caldo de cultivo necesario para, cuando las circunstancias sean propicias, presentar una salida del euro como una defensa de la soberanía nacional ante la agresión exterior que impone recortes insufribles al Estado de bienestar. También, por poner un ejemplo, los controladores aéreos presentaban la defensa de su interés particular como una defensa de la seguridad del tráfico aéreo. La situación actual recuerda mucho a lo ocurrido hace casi dos siglos cuando, en 1814, Fernando VII – El Deseado- aplastó la posibilidad de modernización de España surgida de la Constitución de 1812 mientras el pueblo español le jaleaba al grito de ¡vivan las “caenas”! Por supuesto que al Deseado actual –llámese Mariano, Alfredo u otra cosa- habría que jalearle incorporando la vigente sensibilidad autonómica, utilizando gritos del tipo ¡viva Gürtel! ¡vivan los ERE de Andalucía! ¡visca el Palau de la Música Catalana! Pero, en cualquier caso, las diferencias serían más de forma que de fondo.

Una salida del euro, tanto si es por iniciativa propia como si es porque los países del norte se hartan de convivir con los del sur, sería desastrosa para España. Implicaría, como acertadamente señalaron Jesús Fernández-Villaverde, Luis Garicano y Tano Santos en EL PAÍS el pasado mes de junio, no sólo una vuelta a la España de los 50 en lo económico, sino un retorno al caciquismo y a la corrupción en lo político y en lo social que llevaría a fechas muy anteriores y que superaría con mucho a la situación actual, que ya es muy mala. El calamar vampiro, reducido a chipirón, sería cabeza de ratón en vez de cola de león, pero eso nuestra clase política lo ve como un mal menor frente a la alternativa del harakiri que suponen las reformas. Los liberales, como en 1814, serían masacrados –de hecho, en los dos partidos mayoritarios, ya se observan movimientos en esa dirección.

El peligro de que todo esto acabe ocurriendo en un plazo relativamente corto es, en mi opinión, muy significativo. ¿Se puede hacer algo por evitarlo? Lamentablemente, no mucho, aparte de seguir publicando artículos como éste. Como muestran todos los sondeos, el desprestigio de la clase política española es inmenso, pero no tiene alternativa a corto plazo. A más largo plazo, como explico a continuación, sí la tiene.
Cambiar el sistema electoral

La clase política española, como hemos visto en este artículo, es producto de varios factores entre los que destaca el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas confeccionadas por las cúpulas de los partidos políticos. Este sistema da un poder inmenso a los dirigentes de los partidos y ha acabado produciendo una clase política disfuncional. No existe un sistema electoral perfecto -todos tienen ventajas e inconvenientes- pero, por todo lo expuesto hasta aquí, en España se tendría que cambiar de sistema con el objetivo de conseguir una clase política más funcional. Los sistemas mayoritarios producen cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera exclusiva ante sus dirigentes partidarios. Como consecuencia, las cúpulas de los partidos tienen menos poder que las que surgen de un sistema proporcional y la representatividad que dan de las urnas está menos mediatizada. Hasta aquí todo son ventajas. También hay inconvenientes. Un sistema proporcional acaba dando escaños a partidos minoritarios que podrían no obtener ninguno con un sistema mayoritario. Esto perjudicaría a partidos minoritarios de base estatal, pero beneficiaría a partidos minoritarios de base regional. En cualquier caso, el rasgo relevante de un sistema mayoritario es que el electorado tiene poder de decisión no solo sobre los partidos sino también sobre las personas que salen elegidas y eso, en España, es ahora una necesidad perentoria que compensa con creces los inconvenientes que el sistema pueda tener.

Un sistema mayoritario no es bálsamo de Fierabrás que cure al instante cualquier herida. Pero es muy probable que generase una clase política diferente, más adecuada a las necesidades de España. En Italia es inminente una propuesta de ley para cambiar el actual sistema proporcional por uno mayoritario corregido: dos tercios de los escaños se votarían en colegios uninominales y el tercio restante en listas cerradas en las que los escaños se distribuirían proporcionalmente a los votos obtenidos. Parece ser que el Gobierno “técnico” de Monti ha llegado a conclusiones similares a las que defiendo yo aquí: sin cambiar a una clase política disfuncional no puede abordarse un programa reformista ambicioso. Y es que, como le oí decir una vez a Carlos Solchaga, un “técnico” es un político que, además, sabe de algo. ¿Para cuándo una reforma electoral en España? ¿Habrá que esperar a que lleguen los “técnicos”?

César Molinas publicará en 2013 un libro titulado “¿Qué hacer con España?”. Este artículo corresponde a uno de sus capítulos.


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Urbano Calleja
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Mensaje por Urbano Calleja »

Pues... firmo muchas cosas de las que escribe. Algunas son discutibles, pero el cuadro general me parece muy apropiado.


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Frank Sinatra
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Mensaje por Frank Sinatra »

Urbano Calleja escribió:Pues... firmo muchas cosas de las que escribe. Algunas son discutibles, pero el cuadro general me parece muy apropiado.

A mi me parece un excelente articulo o mas bien tendriamos que decir capitulo de un libro que parece que sera bueno. Mucho de lo que dice ya lo hemos discutido hasta la saciedad aqui. Pero que es lo encuentras discutible Urbano?
Saludos


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Luis M. García
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España

El País en Bancarrota

Mensaje por Luis M. García »

Pues yo lo firmaría de la cruz a la fecha.

No solo explica con secillez magistral donde radican nuestros nudos gordianos, sino que extrae las conclusiones que ya vamos columbrado poco a poco muchos ciudadanos.

Lo que no me imagino es como poner coto a esta insensatez y reconducirla antes de que nos devore a todos.

Saludos.


Qué gran vasallo, si hubiese buen señor...
Florencio
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El País en Bancarrota

Mensaje por Florencio »

La respuesta de Escolar:

http://www.eldiario.es/escolar/elites-a ... 55375.html

Interesante como apunte y dice cosas que ya pensé, aunque eso no quita que el artículo de César Molinas da certeros y profundos puñetazos (aunque olvide golpear en otros sitios, habrá que ver qué dice el conjunto del libro). Lo del cambio de sistema electoral serviría de poco o nada, lo que habría que hacer es una reforma profunda del Estado, pero ¿quién pone el cascabel al gato? A veces pienso que la intervención del Estado, si, aparte de cambiar temas meramente económicos, obligase a una mejora de la calidad democrática lo terminaría aceptando. Aunque me malicio que eso no es posible.

Creo que de momento mi impresión es que las élites políticas van a dejar pudrir el sistema actual a pesar de que saben que es malo y desfasado, ya que piensan que abrir el melón de un cambio profundo de modelo (nueva Constitución) pisaría demasiados callos, habría que abordar el modelo de Estado, nacionalistas catalanes y vascos pedirían que se recogiese el derecho de autodeterminación (sacrilegio!) y la sociedad, mucho más formada, con más herramientas para la movilización masiva y con una cultura democrática (con todas sus carencias) a años luz del votante promedio de la Constitución de 1978, proveniente del franquismo pondría las cosas más difíciles para mantener según qué entramados existentes.

También hay élites y calamares vampiro más allá de la política


10/09/2012 - 01:36h



César Molinas, experto financiero con un largo currículum en la banca de inversión, publicó ayer un comentado artículo en El País sobre los problemas de España y su solución. El texto es provocador y tiene algunos párrafos brillantes, pero cae en dos simplificaciones tan demagógicas como probablemente populares: responsabilizar a los políticos de todas las catástrofes de España y recetar como gran solución una reforma del sistema electoral, ese remedio infalible para todos nuestros males. Ambas son falsas.

La clase política española, ¿esa única culpable?

César Molinas hace suya una teoría ajena, la de los académicos Daron Acemoglu y James Robinson, autores de un reciente ensayo titulado Por qué fracasan los países. Siguiendo una de las tesis de este libro, Molinas asegura que la crisis española tiene que ver con la clase política en su conjunto, a la que describe como una “élite extractiva”: como un enorme “calamar vampiro” que se alimenta de las burbujas económicas que él mismo genera. Para respaldar esta teoría, Molinas añade dos argumentos más: que ningún partido o político español ha pedido disculpas por la crisis y que ninguno tiene un diagnóstico coherente ni una estrategia a largo plazo.

Resulta llamativa la demanda de disculpas viniendo de un profesional del sector que más disculpas tendría que pedir al planeta entero –Molinas trabajó en Merrill Lynch, uno de los grandes bancos de inversión que originó esta crisis mundial– pero el mayor error es otro: confundirse de élite o, al menos, hablar solo de una parte de ella. Tiene algo de razón Molinas al asegurar que la burbuja inmobiliaria fue en parte alimentada –no se sabe si por avaricia o por torpeza– por las decisiones de una “élite extractiva”, por una oligarquía que impuso sus intereses por encima de los de la mayoría de los ciudadanos. Esa élite rentista existe en España desde la Reconquista, pero los políticos suelen ser sus empleados, no sus jefes. “España es una democracia secuestrada por las grandes empresas, por una plutocracia mercantilista que ha puesto las instituciones del Estado a su servicio”, me dijo hace algún tiempo un exministro de Lula da Silva, Roberto Mangabeira, y aquel análisis sigue siendo válido.

¿Tienen responsabilidad los partidos políticos en lo que ha pasado en España? Por supuesto, y mucha. Pero no están ellos solos en esa foto. También habría que poner el foco en la élite económica; al menos a la “élite política” la podemos echar con los votos. De hecho, los autores originales de la idea de las “élites extractivas” hablan de dos oligarquías: políticos y banqueros. ¿Por qué Molinas solo traduce una? ¿De verdad no tuvo nada que ver en el boom inmobiliario el sector financiero español, con sus hipotecas al 110% del valor nominal? ¿No se nutrió de esa burbuja esa misma banca a la que ahora entre todos rescatamos? ¿Habría publicado El País este artículo con llamada en portada si Molinas hubiese cargado esas mismas tintas (de calamar) sobre el poder económico?

La reforma electoral, ¿esa única receta?

Pero la simplificación más pedestre en la que cae Molinas está en la solución “imperiosa y urgente” que propone como gran medida contra los males de España. Allá donde no llegan Acemoglu y Robinson –que en esta entrevista reconocen “no saber” cómo mejorar las instituciones políticas– sí alcanza el apóstol de su palabra. Según Molinas, basta con cambiar el sistema electoral para que España pueda matar a su “calamar vampiro”.

El voluntarismo con el que abraza esta idea no es muy distinto al de algunos sectores del 15-M, que también ven en el sistema electoral español la culpa de absolutamente todos nuestros males. Pero a diferencia de este movimiento, que proponía un sistema más proporcional del que tenemos, Molinas plantea justo lo contrario: un sistema electoral mayoritario, tipo first-past-the-post, como el de Reino Unido, donde quien gana en un distrito electoral se queda con todo y no deja nada al segundo.

Este modelo electoral favorece aún más al partido más votado, así que en España probablemente supondría la consolidación absoluta de los dos grandes, PP y PSOE, justo ahora que su respaldo social empieza a resquebrajarse. Molinas no explica cómo cuadra esta consecuencia directa y medible de la reforma que plantea con su anterior análisis sobre la partitocracia vampira y lo resume todo en una idea: que así los políticos se deberían a sus votantes y no a sus siglas. Ésta es la columna central de su teoría, pero a pesar de la extensión del texto, no merece más desarrollo que el simple dogma. Además, los datos apuntan justo lo contrario. En Reino Unido, cuna de este anacrónico modelo electoral, hay solo dos independientes entre 650 diputados y son los partidos los que deciden quién puede presentarse. Y si se mira el mapa del mundo, es difícil sacar una conclusión sobre qué modelo electoral es el mejor. Es cierto que la calidad de las instituciones democráticas es clave para el éxito de un país, pero el modelo electoral en sí mismo parece un factor poco relevante. Si Reino Unido es una gran democracia no es por el first-past-the-post, sino por todo su engranaje institucional de contrapoderes. Además, ni siquiera así los ingleses han evitado la burbuja inmobiliaria, la quiebra de parte de su sector financiero, una recesión de caballo y una deuda pública mayor incluso que la española. También en el Reino Unido triunfa –como en casi toda Europa– el discurso antipolítico, pero supongo que allí nadie fía la solución a un cambio en el sistema electoral.

¿Hacen falta reformas estructurales en España? Sin duda. Como Molinas, yo también creo que hay una élite extractiva cuyos intereses chocan abiertamente con el interés general de los ciudadanos. Pero a diferencia de él, creo que la solución pasa por más democracia, en lugar de por menos: por más participación ciudadana y más representatividad en las urnas, en vez de por un sistema electoral aún menos proporcional que prime las abusivas mayorías absolutas. Por una ley de Transparencia digna de tal nombre, mucho más urgente que mil reformas electorales. Por organismos reguladores independientes. Por reglamentos más simples y menos opacos que eviten las decisiones arbitrarias de las que se alimenta la corrupción. Por redistribuir la riqueza para garantizar la libertad de oportunidades, en vez de aumentar la desigualdad, cargando todos los recortes sobre los de siempre. Por repartir el poder, en vez de centralizarlo. Por reformar el Senado para que sirva de contrapeso del Congreso y el Gobierno, en vez de eliminarlo. Por más y mejor política, en vez de por estigmatizarla.


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Urbano Calleja
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Mensaje por Urbano Calleja »

Frank,

En el fondo, nada que discutir. Me parece el analisis mas plausible de los que he leido en mucho tiempo.

Mas que nada, desde mi humilde punto de vista, hay matices, motivos y explicaciones en los que se puede discutir... un par de muestras.

En lo que sigue, argumento que la clase política española ha desarrollado en las últimas décadas un interés particular, sostenido por un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del interés general de la nación.

Yo mas bien diria que ha llegado a la clase politica un perfil que venia del clientelismo dictatorial, y que han reflejado ni mas ni menos que los que se cocia en las alcantarillas del regimen. Solo que con mucho mas dinero y poder al alcance.

Yo (y es solo mi punto de vista, se que muchos no estareis de acuerdo con esto) creo que la sociedad española aun arrastra un deficit de habito democratico espantoso, que se refleja en la forma en la que se permite hacer y deshacer a gente sin plantearse las cosas (ese "yo voto cada cuatro años, que piensen otros"), y en la forma en la que algunos entienden el poder...digo el gobierno. Al final, si, los politicos estan al mando, pero son un reflejo de las filias , las fobias, las capacidades e incapacidades de aquellos a los que representan... nosotros.

Cuanto antes asumamos que nosotros tenemos parte de la culpa de la cultura en la que visimos (politicamente hablando) , mejor.... sin que eso descargue de culpa a los que han llevado el timon.

En tercer lugar, llegó la gran sorpresa. El poder dentro de los partidos políticos se descentralizó a un ritmo todavía más rápido que las Administraciones Públicas. La idea de que la España autonómica podía ser vertebrada por los dos grandes partidos mayoritarios saltó hecha añicos cuando los llamados barones territoriales adquirieron bases de poder de “abajo a arriba” y se convirtieron, en la mejor tradición del conde de Warwick, en los hacedores de reyes de sus respectivos partidos. En este imprevisto contexto, se aceleró la descentralización del control y la supervisión de las Cajas de Ahorro.

Tambien puede ser, pero yo creo que ese movimiento fue motivado por los propios partidos centrales, desde sus sedes...como forma de obtener financiacion gratis y barra libre desde las cajas de ahorro.
Las opciones de control de cajas de ahorro (regionales) desde el ambito regional era posiblemente mas dificil que meter mano desde el ambito provincial... pero admito que es mas una discusion del tipo "antes el huevo o la gallina".

Como mencionaba, Frank... discusiones posiblemente cosmeticas en la argumentacion, firmo el fondo.

Saludos


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Frank Sinatra
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Mensaje por Frank Sinatra »

Pues mira Urbano estoy completamente de acuerdo contigo, sobre todo en esto:
Yo mas bien diria que ha llegado a la clase politica un perfil que venia del clientelismo dictatorial, y que han reflejado ni mas ni menos que los que se cocia en las alcantarillas del regimen. Solo que con mucho mas dinero y poder al alcance.

Yo (y es solo mi punto de vista, se que muchos no estareis de acuerdo con esto) creo que la sociedad española aun arrastra un deficit de habito democratico espantoso, que se refleja en la forma en la que se permite hacer y deshacer a gente sin plantearse las cosas (ese "yo voto cada cuatro años, que piensen otros"), y en la forma en la que algunos entienden el poder...digo el gobierno. Al final, si, los politicos estan al mando, pero son un reflejo de las filias , las fobias, las capacidades e incapacidades de aquellos a los que representan... nosotros.


No hay que olvidar que el anterior regimen como todos los de su cuerda se basaban en el corporativismo y eso arraigo muy bien al ser España uno de los adalides historicos de la corriente mercantilista y al haberse llevado a cabo un proceso de industrializacion forzado y con gran protagonismo del Estado. Sobre esta base se gesto la transicion y el posterior reparto de poder.
Creo que la mayor obra que nos dejo Franco fue la educacion, pasamos de ser un pais con una mayoria de analfabetos a ser un pais con un 90% de alfabetizacion, con universidades bien pobladas y personal tecnico bastante bien formado, y una clase media. Las condiciones necesarias para una transicion serena, como se dio, pero quizas perdimos el momentum de profundizar el cambio por falta de costumbre en ocuparnos de la cosa publica y de fiscalizar a los politicos, aqui creo que se nos fue de las manos el proceso y llegamos a lo que tenemos ahora. Pero afortunadamente creo que aun hay un buen basamento para realizar un cambio en profundidad.
Saludos


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