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Lo pego entero que a mi no se me abre bien , no si si habra algun problema . Ahora mismo esta en una pagina sin publicidad asi que no creo que dañemos mucho a "El Mundo"
Cadáveres y devastación en Taftanaz
EL MUNDO llega al aeropuerto liberado por los rebeldes sirios, que han capturado decenas de helicópteros
La decena de cadáveres simboliza la derrota del régimen sirio. Los cuerpos yacen apilados en calzoncillos en el enorme socavón que dejó un proyectil de las mismas aeronaves que han martirizado durante meses a Taftanaz. «Creo que a estos deben haberlos ejecutado. El régimen mató a mucha gente en esta ciudad, la ha destruido», asegura Abu Omar.
La fosa común se encuentra a escasos metros del cartel: «Zona militar. Prohibida la entrada. Prohibidas las cámaras». No es un mensaje que pueda ignorarse. Un camión calcinado al lado de la carretera es el mejor testimonio de la suerte que pueden correr los que se aproximan al aeropuerto. «Dentro iban seis personas, miembros de un grupo armado. Se equivocaron de camino y los mataron a todos», añade el combatiente sirio.
Damasco ya no dicta la ley en esta población. Su égida concluyó con la captura del estratégico aeropuerto militar de Taftanaz el pasado viernes. La entrada principal del complejo militar está ahora adornada con una bandera negra islamista y sobre el muro se lee: «Aeropuerto Islámico». Del recurrente retrato de Bashar Asad ya sólo queda la cabeza.
La pista acoge todavía decenas de helicópteros, 15 de origen soviético. «Esta batalla va a marcar un giro en la guerra. Hay helicópteros que podemos utilizar y que podrían ser el embrión de nuestra fuerza aérea. Durante meses estuvimos pidiendo a Occidente una zona de exclusión aérea. La hemos puesto en marcha sin su ayuda», precisa Abu Saleh, uno de los jefes locales de Ahrar al Sham, una de las facciones del Frente Islámico de Siria (FIS) que participaron en la última ofensiva.
Tras la derrota, el régimen ha reaccionado con rabia. Durante toda la jornada de ayer los aviones bombardearon Taftanaz y la cercana localidad de Binnish en repetidas ocasiones. El cielo se convirtió en el nuevo campo de batalla. Los insurrectos disparaban sus baterías sin fortuna mientras que los cazas marcaban su acción con el surco de humo que dejaban sus misiles. Los muros de los edificios se veían sacudidos por las explosiones.
Uno de los objetivos fueron las instalaciones de la base aérea y las mismas aeronaves que capturaron los alzados. Los bombardeos fueron precedidos el domingo por el sobrevuelo de un avión no tripulado. El aparato se recortaba claramente sobre el cielo. En una ciudad sin vida, el zumbido característico que acompaña a estos aparatos parecía un ruido ensordecedor. Los rebeldes saludaron su presencia con más fuego antiaéreo. Los proyectiles estallaban en las alturas creando pequeñas nubes de humo. «Nunca los habíamos visto», reconoce Abu Omar. «Tengo miedo de que esté preparando el terreno para bombardearnos con misiles Scud», añade.
Poco más puede hacer ya el régimen para castigar a Taftanaz. Ni siquiera los devastadores Scud modificarían mucho más el escenario local. La villa, donde vivían más de 15.000 personas, es un recorrido por la devastación más absoluta. Ruina tras ruina.
La batalla por el control del aeropuerto de Taftanaz concluyó el pasado viernes, pero el estremecedor legado de estos dos años de insurrección en el villorrio de Idlib perdurará quizás durante décadas. Taftanaz ya fue el escenario de una terrible masacre el pasado mes de abril, en la que el régimen de Bashar Asad asesinó a decenas de miembros de una misma familia.
Desde esa fecha, las aeronaves de la estratégica base militar se dedicaron a destruir de forma sistemática el poblado. Los acólitos de Abu Omar guardan bajo una escalera decenas de las pequeñas bombas que esparcen los proyectiles de racimo. En el garaje, junto a las motos, han colocado el obús que los contenía.
La dinámica que se vivió durante meses en Taftanaz era tan desquiciada que los locales agradecían -dice Abu Omar- los días en los que les bombardeaban con esos explosivos, cuyo uso en zonas urbanas está prohibido. «Aquí lo que temíamos eran los barriles [repletos de dinamita], lo arrasaban todo», asegura el antaño estudiante y residente en Francia. Los opositores replicaron al acoso aéreo atacando el aeropuerto. Ésta era la tercera intentona. Las dos primeras -en agosto y noviembre- se saldaron con sendos fracasos. Esta vez cuatro facciones islamistas combinaron sus fuerzas y en nueve días acabaron con la resistencia de los casi 300 militares que permanecían atrincherados en la base.
«Los tuvimos rodeados durante cuatro días. No podían despegar ni aterrizar. Después lanzamos el asalto final. Matamos a 150 que no quisieron rendirse y capturamos a unos 20 que serán juzgados. A otros muchos les dejamos huir. Es una derrota vital para el régimen. Este aeropuerto era el que usaban para bombardear todo Idlib y muchas veces Alepo y Hama», explica Abu Saleh,
Los combatientes han capturado asimismo una gran cantidad de material bélico: tanques, vehículos blindados, baterías antiaéreas, munición. Son cada día más autosuficientes y también más ajenos a cualquier influencia extranjera. La victoria ha disparado la euforia local, aunque el coste haya sido terrible.
«El 80% del pueblo está destruido de forma total o parcial. Aquí no hay refugios ni subterráneos. Sólo podías quedarte en casa y rezar. Todavía hoy los niños de Taftanaz que viven en los campos de refugiados de Turquía se ponen a temblar cuando escuchan el ruido de un avión [de pasajeros]. Están traumatizados», apunta Abdul Nasser, un residente local de 21 años.
Las casas han sido aplastadas como si fueran de barro. Los pisos se han hundido unos sobre otros como los castillos de naipes que se desmoronan. En algunos casos, la explosión ha creado una profunda oquedad reconvertida en una especie de piscina por las recientes lluvias. «¿Te quieres bañar?», pregunta Abu Omar con ironía.
La deflagración arrancó la fachada a un bloque de apartamentos de tres pisos y dejó sus entrañas a la vista. Una de las habitaciones era el dormitorio. La cama sigue preparada con sábanas y manta. Lo mismo que el salón con su televisión o la habitación que mantiene el aparador repleto de utensilios de cristal.
El destino no parece seguir ninguna lógica. En otra vivienda con los muros reducidos a puro escombro, permanece intacta una enorme lámpara de cristal en el techo.
Más singular es la imagen del antiguo comercio de lápidas de sepulturas. Se entremezclan con los cascotes y de la techumbre cuelgan tres pequeñas bicicletas que nadie sabe explicar cómo han llegado hasta allí. El ayuntamiento, las escuelas, la pequeña clínica, el cementerio, la gran mezquita o la que lleva el nombre de Hussein... Todo quedó arrasado. Los cohetes, las bombas y los barriles repletos de explosivos no respetaron casi ningún lugar de este municipio.
La población huyó hace meses. Taftanaz es una localidad fantasma donde los gatos son mayoría. Caminar por sus calles abandonadas, derruidas y en la penumbra más absoluta -no hay luz ni agua desde hace dos meses- constituye una experiencia turbadora.
Los únicos residentes son un puñado de combatientes locales y una veintena de recalcitrantes, demasiados viejos, pobres o inconscientes para marcharse. Algunos han comenzado a regresar en las últimas jornadas tras la caída del aeropuerto. Otros han vuelto para recuperar los enseres que no pudieron recoger cuando huyeron. Abu Nasser retornó hace dos jornadas: «Sólo he venido a ver si puedo traer a mi familia. No lo sé. No hay nada. La única electricidad que tenemos la conseguimos de una conexión que hemos montado con los faros de la motocicleta».
Las deflagraciones han derribado la mayoría de los casas del entorno salvo el muro donde aún se lee: «Go out Bashar!» (¡Vete Bashar!).