El general de brigada Saturnino Márquez (1), veterano de la campaña del 98 había recibido el mando de la 1ª brigada del Maestrazgo, siendo enviado a la zona de Langon para la custodia del frente, mientras las tropas de del VI cuerpo de ejército retrocedían unos kilómetros para descansar y avituallarse. Maldita fuese la hora, pensaba. Cierto que su brigada contaba con casi 4.500 infantes y dos baterías de artillería de campaña equipadas con 6 cañones Sotomayor, y otra con 6 obuses Mata de 150mm, pero a nadie escapaba que esas armas, al igual que los fusiles máuser que equipaban a sus hombres, ya habían visto pasar sus mejores tiempos. A pesar de todo el mando había decidido que debían cubrir un frente de casi 10 kilómetros, lo que pese al río que tenían frente a sí, reducía enormemente su capacidad de defensa.
Empero, lo que le había traído hoy hasta el río, eran las desmesuradas peticiones de cargas D, cazillos, y conjuntos de sartén-marmita que estaba realizando la compañía 21.
-¡Explíquese capitán! –Exigía el general en esos momentos. –Estas peticiones no tienen sentido. ¿Qué demonios pasa? ¿Están robando o comerciando en el mercado negro?
-A la orden de vuecencia mi general. –Respondió el capitán de voluntarios Sirvent. –Las peticiones tienen una explicación. Vera, como vuecencia sabe, mi compañía tiene más de un kilómetro de zona de responsabilidad, es demasiada distancia para que podamos defender el frente si los franceses tratan de atacar, e incluso es mucho espacio para vigilar durante la noche.
-Lo sé, capitán. -Le cortó Márquez. -¿Y qué tiene que ver eso con esas peticiones de loco?
-Sí, mi general, a eso iba. Vera, el sargento Federico, del segundo pelotón tuvo la idea mientras leía el manual “Nociones de fortificación de campaña” (2) del general Villalba.
-¿Esa antigualla? Su obra sobre fortificaciones, y muchas de las técnicas que describe ya fueron superadas en la guerra del 98. Debería haber leído la ampliación del coronel Cabellos sobre las experiencias en Santiago, Cod, y Guahán. –Corto una vez más Márquez. –Y por cierto, deje de andarse por las ramas ¿A qué maldita idea se refiere?
-Si mi general. Vera, el sargento Fede ha creado torpedos fijos para la defensa de la zona.
-¿Torpedos fijos? –Dijo ahora el general con cara de extrañeza. –Llame al sargento a mi presencia de inmediato, y explíqueme de que va eso de los torpedos fijos. –Ordenó mientras se servía una taza de café que no tardo en acompañar con un chorrito de coñac, mientras el capitán continuaba su explicación tras haber mandado llamar al sargento Federico. –
-Sí, mi general, torpedos fijos, solo que empleamos cargas D en lugar de los barriles de pólvora que Villalba mencionaba en su obra. Ah, aquí está el sargento Federico. ¡Federico! ¡Ven aquí! El general quiere hablar contigo.
Poco después estaba junto al sargento Federico Rey (Fede), un gaspacher de raigambre carlista cuyo padre había acompañado a Cúcala en la guerra, alistado al poco del ataque a Subic, quien no tardo en pasar a explicar su pequeño invento.
-A la orden de vuecencia, mi general. Antes de la guerra era barrenero en una cantera de mi pueblo. -Explicó. –Allí aprendí a utilizar explosivos, y el otro día, mientras leía el manual del general Riquelme se me ocurrió una idea. El general menciona minas o torpedos fijos como medidas defensivas. Pero estos medios eran con grandes barriles de pólvora, explosionados por medios pirotécnicos a distancia o de presión, y fue entonces cuando pensé en seguir su manual con algunos cambios.
Diagrama básico de uno de los torpedos fijos terrestres o minas
Una carga D es mucho más pequeña que un barril de pólvora y puede enterrarse con mayor facilidad. Así que cogimos tres cargas D y 3 cartuchos de fusil a los que quite el proyectil prensando la pólvora con un poco de papel o tela en su interior para que no derramase. Luego sustituí el disparador original de la carga D por el cartucho modificado, introducido en un tubo que contenía un clavo alineado con el fulminante del cartucho, y enterramos el artefacto en una zona difícil de vigilar. La idea era que si los franceses pasaban por allí, y alguien pisaba el clavo, iniciaría el fulminante del cartucho provocando la explosión de la mina.
-Curiosa idea, pero… ¿Y los utensilios de cocina?
-Sí, mi general, eso vino después. No tardamos en darnos cuenta que utilizar una carga D completa para un único soldado era un despropósito, vera, lo que ocurrió fue que un jabalí piso la mina y no quedaron de él ni los pelos, así que decidimos que debíamos reducir la carga. Empezamos por desmontar las cargas D, dividiendo la carga original en piezas de dinamita de 4 ó 500 gramos. Luego utilizamos esos utensilios metálicos como recipientes de la carga, ya que le aseguran la impermeabilidad, y es eso lo que estamos enterrando como mina.
-Interesante, sargento. Muéstreme uno de sus artefactos. –Dijo el general Márquez, intrigado por la idea, mientras en su mente empezaban a agolparse las ventajas del uso de estos artefactos. –Por cierto, el manual de nociones de fortificación también mencionaba los disparadores eléctricos y pirotécnicos a distancia junto a los pirotécnicos de presión. ¿Ha pensado en hacer algo en ese aspecto?...
- Personaje ficticio utilizado en la operación Santa Ana de esta misma ucronia, y que sirve para dar continuidad a la historia.
- Página 81, ilustración 123
- Si, ya que estamos he puesto a un paisano mío como inventor de esa mina. Y no, ni me llamo Fede (de hecho creo que no conozco a ninguno) ni salgo en la obra… que si no lo aclaramos seguro que sale alguno con lo del cohecho impropio